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Artículo segundo, inciso cuatro: “Toda persona tiene derecho: A las libertades de información, opinión,

expresión y difusión del pensamiento mediante la palabra oral o escrita o la imagen, por cualquier
medio de comunicación social, sin previa autorización ni censura ni impedimento algunos, bajo las
responsabilidades de ley”.

Asumo que en el día a día los peruanos ejercemos dicho inciso, ya sea consciente o inconscientemente.
Todos hemos dicho algo, escrito algo o compartido algo que quizá ofenda a alguien pero esto sigue
constituyendo una opinión, no reglamentada y ¿Por qué no? Difundida en masa.

El definir que constituye ofensivo varía de persona a persona, la RAE define ofender como:

“Humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con


palabras o con hechos.”

Si analizamos la definición, es prácticamente imposible no ofender a nadie al decir algo. Planteándose


un ejemplo común, si alguien dijese: “Dios no existe”, evidentemente van a existir personas que se
ofendan por dicha afirmación.

Notando esto, entonces ¿cómo evitamos ofender al opinar?, uno puede plantearse diversas soluciones:
Prohibir opinar sobre determinados temas o grupos no funcionaría pues significaría ceder libertades a
una institución gubernamental y, evidentemente, esto solo provocaría mayor furia contra ya un
corrupto gobierno. Perfecto, entonces ceder al gobierno no funcionaría. Pero ¿y la educación? De
seguro si buscamos educar a nuestros hijos de cierta forma solucionaríamos esto ¿verdad?, quizá no
ahora pero sí en el futuro, interesante idea, pero igualmente falible, asumiendo profesores
incorruptibles, seguimos recayendo en el problema anterior: ceder nuestras opiniones al gobierno,
organismo que, obviamente, regula la educación, e incluso si nos dedicásemos a ceder educación a
instituciones privadas, recaemos en un problema mayor, un sesgo de opinión a favor más de las políticas
de dicha organización. Y así, no importa bajo qué punto lo miremos, recaeremos en lo mismo: ceder el
control de nuestra opinión a un grupo determinado.

Pero vivimos en una democracia, entonces ¿No se podría prohibir la opinión de las minorías? Una
propuesta interesante pero falla en varios aspectos: Definir minoría es sencillo, buscando un porcentaje
de la población comparativo, perfecto. Pero como interpretamos nosotros una minoría, en pleno siglo
21, el espejismo de la mayoría muestra un gran efecto gracias al internet, asumiendo que seamos la
supuesta minoría y se nos prohibiese opinar, ¿estaríamos contentos? Es evidente que no. Otro aspecto
es el repudio social: grupos oprimidos siempre tienden a cultivar su odio y uno nunca sabe cómo y
cuándo puede explotar. Tomando en cuenta solo el Perú, el terrorismo surge en parte por la sentida
opresión y discriminación del gobierno en las provincias andinas sobre todo, del centralismo
gubernamental. En el extranjero, los supremacistas blancos han provocado distintos atentados, algunos
basados en “Los Diarios de Turner”, una interesante leída además de otros provocados por el
sentimiento de opresión ya comentado. Uno de los más recientes es la masacre en la iglesia de
Christchurch ocurrido el 15 de marzo del presente año.

El Perú no es ajeno a ello, el ya mencionado terrorismo, la Unión Revolucionaria de Sánchez Cerro, el


ferviente sesgo conservador en nuestra población y el favoritismo a la imparcialidad nos impiden confiar
en una prohibición de minorías, nos impide confiar en nuestro país, nos demuestran la mutua
desconfianza de nuestro pueblo, nos muestran el residuo de la accidentada independencia, de la
accidentada república.

Gracias al internet es más sencillo comunicar opiniones de forma anónima, y es también más sencillo
victimizarse, es un arma de doble filo, pero un arma necesaria para la comunicación humana. El hecho
de que sea anónimo y bastante maleable con suficiente experiencia, admite un problema más, no sería
posible prohibir las opiniones anónimas no sería posible encontrar el anonimato. Y no sería posible
prohibir un comentario sin llegar a lo mismo: mayor invasión de privacidad, menor libertad. Y cambiar la
libertad por seguridad es un tema más complicado.

El ser capaz de pensar por uno mismo, es lo que en esencia nos diferencia de los animales, la lógica y la
inferencia es evidentemente esencial para proclamar ser humano. Y es evidente que no existe una
manera objetiva de definir una ofensa, no es posible objetivarla. Podemos encontrar hechos y en base a
ellos opinar, y esta opinión estará claramente marcada por diversos factores personales: conocimientos,
moral, valores, situación social y muchos más.

La solución es clara: No existe. Para poder opinar y expresarse uno ha de arriesgar ser ofensivo y eso
está bien. Es cierto, a nadie le gusta ser ofendido que se sienta como si vulnerasen nuestros derechos,
pero no hay otra forma posible. El pensar y la libertad de esto es lo que nos independiza, es lo que nos
humaniza.

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