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cuartopoder.es

Derecha en España, barra libre

Daniel Bernabé

Última actualización domingo, 25 de agosto de 2019

Bertin Osborne y el expresidente José María Aznar en el programa 'Mi casa es la tuya'./ Efe

Las bodas son esos acontecimientos asombrosos donde el neoclásico en yeso aún tiene
cabida, las señoras de barrio se sienten por un día en Ascot y todo el mundo acaba
despendolándose hasta extremos que a veces rayan el bochorno. ¿El causante de tantos
despropósitos? La barra libre, ese invento que proporciona por unas horas la fantasía de
alcohol gratis en un entorno donde el pasodoble y Paulina Rubio se mezclan en un todo
delirante.

Bien, la derecha española ha entrado justo en esa etapa, la de la barra libre, y


andan con la corbata en la cabeza, dando voces y traspiés, en actitud pendenciera. Sólo en
la última semana varios personajes públicos han dicho aquello de “aguántame el cubata” y
se han lanzado a la tormenta de fango sin mayores reparos. Marcos de Quinto y los
inmigrantes bien comidos, Álvarez de Toledo y los bulos sobre la seguridad en Barcelona,
Bertín Osborne y el feminismo.

Sin embargo esto no es simplemente una anécdota, una concatenación casual o el


resultado del carácter especialmente reaccionario de los personajes. Es una táctica
pensada y extendida en el tiempo que comienza en los medios afines, encuentra eco
en los políticos y anima a personajes públicos a soltar bravatas que hace unos pocos años
permanecían enmoheciéndose en el armario. Basta tomar como referencia a Casado y

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Rivera para ver que la coincidencia con Abascal no es sólo aritmética de escaños.

Este viaje a las catacumbas ha sido un proceso histórico que empezó, al menos, tras la
última legislatura de Aznar, un experimento social donde ya no se trataba sólo de ganar
elecciones, sino de situar como consensos, como ideas razonable, buena parte del ideario
nacional-católico sustituyendo los elementos más chirriantes y desfasados por la
amoralidad neoliberal. Los negocios entendidos como especulación, animados por el
lubricante de la corrupción no bastan para crear una identidad masiva y exitosa.

Sin duda, el trumpismo y el destropopulismo europeo han dado alas a esta


escapada hacia delante. De todas las características de esta nueva derecha, una de las
más llamativas es la de encarar el conflicto, es más, incluso de buscarlo denodadamente al
precio que sea. Así incluso la utilización de las redes sociales para extender mentiras,
manipulaciones y prejuicios contra las minorías mediante cuentas en B -no las bancarias-,
es una frontera que se ha cruzado sin ningún tipo de reparo.

Hasta nuestro momento, la derecha se cuidaba de no poner las cartas sobre la mesa.
Ahora el nacionalismo excluyente, el machismo, la xenofobia y el negacionismo ecológico
son moneda de uso común en los discursos, además de un tono populista anti-élites que
Vox ha usado con cuentagotas, ya que jugar a la rebeldía con apellidos nobles y notables
posesiones no suele dar buenos resultados. Pero sobre todo -curiosamente es un elemento
muy poco citado- una reivindicación clasista, privatizadora y mercantilista descarada.

Así nos encontramos con una cierta paradoja histórica: en el momento en que la
izquierda lleva ya décadas inmersa en una desnaturalización de su cultura, un
transversalismo castrador y la evitación del conflicto, la derecha ha cambiado las reglas
del juego aceptando lo que son a cara cada vez más descubierta. Y de momento los
resultados en todo el mundo parece que confirman lo acertado de la táctica, no sólo por lo
electoral, sino por la creación de un nuevo sentido común donde medidas de corte
filofascista empiezan a ser aceptadas con naturalidad.

En España, de momento, la conclusión del progresismo social a este nuevo modus


operandi de la derecha está siendo la táctica del avestruz. Una especie de boicot digital que
pretende no dar publicidad a las declaraciones altisonantes y premeditadas. Lo que parece
no querer comprenderse es que la intención no es soliviantar a los adversarios sino dar
unas guías de comportamiento, un vasallaje, un sentimiento de grupo a los afines.

Además, la propia naturaleza de las redes y el triunfo de las políticas identitarias ha


configurado una serie de respuestas inmediatas totalmente contrarias a este boicot. En el
momento en que más importancia han cobrado los modos y formas, el lenguaje, en
definitiva, un culturalismo de raigambre individualista, se hace muy difícil que la gente no
entre al trapo con la única herramienta de la que cree disponer: la ofensa. Y así tenemos el
circo montado. Uno de tres pistas.

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Frente a este escenario caben tres respuestas. La primera es la del ruego. Una
suerte de apelación a la responsabilidad en temas, sobre todo, que se consideran de
Estado. Lo que no se suele comprender es que en este país carecemos de un cuerpo liberal
verdadero, una cierta derecha ilustrada con respeto sincero por la democracia. Pero sobre
todo que al final, la cuestión de Estado, es una manera elegante de definir unos intereses
que en una gran parte son precisamente conservadores.

La segunda es la de profundizar la situación actual. A más ataques a


determinados colectivos, más sobreexposición de esos colectivos. A más injusticia, más
apelaciones a la solidaridad. A más maneras atrabiliarias, más talante. Y esto, que en un
tiempo normal podría funcionar, en un entorno precarizado, puede no hacerlo. Cuando la
precariedad entra por la puerta, los buenos sentimientos saltan por la ventana.

España no es Kansas, pero puede llegar a serlo. Hace unas décadas países con una mayor
tradición democrática y una izquierda perfectamente asentada, como Italia o Francia, sólo
contemplaban a los Salvinis o las Le Pen como un mal sueño del pasado. Además hay otro
problema que ya se empieza a manifestar con el feminismo y es su desnaturalización. En
el momento en que algo funciona en el campo progresista se le exige que vaya más allá de
sus fronteras, secundarizando los propios problemas de las mujeres y convirtiéndose en
una especie de “arregla todo”.

El tercer camino es la guerra asimétrica, un camino que no requiere ni del engaño,


ni de la teatralización, la de traer a primer término los resultados del sistema económico,
un campo del que la derecha huye y teme simplemente porque demuestra a las claras los
objetivos últimos de sus políticas.Esta última semana conocíamos, por ejemplo, que los
usuarios de apuestas en línea se han triplicado en estos últimos cinco años,
alcanzando ya los más de 800000. También que se aumenta el número de horas extra, no
resultando pagadas casi tres millones, a pesar de la nueva, e incumplido, reglamento
sobre el registro de jornada laboral.

Bernie Sanders, el candidato a las primarias del partido demócrata expresaba el 21 de


agosto en Twitter que “si va a haber una guerra de clases en este país, ya es hora de que la
clase trabajadora gane esa guerra”. Una nueva crisis económica parece estar llamando a
la puerta. Una para la que la respuesta ya no será el ciudadanismo tranquilo del 15M, pero
tampoco, si no se hace nada, la respuesta organizada de la clase trabajadora. La gente es
oportunidad, pero también abismo.

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