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21/9/2019 El universo mínimo.

Panorama de la minificción en español | Cultura y vida cotidiana

Cultura y vida cotidiana

El universo mínimo. Panorama de la minificción en


español
Armando Alanís

La semana pasada tuvo lugar en México el II Encuentro Iberoamericano de Mini cción


Juan José Arreola, que agrupó durante tres días a los exponentes más signi cativos de
este género en ambos lados del Atlántico. Ofrecemos una selección hecha por Armando
Alanís de estos fósforos que condensan ingenio, sabiduría y literatura.

Las minificciones o micorrrelatos (comprimidos narrativos que se resuelven en una página, en


unos cuantos párrafos o, en ocasiones, en una sola línea) han tenido en el siglo XX, y en lo que va
del XXI, un auge cada vez más notable en el ámbito de la literatura escrita en español, de este y del
otro lado del Atlántico. Autores de la talla de Borges, Cortázar, Gómez de la Serna, Monterroso,
Arreola o Torri la han abordado, y hoy son muchos los autores, lectores, estudiosos y académicos
interesados en este género novísimo —y a la vez tan antiguo como los cuentos chinos de las
tradiciones budista y taoísta— que se roza y con frecuencia se mimetiza con otras modalidades de
la brevedad extrema como el aforismo, el epigrama, la greguería y el poema en prosa. De ahí la
relevancia del II Encuentro Iberoamericano de Minificción Juan José Arreola, organizado por la
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de Cultura de la Ciudad de México y el Seminario de Cultura Mexicana, que tuvo lugar
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en la Ciudad de México del 7 al 9 de octubre de este año, en el Centro Cultural El Rule. La


organización y realización del mismo deben mucho a los escritores Marco Antonio Campos y
Javier Perucho.

En el marco del encuentro —en el que participaron autores de España, Perú, Argentina, Colombia,
Venezuela, Uruguay, Ecuador, Chile, Puerto Rico y México— se entregó el Premio Iberoamericano
de Minificción Juan José Arreola al argentino Raúl Brasca. El jurado, integrado por Violeta Rojo,
Caroline Lepage y Ana María Shua (ganadora de este reconocimiento el año anterior), subrayó que
“sus minificciones no solo han logrado renovar el género en su búsqueda temática, sino que
interrogan sobre las formas, estructuras-arquitecturas y técnicas de la literatura breve”. Brasca
realiza desde hace años una incansable actividad como impulsor y difusor del microrrelato. Por su
parte, Marco Antonio Campos apuntó que el tema por excelencia del argentino es el tiempo: “El
tiempo lineal, el paralelo, el eterno retorno y la reencarnación. Continuamente en sus minificciones
Brasca juega con el tiempo y, a veces, con los tiempos. En varias de ellas no se excluyen visiones
apocalípticas. Él sabe que si el mundo, en el pasado o en el presente, tuvo o tuviera un vacío de
segundos, la historia cambiaría del todo.” En México, la editorial Ficticia publicó su libro
Minificciones. Antología personal (México, 2017).

Es natural que se piense que la actual popularidad de la minificción tiene que ver con las redes
sociales, en particular Facebook y Twitter. Antes, un autor escribía brevedades narrativas entre un
libro y otro, mientras que ahora hay autores que consideran la escritura de minificciones como
parte fundamental, si no exclusiva, de su trabajo literario.

