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Schenke, Ludger - La Comunidad Primitiva
Schenke, Ludger - La Comunidad Primitiva
Ludger Schenke
Editorial Sígueme
Salamanca 1999
PRÓLOGO
«Los comienzos suelen ser oscuros. Esto ocurre también con el cristianismo
pospascual. Las escasas noticias de los Hechos de los apóstoles, cuyo valor
documental es indiscutible, no hacen sino aumentar la oscuridad. Pero el
historiador no se conformará con la penumbra sobre una térra incógnita.
Sabe que los inicios contienen siempre en germen la ley del futuro. Por eso
intentará una y otra vez penetrar en la oscuridad sin desanimarse por los
errores cometidos, aunque sean el pan de cada día, y utilizándolos como
acicate. Pero si no sucumbe totalmente a la resignación, se lo debe a la
crítica de los evangelios y en particular al trabajo de la historia de las formas.
Ambas nos permiten atribuir una buena parte de la tradición sinóptica a la
predicación de la comunidad pospascual» (E. Kasemann).
Las exposición que se hace aquí de la evolución histórica y teológica de la
comunidad primitiva no tiene como base los resultados de la investigación
personal del autor. Yo me apoyo en el consenso que creo advertir en la
exégesis histórico-crítica. Soy consciente del riesgo que asumo con ello. No
todos admitirán el consenso crítico que yo percibo; pero estoy seguro de que
no es una quimera. El suelo sobre el que construyo aquí podrá temblar, pero
creo que aguanta. No se han anunciado seísmos en la investigación del
nuevo testamento. Los pequeños temblores que cabe esperar no harán caer
el edificio.
No he buscado en la exposición nuevas ideas sino claridad. He querido
relacionar la historia de los hechos, la historia social y la historia de la
tradición en la comunidad primitiva y presentarlas en un solo volumen. Creí
que esa visión de conjunto era hoy necesaria y urgente para los estudiantes.
Muchos han contribuido a que se haya podido publicar esta obra. Barbara
Daub, Eva Sobar y el estudiante teólogo de fin de carrera Matthias Gortz
trasladaron al ordenador el enrevesado manuscrito. Rainer Feige, titulado en
teología, ha compuesto los elencos bibliográficos y confeccionado los índices
con la señora Sohár. Mis colaboradores científicos Christoph Dahm y
Johannes Neugebauer han leído cuidadosamente, con Matthias Gortz, todo el
manuscrito, lo han enmendado y me han propuesto algunas mejoras. A
todos ellos doy las gracias cordialmente por su colaboración.
1.- LOS COMIENZOS
1. Nota introductoria
Nuestra exposición de la historia de la comunidad primitiva comienza con el
final de la actividad terrena de Jesús. Comienza con la aparición en público
de los discípulos, después de la muerte en cruz de Jesús, para anunciar que
el Crucificado había sido resucitado por Dios y continuar su mensaje.
Pero cabe preguntar si una historia de la comunidad primitiva no incluye
también la actividad del Jesús terreno. Los discípulos siguieron difundiendo
su mensaje después de pascua. Ellos, convocados por Jesús para seguirle,
fueron la célula germinal de la comunidad primitiva. Parece, pues, que el
movimiento fundado por Jesús fue una realidad histórica unitaria y sostenida.
En efecto, la actividad y el mensaje de la comunidad cristiana primitiva
hunden sus raíces en la actividad y el mensaje del propio Jesús. Este había
aparecido en Galilea y en Judea para anunciar la inminencia del reinado de
Dios, que se abría paso ya en sus obras (Lc 11,20). Había recorrido Palestina,
apoyado en la hospitalidad y la amistad de sus fieles, para convocar a todo
Israel a la recepción de la basileia. Ganó numerosos adeptos. La mayoría de
ellos no se movió de su lugar, pero un pequeño grupo acogió la llamada a
apoyarlo en la misión y compartió su vida itinerante abandonando la familia.
Estos dos círculos de seguidores de Jesús conservaron en la memoria y
trasmitieron sus palabras, parábolas y acciones.
La tradición del Jesús terreno con sus parábolas, dichos y exhortaciones
sapienciales, junto con los relatos de sus acciones, continuó después de
pascua. Pero ¿su contenido era idéntico al de la tradición prepascual? ¿no
quedó ésta radicalmente cuestionada con el fracaso de Jesús, y no
experimentó un cambio cualitativo con su resurrección? El que recordaba y
refería después de pascua los dichos y hechos de Jesús lo hacía consciente
de trasmitir palabras y hechos de alguien que había acabado en la cruz, pero
al que Dios había resucitado y confirmado. Por eso, los dichos y hechos de
Jesús no fueron trasmitidos después de pascua como palabras y acciones de
un gran personaje del pasado sino del Jesús que vivía con Dios en virtud de
su resurrección. La tradición de la comunidad cristiana primitiva tuvo como
tema a Jesús resucitado. Las palabras del Jesús terreno eran válidas porque
su autor seguía vivo.
El mensaje de Jesús adquirió un nuevo contenido después de pascua. El
propio Jesús se convirtió en objeto del anuncio cristiano. El anunciador pasó
a ser el anunciado. Jesús había relacionado su persona con el reino de Dios
por él anunciado. También fue consciente de interpretar y anunciar
auténticamente la voluntad de salvación y santificación escatológica de Dios.
Vivía y trasmitía en su mensaje una relación radicalmente nueva y directa
con Dios, y consideró su actividad como el «comienzo» del reino de Dios en
un sentido real y no sólo provisional. Pero Jesús no se había anunciado a sí
mismo ni había mostrado pretensiones mesiánicas, aunque actuó con la
conciencia de ser el último mensajero de Dios.
La situación cambió totalmente en la predicación cristiana primitiva después
de pascua. No era posible la aceptación del mensaje de Jesús después de la
cruz y la resurrección sin reflexionar explícitamente sobre la persona del
mensajero y su significación para la inminente acción salvadora de Dios, y
sin tomar postura ante él. La muerte y la resurrección de Jesús son ahora el
contenido de la predicación cristiana. La predicación de la comunidad
primitiva continuó, pues, el anuncio de Jesús; sus afirmaciones cristológicas
«explícitas» se basan en la «cristología implícita» que comportó la vida de
Jesús; pero el anuncio de Jesús y la predicación de la comunidad pospascual
no guardaban una continuidad estricta.
El carácter del movimiento de Jesús se modificó también después de pascua.
Jesús no se había presentado como mesías y, por eso, tampoco concibió su
movimiento como una comunidad especial dentro de Israel. Su actividad
como último mensajero de Dios se encaminó a la recuperación y conversión
de todo Israel. No pretendió reunir a un «resto santo». Los discípulos
elegidos por él tampoco representaban un resto santo sino que eran
mensajeros para todo Israel. También después de pascua dirigieron su
palabra al conjunto de Israel. Este era invitado a reconocer al mesías Jesús y
sumarse a su comunidad. La comunidad primitiva se presentó pronto como
una comunidad específica que pretendía interpelar a todo Israel y
representarlo, pero era consciente de diferir cada vez más del Israel
incrédulo por su fe en el mesías Jesús y por la esperanza de su pronta
aparición.
Así pues, la continuidad entre el tiempo del Jesús terreno y el tiempo
posterior a pascua es también limitada. Por eso renunciamos a la inclusión
del período prepascual en la exposición de la historia de la comunidad. Esta
renuncia es obligada por razones prácticas y se justifica metodológicamente.
Pero es evidente que la comunidad primitiva y su mensaje se basan en el
movimiento prepascual de Jesús. Hay que reconocer, no obstante, que entre
el movimiento prepascual y el movimiento pos-pascual hay un foso que el
historiador puede salvar lanzando puentes, pero no puede saltarse sin más.
a) El papel de Pedro
La primera aparición otorgada a Pedro legitimó a éste como primer discípulo.
Pedro había desempeñado ya un papel destacado en vida de Jesús en el
grupo de discípulos. Pero su puesto preeminente en la comunidad primitiva
lo ocupó por haber sido el primer testigo de la resurrección. Es lo que
expresa 1 Cor 15, 5, que lo llama con su «nombre oficial» Cefas. Esto no
tiene por qué significar que este nombre le fuera impuesto en la primera
aparición, pero sí que llevó este nombre por esa razón.
La aparición del Resucitado debió de suponer para Pedro el giro decisivo de
su vida. Pedro creyó en la misión y el mensaje de Jesús y lo confirmó con el
seguimiento; pero la aparición del Resucitado dio una nueva dimensión a la
fe de Pedro. Esa fe pasó a ser la fe en el Resucitado mismo, a quien Dios
había confirmado a pesar de su muerte ignominiosa y cuyo mensaje sobre la
inminencia del Reino seguía siendo por tanto válido. La aparición de Jesús
resucitado por Dios le hizo ver que había llegado el tiempo final. La esperada
resurrección de los muertos se había producido ya en Jesús. Este vivía ahora
en la gloria del cielo junto a Dios y se disponía a ejercer una función
escarológica. Si el Jesús terreno había entendido ya su acción como el
comienzo del reino de Dios, ahora cabía esperar del Resucitado la realización
definitiva de la basileia. Quizá todo esto quedó claro para Pedro con la
aparición del Resucitado. Lo que Pedro y los discípulos apenas habían podido
vislumbrar en vida de Jesús, se convirtió en certeza con la aparición del
Resucitado: Jesús había sido confirmado por Dios espectacularmente y
constituido en el «mesías/Hijo del hombre» celestial.
Pedro debía dar testimonio de lo que le fue revelado en la primera aparición.
Toda la tradición del cristianismo primitivo afirmó que las apariciones no
fueron meras revelaciones privadas sino a la vez un llamamiento y una
misión de los testigos. Esto es válido también para Pedro. La primera
aparición hizo de él el primer testigo pospascual en favor de Jesús y del valor
de su mensaje. Cabe presumir así que Pedro anunciara entre los seguidores
de Jesús el mensaje de que el Crucificado vivía, y que reuniera a los
discípulos. ¿Qué otra función iba a tener la primera aparición a Pedro? En la
mayoría de las siguientes apariciones del Resucitado que se enumeran en 1
Cor 15, 5ss, Pedro estuvo igualmente presente.
El papel de Pedro en los comienzos de la comunidad primitiva resulta claro
por el antiguo logion tradicional de Lc 22, 31s.
Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo.
Pero yo he pedido por ti para que no pierdas la fe. Y tú, cuando te
arrepientas, afianza a tus hermanos.
Estas palabras dirigidas a Pedro anuncian una grave crisis de los discípulos
de Jesús: Satanás los «cribará» como se criba el trigo para separar el grano
de la paja. En esta crisis muchos serán desleales. Pero Jesús oró por Pedro
para que no desfalleciera su fe. A él encomienda la misión de fortalecer a los
hermanos acosados.
El logion refleja retrospectivamente la situación de los discípulos ante la
pasión de Jesús. Esto se interpreta como una crisis de fe en los discípulos
provocada por Satanás. Pero el texto no dice en modo alguno que todos los
discípulos vayan a flaquear en la fe a excepción de Pedro; tampoco dice que
Simón no será «cribado» por Satanás. El texto expresa más bien su papel
después de pascua. El fortaleció a los hermanos. Posiblemente se hace aquí
referencia a su testimonio pascual, que él dio después de la primera
aparición del Resucitado.
Lc 22,31 no es un dicho del Jesús terreno. ¿Por qué Jesús iba a orar sólo por
Pedro? Es más bien un dicho profético del cristianismo primitivo que fue
pronunciado en nombre del Resucitado. Justifica la función directiva de
Simón Pedro en la comunidad por la oración del Jesús terreno y por el papel
histórico que Simón Pedro desempeñó como primer testigo del Resucitado.
1. La «fórmula de contraste»
Una de las fórmulas más antiguas del anuncio cristiano primitivo, quizá la
más antigua, nos ha llegado en los discursos de los apóstoles en los Hechos
(2, 14-36; 3, 12-25; 4, 8-12; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 16-41)'. Estos discursos
no reproducen literalmente las palabras de los apóstoles sino que son
composiciones de Lucas; pero contienen fórmulas consagradas. Hech 4, 10b
incluye una de esas fórmulas:
...Jesús, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de la muerte.
La fórmula está en acusativo; requiere, pues, una oración antecedente.
Probablemente comenzaba con la frase «Os anunciamos a Jesús...». El
contexto vital de la fórmula fue quizá el anuncio misionero más antiguo de la
comunidad jerosolimitana sobre Jesús. Hace responsables a los oyentes de la
crucifixión de Jesús; ellos habían rechazado a Jesús. Afirma que Dios
respondió a ese rechazo con la resurrección de Jesús; y contradice el juicio
de los judíos sobre el Crucificado (cf. Dt 21, 22). Dios rehabilitó y justificó al
Crucificado resucitándolo. El oyente es invitado ahora a aceptar el juicio de
Dios. La fórmula es, pues, anuncio y llamada a la conversión al mismo
tiempo.
No contiene aún ningún título cristológico, y esto es una prueba de su
antigüedad. Reivindica a Jesús al atestiguar la acción de Dios en él,
resucitándolo. Sólo dice que el Jesús crucificado no permaneció en la muerte
como un maldito sino que fue arrancado de ella por la acción escatológica de
Dios en la resurrección; pero ya esto lo rehabilita definitivamente. Jesús vive
como «justo» cerca de Dios. La fórmula dice de él lo que nunca se puede
decir de ningún otro ser humano. Dios actuó en él como en ningún otro. El
texto no expresa aún para qué lo resucitó Dios, pero queda abierto en esa
dirección. La resurrección de Jesús lleva consigo su elevación a Dios; además
de justificar al Jesús terreno y su mensaje, afirma implícitamente que a Jesús
le fue otorgada una función celestial.
2. El pueblo llano
El pensamiento y el sentimiento religioso de la gente sencilla apenas ha
dejado huellas literarias; pero aún se percibe su voz en el nuevo testamento.
En las parábolas y discursos de Jesús aparece el pueblo llano y su mundo: los
criados y los jornaleros pobres que se ganaban el sustento en las grandes
haciendas, los publícanos y las prostitutas que ejercían una actividad
despreciada en pecado permanente, los pequeños agricultores autónomos,
pescadores y pastores en constante preocupación por Ja cosecha, la pesca y
Jos pastos; también Jos mendigos, es decir, los enfermos y tullidos que no
podían ganarse el sustento con su trabajo. La mayoría de ellos vivían
agobiados con la preocupación de la comida y el vestido (Lc 12,22). La visita
de un amigo podía ponerlos en apuros (Lc 11, 6ss). En los relatos del nuevo
testamento aparecen enfermos y posesos que habían sucumbido a la presión
de la lucha por la vida con secuelas en el cuerpo y el alma. La gente veía a
diario en tales enfermos y posesos lo peligrosa e incierta que era su vida
pobre. ¿No era aquél un tiempo perverso? ¿no reinaban en él Satanás y los
demonios? ¿dónde estaba la promesa de Yahvé para Israel?
Estas preguntas se formulaban sobre todo ante las circunstancias de poder
político en Israel. En lugar de Dios, a quien correspondía reinar sobre Israel,
dominaba una potencia extranjera. Esta potencia había arrumbado la realeza
sacerdotal asmonea venida a menos, para imponer «reyes extranjeros» en
tierra judía. En tiempo de Jesús y de la comunidad primitiva, Judea estaba
administrada directamente por gobernadores romanos. Los sumos
sacerdotes y el sanedrín tenían al menos ciertos derechos de autogestión;
pero en Galilea y sus zonas septentrionales gobernaban los hijos de Herodes,
Antipas y Filipo, como pequeños príncipes orientales absolutistas. Ninguno
de estos gobiernos tenía legitimad a los ojos de la población judía. «El pueblo
judío no podía sentirse representado por ellos ni 'hacia fuera' ni 'hacia
dentro'» (Ebertz, 116). Su régimen era para ella una servidumbre del pueblo
de Dios, una profanación de la «tierra santa». El cambio constante de la
situación política y de las estructuras administrativas impedía ya contar con
una situación estable.
La pérdida de legitimidad afectaba también al cargo de sumo sacerdote y al
sanedrín, en tanto que estos órganos de autoadministración judía
colaboraban con el gobierno ilegítimo y aparecían en dependencia total de
él. La experiencia de pleno dominio extranjero y de pérdida total de
soberanía, acompañada de una elevada conciencia de elección religiosa, era
especialmente fuerte entre la población judía de Galilea y las regiones de
TransJordania. Esta antigua región de Israel había sido recuperada con la
política de conquistas asmonea. Ahora los territorios estaban de nuevo
segregados de la patria judía y eran regidos por pequeños príncipes
helenístico-orientales.
Estos habían cubierto además el país de nuevas ciudades, para las que
atrajeron a colonos sirios y griegos. La población judía era minoritaria en
estas ciudades. Y con los colonos extranjeros penetraron la religión y la
cultura helenística en el país. Palacios y villas de estilo helenístico, templos
paganos, teatros y anfiteatros presidían la imagen del paisaje y de las
ciudades recién fundadas. La población judía miraba con hostilidad estos
símbolos de dominio extranjero, de cultura foránea y, sobre todo, de religión
pagana; evitaba el contacto con la población pagana y se mantenía alejada
en lo posible de las ciudades y de la actividad económica y cultural.
Pero el comercio se realizaba en las ciudades. Aquí estaban los mercados
donde se ponían a la venta los productos agrarios del país. Aquí vivían las
clases altas, los funcionarios de la administración estatal, comerciantes y
artesanos; y los poderosos terratenientes se hacían construir sus palacios en
las ciudades.
«Los habitantes de las ciudades, de origen y de espíritu helenístico en su
casi totalidad, eran para la población autóctona una nueva casta de
conquistadores extranjeros; y los nativos quedaban condenados a ser una
población sometida, a pesar de toda la política de equilibrio nacional. El
poder autóctono, basado en la posesión del templo y en la administración
autónoma, había quedado roto o vacío en un proceso implacable llevado con
habilidad y astucia. La ciudad gozaba de una administración autónoma. La
población de los alrededores quedó adscrita a las nuevas organizaciones
urbanas y sujeta progresivamente al tributo y la servidumbre. El comercio se
concentró en sus mercados; y en las ciudades residían los numerosos
funcionarios de las nuevas monarquías, que controlaban cada vez más la
vida pública» (Lohmeyer, 26). Mientras la mayoría de la población judía, con
la excepción de Jerusalén, vivía en el campo y lo cultivaba como sus
antepasados, en las ciudades helenísticas recién fundadas surgió una clase
alta que era en su mayoría de origen extranjero. La minoría judía de las
ciudades, contrariamente a la población campesina, se adaptó al entorno
helenístico por razones sociales y económicas. Así pudo diversificarse la
mentalidad en la población judía de Palestina. Los judíos de las ciudades se
iban adaptando a la mentalidad urbana. En la población campesina, en
cambio, predominaban la escisión emocional por la pérdida de identidad
nacional y los sentimientos de impotencia ante un dominio extranjero que
abarcada todos los órdenes de la vida. Ambas situaciones tenían que
repercutir en el pensamiento religioso.
A esto se añadía una postración social extrema. Las nuevas fundaciones de
ciudades, los edificios de representación, el estilo de vida oriental en las
cortes de los príncipes, la codicia desenfrenada de los gobernadores
romanos y de los altos funcionarios, hicieron aumentar la carga fiscal, que
resultó insoportable. Su promedio era del 30 al 40 por ciento como mínimo.
Se sumaban los impuestos religiosos: el diezmo para el mantenimiento del
personal del templo, el tributo anual del templo y la obligación de consumir
anualmente otro «diezmo» en Jerusalén durante la fiesta de pascua.
«La consecuencia de las exacciones fiscales fue, por una parte, el creciente
endeudamiento, que podía llevar a la pérdida de las posesiones o de la
posición social y, en caso extremo, a la venta de los deudores y sus
familiares como esclavos (cf. Mt 18, 23ss), especialmente entre los pequeños
campesinos aún existentes, el antiguo 'núcleo del pueblo' y anterior
'backbone of Palestinian agriculture', ya que su suelo, cultivado por los
miembros de la familia, 'rendía apenas lo mínimo para la subsistencia'. Otra
consecuencia era la creciente concentración latifundista en manos de
aquellos agricultores, terratenientes o especuladores que podían disponer
aún de un excedente de producción y de dinero a pesar de las elevadas
cargas fiscales y esperaban hacer negocio con la creciente escasez de
bienes de otros; por ejemplo, con un préstamo en dinero o en especie a
cambio de una hipoteca sobre el suelo. El pequeño agricultor quedaba así
prisionero entre los grandes latifundistas y los funcionarios del gobierno, que
trabajaban en la misma línea a través del sistema de impuestos. El suelo
podía ser traspasado por insolvencia del deudor, a través de un
procedimiento judicial interpuesto, y pasar a propiedad del acreedor si éste,
ante la mano de obra excedente y, por tanto, barata (Mt 20, 1ss; Lc 16,3), no
estaba interesado por la antigua norma de esclavitud del deudor, todavía
vigente en la 'época de transición'. Esto podía conducir a tal reducción del
suelo que no alcanzara ya a cubrir las necesidades y el mínimo vital del
pequeño oikos; entonces era inevitable la desaparición de la mano de obra
contratada y familiar, que debía buscarse la vida fuera de la casa.
Consecuencia alternativa a la emigración y al desarraigo social era la
dependencia socioeconómica, entablando otra relación laboral — por
ejemplo, como arrendatario o jornalero— con un terrateniente, 'hombre duro'
que siega donde no siembra y recoge donde no esparce' (Mt 25, 24)»
(Ebertz, 157s).
Las parábolas de Jesús dan una imagen realista de las condiciones de vida de
la población campesina judía. Su situación económica era en conjunto mala.
Las parábolas hablan de falta de semilla y de trigo, de hambre y epidemias.
La penuria económica empujaba a los pequeños agricultores al
endeudamiento y la pobreza. Los rebeldes judíos encontraban entre ellos
suficiente personal en estado de desesperación y sin perspectivas de futuro,
dispuesto a pelear por instaurar el gobierno de Dios. Por eso, al comienzo de
la guerra judía, los rebeldes prendieron fuego al archivo urbano de Jerusalén
que guardaba los títulos de deuda «para imposibilitar así el cobro de las
deudas, atraerse a la multitud de deudores e incitar a los pobres a la rebelión
contra los ricos sin que tuvieran nada que temer» (Josefo, Bell 2, 245ss).
La lucha por la subsistencia, a veces desesperada, produjo muchas vidas
fracasadas, muchos enfermos físicos y psíquicos incapaces de resistir la
fuerte presión. Vivían como mendigos y posesos fuera del orden de la
sociedad, obligados a vivir de la generosidad de otros. Muchas personas no
sabían en realidad si al día siguiente tendrían qué comer o un techo donde
cobijarse. El que vivía algo mejor, era consciente de que alguna vez podía
tocarle una suerte parecida.
«No es fácil exagerar la importancia de las preocupaciones por el sustento
diario en aquella época... No era un problema exclusivo de Palestina. Ben-
David calcula: 'Con una ganancia de 200 denarios anuales se podía comprar
en la época de la Misná 2.400 panes. El Jornal de un bracero era de un
denario y tenía, por tanto, un poder de compra de 12 panes; y como podía
trabajar 200 días al año, su jornal cubría las necesidades vitales mínimas. En
una familia de seis miembros, los ingresos mínimos de 200 denarios
alcanzaban para adquirir 400 panes al año por cabeza, es decir, 1.400
calorías diarias. Esta tasa tan baja de calorías se sitúa en el límite inferior de
las necesidades alimentarias de! hombre'. El siguiente proverbio rabínico
expresa muy bien la conciencia de vivir al borde de lo mínimo para subsistir:
'El que hoy tiene pan en su cesto y está pensando en lo que va a comer
mañana es un pusilánime'» (Schottroff-Stegemann, 87s).
En estos medios no se compuso ningún escrito que recogiera los
pensamientos, deseos y esperanzas de aquella gente. Pero todos ellos eran
«hijos de Abrahán» y mantenían en lo posible la alianza de Dios con Israel y
sus preceptos. Oraban en el templo al menos una vez al año y hacían las
ofrendas de la gente humilde. En las sinagogas escuchaban, los sábados, los
mandatos de Yahvé; pero carecían de instrucción, y la alta teología les era
ajena. No podían preocuparse de cuestiones de interpretación de la ley en su
lucha diaria por la supervivencia. No se podían permitir el lujo de preguntar
por la pureza ritual y por el pago de los diezmos de los productos del
mercado. El que apenas podía proveer su propia subsistencia y la de la
familia, tampoco podía hacer una ofrenda barata, porque el género era
posiblemente impuro o faltaban los diezmos por pagar. Menos aún podía
permitirse los costosos procedimientos para la purificación ritual ni pagar los
diezmos de sus provisiones. Sin embargo, también en la mente de estas
personas que luchaban por la supervivencia había una idea de Dios y de su
acción. También en sus corazones latían esperanzas: Dios instauraría
finalmente su reinado en Israel. Esta esperanza se expresa en la plegaria en
el qaddish, por ejemplo:
Ensalzado y santificado sea su nombre excelso en el mundo, que él creó por
su voluntad. Haga venir su reino en vuestra vida y vuestros días pronto y en
un futuro próximo. Decid a esto amén. Su nombre excelso sea aclamado por
siempre jamás... Plenitud de paz y vida haga descender el cielo sobre
nosotros y sobre todo Israel. Decid a esto amén.
Quien hizo la paz en sus alturas nos conceda también paz a nosotros y a
todo Israel. Decid a esto amén.
La predicación de Jesús sintonizó sin duda con estas esperanzas. Las
esperanzas se cumplieron cuando él quebrantó el poder de las fuerzas
demoníacas, prometió a los «pecadores» el perdón gratuito de Dios y
anunció la voluntad salvífica de Dios extensiva a todo Israel y la llegada
inminente de su Reino.
3. Los esenios
Entre los oyentes del mensaje pospascual de los discípulos había también,
sin duda, esenios. Los miembros de esta comunidad vivían en todas partes:
en ei campo, en colonias propias y en barrios urbanos. Jerusalén contaba con
un asentamiento esenio; se conjetura que estaba ubicado en la colina
suroccidental de la ciudad. El número de esenios no era elevado en relación
con la población total. Filón y Josefo los cifran en 4000 personas
aproximadamente. De ellas una parte vivía en poblados recónditos de estilo
monástico, de los que conocemos uno: Chirbet Qumran. Pero hubo
probablemente varios de estos poblados en Palestina.
Los esenios que convivían en Qumran bajo la dirección de sacerdotes
sadoquidas constituían una especie de comunidad monástica. Vivían sin
posesiones y eran al menos temporalmente célibes. Se consideraban un
sacerdocio santo, y practicaban su vida de comunidad como un culto divino.
Los esenios que vivían dispersos en el campo estaban casados y poseían
bienes. También ellos estaban organizados rígidamente en comunidades,
pero sus presidentes no eran generalmente sacerdotes sino laicos. Los
sacerdotes se ocupaban de la interpretación de la tora. En cada comunidad
de diez miembros debía actuar un sacerdote.
Los esenios llamaban la atención por su largo hábito blanco, pero también
por su conducta. Su trato era rígido. En su afán por guardar la pureza cúltica,
rara vez compraban en el mercado o tienda, y nunca lo hacían contra pago
en metálico, sino por trueque. Eran considerados muy religiosos, pero se
sabía poco sobre su comunidad y su fe. Estaban obligados a guardar
celosamente sus secretos. Debían «evitar la discusión con la gente baja y
ocultar las enseñanzas de la ley a la gente profana».
Muchos que admiraban a los esenios por su religiosidad radical, ignoraban
probablemente que eran considerados por ellos como «gente baja y
profana», y despreciados como tales. Los esenios no misionaban ni hacían
proselitismo para su comunidad. Creían que Dios había repartido ya las
«suertes» y que todo el que estuviera del lado de Dios entraría en su
comunidad.
Del Dios del conocimiento procede todo ser y devenir. Antes de que existan,
él les ha fijado todo el plan. Y cuando existen para seguir su destino, hacen
su obra según el plan de Dios, y no hay cambio. En su mano están las leyes
para todo; él creó al hombre para glorificarlo en la tierra y le asignó dos
espíritus para vivir en ella hasta el momento prefijado del retorno. Son los
espíritus de la verdad y la maldad.
En la fuente de la luz está el origen de la verdad, y de la fuente de las
tinieblas procede la maldad. En manos del príncipe de las tinieblas está el
dominio sobre los hijos de la maldad, y por las \ ías de las tinieblas caminan
ellos. A través del ángel de las tinieblas llega el error sobre todos los hijos de
la justicia, y todo su pecado, miseria y culpa, y las malas acciones están bajo
su poder según los designios de Dios, hasta que llegue su tiempo. Todos los
espíritus del ángel de las tinieblas intentan hacer caer a los hijos de la luz.
Pero el Dios de Israel y el ángel de su verdad ayudan a todos los hijos de la
luz. El creó los espíritus de la luz y de las tinieblas, y en ellos fundó toda obra
[y en] su [camino] todo servicio. A uno (de los espíritus) ama Dios
perpetuamente, y en todos sus actos se complace siempre. Del otro se
aparta, y de su consejo, y sus caminos aborrece por siempre... En estos (dos
espíritus) se encuentran las generaciones de todos los hombres, y de sus
esferas participan todas las multitudes en sus generaciones. Por sus caminos
marchan, y toda acción de sus obras acontece en sus esferas conforme al
lote de cada uno, sea mucho o poco, por todos los tiempos. Porque Dios los
puso en partes iguales hasta el último tiempo y determinó la lucha perpetua
entre sus esferas. La verdad aborrece las obras de la maldad, y la maldad
aborrece las obras de la verdad. Fiera lucha hay en todos sus actos, pues no
pueden caminar juntas. Pero Dios, en los misterios de su designio y en su
sabiduría soberana, puso un término a la existencia del mal, y en el tiempo
fijado del retorno lo aniquilará definitivamente. Y entonces brotará la verdad
del mundo para siempre, pues ella fue arrastrada por los caminos de la
impiedad bajo el dominio del mal hasta el momento del juicio establecido.
Entonces Dios con su verdad acrisolará todas las obras del hombre y
purificará a algunos de los hijos de los hombres, destruyendo todo espíritu
de maldad del interior de su carne y purificándolos, mediante el espíritu
santo, de toda obra impía. Y derramará sobre ellos el espíritu de la verdad
como agua lustral (para la purificación) de todos los horrores de la mentira y
de la inmersión en el espíritu inmundo, para instruir a los bien criados en el
conocimiento del futuro y en la verdad de los hijos del cielo, y hacer sabios a
los que son perfectos en conducta. Porque Dios los eligió para la alianza
perpetua, y a ellos pertenece toda la gloria del hombre. Y la maldad no
existirá más, fracasarán todas las obras del mal. Hasta entonces luchan los
espíritus de la verdad y la maldad en el corazón del hombre. Ellos caminan
en sabiduría y en necedad, y conforme a la herencia de verdad y justicia,
una persona aborrece el mal, y conforme a su lote de maldad, obra
impíamente y aleja la verdad. Pues a partes iguales las puso Dios hasta el
tiempo fijado y hasta la nueva creación.
Pero esta idea atroz de una predestinación absoluta del hombre tiene su otra
cara atrayente. Los miembros de la comunidad eran conscientes de haber
sido justificados sin colaboración suya, por la gracia de Dios. Reconocían
haber formado parte de los pecadores e impíos antes de su vida en la
comunidad, y que Dios los había segregado inmerecidamente. Encontramos
en esta comunidad testimonios impresionantes de una gran conciencia de
pecado y de gratitud por la acción salvadora de Dios por pura misericordia.
Te alabo. Señor, porque libraste mi alma de la fosa, y del inframundo del
abismo me elevaste a tu altura perpetua. Camino por vía llana, inescrutable,
y confieso que hay esperanza para aquel que tú formaste del polvo para un
destino eterno. Al espíritu converso purificaste del gran delito para que
ocupe el lugar con el ejército de los santos y entre en comunión con la
sociedad de los hijos del cielo...
yo, formado del lodo, ¿qué soy ya? Amasado con agua, ¿qué valgo ya? ¿y
qué fuerzas tengo ya? Porque estoy en territorio del mal y con los malvados
comparto la misma suerte. El alma de los pobres quedó en gran confusión, la
ruina fatal acompañó mis pasos, cuando todas las trampas de la cueva se
abren, todos los lazos de la impiedad se extienden y la red de los malvados
está sobre el agua.
yo reconozco que no hay justicia en el hombre ni conducta perfecta en el hijo
del hombre. En el Dios altísimo están todas las obras de justicia, pero la
conducta del hombre no es firme, si no es por el espíritu que Dios le insufló
para hacer perfecta la conducta de los hijos de los hombres, para que todos
conozcan sus obras, producto de su fuerza, y la plenitud de su misericordia
sobre todos los hijos de su agrado. Pero yo fui presa de miedo y terror, y
todos mis huesos se rompieron. Mi corazón se derritió como cera ante el
fuego y mis rodillas fluyeron como agua que se precipita por la pendiente.
Pues recordé mis culpas y las infidelidades de mis antepasados, cuando se
alzaron sacrílegos contra tu alianza y malvados contra tu palabra. Dije: Por
mi pecado estoy perdido para tu alianza. Pero ai recordar la fuerza de su
mano y la plenitud de tu misericordia, me enderecé y levanté, y mi espíritu
recobró la firmeza frente a la miseria, pues me apoyé en tu misericordia y en
la plenitud de tu compasión. Porque tú expías el pecado y purificas al
hombre de la culpa con tu justicia. Mas no (lo) haces por el hombre [sino por
tu honor] .
Y reconocí que hay esperanza para aquellos que se convierten del delito y
dejan el pecado... para caminar por la vía de su corazón sin maldad. Fui
consolado ante el alboroto del pueblo y ante el estruendo de los reinos
aliados. Porque sé que levantarás en breve lo que queda vivo en tu pueblo y
un resto de tu herencia, Y los acrisolas para quedar limpios de culpa, pues
todos sus actos existen por tu fidelidad. Y por benevolencia los juzgas con
gran misericordia y gran perdón para instruirlos con las palabras de tu boca
y conforme a la rectitud de tu verdad fijar los en tu designio.
Porque tú asentaste mi espíritu y conoces mis sentimientos, y en mis
tribulaciones me consolaste, y por tus perdones me alegro, y me pesa el
anterior pecado. Y reconocí que hay esperanza por tu misericordia y
perspectivas por la plenitud de tu fuerza desbordante. Porque nadie es justo
en tu juicio y nadie inocente en tu proceso.
En cuanto a mí, mi justificación está en Dios, y en su mano la perfección de
mi conducta y la rectitud de mi corazón, y su justicia borra mi pecado...
Pero yo soy parte de la humanidad perversa, de la muchedumbre de carne
pecadora. Mis pecados, mis transgresiones, mi claudicación, junto a lo
corrompido de mi corazón es parte de la cantidad de sabandijas y de
aquellos que andan en tinieblas. Porque ningún ser humano (determina) su
camino, ningún ser humano dirige su paso; en Dios (está) el juicio, y de su
mano (viene) la conducta perfecta, y por su saber surgió todo. Todo lo que
es, lo dirige conforme a su plan, y nada acontece sin él.
Y si yo vacilo, las pruebas de benevolencia de Dios me ayudan siempre. Y si
tropiezo por la maldad de la carne, mi justificación está siempre en la justicia
de Dios. Con la justicia de su verdad me juzgó y con la riqueza de su bondad
expía todos mis pecados. Con su justicia me limpia de toda impureza del
hombre y del pecado de los hombres, para alabar a Dios por su justicia y al
Altísimo por su majestad (IQS XI, 2-15).
La severidad y la actitud de rechazo hacia todo el que no fuera miembro de
los esenios no obedecían, pues, a la altivez y la autosuficiencia. Se basaban
en la imagen de Dios y en la conciencia de que Dios los salvó al fundar la
comunidad de los esenios. Sólo en esta comunidad se podía alcanzar la
salvación, ya que ella era la «nueva alianza» que Dios había establecido. En
ella se cumplía la voluntad de Dios según la única interpretación correcta. La
comunidad esenia no se consideró un grupo más de Israel; ella era el «resto
santo», la comunión de los preservados por Dios para la salvación
escatológica.
Y ahora escuchad todos los que sabéis de justicia y atended a las obras de
Dios. Porque él discute con toda carne y juzga a todos los que lo desprecian.
Por su infidelidad cuando lo abandonaron, ocultó su rostro a Israel y a su
santuario, y los entregó a la espada. Pero en recuerdo de la alianza con los
antepasados, dejó un resto en Israel y lo libró del exterminio. Y en tiempo de
ira, al cabo de trescientos noventa años, después de ponerlos en manos de
Nabucodonosor, rey de Babilonia, los visitó. E hizo brotar de Israel y de Aarón
la raíz de una planta para que tomara posesión de su tierra y se nutriera de
la fertilidad de su suelo. Y ellos conocieron y reconocieron su sinrazón, que
eran pecadores. Y fueron como ciegos que caminan a tientas, durante veinte
años. Dios observó sus obras, pues lo habían buscado con corazón perfecto,
y les dio al Maestro de Justicia para llevarlos al camino de su corazón. Y
reveló a las generaciones siguientes lo que hará con la última generación, la
comunidad de los renegados, de aquellos que se desviaron del camino (CD I,
1-13).
