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Salamanca, 12 de octubre de 1936

(Otra polémica en torno al último Unamuno)

Para llegar a ser estudiado, lo primero es ser leído, y a mí creo que no se me ha empezado a
leer. Los que más me censuran apenas me leen.

(Unamuno)

Severiano Delgado, investigador y bibliotecario de la USAL, ha provocado cierta polémica en


torno a una publicación suya sobre el famoso episodio del 12 de octubre del 36, con intervención
de publicistas y académicos en varios medios nacionales y extranjeros. (Referencia:
“Arqueología de un mito”, 2018, accesible en la web de Academia.edu)

Hasta ahora se sabía que las versiones corrientes acerca de las intervenciones de Unamuno y
Millán Astray en su épico encontronazo de esa fecha en el paraninfo de la Universidad (las de
Salcedo, Thomas, Egido, etc.) tenían algo o mucho de retórica inventada. Dichas intervenciones,
al no ser discursos previstos ni, por tanto, redactados, ni ser reproducidos por la prensa debido
a la censura, dan lugar a reconstrucciones basadas en fuentes indirectas, a relatos que ponen en
la boca de ambos personajes discursos entrecomillados como si fueran la versión exacta de lo
que dijeron. Un viejo recurso historiográfico ya usado por Tucídides y Jenofonte, nada
censurable si lo que se dice respeta la veracidad básica de los hechos, pero siempre matizable a
la vista de nuevas evidencias documentales.

La aportación de Delgado consiste en precisar, además del origen de esas versiones, (algo ya
conocido: un artículo de Luis Portillo de 1941, Unamuno’s last lecture), los testimonios en que
se basa este autor –profesor de la USAL entonces, pero que no asistió al acto– para elaborar un
texto más bien literario, así como sus derivaciones en la historiografía posterior, que dan lugar
a la versión clásica y predominante del citado episodio. Contra lo que algunos críticos han
señalado, en el trabajo que comentamos no se pone en duda en absoluto que hubo un duro
rifirrafe dialéctico entre el rector y el fundador de la legión, ni el sentido ideológico general del
mismo, ni las graves represalias y amenazas que sufrió Unamuno por ello. Y no tiene sentido
decir que se trata de una versión alineada con el revisionismo neofranquista. Nos consta el
compromiso del autor con la memoria histórica democrática, que le llevó a colaborar y presidir
la Asociación “Salamanca Memoria y Justicia” durante años.

Una vez relativizados debidamente los discursos entrecomillados, Delgado alude a las versiones
de Vegas Latapie y del doctor Pérez López-Villamil –psiquiatra que atendió a Millán Astray en
Salamanca– que, como asistentes al acto, aportan con su testimonio una idea general del mismo
y de las intervenciones de Unamuno y Millán. Por nuestra parte podríamos aludir a otras dos
personas que también asistieron y registraron su opinión: el falangista Moure Mariño y Serrat
Bonastre, diplomático encargado de la secretaría de Exteriores del Cuartel General de Franco en
ese momento. (Hay también al respecto un artículo de Pemán en ABC de 1964, pero es poco
aclarador). Cotejando a unos y otros se puede llegar a la conclusión de que la versión del doctor
Pérez resume bien los hechos, concuerda en lo esencial con las de los demás y, mientras no se
demuestre otra cosa, es más fiel a los mismos. Respecto al rector expone:

Se levanta UNAMUNO para hablar, y con gran indignación dice, entre otras cosas, que vivimos
una guerra incivil, que él es vasco y ha venido a Castilla a enseñar el castellano, que es necesario
acabar con lo de la Anti-España que sólo sirve para sembrar el odio entre españoles. Les habla a
las mujeres salmantinas censurándolas cómo presenciaban los fusilamientos llevando prendidos
al cuello un crucifijo o un escapulario, ¿qué pensaría de eso Santa Teresa de Jesús?, les dice.
Acaba diciendo las famosas frases, que aún resuenan en mis oídos y hasta creo que en el
Paraninfo de la Universidad de Salamanca: ¡tened presente que una cosa es vencer y otra
convencer... una cosa es conquistar y otra convertir! Al mentar al gran patriota y poeta filipino
RIZAL que él tuviera que rehabilitar…1

Y, por lo que se refiere al fundador de la Legión, añade: “MILLÁN ASTRAY, que estaba
presenciando el acto, empieza a dar saltos y puñetazos con su única mano gritando: ¡mueran
los intelectuales! ... por cierto que nunca dijo ¡muera la inteligencia! Luego dijo algo referente
al Alzamiento y a la justificación de éste y alentó a PEMÁN para que siguiera por ese camino”.
Del mismo modo que a don Miguel le pusieron en el disparadero los discursos de los ponentes,
que le empujaron a improvisar un discurso de respuesta, a Millán le enfureció la referencia

1
(Mayúsculas en el original). Tiburcio ANGOSTO, “Don José Pérez-López Villamil o la pasión por el
recuerdo”, en Revista de la Asoc. Esp. de Neuropsiquiatría, vol. V, nº 15, 1983, p. 491. La asistencia de
público, niños incluso, a las ejecuciones está documentada en varios lugares. En Valladolid, por ejemplo,
el gobernador civil hubo de prohibirlo. Y el fusilamiento del general Batet en Burgos fue presenciado por
unas 500 personas. Pero Arturo Barea indica que en Madrid también acudía “un verdadero gentío” a
presenciar las ejecuciones hechas por republicanos.
laudatoria Rizal, el héroe de la independencia filipina, pues él precisamente había empezado su
carrera militar allí a finales del siglo XIX, luchando contra los independentistas.