Pero mucho antes del advenimiento de internet y de las redes sociales, Julio Torri dio a conocer
Ensayos y poemas (1917), el primer libro publicado en México de minificciones, que entonces no
se llamaban así. En su conferencia magistral, los españoles Ana Calvo Revilla y Ángel Arias Urriata
recordaron que este año se celebra el centenario de la aparición de ese primer libro del saltillense:
“Con la perspectiva que da el paso del tiempo, hoy puede apreciarse plenamente el valor inaugural
del volumen, en varios sentidos: la deliberada adscripción a una estética de lo mínimo, el otorgar
un papel activo y dinámico al proceso de recepción de los textos, las continuas referencias —
veladas o explícitas— a la tradición artística y literaria (con el consecuente juego intertextual que
las acompaña), y el cuestionamiento de los límites genéricos por medio de diversos fenómenos de
hibridación.” Arreola y Monterroso son también pioneros de la minificción en nuestro idioma.
Baste recordar el Bestiario, de Arreola, textos híbridos tan sabios como hilarantes, que lo mismo
han sido incluidos en antologías de microrrelatos que de poesía; y las fábulas pletóricas de ingenio
y un fino sentido del humor del guatemalteco.

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Ofrecemos
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al lector algunos Eldeuniverso
los textos que forman parte de la antología, próxima a publicarse,
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de este II Encuentro Iberoamericano de minificcionistas.

Delirium nominans
Davida Baizabal (México, 1989)

Siento tu nombre deslizarse por mi lengua, resbalarse por mis labios; deja un rastro de astringente
tristeza, un amargor avinagrado. Beso tu nombre cuando está a punto de desprenderse de mi
boca, pero su lánguida dulzura, por tu recuerdo, se fermenta. Constante alcohol es tu nombre en
mi boca, bebo de él porque tu imagen ya no basta, a nada sabe; me sirvo las letras precisas que te
llaman, tus exactos mililitros, para despertar siempre al día siguiente con la convicción de que
habré de encontrar, por fin, algún vestigio tuyo por la casa, el mínimo indicio de que no eres solo
parte de una eterna resaca.

Los rinocerontes y el amor


Alberto Barrera Tyska (Venezuela, 1960)

Un rinoceronte enamorado es casi una tragedia. Nunca sabe qué hacer.

Raspa, durante años, su lomo contra los árboles más viejos. Con frecuencia se equivoca. Suspira
demasiado, gruñe, espera a que salga la luna y se empeña en demostrar que puede mojar con su
lengua la punta de su cuerno.

Un rinoceronte enamorado es siempre un homenaje a la estupidez. Olvida su tamaño, su furia, su


fuerza.

Y es capaz de repetir el tonto gesto de las serenatas, el suicidio de las simples margaritas. Pasa
meses sentado frente a Hiroshima (mon amour, por supuesto).

Un rinoceronte enamorado no asusta a nadie. Tal vez por eso, siempre fracasa.

Felinos
Raúl Brasca (Argentina, 1948)

a mi hija, María Paula

Algo sucede entre el gato y yo. Estaba mirándolo desde mi sillón cuando se puso tenso, irguió las
orejas y clavó la vista en un punto muy preciso del ligustro. Yo me concentré en él tanto como él
en lo que miraba. De pronto sentí su instinto, un torbellino que me arrasó. Saltamos los dos a la 3/12
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vez. Ahora ha vuelto al mismo
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lugar de antes, se ha relajado y me echa una mirada lenta como
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para controlar que todo está bien. Ovillado en mi sillón, aguardo expectante su veredicto. Tengo la
boca llena de plumas.

Un hombre de costumbres
Héctor Carreto (México, 1953)

La esposa de Neptuno confiesa que todas las noches el dios, antes de meterse a la cama, se da una
ducha para quitarse la sal del mar.

Esta noche quiero recordarla


Emilio del Corral (Puerto Rico, 1959)

…repetía Lot mientras le indicaba a su hija que le echara otro dedo de la estatua de sal, al potaje
de lentejas.

Historia vera
Alberto Chimal (México, 1970)

Los cramre (“Los Que Sabemos”) fueron el primer pueblo en adoptar la religión del Profeta de
Gogonoso, aquel que orinaba y cagaba en sus propios altares y predicaba algo un día y su opuesto
al siguiente, “con lo que los fieles se reían y ultrajaban a partes iguales, pero no dejaban de
venerarlo”, como escribió la historiadora Russcht de Morrst. Cada adepto tomaba lo que le
convenía de los sermones cambiantes, y además el de Gogonoso mudaba en todo salvo en el odio
de los extranjeros y de toda autoridad que no fuera la suya. Fue él quien puso su nombre a los
cramre, supliendo otro ya olvidado.

