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OBJETIVIDAD EN LA HISTORIA MARK BEVIR

ABSTRACT
Muchos filósofos han rechazado la posibilidad del conocimiento histórico objetivo. El propósito de
este documento es definir un concepto de objetividad basado en criterios de comparación.
Interpretaciones objetivas son aquellas que cumplen con el criterio racional de la precisión, la
comprensión, consistencia, progresismo, productividad y sinceridad. Para finalizar, la naturaleza de
nuestro ser en el mundo nos da una buena razón para considerar tales interpretaciones objetivas como
un movimiento hacia la verdad entendida como un ideal regulativo.
1. INTRODUCCIÓN

Cualquier entendimiento que desarrollemos del pasado estará necesariamente impregnado de


prejuicios que surgen de nuestra situación histórica particular. Los genealogistas señalan el papel de
los discursos y regímenes de poder en la producción de todo el conocimiento. No podemos tener
acceso a un pasado dado porque el pasado se construye con discursos que son los efectos del poder.
Los deconstruccionistas argumentan que nada puede estar presente de manera directa como una
verdad dada. No podemos tener acceso a un pasado dado porque los objetos del pasado, como todos
los demás objetos, no tiene significados o identidades estables. Todos estos son casos de rechazo de
la objetividad histórica. sobre la base de que no tenemos acceso a un pasado determinado contra el
cual juzgar las interpretaciones rivales. Rechazan la posibilidad de acceder a un pasado determinado
por razones muy diferentes -la historicidad de nuestro ser, la influencia del poder en el discurso, la
ausencia de significados estables -pero todos están de acuerdo en que nosotros no podemos captar el
pasado como una presencia, y que esto amenaza la misma posibilidad de conocimiento histórico
objetivo. En resumen, quiero argumentar que, aunque no podamos entender los hechos históricos
como verdades inmediatamente presentes, podemos tener un conocimiento objetivo del pasado que
no sea ni relativista ni irracional.

I. UNA CRITICA DEL EMPIRISMO

Los empíricos argumentan que los historiadores pueden justificar sus interpretaciones utilizando una
lógica de reivindicación o de refutación. Las lógicas de la reivindicación nos dicen cómo determinar
si un determinado análisis histórico es o no cierto, mientras que las lógicas de la refutación nos dicen
cómo determinar si un determinado análisis histórico es o no falso. Los verificadores defienden el
ideal de la reivindicación, argumentando que podemos descifrar todas las interpretaciones razonables
en una serie de declaraciones de observación, y podemos ver si estas afirmaciones observacionales
son ciertas o no porque se refieren a las percepciones puras. Una interpretación es verdadera si
consiste en la observación que son verdaderas, o, como argumentan los probabilistas, es más o menos
probablemente de acuerdo con la naturaleza y el número de declaraciones de observación de acuerdo
con ella. En contraste, los falsificadores niegan que cualquier número de observaciones positivas
puedan probar que una interpretación es cierta. Por lo tanto, defienden el ideal de refutación,
argumentando que el estatus objetivo de las interpretaciones se deriva hacer observaciones que
demuestren que son falsas.
No debemos preocuparnos demasiado por las diferencias entre verificadores y falsificadores que se
derivan de sus respectivas posturas ya que ambos se basan en la objetividad, en confrontaciones
directas con un determinado pasado. Todas las lógicas de reivindicación y refutación creen que en
última instancia podemos confrontar las interpretaciones con los hechos en una prueba que demuestre
que son ciertas o falsa (en el caso de verificación), o no falsa o falsa (en el caso de verificación). Aquí
los empíricos garantizan nuestro conocimiento de los hechos básicos argumentando que tenemos
experiencias puras del mundo exterior.
Sin embargo Gadamer, Foucault y Derrida tienen razón al rechazar la idea de un pasado
determinado. Tienen razón por que no tenemos experiencias puras. La naturaleza de una percepción
depende de quien la percibe. Así las percepciones siempre incorporan la comprensión teórica.
Nuestros relatos cotidianos de nuestras experiencias reflejan numerosas suposiciones realistas,
incluyendo el que los objetos existen independientemente de nuestra percepción de ellos; los objetos
persisten a través del tiempo. Nosotros le damos sentido a las sensaciones que los objetos nos fuerzan
usando nuestras categorías. Porque nuestras experiencias encarnan suposiciones teóricas, nuestras
experiencias no pueden ser puras, y esto significa que nuestras experiencias no pueden proporcionar
datos claros para determinar la verdad o falsedad de nuestras teorías.