Por eso fueron culpables los primeros que aceptaron la alianza, y
sucumbieron a la espada por haber abandonado la alianza de Dios y haber
elegido la propia voluntad y pretendido, según la dureza de su corazón, que
cada cual hiciera su voluntad. Pero con todos los que observaron los
preceptos de Dios, con los que restaban de ellos, estableció Dios su alianza
con Israel a perpetuidad, para revelarles cosas ocultas en las que todo Israel
se desvió: les reveló sus santos sábados y sus fiestas solemnes, sus
testimonios justos, los caminos de su verdad y los deseos de su voluntad —
que el hombre debe cumplir para que viva por ellos—. Allí excavaron un pozo
de abundantes aguas; y quien lo desprecia, no vivirá. Pero ellos se
revolcaron en el pecado de los hombres y en caminos de impureza, y dijeron:
esto nos pertenece, sin duda. Pero Dios en sus admirables designios expió su
pecado, olvidó su delito y construyó para ellos una casa firme en Israel,
como nunca existiera desde el principio hasta ahora. Aquellos que fueron
fieles están (destinados a) la vida perpetua, y de ellos es la gloria del
hombre, como Dios decretó por medio del profeta Ezequiel: Los sacerdotes y
los levitas y los hijos de Sadoc, que vigilaron mi santuario cuando los hijos de
Israel se apartaron de mí, ofrecerán grasa y sangre. Los sacerdotes son los
conversos de Israel que han salido de la tierra de Judá; (y los levitas son) los
que se unieron a ellos. Y los hijos de Sadoc son los elegidos de Israel, los
llamados por su nombre, que aparecerán al final de los días (CD III, 10-IV, 4).
Los últimos textos ponen de manifiesto que los esenios procedían del
movimiento de los «piadosos» (jassidim), un movimiento escatológico-radical
de penitencia que en el siglo II a. C. adoptó una forma organizativa fija, pero
que hundía sus raíces en el tiempo inmediatamente posterior al destierro. En
estos medios se formó una especie de «pensamiento eclesial». Ya no
pertenecía al pueblo santo de Dios todo israelita de nacimiento sino aquel
que al entrar, con espíritu de arrepentimiento, en la nueva comunidad de los
«piadosos», profesaba la adhesión a la alianza y a la tora y observaba la
primera mediante el estricto cumplimiento de la segunda. Esta idea de que
Dios sólo otorgará su salvación escatológica a un resto santo fue mantenida
por los esenios hasta el tiempo de Jesús y de la comunidad primitiva. Y no
sólo por ellos. Otros grupos pensaron lo mismo, también los fariseos. Cada
uno de estos grupos se consideraba la plasmación de ese resto santo de
Israel al que iba dirigida la promesa escatológica de Dios. Pero iba destinada
especialmente a los esenios, por cuanto los dones escatológicos de la justicia
de Dios y del Espíritu santo actuaban ya en su comunidad. Mientras otros
grupos luchaban aún por la renovación de Israel, parece que los esenios del
tiempo de Jesús no se presentaban ya como predicadores de penitencia en el
pueblo. Se habían convertido en secta, con la pretensión de ser los únicos
candidatos a la salvación. Admitían la entrada de nuevas personas a su
comunidad y contaban con la defección de miembros del grupo; pero no se
esforzaban ya por una reforma general de todo Israel.
Entre los oyentes de Jesús y de los discípulos había también esenios. En
Hech 6, 7 se dice que un gran ntimero de sacerdotes abrazó la fe de Jesús.
Podría tratarse de sacerdotes «esenios» o de sacerdotes con mentalidad
escatológica, pero en modo alguno de saduceos. Si un esenio se hacía
cristiano, tenía que abandonar su creencia de que Dios había dicho la última
palabra por medio del «Maestro de Justicia» y había establecido ya la nueva
alianza en la comunidad de los esenios. Debía aplicar todo esto a Jesús y su
comunidad; así podía abrirse también él a todo Israel. Pero no tenía por qué
abandonar, como cristiano, su anterior religiosidad y experiencia de Dios,
sino que podía insertarla en la reflexión común de la comunidad cristiana,
especialmente su profunda conciencia de pecado y su convencimiento de la
necesidad de la misericordia y la gracia de Dios incluso para el «justo», así
como su rigor en el cumplimiento de los preceptos de Dios.
Pero un esenio que se hacía cristiano podía aportar también la espera
escatológica específica de los esenios, en particular la esperanza de un
banquete mesiánico en el tiempo final (IQSa II, 11-22). En la fraternidad
cristiana encontraba una comunidad afín en algunos aspectos a la que él
había abandonado. También ella celebraba cenas comunitarias diarias de
orientación escatológica, también ella practicaba una comunicación de
bienes, también ella se consideraba una comunidad escatológica de la
alianza de Dios donde actuaba ya el Espíritu como prenda del tiempo final.
4. Los fariseos
Según el testimonio de los sinópticos, los fariseos eran los verdaderos
oponentes y adversarios de Jesús. Quizá lo fueron también para el
movimiento jesuático pospascual. Pero hay que distinguir. Ellos no
participaron en la ejecución de Jesús, y es muy improbable que hubieran
odiado a Jesús hasta el punto de causarle la muerte. Lo significativo es más
bien ese pequeño episodio donde los fariseos previnieron a Jesús contra las
asechanzas de Herodes (Lc 13, 31 s). Parece también que Jesús se hospedó
en casas de fariseos, como refieren los evangelios. Esto no ocurre entre
enemigos mortales. La situación de la comunidad primitiva se aclara en ese
episodio donde el fariseo Gamaliel aconseja al sanedrín la tolerancia con los
cristianos (Hech 5, 33-39), o en ese otro donde Pablo aprovecha las
tensiones entre saduceos y fariseos para su causa (Hech 23, 6-10). Esto hace
plantear de otro modo la cuestión de la oposición de los fariseos a Jesús o a
la comunidad primitiva. ¿Era una oposición de fondo, a pesar de ciertas
simpatías personales? Los fariseos procedían, como los esenios, del
movimiento paleojudío de los jassidim. Parece que los componentes de sus
grupos eran en su mayoría laicos. De extracción social media, eran
generalmente artesanos, mercaderes o terratenientes. Se comprometían al
estudio de la sagrada Escritura. Esto presuponía un cierto grado de bienestar
para poder adquirir su propio rollo de la tora y tomarse tiempo para el
estudio de la Biblia. Estos «teólogos laicos» invadían así un terreno que
antes fue dominio de los sacerdotes y levitas. Crearon sus propias escuelas
de tora donde hacían formar a sus hijos. Por estas razones, su número era
obviamente escaso. Josefo, fariseo él mismo, da la cifra estimativa de 6.000
fariseos en tiempo de Jesús y de la comunidad primitiva. Diferían de los
esenios por su interpretación de la tora, interpretación que les acarreaba una
dura crítica y fuertes objeciones por parte de los primeros. Eran, a juicio de
éstos, «predicadores de la mentira» y «buscaban tranquilizar» la conciencia.
La interpretación de la tora por los fariseos trataba en realidad de actualizar,
mediante la interpretación, los preceptos apodícticos de la tora, que también
para ellos era la manifestación inequívoca de la voluntad divina, y de
adaptarlos a las nuevas circunstancias. Su interpretación (halajá) fue
cobrando peso junto a la letra de la tora. Adquirió el mismo rango que la tora
fijada por escrito. La halajá trataba de aplicar la tora a la vida cotidiana de
las personas. Los fariseos no se ceñían en este empeño a su propia
comunidad; su preocupación se extendía a todo el pueblo. El pueblo y la
tierra santa debían santificarse con el cumplimiento de la tora.
Los fariseos vivían intensamente la idea de la penitencia. Su rasgo común no
era esa afectación de la que su nombre se hizo sinónimo posteriormente.
¿Con quien te vas a mostrar bondadoso, Dios, sino con aquellos que invocan
al Señor? [El] purificará del pecado al que lo alaba y celebra, porque estamos
avergonzados y sonrojados. ¿Y a quién perdonará los pecados sino a aquellos
que han pecado? Tú bendecirás a los justos; no los castigas por lo que han
pecado, y tu bondad acoge a los pecadores arrepentidos. Tú eres Dios y
nosotros tu pueblo, al que dedicaste tu amor; míranos y apiádate de
nosotros, que somos tuyos, y no apartes de nosotros tu misericordia para
que ellos no nos ataquen. Porque tú elegiste la descendencia de Abrahán
frente a todos los pueblos. Y pusiste tu nombre. Señor, sobre nosotros, y [no
cesará] jamás. Cerraste una alianza con nuestros padres en bien nuestro, y
nosotros esperaremos en ti cuando se convierta nuestra alma. La
misericordia de Dios (sea) sobre la casa de Israel ahora y por siempre (SalSal
9,6-11).
Si mi alma se adormeciera lejos del Señor, casi caería [en profundo sueño];
[si estuviera lejos] de Dios, mi alma estaría casi abocada a la muerte; cerca
(estuvo) de las puertas de la muerte con los pecadores cuando mi alma fue
arrastrada lejos del Señor, el Dios de Israel —si el Señor no me hubiera
ayudado siempre en su misericordia—. El me aguijoneó como (con) espuela
para que estuviera atento; mi salvador y auxiliador me libró en todo instante.
Te doy gracias. Dios, por haberme ayudado y salvado y no haberme contado
entre los pecadores para la perdición. No alejes de mí tu misericordia, Dios,
ni tu recuerdo de mi corazón hasta la muerte (SalSal 16, 1-6)
Estruendo y alboroto bélico llegó a mis oídos, sonar de trompetas que
anunciaba muerte y ruina, el estrépido de un numeroso pueblo como viento
huracanado, como torbellino de fuego impetuoso que barre el desierto. Y
pensé: [«Realmente], Dios [nos] juzgará». Una voz oí en Jerusalén, la ciudad
santa; mi cadera se quebró al oiría; mis rodillas flaquearon, mi corazón se
estremeció, mis huesos temblaron como cera. Dije: «Ellos dirigiran sus
caminos con justicia». Recordé los juicios de Dios desde la creación de cielo y
tierra, tuve a Dios por justo en sus juicios siempre. Dios hizo públicos sus
pecados a la luz del sol, la tierra entera se enteró de los juicios justos de
Dios... Sí, oh Dios, nos mostraste tu juicio en tu justicia, nuestros ojos han
visto tus juicios. Dios. Jusdficaremos siempre tu nombre, porque eres el Dios
de la justicia que gobierna a Israel con disciplina. Vuelve, Dios, tu
misericordia a nosotros y apiádate; reúne lo disperso de Israel con
misericordia y bondad, pues tu fidelidad está con nosotros. Endurecimos la
cerviz, pero tú eres nuestro domador. No nos olvides. Dios nuestro, que los
paganos no nos devoren como si no existiera un salvador. Porque eres
nuestro Dios desde el principio, y a ti se dirige nuestra esperanza. Señor, y
no nos vamos a apartar de ti, porque tus juicios sobre nosotros nos son
favorables. Tu complacencia (reposa) siempre sobre nosotros y nuestros
hijos, Señor, salvador nuestro; nadie nos moverá ya nunca. Alabado sea el
Señor por boca de los piadosos por sus juicios, y el Señor bendiga a Israel
eternamente (SalSal 8, 1-34).
Como Jesús y la comunidad primitiva, los fariseos esperaban también la
revelación final del reinado de Dios. Por eso oraban insistentemente.
Y entonces aparecerá su gloria en toda la creación, y entonces no existirá ya
el diablo, y la tristeza se disipará con él. Entonces se llenarán las manos del
ángel, que está en el lugar supremo, y él se vengará al instante de sus
enemigos. Porque [se alzará] el Celeste de su trono glorioso y saldrá de su
morada santa indignado y colérico por sus hijos. Y la tierra temblará, será
sacudida hasta los confines, y los altos montes se achicarán y estremecerán,
y los malhechores se hundirán. El sol no dará luz y se [tornará en] tiniebla;
[los cuernos de la luna quebrarán] y la luna se transformará en sangre, y la
órbita de las estrellas se extraviará. El mar cederá al abismo, [y] los
manantiales se secarán, y los ríos quedarán petrificados. Porque el Dios
altísimo, el único eterno, se levantará y aparecerá en público para castigar a
los paganos, y aniquilará todos los ídolos. Entonces serás feliz, Israel, y
subirás sobre el cuello y las alas del águila, y así acabarán. Y Dios te elevará
y preparará un trono fijo en el cielo estrellado, en el lugar de su morada. Y
mirarás desde arriba y verás y reconocerás a tus enemigos en tierra y te
alegrarás, y dirás gracias y te entregarás al Creador (AscMoi 10, 1-10).
Para el tiempo final esperaban un rey mesías descendiente de David y la
restauración de Israel como pueblo santo de Dios.
Haced sonar en Sión la trompeta festiva de los santos, anunciad en Jerusalén
el mensaje de los mensajeros de buenas noticias, porque Dios se apiadó de
Israel y los visitó. Sube a lo alto, Jerusalén, y mira a tus hijos reunidos todos
por el Señor de oriente y occidente. Del norte llegan con la alegría de su
Dios, desde las islas ios congrega Dios. Abaja montes en llano para ellos, las
colinas huyen a su entrada, los bosques les dieron sombra a su paso. Dios
hizo brotar toda clase de árboles aromáticos para ellos, para que Israel
pudiera pasar, visitado por la gloria de su Dios. Luce tu esplendor, Jerusalén,
prepara tus vestiduras sagradas, porque Dios prometió la dicha de Israel
para siempre. Haga el Señor lo que dijo sobre Israel y Jerusalén. El Señor
consuele a Israel en nombre de su gloria. La misericordia del Señor (sea)
sobre Israel por siempre (SalSal 11, 1-9).
Tú eres nuestro rey. Señor, siempre y perpetuamente; De ti, oh Dios,
blasonará nuestra alma. ¿Y cuánto dura el hombre en la tierra? A la medida
de su dempo está su esperanza en ella. Pero nosotros esperamos en Dios,
nuestro salvador, porque la fuerza de nuestro Dios va unida a la misericordia,
y la realeza de nuestro Dios va unida siempre al juicio sobre los paganos. Tú,
Señor, elegiste a David rey de Israel, y le juraste, para su descendencia, que
nunca cesaría su realeza. Pero por culpa de nuestros pecados, gentes
pecadoras se alzaron contra nosotros, nos atacaron y expulsaron; [lo que tú
no les habías prometido] eso se llevaron consigo por la fuerza sin ensalzar tu
nombre sublime. Instauraron solemnemente y con soberbia una realeza,
destruyeron el trono de David con fatua arrogancia... Mira, Señor, conforta a
su rey, el hijo de David, cuando decidas. Dios, reinar sobre Israel, tu siervo, y
ármalo de fortaleza para triturar a príncipes injustos y purificar Jerusalén de
pueblos paganos que la aplastaron, para expulsar de la heredad a los
pecadores con sabiduría (y) con justicia y quebrar la arrogancia del pecador
como vajilla de alfarero, para destrozar naciones ilegítimas con la palabra de
su boca, poner en fuga al enemigo con su amenaza, lejos de su presencia, y
castigar a los pecadores por las palabras de su corazón. El reunirá un pueblo
santo, lo gobernará con justicia y juzgará las tribus del pueblo santificado por
el Señor, su Dios; y no permitirá que la injusticia habite ya en medio de ellos.
Nadie que tenga que ver con la maldad convivirá con ellos, porque sabrá que
todos ellos son hijos de su Dios. Y los distribuirá entre las tribus del país, y
ningún extraño ni extranjero habitará más con ellos; gobernará a pueblos y
naciones con la sabiduría de su justicia. Hará que las naciones paganas le
paguen tributo, sujetos a su yugo; glorificará al Señor a los ojos del mundo
entero y purificará Jerusalén santificándola como al principio, de forma que
los paganos vengan desde los confines de la tierra para ver su gloria,
trayendo como ofrendas a sus hijos fatigados, y para ver la gloria del Señor
con la que Dios los glorificó. El es un rey justo, instruido por Dios; y no hay
injusticia entre ellos en sus días, pues todos ellos son santos. Su rey es el
ungido (del Señor]. Porque él no cifrará su esperanza en el caballo, el carro y
el arco, ni acumulará oro o plata para la guerra, ni pondrá (su) esperanza en
la multitud para el día de la guerra. El Señor mismo es rey, la esperanza de
los fuertes (reside) en la esperanza en Dios y él... amedrentará con su
presencia a todas las naciones. Porque él sacudirá la tierra para siempre con
la palabra de su boca y con sabiduría dará gozo al pueblo del Señor y está
limpio de pecado para reinar sobre un gran pueblo, flagelar a príncipes y
exterminar pecadores con el poder de la palabra. No desfallecerá en sus días
junto a su Dios, porque Dios lo fortaleció con espíritu santo y lo hará sabio en
su consejo certero, unido a la fortaleza y la justicia. La bendición del Señor
(estará) con él para confortarlo, y no desfallecerá. Su confianza (está puesta)
en el Señor, ¿y quién podrá con él? Poderoso en sus obras y fuerte con el
temor de Dios, apacentando el rebaño del Señor con fidelidad y justicia, y no
permitirá que (ninguno) de ellos desfallezca en sus campos. Gobernará a
todos sin discriminación y no habrá entre ellos prepotencia que dé lugar a la
opresión. Esta es la majestad del rey de Israel que Dios eligió para ponerlo
sobre la casa de Israel, y regirla. Sus palabras son más acrisoladas que el oro
más puro, en las asambleas juzgará las tribus de un pueblo santificado, sus
palabras son como palabras de santos en medio de pueblos santificados.
Felices quienes vivan en aquellos días para ver en la asamblea de las tribus
la dicha de Israel que Dios traerá. Que Dios venga pronto con su misericordia
a Israel y nos libre de la impureza de enemigos impíos. El Señor mismo es
nuestro rey y lo será siempre (SalSal 17, 1-46).
Los citados Salmos de Salomón, que aparecieron hacia el año 60 a. C,
proceden probablemente de ambientes fariseos. Al leerlos surge espontánea
la pregunta sobre el punto en que residía propiamente la oposición básica y
radical entre Jesús o la comunidad y los fariseos. Su afinidad era mucho
mayor que su diferencia.
Hay, sin embargo, un punto en el que Jesús discrepaba totalmente de los
fariseos. Jesús anunció la oferta de salvación de Dios a todo Israel, incluidos
los pecadores. Jesús consideró inminente el cambio histórico radical y
anunció que se dejaban sentir ya sus efectos en aquel momento. La
salvación de Dios quedaba accesible a todos sin ninguna condición previa.
Los fariseos eran de otra opinión. Israel debía prepararse con la observancia
de la tora y la santificación del pueblo y la tierra a la salvación final de Dios.
Por eso defendían que las normas sobre pureza y santidad sacerdotal debían
cumplirse en la vida diaria y también por los laicos. La mesa de cada israelita
debía ser santa como la mesa de sacrificios en el templo, al igual que la
persona que comía en esa mesa. Su programa era la pureza ritual en casa y
en la mesa, como si uno fuera sacerdote del templo. Ellos se atenían
estrictamente a él y lo preconizaban para todos. El programa incluía el
diezmo de todos los bienes. En caso de duda, los fariseos preferían pagar el
diezmo. Así intentaban prepararse para el encuentro con el Santo.
«No era pura fantasía la pretensión de los fariseos de comportarse como
sacerdotes. Su mensaje antes del año 70 fue que lo santo no era algo
exclusivo del templo. La tierra es santa, el pueblo es santo. Se podía
santificar la vida del pueblo y no sólo el culto del templo. ¿Cómo debía servir
a Dios el pueblo santo? Todos debían santificarse... mediante una conducta
ética y moral. Debían ofrecer el sacrificio de un corazón contrito, como dice
el salmista; debían servir a Dios con sinceridad y amor, como habían exigido
los profetas» (Neusner, 26).
Los fariseos vivían con arreglo a este programa. Hacían propaganda de él.
Vivían en comunidades, pero que parecían ser más bien cooperativas de
producción y comercialización de alimentos sujetos a diezmos y ritualmente
puros, más que comunidades de vida. Probablemente no había entre los
fariseos comidas en común como entre los esenios. Las cooperativas eran
accesibles a todo el que quería ajustar su vida a esa interpretación. Por eso
vivían entre la gente, para difundir el programa con el ejemplo.
Pero este programa ritual enfrentó a los fariseos con Jesús y era incompatible
con la predicación de los discípulos. La objeción principal contra el programa
no era la posibilidad de quedar en mera exterioridad; la objeción principal
era que el programa era presentado como algo necesario. Aquí radicaba el
peligro. En realidad sólo era practicable por un estamento relativamente
pequeño de «expertos». Debían ser además personas acomodadas y cultas.
Las capas empobrecidas de la población rural tenían otras preocupaciones
que las de los manjares ritualmente válidos y el pago de los diezmos de los
víveres adquiridos en el mercado. Eran demasiado ignorantes para conocer y
practicar tales preceptos. De ese modo, el programa fariseo privaba de la
salvación de Dios precisamente a los pobres y los incultos. Pero según el
mensaje de Jesús, la salvación de Dios se prometía también a ellos. Parece
que la labor de Jesús con los fariseos y su disputa con ellos iban
encaminadas a abrirles los ojos y el corazón en favor de sus hermanos
pobres de Israel que no podían observar tales preceptos. ¿No era también
válida para ellos la salvación de Dios? ¿y podía ser el programa ritual de los
fariseos la condición para recibir la salvación de Dios? ¿exigía realmente la
santidad de Dios los trámites rituales del hombre?
Pablo es el ejemplo más ilustre de que hubo fariseos que se dejaron
convencer del mensaje de Jesús y de la predicación de los discípulos
pospascuales. También ellos aportaron una rica tradición y una profunda
religiosidad al entrar en la comunidad cristiana. Como los fariseos eran laicos
religiosamente formados, como leían la Escritura y se ejercitaban en su
interpretación, es posible que los fariseos cristianos ejercieran una gran
influencia en la formación de la tradición de la comunidad primitiva.
5. Otros grupos escatológicos
La variedad de formas del judaísmo en tiempo de Jesús y de la comunidad
primitiva no se agota en los grupos de los esenios y los fariseos. El
movimiento de los jassidim pervivía en numerosos cenáculos y comunidades,
entre los cuales los esenios y los fariseos eran los grupos más nutridos y
significativos. Hubo otros grupos menores que conservaban y trasmitían sin
interrupción algunas concepciones teológicas del más remoto pasado. Es
difícil explicar de otro modo la cantidad y variedad de escritos apocalípticos
del judaísmo primitivo y su agitada prehistoria literaria.
Había grupos que trasmitían la predicación penitencial deuteronomística de
los levitas (Neh 9, 6-37; cf. Dan 9, 4-19). Anunciaban el cambio radical de la
situación de poder y del orden social en un juicio de Dios inminente;
exhortaban a la conversión o animaban a los «piadosos» a perseverar.
Os advertí a vosotros, pecadores, en nombre del Santo que toda vuestra
mala conducta se conoce en el cielo y (vuestras) obras injustas no quedan
ocultas ni encubiertas. Y no penséis en vuestro espíritu ni digáis en vuestro
corazón que no sabéis ni veis (que) toda injusticia queda escrita cada día en
el cielo ante el Altísimo.
Ay de vosotros, necios, pues seréis destruidos por vuestra necedad; y no
escucháis a los sabios y (así) no alcanzaréis el bien. Y ahora sabed que estáis
a punto para el día del exterminio, y no esperéis quedar con vida, pecadores,
porque desapareceréis y moriréis, pues sabed que ya estáis listos para el día
del gran juicio, para el día del mal y de la gran ignominia para vuestro
espíritu.
Ay de vosotros, endurecidos en vuestro corazón, que obráis mal y os nutrís
de sangre; ¿de qué comeréis y beberéis y cómo os saciaréis con las buenas
(cosas)? Porque todas las (cosas) buenas que el Señor, el Altísimo, dio en
abundancia a la tierra no os darán paz.
Ay de vosotros, que preferís la acción injusta: ¿por qué esperáis el bien para
vosotros?...
Ay de vosotros, que cometéis sacrilegios y alabáis y ensalzáis las palabras
engañosas; seréis exterminados y privados de la buena vida.
Ay de vosotros que distorsionáis las palabras veraces y quebrantáis la ley
eterna; ellos se [tienen por intachables], pero serán derribados a tierra.
Ay de vosotros que extendéis el mal a vuestro prójimo, porque seréis
muertos en el infierno.
Ay de vosotros que hacéis una medida de pecado y engaño y producís la
amargura en la tierra, porque de ese modo acabarán con vosotros.
Ay de vosotros que construís casas con el trabajo penoso de otros, y (cuyo)
material de construcción (son) ladrillos y piedras de pecado; os aseguro que
no tendréis paz. Ay de vosotros que despreciáis [la piedra angular] y la
herencia perpetua de vuestros antepasados y seguís el espíritu de idolatría,
porque no tendréis reposo.
Ay de vosotros que practicáis la injusticia y apoyáis la extorsión —matan a su
prójimo hasta el día del gran juicio—; porque vuestra gloria caerá por los
suelos; y él traerá infelicidad a vuestro corazón y provocará su ira, y su
espíritu os liquidará a todos con la espada; y todos los santos y justos
recordarán vuestros pecados.
Ay de vosotros, pecadores, que torturáis a los justos el día de su (gran)
aflicción y los abrasáis con fuego: recibiréis lo merecido.
Ay de vosotros, los duros de corazón, siempre dispuestos a tramar el mal: os
invadirá la angustia y no habrá nadie que os ayude.
Ay de vosotros, pecadores, por el habla de vuestra boca y el obrar de
vuestras manos, que son producto de vuestra impiedad: arderéis en un
incendio entre llamas... Y a vosotros, justos, por aquel que es grande y
soberano en poder, y por su grandeza os conjuro. Porque estoy en el secreto
y he leído las tablas del cielo, y he visto el libro santo, y he encontrado
escrito y consignado en él que todos los bienes y alegría y honor quedan
reservados para vuestros espíritus, que murieron en la justicia, y (que) os
darán toda suerte de bienes en compensación por vuestras penalidades, y
(que) vuestra suerte será mejor que la de los vivos. Los espíritus que
murieron en la justicia vivirán, y sus espíritus se alegrarán y no serán
destruidos, como tampoco su memoria en presencia del Grande por todas las
generaciones. Y ahora no temáis sus insultos' (Henet 98-103).
En estos medios se difundió la idea del destino cruento de los profetas
enviados por Dios: Israel había desoído siempre los requerimientos de Dios, y
rechazado y dado muerte a sus profetas (Neh 9, 26). Los predicadores
apocalípticos de estos grupos se consideraban enviados de Dios (cf. Jub 1,12,
Henet 89, 51). A la luz de la idea del destino cruento de todos los profetas de
Israel interpretaron su propio destino de rechazo y condena.
Otros grupos cultivaban la «religiosidad del pobre» propia del salterio
veterotestamentario. Como «pobres» y «débiles» en el mundo, se sentían
especialmente cercanos a Dios. Su esperanza se cifraba sólo en Yahvé. Aquí
germinó la idea del sufrimiento necesario del justo (cf. cap. 6, § 3): «Muchos
males tiene que sufrir el justo; pero de todos lo librará el Señor» (Sal 34, 20;
cf. 37, 39s; 119,71.87.109.141.143). El normal martirio de un «justo» es
tema de Sab 2, 12-20; 5, 1-7. En Henet 102-104, un grupo apocalíptico aplica
esta idea a su propia situación.
No temáis, almas de los justos, y esperad los que habéis muerto en la
justicia. Y no estéis tristes porque vuestra alma descienda acongojada al
reino de la muerte y vuestro cuerpo no haya encontrado en vida (lo) que
correspondía a vuestra virtud, sino lo merecido el día que os hicisteis
pecadores y el día del juicio y castigo (?). Y cuando vosotros muráis, dirán de
vosotros los pecadores: 'Como morimos nosotros, mueren los justos, ¿y qué
provecho sacaron de sus obras? Mueren como nosotros, en congoja y
tinieblas, ¿y en qué nos aventajan? Desde ahora somos como ellos. ¿Y cómo
se levantarán, y qué verán para siempre? Porque murieron, y desde ahora no
verán la luz jamás'. Os digo, pecadores, que no os basta comer, beber, robar
y pecar, dejar a la gente en cueros, acumular bienes y vivir la buena vida.
Habéis visto el fin de los justos. Ni una mala acción hubo en ellos hasta su
muerte...
No digáis sobre los que fueron honrados y buenos en vida: 'En tiempo de
penuria nos matamos a trabajar, todos los males nos visitaron, pasamos
mucha necesidad, fuimos desollados, quedamos pocos y nuestro espíritu es
débil. Nos liquidaron sin haber encontrado a nadie que nos asistiera siquiera
con la palabra; fuimos torturados y aniquilados, y no esperamos ver más la
vida día a día. Esperábamos ser la cabeza y nos hemos quedado en la cola;
somos presa de los pecadores, y los injustos nos oprimen con su yugo. Nos
dominaron los que nos aborrecían y nos maltrataban; y doblamos la cerviz
ante aquellos que nos odiaban; pero ellos no tuvieron compasión. Intentamos
pasar inadvertidos para huir de ellos y tener tranquilidad, pero no
encontramos un lugar adonde huir y poder salvarnos. Nos quejamos en
nuestra indefensión ante los gobernantes y protestamos contra los que nos
devoraban, pero ellos no atendían nuestra queja ni quisieron oír nuestra voz.
Ayudaron a los que nos robaban y devoraban, y a los que nos diezmaban y
encubrían su delito, y no nos libraban del yugo de los que nos devoraban,
dispersaban y asesinaban, y encubrían el asesinato y no recordaban haber
alzado su mano contra nosotros'. Os juro que los ángeles del cielo se
acuerdan de vosotros ante la majestad del Grande; y vuestros nombres
quedan escritos ante la gloria del Grande. Esperad, porque antes pasasteis la
vergüenza de la desgracia y la necesidad, pero ahora brillaréis como la luz
del cielo, resplandeceréis y la puerta del cielo se abrirá para vosotros. Con
vuestro clamor gritad justicia y ella aparecerá, porque los soberanos piden
cuentas (por) toda vuestra aflicción y por todos los que ayudaron a los que
os despojaban. Esperad y no abandonéis la esperanza, porque tendréis gran
alegría, como los ángeles del cielo. ¿Qué debéis hacer (entonces)? No os
ocultéis el día del gran juicio, que no seréis considerados pecadores; el
castigo perpetuo quedará lejos de vosotros por todas las generaciones, y
ahora no temáis, justos; cuando los pecadores se envalentonan y veis la
suerte que tienen, no os mezcléis con ellos, manteneos lejos de sus
atropellos, porque os juntaréis con los buenos del cielo (Henet 102-104).
Otros grupos practicaban la esperanza escatológica especial de las
«parábolas» de Henet. Estos no cuentan con un personaje divídico sino con
un ser celestial preexistente, «como un hijo de hombre» al que Dios delegó
para al juicio final. Este «Hijo del hombre» aparece estrechamente asociado
a Dios. Esta idea se expresa con categorías como «sabiduría» y «espíritu»
(cf. cap. 6, § 2).
En este contexto hay que recordar también el movimiento iniciado por Juan
Bautista. Juan apareció como predicador escatológico de penitencia en la
región del Jordán e instó a todo Israel a convertirse para escapar al castigo
inminente de Dios. Signo eficaz de salvación era el bautismo que Juan
administraba (Mt 3, 1-12 par). Jesús mismo procedía del movimiento
baptista, lo mismo que una parte de sus discípulos (cf. Jn 1, 35ss). Después
del martirio del Bautista, el movimiento por él iniciado siguió existiendo
como un grupo especial del judaísmo. Luego entró en competencia con la
comunidad primitiva. Después de pascua, muchos discípulos del Bautista
pasaron al movimiento de Jesús, como ocurriera ya en vida de Jesús (cf. cap.
13, § 4).
Hay que tener presente esta pluralidad del judaísmo para hacerse una idea
de la influencia que ejercieron en la comunidad primitiva personas que
accedían a ella como miembros de grupos judíos. Eran personas que
buscaban a Dios, llenas de inquietud religiosa. Su vida se movía por esos
resortes aun en el ámbito cotidiano. En el mensaje de Jesús y de los
discípulos pospascuales encontraron una respuesta a sus preguntas vitales,
respuesta que descalificaba las anteriores como superadas e insuficientes.
Por eso se agregaron. Pero no abandonaron sin más su religiosidad y su
pensamiento, sino que los integraron en el proceso de la primera reflexión
cristiana.
6. Los celotas
Seguramente, todos los oyentes de Jesús y de los discípulos conocían de
algún modo el movimiento y mensaje de los «ceIotas». Es posible que
algunos de los discípulos de Jesús fueran antiguos luchadores de la libertad
(cf. Lc 6, 15s). Su mensaje tenía una formulación simple y directa. Tomaban
realmente en serio, a juicio de muchos, el pensamiento veterotestamentario
y paleojudío-apocalíptico de que Israel no tenía otro rey fuera de Yahvé. Pero
Israel debía colaborar eficazmente para imponer el reinado de Dios en el
mundo. Lo que otros grupos habían «reprimido» con visiones escatológicas y
fantasías apocalípticas, los «celotas» se atrevieron a exigirlo y hacerlo.
Querían emprender la lucha contra el Imperio romano apoyados en la
creencia apocalíptica de que Roma sólo podía ser, en los planes de Dios, la
última de las potencias mundiales hostiles a él, cuya caída ya estaba
decretada por Dios. Después comenzaría el reinado final y perpetuo de Dios
y de Israel. El objetivo de los «fanáticos» era instaurar el dominio de Dios y
de Israel mediante la lucha activa. Dios mismo pondría un final victorioso a
esta guerra. Resucitaría a los mártires caídos en la lucha a una nueva vida;
por eso los «celotas» debían olvidar la propia vida, y lucharon con valor
incomparable y con desprecio de la muerte. Pero esta guerra a gran escala
no existió desde el principio. Los «celotas» tuvieron que preparar el
ambiente y fueron cumpliendo su programa en numerosas acciones cruentas
contra los ejércitos militares y sus colaboradores en el pueblo. Su mensaje
político radical tuvo éxito en la población depauperada. La población urbana
de Jerusalén se mostró, en cambio, reservada por mucho tiempo, hasta que
se vio arrastrada en el comienzo de la guerra judía. Los «celotas» no se
consideraron el «resto santo»; su esperanza escatológica incluía a Israel en
su conjunto, como nación. Por eso esperaban un rey-mesías del linaje de
David bajo cuyo mando Israel alcanzaría el dominio universal como pueblo
santo de Dios.
Jesús y sus discípulos tuvieron que tomar postura ante el programa de los
«celotas». También Jesús había hecho del reinado escatológico de Dios el
punto central de su mensaje, pero con la diferencia de que excluía la guerra
y el terror para acelerar la llegada final de la basileia. Hasta la derrota de los
«celotas» en la guerra judía, los anunciadores del mensaje de Jesús tuvieron
que enfrentarse con las consignas teológico-revolucionarias de estos
luchadores de la libertad. No las repudiaban por motivos políticos sino por
razones teológicas. Proclamaban la paz y el amor a los enemigos (cf. cap.10
y 13, § 3).
7. Judíos helenistas
c) Especulaciones «sapienciales»
El judaísmo helenístico prolongó especulativamente las perspectivas de la
teología sapiencial del antiguo testamento hebreo. En Job 28 aparece por
primera vez, en un grandioso cántico, la «sabiduría» del antiguo testamento.
También aquí es evidente la recepción de un mito foráneo. La «sabiduría»
aparece como un «ser celestial que existe junto a Dios en un lugar fijo, sólo
accesible a Dios» (Fohrer, ThWNT VII, 490). El texto no lo representa como
una fuerza de Dios o hipóstasis personificada, «sino como una cosa que se
busca como las otras cosas (Bodenschátzen: Hi 9, 1-19), fijada localmente
como ellas» (ibid.).
¿De dónde se saca la sabiduría, dónde está el yacimiento de la prudencia?
Se oculta a los ojos de las fieras y se esconde de las aves del cielo. Muerte y
Abismo confiesan: De oídas conocemos su fama. Sólo Dios conoce su
camino, él conoce su yacimiento, pues él contempla los límites del orbe y ve
cuanto hay bajo el cielo. Cuando señaló su peso al viento y definió la medida
de las aguas, cuando impuso su ley a la lluvia y su ruta al relámpago y al
trueno, entonces la vio y la calculó, la escrutó y la asentó (Job 28, 20-27).
«A la sabiduría oculta, cuya figura enigmática se puede constatar aquí por
primera vez, se atribuye un lugar que está más allá de los límites que el
hombre puede franquear. Al lugar corresponde un camino, pero que es
inaccesible al ser humano. La frontera donde está el lugar de la sabiduría es
la del mundo mismo, ya sea el mundo del esquema cielo-tierra-inframundo o
el de los dos reinos de los vivos y los muertos. El mundo, pues, se ha
convertido en la categoría de la limitación humana. Pero esto no agota aún la
intención del poema. A la negación se contrapone una afirmación: Sólo Dios
conoce su camino. Esta frase da respuesta a la pregunta por la sabiduría:
ésta existe. Quizá le es vedada al hombre, pero está en un lugar y tiene su
camino, que Dios conoce perfectamente. Ese Dios es el creador...
Encontramos, pues, en el lenguaje de la mitología la idea de la trascendencia
de Dios. La sabiduría no forma parte del mundo, se encuentra más bien en
Dios o en el acto creador y es inaccesible al hombre... El ocultamiento de la
sabiduría expresa la limitación del hombre que busca; pero el hecho de
conocer a Dios supone la posibilidad de la revelación. Obviamente, la
relación de Dios con el mundo y con el hombre, es decir, el cómo de la
revelación, se concibe de diversos modos» (Mack, 22s).
En el libro de los Proverbios, la «sabiduría» aparece como un ser personal
junto a Dios. Dios no la adquiere sino que la creó antes del resto de la
creación. La «sabiduría» pasa a ser así un ser intermedio entre Dios y el
mundo. La afinidad entre la «sabiduría» y Dios se expresa en su
denominación de «hija amada», «gozo» de Dios. Su referencia al resto de la
creación aparece sugerida por la participación «lúdica» en la creación y por
el gozo que experimenta «estando con los humanos».
El Señor me creó al comienzo de sus caminos,
antes de sus obras, en el tiempo originario,
en tiempo remotísimo, al principio, en el origen de la tierra,
cuando no existían los mares fui engendrada,
antes de los manantiales de las aguas.