Tampoco se recuerda si los cramre habían sido simples, o pobres y sufrientes, o llenos de odio o
aun las tres cosas a una. Sus reyes, viles y corruptos según muchos testimonios, fueron
sobrepujados por la secta del Profeta, que entonces gobernó desde el templo con tino tan
destructor que perdió cada guerra a la que lanzó a los suyos, alentó la quema de cosechas enteras
y, al sobrevenir hambres y pestes, acusó primero a enfermos y emaciados de ser traidores a sueldo
de una fe enemiga, y luego a los sanos, si no colaboraban deprisa en expulsión o exterminio.

El Profeta de Gogonoso huyó de entre los cramre al empezar la guerra fratricida que mató a los
últimos de ellos. Los fieles actuales de su culto niegan que aquel pueblo desventurado haya
existido siquiera y llaman a estos hechos “invento de traidores, que envidian el genio y la potencia
viril de nuestro Profeta”.
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Espacio disponible para cualquier diosa


Ana Clavel (México, 1961)

En ese entonces me daba por tocarme todo el tiempo. Fluía. Me desbordaba. Jugueteaba con mis
aguas. Claro, era una fuente. Pero no se crea que hablo en sentido figurado. Era transparente.
Inmediata. Entera. Rotunda. También era una diosa. En plenitud de poderes. Decía “viento” y los
céfiros mecían el aire. Decía “belleza” y las aguas me devolvían mi imagen. Por supuesto, tuve que ir
entendiendo cada cosa en su momento. Mis hermanas mayores me reñían: “Te miras demasiado,
terminarás por descubrir la muerte.” Las desoía y entonces volvía a tocarme. Me envolvía en mis
pétalos, me gozaba sintiéndome. Aspiraba mis olores. Respiraba. Latía. Bullía. Y vuelta a fluir. Yo era
mi Paraíso.

Serial
Esteban Dublin (Colombia, 1983)

En medio del zumbido de las libélulas y del cargante sopor tropical, una anciana se balancea sobre
su mecedora de encina mientras teje a punto de cruz. A tan solo metros de su balcón, unos
negros descamisados y azotados por el sol juegan al futbol con una pelota de trapo. El que funge
de portero desvía su atención hacia una muchacha de biquini rosa que usa la playa como pasarela
y a quien le grita un soez piropo. Indiferente, la mujer va dejando las huellas de sus pies descalzos
sobre la arena, arrastradas en segundos por el mismo mar en el que se adentra un chiquillo que
acaba de encontrarse una gargantilla de plata enterrada en sus profundidades. En el crucero recién
aventurado hacia el Atlántico, una extranjera acusa del hurto de su joya a un grumete que está
pasando inadvertido al lado de su habitación. Y en la bodega del navío donde se presenta la
discusión, viaja de contrabando un cargamento atiborrado de hilos, uno de los cuales quedó en las
manos de una anciana que ahora cose desde su casa litoral y del que penden todos los sucesos.

Ménage à Deux
Marcial Fernández (México, 1965)

Al contratar al doble para que lo supliera en las reuniones multitudinarias o peligrosas, no se supo
más cuál era el original y, cuál, la copia. Ambos bebían whisky, fumaban cigarros caros y hacían el
amor con la primera dama.

Prisión
Azucena Franco (México, 1961)
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Después
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de viajar años luz, sin encontrar el retorno, la tripulación comprendió que no volvería a la
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añorada Tierra. Luego de meditarlo Zukkon, la bella capitana, se ofreció a engendrar a la nueva
generación que viviría en la nave; como contaban con alimento y combustible suficiente, los
pequeños serían adiestrados por todos, entonces en 30 o 40 años cabría la posibilidad de hallar el
camino a casa. Los ocho varones trataron de preñar a Zukkon, al principio fueron actos casi
asépticos; sin embargo, la capitana era estéril.