Los empíricos podrían responder a esta crítica dando una respuesta fenomenológica a la
misma de la experiencia pura. Aquí el ideal de la experiencia pura se referiría a el contenido de
nuestras sensaciones sin invocar suposiciones realistas acerca de la relación de estas sensaciones con
una realidad externa. Sin embargo un relato puramente fenomenológico de la experiencia no puede
captar la realidad de la experiencia: si pudiéramos privar a la gente de los supuestos teóricos
entrelazados dentro de su experiencia, estaríamos con personas tan desorientadas, que no serían
capaces de dar un sentido coherente al mundo. Por lo que incluso un relato fenomenológico de
nuestras experiencias presupone un relato realista previo del mundo. El empirismo es falso porque
experimentar es algo que hacen los individuos, y todas las experiencias encarnan las categorías
teóricas de los individuos que tienen las experiencias. La gente hace observaciones, y lo hace a la luz
de sus opiniones actuales. La idea de experiencias o sensaciones sin teorías previas es incomprensible.
Los historiadores no tienen por qué aspirar a un conocimiento más seguro que los científicos.
Pocos científicos dicen que pueden dar respuestas concluyentes; sus teorías son siempre vulnerables
a la mejora, revisión y rechazo. Lo que los científicos dicen es que sus teorías son las mejores
actualmente disponibles. Esto sugiere que la objetividad no se basa en pruebas concluyentes contra
un pasado dado, sino en un proceso de comparación entre teorías rivales.
III. OBJETIVIDAD A TRAVÉS DE LA COMPARACIÓN
Nuestra crítica del empirismo implica que las interpretaciones históricas son propensas a tener
errores, entonces debemos definir una interpretación objetiva como la que aceptamos como correcta,
basándose de criterios racionalmente justificables, y no como la que tenemos la certeza de que es
verdadera. Pero esto no significa que debemos rechazar la idea de objetividad. Más bien, una
interpretación objetiva es una que seleccionamos en un proceso de comparación con otras
interpretaciones utilizando criterios racionales.
Una lógica de comparación debe referirse a las prácticas humanas. Como la experiencia contiene
elementos humanos, el conocimiento contiene elementos humanos y, como no podemos erradicar
estos elementos humanos, la objetividad debe ser en parte una calidad del comportamiento humano,
no solo un producto de la experiencia. Depende del hacer comparaciones razonables entre teorías
rivales donde la comparación es considerada una actividad humana. Por lo tanto, en nuestra
explicación del conocimiento justificado debe terminar no con una historia creciente de información,
o teorías, o supuestas certezas, sino con una descripción de una actitud o postura particular hacia
dicha información, o teorías, o certezas. Nuestra epistemología debe ser antropocéntrica.
El aparente peligro es reducir la objetividad a una función de las prácticas humanas que nos dejan sin
control sobre el tipo de creencias que estas prácticas pueden ser definidas como objetivas. Una vez
que introducimos elementos subjetivos en nuestra epistemología, parece que amenazamos la idea
misma del conocimiento racional u objetivo, elevando el espectro de un relativismo absoluto en el
que todo vale. Por lo tanto, nuestra tarea es definir una epistemología antropocéntrica que incorpore
criterios racionales para aceptar o rechazar interpretaciones específicas.
La objetividad surge de criticar y comparar redes rivales de interpretaciones en términos de hechos
acordados. Un hecho es una pieza de evidencia que casi todos en una comunidad determinada aceptan
como verdadera. Mi definición de un hecho se deriva del papel de reconocimiento que hace la teoría
en la observación. Debido a que la teoría entra en observación, no podemos describir un hecho como
una estructura realista de las cosas. Los hechos implican la categorización. Pero debido a que nuestras
categorizaciones pueden ser erróneas, los hechos pueden diferir de cómo son las cosas, de la verdad.
Cualquier argumento teórico debe apoyarse en premisas cuyo contenido proviene de fuera de la teoría
porque tales argumentos emplean términos que se refieren a estados y eventos en el mundo. Los
hechos implican observaciones, y debido a que las observaciones se adhieren al mundo, los hechos
también deben vincularse al mundo. De esta manera, podemos defendernos del idealismo
simplemente insistiendo en una correspondencia de la realidad impersonal que constituye la verdad.