Antes que los montes fuesen asentados,
antes que las colinas fui engendrada.
No había hecho aún la tierra ni los campos
ni los primeros terrones del orbe.
Cuando asentó los cielos, allí estaba yo,
cuando trazó un círculo sobre las aguas,
cuando arriba condensó las nubes
e hizo correr las fuentes desde el océano,
cuando ponía un límite al mar,
y las aguas no traspasan su mandato,
cuando asentaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a él como hija querida.
Yo era su gozo día a día,
todo el tiempo jugaba en su presencia.
Jugaba con la bola de la tierra
y mi gozo era estar con los humanos (Prov 8, 23-31; cf. 4,6-9; 7,4;9, 1-6).
El libro de Jesús Sirá representa el punto culminante de la recepción de las
especulaciones «sapienciales» mitológicas en Palestina. Por una parte,
contempla la «sabiduría» como un ser que preside el resto de la creación
desde los orígenes y, por tanto, preexistente y personal; y relega por otra
parte lo personal en favor de la fe monoteísta en Yahvé. La «sabiduría» es la
medida y el plan de Dios en la creación (1, 1-9), la automanifestación de Dios
(24, 3); y Jesús Sirá puede identificarla con la tora: «Todo esto es el libro de
la alianza del Dios altísimo, la ley que nos dio Moisés como herencia para las
asambleas de Jacob» (24, 23; cf. Bar 3, 37; 4, í). Pero detrás de los
materiales recogidos por Jesús Sirá se entrevén claramente ulteriores
especulaciones «sapienciales».
b) Los «doce»
Pedro no fue el único dirigente de la comunidad de Jerusalén; era el primero
entre los «doce». Es indudable que los «doce» tenían funciones directivas en
la comunidad primitiva de Jerusalén, aunque las ejercieran por breve tiempo.
Mientras estuvieron presentes en Jerusalén, ellos dirigieron la comunidad
colegialmente. Pedro era su «presidente».
El origen de los «doce» es un problema histórico no resuelto aún. ¿Fue
instituido el grupo por el Jesús terreno? Entonces Pedro habría reunido de
nuevo, con la autoridad de la primera aparición, este grupo íntimo de
discípulos de Jesús, que después habría sido confirmado en una aparición
expresa (1 Cor 15, 5). ¿O se trata de un grupo pospascual convocado por
Pedro e instituido y enviado por el Resucitado para anunciar públicamente en
Jerusalén, ante todo Israel, la resurrección de Jesús y su mensaje sobre el
Reino, con el fin de invitar al «pueblo de las doce tribus», Israel, a la
conversión?
No es dudoso que los «doce» ejercieran una función de signo simbólico y
debían manifestar como grupo compacto que la conversión se exigía a todo
Israel y no a un «resto santo». Los «doce» sólo podían ejercer esta función
como grupo. Por eso tuvieron que aparecer y actuar juntos y en común. El
lugar adecuado era Jerusalén, que al menos en los días festivos albergaba a
peregrinos de todas las tribus de Israel. Es improbable, en cambio, que
hubiera existido una misión común de los «doce» fuera de Jerusalén, bien en
vida de Jesús o después de pascua. Los «doce» eran, pues, una institución
ligada a Jerusalén. Si fue Jesús mismo quien la fundó, lo habría hecho con
ocasión de su última estancia en Jerusalén, para mostrar y subrayar sus
intenciones sobre todo Israel.
Es significativo que toda la tradición considere a Judas Iscariote, el «traidor»,
como uno de los «doce». Esto podría sugerir la existencia del grupo en vida
de Jesús. Contra eso cabe objetar que la antigua tradición de 1 Cor 15, 5
habla de la aparición del Resucitado a los «doce», aunque Judas Iscariote no
pertenecía ya al grupo en ese momento, según el relato de los evangelios.
Hech 1, 15-26 ofrece un complemento del grupo de los «doce»: Matías ocupa
por sorteo el puesto de Judas. Este relato se basa probablemente en una
antigua tradición; pero ¿pudo haber ocurrido esta elección antes de la
aparición del Resucitado a los «doce» mencionada en 1 Cor 15, 5? Contra tal
hipótesis cabe señalar que en todas las listas de nombres que poseemos
figura Judas Iscariote y no Matías como miembro del grupo de los doce.
Estamos ante una total oscuridad. Hay que contar al menos con la
posibilidad de que Judas Iscariote perteneciera a los «doce» aun después de
pascua durante cierto tiempo y sólo posteriormente se convirtiera en
apóstata y abandonara la comunidad. Los evangelistas podrían haber
retrotraído esta «traición» de Judas al «Hijo del hombre» y a la comunidad al
momento de la pasión de Jesús. De ese modo, la pregunta por la existencia
del grupo de los doce en vida de Jesús o su constitución después de pascua
tampoco admite una respuesta clara con la referencia a Judas Iscariote. La
interrogación debe quedar abierta. Pero es más probable, a mi juicio, que
este grupo fuera constituido después de pascua y a través de la aparición del
Resucitado (1 Cor 15,5).
El hecho de que el grupo de los «Doce» tuviera un período muy corto de vida
ofrece también grandes dificultades para determinar su función y actividad.
Pablo refiere en Gal 1,18 que en su primera visita a Jerusalén, a los tres años
aproximadamente de la conversión y, por tanto, a los cinco años del punto
temporal aquí en cuestión, sólo se encontró en Jerusalén con Pedro y con
Santiago, el hermano del Señor. Los «doce» no estaban ya presentes en
Jerusalén, por lo visto, como órgano directivo. Catorce años después, Pablo
presentó su evangelio a los dirigentes de Jerusalén en el concilio de los
apóstoles (Gal 2, 1ss). Llama «pilares» a Pedro, Juan y Santiago, el hermano
del Señor (Gal 2, 9). Hay que concluir que los «doce» no ejercían ya función
alguna en la época del concilio de los apóstoles (49 d. C).
Este hecho sólo es explicable aduciendo una razón plausible, externa o
interna, que llevara a la pronta disolución de este grupo. De cara a la
evolución ulterior de la comunidad primitiva de Jerusalén, intentaré dar aquí
una explicación de este difícil problema. Los «doce» encarnaron un programa
y una invitación. La invitación iba dirigida a todo Israel. El programa consistía
en representar al pueblo escatológico de Dios en sus doce tribus. La
invitación fue proclamada en medio de Israel y el programa debía cumplirse
escatológicamente en la ciudad santa. La comunidad primitiva esperó en ella
la llegada del reino de Dios, la aparición del Hijo del hombre y la restauración
definitiva del pueblo de las doce tribus, Israel. Allí, en el centro de Israel, iban
a cumplirse los ésjata y se congregarían el Israel disperso y las naciones de
Dios para participar en la salvación.
Los «doce» como órgano directivo del pueblo de Dios reunido en la
comunidad primitiva se ajustan a tal expectativa; pero la expectativa quedó
rota y desfasada muy pronto por un acontecimiento de gran alcance. Hech 6-
8 describe la muerte de Esteban y la persecución que se desata contra los
«helenistas». El sector helenista de la comunidad jerosolimitana tuvo que
huir de la ciudad. Los «helenistas» refugiados iniciaron la misión en Samaría
y en la diáspora circundante hasta Antioquía. Esta misión centrífuga, que
llevó el mensaje cristiano desde Jerusalén al mundo, tuvo su origen en la
persecución. Significó a la vez una ruptura con la espera escatológica de la
comunidad primitiva, en la que Jerusalén desempeñó un papel
predominante. El grupo de los «doce» tuvo que disolverse. Fue una
necesidad histórica, de la historia profana y la sagrada. La comunidad
jerosolimitana, después del grave suceso de la huida de los «helenistas», fue
abandonando paulatinamente la espera escatológica, centrada
originariamente en Jerusalén. A Pedro lo encontramos pronto evangelizando
en Palestina y en las ciudades costeras. Más tarde, en Antioquía (Gal 2,
11ss). La evangelización posterior de Palestina/Siria por profetas itinerantes
a que hacen referencia otros textos, podría haber sido ocasionada asimismo
por la persecución contra los helenistas. Este nuevo y doble movimiento
misional de la comunidad primitiva podría haber sido la verdadera causa de
que los «doce» abandonaran su «stabilitas loci». No se abandonó con ello la
idea de la campaña de conversión para todo Israel; pero la campaña no se
realizaría en Jerusalén, porque la ciudad y sus dirigentes rehusaban la
conversión y habían perseguido a los mensajeros de Jesús. Por eso hubo que
llevar el mensaje a la parte dispersa de Israel. Cabe suponer que los
miembros del grupo de los «doce» dejaran ahora Jerusalén como mensajeros
de Jesús. Su huella se pierde en la oscuridad, salvo raras excepciones y
noticias dudosas de época posterior.
Pero los «doce» eran en los orígenes los representantes y dirigentes de la
comunidad primitiva de Jerusalén. En su colegio se abordaban los asuntos de
la comunidad; ellos debían tomar las decisiones necesarias en cuestiones de
doctrina y organización. En sus manos estaba la dirección de toda la
comunidad, tanto del sector arameoparlante como del sector «helenista». No
podemos examinar aquí si la comunidad primitiva estaba articulada en doce
departamentos o «tribus», presidido cada uno de ellos por uno de los
«doce», como se ha propuesto. Esto es posible, pero difícil de demostrar.
Los nombres de los «doce» se han conservado en elencos o listas. Hay
cuatro versiones diferentes (Mc 3, 16-19; Lc 6, 14ss; Mt 10, 2ss; Hech 1,
13s). No coinciden en la forma literaria, ni en el contenido, ni en el orden, ni
en los nombres mismos.
Las cuatro versiones se pueden reducir a dos formas básicas: la de Mc 3, 16-
19 y la de la fuente Q, que se trasluce aún detrás de Mt/Lc/Hech. La versión
Q podría tener una mayor originariedad. Ofrece simplemente un catálogo de
nombres; en él se hace constar quiénes pertenecieron al colegio de los
«doce».
Los «doce» ejercieron también una función escatológica como
representantes del «pueblo de las doce tribus». Esta función se les atribuye
en el dicho antiguo Mt 19, 28 par: En verdad os digo [a los que me habéis
seguidol: cuando llegue la nueva forma (del mundo) y el Hijo del hombre se
siente en el trono de su gloria, también vosotros os sentaréis en doce tronos
para juzgar a las doce tribus de Israel.
El logion se refiere al mundo esperado en el ésjaton. Entonces será renovado
el «pueblo de las doce tribus», Israel, y los «doce» juzgarán, es decir,
gobernarán junto con el futuro «Hijo del hombre» las doce tribus de Israel.
El logion no va dirigido a destinatarios ajenos a la comunidad, ni es una
amenaza de castigo a Israel, sino que legitima a los «doce» en su futura
misión escatológica. Con miras a ello son los actuales representantes del
último Israel, que se reúne en la comunidad de Jesús. El logion no contempla
aún una misión pagana; esto, y el hecho de que el grupo de los «doce» se
disolviera pronto, confirman la antigüedad del logion y su procedencia de
Jerusalén. Hoy se admite casi unánimemente que Mt 19, 28 no reproduce
palabras de Jesús. Habla en él un profeta cristiano en nombre del Resucitado.
a) La espera escatológica
La espera escatológica de la comunidad primitiva fue una auténtica espera
del futuro; pero este futuro era tan inminente que podían sentirse sus
efectos, que determinaban el presente.
El «nuevo tiempo» futuro se había infiltrado ya en el «antiguo». El tiempo
antiguo pasó, el nuevo había comenzado. El fin y el principio de uno y otro
tiempo se solapaban. Junto a la dimensión temporal aparecía la dimensión
espacial. El Resucitado había sido ya constituido mesías en el cielo. Pero el
Elevado estaba listo para salvar y juzgar, y para consumar la basileia de
Dios. En el presente, determinado así por el futuro, se iba a decidir lo que el
futuro traería a cada uno, salvación o perdición. El presente era un tiempo de
opción, un plazo para la conversión y la acogida de la salvación inminente.
La nota característica de la comunidad primitiva era, pues, una espera
inmediata y tensa de la salvación definitiva. Esta salvación se produciría, al
igual que en Jesús, como una entrada en la gloria, pero unida ahora a la
espera de la «parusía» del Elevado. La expectativa era real y concreta. La
generación presente iba a asistir a las postrimerías del mundo (Mc 13,30).
Semanas o meses, pocos años a lo sumo, eran el espacio de tiempo que
calculaba la comunidad primitiva (cf. cap. 12, § 1).
Encontramos esta espera en muchas tradiciones. Sólo en el horizonte de ella
se pueden entender las promesas de las «bienaventuranzas». La suerte de
«los pobres, los que tienen hambre, los que lloran» cambiará radicalmente
en un futuro próximo. La subida de los discípulos de Jesús a Jerusalén y su
predicación allí están definidas por la espera escatológica. También la
actividad de los misioneros carismáticos en Israel. Los mensajeros de Jesús
no acabarán su misión en las ciudades antes de que comience el final (Mt 10,
23). Pero pronto se vería que continuaban los fallecimientos; no todos los de
la presente generación asistirán, pues, en vida al comienzo de la basileia.
Esta experiencia se expresa en Mc 9, 1; pero el logion muestra que los
miembros de la comunidad primitiva no contaban generalmente con la
muerte personal antes de la salvación definitiva (cf. ínfrá). La espera
escatológica no fue sólo un fenómeno de los primeros años. Pablo la
mantuvo a lo largo de su vida; a partir de ahí se explica su infatigable tarea
misionera. También él hubo de plantearse el problema de los cristianos que
fallecían, y resolver la cuestión teológica de la participación de los difuntos
en la parusía (1 Tes 4, 13ss; cf. cap. 12, § 1 y 14, § 4).
La espera escatológica de la comunidad primitiva no fue un fenómeno
singular. En el curso de la historia de la apocalíptica paleojudía, durante más
de doscientos años, hubo épocas de tensa espera. En tiempo de Jesús y de la
comunidad primitiva la encontramos en Juan Bautista y en los «celotas»;
igualmente en la comunidad de Qumrán. Aquí —como en la comunidad
cristiana— se afirma, aun perseverando en la espera, que la salvación ha
comenzado ya en la propia comunidad. Sus miembros habían recibido ya los
bienes definitivos de la justicia otorgada por Dios y del Espíritu santo. La
espera inmediata, la experiencia del perdón gratuito y del Espíritu dinámico
de Dios hermanan, pues, la comunidad primitiva con Qumrán. Pero la
proximidad del ésjaton alcanza su grado máximo en la comunidad cristiana.
La resurrección y elevación de Jesús le indican que el final de los tiempos se
ha producido realmente. La salvación definitiva es inminente. La comunidad
primitiva es, pues, sin duda un grupo apocalíptico.
Esta actitud de la comunidad primitiva ¿significó un retroceso frente a la
«escatología» de Jesús? ¿puede afirmarse que la comunidad primitiva
«reapocaliptizó» esa escatología? ¿no había superado y trascendido Jesús la
apocalíptica? ¿llegó la apocalíptica a redefinir y marcar el pensamiento de la
comunidad primitiva, hasta convertirse en «madre de la teología cristiana»?
Tal es la opinión de Kásemann: «Es verdad que Jesús partió del mensaje del
Bautista, de carácter apocalíptico; pero su propia predicación no estuvo
impregnada fundamentalmente por la apocalíptica: lo que anunció fue la
inmediatez del Dios cercano. El que había dado aquel paso no podía, a mi
juicio, haber esperado la venida del Hijo del hombre, la restauración del
pueblo de las doce tribus en el reino mesiánico y la parusía que estaba
vinculada a este hecho, para realizar la experiencia de la proximidad de Dios.
Verse obligado a conjugar esta espera y esta experiencia significaría para mí
volverlo todo incomprensible. En mi opinión el problema histórico y
hermenéutico no se vuelve lleno de sentido ni apasionante más que cuando
uno se da cuenta de que la pascua y la recepción del Espíritu permitieron a
la cristiandad primitiva responder a la predicación de Jesús sobre el Dios
cercano con una apocalíptica renovada y en cierto modo reemplazarla...
Como no es posible verdaderamente definir la predicación de Jesús como
una teología, la apocalíptica se ha convertido en la madre de toda la teología
cristiana» (Kásemann, 211).
Todo depende, obviamente, de si Jesús anunció o no del modo expuesto por
Kásemann «la inmediatez del Dios cercano» y de si tal anuncio es un
argumento contra la apocalíptica. ¿No hay que considerar justamente como
el motor más íntimo de toda apocalíptica el colocar al hombre ante Dios de
forma que lo reconozca como Señor del futuro y del presente, como el Dios
cercano y acercante, e invitarlo ante esta cercanía de Dios a la decisión, a la
conversión y a una vida acorde con la santidad de Dios? ¿qué otra cosa hizo
Juan Bautista? ¿no resultó ser Jesús, con su anuncio, el auténtico heredero
del pensamiento apocalíptico? Jesús concibió el reino de Dios como algo
inexistente, cuyo comienzo marcaba él con su vida, pero cuya consumación
había que esperarla de un futuro temporalmente incierto. El hecho de que la
comunidad pospascual añadiera a la inminencia del reino de Dios la
inminencia de la parusía representa simplemente el inicio de su reflexión
cristológica. El acontecimiento de Jesús debía estar estrechamente asociado
al acontecimiento escatológico anunciado por Jesús mismo.
El mérito de E. Kásemann consiste en haber señalado la importancia de la
apocalíptica en la génesis y evolución de la teología cristiana primitiva. No se
equivoca, a mi juicio, en lo que se refiere a la comunidad primitiva, pero sí en
lo concerniente a Jesús. El mensaje de Jesús es apocalíptico en el sentido de
que esperó la realización de la basileia, cuyo inicio marcó él mismo, para un
futuro próximo. Entre la «escatología» de Jesús y la de la comunidad no se
advierte una diferencia cualitativa.
La misma reflexión vale contra P. Hoffmann: «Jesús compartió sin duda la
expectativa apocalíptica de su tiempo; pero lo característico en él es, a mi
juicio, que entendió ya su presente y su acción en él como parte del
acontecimiento final. Jesús estuvo influido decisivamente por la presencia del
ésjaton en el marco de la espera (apocalíptica) del futuro. Lo peculiar de la
espera cristiana primitiva, en cambio, es una re-apocaliptización en cuanto
que ahora, con la conciencia del comienzo del Reino, se espera la llegada
(inminente) del Hijo del hombre, Jesús, y se acentúa así de nuevo el
componente de futuro en la espera apocalíptica. El presente se concibe
ahora como el último período de la historia que precede al final. En el
contexto de esta espera del futuro, la exhortación a la vigilancia, la
afirmación de la incertidumbre del momento de la parusía del Hijo del
hombre o la referencia a su carácter repentino adquieren ahora una función
propia» (Hoifmann, 45s).
No me parece acertado afirmar que Jesús estuvo influido decisivamente por
la «presencia del ésjaton». Hay que distinguir entre sus declaraciones sobre
el comienzo de la basileia en sus obras y sus declaraciones sobre el futuro. El
reino de Dios era para él un acontecer dinámico cuyo comienzo era una
realidad, pero cuyo fina! era un futuro inexistente. No sin razón expresó sus
ideas escatológicas con la metáfora de la siembra. La interpretación del
exorcismo muestra también que relacionó su propia actividad con la llegada
del reino de Dios, en el sentido de que los exorcismos muestran muy
concretamente esa liegada dentro del proceso dinámico, mas no la llegada
en plenitud. Jesús vio sin duda su actividad como el comienzo de la basileia;
era la labor de siembra; pero su consumación y el juicio, en los que Jesús
creyó, no los consideró una realidad presente.
A mi juicio, la escatología dinámica de Jesús pasó intacta a la comunidad
primitiva; pero después de pascua, la persona y la vida de Jesús llegaron a
ser parte integrante de esa escatología. La resurrección y elevación del
Crucificado reforzó en este contexto la afirmación de Jesús sobre el ésjaton
como algo que actuaba ya en el presente; pero la espera de la parusía de
Jesús como «mesías/Hijo del hombre» complementó la propia expectativa de
Jesús sobre la futura consumación del reino de Dios y del juicio divino. La
persona y la obra de Jesús se integraron así, después de pascua, en su
mensaje escatológico en cuanto que él, como Elevado, se convierte en
garante de la basileia presente ya dinámicamente, y como «aquel que
vendrá», en garante de su consumación en el futuro.
b) La conciencia de la comunidad primitiva
La comunidad de Jesús fue considerada desde fuera como un movimiento
concreto del judaísmo, análogo a los otros grupos y cenáculos de la época.
Tenía conciencia de ser la comunidad escatológica de salvación, la heredera,
el pueblo de Dios escatológico. Sólo ella era la comunión de los partícipes en
la basileia. Sus «doce» dirigentes gobernarían en la era de salvación al
pueblo escatológico de las doce tribus, Israel (Mt 19,28; cf. cap. 4, § 4).
Pero la comunidad primitiva no se consideró el «resto santo» de Israel. No
renunció a la esperanza de poder ganar a todo Israel para el reino de Dios.
Era consciente así de ser el inicio del Israel escatológico, todavía
numéricamente exiguo y modesto, que Dios había acogido de nuevo,
perdonándolo, por fidelidad a su alianza.
El tema de la «nueva alianza» (cf. Jer 31, 31) no figuraba en la eclesiología
de la comunidad primitiva; en la historia de la tradición aparece por primera
vez en el texto de la última cena, 1 Cor 11, 24s, donde la muerte de Jesús es
interpretada como sacrificio expiatorio (cf. infra, § 2e). «Nueva alianza»
significa aquí, por lo pronto, la «alianza renovada», la nueva oferta de Dios a
su pueblo de la «antigua» alianza. Dios mostró ahora su fidelidad al Israel
pecador e infiel (Rom 3,25s; cf. cap. 6, § 3). La idea de alianza «nueva»,
universal, extensiva a los paganos, podía encajar aquí con toda lógica; pero
hubo que recorrer para ello un camino bastante largo. De momento sólo
cabe afirmar que la comunidad primitiva se consideró heredera legítima del
pueblo de la antigua alianza.
Esta conciencia se expresó también en la marcha de los discípulos de Jesús
desde Galilea a Jerusalén. Se expresó asimismo en la institución
jerosolimitana de los «doce», que encarnó la pretensión de la comunidad
primitiva de representar y ganar a todo Israel.
«Este desplazamiento demuestra que la comunidad primitiva quiere, como
agrupación de discípulos de Jesús, ser Israel y no otra cosa. No se deja
desviar hacia la condición de una secta galilea. Allí hubieran quedado,
probablemente, sin ser molestados y habrían recuperado, además, el lugar
natal, la patria y el oficio. Pero eso pone de relieve también la otra cara de la
situación: la comunidad primitiva es cada vez más consciente de representar
a Israel. Jerusalén y el templo le pertenecen. Sabe que hay detrás una acción
de Dios que es superior a la liberación de Egipto, aunque aquella liberación
dio vida a Israel. Así, pues, si la permanencia en el templo y en la sinagoga
demuestra que la comunidad primitíva no es una facción revolucionaria sino
que quiere seguir siendo Israel, su instalación en Jerusalén demuestra que se
considera el nuevo Israel, el del tiempo final» (Schweizer, 31).
Los discípulos de Jesús continuaron su campaña de conversión. Su actuación
«en nombre de Jesús» era la última oferta de Dios a su pueblo. Esta oferta
iba dirigida a todo Israel sin condiciones previas. Dios estaba dispuesto a
olvidar el pasado de Israel y a brindar a su pueblo un nuevo futuro salvador
si Israel seguía su llamada.
El que se dejaba convencer por la campaña de conversión, debía tomar
postura, después de pascua, ante la persona y la vida de Jesús. Debía
justificar la acción de Dios con el Crucificado en la resurrección y reconocer a
Jesús como el último mensajero, cuyo mensaje reproducían los discípulos.
Aquí estriban las razones internas de que la comunidad primitiva se
afianzara cada vez más como «comunidad», como «iglesia». Se enfrentaba
como pueblo de Dios escatológico y verdadero a la nación judía histórica.
Aunque la nueva oferta salvadora de Dios valía para todos en Israel, era
imprescindible la decisión del individuo. Porque Israel se había alejado de
Dios colectivamente. Por eso la nueva promesa de Dios sólo era efectiva
para el que estuviera dispuesto a abandonar su pasado culpable y volver a
Dios. Esta exigencia afectaba a todos, incluidos los «piadosos» y «justos».
Como la vida y las obras de Jesús habían alumbrado el acontecimiento
escatológico, todos los otros movimientos de penitencia del judaísmo tenían
que conducir a esta acción escatológica de Dios en Jesús si no querían fallar
en su objetivo. Dios no había hecho la oferta final a su pueblo en Qumrán, ni
en el fariseísmo ni en el movimiento penitencial de Juan Bautista, sino
únicamente en la vida de Jesús de Nazaret. El que deseaba aceptar la oferta
tenía que reconocer a Jesús, rechazado por Israel, pero justificado y elevado
por Dios en la resurrección. La promesa de la nueva salvación valía, pues,
únicamente para aquellos israelitas que hicieran esa profesión de fe. Por eso,
a pesar de su intención de representar al Israel escatológico, la comunidad
primitiva tenía que aparecer desde fuera como una secta mesiánica y un
grupo especial dentro del judaísmo, en el que se ingresaba haciendo una
determinada profesión de fe. Pero la conciencia de la comunidad primitiva
debía evolucionar hasta que ésta se viera como una nueva realidad en la
historia sagrada, como «iglesia» junto a Israel como nación, donde el Israel
fáctico se cerró al mensaje de conversión de Jesús y de sus discípulos.
Faltaba aún un largo trecho para que la comunidad primitiva diera este paso
y llegara a verse como una comunidad segregada del Israel fáctico anterior.
El fracaso definitivo de su misión en Israel, que se iba perfilando lentamente,
y el éxito simultáneo de la misión universal alumbraron paso a paso esta
nueva conciencia. Pero en su época inicial, la comunidad primitiva
permaneció sin duda dentro del judaísmo. Los escritos sagrados, la tora y el
templo judíos eran igualmente patrimonio de la comunidad primitiva. Esta
representaba a Israel como realidad escatológica, era el verdadero pueblo de
Dios en tanto que «asamblea santa de Dios» (qahal Yahve).
«La idea veterotestamentaria de pueblo de Dios constituye por tanto la
imagen normativa de la primerísima escatología. El Espíritu recibido después
de pascua y que realiza milagros caracteriza sin embargo al presente, no ya
como una continuidad meramente histórica, sino como el cumplimiento de la
alianza del antiguo testamento al final de los tiempos, como la irrupción, a la
vez ya visible y todavía oculta, del reino de Dios en la tierra. Por eso son los
apóstoles, pilares de la obra celestial de Dios, y los profetas recientemente
aparecidos, los que dirigen a las comunidades por medio del derecho
celestial. Y los hacen apoyándose en las indicaciones del antiguo testamento
u oponiéndose a la ley judía y a las interpretaciones rabínicas para proclamar
la voluntad de Dios, y manteniéndose de este modo en la alianza mesiánica»
(Kasemann, 225).
La comunidad primitiva adoptó con ia mayor naturalidad los títulos del
pueblo de Dios en el antiguo testamento y se los aplicó a sí misma y a sus
miembros. Pablo se refiere a la comunidad de Jerusalén con la denominación
«los santos» (Rom 15, 25s.31; 1 Cor 8, 4; 9, 1.12). Los primeros cristianos se
atribuyeron este calificativo. No eran «santos» en virtud de méritos
especiales sino porque habían seguido a Jesús, y Dios mismo los había hecho
herederos del Reino con el envío del Espíritu. Parece que la comunidad
primitiva se aplicó también el calificativo de «los elegidos». Lo encontramos
en Mc 13,20.22.27 como designación de sus miembros. Esta
autodenominación implica la conciencia de representar al pueblo
escatológico de Dios.
La comunidad primitiva había adoptado también a hora temprana el nombre
de ekklesia (de Dios) (cf. Mc 16, 18; 18, 18). Pablo confiesa haber perseguido
a la ekklesia de Dios (Flp 3,6; Gal 1, 13; 1 Cor 15,9). «Ekklesia de Dios» es la
traducción del nombre hebreo qahal Yahve con el que Israel es designado en
el antiguo testamento como pueblo de Dios congregado para el culto. Si la
comunidad primitiva se aplicaba este nombre, el hecho demuestra su
conciencia de ser la asamblea de los herederos de la salvación y, al mismo
tiempo, su pretensión de convocar a todo Israel a esta asamblea. El empleo
del nombre «ekklesia de Dios» no indica de suyo un distanciamiento de la
comunidad primitiva respecto al Israel fáctico. Más bien, a la inversa, ese
nombre invita a Israel a congregarse como pueblo de Dios renovado en la
comunidad primitiva. Por eso cabe hablar también, en sentido enfático, de
«ekklesia de Jesús» (Mt 16, 18). La comunidad primitiva es la congregación
de los herederos de la salvación de Dios convocados por el mesías Jesús.
Pero cabe preguntar si la elección del término griego ekklesia como
traducción de qahal Yahve no implica ya la idea de un distanciamiento frente
al Israel concreto. Parece seguro que los «helenistas» vertieran la
denominación hebrea o aramea por ekklesia. Los «helenistas» aplicaron
también este término a la sección de la comunidad primitiva de Jerusalén
representada por ellos. Es lo que sugiere el uso lingüístico en Pablo, que sólo
persiguió a los «helenistas» y no a toda la comunidad primitiva. El término
ekklesia designaba primariamente en el griego profano la asamblea
legisladora de los ciudadanos de una polis en el agora, y designó al final todo
género de asamblea popular. La versión de los Setenta empleó este término
para traducir el qahal hebreo. Sin embargo, su uso lingüístico no es
homogéneo, porque qahal se puede traducir también por «sinagoga». La
cuestión es saber si el empleo homogéneo del término ekklesia por los
«helenistas» supone un pensamiento programático, expresión de un
distanciamiento consciente frente al Israel reacio a la conversión. La elección
de este término no se puede explicar sólo por el uso lingüístico de los
Setenta, porque entonces cabe preguntar por qué los «helenistas»
renunciaron a llamarse «sinagoga».
«Pero la nota distintiva y el núcleo teológico de la sinagoga es su relación
con la ley en la dimensión teológica y ética. Sin la ley no habría sinagoga (cf.
Lev r 11). La sinagoga es también escuela, centro docente, casa de oración,
albergue y consistorio de la comunidad judía; pero es sobre todo la casa de
la ley, el lugar de la tora y de la halajál Por eso pasó a ser con razón el
símbolo de la religión judía, basada en la ley y en la tradición, sin que haya
necesidad de distinguir aquí entre Palestina y la diáspora. Para el judaísmo
rabínico como para el helenístico, la institución sinagogal se relaciona y
coincide con el nómos y la paradoois» (Schrage, 196).
Hemos señalado ya (cf. cap. 4, § 3), y lo mostraremos más ampliamente, que
dentro del grupo de los «helenistas se criticó abiertamente, a hora muy
temprana, la interpretación de la ley y el culto del templo en el judaísmo.
Para ellos, el acontecimiento de Jesús, entendido en línea escatológica,
implicaba una ruptura con el «antiguo» Israel y la apertura a algo totalmente
nuevo. Ellos pudieron desarrollar el tema de la «nueva alianza» de un modo
teológicamente eficaz (1 Cor 11,24s). Pudieron entender el acontecimiento
de Jesús como una revelación que superaba la revelación sinaítica. Este
nuevo enfoque crítico podría haber encontrado una primera expresión en el
término ekklesia, expresión que afirmaba igualmente una discontinuidad
respecto al «antiguo Israel».
«Parece, en cualquier caso, que estos helenistas, con su crítica a la ley y su
misión entre los paganos al margen de cautelas legalistas, fueron los autores
de la elección del término ekklesia, y más cuando no se sabe de ningún otro
que pudiera hacerlo antes de Pablo... Pero aquí, entre los helenistas, se
produjo la opción por el término ékklesia, y esta elección no fue motívada
por intereses sacro-históricos ni por la conciencia de una continuidad y
solidaridad con Israel, sino por la conciencia de una discontinuidad frente a
un pasado caracterizado por la ley» (Schrage, 199s).
La comunidad primitiva se aplicó muy pronto la imagen de un edificio sólido
o del templo. Mt 16, 18 recurre a la idea de que la ekklesia Jesu es una
estructura firme, santa y espiritual, levantada sobre la «roca» Simón (cf. cap.
4, § 4). Los poderes del infierno no pueden ocuparla. Al trasfondo está la
vieja imagen de la «casa de Israel», así como la idea de un templo hecho de
personas vivas, imagen utilizada también en Qumrán (cf. IQS VIII,4-10; IQH
VI, 26; IQflor 1,2-7). Cuando Mc 12, lOs califica al Resucitado de «piedra
angular» (cf. Sal 118,22), hay en el fondo, probablemente, la expectativa de
un templo escatológico, expectativa que nació en Is 28, 16 e influyó en
Henet 90,28s; 91, 13; 93,7; Jub 1, 17; 4Qflor 1,3ss. Mc 14,58 llama a la
comunidad templo nuevo y espiritual construido por el Resucitado. Se
esperaba la aparición de un templo «celestial» para el tiempo final (TestLeví
5,1; Sab 9, 8). Esta expectativa se cumplió en el «templo» vivo de la
comunidad. Los «helenistas» cristianos hicieron suya esta idea (1 Cor 3, 16)
y concluyeron de ella que el templo de Jerusalén y su culto habían tocado a
su fin (cf. cap. 7, § 4). La idea late asimismo detrás de la imagen de los tres
«pilares» que fue aplicada más tarde a los dirigentes de la comunidad
primitiva (cf. Gal 2, 9). El templo es el lugar de la presencia de Dios entre los
hombres y de su adoración verdadera. Ambas cosas quiso expresar la
comunidad primitiva al aplicarse a sí misma la imagen del templo.
a) Reuniones domésticas
Consciente de ser la comunidad escatológica de Dios y del mesías Jesús, la
comunidad primitiva se reunía «en las casas», según Hech 2, 46, para el
culto diario. Hemos señalado antes que la comunidad primitiva de Jerusalén,
probablemente, se fragmentó por razones prácticas en comunidades
domésticas. También es probable que los «helenistas» organizaran sus
propias asambleas domésticas desde el principio. No sabemos el número ni
las dimensiones de tales comunidades domésticas en Jerusalén. Lo segundo
dependería sobre todo del espacio interior de las casas disponibles. Pero
Jerusalén, como ciudad de peregrinación, estaba preparada para dar acogida
a grandes grupos de comensales. Por eso cabe presumir que los cristianos
disponían también de salas para sus celebraciones. A esto hace referencia el
breve relato de Mc 14, 12-16:
El primer día [de los ázimos], cuando se sacrificaba el cordero pascual [le
dicen sus discípulos: ¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos
para que comas el cordero de pascua? Entonces] envía a dos de sus
discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre
llevando un cántaro de agua; seguidle, y allí donde entre, decid al dueño de
la casa: El Maestro dice: ¿dónde está mi sala, donde pueda comer la pascua
con mis discípulos?. El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya
dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros». Los
discípulos salieron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y
prepararon la pascua.
El interés de este episodio narrado conforme a un esquema fijo (cf. Mc 11,
Iss; 1 Sam 10, Iss) reside en la sala donde Jesús celebró la cena pascual con
sus discípulos. Jesús con su presciencia carismático-milagrosa encarga a los
dos discípulos buscar y preparar esa sala. La sala adquiere un carácter
sagrado con las circunstancias especiales de su «elección». La comunidad
primitiva en cuyo seno se trasmitió esta leyenda conocía aún la sala donde
Jesús había cenado con sus discípulos, la hizo objeto de veneración y la
utilizó quizá como lugar de reuniones (cf. Hech 1, 13).
No parece que el templo hubiera desempeñado un papel importante en la
vida de la comunidad primitiva. Esta utilizó su recinto para fines de asamblea
comunitaria y de predicación (Hech 3, 1); pero las reuniones cultuales
celebradas «en las casas» corroboran la importancia meramente secundaria
del templo. Es obvio que como lugar de oración y de culto en el judaísmo, el
templo no perdió importancia para los miembros de la comunidad; así, los
seguidores de Jesús podrían haber participado con regularidad,
individualmente, en la oración del templo y en el culto sacrificial (Hech 2,46);
en este sentido pudieron ser decisivos los vínculos tradicionales con formas
de religiosidad judía; pero no se comprendería la génesis de un culto
cristiano independiente del culto en el templo si la oración y el culto en el
templo hubieran sido los pilares en la vida de la comunidad primitiva. Quizá
ésta mantuvo con el templo y su culto una relación similar a la de los esenios
de Qumrán, que no rechazaban el templo y su culto, sino que se
consideraban sus verdaderos dueños. No participaban en su culto, y lo
repudiaban por impuro e ineficaz, al estar oficiado por un sacerdocio no
santo. La comunidad primitiva podría haber tenido una actitud análoga hacia
el templo; el culto allí rendido era totalmente ineficaz para expiar el pasado
pecaminoso de Israel. Dios había vinculado su nueva promesa de salvación a
la acción de Jesús. Es cierto que la actitud de distancia ante el culto
sacrificial tenía ya una larga tradición en el judaísmo primitivo; pero éste no
había hecho una crítica radical del templo y el culto, y se limitó
generalmente a adoptar una reserva escatológica contra un culto impuro (cf.
cap. 7, § 3).
b) La comunicación de bienes
La vida de la comunidad primitiva no se ciñó a los encuentros diarios «en las
casas». Tales encuentros eran más bien la expresión suprema de una
comunión de vida más amplia que mantenían los primeros cristianos.
Formaban una verdadera comunión de «hermanas» y «hermanos» que
recorrían juntos el «nuevo camino» (Hech 9, 2) abierto por Jesús con su
mensaje y su enseñanza. Lucas describió la comunión de vida de la
comunidad primitiva en dos breves apuntes.
