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LUNA

Ya se aprecia la luna tímida asomando su rostro en el cielo, que todavía es azul.


Genera curiosidad en mi cómo ese majestuoso satélite reta a los pensamientos y
aparece cuando aún no le toca. Es rebelde, pero transmite paz. Es la
contradicción más exquisita que puedo observar durante cada día, querida luna
no importa cual sean tus ganas de dejarte ver. Estés menguante o llena, me
haces sonreír al mostrarte ante mí, cuando ya el día comienza a expirarse.

Ese día, aunque no podía verte sabía que estabas allí, divirtiéndote como
siempre. Sucede que quise seguir tu ejemplo y deje que la rebeldía que jamás fue
una característica propia de mi ser, se dejase llevar por la sensación que
experimentara.

Me llama la atención ver cientos de rostros (tal vez miles) y la gran destreza para
ignorar por completo los posibles nexos que pudiese tener con cada persona,
cada rostro que mi memoria registra. Jamás nos detenemos un instante a
imaginar historias, pensar las posibilidades que pueden existir al saludar a una
persona desconocida en una calle, en un café, ¡Incluso en el transporte público!
Sin que sintamos una previa atracción o simpatía. Que luego de un saludo tímido
puedas imaginar cómo puede ser el rumbo de la conversación, fascinarte hasta
tal punto que te veas viajando alrededor del mundo, teniendo una aventura que
comenzó al momento previo de llegar a tu casa y exclamarle a tus familiares que
encontraste, tras años de búsqueda sin descanso, al amor de tú vida esa misma
mañana y que partirán con una mochila llena de sueños hasta donde las
delineadas curvas del continente les permita llegar, sonriendo honestamente y
preguntándose casi en éxtasis ¿Quién lo diría?. Puede que suene infantil, pero no
por ello deja de ser real. Esa es una de tantas posibilidades que dejamos en el
espacio, cubierto por lo que no esta en nuestros deseos pensar en alguna
ocasión… Al menos, hasta que sucede.

Ya la jornada esta llegando a su fin. Creo que una de las mejores cosas de estar
en los últimos años de una carrera universitaria es la sensación que se
experimenta al terminar la última clase del día, porque sabes que es otro día más
que puede tacharse del calendario. Un día menos en el recorrido a la toga con su
geométrico birrete. Una vez terminada mi clase fui directo a comprar alguna
galleta o chocolate que me ayudase a recuperar el azúcar que supieron
absorberme las asignaturas que cursé por la tarde. Luego de comprarme unas
frutas secas (fue lo único que me llamó la atención, no conseguí nada dulce) fui a
la parada a esperar el mismo autobús de todos los días. Al parecer
coordinabamos siempre y coincidíamos a las 5:00 de la tarde. Yo llegaba unos 15
minutos antes y esperaba ese autobús. Su conductor era un señor mayor, de
unos 57, el estresado William. Es ese tipo de chofer que no puede tener ni un
automóvil a menos de dos metros porque la histeria se apodera de su cuerpo
obeso y sudado. Usaba un uniforme poco pulcro: lo vestía una camisa de
botones abierta en el pecho donde se podía apreciar unos indicios de pubertad
que nunca floreció. La camisa que siempre usaba era de color verde olivo y los
combinaba con unos pantalones negros de gabardina, todo el tiempo bañado en
sudor y en estrés. No podía apreciar su calzado porque siempre tenia los pies en
los pedales, aunque una vez me pareció que usaba unas zapatillas deportivas
blancas, o en su caso, amarillas. Algo que no se borra de mi mente es su
expresión sin algún tipo de sentimiento más allá de una ira por todo vehículo que
se tomase la osadía de interponerse en su vía, una expresión que sólo observaba
a través del retrovisor ya que se limitaba a ver el grasiento parabrisas. Sus ojos
grises llenos de bolsas solo rotaban un poco para mirar a duras penas sobre su
hombro para así tomar el dinero y hábilmente entregar el cambio a cada pasajero
que subía en su transporte sin la necesidad de hacer contacto visual. Sin
embargo creo que es un buen sujeto.

Llegue a las 4:54 a la parada del bus. Mientras caminé desde la universidad a la
estación terminé con la mitad de la bolsa de frutos secos (Realmente creo que
terminé sólo el maní) asi que guardé el restante para cuando estuviese sentado
en el bus de William, ya que el retorno a casa es un poco extenso. Estaba al lado
de una señora que no se cansaba de hacer un gran esfuerzo de refrescarse el
rostro con un abanico improvisado con una revista que había sacado de la
cartera. Y a mi otro lado estaba una chica que, según mi criterio, era
contemporánea conmigo. La diferencia entre nuestras edades no podía ser
mayor a dos o tres años. La chica lucía un bronceado de esos que consigues
luego de ir al menos una vez por mes a la playa. Lo noté porque llevaba unos
shorts de jean bastante cortos (aunque creo que más bien sus piernas eran
bastante largas que terminaban en unas botas negras). Tenía una camisa de
cuadros rojos y blancos amarrada a la cintura, su abdomen estaba al
descubierto, era delgada. Tenía una franela blanca sin mangas con algo escrito
pero no podía apreciar porque estaba prácticamente clavada en un libro, una
novela pude notar, y con sus lentes retro parecía que se devoraba el texto con la
mirada. El viento producido por los carros que pasaban movían sutilmente su
cabello despeinado dandole algo de gracia. Tiene estilo pensé mientras notaba
que ya eran las 5:03 en mi reloj y aun William siquiera se veía venir, ni se
escuchaba a lo lejos sus cornetazos de prevención. Vi el cielo y la luna estaba
ahí, dedicándome una sonrisa. ¿Quién o qué puede creerse este simple mortal
como para no regresarle la sonrisa a esa luna tan hermosa? Sonreí.

