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El juicio moral y el juicio al acontecimiento adolecido

La historia como realce de ese colectivo que pertenece la opinión publica


Se podría socializar con el tema Argentina
Cumplimiento de órdenes ante un sistema concreto
Peligro de comercializar la historia y no poner énfasis en las realidades de la sociedad
que sufrió en ese contexto social
Aquellos que siguieron políticas nacionalistas por parte, en este caso del totalitarismo,
lo hicieron por una convicción o segumiento hacia una idelogia y no por una razon
comun, es decir, si visualizacmos la crtitica de Arendt hacia el juicio lo que prentende
que entendamos es que aquella persona juzgada no recueda nada ni tampoco alude a una
razon critica sobre los acontecimiento que lo llevaron a hacer las clases de atrocidades
que hciieron.
Se le debe a la sociedad una explicación y tambien un reaccion acorde a lo que sucedió
y ante la falta de razones o de hechos especificos que se peudan aclarar se pierde una
parte de la historia y solo nos quedamos con la historia oficial
Por eso es necesario la memoria colectiva de los que quedaron y de los que fueron
afectados por estos sucesos como Arendt
Revalorizar la historia por parte de los medios y la socedad
Monte peloni es un claro ejemplo de la saciedad por la justicia social y levantar la voz
de aquellos que quedaron sosegados en la lucha por la libertad de expresión.
Nuestro cuerpo es el claro testigo de la complejidad de los roles que el mundo
capitalista nos obliga a cumplir
La iglesia dice: el cuerpo es una culpa
La ciencia dice: El cuerpo es una maquina
La publicidad dice: El cuerpo es un negocio
El cuerpo dice: Yo soy una fiesta
Eduardo Galeano.
Desde este humilde aporte sobre la introducion de la opinión publica desde donde radica
y hacia donde se inclina, no creo mejor frase para terminar que
Como las comunidades judías estaban organizadas, sus miembros
obedecían a sus dirigentes, y muchos de estos no fueron capaces de
reaccionar. La conclusión es que, lo terrible, no es únicamente el
nazismo u otro sistema totalitario, sino lo que genera en la sociedad:
falta de criterio y actitud burocrática, e incluso diligente, ante el mal
También puede relacionarse con los medios y el “ataque” al Estado
como instrumento de poder comunicacional, la opinión publica, las
medias capitalistas, la censura por parte de los grandes medios
monopolizando al adversario

La concentración del poder por sobre un instrumento social en este


caso los medios en otros casos un conflicto que genere diversidad
social o una polarizacion política deja de lado los verdaderos
conflictos sociales que merecen un espacio de revaloración o
atención
Gracias a los registros documentales del proceso, Margarethe von Trotta permite al
espectador ver y escuchar al verdadero Eichmann. Muestra a un acusado que parece
tratar de contestar seriamente las preguntas que le dirigen el fiscal y los jueces. Su
conducta y sus respuestas lo presentan como un hombre insertado en un orden
jerárquico, obedeciendo órdenes que no rechaza cumplir aunque sean humanamente
terribles. Pretende haber tenido un rango menor dentro de la máquina de exterminio de
los judíos sin competencia de decisión propia, aunque era él quien organizaba el
transporte de los judíos de toda Europa a los campos de exterminio. Insiste en haber
actuado como subordinado, como un burócrata sin poder de mando, sin haber liquidado
él mismo ni un solo judío por su propia voluntad. Describe su función como un pequeño
tornillo en el engranaje del exterminio nazi de los judíos. Entre las cien horas de
material audiovisual, la directora escogió escenas en las que se basan buena parte de las
interpretaciones de Hannah Arendt, lo que facilita al espectador comprobarlas y
revisarlas.

Seguir las ordenes impuestas del Estado, líder u otro órgano de poder

Nuestra impresión es que Eichmann, sin ser ideólogo para lo que le


faltaban dotes, era un nazi convencido. Él sabía lo que hacía. No era
estúpido, como observa también Hannah Arendt. Ella se fija en la
“Gedankenlosigkeit” (irreflexión) para indicar que Eichmann no
pensaba: “renunciaba a aquella capacidad decisiva del ser humano: la
capacidad de pensar” (ver su libro sobre Eichmann). Pero Hannah
Arendt observa también que era un “ciudadano fiel cumplidor de […]
las órdenes de Hitler”, para señalar su carácter de burócrata
subalterno, negando que tuviera motivos para cometer sus
atrocidades. Sin embargo, uno de sus motivos parece haber sido la
fidelidad, expresada en forma de obediencia ciega
(Kadavergehorsam), definida para su mundo por Ignacio de Loyola. La
película lo muestra en la escena en la que Eichmann afirma que
incluso habría matado a su padre, si su superior se lo hubiera pedido.
Dentro de su lógica, el segundo motivo puede haber sido la eficacia.
Bueno o malo, lo importante para el reconocimiento en su mundo nazi
y para su propia carrera puede haber sido cumplir orgullosamente con
las expectativas del régimen mismo de poder organizar esta enorme
empresa criminal de dimensiones sin precedentes, la “Solución Final”.