4...Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común, vendían sus
posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad
de cada uno. Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un
mismo espíritu, partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría
y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el
pueblo; y día tras día el Señor iba agregando al grupo a los que querían
salvarse (Hech 2,44-47).
La multitud de los creyentes eran un solo corazón y una sola alma: nadie
consideraba suyo lo que poseía sino que lo tenían todo en común. Los
apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con mucha
eficacia, y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún
necesitado, pues todos los que poseían campos o casas los vendían, llevaban
el dinero y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno
según su necesidad (Hech 4, 32-35).
Es indudable que ambos sumarios diseñan una imagen idealizada de la vida
común en la comunidad primitiva. Lucas presenta la comunidad como
realización de las utopías sociales, frecuentes en la filosofía antigua, de una
comunidad ideal. Ya las incoherencias existentes en la exposición muestran
que Lucas hizo algo más que narrar simplemente la realidad histórica. Los
dos apuntes no se limitan a contar que aquellos miembros de la comunidad
primitiva que poseían bienes y tierras los vendían y ponían el importe «a los
pies» de los apóstoles. Entonces cabría esperar que todos los miembros de la
comunidad fueran atendidos en igual medida. Pero el texto dice que el
importe era distribuido «a cada uno según su necesidad» (2,45; 4, 35).
Después de las acciones de venta y donación seguía habiendo personas
«necesitadas» y personas que no dependían de estas ayudas. La afirmación
de que «nadie pasaba necesidad» en la comunidad es, pues, resultado de
una acción tendente a la compensación de las diferencias sociales en la
comunidad, y no la situación reinante en ella desde el principio.
Cuando Lucas añade que la comunidad se reunía a diario en las «casas» para
la «fracción del pan» (2, 46), hay que preguntar a quién pertenecían estas
casas. La respuesta más plausible es quizá que siguió habiendo en la
comunidad «propietarios de casas» que ponían a disposición sus viviendas
para el uso común. Algunos de ellos debieron ser gente muy acomodada al
poder ofrecer comidas a grupos mayores. Así lo sugiere también Hech 12,
12, que menciona la «casa de María», que incluía hasta un patio. Su
propietaria no la había vendido, por lo visto; la utilizaba para una familia
numerosa que disponía al menos de una sirvienta (12, 13), y la puso a
disposición de la comunidad como lugar de reunión.
Hech 4, 32 apunta a lo mismo. El texto indica que seguía habiendo
«propietarios» en la comunidad que ofrecían a todos el uso de sus bienes. No
se aferraban a la propiedad sino que la ponían a disposición de los otros;
pero tampoco la vendían para depositar el producto en una caja común, sino
que hacían partícipes de ella a otros.
Los apuntes elaborados por Lucas en los dos sumarios no hacen suponer,
pues —contra la tendencia lucana—, que lo normal en la comunidad
primitiva fuese transformar los bienes en dinero para vivir todos de una caja
común. Pero esos apuntes pueden indicar cómo, en la comunidad primitiva,
se compensaban las diferencias sociales con el amor activo, sobre todo de
los propietarios, de forma que nadie padeciera indigencia. Hech 6, 1-6, en
cambio, describe un caso de equilibrio social malogrado. Se habla aquí de un
fallo en la asistencia diaria a los necesitados. Las viudas pobres de los
«helenistas» eran desatendidas en la asistencia diaria. Esta situación se
enmendó con la institución de los «siete», según Lucas (cf. cap. 7). El fallo no
se hubiera producido dentro de esa comunicación de bienes ideal que
describe Lucas en Hech 2 y 4. De ahí que la referencia a las viudas
desatendidas no sea nada sospechosa; muestra, por un lado, cómo regulaba
la comunidad primitiva el equilibrio social; los propietarios asistían a los
necesitados. Pero la organización tenía fallos, según 6, 1-6. Esa referencia
pone en guardia, por otra parte, contra una interpretación literal de los
sumarios. Parece que Lucas tampoco pudo disimular el contraste entre 6, 1-6
y la imagen ideal de los sumarios.
Quiso, probablemente, sentar sobre una base más amplia relatos sueltos
sobre acciones generosas de renuncia de algunos discípulos. El sabía que
Pedro y los «doce» habían renunciado en efecto a sus bienes y su oficio (Lc
5,11). Pedro no tenía «oro ni plata» (Hech 3,6). Lucas sabe también que José
Bernabé «tenía un campo y lo vendió; llevó el importe y lo puso a disposición
de los apóstoles» (Hech 4, 36s). Este apunte tampoco es sospechoso
históricamente. Rinde honor a Bernabé mencionando, tiempo después, este
ejemplo de renuncia desinteresada a los bienes. Pero esto indica también
que su acción no fue considerada como un deber obvio de aquellos que
poseían tierras o casas. Bernabé se sumó con esta renuncia a aquellos
misioneros itinerantes que se consagraban al anuncio de Jesús, libres de
toda posesión personal. Lucas intenta expresar, pues, en los dos sumarios
que Bernabé no fue el único en dar este paso radical. Estaban también Pedro
y los «doce», los «siete» y, sobre todo, el gran número de misioneros
itinerantes que trabajaban fuera de Jerusalén (cf. cap. 10).
Estas reflexiones arrojan alguna luz sobre el oscuro y difícil relato de Hech 5,
1-11.
Un hombre llamado Ananías vendió una propiedad de acuerdo con su mujer
Safira y, a sabiendas de ella, retuvo parte del precio y puso el resto a
disposición de los apóstoles. Pedro le dijo: «Ananías, ¿cómo es que Satanás
se te ha metido dentro? ¿Por qué has mentido al Espíritu santo reservándote
parte del precio de la finca? ¿no podías tenerla para ti sin venderla? Y si la
vendiste, ¿no eras dueño de quedarte con el dinero? ¿cómo se te ha ocurrido
hacer eso? No has mentido a los hombres sino a Dios». A estas palabras
Ananías cayó al suelo y expiró, y todos los que se enteraban quedaban
sobrecogidos. Fueron los jóvenes, lo amortajaron y lo llevaron a enterrar.
Unas tres horas más tarde entró su mujer, que ignoraba lo que había pasado.
Pedro le preguntó: «Dime, ¿habéis vendido la finca por tanto?». Ella
respondió: «Sí, en eso». Pedro le repuso: «¿Cómo os habéis puesto de
acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? Mira, los que han
enterrado a tu marido están ya pisando el umbral para llevarte a ti». En el
acto cayó a sus pies y expiró. Al entrar los jóvenes la hallaron muerta y la
llevaron a enterrar junto a su marido. Toda la comunidad quedó espantada, y
lo mismo todos los que se enteraron.
Es evidente que la pareja hizo algo especial y no algo obligatorio para todos
al vender su propiedad y poner el precio «a los pies de los apóstoles». Pedro
declara expresamente en v. 4 que no tenían obligación de hacerlo. Podían
haber retenido la propiedad o el precio. ¿Por qué decidieron no obstante
renunciar a la posesión y en qué consistió la falta? ¿quiso Ananías, de
acuerdo con su mujer, consagrarse totalmente al servicio de la predicación y
hacerse misionero itinerante? No era óbice el hecho de estar casado. Otros
misioneros llevaban consigo a sus esposas en los viajes de misión (1 Cor
9,5). La culpa de ambos consistió entonces en haber hecho la renuncia a
medias y no radicalmente. Intentaron así engañar al Espíritu de Dios. Esta
interpretación daría un perfil más claro a los «jóvenes» mencionados en
Hech 5,6.10, ¿Se trata de discípulos de Jesús que con una renuncia radical a
los bienes abrazaban el seguimiento «perfecto» de Jesús (cf. Mc 10, 17-22),
mantenían en su condición de mensajeros itinerantes una relación especial
con el Elevado y eran «portadores del Espíritu»?
No es posible dar respuesta a estas preguntas. El relato Hech 5,1-11
muestra, en todo caso, que la venta de las posesiones no la realizaban todos
los miembros de la comunidad primitiva ni se exigía a todos. Era la
excepción, aunque quizá más frecuente de lo que puedan demostrar
«históricamente» los textos de Lucas. En este sentido Lucas amplió con
razón los datos aislados que tuvo a mano (cf. 4, 36s; 5, l-11).
Podemos afirmar, resumiendo, que la solidaridad social de la comunidad
primitiva descrita por Lucas en los dos sumarios se dio efectivamente,
aunque no se ajustara en la forma y la organización al tipo ideal que él
esboza. La comunidad contaba sin duda con miembros que poseían casas,
tierra y capital. Ellos no eran «desposeídos». Ofrecían sus casas como
lugares de reunión y contribuían con su fortuna a compensar las diferencias
sociales de la comunidad. Pero había también propietarios que renunciaban
totalmente a los bienes o a la herencia, la vendían y entregaban el precio.
Probablemente, estos discípulos de Jesús se ponían así al servicio especial de
la predicación cristiana como misioneros itinerantes. Es posible que esto
diera origen de hecho a una especie de «caja común» que servía para
compensar los desequilibrios en la comunidad, absorber ciertos casos de
indigencia y de endeudamiento, rescate, etc. y, quizá, financiar tareas de la
comunidad como la compra de lugares de entierro. En cualquier caso, no
parece que el capital de donaciones de la comunidad primitiva hubiera sido
nunca excesivo. La comunidad era sin duda pobre en el sentido real de la
palabra. El concilio de los apóstoles (48/49 d. C.) decidió organizar una
«colecta» para remediar un estado de hambre y de grandes dificultades
económicas en Palestina y en Jerusalén, un amplio programa de ayuda en el
que participaron las comunidades paganocristianas de Pablo.
Los esenios conocieron igualmente una vida comunitaria organizada a la que
contribuía cada miembro con sus bienes. También aquí podemos distinguir
dos modos de aportación. Los miembros de poblados esenios dispersos por
todo el país, si estaban casados, tenían sus propiedades y bienes de fortuna
(CD IX, 14ss.22). Poseían casas (CD XI, 7-11) y campos, y hasta ocupaban a
esclavos y jornaleros (CD XI, 12; XII, 10). Pero hacían aportes mensuales a
una caja común que era administrada por un «interventor» (CD XIV, 12-16).
El que era acogido en la comunidad debía declarar sus bienes de fortuna. Las
declaraciones falsas eran castigadas (CD XIV, 20s). La caja comunitaria debía
ayudar a los indigentes. «Hay que ayudar con ella a los huérfanos, también a
los necesitados y pobres, y al anciano [que agoniza], y al hombre que carece
de patria, al que es deportado a un pueblo extranjero y a la doncella que no
tiene a nadie que la rescate...» (CD XIV, 14ss).
Esta praxis podría haber fecundado la comunión de vida y de bienes en la
comunidad primitiva. También en Jerusalén existió un poblado esenio con el
que podría haber entrado en contacto la comunidad primitiva. Y hemos visto
ya que entre los cristianos neoconversos había algunos esenios.
En Qumrán, en cambio, regía una norma más radical. El que deseaba
ingresar en esta «comunidad monástica» debía entregar sus propiedades o
su fortuna a la comunidad. Tras un «noviciado» de un año, el candidato debía
«entregar sus posesiones e ingresos en manos del hombre que administra
los ingresos de todos». Este administrador debía llevar la «contabilidad»,
«pero no puede hacer gastos en nombre de la comunidad» (IQS VI, 19s). En
caso de ser rechazado el candidato después del segundo año de noviciado,
podía recuperar los bienes entregados provisionalmente. Sólo después de la
admisión definitiva en la comunidad pasaban sus bienes a ser propiedad de
la comunidad. Los informes falsos no deliberados sobre los bienes de fortuna
eran castigados con la exclusión de la vida comunitaria y con la reducción de
la ración alimenticia durante un año (1 QS VI, 24s). La declaración falsa
deliberada, para la que no consta ninguna sanción, era castigada sin duda
con la exclusión total de la comunidad.
No parece probable que esta praxis de la comunidad de Qumrán constituya
la base de la renuncia radical a los bienes en la comunidad primitiva ni que
explique, concretamente, la condena de Ananías y Safira (Hech 5, 1-11). La
renuncia radical a los bienes practicada en la comunidad primitiva no era
obligatoria sino voluntaria. Es posible que se inspirase en el ejemplo del
Jesús terreno y de su grupo de discípulos. Sólo quien seguía radicalmente
este estilo de vida después de pascua y deseaba consagrarse plenamente al
anuncio de Jesús tenía la obligación de seguir el estilo de vida de los
discípulos del Jesús terreno. Debía renunciar a sus bienes, ahora en favor de
la comunidad pos-pascual de Jesús, y entraba así, como mensajero
«entusiasta», al «servicio» del «Elevado».
e) El ágape comunitario
El elemento más importante de las reuniones comunitarias «en las casas»
era el ágape fraternal. Era una verdadera comida para satisfacer el hambre
y, en consonancia con las circunstancias de la época, era a menudo la única
comida del día. Esta costumbre perduraba aún en la comunidad
paganocristiana de Corinto. Pero hubo notables abusos, que Pablo censura
ásperamente (cf. 1 Cor 11). Aunque los encuentros de la comunidad
primitiva eran celebraciones religiosas, «sirvieron también desde el principio
—en la línea del precepto del amor recíproco— para que comieran los pobres
y necesitados, los huérfanos y las viudas. La primera obra de amor cristiano
se basó en la comida» (Lohmeyer, 82). Pero el ágape diario no se agotaba en
la mera finalidad de satisfacer el hambre. «Es una reunión de los discípulos
de Jesús como tales; por eso, no es una comida más, sino que posee un
carácter ideal; es expresión de las creencias religiosas y éticas comunes». El
carácter específico del ágape se expresa también en su nombre. Hech 2, 42
lo denomina «fracción del pan». Es cierto que con este rito de partir el pan
iniciaba la comida el padre de familia judío; pero ninguna comida judía
recibía el nombre de este rito. Ahora bien, el término «fracción del pan»
adquiere también relevancia en el episodio de la multiplicación de los panes
(Mc 6, 41) y en el relato de Emaús (Lc 24, 30s). En el primer caso, la idea de
escasez de alimentos va asociada a este rito; en el segundo, el rito se
convierte en signo distintivo del Resucitado. Los dos relatos sugieren que
este rito tenía una importancia especial en los ágapes comunitarios; lo cual
hace comprensible su denominación de «fracción del pan».
El pasaje de 1 Cor 11 nos da una idea de lo que eran aquellas comidas.
Probablemente, los comensales llevaban ya aderezados, según las
posibilidades de cada uno, los manjares que después eran consumidos en
común. Los pobres e indigentes se alimentaban de lo que sobraba a los
miembros ricos de la asamblea. De ese modo se cumplía en estas reuniones
la bienaventuranza de Jesús: «Dichosos los que pasan hambre, porque serán
saciados. Dichosos los que lloran, porque se alegrarán».
Uno de los problemas debatidos en la exégesis neotestamentaria es si el
ágape comunitario del cristianismo primitivo derivó directamente de la
«última cena» y si evocaba desde el principio y en todas partes la muerte
cruenta de Jesús, como suponen las dos tradiciones de 1 Cor 11,23-26 y Mc
14,22-24. En estrecha relación con este problema aparece el de cómo
interpretó Jesús mismo la «última cena» con sus discípulos y si la relacionó
con su muerte. Es indudable que Jesús, durante su estancia en Jerusalén con
los discípulos, celebró una última cena común. Esta cena se caracterizó por
la espera en la llegada inminente del reino de Dios, tal como se expresa en
el logion Mc 14, 25. Posiblemente, Jesús contó con la posibilidad real de
morir antes de la aparición de la basileia y se lo comunicó a los discípulos
con motivo de esta cena. Podría haber utilizado el rito de la «fracción del
pan» para comenzar la cena con el fin de representar simbólicamente su
muerte próxima. Sin embargo, no podemos reconstruir el sentido exacto de
esa posible acción de Jesús ni las palabras pronunciadas que quizá la
acompañaron. El relato de la institución (Mc 14, 22-24) no arroja ninguna luz
a este respecto; es un relato tardío dentro de la historia de la tradición. Pablo
refiere una tradición anterior en 1 Cor 11, 23-25, pero la conoció en Damasco
o en Antioquía, donde no pudo tener su origen. Los «helenistas» de Jerusalén
pudieron haberla llevado a Damasco o a Antioquía. Sin embargo, esto
permite inferir conclusiones únicamente sobre la noción de la cena
comunitaria entre los «helenistas», ya que los dos sectores de «hebreos» y
«helenistas» tuvieron un proceso teológico diferente (cf. cap. 6 y 7). Resulta
así incierto, quizá bastante dudoso, que 1 Cor 11, 23-25 refleje la idea de las
celebraciones eucarísticas que regía en toda la comunidad primitiva. De ser
así, no se podría explicar —en su génesis ni en su vigencia— el tipo especial
de cena eucarística recogido en la Didajé (9, 1-10, 6) y que fue corriente en
las comunidades judeocristianas posteriores. Encontramos aún aquí
elementos que determinaron las celebraciones litúrgicas de la comunidad
primitiva más antigua: el talante escatológico y la expectativa ante una
parusía próxima de Jesús (Did 10, 6), el término «fracción del pan» (Did 14,
1) y el carácter de comida destinada a satisfacer las necesidades nutritivas
(Did 10, 1). La invocación maranatha ponía fin en ambos modelos a la
celebración eucarística. La Didajé «no hace referencia alguna a un memorial
de la muerte de Jesús, a su cuerpo y sangre de la alianza ni al recuerdo de la
última cena en la noche de la entrega. Tenemos así un tipo de cena del Señor
al margen de la tradición conservada en Me y en Pablo» (Lietzmann). Esta
eucaristía sólo se puede explicar, en el plano de la historia de la tradición, si
se remonta a los primeros orígenes y quedó intacta ante otros procesos en la
historia de la teología.
En realidad podemos suponer el motivo de que la cena comunitaria de la
comunidad primitiva fuese del mismo género que la celebración eucarística
descrita en Did 9, 1-10, 6. Para esa cena se reunía la comunidad de salvación
final en un ambiente de entusiasmo escatológico (Hech 2, 46). La invocación
maranatha ponía fin a las celebraciones. Los celebrantes anticipaban el
banquete mesiánico esperado para el tiempo final. De ese modo
sintonizaban con la actitud de Jesús en su última cena con los discípulos.
También esta cena tuvo un carácter escatológico (Mc 14, 25). Pero la
comunidad primitiva no se limitó a continuar con sus ágapes diarios esta
última cena de Jesús con los discípulos, sino que evocaba también las otras
comidas con el Jesús terreno, donde éste había anticipado la comensalidad
del reino futuro. El relato de la «multiplicación de los panes» (Mc 6, 34-44)
hace referencia a tales comidas en vida de Jesús; pero su contexto vital es el
ágape común del cristianismo primitivo.
Al desembarcar vio Jesús mucha gente, le dio lástima de ellos porque
andaban como ovejas sin pastor [y se puso a enseñarles con calma].
Avanzada ya la tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: «Estamos en
despoblado y ya es muy tarde. Despídelos, que vayan a los cortijos y aldeas
de alrededor y se compren de comer. [El les replicó: «Dadles vosotros de
comer»] Le preguntaron: «¿Vamos a comprar doscientos denarios de pan
para darles de comer?». El les dijo: «¿Cuántos panes tenéis?». Cuando lo
averiguaron, dijeron: «Cinco, y además dos peces». Les dijo que la gente se
echara en el verde formando grupos. Se acostaron en corros de ciento y de
cincuenta. 40-41 tomando él los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada
al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos
para que los sirvieran. Repartió también los peces entre todos. Comieron
todos hasta quedar satisfechos, y recogieron doce cestos de sobras de pan y
pescado. Comieron cinco mil hombres.
El relato sigue formalmente el modelo de la leyenda de Elíseo en 2 Re 4, 42-
44. Coincide con ella en la estructura y en numerosos detalles. El milagro es
muy superior al de 2 Re 4, 42-44, como indican los datos numéricos. Jesús
supera en poder a Eliseo, que era considerado el mayor taumaturgo del
antiguo testamento.
El relato contiene otros muchos detalles narrativos que no pueden derivar de
2 Re 4, 42-44, pero sí del resto del antiguo testamento y de ideas del
judaísmo primitivo. El v. 34, que menciona la «compasión» de Jesús por el
pueblo, evoca pasajes del antiguo testamento que asocian la misericordia de
Dios con la nutrición humana (cf Os 13, 4-6; Sal 107, 4-9; 78, 18-23; Dt 8, 1-
5.16). El v. 34 aplica a Jesús la imagen de pastor de la multitud. En el antiguo
testamento. Dios es el pastor de su pueblo (Sal 23); su solicitud pastoral
incluye la provisión de alimentos. En esta línea, el tema del pastor aparece
muchas veces unido al alimento milagroso del maná en el desierto (Os 13, 4-
6; Sal 78, 18-32.52). Pero Dios constituyó también a Moisés o a David como
pastores del pueblo (Núm 27, 15-17; Sal 78, 70-72). En el tiempo final él
mismo conducirá y apacentará a su pueblo falto de pastor (Ez 34, 6.11-14), y
hará del mesías el pastor definitivo (Ez 34, 23-31). La mención del lugar
«despoblado» en v. 35 hace recordar la alimentación de Israel en el desierto
(Ex 16). La mención del «verde» en v. 39 se relaciona con el tema del pastor
y podría ser un eco directo de Sal 23, 2. La distribución de la multitud en
grupos de cincuenta y de ciento para comer (v. 39s) recuerda el sistema de
gobierno durante el período del éxodo (Ex 18, 13ss). El judaísmo de la época
imaginaba esta distribución en la mesa del banquete mesiánico, y la
comunidad de Qumrán la hizo ya efectiva en sus refecciones (cf. IQSa Is; IQS
2, 21s; 1QM4, 3ss).
El relato de la multiplicación de los panes rebosa, pues, de alusiones al
Éxodo y al esperado banquete escatológico del mesías. El relato subraya la
superioridad del milagro de Jesús sobre los grandes milagros del profeta
Eliseo.
En la narración late la esperanza judía de que Dios envíe al final de los
tiempos un salvador con las características de Moisés (Dt 18, 15-18),
superior a todos los profetas. De este «mesías con función mosaica» se
esperaba un nuevo éxodo y la reedición de sus prodigios (Barsir 29, 8). Un
texto judío dice: «Como el primer libertador (Moisés) hizo descender el
maná, porque está escrito: 'Mirad, os haré llover pan del cielo', así el último
salvador hará bajar el maná, pues está escrito: 'habrá pan de trigo en la
tierra'» (Qoh r 1, 28). Sobre el trasfondo de esta expectativa, el relato de la
multiplicación de los panes da a entender que en la actividad de Jesús se
cumplieron las expectativas de salvación de Israel. Jesús es ese pastor
escatológico de Israel que Dios iba a enviar. El dio de comer al pueblo en el
desierto como hiciera Moisés durante el éxodo. Llevó ya a cabo el banquete
escatológico del mesías. Es el «nuevo Moisés» esperado, el mesías, superior
a todos los profetas.
El relato deja entrever la propia conciencia y la praxis de la comunidad en la
que surge. La comunidad se considera a sí misma como la comunidad
mesiánica en celebración convival. El banquete mesiánico iniciado con la
multiplicación de los panes en el desierto aparece sugerido también en los
«doce cestos» de las sobras mencionados al final del relato (v. 44). Los «doce
cestos» remiten al momento presente de la comunidad narradora. Ella vive
ahora de las sobras que Jesús puso a su disposición. El acontecer de Jesús
continúa en sus celebraciones convivales, donde los miembros de la
comunidad comparten sus «provisiones» y todos quedan satisfechos.
El relato tiene su contexto vital en las reuniones diarias de la comunidad
primitiva. El episodio se contaba aquí para hacer presente el acontecimiento
de Jesús e interpretar el ágape de los discípulos de Jesús reunidos. Pero
orientaba a la vez la mirada de la comunidad hacia el banquete escatológico,
aún por llegar, en el reino de Dios.
La tradición pascual más antigua nos muestra la actitud de la comunidad
primitiva cuando se reunía para la «fracción del pan». El relato de aparición
que subyace en Jn 21, 1-14 describe cómo el Resucitado mismo reanudó la
anterior comunión convival con los discípulos. Les sirvió pan y pescado,
como en la multiplicación de los panes.
Conviene mencionar también el antiguo relato sobre la aparición del
Resucitado en Lc 24, 13-35.
Cerca ya de la aldea adonde iban, hizo ademán de seguir adelante; pero
ellos le insistieron diciendo: «Quédate con nosotros, que está atardeciendo y
el día ya va de caída». El entró para quedarse. Recostado a la mesa con
ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció. Entonces
se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Entonces
comentaron: «¿No nos ardía el corazón mientras nos hablaba por el camino
[explicándonos las Escrituras]?». Y levantándose al momento, se volvieron a
Jerusalén.
El relato se puede considerar como una leyenda cultual: el Resucitado mismo
inicia a los discípulos en el «rito» de la cena del Señor. Recuerda en forma
intuitiva que el Resucitado está presente, al «partir el pan», en medio de la
comunidad celebrante.
La cena comunitaria quedó integrada en la conciencia escatológica general
de la comunidad primitiva: desde que Jesús emprendió su actividad,
comenzó el ésjaton y estaba misteriosamente presente en la acción de Jesús;
pero faltaba su consumación. La comunidad realizaba esta escatología
esperada en el ágape comunitario de cada día. En él se evocaba la obra de
Jesús. El Jesús elevado al cielo está misteriosamente presente en el ágape.
Este es a la vez una anticipación del futuro banquete escatológico en el
Reino. Por eso celebra la cena con alegría escatológica; pero no es aún el
banquete definitivo; éste es esperado para un futuro próximo.
Tal reserva se podría expresar con la renuncia al vino. Ni los relatos de
multiplicación de los panes ni el relato de Emaús mencionan la copa de vino.
El logion Mc 14,25 podría sugerir que la comunidad primitiva había
renunciado al vino, al menos parcial y temporalmente, como ingrediente de
sus comidas.
Os aseguro que ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo
beba, pero nuevo, en el reino de Dios.
El logion no puede ser continuación originaria de 14,22-24. Quizá es
fragmento de un relato perdido de la cena (cf. Lc 22, 15-18). Tiene
características semitas. Jesús promete en él al grupo de discípulos una
comensalidad nueva y definitiva en el reino de Dios. Hasta entonces no
beberá más del «fruto de la vid». El logion viene a respaldar, posiblemente,
la praxis de determinados sectores de la comunidad primitiva de renunciar al
vino en sus ágapes hasta la consumación de la basileia. En la Iglesia antigua
encontramos aún comunidades y cenáculos que celebraban la «eucaristía»
sin vino.
En la comunidad primitiva de Jerusalén germinó, probablemente en medios
helenísticos, otra concepción de la cena comunitaria. Los «helenistas» fueron
los primeros en reflexionar sobre el significado soteriológico de la muerte en
cruz de Jesús y en interpretarla con categorías de la teología de la alianza e
ideas del sacrificio expiatorio (cf. cap. 6, § 3). Al concebir la muerte en cruz
de Jesús como sacrificio expiatorio que alcanza el perdón de los pecados y la
renovación de la alianza, la celebración comunitaria de la cena pasa a ser el
lugar donde los comensales comparten «sacramentalmente» este fruto de la
muerte de Jesús. Esta nueva concepción pudo tener como soporte el hecho
de que la celebración del ágape se realizaba siempre en memoria de la
última cena de Jesús antes de su muerte, donde Jesús podría haberse
referido a su martirio. Ahora se tenía presente únicamente la «última cena»
de Jesús; fue interpretada como una «fundación» de Jesús (1 Cor 11, 23.26).
La celebración de la comunidad repetía esa «última cena» en memoria de la
muerte de Jesús. Ello no reducía el entusiasmo escatológico, como se
desprende claramente de la «perspectiva escatológica» de 1 Cor 11,26.
El desarrollo de este nuevo concepto del ágape comunitario se produjo en
paralelo con la cristología. A medida que se entendió la muerte de Jesús
como lugar de expiación de los pecados y como renovación de la alianza rota
por la infidelidad de Israel, pudo abrirse camino el nuevo concepto de ágape
comunitario. Pero este concepto no existía al comienzo de la evolución. Lo
que había al principio era la praxis de la comunidad de reunirse como
comunidad del futuro reino para el ágape diario en común, que tenía un
carácter escatológico y anticipaba el banquete del tiempo final. La
comunidad tenía presente a la vez la comensalidad de los discípulos con
Jesús durante su actividad terrena. La última cena de Jesús quedaba incluida
en esta mirada retrospectiva, siempre como el ágape postrero en una praxis
vital más amplia del movimiento prepascual de Jesús. Pero el ágape
comunitario de sentido escatológico daba margen para otra interpretación
que acompañó a la interpretación de la persona y la actividad de Jesús
continuada después de pascua.
De otro modo sería históricamente incomprensible la praxis del ágape en la
comunidad primitiva, dado que los ágapes comunitarios escatológicos antes
reseñados se practicaron desde el principio y constan aún en la Didajé,
habría que suponer que la comunidad primitiva celebró paralelamente,
desde el principio, otra cena de significado sacramental. ¿Es plausible esto
históricamente para una misma comunidad? Por eso H. Lietzmann, que
propuso la tesis de los dos tipos de ágape en el cristianismo primitivo, los
atribuyó a comunidades diferentes: la judeocristiana y la helenística. Su tesis
debe modificarse hoy en el sentido de que el ágape escatológico evolucionó,
con la adición de nuevas categorías conceptuales, hacia la «cena
eucarística» entendida en sentido sacramental, probablemente en la propia
comunidad de Jerusalén o al menos entre los judeocristianos helenistas. Pero
éstos retuvieron básicamente la orientación escatológica de la cena (1 Cor
11,26).
Sólo podemos utilizar con reservas, en este punto, los dos «relatos
institucionales» (Mc 14, 22-24 y I Cor 11, 23-26). Es seguro que el relato del
evangelio de Marcos no procede de la comunidad de Jerusalén, aunque
algunos lo siguen defendiendo hoy con vehemencia. Debe considerarse, a la
luz de la historia de la tradición, como un relato tardío. Es el texto de la
anamnesis que acompañaba las celebraciones eucarísticas de la comunidad
marquiana. Es evidente la influencia de la praxis litúrgica. El texto invita a los
participantes en la celebración comunitaria a «tomar» (Xáexe) como los
discípulos el pan interpretado como cuerpo de Jesús. Invita a beber del cáliz
ofrecido por Jesús aun antes de interpretar su contenido. Detrás de ambos
textos se trasluce el rito que la comunidad lleva a cabo. Las dos frases
interpretativas se corresponden conforme a la ley de paralelismo litúrgico:
touto estin to soma mou / touto estin to aima mou. Se interpreta el pan y el
contenido de la copa, o sea, el vino. El pan es el cuerpo de Jesús; el vino, su
sangre, que es «sangre de la alianza» (Ex 24, 8). Pero la «alianza» sellada
con la sangre de Jesús no es en favor de Israel sino, como queda claro en la
frase uper pollon (Is 53?), en favor de «los muchos», es decir, judíos y
paganos. Esta visión de la muerte de Jesús, expresada aquí como fundación
de una alianza universal, constituye una etapa posterior de reflexión. La
formación tardía de este texto queda patente en el hecho de expresar
claramente la invitación —repulsiva para los judíos— a beber la sangre de
Jesús. Pero no se puede afirmar que esta invitación sea impensable en un
entorno judeocristiano y que Mc 14,22-24 apunte por tanto a un ambiente
paganocristiano. En realidad, el evangelio de Marcos va destinado a una
comunidad mixta de cristianos procedentes del judaísmo y del paganismo; y
también Jn 6,53ss exige de lectores judeocristianos beber la sangre del Hijo
del hombre. Hay que suponer, en cambio, que el escándalo de esta
invitación quedaba muy atemperado para los judeocristianos en el marco de
una interpretación cristológica y sacramental del rito eucarístico. En realidad,
lo que se bebe en la cena eucarística no es sangre sino vino.
El «relato de la institución» ofrecido por Pablo en 1 Cor 11, 23-26 es
históricamente más antiguo en todos los aspectos que Mc 14,22-24.
Porque lo mismo que yo recibí del Señor os lo trasmití a vosotros: que el
Señor Jesús, la noche en que iban a entregarlo, cogió un pan, dío gracias, lo
partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced lo
mismo en memoria mía». Después de cenar, hizo igual con la copa, diciendo:
«Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre; cada vez que bebáis,
haced lo mismo en memoria mía». Pues cada vez que coméis de ese pan y
bebéis de esa copa, proclamáis la muerte del Señor, hasta que él vuelva.
Las frases interpretativas no aparecen aquí en paralelismo. La observación
del v. 25a hace ver incluso que cada una de las dos frases tenía una función
autónoma en la celebración y estaba desconectada de la otra. La distribución
del pan y las palabras pronunciadas sobre él introducían la cena; la
distribución de la copa y las palabras pronunciadas sobre ella ponían fin a la
misma. Entre ambas acciones tenía lugar el ágape comunitario para
satisfacer la necesidad de nutrición. Se ha mantenido su connotación
escatológica (11, 26). Las dos frases interpretativas que en la celebración
concreta aparecían separadas por el ágape propiamente dicho, son
comprensibles y tienen perfecto sentido por sí mismas. La frase sobre el pan
(11, 24) interpreta su «partición» en referencia al cuerpo de Jesús entregado
a la muerte en expiación sustitutoria. Aparece aquí la idea de expiación
vicaria. Esta expiación no se entiende aún explícitamente a escala universal;
pero la fórmula de 1 Cor 11, 24 queda abierta sin duda a esta idea y así la
entendió Pablo. Las palabras pronunciadas sobre la copa (11,25b) interpretan
ésta —no su contenido—, que pasa de mano en mano, y la comunidad
creada por ella, como la «nueva alianza» sellada con la sangre de Jesús. Hay
aquí sin duda una referencia a Is 31, 31s. La «nueva alianza» es la alianza
renovada. La muerte de Jesús fue el lugar de esa renovación; él es la víctima
de reconciliación (cf. Rom 3, 25s; cf. cap. 6, § 3). No se trata aquí
originariamente, como en Mc 14,24, de una segunda «alianza» que alcanza a
«los muchos», es decir, a judíos y paganos, sino de la renovación de la
alianza de Dios con su pueblo, aunque la idea de apertura de esta alianza a
los paganos se añadió muy pronto. No falta del todo, sin embargo, la
referencia a la alianza sinaítica (cf. Rom 3,25). También hay que señalar que
la expresión «beber la sangre» no figura en 1 Cor 11,25b.
Pablo mismo interpreta esta tradición en 1 Cor 10, 16 en sentido
eclesiológico: el pan «partido» y consumido en común realiza la comunión
con el soma de Cristo; y el cáliz realiza la participación en la sangre de
Cristo, es decir, en su muerte y su acción, en la «alianza renovada». Es
posible que este concepto estuviera ya asociado antes de Pablo al «relato de
la institución» de 1 Cor 11, 23-26. En la celebración de la cena así entendida
se constituyó la comunidad, posibilitada y fundamentada por la entrega de la
vida por Jesús, como alianza renovada escatológicamente. Al comer el pan y
beber de la copa, la comunidad participa en el cuerpo de Jesús entregado a
la muerte, en su sangre derramada y en aquello que esta muerte produjo
como efecto.
¿Hasta dónde se remonta la tradición de 1 Cor 11,23-26? El propio Pablo
señala que, además de haber introducido ya con su acción misionera en
Corinto esa tradición y la praxis comunitaria realizada conforme a ella, él
mismo la había recibido del Señor (11, 23). El hecho de haberla recibido «del
Señor» no significa que tenga su origen histórico en Jesús. Pablo no conoció a
Jesús. Le llegó la tradición a través de la «iglesia», aunque era considerada
como palabra del Elevado. En realidad, Pablo conoció la tradición en
Antioquía o en Damasco, donde él mismo fue acogido en el seno del
cristianismo (cf, cap. 14). Las dos comunidades estaban relacionadas con los
«helenistas» de Jerusalén. 1 Cor II, 23-26 reproduce la nueva concepción del
ágape comunitario introducida por los «helenistas» en el cristianismo
primitivo. La tradición podría haber surgido, pues, en los medios helenísticos
de Jerusalén. Esto no tiene nada de seguro, pero es indudable que al menos
los temas básicos de la nueva idea de cena comunitaria fueron desarrollados
por los «helenistas» de Jerusalén. Es posible que los ampliaran y fijaran
después en Damasco o en Antioquía.
No es fácil saber si la nueva idea de cena comunitaria influyó también, y
hasta qué punto, en el sector arameoparlante de Jerusalén. La expulsión de
los «helenistas» podría haber producido una fractura que impidiera la
influencia de su concepto de eucaristía en el resto de la comunidad primitiva,
o que al menos la retardara.
f) El bautismo
Parece que el bautismo del cristianismo primitivo fue un acto litúrgico sui
generis. Como se realizaba por inmersión, a ser posible en agua corriente, no
podía realizarse antes o durante la celebración litúrgica diaria de los
cristianos. La comunidad primitiva había tomado la praxis bautismal de Juan
Bautista. Compartía también con éste la noción del carácter y los efectos del
bautismo. Este era considerado un «sacramento» escatológico mediante el
cual el converso que reconocía sus pecados recibía el perdón de ellos. Así se
sentía seguro ante el inminente juicio de Dios. Para la adopción del bautismo
influyó sin duda en la comunidad primitiva el recuerdo de que Jesús mismo
se hizo bautizar por Juan Bautista. Además, una parte del grupo más íntimo
de discípulos de Jesús procedían del movimiento penitencial del Bautista (cf.
Jn 1, 29ss). Probablemente el propio Jesús había practicado, al menos
temporalmente, el bautismo de Juan (cf. Jn 3,22.26;4, 2).