Las interpretaciones históricas explican los hechos al postular relaciones significativas, conexiones y
similitudes entre ellos. Intentan explicar tal cual son los hechos al presentarlos como: paralelos,
superposiciones y distinciones relevantes. El punto importante es: un hecho adquiere un carácter
particular como resultado de su relación con otros hechos que le proporcionan un contexto definido.
Entonces la objetividad surge de comparar y criticar redes rivales de interpretaciones en términos de
los hechos. Debido a que están de acuerdo con numerosos hechos, los hechos constituyen una
autoridad a la que pueden referirse en sus intentos por justificar sus puntos de vista y comparar sus
interpretaciones alternativas.
La existencia de la crítica significa que ninguna interpretación se puede determinar con los hechos
que se encontrará. Los críticos de una teoría pueden señalar los hechos que los proponentes de la
teoría no han considerado, y exigir que la teoría explique estos hechos. Los críticos pueden resaltar
lo que consideran una contra-instancia de una interpretación, y la interpretación debe cumplir con
estas pruebas establecidas por sus críticos. De esta manera, la crítica otorga a los hechos una relativa
autonomía que impide que el proceso de comparación de interpretaciones en términos de hechos sea
puramente circular.
No obstante, sigue existiendo el problema de que apelar a los hechos nunca puede ser decisivo. Es en
este punto que debemos dar un giro antropológico para fundamentar la objetividad en las prácticas
humanas y los valores que encarnan. Cuando los historiadores debaten los méritos de las
interpretaciones rivales, se involucran en una práctica humana que tiene una serie de reglas que
definen un estándar de honestidad intelectual. Estas reglas de debate no son engañosas ni
independientes de nosotros; no nos obligan a renunciar a nuestras interpretaciones en situaciones
específicas, ni nos obligan a cumplir con sus restricciones más vagas. Por lo tanto, la objetividad es
principalmente un producto de nuestra honestidad intelectual al tratar con la crítica; cuando
contrastamos la creencia objetiva con la creencia sesgada, reconocemos que la objetividad es un
estándar normativo que surge de una práctica humana.
Consideremos más de cerca las reglas básicas que demarcan el estándar normativo de honestidad
intelectual. La primera regla es: el comportamiento objetivo requiere una buena disposición para
tomar en serio las críticas. La segunda regla es: el comportamiento objetivo implica una preferencia
por los estándares de evidencia y razón. En particular, esta regla establece una presunción contra las
excepciones, en su lugar, deberíamos intentar modificar nuestra red de interpretaciones para
acomodar casos problemáticos. La tercera regla es: el comportamiento objetivo implica una
preferencia por teorías especulativas positivas, es decir, teorías especulativas que postulan nuevas
predicciones emocionantes, no teorías especulativas que simplemente bloquean las críticas a nuestras
interpretaciones existentes. Esta regla limita las ocasiones en que podemos recurrir a la especulativa.
Los criterios definidos para la comparación de redes de interpretaciones surgen de esta descripción
de la honestidad intelectual. Estos criterios se dividen en dos grupos. Primero, debido a que debemos
respetar los estándares establecidos de evidencia y razón, preferiremos webs de interpretaciones que
sean precisas, integrales y consistentes. Una red precisa de interpretaciones es aquella que se acerca
a los hechos que la respaldan. Una red integral de interpretaciones es una que se ajusta a una amplia
gama de hechos con pocas excepciones excepcionales, y especialmente una que se ajusta a hechos de
diferentes áreas o áreas que antes no parecían estar relacionadas. Nuestra posición de razonamiento
requiere que intentemos hacer nuestras interpretaciones inteligibles y coherentes. Una red consistente
de interpretaciones es aquella que se mantiene unida sin contravenir los principios de la lógica.