Adolf Eichmann fue un funcionario de alto rango del partido nacionalsocialista, miembro de
las SS y responsable de la logística de transportes del Holocausto. Pero la polémica reside en
que lejos de las aproximaciones típicas a los dirigentes nazis ( monstruos, inhumanos, etc) la
autora describe a una persona terriblemente normal, uno más de entre tantos burócratas
alemanes que, a fuerza de eficiencia y obediencia pretendían escalar en la pirámide del
poder estatal. Un hombre ordinario, despreciado por muchos de sus colegas y jefes,
inofensivo y hasta contrario al uso de la violencia en lo cotidiano, que simplemente mostró
ser muy eficiente en las tareas que se le encomendaban.

El libro expone varios temas que no suelen ser tratados y que en mi opinión tienen mucho
interés, entre los cuales destacan dos, ambos muy controvertidos.

1) ¿ Hasta qué punto llegó la colaboración de las autoridades sionistas? ¿por qué no se
rebelaron al Holocausto?, ¿por qué apenas hubo reacciones de resistencia ?

Eichmann fue uno de los principales interlocutores nazis del movimiento sionista, con quien
se estudió la posibilidad de facilitar la emigración judía a Palestina y la creación de un estado
judío en el Este de Europa, antes de la puesta en marcha de las deportaciones masivas y la
adopción de la Solución Final.

De acuerdo con los fines del sionismo, Arendt cuenta cómo parecía más importante salvar de
la Alemania nazi los capitales judíos, permitiendo el desarrollo de su empresa, que las vidas
de los judíos pobres, o ineptos para el trabajo o para la guerra, lo que hubiera supuesto una
carga. El proceso de Eichmann descubrió los mecanismos de estas connivencias, de estos
intercambios entre judíos sionistas útiles para la creación del Estado judío (personalidades
ricas, técnicos, jóvenes aptos para el ejército, etc.) y una masa de judíos menos favorecidos,
abandonados en las manos de Hitler.

En compensaclón por su reconocimiento oficial como únicos representantes de la comunidad


judía, los dirigentes sionistas se ofrecieron para romper el boycot que pretendían realizar
todos los antifascistas del mundo. Hasta qué punto llegó la colaboración entre Eichmann y
los sionistas, unidos por ciertos fines comunes, es para mí uno de los aspectos más
tenebrosos del libro.

Eichmann es asímismo el artífice de la creación de los Judenräte, consejos judíos que


colaboraban en las deportaciones facilitando la identificación de los habitantes de los guetos,
confeccionando la lista de personas a deportar, inventariando sus bienes, etc. Para el que no
conozca la existencia y papel jugado por estos consejos, el libro supondrá una tremenda
sorpresa. Arendt demuestra cómo casi todos ellos traspasaron el límite entre «ayudar a huir»
y «colaborar en la deportación» de sus representados, sin que la excusa del mal menor
pueda ser admisible, dado la raquítica cifra de sobrevivientes (de acuerdo con la autora, en
Hungría se salvaron 1.684 judíos gracias al sacrificio de 476.000 víctimas). Las razones de
esta colaboración me siguen resultando inexplicables.

2) Lo anterior no exime de responsabilidad a quienes cometieron las atrocidades, empezando


por el propio Eichmann. Pero el retrato de este personaje, no más que un funcionario
meticuloso, se diluye en la descripción de una maquinaria burocrática donde lo abyecto se
convierte en algo rutinario, desapasionado y banal. De hecho, el libro se plante como un
Ensayo sobre la banalidad del mal. Eichmann no dió muestras de sentir odio o desprecio por
los judíos, y en realidad parece más un producto de la casualidad que de la culpa, una pieza
intercambiable en un sistema que convierte al hombre en funcionario dispuesto a participar
con eficiencia en el crimen.

Este retrato del hombre moderno, indiferente y despasionado, es para mí lo mejor del libro,
y Arendt lo lleva a cabo con sobriedad y elegancia, empequeñeciendo al que se presentaba
en el juicio como un monstruo cruel y sanguinario.