Con el paso del tiempo a nadie le importaron ya los nuevos tripulantes, la comunidad vivía en un
orgasmo infinito. A final de cuentas, los navegantes sabían que no regresarían, seguirían ahí hasta
que cada uno fuera muriendo.

Tejido
Ana García Bergua (México, 1960)

La araña María del Socorro decidió que ya no trabajaría más y puso a tejer su tela a un grupo de
arañitas maquiladoras que laboraban día y noche, mientras ella contaba cuántas telas vendería con
las hebras que hilaban y tejían sus trabajadoras con sus cuatro pares de patitas hora por hora, día
por día, año por año, hasta que en su mente se fue entretejiendo otra tela infinita de cuentas, hilos
y patitas, tan apretada y tormentosa que la terminó asfixiando antes de que pudiera estrenar su
bolso Louis Vuiton.

El pasatiempo
Martín Gardella (Argentina, 1973)

En la plaza de un pueblo desértico hay un extraño carrusel en el que el tiempo avanza


misteriosamente a medida que el círculo se mueve en el sentido de las agujas del reloj. Cada vuelta
sobre su eje equivale a un año calendario.

Al principio es divertido ver cómo los niños se transforman en adolescentes. Es incluso


emocionante para algunas madres poder ver que sus hijos conservan esas alegres sonrisas juveniles
a pesar de las canas. Es aterrador, en cambio, cada vez que aparece algún caballo de madera dando
la vuelta, ya sin su jinete.

Incógnita
Enrique Ángel González Cuevas (México, 1986)

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¿Qué es el mar para el perro?El¿Y
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qué es el perro para el mar? Lo preguntamos por la indiferencia
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con la que el perro caminaba por la playa y la naturalidad con que la marea nos devolvió su
cadáver.

Futbolito
Rogelio Guedea (México, 1974)

Cuando mi hijo y yo empezamos a jugar futbolito, me puse como firme propósito dejarlo ganar
de vez en cuando. Pensé que dejándolo ganar hoy sí y mañana también se le arreciaría el interés.
De manera que empezamos a jugar apenas regresaba de la escuela, un juego o dos, y a veces la
revancha. No encuentro la forma de describir la expresión de su rostro cuando ganaba, sabiendo
yo que en realidad lo había dejado ganar. Levantaba ambas manos en señal de triunfo y arrojaba
un espumarajo de felicidad por las narices. Todos los días, regresando de la escuela, nos
encerrábamos en su habitación para jugar. Conforme pasó el tiempo, empecé a darme cuenta de
que cada vez era más fácil dejarlo ganar y más difícil hacerlo perder, hasta que llegó el momento en
que ganarle se me hizo prácticamente imposible. Pasaron semanas o meses para que pudiera
realmente adquirir la destreza que me permitiera darle la batalla. Sudaba mares para conseguir
meterle un gol, pues sus defensas eran murallas infranqueables y sus medios tenían la habilidad de
conectar muy bien con sus delanteros, que no había forma de hacerlos errar. Sin embargo,
aproveché una debilidad en su portero para hacerme al triunfo, y fue entonces que las partidas
empezaron a emparejarse y pude conseguir ganarle hoy sí y mañana también. No encuentro la
forma de describir la expresión de mi hijo cuando yo ganaba: levantaba ambas manos festejando
mi triunfo y arrojaba un espumarajo de felicidad por las narices, tal como si desde algún remoto
día se hubiera puesto justamente como firme propósito dejarme ganar —nunca he sabido si por
amor o por piedad— de vez en cuando.