En la comunidad primitiva, el bautismo en cuanto «sacramento» de perdón
de los pecados fue a la vez un rito de iniciación. En el bautismo, realizado
«en nombre de Jesús», el bautizando quedaba confiado al mesías Jesús y era
acogido en la comunidad mesiánica. Por eso el bautismo iba acompañado de
la comunicación del Espíritu santo. Aquí reside la diferencia decisiva entre el
bautismo en la concepción de la comunidad primitiva y el bautismo de Juan.
El bautismo no estuvo ligado en un principio al recuerdo de la muerte de
Jesús (cf. Rom 6, Iss). Esta asociación sólo pudo darse cuando la muerte en
cruz fue interpretada como un sacrificio vicario. El impulso decisivo en esta
dirección lo dieron los «helenistas» (cf. cap. 6, § 3).
Lucas nos trasmitió al final del discurso pentecostal de Pedro una fórmula del
bautismo muy antigua.
[Pedro les contestó]: «Arrepentíos, bautizaos confesando que Jesús es
mesías, para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el don del Espíritu
santo» (Hech 2, 38).
Su antigüedad se desprende ya de su carácter unimembre (cf. 1 Cor 1, 13.15
«en nombre de Jesús»). En el período más antiguo, pues, el bautizando,
mediante la invocación del nombre de Jesús, pasaba a ser propiedad
intransferible del futuro mesías. Queda bajo su protección y es sellado
sacramentalmente de cara al próximo juicio final: sus pecados le son
perdonados. El bautismo era el traspaso del bautizando al futuro mesías. El
bautizando recibe también a través del mesías el don del Espíritu santo.
El bautismo incluía la profesión de fe. Esta profesión de fe aparece en la
glosa secundaria de Hech 8, 37. Es posible que la glosa haya conservado la
antigua tradición, al menos en el v. 37b: «Creo: Jesús es el Hijo de Dios».
Aquí se reconoce a Jesús como mesías (cf. Rom 1, 3s). Heb 4, 14 hace
referencia a esta profesión de fe de los cristianos. Ecos de esta confesión
bautismal hay también en 1 Jn 2, 22; 4, 15; 5,5, pero dirigidos
polémicamente contra los herejes. La profesión de fe de Rom 1, 3s, que
comentaremos ampliamente, podría haber sido una antigua fórmula
pronunciada en el marco de la celebración bautismal (cf. cap. 6, § 2).
c) Resurrección y elevación
No hubo ninguna fase de reflexión cristológica en la comunidad primitiva que
no considerase la resurrección de Jesús, a la vez, como su «elevación» a
Dios. Ambas categorías corrieron parejas desde el principio, aunque cada
una destacaba un aspecto distinto del acontecimiento pascual. La
«resurrección» subrayaba la identidad del Resucitado con el Terreno y el
Crucificado, y la «elevación» significaba el objetivo de la acción de Dios al
resucitar a Jesús.
F. Hahn ha negado que en el período más antiguo de la comunidad primitiva
hubiera existido una idea cualificada de «elevación». Esta idea fue
elaborada, según él, por el judeocristianismo helenístico. En un principio
dominó más bien la idea de que Jesús había sido arrebatado al cielo
mediante la resurrección y que se encontraba allí en una especie de estado
interino o a la espera de ejercer en breve su función escatológica de
«mesías/Hijo del hombre». Hahn apoyó en esta hipótesis toda su exposición
del desarrollo de la cristología en el cristianismo primitivo. Hay que señalar,
sin embargo, que la tradición cristológica del período más antiguo, compleja
y diferenciada sin duda, no cabe en ese esquema. Las tradiciones e ideas de
la comunidad primitiva, que reflejan un concepto cualificado de «elevación»,
existieron también en el sector arameoparlante y son tan antiguas que no
dan tiempo ni margen para la hipótesis de Hahn.
Ascensión o elevación significa en sentido teológico que el Resucitado es
transportado por Dios al cielo; investido allí de una función escatológica,
ejerce ya ahora esta función y aparecerá como titular de ella en la parusía.
Parece que ya las apariciones del Resucitado fueron interpretadas por los
testigos a la luz de la idea de elevación, en cuanto que el Resucitado no fue
presentado por Dios como un objeto pasivo sino como un sujeto activo que
envió a los testigos como mensajeros suyos (cf. cap. 1). En los ágapes
comunitarios, la comunidad primitiva sentía también al Resucitado
misteriosamente presente en medio de ella y le pedía la pronta parusía con
la invocación maranatha (cf. cap. 5, § 2).
«Casi nadie discute que la invocación escatológica maranatha no iba
dirigida, en la comunidad primitiva, a Yahvé sino al Jesús elevado. Esto fue
un paso inaudito desde la perspectiva de las esperanzas judías. A pesar de la
noción apocalíptica de preexistencia del Hijo del hombre, el judaísmo no
llegó a invocarlo ni a pedir su venida. Parece que lo nuevo de la invocación
Ven, Señor nuestro sólo cabe explicarlo desde la novedad de la fe en el
mesías Jesús. La creencia de que Dios, resucitando y elevando al Jesús
ajusticiado como pretendiente a mesías, lo confirmó y consagró en realidad
definitivamente como el mesías, lleva implícita la creencia en la habilitación
del Elevado para la obra escatológica como salvador y juez. Con esta
condición, y sólo con ella, pudo la comunidad primitiva invocar directamente
al Jesús elevado con la súplica Ven, Señor nuestro» (Vógtle, 120s).
La invocación maranatha indica, pues, que el Resucitado ocupaba ya un
puesto mayestático como «señor celestial» de la comunidad. Además de ser
arrebatado al mundo celestial para su nueva aparición, actuaba ya como
Señor de la comunidad. Por eso se le podía pedir ayuda e intercesión. El
actuaba misteriosamente en la predicación y en los prodigios de su
comunidad de discípulos. Por boca de los apóstoles y profetas inspirados por
el Espíritu guiaba la comunidad y le dirigía la palabra.
En la formulación del concepto de elevación de Jesús influyó sobre todo el
Sal 110, 1, que fue entendido ya a hora temprana, en la interpretación
escatológica de la Escritura, como una promesa hecha a Jesús. A su luz se
interpretó la resurrección como una entronización del Resucitado a la
derecha de Dios, como asignación por tanto de un puesto eminente en el
cielo cerca de Dios. La idea de elevación del Resucitado en el cristianismo
primitivo no se basó únicamente en el texto Sal 110,1; pero la idea de
entronización presente en este salmo pudo ser el puente para transferir al
Resucitado los títulos y funciones que el judaísmo primitivo atribuyó a los
personajes de la salvación final.
Una importancia similar tuvieron para la reflexión cristológica sobre el suceso
de la resurrección las promesas del antiguo testamento 2 Sam 7, 14 y Sal 2,
7, cuyo cumplimiento se atribuyó igualmente a Jesús. Estos textos ayudaron
a interpretar la resurrección como una investidura de Jesús en la dignidad
mesiánica (cf. Hech 2, 36).
e) Nuestro método
Al indagar en lo que sigue el desarrollo de la cristología, nos fijaremos menos
en los títulos. El desarrollo debe constatarse más bien en las tradiciones
presumiblemente más antiguas del nuevo testamento donde se toma
postura sobre la persona y la función de Jesús. Aquí sólo cabe aplicar muy
limitadamente los criterios de «antes / después», «primario / secundario»,
habida cuenta del breve espacio de tiempo en que se llevó a cabo la
reflexión cristológica. Hay que tener en cuenta lo concerniente a la historia
de las tradiciones. Importa sobre todo indagar el entorno cultural y religioso
donde arraigaron determinadas ideas. Esto puede ser útil para definir el
perfil específico de las intuiciones cristológicas de los «helenistas». Pero esto
no debe inducir a aislar su cristología de la del resto de la comunidad
primitiva o a negar la influencia de sus intuiciones cristológicas en el resto de
ella.
b) «Jesús Sophia»
Consta que los «helenistas» cristianos estuvieron influidos por el
pensamiento sapiencial (basta recordar la terminología de Hech 6, 3.10; 7,
10.22). Y precisamente este pensamiento recogía «una gran parte de los
conceptos y representaciones significativos sobre preexistencia cristológica»
(Merklein). Podrían haber sido «helenistas» los que aplicaron a Jesús los
atributos de la «sabiduría». Consideraron y confesaron a Jesiis como
encarnación de la «sabiduría».
«Así nació la idea de la cristología preexistencial y se dieron las posibilidades
básicas de su elaboración posterior, que exigiría tiempo sin duda. La idea de
encarnación de la sabiduría preexistente en Jesús supuso el hallazgo de una
categoría conceptual capaz de articular lo imprevisible e incomprensible en
la actividad y conducta del Jesús terreno. Pero la cristología preexistencial
puede considerarse desde la historia de las religiones y de la tradición como
una transformación de las especulaciones sapienciales del judaísmo
helenístico de Jerusalén, orientadas al templo y a la tora, partiendo de la fe
en el significado soteriológico de la muerte de Jesús» (Merklein, 53s).
Los dos logia de Lc 13, 34-35par y Lc 11,49-51 par son los testimonios más
antiguos de la visión de Jesús como «sabiduría de Dios». Son palabras de
«sabiduría» brotadas de la boca de Jesús (Lc 11,49). Si Jesús podía ser
considerado aún en Lc 11, 49-51 como «mensajero de la sabiduría», Lc 13,
34s lo identifica ya con la «sabiduría» preexistente. Los dos logia presuponen
una situación en que aún cabe referirse a la muerte de Jesús como un
acontecimiento del pasado inmediato. Interpretan su muerte a la luz del
destino trágico de todos los profetas enviados por Dios o por la «Sabiduría» a
Israel, como había denunciado la predicación deuteronomística del juicio.
Israel se cerró siempre a la llamada de Dios o de su «Sabiduría» y rechazó o
liquidó a sus mensajeros. Parece además que ambos logia dan a entender ya
que también los mensajeros de Jesús son rechazados y ejecutados; pero es
improbable que se haga referencia aquí al fracaso definitivo de su misión en
Israel, como ocurría al comienzo de la guerra judía (cf. cap. 13, § 6). Los logia
tuvieron que aparecer mucho antes. Probablemente se reflejan en ellos las
experiencias de los «helenistas» en su misión de Israel. Estos fueron objeto
de una violenta persecución ya poco después de la muerte de Jesús, durante
la cual Esteban fue «lapidado» (Lc 13, 34) y todo el grupo expulsado de
Jerusalén (cf. cap. 7 y 8). Así, varios datos históricos y de historia de la
tradición invitan a atribuir los logia —y la cristologfa de la sophia expresada
en ellos— a los «helenistas».
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te
envían! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la clueca a sus
pollitos bajo las alas, pero no habéis querido. Pues mirad, vuestra casa se os
quedará vacía. Y os digo que no me volveréis a ver hasta el día que
exclaméis:-
Bendito el que viene en nombre del Señor (Lc 13, 34s).
(Reconstrucción de D. Zeller).
Jesús es identificado aquí con la «sabiduría» de Dios (cf. Eclo 24, 8ss; Henet
42). Quiso establecerse en Jerusalén y reunir a los hijos de ella; pero la
antigua «asesina de profetas» lo rechazó, como a los profetas y enviados
que lo precedieron. Sólo le espera el castigo. La ciudad y el templo no son ya
lugar de residencia de la «sabiduría» de Dios. Jesús, la «sabiduría»,
desapareció de la ciudad hasta su retorno como «Hijo del hombre/Juez»
celestial.
Al rechazar a «Jesús Sophia», Jerusalén se mostró de nuevo como ciudad de
los asesinos de profetas. Ningún enviado de Dios, ningún profeta fue acogido
y escuchado en ella. Como el logion se formula desde una visión pospascual,
puede reflejar también la experiencia de los discípulos, especialmente de los
«helenistas», con Jerusalén. Jesús hizo aún otra llamada a los hijos de
Jerusalén después de pascua a través de la acción de estos «mensajeros de
la sabiduría». Pero también estos mensajeros fueron rechazados y
«apedreados» por Jerusalén. Por eso, el contexto vital del logion pudo haber
sido la situación de los «helenistas» tras el asesinato de Esteban. Ellos
abandonaron Jerusalén y anunciaron a la ciudad el juicio definitivo con el
retomo del «Hijo del hombre».
La inserción de la muerte de Jesús en el esquema de la imagen
deuteronomística de los profetas sugiere a muchos investigadores una
concepción anterior aún de la muerte de Jesús. Esta no aparece aún
interpretada en sentido soteriológico. «Fue interpretada más bien, partiendo
de la tradición judía, como el destino reservado al mensajero, a cualquier
mensajero de la sabiduría. Se esperaba el castigo en el juicio inminente. En
este horizonte conceptual no se llegó a una interpretación soteriológica de la
muerte de Jesús porque no se vio aún ésta aisladamente, como el caso
particular que necesitaba una interpretación concreta. El destino de Jesús
aparecía en la misma línea que el destino de todos los mensajeros de la
sabiduría, de los profetas anteriores y de los discípulos (enviados por él) que
le sucedieron» (Hoffmann, 188).
Quizá Jesús mismo entendió su muerte cruenta desde este horizonte
interpretativo. La antigua «fórmula de contraste» (cf. cap. 2, § 1) y el relato
de la pasión más antiguo (cf. supra, § 3.1) revelan una comprensión similar
de la muerte de Jesús. El logion de Lc 13, 14s podría resultar forzado en este
contexto, porque la significación positiva de la muerte de Jesús no aparece
en el horizonte de esta imprecación lanzada contra Israel. Concluir del
silencio que no se había producido aún una visión soteriológica de la muerte
de Jesús en el entorno del logion, podría ser una sobreinterpretación del
texto. Los «helenistas» entendieron ya en Jerusalén la muerte de Jesús como
muerte expiatoria; pero simultáneamente con su visión de la muerte de
Jesús hubo otras interpretaciones en la comunidad primitiva (cf. por ejemplo
Mc 8, 31). Tampoco es del todo correcto afirmar que, según Lc 13, 34s, la
muerte de Jesús coincide con el destino de todos los profetas. La muerte de
Jesús colmó la injusticia de Jerusalén, porque en su persona no fue rechazado
un profeta y enviado como los otros, sino el último mensajero de Dios, la
propia «Sabiduría de Dios» que busca una morada en la tierra. Es una
dimensión cualitativamente nueva. Por eso a Jerusalén sólo le resta ahora el
juicio. Este juicio ha comenzado ya con la muerte y elevación de Jesús. Dios
y su «Sabiduría» han abandonado la ciudad y el templo.
El logion de Lc 11, 49-51 par tiene estrecha relación con Lc 13,34s. Al
margen de la valoración del mismo en la historia de la tradición, Jesús
aparece en él —dentro de la tradición de la comunidad primitiva—
identificado, obviamente, con esa «sabiduría» que pronuncia su palabra.
Pero entonces se afirma implícitamente la preexistencia de Jesús. Así como
envió, en cuanto «sabiduría» preexistente, «profetas y apóstoles» a Israel, el
Elevado sigue enviándole mensajeros.
Por algo dijo la sabiduría de Dios: «Les enviaré profetas y apóstoles; a unos
los matarán, a otros los perseguirán», para que a esa generación se le pida
cuenta de la sangre de los profetas derramada desde que empezó el mundo,
[desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que pereció entre el altar y el
santuario]. Sí, os lo repito: se le pedirá cuenta a esta generación
(reconstrucción de D. Zeller).
Es difícil atribuir a Jesús esta sentencia condenatoria; se trata de un «dicho
ficticiamente antiquísimo» de la «sabiduría» divina que amenaza cumplirse
en el presente de aquel que lo pronuncia. «Presenta a la generación actual
en su continuidad fáctica y de culpa con el pasado de Israel» (P. Hoffmann).
La culpa de Israel consistió en desoír y repudiar a los mensajeros de la
«sabiduría» enviados a él. Aparece en primer plano el destino de los
enviados por la «sabiduría», por Jesús. Su sangre será vengada y su muerte
expiada en el juicio (cf. Henet 95,7; 98,9).
Los autores del logion podrían haber sido, una vez más, los «helenistas».
Ellos fueron el primer grupo misionero del cristianismo primitivo que sufrió el
rechazo de Israel. Su dirigente Esteban fue «ejecutado», y el grupo mismo
«perseguido» (11, 49). Pero quizá el logion fue complementado
posteriormente si el V. 51a hace referencia a acontecimientos ocurridos
durante la guerra judía (cf. Josefo, Bell., 4, 334ss).
En este contexto hay que contemplar también el complejo de tradiciones de
Lc 7, 31-35par. Predomina aquí la misma óptica que en Lc 11, 49-51: Juan
Bautista y Jesús, el «Hijo del hombre», llegaron como enviados de la
«sabiduría» a Israel (cf. Sab 7,27; 10, 16), pero fueron rechazados. Es
significativo que encontremos en este fragmento, por un lado, una clara
equiparación del Jesús terreno con el «Hijo del hombre» y, por otro, una
equiparación encubierta con la «sabiduría» (v. 34/35).
¿A quién compararé esta generación? ¿a quién se parece? Se parece a unos
niños sentados en la plaza que se gritan unos a otros: «Tocamos la flauta y
no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis». Porque ha venido Juan
Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis: «Tiene un demonio dentro»; viene
el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Ahí tenéis un comilón y un
borracho, amigo de publícanos y pecadores». Pero la sabiduría de Dios ha
quedado justificada por todos sus hijos.
El fragmento es, en la versión actual, una acusación polémica contra Israel
que se cierra a la acción de Juan y de Jesús, como niño caprichoso que no le
saca gusto a nada. Por eso, a «esta generación» sólo le resta el juicio. Sólo
los «hijos de la sabiduría» que han seguido la llamada del Bautista y del
«Hijo del hombre» escapan al castigo (v. 35). En ellos queda justificada la
«sabiduría». Estos «hijos de la sabiduría» se han reunido en la comunidad
cristiana. Esta comunidad mesiánica es la aspirante a la salvación final.
Cabe citar este fragmento en favor de la identificación de Jesús con la
«sabiduría», aunque la identificación no sea explícita. Se presume que el
texto comporta la reflexión sobre el fracaso definitivo de la misión de la
comunidad judeocristiana en Israel. La recepción del fragmento en la fuente
Q significa en efecto que se reflejan en él las experiencias del grupo Q. Sin
embargo, el fragmento podría haber surgido en círculos helenísticos que,
tras el fracaso de su labor misionera, se alejaron de Jerusalén para incluir a
los samaritanos y paganos en la misión cristiana. Ellos fueron los primeros en
extraer de la experiencia de rechazo de Israel la consecuencia de que el
Israel natural fue sustituido como comunidad de salvación por una «nueva»
comunidad. Entonces, los «hijos de la sabiduría» del v. 35 son, además de los
judeocristianos, los samaritanos y los convertidos del paganismo (cf. cap. 8).
La «parábola de los viñadores» (Mc 12, 1-9) pertenece también a este
contexto. Describe en forma de alegoría la permanente resistencia de los
dirigentes de Israel a los mensajeros de Dios, hasta llegar al rechazo y
homicidio del último mensajero, Jesús, muy superior en dignidad a los
anteriores por ser el «hijo único».
Entonces se puso a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la
rodeó con una cerca, cavó un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó
a unos labradores y se ausentó. A su tiempo envió un criado para percibir de
los labradores su tanto de la cosecha de uva. Ellos lo agarraron, lo apalearon
y lo despidieron con las manos vacías. Entonces les envió otro criado; a éste
lo descalabraron y lo insultaron. Envió a otro, y a ése lo mataron; y a otros
muchos o los apalearon o los mataron. Todavía le quedaba uno, su hijo
querido, y se lo envió el último, pensando: «A mi hijo lo respetarán». Pero
aquellos labradores se dijeron: «Este es el heredero; vamos, lo matamos y
será nuestra la herencia». Y agarrándolo, lo mataron y lo arrojaron fuera de
la viña. ¿Qué hará el dueño de la viña? Irá a acabar con esos labradores y
dará la viña a otros.
La parábola contiene claramente la idea de preexistencia, ya que el «hijo
único» representa al Hijo de Dios preexistente. Esta idea aparece expuesta a
través del pensamiento sapiencial. A la «sabiduría» se la pudo llamar «hija
de Dios» (Filón). Era obvio así, después de identificar a Jesús con la
«sabiduría», llamarlo «el Hijo». El hecho de que el término «hijo» aparezca
también en el título mesiánico de «Hijo de Dios» y en el título de «Hijo del
hombre», lejos de ser un obstáculo, es un recurso para la especulación. La
parábola se sitúa claramente en el umbral de la misión entre paganos, que
fue emprendida por los «helenistas» después de su salida de Jerusalén. Esto
se infiere de Mc 12, 9: al Israel obstinado y a sus dirigentes se les anuncia la
ruina. La «viña» es traspasada a «otros». Resulta obvio atribuir la parábola a
los «helenistas» de Jerusalén y considerar como contexto vital el castigo con
que este grupo, tras la huida, amenaza a Israel y sus dirigentes por su
resistencia al mensaje.
Los «helenistas» interpretan en la parábola el acontecimiento de Jesús con la
idea deuteronomística del profeta y ven al propio Jesús, a la luz del
pensamiento sapiencial, como «hijo» preexistente. Así pues, las ideas sobre
Jesús, el «hijo», y sobre el «envío del hijo» pueden haber surgido ya en
Jerusalén. Fueron desarrolladas después por el judeocristianismo helenístico
sobre una base más amplia (cf. cap. 14, § 4).
«Lo cierto es que Pablo presupone ya [esas ideas]. No es improbable, por lo
demás, su génesis en la propia Jerusalén si se admite —con M. Hengel— que
la comunidad primitiva arameoparlante profesaba la idea del Hijo mesiánico
de Dios. Esta denominación podría haber sido incluso el catalizador para
articular el envío de Jesús, entendido a la luz de la sabiduría, como envío del
hijo. En cualquier caso, tampoco se trata entonces de una ampliación de la
cristología mesiánica (contra lo que sostiene Hengel), sino de una concreción
del contenido semántico, inmanente e independiente, que ofrece la idea de
preexistencia» (Merklein, 61).
Un logion muy antiguo que identifica a Jesús con la «sabiduría» es también
Mt 11, 27par:
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el
Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se
lo quiere revelar (reconstrucción de D. Zeller).
El dicho consta de cuatro versos. El primero es el enunciado general. Los
versos 2-4 ejemplifican la afirmación hecha en el primero y determinan así
su sentido. El primer verso no es, pues, un traspaso de todos los poderes a
Jesús; lo que Dios le otorga es el conocimiento del Padre. «Entregar» es aquí
un término tradicional (cf. 1 Cor 15, Iss). «No se trata de un conocimiento
general de Dios sino de estar en el secreto de los planes del Dios, que actúa
escatológicamente, de la llegada de su Reino» (D. Zeller). El segundo verso
dice que sólo el Padre conoce el puesto que ocupa y la tarea que tiene «el
Hijo» en los planes secretos de Dios. Según el tercer verso, nadie está en el
secreto de los planes de Dios salvo «el Hijo» (cf. Henet 46,3). De ahí se sigue
como culminación el cuarto verso: sólo «el Hijo» puede facilitar el
conocimiento del plan de Dios. El es el revelador exclusivo del Padre; pero
sólo trasmite este conocimiento a quien él quiere.
«Cada punto del pensamiento expuesto en v. 27bc puede reconducirse a la
tradición sapiencial (cf. Mt 11, 25): Nadie conoce al Hijo coincide con el
reconocimiento humilde de que nadie conoce la sabiduría (Job 18, 1-22; Eclo
1,6; Bar 3, 15-31; cf. Prov 30, Iss; Ecl 7, 24s); ...sino sólo el Padre se
corresponde con la afirmación de que sólo Dios conoce la sabiduría (Job
28,23-27; Eclo 1,8; Bar 3, 32; 1 Hen 63,2; 84, 3, cf. Prov 8, 22-30; Eclo 1,
1.4.9; 24, 3s.5s.9; Sab 7, 25ss); ...ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo
se ajusta a la idea de que la sabiduría tiene un conocimiento singular de Dios
(Prov 8, 12; Sab 7,25ss; 8,3s.8s; 9,4.9.11, cf. Sab 2,13.16.18 y 7,21; cf. Jn
1,18).
Jesús, el Hijo, aparece aquí inequívocamente como la sabiduría. Jesús sophia
encarna el objeto de conocimiento de que habla el v. 27b, el contenido de lo
que el Padre conoce. El es la sabiduría. Pero Jesús sophia aparece a la vez en
el v. 27c como sujeto de la sabiduría. El Hijo conoce al Padre; es decir, como
Hijo a quien todo se lo entregó el Padre, Jesús sophia, posee un conocimiento
perfecto del Padre. Posee toda toda la gnosis, y el Padre mismo se ofrece en
su sabiduría como objeto de esa gnosis» (Christ, 89).
Jesús es el sujeto que pronuncia el dicho; pero no es el Jesús terreno sino el
Resucitado quien habla aquí de sí mismo. Estamos, pues, ante un
cristologúmenon pospascual. El Resucitado habla a través de un profeta
cristiano-primitivo.
Jesús aparece como «el Hijo» que está en una relación exclusiva con el
Padre. Esta relación especial hace que sólo él y ningún otro sea el revelador
del Padre.
Hay que distinguir estrictamente, en la historia de la tradición, el título de «el
Hijo» y el título de «Hijo de Dios» (Rom 1, 3s). F. Hahn hace derivar el
primero de la propia conciencia del Jesús terreno (recuérdese el Abba
característico de Jesús). Pero ¿puede haber conducido directamente la
relación de Jesús con Dios al título cnstológico «el Hijo»? Es más posible que
el traspaso del título de «Hijo del hombre» al Resucitado hubiera atraído
hacia sí el título de «el Hijo» (Hoffmann). Henet aplica el atributo «Hijo del
hombre» a la «sabiduría». En cualquier caso, sólo a través de categorías
sapienciales fue posible hablar de Jesús como «el Hijo».
El logion significa, en suma, la cualificación de Jesús como revelador
exclusivo de Dios. Pero el cuarto verso deja entender que el dicho tiene
asimismo como finalidad el señalar a determinadas personas o a un grupo
como receptores de la revelación de Jesús y legitimarlos así de manera
especial. Los mensajeros de Jesús se presentan como discípulos de la
«sabiduría» que es Jesús, el único revelador de Dios.
Se ha hecho notar siempre el carácter «joánico» de este logion. Da la
impresión, por el lenguaje y el estilo conceptual, de ser un cuerpo extraño en
la tradición de la fuente Q. Por eso sigue siendo discutida su clasificación en
la historia de las tradiciones. Hay quienes lo consideran un añadido
secundario de una etapa redaccional tardía de la fuente de los logia. Pero
¿en qué tiempo y dónde pudo aparecer el logionl Hay que referido, pese a
muchas oscuridades, a la comunidad primitiva más antigua de Jerusalén. Sus
«helenistas» estaban imbuidos del pensamiento «sapiencial». En su
cristología, Jesús aparece muy pronto como la «sabiduría» en lugar del
«templo» y la «ley». Jesús en cuanto revelador exclusivo del Padre anuncia e
interpreta auténticamente la voluntad de Dios plasmada en la tora (cf. cap.
7).
La atribución histórica del logion a los «helenistas» de Jerusalén puede
explicar tanto su recepción tardía en la fuente Q como su carácter «joánico».
Los evangelizadores de Israel del grupo Q adoptaron más tarde este logion y
lo utilizaron para legitimar su misión ulterior. Pero los «helenistas» lo llevaron
consigo después de su expulsión de Jerusalén. Como habían recibido también
la influencia del cristianismo «joánico» (cf. Jn 4, 37s; cf. cap. 8), podrían
haber trasmitido este logion al cristianismo «joánico» como el punto de
apoyo más antiguo de una cristología «joánica».
Citemos aquí, por último, Mt 11, 28-30:
Venid a mí todos los que estáis rendidos y abrumados, que yo os daré
descanso. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde
de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es
suave y mi carga ligera.
Jesús habla aquí como «sabiduría» divina. La afinidad de la apelación, en la
forma y el contenido, con los apartados del libro del Sirácida donde la
sabiduría invita a sus discípulos es tan fuerte que algunos han considerado
Mt 11, 28-30 como una «cita» del Eclesiástico o de un «escrito sapiencial»
desconocido, puesta en boca de Jesús (cf. Eclo 6, 23-31; 24, 19-22; 51, 23-
28). Sin embargo, la llamada del Salvador puede ser una tradición original
del cristianismo primitivo. Pertenece al marco de la «cristología sapiencial»
que hemos reseñado. Jesús «es la sabiduría que dice venid a mí. Se presenta
como ley al ofrecerse como yugo y carga, igual que la sabiduría cuando
invita a seguir su ley» (F. Christ; cf. Eclo 24, 23; Bar 4, Is). Es hermeneuta de
la voluntad de Dios; su interpretación de la tora no es un yugo pesado, como
otros halajá (cf. Lc 11, 46). Los «rendidos» y «abrumados» que Jesús convoca
son los oprimidos por el yugo de una halajá contemporánea, como la farisea
por ejemplo.
Los autores del logion no son únicamente los «helenistas». Estos llegaron sin
duda antes y más decididamente que otros a nuevas esferas conceptuales
con la inclusión del pensamiento «sapiencial» en la reflexión teológica; pero
la comunidad arameoparlante vio también en Jesús al revelador definitivo de
la voluntad de Dios (cf. cap. 7, § 2). Parece, pues, más correcto atribuir este
dicho a la comunidad primitiva en su conjunto.
Ponemos fin así a nuestras reflexiones sobre la cristología de la comunidad
primitiva. A pesar del brevísimo lapso de tiempo de 3 a 4 años que media
entre el acontecimiento pascual y la salida de los «helenistas» de Jerusalén,
hemos constatado un desarrollo extremadamente rápido y complejo de los
enfoques y esquemas cristológicos. Muchos elementos tuvieron un proceso
paralelo e independiente entre sí. Muchas de las aparentes incoherencias
son simplemente líneas de reflexión yuxtapuestas. No hubo una cristología
que se limitara a un título soteriológico previamente dado en la tradición del
judaísmo primitivo. Los títulos de «mesías» e «Hijo del hombre» eran
intercambiables; en realidad ilustraban diversos aspectos del acontecimiento
de Cristo o presentaban a Jesús en diferentes funciones. No hubo una
cristología que se centrara únicamente en la llegada inminente del
«mesías/Hijo del hombre». El poder y la autoridad del Resucitado junto a
Dios y su actividad terrena pasada fueron desde el principio dos elementos
de reflexión conjunta en la comunidad primitiva. ¿Quién va a establecer
diferencias, en línea de historia de la tradición, en el espacio de tiempo de
unos pocos años? Algo parecido cabe decir de la idea de preexistencia.
Parece seguro que esta idea fue contemplada ya por los «helenistas» sobre
la base del pensamiento «sapiencial». También es posible que la idea pasara
al sector arameoparlante a través de este mismo pensamiento sapiencial. En
cualquier caso, no consta que los judeocristianos de lengua aramea
rechazaran la idea de preexistencia. Concluimos así señalando que las bases
de toda la cristología estaban ya sentadas en la comunidad primitiva más
antigua de Jerusalén. El resto fue desarrollo.
2. Formas de organización
La organización y el ordenamiento de las comunidades, especialmente de la
comunidad primitiva de Jerusalén, fueron evolucionando y haciéndose más
complejos. El elemento libre y profetice perdió fuerza al compás de las
circunstancias. Esto se puede constatar en la expresión «atar y desatar» de
Mt 18, 18 (cf. Jn 20, 23), que es una variante tardía del dicho petrino de Mt
16, 18s. La autoridad carismática de Pedro es aquí sustituida por las
facultades de la «comunidad», de la asamblea o del órgano que la
representa. El logion podría reflejar la situación de la comunidad de Jerusalén
después de la partida de Pedro por los años 43/44 d. C.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo y todo
lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Este dicho pospascual es afín a los principios de derecho escatológico (cf.
cap. 10, § 1) al relacionar el orden jurídico de la comunidad con el tribunal
divino: Dios respalda el derecho impartido por la comunidad. Pero el juicio de
Dios se realiza ya aquí en la tierra mediante la sentencia de la comunidad, y
no sólo en el momento escatológico. En el juicio final, Dios ratificará las
decisiones de la comunidad. Pero ¿qué decisiones?
«Atar y desatar» terminología típicamente judía para expresar, o bien un
dictado en materia de interpretación de la tora o la «excomunión de la
sinagoga» —se emplea aquí, a diferencia de Mt 16, 18s, en el segundo
sentido—. Se trata de la admisión y exclusión de miembros de la comunidad.
En el hecho terreno de la «excomunión» o readmisión eclesial se ejecuta ya
el juicio. Aquí podría tener el dicho su contexto vital. Viene a fundamentar la
facultad que posee la comunidad de imponer una estricta «disciplina
eclesiástica». La terminología y las ideas apuntan a la comunidad primitiva
de Jerusalén.
Mt 18,15-17 presupone también una comunidad organizada que puede dictar
sentencias jurídicas en su asamblea reglamentada.
Si tu hermano te ofende, ve y házselo saber, a solas entre los dos. Si te hace
caso, has ganado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros
dos, para que toda la cuestión quede zanjada apoyándose en dos o tres
testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni
siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano.
Esta fragmento de tradición es sin duda relativamente tardío. En él, la
exhortación sapiencial de Lc 17, 3s se trasmuta en disposición al perdón y
aparece formulada al estilo de una «ordenanza eclesial». El dicho establece
una regla general sobre el modo de proceder la comunidad con un pecador.
La norma prescribe tres instancias. La corrección fraterna debe realizarse
primero a solas entre los dos. Si tiene éxito, el hermano es recuperado para
la comunidad. De lo contrario, el asunto pasa a la siguiente instancia; se
piden explicaciones al hermano ante dos testigos como mínimo. La última
instancia es la comunidad local. Si la amonestación fracasa también en la
asamblea comunitaria, el pecador es excluido de la comunidad (cf. Mt 18,
18). La comunidad no puede tolerar a un pecador impenitente en su seno. El
procedimiento, en cualquier caso, no va encaminado a la excomunión —que
es sólo la última consecuencia- sino a recuperar al hermano perdido.
La terminología y las ideas que subyacen en ella sugieren que el fragmento
tiene su origen en la comunidad palestina, concretamente en una comunidad
de judeocristianos «en que no se había cortado aún el lazo con la comunidad
madre judía» (Trilling, 170). Así lo indica sobre todo la formulación final
«considéralo como un pagano o un publicano». Ya por esta formulación, Mt
18, 15-17 no puede ser un dicho auténtico de Jesús. No consta, obviamente,
si la tradición se formó en la comunidad de Jerusalén.
Encontramos también en la exhortación de Mc 10,42b-45a la imagen de una
comunidad organizada y dotada de un orden donde hay personalidades
dirigentes. Se perfila aquí un nuevo ethos para ella.
Jesús los reunió [a los «doce»] y les dijo: «Sabéis que los que figuran como
jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen; pero no ha
de ser así entre vosotros; al contrario, el que quiera subir, sea servidor
vuestro, y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos, porque tampoco
el Hijo del hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir [y para dar
su vida en rescate por muchos»].
El V. 42b expresa una experiencia general: cuando hay soberanos y jefes en
el mundo, dominan y oprimen a la gente; pero en la comunidad cristiana no
debe ocurrir eso. También aquí se necesitan los guías y dirigentes; pero su
tarea consiste precisamente en servir a los demás. Los v. 43s refuerzan este
principio en un paralelismo sinonímico. Un presidente sólo tiene verdadera
grandeza si es servidor de todos. El texto «define de modo concreto lo que
significa ese servicio; no es un servicio en sío servicio a un ideal, ni servicio
al Estado o a Dios...; no es por tanto un servicio que puede degenerar
rápidamente en una forma de dominio. La concreción del siervo o esclavo
con el posesivo vuestro o el genitivo de vosotros o, más en general, de
todos, liga el servicio a los derechos y necesidades de aquellos entre los que
ha de realizarse» (Hoffmann-Eid, 199).
El V. 45a propone a Jesús como modelo de guía de la comunidad. El no vino a
ser servido sino a servir. Concibe la vida terrena del «Hijo del hombre»
celestial como un acto de servicio (cf. Flp 2,6ss).
Mc 10, 42b-45a es una exhortación para dirigentes de comunidad. Cabe
suponer un dicho auténtico de Jesús, a lo sumo, como base de esta sentencia
(cf. Mc 9,35). La versión actual es obra de una comunidad —la de Jerusalén,
posiblemente—.
Mt 23, 8-10 expresa con vigor impresionante las reservas que se mantenían
frente al estamento de maestros cristiano-primitivos.
Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar rabbi, pues vuestro maestro es uno
solo y vosotros sois todos hermanos; y no os llaméis «padres» unos a otros
en la tierra, pues vuestro Padre es uno solo, el del cielo; tampoco dejaréis
que os llamen «directores», porque vuestro director es uno solo, el Mesías.
Mt 23,8-10 es, en la forma, una regla de comunidad. La unidad del
fragmento es dudosa. Los v. 8s forman un dicho doble que presenta a Dios
como único maestro y padre. El v. 10 aparece así como una ampliación. R.
Bultmann barrunta en v. 8s un dicho originario de Jesús o una tradición judía
que la comunidad cristiana asumió y reelaboró después. Pero quizá sólo el v.
8 sea el antiguo núcleo de tradición. Se desecha aquí la formación de un
«rabinato» cristiano en la comunidad. La implantación de una autoridad
humana en la comunidad perjudica a la fraternidad (cf. v. 8b). El que reclama
el título honorífico de rabbi o de padre se apropia de algo que está reservado
a Dios.
El fragmento tiene un matiz polémico. Ataca una jerarquía docente cristiana
al estilo del rabinato judío. El trasfondo real podrían ser las conversiones a la
fe cristiana de letrados judíos, especialmente fariseos, que seguían
recabando su título en la comunidad.