El libro toca muchos otros temas – como la notoria falta de resistencia a los crímenes entre
los alemanes o la colaboración de casi todos los países europeos: de hecho, la autora
demuestra cómo en aquellas naciones en donde hubo una oposición decidida a la
deportación, los nazis carecieron de la convicción necesaria para doblegarla. Y todo ello con
una claridad y una falta de sensacionalismo dificil de encontrar en un tema como éste.

La banalidad del mal, ese concepto que afirma que personas


capaces de cometer grandes males o atrocidades pueden ser
gente aparente y perfectamente “normal”. ¿No nos suena? ¿No nos
parece un pensamiento muy vivo, cada vez que aparece un asesino, un
maltratador, un violador en las noticias y oímos a sus vecinos diciendo
eso de “es increíble, era una persona normal, ¡¿quién lo iba a decir?!”.
Pensemos, pues, en esas personas “normales” capaces de cometer actos
atroces. Y, ya puestos, pensemos más. Pensemos en las personas que
no se consideran culpables de forma individual de un mal colectivo,
aunque hayan participado o formado parte de alguna manera en él, que
piensan que sus actos son solo un insignificante grano de arena, que
únicamente obedecen y ejecutan los planes trazados por “los de arriba”.
Pensemos en los que se ven a sí mismos como un mínimo eslabón sin
poder de decisión y, por tanto, sin responsabilidad en una cadena mucho
mayor en la que hay otros por encima que son los que deben rendir
cuentas y dar explicaciones. Y ahí, en esa obediencia sin reflexionar
sobre las consecuencias de los mandatos, en esa forma de trivializar las
actuaciones propias que, sumadas, llevan al mal final, en ese pensar
“qué más da lo que yo hago si no tiene importancia…”, en ese “pero si
yo solo soy una persona normal…”, ¿hay culpa?
Eichmann, relata Arendt, no respondía a los rasgos de un
monstruo ni de alguien mentalmente enfermo. Su motor no fueron
la locura ni la maldad, sino funcionar dentro de un sistema establecido
basado en el exterminio. Otros dicen qué y cómo y yo lo hago. Punto.
Eichmann, dice Arendt, hizo lo que hizo actuando como un burócrata,
como un simple ejecutor, como una marioneta banal, solo guiado por el
deseo de hacer lo que debía, lo que estaba estipulado. No tenía
sentimiento del “bien” o el “mal” en sus actos, señala Hannah. “La
filósofa dibujó un minucioso retrato de Eichmann como un burgués
solitario cuya vida estaba desprovista del sentido de la trascendencia, y
cuya tendencia a refugiarse en las ideologías le llevó a preferir la
ideología nacionalsocialista y a aplicarla hasta el final. Lo que quedó en
las mentes de personas como Eichmann, dice Arendt, no era una
ideología racional o coherente, sino simplemente la noción de participar
en algo histórico, grandioso, único”, explicaba la escritora Monika
Zgustova en un artículo publicado en El País en agosto de 2013.

antisemitismo
1. nombre masculino
Tendencia o actitud de hostilidad sistemática hacia los judíos.

El espacio público burgués (“publicidad burguesa”) tiene su génesis en el tráfico de