Parece que una obra tan poliédrica y contradictoria como la de Unamuno se presta a la
reinterpretación permanente. Y en este caso, además, la polémica ha dado pie a la intervención
extemporánea de una asociación de legionarios que trata de condicionar el rodaje de una
película de Amenábar sobre Unamuno negando la veracidad de la discusión entre este y Millán,
lo cual es algo absurdo, máxime si se quiere demostrar con el escrito de Delgado, que
seguramente no han leído.

Así planteadas las cosas, el debate no tiene sentido y lo peor de esta tormenta en un vaso de
agua es que dificulta considerar otros aspectos del contexto que sí podrían dar más luz a la figura
de Unamuno y al ambiente histórico de Salamanca en esos años conflictivos. En mi opinión,
serían al menos los siguientes:

Uno) La intervención improvisada de Unamuno fue una réplica a los delirantes discursos de los
primeros ponentes del acto, no a Millán Astray: los profesores Maldonado y Ramos Loscertales,
el dominico Beltrán de Heredia y Pemán, presidente de la Comisión de Educación de la Junta
Técnica franquista, representantes, junto con el ejército y la Falange, de las principales fuerzas
que apoyaban al Movimiento Nacional: la Iglesia, los derechistas fascistizados y una universidad
ya “desmochada” y al servicio del Nuevo Estado. El rector, evidentemente, no sintonizaba con
ellos cuando hablaban de la “fiesta de la raza”, de la Hispanidad, de una visión de la historia de
cartón piedra con los clásicos hitos de los Reyes Católicos, el Descubrimiento, el Concilio de
Trento, el Imperio (que ahora querían reconstruir los falangistas y los africanistas), etc. Ni,
menos aún, cuando agitaban el espantajo del “separatismo” para vituperar a vascos y catalanes,
un estúpido y persistente discurso que aún hoy no nos hemos quitado de encima… Y fue esto lo
que le puso en el disparadero.

Dos) A la vez, la reacción de Unamuno tiene como trasfondo la dolorida conciencia de la


represión franquista, no muy distinta de la que, según él, efectuaban los “rojos”. Sabedor de los
atropellos y asesinatos que los falangistas estaban haciendo, alcanzando incluso a personas de
su entorno de amistades, Unamuno no podía pasar por alto su repugnancia e indignación ante
la apología de la muerte hecha por el legionario. Entre los ya asesinados estaban el alcalde de
Salamanca, Prieto Carrasco, ejecutado tras una saca de la prisión, junto con el diputado socialista
Andrés Manso, el rector de la universidad de Granada Salvador Vila y Joaquín Gaite profesor en
el instituto de Ciudad Rodrigo. Atilano Coco, pastor anglicano y masón, de cuya esposa había
recibido Unamuno la carta que tenía en sus manos el 12 de octubre, sería asesinado pocas
semanas después. De ahí su posterior réplica airada a los gritos necrófilos Millán Astray.

Tres) A pesar de todo ello y del alto sentido simbólico, moral y político del suceso, lo que pasó
el 12 de octubre no caracteriza definitivamente la actitud de Unamuno ante el llamado
Movimiento Nacional. Él lo había secundado de inmediato aceptando un puesto en el
ayuntamiento, recuperando el puesto de rector, avalando el Manifiesto de su universidad en
apoyo al Movimiento, etc. Pero tras los sucesos del 12 de octubre Unamuno no abandonó ese
apoyo ni dejó de ver a Franco como “Salvador de la civilización cristiana y de la independencia
de España”, ni aminoró su displicencia y condena de la república y de sus líderes, sobre todo de
Azaña, al que consideraba, con notoria injusticia, principal causante de la situación. Así se ve en
declaraciones suyas posteriores a esa fecha, que coinciden en lo esencial con otras anteriores,
como el manifiesto de su puño y letra entregado a los hermanos Tharaud, periodistas franceses
pro-franquistas, a primeros de noviembre de 1936:

… Insisto en que el sagrado deber del movimiento, que gloriosamente encabeza Franco, es salvar
la civilización occidental cristiana y la independencia nacional, ya que España no puede estar al
dictado ni de Rusia ni de otra potencia extranjera cualquiera, puesto que aquí se está librando,
en territorio nacional, una guerra internacional 2

Seguramente veía en toda su magnitud el baño de sangre que se estaba produciendo dentro de
la guerra, una “salvaje pesadilla”, pero esperaba que Franco y los jefes del Movimiento acabarían
controlándola y devolviendo al país el orden y la tranquilidad. En esto, como en otras cuestiones
–su concepción del régimen republicano– las ideas de Don Miguel distaban mucho de adecuarse
a la realidad. Lo cual se deriva, en mi opinión, de que él, como los demás miembros de su
generación (salvo Antonio Machado), ya ancianos en los años treinta, no acabó de entender ni
de asimilar las nuevas circunstancias históricas propiciadas por un régimen como el republicano,
que pretendía democratizar y modernizar la sociedad española. Ni calibró bien el sentido político
del Movimiento y de las fuerzas que le apoyaban, cuyo fin histórico principal fue frenar ese
proceso de cambio, descabezar y desangrar a los agentes sociales que lo propiciaban e impedir
que durante mucho tiempo se volviera a intentar una aventura semejante, poniendo en peligro
los intereses de la Iglesia y de las oligarquías dominantes.

