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Derecha en España, Barra Libre
Derecha en España, Barra Libre
cuartopoder.es
Daniel Bernabé
Bertin Osborne y el expresidente José María Aznar en el programa 'Mi casa es la tuya'./ Efe
Las bodas son esos acontecimientos asombrosos donde el neoclásico en yeso aún tiene
cabida, las señoras de barrio se sienten por un día en Ascot y todo el mundo acaba
despendolándose hasta extremos que a veces rayan el bochorno. ¿El causante de tantos
despropósitos? La barra libre, ese invento que proporciona por unas horas la fantasía de
alcohol gratis en un entorno donde el pasodoble y Paulina Rubio se mezclan en un todo
delirante.
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Rivera para ver que la coincidencia con Abascal no es sólo aritmética de escaños.
Este viaje a las catacumbas ha sido un proceso histórico que empezó, al menos, tras la
última legislatura de Aznar, un experimento social donde ya no se trataba sólo de ganar
elecciones, sino de situar como consensos, como ideas razonable, buena parte del ideario
nacional-católico sustituyendo los elementos más chirriantes y desfasados por la
amoralidad neoliberal. Los negocios entendidos como especulación, animados por el
lubricante de la corrupción no bastan para crear una identidad masiva y exitosa.
Hasta nuestro momento, la derecha se cuidaba de no poner las cartas sobre la mesa.
Ahora el nacionalismo excluyente, el machismo, la xenofobia y el negacionismo ecológico
son moneda de uso común en los discursos, además de un tono populista anti-élites que
Vox ha usado con cuentagotas, ya que jugar a la rebeldía con apellidos nobles y notables
posesiones no suele dar buenos resultados. Pero sobre todo -curiosamente es un elemento
muy poco citado- una reivindicación clasista, privatizadora y mercantilista descarada.
Así nos encontramos con una cierta paradoja histórica: en el momento en que la
izquierda lleva ya décadas inmersa en una desnaturalización de su cultura, un
transversalismo castrador y la evitación del conflicto, la derecha ha cambiado las reglas
del juego aceptando lo que son a cara cada vez más descubierta. Y de momento los
resultados en todo el mundo parece que confirman lo acertado de la táctica, no sólo por lo
electoral, sino por la creación de un nuevo sentido común donde medidas de corte
filofascista empiezan a ser aceptadas con naturalidad.
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Frente a este escenario caben tres respuestas. La primera es la del ruego. Una
suerte de apelación a la responsabilidad en temas, sobre todo, que se consideran de
Estado. Lo que no se suele comprender es que en este país carecemos de un cuerpo liberal
verdadero, una cierta derecha ilustrada con respeto sincero por la democracia. Pero sobre
todo que al final, la cuestión de Estado, es una manera elegante de definir unos intereses
que en una gran parte son precisamente conservadores.
España no es Kansas, pero puede llegar a serlo. Hace unas décadas países con una mayor
tradición democrática y una izquierda perfectamente asentada, como Italia o Francia, sólo
contemplaban a los Salvinis o las Le Pen como un mal sueño del pasado. Además hay otro
problema que ya se empieza a manifestar con el feminismo y es su desnaturalización. En
el momento en que algo funciona en el campo progresista se le exige que vaya más allá de
sus fronteras, secundarizando los propios problemas de las mujeres y convirtiéndose en
una especie de “arregla todo”.
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