Segundo, debido a que deberíamos favorecer las oraciones especulativas positivas a aquellos que
simplemente bloquean la crítica, preferiremos redes de interpretaciones que sean progresivas,
fructíferas y abiertas. Nuestras teorías especulativas son positivas en la medida en que inspiran nuevas
vías de investigación o sugieren nuevas predicciones. Una red progresiva de interpretaciones es
aquella caracterizada por teorías especulativas positivas que postulan nuevas predicciones no
conectadas previamente con esa red de interpretaciones. Una fructífera red de interpretaciones es
aquella en la que las nuevas predicciones hechas por teorías especulativas asociadas
característicamente reciben apoyo de los hechos. Aquí, el progreso fructífero proviene en gran parte
de los historiadores que postulan respuestas especulativas a la crítica, de modo que cuanto más se
interpone una red de interpretaciones de todas las críticas posibles, más aún se convierte en un callejón
sin salida, incapaz de sostener un mayor progreso. Una red abierta de interpretaciones consiste en
proposiciones claramente definidas que facilitan la crítica.
Reivindicación o refutación, la red de interpretaciones que seleccionamos como resultado de la
comparación será una web que satisfaga mejor nuestros criterios, no una red que se revele
indudablemente como una verdad determinada. Los historiadores dan sentido al pasado lo mejor que
pueden; no descubren certezas. Por lo tanto, no importa lo mal que lo haga una red de interpretaciones
según nuestros criterios, no lo rechazaremos a menos que haya una mejor alternativa a la vista. La
crítica efectiva debe ser positiva. No tiene sentido atacar una red de interpretaciones a menos que
también defendamos una alternativa adecuada. Cuando los críticos cuestionan nuestra interpretación
de las cosas, por esa misma razón nos preguntamos cómo los críticos se darían cuenta de tales cosas.
En segundo lugar, como la objetividad se basa en criterios de comparación, no en una lógica de
reivindicación o refutación, en nuestra selección de interpretaciones mediante un proceso de
comparación gradual. El rendimiento de una red de interpretaciones en comparación con otras webs
puede variar con el tiempo, ya que los protagonistas y los críticos presentan nuevos hechos y proponen
nuevas teorías especulativas. Aquí, una red de teorías triunfa con el tiempo al ganar un número cada
vez mayor de adeptos, pero a medida que triunfa, surgen nuevas alternativas y las alternativas antiguas
regresan con nuevas incorporaciones. De esta manera, los historiadores dan más y mejor sentido al
pasado a través de un proceso continuo de competencia dialéctica entre redes de interpretaciones
rivales que a su vez progresan constantemente en respuesta a la crítica.
IV. EL MODELO DE LOS DOS TRATADOS DE LOCKE
Mi análisis acerca de la objetividad histórica sugiere que los historiadores generalmente están de
acuerdo en ciertos hechos, y que deberían llevar a cabo disputas entre sus interpretaciones opuestas
en términos que se basen, al menos implícitamente, en criterios de exactitud, exhaustividad,
consistencia, progresividad, productividad y transparencia. Esto es cierto incluso para la historia de
las ideas, el área de estudio de mayor interés de Gadamer, Foucault, y probablemente también de
Derrida.
Existen dos fantasmas temidos del relativismo: la irracionalidad y la inconmensurabilidad. Sólo
porque ciertos hechos sean generalmente aceptados no los hace ciertos. Por el contrario, si los hechos
históricos dependen de las prácticas humanas, pueden diferir de la verdad, y esto sugiere que nuestras
redes de interpretaciones son convencionales, por lo que nuestro conocimiento histórico es
irracional.14 En segundo lugar, los críticos se quejarán de que, aunque algunos historiadores pueden
ponerse de acuerdo sobre los hechos, e incluso si tienen criterios para comparar redes de
interpretaciones, otros historiadores podrían rechazar tanto estos hechos como estos criterios.
Después de todo, si nuestras redes de interpretaciones se basan en hechos convencionales, nuestras
interpretaciones son aceptables sólo para los historiadores que aceptan nuestras convenciones, y esto
sugiere que nuestro conocimiento histórico es inconmensurable con el conocimiento de los
historiadores de otros trasfondos culturales. ¿Cómo podemos hacer frente a estas críticas?
Podemos relacionar los hechos generalmente aceptados con la verdad señalando que nuestras
percepciones deben ser más o menos confiables porque las prácticas humanas ocurren dentro de
determinados ambientes naturales y sociales. Fundamentalmente, nuestro conocimiento nos
proporciona una comprensión del mundo, nuestra comprensión del mundo guía nuestras acciones en
el mundo, y nuestras acciones en el mundo generalmente funcionan más o menos como esperamos.