Es difícil precisar quiénes eran los que protestaban. No consta si se trata de
profetas carismáticos (Kásemann) que denuncian en nombre de la soberanía
exclusiva de Dios las autoridades humanas en la comunidad, o de
«helenistas» del círculo de Estaban que critican toda tendencia judaizante
(Zimmermann). Conviene señalar que en la comunidad primitiva de
Jerusalén se dio tanto la tendencia a la creación de un «rabinato» cristiano
como la protesta contra ese intento en nombre de Dios.
«El problema de los títulos honoríficos se planteó pronto, cuando los fariseos
y quizá también senadores judíos entraron en contacto con el movimiento
jesuático o se sumaron a él como miembros. En cualquier caso, Pablo no
sería el único "didaskalos", fariseo que encontró la fe en Cristo mediante el
testimonio de la comunidad primitiva; pero, a la inversa, no todos los rabinos
que abrazaron el movimiento de Jesús... llevaron a cabo el giro paulino hacia
el evangelio al margen de la ley mosaica. En todo caso, la tesis de que ya la
comunidad primitiva de los primeros años después de pascua pudo haber
establecido la norma comunitaria de Mt 23, 8s, tiene una base histórica»
(Zimmermann, 186s).
4. La estrategia cristiana
En esta situación difícil y cambiante tuvieron que vivir los judeocristianos de
Palestina y Jerusalén. Podía ser peligroso para ellos relacionarse con los
«helenistas» expulsados, que se habían distanciado del templo y no admitían
el valor integral de la tora. Parece que se sabía en Jerusalén que estos
«helenistas» predicaban también a los paganos la salvación de Dios y
convivían con ellos sin exigirles la circuncisión. El hecho de que Pedro
estuviera en contacto personal y «oficial» con los «helenistas» y compartiera
básicamente su posición teológica podría haber movido a Agripa I, entre
otras causas, a perseguirlo. El bello relato de Hech 12, 1-19, escrito en un
puro estilo de leyenda «realista» (Dibelius), evoca el peligro que corrió Pedro
y su salvación providencial.
Por aquel entonces, el rey Herodes, con la peor intención, echó mano a
algunos miembros de la Iglesia. Hlzo pasar a cuchillo ir a Santiago, hermano
de Juan, y al ver que esto agradaba a los judíos, procedió a detener también
a Pedro. Era la semana de pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel,
encargando de vigilarlo a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno; tenía
intención de hacerlo comparecer en público pasadas las fiestas de pascua.
Ahora bien, mientras custodiaban a Pedro en la cárcel, la comunidad rezaba
a Dios por él insistentemente. La noche antes de que lo sacara Heredes,
estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, y
centinelas hacían guardia a la puerta de la cárcel. En esto se presentó el
ángel del Señor, y se iluminó la celda. Dándole unas palmadas en el costado,
despertó a Pedro y le dijo: «Date prisa, levántate». Se le cayeron las cadenas
de las manos, y el ángel añadió: «Ponte el cinturón y las sandalias».
Obedeció, y el ángel le dijo: «Échate la capa y sigueme». Pedro salió detrás,
sin saber si lo que hacía el ángel era real, pues aquello le parecía una visión.
Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que
daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle de pronto lo
dejó el ángel. Pedro recapacitó y dijo: «Pues era verdad: el Señor ha enviado
a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de toda esa expectación
del pueblo judío». Una vez que cayó en la cuenta fue a casa de María, la
madre de Juan Marcos, donde había numerosas personas reunidas orando.
Llamó a la puerta de la calle, y una muchacha de nombre Rosa fue a ver
quién era; al reconocer la voz de Pedro, le dio tanta alegría que, en vez de
abrir, corrió dentro anunciando que Pedro estaba a la puerta. Le dijeron:
«Estás loca». Ella se empeñaba en que sí. Los otros decían: «Será su ángel».
Pedro seguía llamando. Abrieron y, al verlo, quedaron atónitos. Con la mano
les hizo seña de que se callaran, les contó cómo el Señor lo había sacado de
la cárcel y concluyó: «Avisádselo a Santiago y a los hermanos». A
continuación salió y se fue a otro lugar. Al hacerse de día se armó un
alboroto entre los soldados preguntándose qué había sido de Pedro. Herodes
hizo pesquisas, pero no dio con él. Entonces interrogó a los guardias y
mandó ejecutarlos.
La leyenda está narrada magistralmente. No le sobra una palabra y está
llena de tensión. Su contexto vital es la edificación piadosa de la comunidad,
donde se narran las proezas de Dios con sus dirigentes y su salvación
milagrosa de la persecución.
No sabemos los motivos por los que Agripa I hizo ejecutar a Santiago
Zebedeo. Posiblemente éste tuvo que hacer de chivo expiatorio tras la grave
situación surgida cuando Calígula pretendió erigir su estatua en el templo, y
durante la fase de consolidación del reinado de Agripa I.
«Ahora bien, si una sociedad se siente amenazada e insegura, apela casi
siempre a formas tradicionales de conducta, se exaltan manifiestamente las
peculiaridades sacrosantas de la nación, se radicaliza la discriminación
contra todo lo extranjero, se ponen de moda las consignas fanáticas. Es de
suponer también un desarrollo en esta dirección en la sociedad judeo-
palestina en la primera mitad del siglo I d. C. Pero este desarrollo puso
obstáculos a las oportunidades del movimiento de Jesús el cual, con su
crítica al templo y a la ley, entraba en fricciones con la esfera de los tabúes
de la sociedad. Su actitud frente a los extranjeros iba en contra de las
supuestas tendencias discriminatorias. Y es incluso probable que esa actitud
se viera frecuentemente forzada a desempeñar el papel de chivo expiatorio:
la antipatía a los extranjeros pudo trasladarse fácilmente hacia aquellos que
relajaban o incluso transgredían la separación respecto a los extranjeros. Las
tensiones sociales podían manifestarse en la opresión de las minorías. Así
llegó la persecución de Heredes Agripa (41-44 d. C.) que no fue pura
casualidad después de las agitaciones de Alejandría y Palestina. Tampoco es
nada casual que Heredes Agripa convirtiera en enemigos suyos, al mismo
tiempo, a las ciudades helenísticas y a los primeros cristianos (Hech 12,
20ss). Hechos recalca expresamente que la persecución complacía los
deseos de los judíos. ¿No tuvo que haberse dado una necesidad de chivos
expiatorios en el pueblo?» (Theissen, Sociología, 105).
La tradición de Mc 10, 35-40 forma parte de la situación creada por el
martirio de Santiago Zebedeo:
Se le acercaren les hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestre,
querríamos que hicieras lo que te vamos a pedir». Les preguntó él; «¿Qué
queréis que haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos uno a
tu derecha y otro a tu izquierda el día de tu gloria». Jesús les replicó: «No
sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la cepa que yo voy a beber, o ser
bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?». Le
contestaron: «Sí, podemos». Jesús les dijo:
«La copa que yo voy a beber sí la beberéis y también seréis bautizados con
el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero el sentarse a mi derecha o
a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está
preparado».
Los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, ocupan el centro del relato. Piden
a Jesús poder sentarse junto a él, a la derecha y a la izquierda, en su gloria.
En una primera respuesta (v. 38s), Jesús hace depender la satisfacción de
esta demanda de que corran la misma suerte de sufrimiento que él. La
«copa» y el «bautismo» son aquí imágenes del martirio. Jesús anuncia a
ambos el martirio. En una segunda respuesta (v. 40) Jesús rehúsa la
concesión de los puestos honoríficos porque no los da él, sino Dios a aquellos
para los que están reservados. Puede tratarse de un núcleo antiguo dentro
de la tradición. El v. 39 anuncia el martirio de Santiago y de Juan. Sólo
sabemos que este anuncio se cumplió en el caso de Santiago (cf. Hech 12,
2). Quizá estamos ante una antigua tradición jerosolimitana que se formó en
la época de la ejecución de Santiago (42 d. C), a la espera de una
persecución que afectara a los dos Zebedeo, y que les promete un puesto,
como mártires, junto a Jesús en el «cielo» (cf. Mt 19, 28).
De 1 Tes 2, 14-16 se puede desprender que en el curso de los desórdenes de
la época otros cristianos padecieran también el acoso y la persecución. Quizá
se llegó a situaciones en que los cristianos renegaron de su fe en Jesús (cf. Lc
12, 8s). El relato sobre la caída y el arrepentimiento de Pedro en Mc 14, 66-
72 podría haber tenido su contexto vital en esa situación.
[Y mientras] estaba abajo en el patio llegó una criada del sumo sacerdote y,
al ver a Pedro calentándose, se le quedó mirando y le dijo: «También tú
andabas con Jesús de Nazaret». El lo negó diciendo: «¡Ni sé ni entiendo de
qué hablas tú!». Salió fuera, al zaguán, y un gallo cantó. Pero la criada lo vio
y volvió a decir a los allí presentes: «Este es uno de ellos». El lo volvió a
negar. Al poco rato, también los allí presentes empezaron a decirle: «Tú eres
de ellos, pues además eres galileo». Pero él se puso a echar maldiciones y a
jurar: «¡No conozco a ese hombre que decís!». Y en seguida, por segunda
vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras de Jesús: «Antes que el
gallo cante dos veces, me negarás tres», y se echó a llorar.
La construcción tripartita del relato es artificial y busca el efecto de
gradación. Una consideración psicologista es aquí improcedente. El cambio
de lugar indicado en el v. 68 tampoco debe interpretarse en sentido
psicológico sino desde su función en el relato: «da ocasión a que lo
identifique la misma persona» (Linnemann). Pedro es identificado en un
triple aspecto: como alguien que «estaba con Jesús de Nazaret», como uno
«de ellos» y como «galileo». Esto puede sugerir cuál es el contexto vital del
fragmento, ya que la segunda y la tercera nota son aplicables a muchos
miembros de la comunidad pospascual.
El relato no pretende ofrecer una exposición histórica; pero tampoco es
verosímil que el suceso narrado carezca de un fondo histórico. Detrás del
relato podría haber un hecho real, ya que de lo contrario se atribuiría a Pedro
ese grave fallo sin razón alguna.
El relato tiene una intención parenética: el oyente cristiano debe aprender
del ejemplo de Pedro. Como éste, después de la triple negación del Señor, se
arrepintió y se convirtió (v. 72), así debe hacer el cristiano perseguido. El
fragmento podría tener su contexto vital en situaciones en que los miembros
de la comunidad jerosolimitana o palestina eran vejados por su adhesión al
mesías crucificado. El relato anima al cristiano débil y caído a arrepentirse
siguiendo el ejemplo de Pedro. Dos veces (v. 69. 70) llama a Pedro «uno de
ellos»: miembro de la comunidad.
En esta situación Santiago, el «hermano del Señor, fue también, como
dirigente de la comunidad jerosolimitana, garante de su seguridad y
consistencia. Su fidelidad a la ley, reconocida por muchos judíos de
Jerusalén, contribuyó a que la comunidad pudiera vivir y actuar con cierta
libertad a pesar de todos los peligros. Pero Santiago hizo además una
«política eclesial» activa y tomó postura ante las cuestiones teológicas de la
joven comunidad en nombre de un judeocristianismo estricto. Era consciente
sin duda de que «la comunidad judeocristiana de Jerusalén sólo podía
perdurar en un ambiente hostil si se presentaba como ejemplo de fidelidad a
la ley» (Hengel, Geschichts-schreibung, 83). Por eso adoptó una posición
«conservadora», contraria a los «helenistas» avanzados y, más tarde, a
Pablo. Es cierto que no desaprobó básicamente la misión pagana de los
antioquenos; pero todo indica que fue el impulsor del «decreto de los
apóstoles», que ponía notables cortapisas a los cristianos procedentes del
paganismo en la convivencia con los judeocristianos (cf. cap. 14, § 1). Pablo
habla con gran respeto de él, aunque tuvo que constatar a menudo que los
«judaizantes» se amparaban en el nombre de Santiago para torpedear su
misión.
En cualquier caso, la comunidad primitiva judeocristiana tuvo que adoptar
una postura fundamentalmente positiva y sumisa ante la ley y el templo en
medio de la grave situación política de Palestina. Tuvo que procurar que el
resto del judaísmo no pudiera abrigar ninguna duda sobre su fidelidad a la
ley. Los contactos con los «helenistas» expulsados de Jerusalén y con
personas como Pablo podían suscitar, en cambio, graves sospechas contra
los judeocristianos de Jerusalén. Es posible que éstos tuvieran que responder
a preguntas como estas de conciudadanos judíos: «¿Cómo es que tratáis con
esa gente que desprecia la ley y convivís con paganos?». En esta situación
ejerció Santiago una función importante. Tuvo que empeñar toda su
autoridad para que, en aras de la supervivencia de los judeocristianos
palestinos, se evitara en Antioquía y en la misión paulina todo lo que pudiera
perjudicar a los cristianos del país madre. Desde esta perspectiva hay que
interpretar el célebre «incidente de Antioquía», donde Pedro y Bernabé, por
intervención de Santiago, renunciaron a sentarse a la mesa con los
paganocristianos, y que llevó a un distanciamiento de Pablo frente a Bernabé
y a la comunidad antioquena (cf. cap. 14, § 1). No es posible precisar
históricamente si esta intervención de Santiago fue una actitud de fondo o
una simple táctica. Los compromisos mínimos exigidos a los
paganocristianos en el «decreto de los apóstoles» pueden sugerir la segunda
alternativa. El consejo dado a Pablo de que haga un voto y lo cumpla
públicamente (cf. Hech 21, 17-26) muestra que Santiago y la dirección de la
comunidad jerosolimitana sabían cuáles eran las medidas tácticas más
eficaces: había que evitar todo aquello que pudiera inducir a los saduceos
dirigentes o a los «celotas» a proceder contra la comunidad.
Esta actitud se desprende también del breve fragmento tradicional de Mt 17,
24-27, que deja traslucir la relación que mantenía la comunidad primitiva
con el templo.
Cuando llegaron a Cafarnaún, los que cobraban el impuesto del templo se
acercaron a Pedro y le preguntaron: «¿Vuestro maestro no paga el
impuesto?». Contestó: «Sí». Cuando llegó a casa se adelantó Jesús a
preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? Los reyes de este mundo, ¿a quiénes
les cobran tributos e impuestos: a los suyos o a los extraños?». Contestó: «A
los extraños». Jesús le dijo: «O sea, que los suyos están exentos. Sin
embargo, para no escandalizarlos, ve al lago y echa el anzuelo; coge el
primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda; cógela y
págales por mí y por ti».
El fragmento contiene elementos de una discusión, una disputa de escuela y
un relato de milagros. La yuxtaposición de estos elementos de distintos
géneros literarios podría oscurecer la unidad del fragmento; pero teniendo
en cuenta que éste fue compuesto a partir de la problemática de la
comunidad, nada hace sospechar una falta de unidad. El problema básico es
saber la actitud que mantenía la comunidad cristiana primitiva en lo relativo
al pago del impuesto del templo. ¿Se sentía obligada a él?
La respuesta puede darse dialécticamente. En primer lugar, el texto señala
—frente a otros supuestos— que también Jesús abonó el impuesto del
templo. En segundo lugar se hace constar, en estilo de debate académico,
que Jesús y la comunidad están exentos de pagar el impuesto del templo en
su condición de «hijos». Aquí se pone de manifiesto la conciencia
escatológica de la comunidad: en realidad, el templo le pertenece por ser
ella la comunidad escatológica de Dios. La comunidad no está obligada, por
tanto, al impuesto del templo. No obstante, en la tercera parte Jesús resuelve
en forma espectacular el pago del impuesto. La comunidad renuncia
voluntariamente al privilegio que le compete.
El fragmento data sin duda de época temprana. Después del año 70 d. C, el
problema que aquí se aborda no tendría sentido. La tradición muestra que la
comunidad se considera parte integrante del judaísmo. Pretende, por su
condición «filial», tener derecho a disponer del templo. Quizá resuenan aquí
las reservas o hasta la crítica contra la práctica del culto en el templo; pero
el fragmento admite básicamente, como Qumrán, la santidad del templo.
La comunidad judeocristiana de Jerusalén se vio forzada, probablemente, a
tomar postura ante la crítica de los «helenistas». Esta necesitad no procedió
únicamente del resto del judaísmo, con el que la comunidad competía, sino
también de sus propias filas. La comunidad incluía a judíos de estricta
observancia pertenecientes a los grupos «piadosos» y a los letrados de
orientación farisea. O pudo haber controversias con la posición de los
«helenistas» y polémica contra ella. Una idea del debate intra-cristiano nos
ofrecen los logia y principios jurídicos, originariamente sueltos, que Mateo
reunió en Mt 5, 17-20.
No penséis que he venido a derogar la ley o los profetas. No he venido a
derogar sino a dar cumplimiento, aporque os aseguro que no desaparecerá
una i o una tilde de la ley antes que desaparezcan el cielo y la tierra, antes
que se realice todo. Por tanto, el que se salte uno solo de [esos] preceptos
mínimos y lo enseñe así a la gente, será declarado mínimo en el reino de los
cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no sobrepasa la de los letrados y
fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Hoy se consideran generalmente los v. 17 y 20 como redaccionales. Este
juicio es bastante seguro para el v. 20, y probable para el v. 17. Los v. 18 y
19 no se yuxtaponían en los orígenes; así lo indica el paralelismo de Lc 16,
17, como también el hecho de que el "touton" quede descolgado en el v. 19,
ya que en el v. 18 no se habla de «preceptos mínimos». Entre los v. 18 y 19
hay un enlace secundario mediante el adjetivo mía.
El paralelismo lucano (Lc 16, 17) es más antiguo que Mt 5, 18, dado su
carácter radical y sin restricciones.
Más fácil es que el cielo y la tierra pasen que no que caiga un ápice de la ley.
El logion se refiere con énfasis a la ley en su integridad, a toda su letra y
contenido. Tan firme y sólida como el cielo y la tierra se mantiene la ley
hasta la última tilde.
La frase se formula frente a la alternativa según la cual la ley es
fundamental, pero no en toda su extensión. La frase viene a rechazar esta
alternativa. Toda la ley es válida, y válida absolutamente. No dice que la ley
sea válida hasta un determinado punto temporal (aunque así conste en Lc
16, 16, quizá también en Mt 5,18.
La intencionalidad del dicho permite conocer su contexto vital. El dicho va
dirigido contra una disolución parcial de la ley. Está claro, por tanto, que no
pretende polemizar con adversarios judíos ajenos a la comunidad. Sólo
puede afectar a grupos de ella que critican la ley. Podría tratarse entonces de
una consigna de judeocristianos rígidos contra los «helenistas». El dicho nos
conduce, pues, al centro de una fuerte controversia interna de la comunidad
más antigua.
El logion de Mt 5, 19 formula un «principio de derecho sagrado». Deja
entender que hay personas que «invalidan», es decir, quitan valor
obligatorio, no a toda la ley sino a los «preceptos menores». El dicho toma
posición frente a ellas. No las declara «herejes» sino que reconoce su
condición cristiana, aunque a regañadientes. Estas personas serán
«menores» en el reino de los cielos. Aunque admite con ello básicamente
que la observancia de los «preceptos menores» no es esencial para ser
cristiano, quien los observe será grande ante Dios. Pero ¿cuáles son los
«preceptos menores»?
Esta formulación se refiere probablemente a «los debates cristiano-primitivos
que conocemos por Pablo, pero también por Marcos (7, Iss) y por los Hechos
de los apóstoles. El que cuestionaba la validez de la ley ritual judía podía
considerar los preceptos del culto como preceptos menores. La comunidad
que formuló este logion se encuentra por tanto en el umbral entre el
judeocristianismo y el paganocristianismo. Ella acepta que los cristianos
procedentes del paganismo declaren caducos los preceptos rituales...; pero
se mantiene fiel a la tora. El que elude las normas de la ley ritual judía es
calificado de muy pequeño en el reino de los cielos. La forma superlativa
tiene aquí, como en el v. 19a, el significado de superlativo absoluto. El sujeto
en cuestión no queda excluido del reino de Dios, pero deberá conformarse
con un puesto irrelevante en él, ya que el escalonamiento en el reino de Dios
es una antigua idea rabínica. Esta idea late en algunos pasajes del evangelio
de Marcos (18,4; 11, 11; 19, 28; 20, 23). En lo que se refiere a la tradición
premarquiana hay que decir que la comunidad judeocristiana adopta una
actitud tolerante a tenor del v. 19: no todos los extremos de la ley
veterotestamentaria son vinculantes, y la observancia de la tora puede
restringirse en aras de la unidad de la Iglesia. Judeocristianos y
paganocristianos pueden convivir y practicar la comunión eclesial a pesar de
la diferente valoración de la ley veterotestamentaria. Está claro, no obstante,
que los exponentes de este logion no abandonaron su posición judeocristiana
de fidelidad a la ley» (Strecker, Bergpredigt, 60s).
Es posible que el logion refleje, una vez más, un debate cristiano interno. La
actitud es aquí menos rígida que en Lc 16, 17, porque el texto no declara
que la observancia de los «preceptos menores» sea necesaria para la
salvación; pero el logion aparece formulado desde la perspectiva de un
judeocristianismo fiel a la ley. Quien observa los «preceptos menores» de la
ley es recompensado con un rango superior en la basileia. Mt 5, 19 tiene
asimismo, probablemente, su contexto vital en el debate de los
judeocristianos de Jerusalén con la posición de los «helenistas». Las
posiciones contrarias a los «helenistas» que se expresan en Mt 5, 18 y 5, 19
podrían coexistir en Jerusalén con las otras y ser defendidas por diversas
agrupaciones de la comunidad arameoparlante. La comunidad judeocristiana
de Jerusalén hizo valer igualmente sus reservas y protestas contra la misión
entre samaritanos y paganos «simpatizantes» iniciada por los «helenistas»
después de su expulsión (cf. cap. 8). Pero la postura de los judeocristianos de
Jerusalén tampoco era homogénea en este punto, como se desprende
claramente de la tradición. Pedro compartió más bien el talante de los
«helenistas» (cf. Hech 10s). Parece que la misión pagana al margen de la
circuncisión fue un tema abordado en las conversaciones entre Pedro y Pablo
con motivo de la primera visita de éste a Jerusalén (Gal 1, 18).
Probablemente se llegó ya entonces a un consenso básico de ambos en esta
materia. Quizá fue incluso consultado Santiago, el «hermano del Señor» (Gal
1,9). Este tampoco fue nunca un adversario radical de la misión pagana sin
circuncisión, al margen de lo que pensara sobre la relación histórico-salvífica
entre judeocristianos y paganocristianos. La idea de pueblo de la alianza y
pueblo de Dios, Israel, constituido por la ley y la circuncisión, fue sin duda el
centro de su pensamiento teológico. Santiago podría considerar a los
cristianos procedentes del paganismo como una especie de «marginales» del
nuevo pueblo de Dios, no como miembros de pleno derecho. Quizá ellos
fuesen para él las primicias de esa «afluencia de las naciones» que Dios
mismo pondría en marcha en las postrimerías.
No hay razones, por tanto, para creer que las reservas y la protesta del
judeocristianismo de Jerusalén contra la misión pagana de los «helenistas»
nacieran de un particularismo soteriológico que excluía a los paganos de la
salvación. Los logia Mt 5, 19; 11, 11 muestran, como queda dicho, la
posibilidad de una participación escalonada en la salvación escatológica. En
cualquier caso, la comunidad primitiva sostuvo desde el principio que la
salvación revelada en Jesús, y que llegaría definitivamente en breve, no era
exclusiva para Israel sino que alcanzaba a todos los pueblos. Y la aplicación
del título de «Hijo del hombre» a Jesús indica que ese personaje era
considerado en la tradición apocalíptica como juez último y soberano de
todos los pueblos. También los paganos serían incluidos en el acontecimiento
salvador. Mt 8, 11s puede sugerir la vía por la que esto se va a realizar.
Recogiendo la tradición profética sobre la afluencia final de todas las
naciones a Sión, el texto afirma que «vendrán muchos de oriente y occidente
a sentarse a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en la basileia». Sin
embargo, esta perspectiva universal no impulsaba necesariamente a la
misión activa entre paganos. La salvación de éstos era el último acto del
ésjaton inminente. Dios mismo los atraería una vez congregado Israel por la
acción de los mensajeros de Jesús.
A pesar de este universalismo fundamental de la salvación, la espera de una
escatología inminente de primera hora tampoco cristalizó en una misión
activa entre los paganos. Todo el esfuerzo misionero estuvo encaminado a la
reunión del «pueblo escatológico de las doce tribus, Israel». En esta línea, los
«doce» y los «siete» de Jerusalén evangelizaron a judíos palestinos y de la
diáspora. Los misioneros recorrían el país para anunciar a cada israelita el
mensaje del Reino y la venida del «Hijo del hombre», Jesús. Esta misión
estuvo presidida por la urgencia del tiempo, como se desprende del logion
Mt 10, 23, marcado por la tensa espera, que fue referido más tarde a la
misión en Israel (10, 14) e instruye a los misioneros itinerantes:
Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra, porque os aseguro que no
habréis acabado con las ciudades de Israel antes que vuelva el Hijo del
hombre.
El relato didáctico de Mt 25, 31-46, que escenifica el juicio final
protagonizado por el «Hijo del hombre», indica asimismo cómo se entendía
en los medios judeocristianos la apertura de la salvación futura a los
paganos.
Cuando el Hijo del hombre venga con su esplendor acompañado de todos
sus ángeles, se sentará en su trono real y reunirán ante él a todas las
naciones. El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de
las cabras, y pondrá a las ovejas a su derecha y a las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el rey a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre;
heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber,
fui extranjero y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y
me visitasteis, estuve en la cárcel y fuisteis a verme». Entonces los justos le
replicarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer o con
sed y te dimos de beber? ¿cuándo llegaste como extranjero y te recogimos o
desnudo y te vestimos? ¿cuándo estuviste enfermo o en la cárcel y fuimos a
verte?». Y el rey les contestará: «Os lo aseguro: Cada vez que lo hicisteis con
un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo». Después dirá a
los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado
para e! diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer,
tuve sed y no me disteis de beber, fui extranjero y no me recogisteis, estuve
desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis».
Entonces también éstos replicarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o
con sed, o extranjero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te
asistimos?». Y él les contestará: «Os lo aseguro: Cada vez que dejasteis de
hacerlo con uno de esos más humildes, dejasteis de hacerlo conmigo». Estos
irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna.
La cuestión que se aborda aquí es la del criterio por el que serán juzgados en
el Juicio final los paganos que no reconocen al mesías Jesús porque no lo
conocen. Serán juzgados por su relación con los pobres y necesitados. En
ellos se encuentran con Jesús mismo. El fragmento aborda una cuestión
importante: la antigüedad no conoció (fuera del judaísmo) instituciones de
asistencia social ni la ayuda pública a los pobres y enfermos; sólo iniciativas
individuales. La conducta «humana» del pagano decide su suerte final. El
fragmento no presupone, pues, una misión entre paganos. Por eso tiene su
origen en la comunidad primitiva palestina.
La misión activa entre paganos al margen de la ley judía fue un tema
debatido hasta el «concilio de los apóstoles». Según Hech 15,5, esa misión
fue cuestionada en ella radicalmente por algunos fariseos cristianos. El
acuerdo del concilio referido por Pablo en Gal 2, 9 es probablemente la
conclusión de un fuerte debate entre los judeocristianos de Jerusalén y los
«helenistas» en tomo a la misión pagana (cf. cap. 14, § 1). Huellas de este
debate se advierten aún en el antiguo logion de Mt 15,24: «Me han enviado
sólo para las ovejas descarriadas de Israel». El texto recurre aquí a Jesús
mismo contra la incipiente misión pagana. Los defensores de ella hacen lo
mismo. El breve relato de Mc 7, 24-30 cobra sentido sobre el fondo de tales
debates (cf. cap. 8). Jesús mismo se deja convencer por la palabra de la
mujer pagana que reconoce la primacía de Israel. Jesús, con su acción
salvífica, abrió la misión pagana.
Mt 10, 5b-6 permite calibrar el vigor con que fue contestada en ambientes
judeocristianos de Palestina la misión entre samaritanos y paganos
emprendida por los «helenistas».
No vayáis a tierra de paganos ni entréis en una ciudad de Samaría; mejor es
que vayáis a las ovejas descarriadas de Israel.
Habla aquí un judeocristianismo rígido que se opuso tajantemente, aunque
en vano, a una misión activa más allá de las fronteras de Israel. El logion
prohíbe expresamente la misión entre paganos y samaritanos. La actividad
de los misioneros itinerantes en el cristianismo primitivo debía concentrarse
exclusivamente en Israel. Subyace la idea Judeocristiana de la necesaria
restauración del «pueblo escatológico de las doce tribus». Rechaza la misión
pagana porque se esperaba la afluencia final de las naciones a Sión. El
integrar a los paganos en el Israel del tiempo final es competencia exclusiva
de Dios. Pero detrás del dicho se trasluce que la contestada misión entre
paganos y samaritanos estaba ya en marcha, por obra precisamente de los
«helenistas» expulsados de Jerusalén. Contra ellos polemiza Mt 10, 5b-6.
El dicho figurado y polémico de Mt 7, 62 podría ir dirigido igualmente contra
la misión pagana.
No deis lo sagrado a los perros ni les echéis vuestras perlas a los cerdos, no
sea que las pisoteen, y además se vuelvan y os destrocen.
Esta consigna delata un judeocristianismo marcado por la polémica
antipagana, tremendamente áspera («perros» y «cerdos»), de un judaísmo
rigorista.
Las discusiones sobre la misión pagana y sobre las múltiples consecuencias
derivadas de ella para la convivencia entre judeo- y pagano-cristianos no
remitieron en el transcurso de los años, sino que fueron a más. El «concilio
de los apóstoles» tampoco pudo acabar con ellas. Pablo da fe en sus cartas
de la permanente obstrucción de los «judaizantes» radicales a su labor
misionera. Llevaron a cabo una verdadera antimisión en las comunidades por
él fundadas. Además del propio judaísmo, muchos judeocristianos de
Jerusalén vieron en Pablo a un apóstata al que había que proscribir. Al final
Pablo temió por el futuro de su obra evangelizadora (cf. Rom 15, 30s).
El conflicto interno se agravó sin duda por la situación política extrema de
Palestina y por el creciente recelo contra los judeocristianos por parte de los
«celolas» de la ley y de la pureza del judaísmo.
La misión pagana de los judeocristianos fuera de Palestina y su éxito «tuvo
que tener repercusiones negativas en la situación de los cristianos en el país
de origen del movimiento. Cuanto más claro estaba que el cristianismo
desbordaba los límites del judaísmo y aceptaba también paganos
incircuncisos, menos oportunidades tenía como movimiento intrajudío de
renovación. Porque no se puede reformar ningún grupo y, al mismo tiempo,
cuestionar su identidad: la actividad de los misioneros cristianos entre
gentiles tuvo que entenderse como si tuvieran que equipararse los demás
pueblos con los judíos. Por eso se comprende que la fraternización de judíos
y gentiles en la comunidad de Antioquía fuera observada con recelo por la
comunidad de Jerusalén (Gal 2, Uss)» (Theissen, Sociología, 106).
El judeocristianismo palestino luchó por su existencia en una situación sin
salida. Quedó atrapado entre todos los bandos. Pretendió por una parte
encarnar al «verdadero Israel» y al pueblo de Dios escatológico
permaneciendo fiel a la voluntad de Dios y a las promesas hechas a los
antepasados; pero no podía renunciar, por otra, a la unidad de la Iglesia
compuesta de judíos y paganos por la acción manifiesta del Espíritu de Dios;
y entró en conflicto con los hermanos judíos. En este conflicto quedó
disgregado el judeocristianismo. Su misión en Israel acabó en fracaso. La
comunidad de Jerusalén abandonó la ciudad al comienzo de la guerra judía.
Sus huellas y las del judeocristianismo palestino se pierden en la oscuridad
de la historia. El judeocristianismo aparece más tarde esporádicamente en
grupos heréticos dispersos, pero sin poder influir en la evolución de la
Iglesia.
1. La demora de la parusía
Jesús creyó en la llegada inminente del reino de Dios y comunicó a sus
oyentes esa creencia. La máxima expresión de esta fe fue su convicción de
que el reino de Dios se abría ya paso en sus exorcismos y curaciones y se iba
imponiendo de modo irresistible.
Los discípulos compartieron las ideas de Jesús. La expectativa heredada de él
se acreció aún más después de pascua con las apariciones del Resucitado y
con la acción del Espíritu santo. La resurrección de los muertos y la infusión
del Espíritu eran consideradas en el judaísmo primitivo como obra y don de
Dios para el tiempo final. La comunidad pospascual de los discípulos creyó,
pues, vivir en el tiempo inmediatamente anterior al comienzo del reino de
Dios. Esperaba para un plazo muy breve la llegada del «mesías/Hijo del
hombre», el juicio final y la instauración definitiva del Reino. No conocemos
las ideas concretas que tenía la comunidad primitiva sobre el tiempo final;
pero los «dichos sobre el plazo» (cf. infra) y textos como 1 Tes 4,17 y Jn
21,23 indican que «la primera generación después de la muerte y
resurrección de Jesús no esperaba pasar por la muerte» (Lüdemann, Paulus I,
216).
Sin embargo, el final esperado se fue demorando. La esperanza de la pronta
parusía no se cumplió. Murieron miembros de la comunidad sin haberla
presenciado. Esta experiencia tuvo que suscitar interrogantes y crear
problemas en las comunidades. Un ejemplo de ello es 1 Tes 4, 13-18 (cf. cap.
14, § 4).
No encontramos, sin embargo, ningún indicio de crisis general desatada por
la demora de la parusía. Parece que la comunidad primitiva no vivió el paso
del tiempo como un problema grave. Aunque no se cumplió la esperanza de
un comienzo inmediato de los acontecimientos escatológicos, ella perseveró
en la tensa espera. Todavía encontramos en el Pablo tardío esa espera, y el
evangelio de Marcos la mantiene viva. Hasta las comunidades «joánicas»
estuvieron inmersas en la expectativa escatológica (Jn 16, 16-23). Esta fue
materia constante de reflexión e interpretación. Había que corregir los
malentendidos y desechar las falsas interpretaciones.
La comunidad primitiva podría haber sufrido una crisis si su esperanza
escatológica se hubiera concretado en todos los aspectos. Pero no fue este el
caso, evidentemente. La comunidad era consciente de que sólo Dios y su
Espíritu la guiaban en este sentido. Quizá los discípulos esperaron, con Jesús,
la llegada inmediata de la basileia durante la última estancia en Jerusalén
(Mc 14,25). Pero la muerte de Jesús, las apariciones del Resucitado y la
acción del Espíritu apuntaban en otra dirección. Se abrió un plazo para la
conversión de todo Israel. El plazo era corto, y nadie sabía su término. La
reflexión sobre el acontecimiento de Cristo hizo reparar en otro factor de
demora relacionado con la misión pagana. Esta reflexión tampoco elimina la
espera escatológica. Pablo evangeliza consciente de disponer de poco
tiempo; no obstante, puede diseñar planes a largo plazo en Rom 15, 22-24
sin que debamos suponer en él una crisis escatológica. Es posible que lo que
le ocurrió a Pablo ocurriera igualmente a la comunidad primitiva. El amplio
margen que la tradición otorga al tema de la parusía indica que tuvo gran
actualidad en ella, pero también que la comunidad primitiva supo dominarlo
y traducirlo en parénesis concreta.
b) Descripciones de la parusía
La comunidad primitiva, además de compartir las esperanzas escatológicas
del judaísmo, adoptó algunos rasgos de su apocalíptica. El alcance de esta
influencia apocalíptica se puede conjeturar a la luz del «pequeño
apocalipsis» que cabe reconstruir a base de Mc 13. El evangelista pudo
disponer de él como tradición escrita (cf. v. 14) y lo sometió a una
elaboración y ampliación redaccional. Sobre su contenido y amplitud existen
grandes divergencias entre los investigadores. Sólo hay unanimidad en la
atribución de los v. 7-8.14-20.24-27 al contenido del «pequeño apocalipsis».
Cuando oigáis estruendo de batallas y noticias de guerra, no os alarméis; eso
tiene que suceder, pero no es todavía el final. Porque se alzará nación contra
nación y reino contra reino, habrá terremotos en diversos lugares, habrá
hambre; ésos son los primeros dolores... Cuando veáis que la abominación
de la desolación está donde no debe (entiéndelo, lector), entonces los que
estén en Judea, que huyan a la sierra; quien esté en la azotea, que no baje ni
entre en casa a coger nada; quien esté en el campo, que no vuelva por la
capa. Y ¡ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Pedid que no
caiga en invierno, porque aquellos días serán una angustia como no la ha
habido igual desde que empezó este mundo que Dios creó, ni la habrá nunca
más. Si el Señor no acortara aquellos días, nadie escaparía con vida, pero
por sus elegidos los acortará... Pero en aquellos días, después de aquella
angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas
caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del
hombre sobre las nubes, con gran fuerza y majestad, y enviará a los ángeles
para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, desde el extremo de la tierra
hasta el extremo del cielo.
Partiendo de este material básico del «apocalipsis» tradicional, cabe decir lo
siguiente sobre su carácter:
Tiene tres partes: Primero indica los signos generales del final inminente (v.
7s). Después menciona en términos esotéricos un suceso execrable ya
iniciado, que supondrá el punto culminante de la tribulación escatológica (v.
14-20). Describe por último los fenómenos cósmicos que precederán a la
venida del «Hijo del hombre», y la llegada del mismo para salvar a los
elegidos (v. 24-27).
Este «apocalipsis» aparece estilizado desde el principio como un discurso de
Jesús (cf. sin embargo la peculiaridad de los v. 6.9.13a.23).
Contiene numerosos lugares comunes y elementos formales apocalípticos.
Aparece relacionado con sucesos históricos concretos (cf. v. 7s) que atañen a
Judea y Jerusalén o al templo (cf. v. 14s). Tales sucesos se interpretan como
preludio de la venida inminente del «Hijo del hombre».