A pesar de todo, Unamuno fue represaliado duramente por su conducta en el acto del 12 de
octubre. Dos días después, a propuesta del profesor Ramos Loscertales, el claustro de la

2
Manuel Mª URRUTIA LEÓN, “Un documento excepcional: el manifiesto de Unamuno a finales de
octubre-principios de noviembre de 1936”. (Se explica que Unamuno prefirió entregar un manuscrito de
su puño y letra a responder a una entrevista). Revista de Hispanismo Filosófico, nº 3, pp. 95.
universidad de Salamanca solicitó por unanimidad su destitución como rector, algo que
formalizó la Junta Técnica poco después3. También fue destituido del cargo de concejal en el
consistorio salmantino (aunque no había asistido apenas a sus sesiones). En el Casino muchos le
vituperaron o le volvieron la espalda. En lo sucesivo y hasta su muerte don Miguel se sintió
aislado y prisionero en su propia ciudad.

Sin embargo, los estamentos que apoyaban del Nuevo Estado vieron en su muerte una ocasión
para recuperarle de un modo partidista, algo que difícilmente hubiera tenido la aprobación de
Unamuno en vida, teniendo en cuenta sus opiniones y su estado de ánimo. Ello se evidenció en
su entierro ceremonial, que contó con la asistencia de autoridades y milicias en medio de un
gran aparato, mostrando cómo el franquismo incipiente beatificaba su figura. En el cortejo
fúnebre destacaban los mismos que le habían repudiado y sancionado por su actitud del 12 de
octubre. Dos de los que formaron uniformados en él, Martín Almagro y “Tresgallo de Souza”
(seudónimo de García Venero), ensalzaron a Unamuno en sendos artículos como maestro y
como español, mientras que Ramos Loscertales publicó otro describiendo sus últimos días y
afirmando aventuradamente que le hubiera gustado el enfoque falangista que se dio a su
entierro4.

Por su parte, Millán Astray, enterado del fallecimiento de Unamuno, ordenó a Giménez
Caballero hacer un artículo, que se publicó en todos los periódicos de la España “nacional”. Se
titulaba “Paz para un agonista: Miguel de Unamuno” y en él aparecía como el personaje más
importante de la generación del 98, a la que Giménez da por muerta con su desaparición. Y
contrapone a esta la de sus “nietos”, la generación que “está salvando de aquellas ruinas [las
del 98] con la afirmación de un nuevo imperio, de una nueva vida”. Entre una y otra está la
generación “auténticamente letal para España: la “europeizante”, la del ”Servicio a la
República”, la del 31”. Giménez cree que se puede salvar a Unamuno por su gran amor a España
y por su aportación a la cultura universal, a pesar de su “pecado de rebeldía”, de su falta de
disciplina y de sentido comunitario5. Y Fray Justo Pérez de Urbel, futuro abad mitrado de la
basílica de Los Caídos, consejero nacional del Movimiento y espiritual de la Sección Femenina,
publicó un escrito pocos días después con un tono semejante, aunque con mayores claroscuros.
Si bien señala que Unamuno murió como buen cristiano y vivió como “fervoroso español”,

3
Ramos Loscertales había sido rector de la universidad salmantina durante la dictadura de Primo de
Rivera y hasta la República. Fue uno de los redactores del manifiesto de la universidad en apoyo del
Movimiento.
4
José Mª RAMOS LOSCERTALES, “Cuando Miguel de Unamuno murió”. Aparece como apéndice en el
libro de VEGAS LATAPIE, Op. cit., pp. 469-470. La Falange rodeó el funeral con su escenificación: su
bandera cubría el féretro, milicianos lo escoltaban y en el cementerio se dieron sus gritos rituales.
5
GIMÉNEZ CABALLERO, Memorias, P. 104.
también, añade, “más de una vez fue culpable de lesa Patria; con sus gestos inconsiderados alzó
revueltas; con su autoridad indiscutible desorientó la opinión; con el ácido de su ironía minó las
bases del orden…”6.

Así pues, las contradicciones acompañaron a Unamuno hasta su muerte y aún después.

(Una versión resumida de este artículo salió en SalamancaRTV al día el 14 de junio de 2018)

6
Los artículos aparecen en Imperio el 2 y el 11 de enero de 1937. No los hemos visto publicados en otros
diarios, a pesar de lo que dice Giménez.

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