mercancías y noticias, creado por el comercio a larga distancia en el capitalismo
temprano. Por un lado, la vida privada de la sociedad quedó enfrentada al Estado, por
otro, los intereses de esa misma sociedad pasaron a ser asuntos públicos, pues “la
reproducción de la vida en la dinámica de la economía de mercado rompió los límites de
las economías domésticas”
Las noticias mismas se han convertido en mercancía: “La información periodística
profesional obedece, por tanto, a las mismas leyes del mercado, a cuyo surgimiento
debe ella su propia existencia”9 . Una parte del material noticioso que llega a las
oficinas de correspondencia se empieza a imprimir de forma periódica y a venderse
anónimamente, consiguiendo así ‘publicidad’
Además, se robustece el interés de las nuevas autoridades por utilizar a la prensa, según
los objetivos de la administración, para dar a conocer órdenes y disposiciones a unos
lectores ya convertidos en “público”: “La autoridad dirigía sus participaciones “al
público”, es decir, en principio, a todos los súbditos; pero no llegaban por este camino,
de ordinario, al “hombre común”, sino, en todo caso, a los “estamentos ilustrados”:
juristas, médicos, curas, oficiales y profesores. Esta capa “burguesa”, el estamento de
los “sabios”, “es la verdadera sostenedora del público, el cual es, desde el principio, un
público de lectores.
¿Quiénes tienen el real acceso a la información?
Las mujeres y los económicamente dependientes están, fáctica y jurídicamente,
excluidos de la “publicidad política”; no obstante, el público lector femenino, así como
los aprendices y criados, pueden ocasionalmente participar más activamente en la
“publicidad literaria” que los propietarios y padres de familia. Para los estamentos
‘ilustrados’, agrega Habermas,”la publicidad [digamos, la noción de espacio público]
aparece en la autocomprensión de la opinión pública como una e indivisible”
En el apogeo de esta forma de periodismo, la opinión editorial llega a primar sobre el
interés económico36:
“En la fase en que la publicidad se impone como publicidad políticamente activa,
conservan también las redacciones de las empresas periodísticas editorialmente
consolidadas, el tipo de libertad que caracterizaba a la comunicación de las personas
privadas reunidas en calidad de público”37 La prensa, entonces, no era ya un mero
medio para la circulación de información, pero tampoco era aún un instrumento de la
cultura del consumo: “La prensa, surgida del raciocinio del público y constituida como
mera prolongación de la discusión del mismo, sigue siendo por completo una institución
de ese público a modo de mediador y vigorizador”
Los periódicos surgen como una institución del público y muestran su eficacia en la
“transmisión y magnificación de la discusión pública”. Son el lugar en el que la gente
privada, por medio de la lectura, se transforman en seres públicos.3
Las nuevas formas de socialización burguesa conllevaron “la abstinencia de todo
raciocinio literario y político”. El cine, la radio y la T.V. ya no exigen un público que
discuta: “junto a la pérdida de la forma privada de la apropiación [por el público lector],
desaparece también la comunicación pública acerca de lo apropiado”52. En el siglo XX
la conversación es organizada en la forma de foros académicos, mesas redondas,
debates televisados, etc.
Surge entonces la llamada “cultura de masas” que se adecua a las necesidades de
distracción y diversión de grupos de consumidores con un nivel de instrucción
relativamente bajo. Anota Habermas que, mientras que el contacto con la cultura forma,
“el consumo de la cultura de masas no deja huella alguna; proporciona un tipo de
experiencia que no es acumulativa, sino regresiva”.54 Se trata de la destrucción del
público lector culturalmente raciocinante a través del público-masa de los
consumidores.55 Los mismos periódicos aligeran sus contenidos y aumentan las
imágenes.
En la conciencia del público consumidor, el espacio público “se privatiza”: el espacio
público aparece como la esfera en la que adquieren notoriedad las vidas privadas de los
llamados personajes públicos. Las mismas decisiones políticas tienden a ser presentadas
de forma personalizada: “el sentimentalismo respecto de las personas”, paralelo con el
“cinismo respecto de las instituciones”, contribuyen a limitar la capacidad de raciocinio
crítico de los sujetos frente al poder público. 5
La opinión pública crítica es desplazada por la propaganda y la publicidad
manipuladora. El debate político es sustituido por una política plebiscitaria, el público
mediatizado es solicitado para que “aclame públicamente” a aquellos que ejercerán el
poder.58 La notoriedad pública se logra mediante una aclamación en un clima de
opinión no pública.
En el Estado social, las organizaciones y partidos políticos asumen la función de
“legitimar la presión social ejercida sobre el poder estatal” y se proponen el objetivo de
transformar los intereses privados de muchos individuos en un interés público común;
son instrumentos de la formación política de la opinión y de la voluntad colectiva.
Habermas considera que la idea (o ideal) de “publicidad” (o espacio público) de la
democracia de masas del Estado social sigue siendo la misma que institucionalizó el
Estado burgués de derecho. Este ideal consiste en lograr la racionalización del dominio
(político) en el ambiente creado por el raciocinio público. Pero este ideal solo se puede
realizar actualmente mediante la racionalización del ejercicio del poder, con el control
recíproco de organizaciones que expresan pluralidad de intereses sociales, en el espacio
público.
JUICIO:
Esta “opinión pública” manipulada, más que como opinión pública funciona como un
plebiscito de aclamación. El índice de popularidad le da a un gobierno la medida del
control que ejerce sobre esta opinión no-pública, o del grado de promoción publicitaria
del que está necesitado.67 Esta forma plebiscitaria de la opinión exige que los notables
hagan verdaderas concesiones a las expectativas de la población; pero, aun en un
gobierno dispuesto a corresponder a los deseos de la opinión público, “no se cumplirían
las condiciones necesarias para una formación democrática de la opinión y la voluntad”,
pues aún falta allí la autonomía y la racionalidad que ella supone.

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