La afinidad con la apocalíptica hizo suponer a R. Bultmann que la
composición textual no es un «apocalipsis» cristiano sino originariamente
judío, que pasó por una reelaboración cristiana. También merece atención la
hipótesis ya antigua, acogida y reforzada por R. Pesch, de que la tradición se
basa en un escrito suelto (cf. v. 14) que circuló en Judea por algún motivo
concreto. Su fondo histórico originario no sería, pues, la guerra judía, sino un
suceso ocurrido entre los inviernos de 39/40 y 40/41, que provocó una alta
tensión apocalíptica en los judios de Palestina y del mundo: el intento de
erigir una estatua al emperador en el templo. El asesinato de Calígula el
24.01.41 impidió esta execración del templo (cf. cap. 11, § 3). «La aparición
del escrito suelto encajaría perfectamente en la tensión de las semanas
comprendidas entre el invierno de 39/40 y el de 40/41» (Pesch). Durante la
Guerra Judía los cristianos habrían recurrido al escrito, actualizándolo.
Ambas hipótesis son insostenibles. El «pequeño apocalipsis» es un
fragmento tradicional de origen cristiano y podría haber aparecido en
Judea/Jerusalén al comienzo de la guerra judía (66 d. C). Ante la situación
política y bélica que se perfila, un profeta cristiano anuncia la inminente
parusía del «Hijo del hombre», Jesús. Su intención es motivar a los cristianos
en la extrema tribulación que se avecina. Los lugares comunes y el estilo se
corresponden con los de la apocalíptica judía. Los sucesos concretos son
interpretados como señales del tiempo final. Pero no se indica un plazo
propiamente dicho (cf. v. 24).
Los V. 7s podrían referirse a la fracasada campaña de Cestio contra Jerusalén
(nov. 66 d. C.) o a la limpieza sistemática de rebeldes llevada a cabo por
Vespasiano en Galilea durante los años siguientes. La oscura expresión
«abominación de la desolación», comprensible sólo para el lector iniciado (v.
14; cf. Dan 8,11; 9,27; 11,31; 12,11; 1 Mac 1, 54), podría referirse a la
profanación del templo por el ejército romano, vaticinada por el vidente.
También es posible que haga referencia a la profanación del templo por los
«celotas», que desde el año 66 d. C. derramaron sangre con acciones
militares en el templo (cf. Josefo, Bell. II, 441,456; IV, 139s, 144ss, 150ss,
163, 242).
El contexto vital del «pequeño apocalipsis» es, pues, la expectativa de la
comunidad cristiana, acentuada por la inminente confrontación militar entre
los romanos y la resistencia judía. La comunidad es consciente de su
segregación del resto del judaísmo. La acción salvadora del «Hijo del
hombre» será únicamente en beneficio de ella, de los «elegidos» (13, 27).
Los judíos que desoigan la llamada a la conversión de los discípulos
perecerán en los cataclismos cósmicos que van a ocurrir en breve. Pero el
«pequeño apocalipsis» no va dirigido sólo a los cristianos de Jerusalén.
Aconseja expresamente la huida a los cristianos que viven en Judea (13, 15).
El «apocalipsis» fue difundido probablemente por escrito (13, 14). Era por
tanto una «hoja volante» cristiana.
Lc 17,23spar señala, igual que Mc 13,26, que la parusía del «Hijo del
hombre» será un acontecimiento cósmico-universal.
Si os dicen: míralo, está en el desierto, no vayáis; mira, está en las
habitaciones, no lo creáis. Porque igual que el fulgor del relámpago brilla de
un extremo a otro del cielo, así ocurrirá con el Hijo del hombre (en su día)
(reconstrucción según Zeller).
Un profeta cristiano advierte aquí a la comunidad que no se deje llevar en su
expectativa por los rumores sobre la presencia del mesías «aquí o allá» (cf.
Mc 13, 21s). Esta advertencia se comprende ante la aparición de presuntos
mesías antes y durante la guerra judía. Cuando el «mesías/Hijo del hombre»
aparezca en la parusía, será tan evidente como un relámpago que brilla de
un confín a otro del horizonte. Todos los temores de perder la parusía y la
adhesión al «mesías/Hijo del hombre» carecen de fundamento.
El contexto vital de esta advertencia profética es el desconcierto de la
comunidad judeocristiana de Palestina ante las especulaciones y rumores
apocalípticos desatados por los sucesos que precedieron y acompañaron a la
guerra judía.
No todos los contemporáneos de la comunidad cristiana compartieron la
actitud de tensa espera. La nobleza sacerdotal saducea rechazaba de plano
la escatología. Los fariseos no compartían sin más la idea de un próximo
apocalipsis. Al menos una facción de este grupo se mostró cada vez más
escéptica a este respecto. Y en el pueblo llano tampoco participaban todos
en la espera apocalíptica. Su actitud es descrita y criticada en Lc 17, 26-
30par.
Lo que pasó en tiempo de Noé pasará también en el tiempo de Hijo del
hombre: comían, bebían y se casaban ellos y ellas hasta el día que Noé entró
en el arca y llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempo
de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban y construían; pero
el día que Lot salió de Sodoma llovió fuego y azufre del cielo y acabó con
todos. Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre
(reconstrucción según Zeller).
El dicho es una advertencia cristiano-primitiva contra la despreocupación y la
impenitencia. No va dirigido contra los miembros de la comunidad que creían
en la inminencia de la parusía, sino contra los judíos incautos y confiados, y
los amenaza con un final semejante al de los contemporáneos de Noé y de
Lot. «El día del Hijo del hombre se presenta como día nefasto que trae la
destrucción: diluvio y fuego» (Polag, 95). La comunidad cristiana, en cambio,
escapará a la condena en el juicio próximo. El contexto vital del dicho es la
predicación de carácter escatológico contra el judaísmo contemporáneo,
poco dispuesto a la conversión.
También Lc 17, 34spar es un dicho conminatorio ante la proximidad de la
parusía:
Esto os digo: Aquella noche estarán dos en una cama, a uno se lo llevarán y
al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas, a una se la llevarán y a la
otra la dejarán.
El acento recae aquí en la brutal separación que se producirá en
comunidades familiares y de trabajo a la llegada del «Hijo del hombre».
Nadie puede estar seguro de la salvación. Sólo «aquella noche» se
manifestarán las diferencias antes inaparentes. Por eso hay que estar
preparado para no ser de los «dejados» y destinados a perecer.
c) Exhortación a la vigilancia
La experiencia del retraso en la parusía y la incertidumbre de la fecha
aconsejan la vigilancia y la disposición permanentes. El «pequeño
apocalipsis» de Mc 13 tampoco puede leerse como un horario de trenes.
Deja abierto el plazo y exige un estado de alerta para la llegada del «Hijo del
hombre». Otros ejemplos de parénesis de la parusía en el cristianismo
primitivo los encontramos en las parábolas. De ellos podemos inferir cómo la
comunidad primitiva fue tomando conciencia del retraso de la parusía y de
su problemática. Se advierte un «desplazamiento en sentido parenético»:
«La parénesis no contempla en un principio la posibilidad del retraso (Mt 24,
45-51), mientras que más tarde cuenta con esta posibilidad (Mt 25, 1-13)»
(Grasser, 127). Este «desplazamiento» puede ser un indicio para determinar
la antigüedad de las tradiciones.
Pareceos a los que aguardan a que su amo vuelva de la boda para, cuando
llegue, abrirle en cuanto llame. Dichosos esos criados si el amo, al llegar, los
encuentra en vela. [Os aseguro que él se pondrá el delantal, los hará
recostarse y los servirá uno a uno]. Y si llega entrada la noche o incluso de
madrugada y los encuentra así, dichosos ellos (Lc 12, 36-38).
Es como un hombre que se iba al extranjero; Dejó su casa, se la encargó a
sus criados señalándole a cada uno su tarea, y al portero le mandó estar en
vela (Mc 13, 34).
Las dos comparaciones podrían ser variantes de una parábola original de
Jesús que no es posible ya reconstruir.
Mc 13, 34 ha conservado un rasgo originario en el papel especial del portero.
En el resto, la versión de Me da la impresión de algo secundario e inorgánico.
La distribución de competencias a los distintos criados (cf. Mt 25, 14s) encaja
mal en la situación. La orden de estar en vela y el regreso nocturno del amo
no se justifican, ya que el dueño de la casa no vuelve de una boda, como en
Lucas, sino de un viaje. De ahí la improbabilidad de que la versión marquiana
sea la tradición más antigua; podría tratarse incluso de una composición
redaccional de diversos retazos de tradición. La versión lucana es en
conjunto más originaria que la variante de Marcos. En cualquier caso, el V.
37b es una frase alegorizante que rompe el nexo de v. 37a con v. 38 e
introduce el tema del banquete escatológico. El número plural de criados
podría ser también secundario. Este extremo suena a artificial, porque los
criados no pueden abrirle la puerta al amo todos a la vez. Podría ser una
alegorización secundaria de cara a la comunidad cristiana; la parábola
originaria hablaba del portero que debe estar en vela hasta que su amo
vuelva del convite (cf. Mc 13, 34).
El V. 38 expresa directamente la posibilidad del retraso de la parusía, pero
sin darle importancia. La parábola exhorta a la vigilancia para estar en
disposición de recibir al amo cuando vuelva. Afirma la proximidad de su
llegada; precisamente la experiencia del retraso irrelevante en la llegada es
motivo de una intensa vigilancia.
Esto ya lo comprendéis: que si el dueño de la casa supiera a qué hora va a
llegar el ladrón, no le dejaría abrir un boquete. Por eso, estad también
vosotros preparados, pues cuando menos lo penséis llegará el Hijo del
hombre (Lc 12, 39-40par; reconstrucción según Zeller).
J. Jeremías constata una incoherencia entre el dicho figurado y su aplicación:
el dicho figurado amenaza con una desgracia; pero la llegada del «Hijo del
hombre» es para la comunidad un suceso alegre que es esperado con
alborozo. Jeremías considera por eso el dicho figurado como una parábola
admonitoria original de Jesús, parábola destinada a mantener en vela al
oyente ante el inminente cataclismo escatológico. «La parábola del ladrón»
la aplicó la Iglesia primitiva a su nueva situación, que se caracteriza por la
ausencia de la parusía y adquiere así otro acento» (Jeremías).
En la parénesis del cristianismo primitivo, la parábola pasa a ser una llamada
a «estar al acecho», si vale la expresión, para no verse sorprendidos por la
llegada repentina del «Hijo del hombre». Mantiene la espera escatológica;
pero ante la experiencia del retraso de la parusía, insiste en el carácter
repentino de ella. Al emplear la imagen del ladrón (cf. 1 Tes 5, Is), la
parénesis deja traslucir otro cambio de acento: la parusía, además de ser el
gran día del gozo, trae consigo algo inquietante, ya que el «Hijo del hombre»
aparecerá como juez. La pequeña parábola exige, pues, vigilancia, pero
también la disposición a responder en el juicio.
¿Quién es el administrador fiel y cuidadoso a quien el amo va a encargar de
repartir a los sirvientes la ración a sus horas? Dichoso el tal empleado si el
amo al llegar lo encuentra cumpliendo con su obligación. Os aseguro que le
confiará la administración de todos sus bienes. Pero si el tal empleado,
pensando que su amo tardará, empieza a maltratar a los mozos y a las
muchachas, a comer y beber y emborracharse, el día que menos se lo
espera y a la hora que no ha previsto llegará el amo y lo pondrá en la calle,
mandándolo a donde se manda a los que no son fieles (Lc 12,42-46par;
reconstrucción según Zeller).
Este fragmento de tradición alegórico-parenético aborda expresamente el
problema del retraso de la parusía y previene a los dirigentes de la
comunidad contra la tentación de descuidar o pervertir su servicio a la
comunidad en vista de la demora de la parusía. Al mal dirigente de la
comunidad se le amenaza con la llegada súbita e inesperada del Señor y con
el juicio. A pesar de la experiencia de retraso en la parusía, esta parábola
mantiene también la expectativa escatológica.
Es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó
encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro
uno, según sus capacidades; luego se marchó. El que recibió cinco talentos
fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco; el que recibió dos
hizo lo mismo y ganó otros dos; en cambio, el que recibió uno hizo un hoyo
en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de muchio tiempo volvió
el señor de aquellos siervos y se puso a saldar cuentas con ellos. Se acercó
el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:
«Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco». Su señor le
respondió: «Muy bien, siervo bueno y fiel. Has sido fiel en lo poco, te pondré
al frente de mucho; pasa a la fiesta de tu señor». Se acercó luego el que
había recibido dos talentos y dijo: «Señor, dos talentos me dejaste; mira, he
ganado otros dos». Su señor le respondió: «Muy bien, siervo bueno y fiel. Has
sido fiel en lo poco, te pondré al frente de mucho; pasa a la fiesta de tu
señor». Finalmente se acercó el que había recibido un talento y dijo: «Señor,
supe que eras hombre duro, que siegas donde no siembras y recoges donde
no esparces; me asusté y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo
tuyo». El señor le replicó: «¡Siervo malo y perezoso! ¿Sabías que siego donde
no siembro y recojo donde no esparzo? Pues entonces debías haber puesto
mi dinero en el banco, para que al volver yo pudiera recobrar lo mío con los
intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez; [porque al que
tiene se le dará hasta que le sobre, y al que no tiene se le quitará hasta lo
que tiene]. Y a ese siervo inútil, echadlo fuera a las tinieblas: [allí será el
llanto y el apretar de dientes]» (Mt 25, 14-30).
No hay por qué abordar aquí la cuestión de si en la narración subyace una
parábola originaria de Jesús (como sostiene Jeremías). La comunidad
primitiva la entendió en sentido alegórico partiendo del hecho del retraso de
la parusía, y la refirió a su situación. Esto queda claro en v. 21.23.30: no
habla ya aquí el señor de las parábolas sino el juez escatológico del mundo.
En esta línea, el viaje del amo en la parábola debe entenderse como una
referencia a la ascensión, y su regreso, como alusión a la parusía. El v. 19
aborda la demora de la parusía, pero el énfasis no está en ella. La parábola
no trata de resolver este problema en sí, sino que busca la parénesis ante el
retraso de la parusía. Nadie puede estar inactivo en la larga ausencia del
Señor, que se supone algo obvio; todos deben «crecer» en la fidelidad al
Señor según sus posibilidades, con los «talentos» prestados por él. La larga
ausencia del amo se entiende como tiempo de prueba para la lealtad de los
siervos. El meollo de la parábola está en el ajuste de cuentas al tercer siervo
(v. 24ss). Quien, como este siervo, no incrementa con el propio trabajo los
dones recibidos, no superará el juicio final. El material metafórico utilizado
en la parábola remite a la comunidad palestinense. Pero el tiempo
prolongado que transcurre hasta la parusía, como algo obvio, y el énfasis
ético inducen a calificar la parábola de relativamente tardía.
Entonces se parecerá el reino de los cielos a diez muchachas que cogieron
sus candiles y salieron a recibir al novio. Cinco eran necias y cinco sensatas.
Las necias, al coger los candiles, se dejaron el aceite; las sensatas, en
cambio, llevaron alcuzas de aceite además de los candiles. Como el novio
tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó gritar.
«¡Que llega el novio, salid a recibirlo!». Se despertaron todas y se pusieron a
despabilar los candiles. Las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos de
vuestro aceite, que los candiles se nos apagan». Pero las sensatas
contestaron: «Por si acaso no hay bastante para todas, mejor es que vayáis a
la tienda a comprarlo». Mientras iban a comprarlo llegó el novio; las que
estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la
puerta. Cuando por fin llegaron las otras muchachas, se pusieron a llamar:
«Señor, señor, ábrenos». Pero él respondió: «Os aseguro que no sé quiénes
sois». Por tanto, estad en vela, que no sabéis el día ni la hora (Mt 25, 1-13).
El fragmento no es una parábola auténtica de Jesús sino una alegoría
formada dentro de la comunidad en época tardía. Cada detalle de la misma
se puede explicar por la situación de espera de la parusía en el cristianismo
primitivo.
La alegoría presenta una situación escatológica distinta. Si en Lc 12,42-46par
era aún una necedad creer seriamente en un retraso de la parusía, ahora es
necedad no contar con él. La parábola no es propiamente una exhortación a
la vigilancia —todas las muchachas se durmieron— sino a estar preparados
para la demora. Las necias no fueron sorprendidas, como en Mt 24, 43spar y
24, 45sspar, por la llegada repentina del novio, sino que el largo retraso, no
esperado por ellas, las desconcierta cuando él llega. Por no haber contado
con tan larga demora, las muchachas necias no estaban preparadas al llegar
el novio.
El fragmento exhorta, pues, a contar con un largo tiempo de espera hasta la
parusía, pero sin dejar de estar siempre preparados para ella. Quien no lo
esté, puede oír en la parusía la sentencia del juez «no os conozco».
2. Normas de vida
La parénesis del cristianismo primitivo suele tener una motivación
escatológica. La inminencia de la basileia y la parusía exigen y posibilitan a
la vez una nueva y radical fraternidad humana. Pero se añaden además otras
motivaciones más tradicionales. Los «maestros» de la comunidad primitiva
utilizaron en sus exhortaciones la tradición sapiencial de Israel, como hiciera
antes Jesús. El creciente distanciamiento respecto al judaísmo trae consigo
otros móviles para la conducta y espiritualidad cristiana. El retraso de la
parusía vino a reforzar esta tendencia, ya que la mayoría de los cristianos
mantuvo, a pesar de su orientación escatológica, los antiguos vínculos con la
familia, la vecindad y la comunidad local. Había que ajustarse a las normas
morales de la convivencia humana. A los cristianos se les exige un
cumplimiento más perfecto de la voluntad de Dios revelada, una moralidad y
espiritualidad superiores a las del entorno judío (cf. cap. 13, § 5).
Las tradiciones parenéticas que analizaremos a continuación permiten
conocer, a veces muy claramente, el incremento de las motivaciones en la
praxis cristiana.
El conocimiento de la bondad de Dios reflejada en Jesús capacitó a los
cristianos para la oración confiada. La nueva experiencia de Dios, Padre
amoroso, fue conformando la praxis orante de la comunidad. Era una oración
no ritual, que no necesitaba de formulario ni de muchas palabras; pero debía
ser incesante y tenaz.
Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán; porque todo
el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama le abren. O es que
si a uno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le va a ofrecer una piedra? O si le
pide un pescado, ¿le va a ofrecer una serpiente? Pues si vosotros, malos
como sois, sabéis dar cosas buenas a vuestros niños, ¡cuánto más vuestro
Padre del cielo se las dará a los que se las pidan! (Mt 7,7-11).
La comunidad cristiana primitiva recurrió al dicho auténtico de Jesús (v. 9-11)
en la parénesis sobre la oración. El dicho promete al orante la escucha y el
cumplimiento de su petición. Si ya el padre terreno nunca da a su hijo cosas
malas en lugar de buenas, tanto menos lo hará el Padre celestial. El orante
puede estar seguro de que Dios lo quiere bien, como un padre, y le dará lo
«bueno» cuando se lo pida. «Nada indica que los agada implorados, por
ejemplo, sólo estén en el futuro mesiánico. Los interpelados deben exponer
ante Dios sus necesidades cotidianas, incluidas las materiales» (Zeller)
Suponed que uno de vosotros tiene un amigo que llega a mitad de la noche
diciendo: «Amigo, préstame tres panes, que un amigo mío ha venido de viaje
y no tengo nada que ofrecerle. Y que desde dentro, el otro le responde:
«Déjame en paz; la puerta está ya cerrada, los niños y yo estamos
acostados; no puedo levantarme a dártelos». Os digo que acabará por
levantarse y darle lo que necesita, si no por ser amigos, al menos para
librarse de su importunidad (Lc 11, 5-8).
En una ciudad había un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que iba a decirle: «Hazme justicia frente
a mi adversario». Por bastante tiempo no quiso, pero después pensó: «Yo no
temo a Dios ni respeto a los hombres; pero esa viuda me está amargando la
vida; le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a
importunarme». [Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto;
pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si ellos le gritan día y noche? o
¿les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando vuelva
el Hijo del hombre, ¿va a encontrar fe en la tierra?»] (Lc 18, 1-8).
Si ya un amigo perturbado en su sueño escucha siempre el ruego de otro
amigo —aunque no por amistad sino por la insistencia del peticionario—,
¡cuánto más Dios! Y si ya un juez injusto y descreído hace justicia por la
reiteración y tenacidad de la viuda, tanto más Dios. Dios escuchará la
oración asidua y «apremiante» de los suyos. La aplicación secundaria de Lc
18, 6ss hace referencia a la situación de la comunidad, que espera con ansia
el momento de la intervención de Dios a su favor. Cabe preguntar si la
parábola, en la versión actual, invita en general a la oración perseverante o
a la petición específica de la llegada del tiempo final (cf. Lc 11,2).
Cualquier cosa que pidáis en vuestra oración, creed que os la han concedido,
y la obtendréis (Mc 11, 24).
Al orante fiel le promete Dios el cumplimiento seguro de lo que pide. El grado
de certeza depende del grado de confianza. El dicho podría ser una
«respuesta a las dudas de la comunidad pospascual, que había constatado a
veces la inutilidad de sus peticiones» (Zeller).
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de rezar de pie en las
sinagogas y en las esquinas para exhibirse ante la gente. Ya han cobrado su
paga, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando quieras orar, métete en tu
cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu
Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6, 5-6).
El fragmento es una instrucción de carácter sapiencial para la oración
privada de los cristianos. Está construido conforme a un esquema fijo (cf.
también 6,2-4; 6,16-18): contrapone la conducta correcta a la conducta
desviada.
Mt 6,5-6 debe interpretarse a la luz de la praxis judía, que incluía la oración
en público para determinados momentos. Considera esa oración en público
como una exhibición religiosa. El cristiano debe orar en privado. Dios ve al
orante en lo recóndito de su cuarto. Promete que la oración oculta será
escuchada.
El dicho ataca los posibles abusos de la práctica judía de la oración y
encarece una nueva actitud. Pero aquí, como en Mt 6, 2-4.16-18, no se critica
directamente la religiosidad judía. El dicho previene contra el peligro que
corren los «piadosos» de hacer de la religiosidad un símbolo de su rango
social. Esta enseñanza sobre la oración apareció en la comunidad palestina,
que competía con otros movimientos reformistas del judaísmo, como el de
los fariseos. Exponentes de estas normas de religiosidad fueron algunos
grupos de maestros sapienciales o rabinos cristiano-primitivos.
El ejemplo del «ayuno» permite detectar el cambio que sufrió la práctica de
la religiosidad cristiana y su motivación por el retraso de la parusía. El
judaísmo del tiempo de Jesús no contaba con unas normas de validez
general sobre el ayuno. El único ayuno general era el del gran día de la
expiación. Algunos grupos de judíos «piadosos» cumplían, sin embargo, unas
normas de ayuno riguroso. El «ayuno entre semana», los lunes y jueves, de
época posterior, se remonta a grupos fariseos (cf. Lc 18,12), que ya en
tiempo de Jesús practicaban una religiosidad especial. Juan Bautista y sus
seguidores observaban un ayuno de motivación escatológica para evitar el
juicio condenatorio de Dios (Mt 11, 18; Mc 2, 18s). Jesús, en cambio, parece
que no practicaba el ayuno (cf. Mt 11,19: «comilón y borracho»). Descartó el
ayuno para sí y para sus seguidores porque era tiempo festivo (Mc 2, 18s; cf.
cap. 7, § 2). Practicó, por tanto, un no-ayuno de motivación escatológica.
La comunidad primitiva tampoco ayunó en un principio. El motivo fue la
conciencia de vivir el comienzo del tiempo salvífico (Mc 2,19). Pronto surgió,
sin embargo, en la comunidad de habla aramea el movimiento opuesto.
Testigo de ello es Mc 2, 20, que amplía secundariamente 2, 19a y aparece ya
anticipado en V. 19b. Mc 2, 19a supone un rechazo absoluto del ayuno por
razones escatológicas: «los invitados a la boda no ayunan». El V. 20, en
cambio, contempla el tiempo pospascual; relativiza la exclusión absoluta del
ayuno que se hace en v. 19a, limitándola al tiempo de Jesús. Sólo el período
del Jesús terreno es tiempo festivo; desde pascua hasta la parusía es tiempo
de ausencia del novio y, por eso, tiempo de ayuno. Los v. 19b.20 indican un
cambio de talante en la comunidad primitiva y en su praxis. Aparece el
ayuno como acto religioso, pero con fundamento cristológico. Mc 2, 20
remite a «aquel día» en que se ayunará. Probablemente la comunidad
practicó el ayuno en día diferente al del resto del judaísmo, concretamente el
viernes.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste como los hipócritas, que desfiguran
su rostro para que la gente vea que ayunan. Ya han cobrado su paga, os lo
aseguro. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la
cara, para no ostentar tu ayuno ante la gente, sino ante tu Padre que está en
lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6, 16-18).
Estamos ante una instrucción sobre el ayuno en el cristianismo primitivo que
tiene presente la praxis de determinados grupos judíos, probablemente los
fariseos. La estructura del fragmento es paralela a la de Mt 6, 2-4.5-6.
Formalmente, pues, estos fragmentos constituyen una unidad. Proceden del
mismo contexto vital: la instrucción sapiencial de la comunidad cristiana por
los «maestros». Contrapone a una práctica del ayuno ostentosa otra actitud
del cristiano. Este debe evitar todo lo que pueda delatar públicamente su
ayuno. En correspondencia con la naturaleza oculta de Dios, el ayuno debe
permanecer oculto. La piedad oculta será recompensada por Dios.
Cuando des limosna, no lo anuncies a toque de trompeta, como hacen los
hipócritas en las sinagogas y en la calle para que la gente los alabe. Ya han
cobrado su paga, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no
sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede
en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (Mt 6, 2-4).
También en la limosna debe adoptar el cristiano una nueva actitud, sin
buscar el reconocimiento público; ni siquiera la mano derecha debe saber lo
que hace la izquierda. Aparece una vez más la nueva actitud en contraste
con la praxis de los rivales judíos, una praxis presentada sin duda con
exageración polémica, como en los otros casos.
«El donante, por tanto, debe ignorarse a sí mismo como donante. Pero esto
es imposible psicológicamente. Hay que comenzar justamente por esta
imposibilidad. Porque ella obliga a preguntar en qué sentido el donante ha de
ignorarse a sí mismo. Si se le pide que no sepa lo que da, y a quién y para
qué, será una exigencia absurda e irresponsable. Nos aproximaremos más al
sentido del texto entendiendo que se le pide un dar que el donante olvida de
inmediato, porque brota del amor desinteresado y no está al servicio de la
propia satisfacción y prestigio. Pero ante el vigor de la metáfora del v. 3, esta
interpretación parece aún demasiado débil e indefinida. Ese vigor se advierte
interpretando el V. 3 en referencia a una conducta social donde ésta no es fin
de sí misma. No se le prohíbe al donante, desde luego, reflexionar sobre su
acción y razonar el sentido de su donación; pero el v. 3 le prohíbe en
absoluto lo obvio, lo que siempre acecha: buscarse a sí mismo, buscar la
prevalencia y confirmación del propio yo. En esto consiste el olvido de sí
mismo exigido en el v. 3» (Dietzfelbinger, 186).
La severidad en la condena de la práctica religiosa de grupos judíos rivales
(«hipócritas») en el pequeño «catecismo de la comunidad» Mt 6, 2-4.5-6.16-
18, y la evidente «imagen negativa» que éste ofrece de ellos, inclinan a
situar el origen de estos fragmentos en un período de creciente
distanciamiento interno de la comunidad cristiana respecto a la sinagoga
judía. Quizá proceden de los años posteriores al desastre del 70 d. C. y de
una comunidad judeocristiana fuera de Palestina.
El breve «relato didáctico» de Mc 12,41-44 advierte contra el peligro de
pretender medir el «mérito» del donante ante Dios por la cuantía de la
limosna.
Se sentó enfrente de la sala del Tesoro, y observaba cómo la gente iba
echando dinero en el cepillo; muchos ricos echaban en cantidad. Se acercó
una viuda pobre y echó unos cuartos. Llamando a sus discípulos, les dijo:
«Esa viuda, que es pobre, ha echado en el cepillo más que nadie, os lo
aseguro. Porque todos han echado de lo que les sobra, mientras que ella ha
echado de lo que le hace falta, todo lo que tenía para vivir».
El relato es una «escena ideal» donde se expone metafóricamente el
principio general de que la pequeña ofrenda de los pobres es más grata a
Dios que la espléndida de los ricos. Este principio tiene numerosos paralelos
fuera del cristianismo; es, pues, tradicional. La ubicación de la escena en el
templo, «enfrente de la sala del Tesoro», indica que el relato surgió en la
comunidad primitiva arameoparlante de Jerusalén.
3. El ámbito social
13 DEBATE Y POLÉMICA
La comunidad primitiva debatió en su predicación con grupos judíos, con su
teología y sus ideas sobre la salvación. Pero tuvo que defenderse también de
las objeciones judías contra su anuncio sobre Cristo y de las acusaciones
polémicas hechas a Jesús. La objeción teológica de más peso fue sin duda la
de la muerte ignominiosa de Jesús en la cruz. ¿Podía un crucificado ser el
salvador definitivo enviado por Dios? ¿no se le aplicaba el dicho: «maldito el
que cuelga del madero» (Dt 21, 23)? Hemos visto ya cómo afrontó la
comunidad primitiva, teológicamente, esta objeción (cf. cap. 6, § 3).
Circulaba el calificativo de «comilón y borracho» aplicado a Jesús (Mt 11, 19),
y la réplica fue que los israelitas eran como niños caprichosos que no se
conforman con nada. No habían acogido ni la llamada del asceta Juan a la
penitencia ni la llamada salvadora del «Hijo del hombre», Jesús (Mt 11, 16-
19). En las «discusiones», la comunidad primitiva debatió con los fariseos la
interpretación de la ley por parte de Jesús (cf. cap. 7, § 2). Esas tradiciones
estaban aún cargadas de un tono propagandístico. Había que ganarse al
adversario. Las tradiciones que analizaremos ahora modifican el tono. La
polémica mordaz y la acritud hiriente definen ahora más a menudo las
respuestas cristianas a reproches y objeciones. Esto obedece a que la
mayoría del pueblo y, sobre todo, sus representantes rechazaron el mensaje
de la comunidad primitiva. Por eso queda al final el anuncio del juicio sobre
la parte de Israel que rehusó el mensaje de los predicadores cristianos.
a) Observación previa vo
Pablo perteneció durante bastante tiempo al órgano directivo de la
comunidad antioquena. Sin embargo, Antioquía no fue su primer hogar
cristiano. Pablo perteneció antes a la comunidad de Damasco. Aquí recibió el
bautismo e hizo profesión de fe, presumiblemente en la forma propia de los
«helenistas» de Jerusalén. Pero esta forma la practicaban también en
Antioquía los «helenistas» llegados allí. Pablo la hizo suya, la utiliza en su
predicación misional (cf. 1 Cor 15, 1ss), la cita y comenta en sus cartas (cf.
Rom 3, 24-26a). Además de este pasaje, el estilo de sus cartas muestra una
y otra vez que Pablo cita una tradición o apoya en ella sus propias
reflexiones. Las cartas de Pablo constituyen para nosotros la fuente principal
de la tradición «prepaulina», especialmente de la antioquena. Pero hay que
recurrir también a las cartas de la escuela paulina y a la primera Carta de
Pedro. Pero es posible asimismo que Pablo hubiese participado en la
elaboración de tales fórmulas de fe. En este sentido sólo cabe hablar con
reservas de fórmulas «prepaulinas»; la expresión significa simplemente que
una determinada formulación de la fe era ya conocida por el apóstol en su
redacción concreta antes de escribir la carta en que se encuentra; no
significa necesariamente que la fórmula existiera antes de la conversión de
Pablo o que se hubiera empleado ya en Jerusalén. Pablo pudo haber sido su
«coautor».
Señalemos aquí los indicios y criterios más importantes para conocer y
reconstruir las fórmulas tradicionales que aparecen en las cartas paulinas y
pospaulinas.
1. El criterio más claro es el de las fórmulas de citación u otras indicaciones
directas del autor con las que éste introduce una tradición o una profesión de
fe como tales (cf. por ejemplo 1 Cor 11,23a; 15, 1-3a; Rom 10,9; Ef 5, 14; 1
Tim 1, 15).
Una fórmula tradicional se puede detectar también cuando un texto o
fragmento se sale del contexto por su carácter formulario o su estilo poético
(articulación rítmica; construcción estrófica; parallelismus membrorum;
oraciones de relativo o de participio) (cf, por ejemplo, Rom 4, 25; Flp 2, 5-11;
1 Cor 15, 3-5).
Una terminología que difiere de la que el autor utiliza habitualmente puede
indicar también la existencia de una fórmula tradicional (cf., por ejemplo, en
1 Cor 15, 3s las formaciones en plural «pecados»/«Escrituras»; en Rom 1, 3s
«del linaje de David»; en Rom 3, 25.
Otro tanto hay que decir sobre ideas teológicas o cristológicas que suelen ser
ajenas al autor (cf. n. 3).
Una fórmula tradicional es fácil de reconocer si el mismo giro o enunciado, u
otro similar, aparece en diversos autores del nuevo testamento (cf. por
ejemplo Rom 1, 3s / 2 Tim 2, 8; Mc 10, 45b / 1 Tim 2, 6a; Hech 4, 10 / Rom
10, 9 y otros).
«Los enunciados que rebasan el contexto y utilizan fórmulas especialmente
rígidas y cerradas» (Dibelius) indican la presencia de una fórmula tradicional
(cf. por ejemplo Flp 2, 6-11: hubiera bastado 2, 6-9 para el propósito de
Pablo; 1 Cor 15, 3-5: la referencia a la muerte no es necesaria en el
contexto).
Ciertas incorrecciones gramaticales y durezas estilísticas pueden alertar
sobre el empleo de una fórmula tradicional (cf. por ejemplo 1 Tim 3, 16; Rom
3, 24).
Cuanto más frecuentes son estos indicios y criterios en un texto, más
evidente será el recurso a una tradición.
b) Fórmulas de fe
Pablo distingue en Rom 10, 9 dos actos del cristiano parcialmente
imbricados: «confesar con los labios» y «creer de corazón». La confesión se
refiere a la persona de Jesús: «Jesús es el Señor»; la fe, a lo hecho por Dios:
«Dios resucitó a Jesús de la muerte».
Solemos hablar sin mucha reflexión de «profesión de fe». Nos exponemos a
olvidar que una profesión de fe fundamenta una relación personal; los
«contenidos de fe», en cambio, se convierten en objeto de profesión de fe.
Para Pablo, la profesión de fe en Jesús como dueño de su vida y del mundo
es lo primario; a la profesión de fe se añadían los «contenidos de fe»
destinados a interpretar esa profesión y a fundamentarla.
Pablo y la primera comunidad antioquena mantuvieron la distinción de estos
dos actos en la elaboración de fórmulas consagradas. Podemos distinguir dos
tipos de fórmulas: la «homología» (cf. infra, § 5) y las «fórmulas de fe».
Pablo cita en Rom 10, 9b una fórmula consagrada. El giro inicial lo indica ya:
Si crees de corazón: Dios lo resucitó de la muerte...
Este «artículo de fe» tiene muchos paralelos en la literatura epistolar del
nuevo testamento. Ellos indican que Pablo habla aquí un lenguaje
consagrado (cf. 1 Tes 1, 10b; 1 Cor 6, 14; 15, 15.20; 2 Tim 2, 8; Rom 6, 9; 7,
4). Como predicación participial de Dios, este «artículo de fe» entró muy
pronto en el lenguaje orante del cristianismo primitivo (cf. Rom 4, 24; 8, 11;
2 Cor4, 14;Gál 1, Ib; Ef 1, 20; Col 2, 12; 1 Pe 1,21).
La versión original de la fórmula de la resurrección rezaba: «El sujeto del
enunciado es Dios; el verbo, siempre en aoristo, caracteriza el
acontecimiento de salvación como hecho único del pasado; la resurección se
suele especificar con el añadido; el objeto se llama en los orígenes Jesús»
(Vielhauer, 15). El enunciado constituye un resumen lapidario de toda la fe
cristiana, como se desprende también de la atribución del acto a Dios. «La
creencia de que Dios despertó a Jesús de la muerte significa a la vez creer en
el Dios que resucitó a Jesús de la muerte» (Vielhauer).
Teniendo en cuenta que la resurrección de los muertos se espera para el
tiempo final, la fórmula enuncia que la acción de Dios en Jesús es el
comienzo de ese tiempo final. Pablo emplea la fórmula, con preferencia, en
un contexto soteriológico (cf. Rom 4, 24ss; Rom 8, 11; 1 Cor 6, 14; 1 Cor 15,
21ss). De ello cabe concluir que la idea de la resurrección de Jesús tuvo
siempre un matiz soteriológico: Dios resucitará también de la muerte a los
que creen en Jesús.
La fórmula no tuvo su origen en la comunidad helenístico-judeocristiana.
Procede de los inicios de la comunidad de Jerusalén y tuvo, al principio, un
contexto diferente. Allí se formó el segundo miembro de la «fórmula de
contraste» (cf. cap. 2, § 1), cuyo contexto vital fue el mensaje de penitencia
y conversión de la comunidad jerosolimitana a Israel. En la comunidad
antioquena, la parte de la «fórmula de contraste» referida a la resurrección
pasó a ser una fórmula de fe autónoma. Viene a resumir el contenido de la fe
de los cristianos. Adquirió también un nuevo contexto vital: la catcquesis
(bautismal).
Los pasajes señalados hacen ver hasta qué punto Pablo puede variar la
fórmula de la resurrección. De ahí que la «fórmula» no pueda ser aquí una
especie de «símbolo» o «presímbolo» al estilo del cristianismo posterior, en
disputa con los herejes. Ella y las fórmulas que reseñaremos expresan la fe
de la comunidad cristiana; pero no son aún definiciones de fe o dogmas
como las que caracterizarán más tarde a la Iglesia.