Por el contrario, una comprensión radicalmente falsa del mundo resultaría insostenible. Una vez más,
nuestro entorno natural limita las acciones que podemos realizar con éxito, y por lo tanto las formas
en que podemos entender el mundo. Podemos fundamentar las interpretaciones en hechos, hechos en
percepciones y percepciones en nuestra capacidad de interactuar exitosamente con nuestro entorno.
Aquí mi epistemología antropológica toma un tono naturalista. Es nuestro lugar en el orden
natural de las cosas lo que nos permite tratar nuestro conocimiento como una aproximación a la
verdad. Nuestra interacción con nuestro entorno asegura el amplio contenido de nuestra percepción.
Sin embargo los hechos en los que los historiadores están de acuerdo no son lo suficientemente
seguros como para permitirnos determinar de manera concluyente la verdad o falsedad de una teoría
en particular. Nuestro conocimiento deriva en última instancia de una base empírica, pero nuestro
conocimiento de esta base empírica encarna las teorías que utilizamos para categorizar las cosas en
términos de similitudes y diferencias, y para atribuir ciertas cualidades a las cosas así categorizadas.
Pasemos ahora al problema de la inconmensurabilidad. La práctica de la objetividad depende
de que comparemos redes de interpretaciones contrarias. Si los historiadores no están de acuerdo
sobre los méritos relativos de las diferentes redes, deben retroceder desde el punto de desacuerdo
hasta que encuentren una plataforma aceptable, que consista en hechos acordados, estándares de
evidencia y formas de razonamiento, desde los cuales comparar estas redes. Los defensores de la
inconmensurabilidad sugieren que los historiadores de diferentes orígenes culturales podrían no
compartir ninguna de estas plataformas o no pueden comparar sus respectivas redes de interpretación.
Por el bien del argumento, imagínese a un grupo de antropólogos que descubren una tribu perdida
opuesta a muchas de nuestras creencias, nuestros estándares de evidencia y nuestras formas de
razonar. Sin embargo, el desacuerdo universal no impide una comparación significativa, por lo que
la mera existencia de la tribu no establece una tesis de inconmensurabilidad. Más bien, nuestros
críticos deben argumentar que los antropólogos y los miembros de la tribu no pueden comparar sus
respectivas visiones del mundo. Aquí encontraremos que las visiones del mundo no pueden ser
inconmensurables porque los antropólogos y la tribu pueden llegar a entender la visión del mundo de
cada uno, y porque entonces pueden comparar sus visiones del mundo tratando de dar cuenta de las
prácticas inspiradas por cada visión del mundo en términos de la otra visión.
Una vez más, el punto crucial es: nuestras creencias guían nuestras acciones dentro de un
entorno natural y social determinado. Debido a que nuestras visiones del mundo informan nuestras
prácticas, los miembros de cualquier cultura deben reconocer algunas similitudes y diferencias en las
cosas que encuentran: todas las prácticas consisten en patrones repetibles de comportamiento, y éstos
pueden existir sólo si los practicantes reconocen al menos algunas situaciones como similares a, y
otras como diferentes. Por lo tanto, incluso si los antropólogos y la tribu no están de acuerdo con
todos y cada uno de los hechos en los que cree el otro grupo, las estructuras de sus visiones del mundo
deben ser más o menos similares. Así, los antropólogos y la tribu pueden llegar a entender las
creencias de cada uno, siempre y cuando puedan percibir las similitudes y diferencias en términos de
las cuales cada uno categoriza las cosas.
IV. CONCLUSIÓN
Podemos aceptar con Gadamer, Foucault y Derrida que no tenemos acceso a un pasado dado, y aun
así insistir en la viabilidad de un concepto de objetividad histórica formulado en términos de criterios
de comparación. Hay una razón especial por la que mi explicación de la objetividad debería ser de
interés para los historiadores en particular. He presentado la objetividad como un producto de un ser
humano o práctica histórica; los historiadores, y otros, llegan al conocimiento objetivo mediante la
participación en un tipo particular de actividad comparativa. Una vez más, el problema de la
proporcionalidad no se resuelve con la adopción de una visión científica o filosófica de las diferentes
culturas en cuestión, sino con el encuentro real de estas culturas en la historia. Así, podemos decir
que la elaboración de la objetividad es en sí misma un proceso histórico.

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