Dos puntos
Mónica Lavín (México, 1955)

Sedúceme con tus comas, con tus caricias espaciadas, tu aliento respirable y tus atrevimientos
continuos; colócame el punto y coma para cambiar las caricias por largos besos y frases susurradas
boca a boca. Haz un punto y seguido para desatarte de mí y contemplar mi desnudez sobre tu
cama, ahora interrumpe con guiones para soltar un halago sobre mi cuerpo y su huella en el tuyo
—recorrer con la mirada el talle y el hundimiento en la cintura, el ascenso en la cadera, la larga
prolongación de las piernas rematadas por un pie que no resistes besar—. Embísteme sin mi
rechazo y tortúrame con la altivez de tu deseo arrastrándome muy lejos (al borde del abismo entre
paréntesis y sin comas por favor), ahora desenvaina tus puntos suspensivos… —maldito trío de
puntos— ese espacio sin nombre no se alcanza.
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Un punto y aparte para calmar
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el temblor de mi cuerpo y sonreírte al tiempo que me das a beber
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del vino espumoso en una copa. Borro mis interrogaciones. Toda una antesala para retomar tus
comas y regalarme la humedad de tu boca y la suavidad de tu respiración en mis orejas, cuello,
nuca, hombros. Atacar con puntos y comas, nuevamente, para buscar con tu dedo un clítoris
congestionado. Pasar tu lengua entre esos labios escondidos y saborear mis secreciones —
robármelas entre guiones— y atizar de nuevo en mi centro ardiente ocupándolo, sosteniendo el
ascenso ¡inminente! con signos de exclamación, la eyaculación inevitable… hasta acabar con los
puntos suspensivos y vaciarte todo en mí y desplomarte extenuado, aliviado y amoroso en mi
cuerpo complacido.

De nuevo un punto y aparte para dormir sobre mi pecho y poner punto final al entrecomillado
“acto” que en este caso es un hecho amoroso sin ningún viso de actuación.

Si estoy equivocada, felicito tu dominio de la puntuación.

Punto final.

Los lobos de mica (II)


Miguel Maldonado (México, 1976)

Los lobos de mica envidian a los lobos de pelo, envidian que estos lanudos puedan saltar, correr
delirantes hacia el campo sin sufrir una sola rotura. En cambio, si los lobos de mica se deciden a
morder, saben que en ello les iría la vida, siempre se rompen a media furia. ¡Ay! los lobos de mica,
qué terrible resquebrajarse al dar el golpe. No poder seguir una huella bajo la lluvia sin que su
cuerpo de sal se desvanezca.

Pero los consuela un trágico heroísmo: deben elegir por cuál mordida vale la pena morir, es la
dentellada más justa de todas las especies lobinas.

Ildiko y yo
Ildiko Nassr (Argentina, 1976)

A Ildiko es a la que le pasan las cosas. Yo cruzo los puentes de San Salvador de Jujuy distraída en el
hilito de agua de uno de los ríos, o en las piedras blancas que los adolescentes utilizan para
declarar su amor. De Ildiko tengo noticias por los portales de internet, me llegan noticias de su
glamour y encantos. A mí me gusta desayunar sola en un puesto callejero y a las apuradas. Ella, en
cambio, goza de los placeres de confiterías y hoteles en las ciudades a las que va como invitada de
honor. Me gustan las minucias, acaso, encerrarme en un libro para viajar por otras psicologías. Ella
es el centro de su universo y ríe encantando a todos. Ildiko y yo casi nunca nos encontramos.
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Somos
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diferentes. Yo soy simple y ella, excéntrica. Odio las cámaras y ella las busca. Yo pierdo todo
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y ella escribe que todo lo pierde. Ninguna tiene rencores o memoria. Y, como Borges, todos
dudamos acerca de quién es el que verdaderamente escribe.

Gente de cine
César Abraham Navarrete Vázquez (México, 1981)

Ante la envidia y la incredulidad de los fatuos estudiantes de cine, el mendigo al que contrataron
para caracterizarse a sí mismo en la película, se orinó encima de los cables, ¡creando así su primer
“corto”!