Pablo cita también en Rom 4, 25 una expresión formularia. Es algo que
barruntó R. Bultmann y que pocos discuten hoy.
La expresión formularia de Rom 4, 25 ¿se conserva en su redacción original y
es completa? Ambas preguntas sólo han encontrado unas respuestas
hipotéticas.
Pablo distingue en Rom 5, 1-21, muy deliberadamente, entre anartia (5,
12.13.20.21) y paraptoma (5, 15.16.17.18.20). Entiende por jparaptoma la
transgresión concreta, y por amartia el «pecado» como poder esclavizante.
También 4, 25. Esta formulación se ajusta al uso lingüístico de Rom 5: Rom 4,
25 se refiere a las transgresiones concretas. Pero teniendo en cuenta que
Pablo adoptó también expresiones formularias que hablan expresamente de
la muerte o la entrega de Jesús «por nuestros pecados» (cf. 1 Cor 15, 3; Gal
1,4; cf. Rom 3, 25), cabe preguntar si no sustituyó en 4, 25, de cara a Rom 5,
por la formulación actual. Yo lo considero probable. Así parece indicarlo la
similitud literal con Is 53, 12c LXX.
E} enlace de relativo con os ¿está condicionado por ei contexto paulino y
hubo originariamente en su lugar un nombre o un título? ¿o la expresión de
Rom 4, 25 es parte de un fragmento hímnico más extenso? Lo segundo es
más probable. Así lo sugiere también la estilización rítmica de 4, 25 (cf. 1 Tim
3, 16). No se ha alcanzado ninguna certeza en el tema, pero debe ser objeto
de estudio, ya que tiene repercusiones en la exégesis. Si hay en Rom 4, 25
un fragmento hímnico, su contexto vital no puede ser el mismo que si Rom 4,
25 es una fórmula de fe.
Rom 4,25 consta de dos oraciones que conforman juntas un estricto
paralelismo:
... que fue entregado por nuestros [delitos], y fue resucitado para nuestra
justificación.
Los dos verbos definen en pasiva la acción de Dios en Jesús: Dios «entregó»
a Jesús y lo resucitó (cf. Rom 8,32; 10,9). «Entregar» tiene aquí un sentido
estrictamente teológico. El sentido deriva sobre todo de la referencia a lo
dicho sobre la expiación. Dios actuó en la muerte y resurrección de Jesús. En
ambos acontecimientos participó Dios para nuestra salvación.
Dios entregó a Cristo a la muerte «por nuestros delitos». Es una expresión
densa. «Por nuestros delitos» no significa que los pecados fuesen la causa
desencadenante de la muerte de Cristo, sino que su muerte fue la expiación
por nuestros pecados y nos favoreció. Subyace, por tanto, una significación
final. La resurrección tampoco tiene una relevancia exclusiva para Jesús sino
igualmente para nosotros: «para nuestra justificación». Iba encaminada a
nuestra «justificación». Esta correspondencia entre la resurrección de Jesús y
nuestra «justificación» es única en el nuevo testamento. En la «fórmula de
contraste», la resurrección era aún la justificación del Crucificado (cf. cap. 2,
§ 1).
¿Intenta Rom 4,25 distinguir entre muerte y resurrección de Jesús en cuanto
al valor soteriológico? ¿corresponde exclusivamente a la muerte de Jesús
expiar nuestros pecados y a la resurrección el justificarnos? ¿o hay que
entender retóricamente la relación mutua de las dos oraciones y renunciar a
extraer de ellas una argumentación diferenciadora? ¿pretende el texto
interpretar la muerte y resurrección de Jesús como un mismo acontecimiento
salvador, de forma que la cruz y la resurrección sean inseparables, al igual
que la expiación de los pecados y la justificación? Así lo indica la inexistencia
de esa separación dentro de la teología paulina. Cabe aducir también Rom
3,24s, donde la justificación aparece ya ligada al suceso de la cruz en una
versión prepaulina (cf. cap. 6, § 3).
Hay que señalar por último que subrayan la acción de Dios. Como la muerte
y resurrección en cuanto obra de Dios en Jesús son inseparables entre sí,
también lo son la expiación y la justificación en cuanto obra de Dios en
nosotros. Pero la acción sobre nosotros está subordinada a la acción sobre
Jesús: la expiación de nuestros pecados, al acontecimiento único de la cruz;
la justificación, a la resurrección en cuanto que ésta cobra su permanente
actualidad de la incipiente soberanía del Resucitado.
Hoy se admite generalmente que la primera oración de Rom 4, 25 es una
cita de Is 53, 12 LXX (cf. Is 53, 5 LXX) Hay que presumir, sin embargo, que Is
53 inspiró también la segunda oración. Is 53, 11 LXX contiene igualmente la
idea de justificación, pero aplicada al siervo de Dios. Rom 4,25 es uno de los
enunciados más antiguos que recurrieron a Is 53 para la interpretación del
acontecimiento de Cristo, aunque sin una referencia explícita a la frase
bíblica. Esta frase no se utiliza, pues, como ayuda argumentativa para una
noción teológica ya formada, sino que guía la profundización teológica del
acontecimiento de Cristo.
«El contenido teológico de la fórmula se mueve en el marco de la expiación y
la justificación» (Wengst, 102). La idea de representación vicaria aparece, a
lo sumo, en tanto que está igualmente presente en Is 53. La idea de la
muerte de Cristo en lugar del pecador es, cuando más, una idea
concomitante. El primer plano lo ocupa la idea de expiación: Dios expió
nuestros pecados con la entrega de Cristo en la cruz (cf. también Rom 3, 25).
La resurrección del Crucificado muestra que esta expiación fue eficaz: ¡ahora
estamos justificados! Los dos actos decisivos de Dios en Jesucristo
fundamentan así la justificación de la comunidad.
La estructura, el trasfondo conceptual y la cita de Is 53 inducen a situar Rom
4,25 en una comunidad judeocristiana. Pero dado que Is 53, 12 es citado en
la versión de los LXX, hay que decir que las fórmulas proceden del
judeocristianismo helenista. Si Rom 4, 25 es el fragmento de un texto
hímnico más amplio, su contexto vital pudo haber sido la celebración cultual
de la comunidad. La comunidad recuerda en él el acontecimiento salvador
que fundamenta su presente. En efecto, el destino de Jesús en la cruz y la
resurrección, aparte de tener una significación en sí mismo, la tuvo
igualmente para la comunidad. La muerte y resurrección de Jesús redunda
en beneficio suyo. El destino de la comunidad va unido al de Jesucristo.
Rom 4, 25 aplica, como Rom 3,25, la idea de valor expiatorio del sacrificio a
la muerte en cruz de Jesús. Pero todas las ideas mágicas de sacrificio quedan
descartadas de antemano al ser, también aquí. Dios mismo quien entrega a
Cristo. Dios no está sujeto a ninguna ley que exija la entrega de Cristo a la
muerte. La cuestión no es aquí saber por qué Dios actuó en la cruz, sino con
qué fin: qué efecto tiene esta acción de Dios para nosotros. El pecado se
toma aquí totalmente en serio. Debe ser expiado. Pero no se trata tampoco,
en este aspecto, de que haya que aplacar a Dios de alguna manera, sino de
cómo la realidad del «pecado» que convirtió a los hombres en «injustos» e
«impíos» fue erradicada por Dios. La idea de sacrificio es entonces la imagen
necesaria para expresar la superación, erradicación y destrucción del pecado
por Dios. El hombre es ahora justo.
La construcción estrictamente paralela de Rom 4, 25 acerca este fragmento,
formalmente, a la «fórmula de contraste» (Hech 4,10). No obstante, la
muerte de Jesús queda referida, como en Rom 3, 24s, a la acción expiatoria
de Dios. La acción de Dios en Jesús tiene como fruto en ambos pasajes el
perdón de los pecados y, por tanto, la justificación. Pero, a diferencia de Rom
3, 25, el texto veterotestamentario básico no es aquí Lev 16, sino Is 53 (cf.
Hech 8, 32s). Sin embargo, el horizonte del acontecimiento salvador
anunciado sigue siendo, como en Rom 3, 24s, el pueblo de la alianza, Israel
(«nuestros pecados» / «nuestra justificación»). Nos encontramos, pues, con
una tradición relativamente antigua del judeocristianismo helenístico.
Rom 8, 32 contiene la expresión «...sino que lo entregó por todos nosotros».
El sujeto de la oración es Dios (cf. 8, 31); el objeto, el «propio Hijo»
mencionado en 8, 32a. La frase es afín a Rom 4, 25a; pero difiere de Rom
4,25 por la formulación en activa y por la idea de salvación expresada con
uper. ¿Depende también aquí Pablo de una «fórmula»?
El argumento más fuerte para contestar afirmativamente es que Gal 1,4; 2,
20; Ef 5, 2.25 contienen expresiones acuñadas que hablan asimismo de
«entrega de Cristo por nosotros» (cf. de nuevo Mc 10,45; 1 Tim 2, 6). Pero
difieren de Rom 8, 32b en que hablan de «autoentrega de Jesucristo». Rom
8, 32b, en cambio, expresa una idea de entrega más originaria, en la que
Cristo aparece aún como objeto de la acción divina.
¿Cómo se puede definir la fórmula de Rom 8, 32 más exactamente? La
pregunta decisiva es si la fórmula abarca también el v. 32a. Así podrían
sugerirlo el 65, el título cristológico de idios uios, y la evocación de Gen 22,
16 (LXX) en efeisato. Sin embargo, «el 65 ye - quippe qui es una alocución
aseverante y no el relativo introductor del himno» (Kasemann, Rom, 236). La
evocación de Gen 22,16 (LXX) habrá que atribuirla al propio Pablo, sobre
todo porque geidomai sólo aparece en textos suyos, salvo Hech 20, 29; 2 Pe
2,4.5. Así pues, sólo el v. 32b podría ser una formulación tradicional. ¿A qué
título cristológico se refiere auton? idios uios del v. 32a podría indicar que en
el v. 32b figuraba quizá ton uion, pero utilizado como título (= mesías). Lo
mismo podría sugerir Gal 2, 20, donde el título de uios, aparece
inesperadamente dentro del contexto. Las expresiones formales de Ef 5, 2.25
incluyen el título de «Cristo». La pregunta queda así sin respuesta. En todo
caso, el enunciado sobre la «entrega» aparecía asociado a un título
mesiánico. Hay que añadir como sujeto el término «Dios», del v. 31 (cf. Rom
3,25).
La afirmación, llamada «fórmula de entrega», consta de cuatro elementos
teológicamente relevantes: 1) Dios como sujeto;
Cristo (= «hijo de Dios») como objeto de la acción de Dios;
esta acción consistió en la «entrega» de Cristo a la muerte;
la entrega significa expiación por nosotros. Los mismos elementos se
encuentran en las expresiones tradicionales de Rom 4,25; 3,25. Pero la idea
de expiación no se expresa ya aquí con diá (Is 53 LXX), sino (¿por primera
vez?) con uper, que prevalece desde ahora. Falta la idea de justificación de
Rom 3, 24; 4,25, pero podría traslucirse en el uper. Rom 8,32b refleja una
etapa de tradición tardía frente a Rom 3, 24s; 4, 25, pero sigue
estrechamente relacionado con Rom 3,24s; 4,25.
La idea teológica de Rom 8, 32b estriba en la misma línea de Rom 4, 25: Dios
mismo entregó a Cristo a la muerte «por nosotros», es decir, «en beneficio
nuestro», «por nuestra salvación». El inaudito y paradójico suceso de la cruz
es el fundamento del estado de salvación de la comunidad cristiana.
Si hemos atribuido Rom 3, 24s; 4, 25 a la comunidad helenista-
judeocristiana, tanto más hay que hacerlo con Rom 8, 32b. Esta frase es, por
su peculiaridad y estilo, un artículo de fe. En ella se expresa la catcquesis de
la comunidad.
Las afirmaciones sobre la autoentrega de Cristo constituyen una fase de
reflexión más avanzada. Sin embargo, no son imitaciones o variaciones de la
fórmula de Rom 8, 32b, más antigua, por Pablo, sino que existían cuando él
redactaba las cartas.
Gal 1,4 hace una afirmación sobre Cristo en estilo participial:
... que se entregó por nuestros pecados.
El plural «pecados», no corriente en Pablo, delata la existencia de una
expresión consagrada. Lo abona también la continuación en V. 4b. Pablo
interpreta la fórmula preexistente con una afirmación que no iba asociada a
ella en su origen.
También en Gal 2, 20 figura la idea de autoentrega como afirmación:
... que me amó y se entregó por mí.
Pablo modificó aquí una expresión consagrada. Así lo indica ya el uper; la
expresión original fue probablemente uper emon. Pero ¿tou agapesantos me
es también paulino? Parece que no, ya que esta expresión, dentro de las
cartas paulinas, sólo figura aquí y en Rom 8, 37 (cf. v. 35), y se encuentra
igualmente en Ef 5, 2.25 en combinación con la idea de auto-entrega.
Si preguntamos por el título cristológico que figuraba en la fórmula de
autoentrega, debemos recurrir a Ef 5,2.25. Aparece aquí en la frase Cristo os
amó y se entregó por nosotros.
Llama la atención el cambio de la segunda a la primera persona de plural.
Sólo umas encaja en el contexto parenético. Al poner emon, el amanuense
incide (¿inconscientemente?) en la formulación. El título de Cristo va ligado
aquí al enunciado sobre la autoentrega.
Constatamos que la fórmula de autoentrega aparece como oración participial
(Gal 1,4; 2,20) y enunciativa (Ef 5,2.25). El título de Cristo está asociado a la
oración enunciativa. Las oraciones participiales no incluyen ningún título. En
el contenido cabe distinguir dos versiones:
La primera versión se aproxima, dentro de la historia de la tradición, a las
frases de entrega (Rom 4,25; 8,32b) y está determinada por la idea de
expiación. En la segunda versióri la idea de representación resalta más
debido al tema del amor.
En la fórmula de autoentrega no es Dios el sujeto, sino Cristo. Su muerte es
considerada como acción propia, realizada por amor a nosotros. Por eso las
frases sobre autoentrega constituyen un cambio muy significativo en las
interpretaciones neo-testamentarias de la cruz de Jesús. El pensamiento de
la comunidad está determinado cada vez más por la cristología. Enunciados
y fórmulas importantes aparecen expresados ahora partiendo de Cristo.
Los afirmaciones sobre autoentrega se gestaron en la comunidad helenístico-
judeocristiana. La primera versión tiene su contexto vital en el lenguaje
orante del culto. También para la segunda versión cabe suponer como
contexto vital el culto divino. La comunidad reunida medita en la muerte en
cruz como obra del amor de Cristo a ella, es decir, en favor de los pecadores.
Encontramos también enunciados formales que hablan del «morir de Cristo».
En ellos no es Dios el sujeto sino, como en las frases sobre autoentrega.
Cristo mismo. Por eso constituyen una etapa de tradición más reciente. Hay
varias razones para afirmar que Pablo adoptó en Rom 5,8, con la expresión
formal «Cristo murió con nosotros» , una expresión formularia, denominada
también «fórmula de la muerte»:
La razón más importante es que la expresión, en sus componentes
esenciales, aparece a menudo en Pablo y da así una impresión formalista.
Pablo la modificaba siempre a tenor del contexto (cf. Rom 5, 6; 14, 15; 1 Cor
8, 11) o la formulaba como predicación gramatical (1 Tes 5, 10). Hay aún
algunos indicios en Gal 2, 21; 2 Cor 5, 14. En todos estos pasajes aparecen el
título kristos, el verbo apezanen y un enunciado soteriológico, generalmente
con uper . Estos elementos forman, al parecer, la sustancia originaria de la
fórmula. En Rom 5, 8 aparece la fórmula completa.
«El hecho de que sólo un pasaje del cuerpo paulino, 1 Cor 15,3, incluya el
enunciado sobre la muerte, en la forma reseñada... dentro de una fórmula
más amplia, y en todos los demás casos el enunciado aparezca aislado,
indica que también él constituyó una fórmula independiente» (Wengst, 79).
3. En 1 Cor 15, 3 figura asimismo el enunciado de la muerte, pero en ligera
variación y ampliación. Esto indica que la versión de Rom 5, 8 es
independiente y quizá incluso más originaria que 1 Cor 15, 3. A nivel
conceptual, deja sin decidir si hace referencia a la sustitución o a la
expiación; interpretado con el concepto de amartiai, implica claramente el
sacrificio expiatorio» (Kramer, 22).
4. El enunciado sobre la muerte comporta una cierta incoherencia, ya que en
la frase anterior Dios es el sujeto, mientras que aquí lo es Cristo.
«Está claro que la fórmula de la muerte es una interpretación de la muerte
de Cristo. Esta, ocurrida en el pasado, no fue ni un acontecimiento fatal ni
una mera fase necesaria de transición a la gloria o simplemente acorde con
las Escrituras, sino que tenía un sentido positivo y actual en sí misma»
(Wengst, 79s). Este sentido se expresa con el giro uper emon. También aquí
se entiende, pues, la muerte de Cristo, al igual que en las fórmulas de
entrega y autoentrega, como «muerte sustitutoria»; pero desaparece,
significativamente, la idea de expiación (a diferencia de 1 Cor 15,3. El texto
se limita a decir que Cristo murió «en lugar de nosotros», «por nuestro bien»,
para nuestra salvación; no hace referencia a un sacrificio expiatorio. Su
trasfondo es la idea, corriente en el helenismo, de «morir por alguien» o «por
una comunidad», que fue adoptada también por el judaísmo helenista.
La fórmula de la muerte surgió en el judeocristianismo helenístico. A ella se
asocia estrechamente el título de Christos. Persiste aquí la modificación
cristiana de la espera judía del mesías, efectuada ya en el relato de la pasión
(cf. cap. 6, § 3). La comparación con la fórmula de autoentrega permite
afirmar que la fórmula de la muerte es más tardía históricamente que otras
interpretaciones de la muerte de Jesús que hemos señalado. En ella, en
efecto, no es Dios quien actúa sino Cristo mismo; él «se entrega» o «muere
por nosotros». Dado el carácter doctrinal de la fórmula, su contexto vital
pudo haber sido la catequesis.
La comunidad que acuñó esta fórmula considera la «muerte de Cristo» como
acontecimiento soteriológico decisivo. Esa muerte aconteció «por nosotros».
Cristo murió «en lugar nuestro» y nos granjeó así la salvación. La comunidad
debe su existencia actual y futura a la acción de Cristo.
4. Otras tradiciones
a) La fórmula de envío
Hemos mostrado antes (cap. 6, § 4) que los «helenistas» de Jerusalén
reflexionaron ya sobre la preexistencia de Jesús. Los comienzos de esta
reflexión hay que buscarlos en los logia sobre la sophia (Mt 11, 19; Lc 11, 49;
13, 34s). Jesús habla aquí como «Sabiduría» divina preexistente. La idea de
Hijo del hombre fue probablemente el puente para aplicar predicados
sapienciales a Jesús. La especulación sapiencial y la idea de Hijo del hombre
generaron juntas otras reflexiones cristológicas. Estas se condensaron en el
título de «el Hijo», al que corresponde el atributo divino «el Padre» (Mt 11,
27; Mc 13, 32). No se expresa aquí directamente la preexistencia del «Hijo»,
pero se presupone, ya que «el Hijo» es el único revelador del «Padre» (Mt
11,27) y superior por tanto a los ángeles (Mc 13, 32). Una vez elaborada la
idea de preexistencia de Jesús, se planteó la cuestión de la existencia terrena
del Preexistente y, sobre todo, cómo éste asumió tal existencia. La reflexión
cristológica más antigua (Rom 1, 3s) no tuvo que plantearse esta cuestión.
Le bastó con la afirmación de que Jesús, descendiente de David, fue
constituido mesías celestial escatológico desde su resurrección de la muerte.
Pero la cuestión cambió totalmente una vez admitida la preexistencia de
Jesús. Entonces había que trasladar al «Hijo», mediante un acto especial,
desde su existencia celestial a la existencia terrena.
Encontramos una primera sugerencia en esta dirección en la «parábola de
los viñadores» de Mc 12, 1-9 (cf. cap. 6, § 4). Dice el v. 6 que «todavía le
quedaba uno, su querido hijo, y se lo envió el último...». «El hijo» concluye
la serie de los envíos; pero el suyo es un envío especial, porque «el hijo»
procede de la unión inmediata con Dios. Del «Hijo del hombre» sólo se
espera una aparición final; pero la tradición sapiencial incluye, además de la
idea de búsqueda infructuosa de una morada en la tierra por parte de la
«sabiduría» (Henet 42, 1-2), la referencia a un envío de la «sabiduría» por
Dios (Sab 9, 10-17). Esta idea recoge las afirmaciones del antiguo
testamento sobre el envío: Dios a los profetas y ángeles, pero envía también
su Palabra J y su espíritu (Sab 9, 17). Si el enviado es un ser celestial
preexistente o una fuerza divina, el envío incluye obviamente la idea de
«bajada del cielo» y de «retorno a Dios».
A la preexistencia de Jesús y a su aparición en la tierra como «enviado»
había que añadir otra idea para salvar su existencia terrena, «del linaje de
David» (Rom 1, 3): la idea de encarnación. El «Hijo» celestial preexistente se
hace hombre.
En Gal 4,4s encontramos una fórmula cristológica, la «fórmula del envío»,
que expresa las ideas en este orden.
Pero cuando se cumplió el plazo,
envió Dios a su Hijo,
nacido de mujer,
[sometido a la ley,
para rescatar a los que estaban sometidos a la ley,
para que recibiéramos la condición de hijos.
Teniendo en cuenta que Pablo se detiene aquí a analizar e interpretar la frase
final «para que recibiéramos la condición de hijos» formulación actual podría
ser obra suya, y más cuando Jn 3,17 y 1 Jn 4, 9 explican de otro modo el
significado soteriológico del envío del Hijo (cf. también Rom 8, 3s). Algunos
se han preguntado si las oraciones finales asociadas a la «fórmula de envío»
eran elementos rijos y no más bien abiertos a los diferentes contextos del
anuncio cristiano (como sostiene Paulsen). Lo único seguro parece ser que la
fórmula desembocó en unas oraciones finales que expresan el sentido
soteriológico del envío.
La preexistencia del «Hijo» no aparece explícita en la «formula de envío»,
pero se sobreentiende. Tampoco se insiste en la encarnación; no es el
objetivo del «envío», sino que sirve para realizar la entrada del Preexistente
en la existencia terrena. El objetivo del «envío» se expresa en oraciones
finales de carácter soteriológico. La fórmula contiene, pues, implícitamente
la muerte expiatoria y vicaria de Cristo. La frase «Dios envió a su Hijo» lleva
así latente la otra frase, «Dios entregó a Cristo», a la luz de la idea de
preexistencia.
Aunque la antigua tradición jerosolimitana sobre Cristo en Rom 1, 3s (cf. cap.
6, § 2) representa una cristología de estructura diferente, cabe preguntar si
la «fórmula de envío» no enlaza expresamente con esta tradición para
ampliarla. Así parece indicarlo la referencia a la encarnación. Pablo mismo
entendió Rom 1, 3s a la luz de la cristología de la preexistencia. Es posible,
por tanto, que la comunidad antioquena combinara sin dificultad esta
antigua fórmula cristológica con la idea de preexistencia. Si la fórmula de
Rom 1, 3s estuvo asociada al bautismo —porque en éste «la recepción del
Espíritu y la adopción... iban unidas también para el cristiano, y el
acontecimiento de Cristo aparece como modelo» (Kasemann)—, entonces la
«fórmula de envío» en Gal 4, 4s podría recoger este pensamiento cuando
aplica a los cristianos en la oración final —«para que recibiéramos la
condición de hijos»— la idea referida originariamente a Jesús (Rom 1,4).
b) El anuncio de la parusía
Los «helenistas» llevaron consigo a Antioquía la espera de la parusía del
«Hijo del hombre». Esta visión cristológica formada en Jerusalén, quizá la
más antigua, fue compartida también en Antioquía. Al igual que la
escatología, era ajena al pensamiento greco-helenístico y fue difundida por
los misioneros cristianos. Fue un contenido doctrinal ordinario del anuncio de
misión (cf. 1 Tes 1, 9s; cf. cap. 6, § 2). Los cristianos procedentes del
paganismo adoptaron la invocación litúrgica mara-natha (1 Cor 16, 22). Es
posible que la invocación arraigara también en Antioquía. Expresa el talante
escatológico que presidía también ios ágapes de la comunidad (1 Cor 11,
26).
En este marco vamos a analizar 1 Tes 4, 16s. Pablo, en una exposición
apocalíptica, consuela a los fieles anticipando cómo se realizará su salvación
en la parusía. Hace constar que se apoya en una «palabra del Señor»
(4,15.18). La amplitud y el contenido precisos del «miniapocalipsis»
(Vielhauer) citado, que se inspira en un mensaje profetice del cristianismo
primitivo, sólo se pueden precisar aproximadamente, ya que Pablo orienta la
tradición hacia las cuestiones comunitarias planteadas en Tesalónica. Los
fallecimientos son motivo de preocupación para la comunidad, ya que esos
cristianos estarán en desventaja respecto a los que asistan a la parusía en
vida. Los muertos no presenciarán la llegada del Kyrios si resucitan después
de la parusía. Pablo puntualiza esta idea: primero resucitarán los que
durmieron en Cristo y después (ejtEixa) saldrán todos juntos al encuentro de
«aquel que viene». Desligando esta interpretación situacional de su contexto
— 1 Tes 4, 16s—, el fragmento tradicional podría haber tenido esta
redacción:
Cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios,
el Señor bajará del cielo |y los muertos serán resucitados], y los que queden
vivos serán arrebatados en nubes para recibir al Señor en el aire
(reconstrucción de Lüdemann,
247ss).
Todos los temas de este pequeño «apocalipsis» proceden de Ja apocalíptica,
desde la que fluyeron a la tradición cristiana. No hay que suponer, sin
embargo, una dependencia directa de los escritos apocalípticos judíos. El
fragmento se sitúa más bien en el contexto tradicional de las ideas
apocalípticas del cristianismo primitivo. Así este pasaje, como Mc 13, 24ss,
no recoge expresamente la idea de juicio; apunta sólo la idea de salvación de
la comunidad en la parusía (cf. Mc 13,27). La idea de juicio podría estar
latente como trasfondo; pero los «salvados» quedan exentos (cf. 1 Tes 1, 10);
no van ajuicio.
No consta si este fragmento de tradición aplicó siempre el título de Kyrios;
pero es probable si la tradición se gestó en el área del judeocristianismo
helenista.
El fragmento empleado por Pablo en 1 Tes 4, 16ss se puede definir como un
dicho apocalíptico procedente de la comunidad helenista-judeocristiana.
Guarda estrecha relación con 1 Tes 1, 10 e indica que también aquí siguió
viva la espera de la parusía salvadora y se trasmitió como actitud cristiana a
los conversos del paganismo.
a) El título de Kyrios
La invocación maranatha seguía vigente en las comunidades
paganocristianas de Pablo (1 Cor 16, 22). También se empleaba en Antioquía,
dirigida a Jesús presente y dispuesto en el cielo (cf. cap. 5, § 2). Lleva
implícita la idea de elevación de Jesús. Los «helenistas» explicitaron ya en
Jerusalén la idea de elevación recurriendo a Sal 110, 1. Podrían haber
traducido también el mari o marana arameo por Kyrie o Kyrie Iesous (cf.
Hech 7, 59s).
Sin embargo, la traducción de mari o marana al griego fue sólo un pequeño
paso para la cristología del Kyrios. Una invocación no es todavía un título,
como demuestra la persistencia de la invocación maranatha. Y a la inversa,
los primeros títulos cristológicos, «Hijo del hombre» o «mesías», no eran
apropiados para invocar a Jesús, como tampoco «sabiduría»/logos o «el
Hijo». No puede sorprender así que los títulos cristológicos no figuren como
invocación en la celebración litúrgica. Y si el título de Kyrios se añadió a la
invocación Kyrie en el judeo-cristianismo helenista, ello significa la
superación básica de la discrepancia entre los títulos cristológicos y la
invocación del Elevado en la liturgia. Pero la aplicación del título de Kyrios a
Jesús no se produjo en virtud de esas consideraciones.
Lo cierto es que surgió una cierta necesidad de nuevos títulos cristológicos.
Porque los antiguos títulos fueron perdiendo expresividad y sentido en el
ámbito del mundo helenístico. Así, el curso de la reflexión cristológica en el
período siguiente supuso de hecho una devaluación de la cristología
mesiánica anterior. El título de mesías sufrió una reinterpretación radical a la
luz del suceso de la cruz; no podía expresar los nuevos contenidos
cristológicos. Sobre todo la idea de preexistencia y de «envío» de Jesús, más
tarde también la de mediador de la creación, trascendieron la espera del
mesías y eran totalmente ajenas a ella, de suerte que su amalgama con el
título de mesías era aún impensable en el cristianismo primitivo. En tal
situación, los helenistas acuñaron ya el título de «el Hijo». Allí se sumó que la
espera del mesías tenía en su raíz un carácter judío nacional y el título de
mesías/Chrístos carecía de un significado religioso en el mundo pagano; era
poco apropiado para la incipiente misión pagana.
El uso del título Christos perduró aún algún tiempo en el judeo-cristianismo
helenista; se asoció sobre todo a las fórmulas consagradas sobre la muerte
expiatoria y vicaria (cf Rom 5, 8; 1 Cor 15, 3ss); pero pasó a ser
progresivamente un nombre propio en el entorno no judío de la comunidad
antíoquena, en parte por su gran afinidad con Chrestos, nombre frecuente de
esclavos.
El Salmo 110, 1 influyó de modo notable en la paulatina recesión del título de
mesías/Christos. El fragmento tradicional de Mc 12, 35ss, que hemos
atribuido a ios «helenistas», infiere expresamente del primer versículo del
salmo, «dijo el Señor a mi señor», la insuficiencia del título de mesías («hijo
de David»), Sin embargo, este fragmento muestra también que el título de
Kyrios no se había impuesto aún universalmente (cf. cap. 8).
¿Cómo y en qué condiciones se dio el paso de la invocación Kyrie al título de
Kyrios No se sabe si ya el Jesús terreno recibió el tratamiento cortés de mari
y fue llamado «el Señor». En cualquier caso, el título cristológico de Kyrios no
puede derivar del uso lingüístico prepascual.
La invocación maranatha tiene, en cambio, una notable importancia para
nuestro propósito. El tratamiento de marana no supone una idea cristológica
independiente; con él se invocaba al Elevado, aparte del título que se \e
aplicase. Pov eso es posible que también los «helenistas» invocaran con el
Kyrie al Jesús elevado, al margen de que expresaran su relevancia
soteriológica a través de especulaciones judías sapienciales o de ideas
apocalípticas.
Las invocación Kyrie se prestaba, por varias razones, a convertirse en el
título cristológico de «Señor», de uso absoluto y excluyente. Este título
aparece en afirmaciones sobre parusía (1 Tes 4, 16s; Flp 3, 20) y sustituye
entonces al antiguo título de «Hijo del hombre», contrario a la sensibilidad
lingüística griega (Mc 13, 24ss) y que, en el área del judeocristianismo
helenista, había dejado paso, ya antes, al título «el Hijo» (1 Tes 1, 10). En el
judeocristianismo arameo, en cambio, la invocación mari o marana no se
prestaba de igual modo al uso como título, ni había necesidad de sustituir el
antiguo título de mesías o de «Hijo del hombre», tomados de la escatología
judía.
¿Qué factores contribuyeron a que el término Kyrios se convirtiera en el título
cristológico dominante en el área del cristianismo helenista, incluido el de
procedencia judía? Ha sido opinión frecuente, en el pasado, que el título
cristológico de Kyrios se debía a la Septuaginta, que habría sustituido con el
término Kyrios el nombre hebreo de Dios, Yahvé, que ya en época
precristiana no se pronunciaba en la lectura cúltica, sustituido por Adonai.
Los cristianos grecoparlantes habrían traspasado simplemente a Jesús el
nombre de Dios en la Septuaginta: Kyrios. Pero esta explicación parte de
supuestos erróneos. El nuevo testamento no pretendió nunca identificar a
Jesús con Yahvé al aplicarle el título de Kyrios. Al contrario, distingue
claramente al Kyrios Jesús de Dios (cf. 1 Cor 8,6). Además, es totalmente
falso que la Septuaginta sustituyera el nombre divino de Yahvé por Kyrios.
Esto es válido únicamente para manuscritos de escribas cristianos. Consta,
en cambio, que varias traducciones griegas del antiguo testamento
utilizadas por judíos conservaron simplemente el tetragrama, o lo
transcribieron como IAO, o lo expresaron con letras griegas. Sin embargo,
esto no contradice en modo alguno la influencia de la Septuaginta en la
rápida difusión y en el contenido efectivo del título cristológico de Kyrios.
Hay otra circunstancia más en favor de esta tesis. Las citas de los LXX en el
nuevo testamento emplean siempre la palabra Kyrios para designar a Dios.
¿Pudieron haber recurrido ya los escritores neotestamentarios a
transcripciones cristianas de los LXX? No es probable. Lo lógico es más bien,
a la inversa, que el uso permanente de Kyrios para designar a Dios en las
citas veterotestamentarias del nuevo testamento influyera en las
transcripciones cristianas posteriores de los LXX. Pero ¿cómo explicar el
modo de citación en el nuevo testamento si las ediciones de los LXX
utilizadas no contenían aún la designación de Dios con el término Kyrios.
No hay por qué suponer que los autores neotestamentarios dispusieran
siempre para sus citas de un ejemplar de la Septuaginta. Parece que en
muchos casos citaron de memoria o de florilegios cristianos, es decir, de
recopilaciones de pasajes del antiguo testamento cristológicamente
relevantes. La designación divina Kyrios podría reflejar entonces el uso
lingüístico corriente de los judíos grecoparlantes en las sinagogas. Porque
hay que preguntarse cómo pronunciaba un judío helenístico las letras del
texto de los LXX que expresaban el nombre de Dios, bien fuese el tetragrama
en caracteres hebreos o griegos, bien su transcripción, cuando recitaba el
texto. Hay que suponer entonces que en la lectura sinagogal del judaísmo
helenístico, en lugar de esos signos se pronunciaba...
Esto es tanto más probable teniendo en cuenta que el título divino de mari
(«el Señor») en sentido absoluto consta asimismo en el judaísmo
arameoparlante. El empleo oral del título de Kyrios para designar a Dios en la
sinagoga de la diáspora podría deberse, por tanto, a la influencia de la
designación aramea de Dios: mare.
A pesar de ello, el título cristológico de Kyrios no surgió simplemente por el
hecho de que los judeocristianos helenistas aplicaran el título divino de
Kyrios a Jesús. Ni siquiera cabe suponer que la invocación maranatha tuviera
su origen en el traspaso directo del título de Dios mare. La invocación
emplea la forma interpelativa, no el título con sentido absoluto. Parece que
sólo paulatinamente, y con gran cautela, se aplicaron al Kyrios Jesús ciertas
afirmaciones hechas en la Septuaginta sobre Dios, y sin que Jesús ocupase
por ello el lugar de Dios.
De ahí que no se pueda desdeñar un segundo factor que hizo que el título de
Kyrios se impusiera en las comunidades helenistas tan rápidamente y
desplazara otros títulos de Cristo, salvo el nombre tan expresivo de «Hijo».
Ese factor es el ambiente religioso de las comunidades antioquena y siria. En
las religiones orientales y sobre todo en Siria, las divinidades adoradas
originariamente en los cultos locales recibían el nombre de Kyrios/Kyria. Eran
consideradas «señores/señoras» del territorio o del lugar donde eran
adoradas. En época neotestamentaria, cuando su culto no se circunscribía ya
a tribus o a grupos de población, pasaron a ser «señores» de sus fieles, que
se congregaban en comunidades de culto. No eran los «dioses estatales» del
panteón greco-romano los que recibían el trato de Kyrios/Kyria, sino
justamente las divinidades locales y privadas que cada fiel honraba. La
misión pagana iniciada en Antioquía puso en contacto a los misioneros
cristiano-primitivos con esas divinidades, con los dones atribuidos a ellas y
con sus fieles. La predicación misional contrapuso a estos «señores/señoras»
el único Kyrios: Jesús (1 Cor 8,6).
Ahí ven muchos investigadores, siguiendo a W. Bousset, el origen del título
cristológico de Kyrios. Según ellos, su adopción a partir del culto pagano de
Siria estuvo acompañada de una modificación de toda la cristología. La
cristología primitiva, de signo apocalíptico, que esperaba a Jesús como «Hijo
del hombre» venidero, quedó transformada así en una cristología de carácter
cúltico que adoraba a Jesús como Kyrios ya reinante. La comunidad
escatológica pasó a ser una comunidad de culto.
De nuestra exposición se desprende, no obstante, que esa explicación pasa
por alto la evolución diferenciada de la cristología cristiano-primitiva. Ya la
comunidad primitiva expresó, mediante la idea de elevación, el poder
celeste, actual, de Jesús e invocó a éste en la oración. Y también las
comunidades paganocristianas esperaron la parusía del Kyrios y vivieron en
actitud de expectativa. Hay que tener presente, además, que hubo
judeocristianos helenísticos que introdujeron el título de Kyrios en la reflexión
cristológica inspirándose únicamente en los cultos helenísticos. Es
históricamente impensable, en efecto, que los paganocristianos recién
conversos de Antioquía o de las restantes comunidades de Siria
dependientes de ella pudiesen adquirir tan pronto la capacidad teológica
necesaria para imponer esta transformación decisiva de la cristología. Pero
los misioneros judeocristianos pudieron adoptar y difundir el título de Kyrios
debido a su importancia para la misión pagana. Ese título respondía
plenamente a la idea de elevación ya elaborada, que se expresó también en
la invocación marana-Kyrie. No se da, pues, en modo alguno un cambio
fundamental.