-¿Qué bonita es verdad?

Giré mi cabeza de la impresión y para mi sorpresa la voz provenía de la chica


retro. -Pensé que yo era la única que le devolvía las sonrisas. Volví a sonreír, pero
un poco nervioso. -Tienes razón. No había notado cuando dejó de leer, ahora
supe que leía una novela de Stephen King y se reveló el mensaje en su franela:
“¿Por qué no?” Dibujada con pintura negra cómo si lo hubiese hecho ella misma
con un pincel. Por alguna razón me llené levemente de un ímpetu (emoción que
no iba acorde a esperar el bus) y decidí continuar la conversación. Por qué no.

• Veo que aprecias bastante la luna ¿No?. Me llamo Tristán. Y estreché su


mano.
• Carolina.Dijo, mientras estrechaba mi mano.- es correcto. Disfruto de ver
cómo la naturaleza me hace sentir simple, además me encanta desde que
era una bebé. Y si, soy amante de las buenas lecturas. ¿A ti te gusta leer? -
Pues claro que me gusta. Le confirmé orgulloso y comencé a explicarle que
de verdad disfrutaba de los textos, tanto como un buen café. Sólo que no era
una práctica que acostubraba porque mi tiempo era reducido como para
dedicarle a ese tipo de actividades pero pensaba leer libros que, según yo,
debía haber hecho sus respectivas lecturas hace años. Verne, Benedetti,
Wilde, Cortázar, entre otros que era imperdonable pasar por alto. Carolina
comprendió mis motivos, pero en una especie de regaño que me dió a
entender que ella sí los había leído, haciéndome pensar que tenía que hacer
con mas razón esas lecturas, de hecho, para mi sorpresa se ofreció a
prestarme varios porque Los buenos libros son cómo un vaso de agua, no
puedes negársela a nadie Era una conversación agradable. Vi mi reloj y eran
las 5:18. Pero ya no me preocupaba por William y su retraso, quería estar en
esa parada un poco más. Entonces ella hizo un gesto de acomodarse -Este
es mi bus, gracias por la charla. Giro la mirada para ver la dirección a la que
se dirigía el transporte y para mi sorpresa iba en la misma dirección que yo.
¿Qué tan cerca de mi casa viviría? No era William el que venía, pero estaba
contento por ello. -Hey, es el mío también. Comenté emocionado. Su cara
mostró algo de perplejidad, pero mostró una nueva sonrisa. -Vamos pues. Y
subimos.

5:29 ya en la vía a nuestras casas, para mi extrañeza pudimos tomar asiento. Nos
ubicamos en los dos últimos puestos que estaban desocupados al final del
autobús. Y allí continuamos nuestra charla. Jamás había tenido tal necesidad de
escuchar, era como si cada historia representaba un mundo distinto. No quería
perder ningún detalle y el tráfico estaba de mi lado. Resulta que es modelo y
fotógrafa, así es cómo generaba sus ingresos. Vivía sola con su madre y deseaba
en algún momento emigrar a Argentina. Todo cuanto hablaba me fascinaba.
Respondía sin problemas a cada pregunta. En otra oportunidad hubiese usado el
tráfico como excusa para dormir un poco o distraerme por las ventanas. Nuestra
conversación iba tomando rumbos diferentes, hablamos de política, de
personajes históricos que influenciaban nuestros estilos de vida, de cine, de
cómo las personas tenían miedo o les disgustaba lo desconocido, pero que
nunca había interés, hablamos de todo sin pausas. Sus pensamientos rebeldes
me llenaban de paz y palabra a palabra me interesaba más. Miré mi reloj
nuevamente, dispuesto a suplicar más tiempo si era necesario porque noté que
nos acercabamos a mi parada. 6:49, esto fue cómo un dolor punzante, la verdad
no quería llegar. ¿Cómo podía robarle más minutos al día para conversar un poco
más con Carolina? ¿Y si no la veía más en mi vida? Entonces me asomé por la
ventana y estaba la luna viéndome en su mayor esplendor, casi danzante en el
cielo que ya se había oscurecido. Y gracias a su luz pude ver de nuevo su franela
llena de pintura. ¿Por qué no? -Ya estoy por bajarme, pero oye, ¿No te gustaría
compartir conmigo una taza de café mañana? Conozco un buen lugar. Le dije,
lleno de esperanza viendo su camisa. Observo juguetona la luna, y tras una
sonrisa Carolina accedió.
Entonces me paré para bajarme y resulta que ella venía detrás de mi. -Si, yo
también vivo por aquí. ¿Cómo era posible que tantos años viviendo en este lugar,
no supe nunca que alguien tan increíble vivía a un par de cuadras de donde vivo.
¿Y si habían más personas así? ¿Cuántas habré pasado por alto? ¿Alguna vez
habré coincidido con Carolina en mis viajes en el transporte público? Lo cierto es
que mañana disfrutaré de una buena conversación, con un café. Mejor,
improbable.

Intercambiamos números y cada uno puso rumbo a su hogar. Llegué a las 7:14,
con una alegría extraña, diferente.

Ya se aprecia la luna tímida asomando su rostro en el cielo, que dejó de ser azul.
Siento curiosidad por lo que me traera el café de mañana.

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