Ancla
Luis Bernardo Pérez (México, 1962)

Varios años después del naufragio, la vieja ancla de hierro seguía aferrada con uñas y dientes al
fondo marino. Así de ejemplar era su sentido del deber.

Calaveritas
Sofía Rodríguez Pappe (Ecuador, 1976)

Para tener algo de calor, en este agujero olvidado donde estamos, por el que no pasa ni el viento,
frotamos las tibias, las falanges y los tarsos. Pegamos las mandíbulas y estrechamos lo que nos
queda de los dientes. Ponemos uno contra otra las costillas y un vaivén maravilloso y antiguo de
caderas, de nuestros esqueletos apagados se hace la luz y por breves instantes, amado mío,
compartimos bajo tierra un día luminoso de verano.

Élant vital
Juan Carlos de Sancho (España, 1956)

Abstraído como un cangrejo me recupero lentamente en el escritorio, escalo la silla de madera,


bato mi cabeza, vuelo sobre el ventilador, reboto en el suelo y voy directo a estamparme contra la
pared. Antes de volver a caer en picado me cuelgo de la lámpara que balancea como un remo
alocado.

Estoy a punto de salir despedido por la ventana pero tomo aire, soplo hasta la exhalación y planeo
en círculos concéntricos.

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Pierdo
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el control y me golpeoEl universo
la espalda contra la librería. Caen muchos libros al suelo pero me
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quedo empotrado entre La Montaña Mágica de Thomas Mann y Esperando a Godot de Samuel
Becket. Aturdido, empujo y desplazo de un lado a otro mi ira.

Caigo de canto y en picado sobre El inconveniente de haber nacido de Cioran y pierdo el último
aliento.

Milagrosamente me repongo saltando como un canguro sobre las ruinas de mi desolación. Me


levanto magullado y camino con gran dificultad por el pasillo. Me dirijo hacia la cocina. Están
todas las luces encendidas. En la mesa, aguardando mi regreso aéreo, me esperan Cioran, Becket y
Mano. Godot sigue sin dar señales de vida y probablemente no llegará nunca. Un pollo horneado
y un buen cava catalán perfuman el mediodía insular.

“La nada es al menos la mitad de la existencia, así que vamos a estudiarla, tratemos de disfrutarla”
—comenta Norman Mailer que aparece disfrazado de polilla y planeando sobre nuestras cabezas
desarticuladas. Alguien toca con insistencia el timbre pero a ninguno de los presentes se nos
ocurre abrir la puerta.

El recuento de nunca acabar


Óscar Tagle (México, 1964)

De haber sido primero el Bang que el Big, el concepto del tiempo habría sido distinto, le dijo Tac a
Tic.

Celoplastía
José Urriola C. (Venezuela, 1971)

Mis amigos, quizá hartos de los lamentos por mi más reciente despecho, me regalan una muñeca
inflable. Me la encuentro al regreso del trabajo, desnudísima, acostada sobre mi cama, con una flor
plástica en la boca y una nota sobre el pecho: “Me llamo Juliana, de ahora en adelante seré tu
nuevo amor.”

Me produce una extraña combinación de risa, ternura y desagrado. Pero la tomo con cariño y la
pongo sentadita en una silla del cuarto. Recibo una llamada telefónica. Mi ex, que me quiere ver,
tomar algo, charlar un rato. Me visto y salgo, dejando a Juliana con la puerta cerrada bajo llave.

Regreso tarde en la madrugada a casa. Juliana me espera en la sala fumando un cigarrillo,


nostálgica, mirando por la ventana.

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—¿Estabas
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con la otra, verdad? —me dice sin dignarse a voltear. Y adivino una lágrima sintética
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que se le escurre mejilla abajo.

Yo, más que asustado, me quedo francamente preocupado. Porque a esta también, a pesar del
plástico, tendré que inventarle buenas excusas.

(Sin título)
José Luis Zárate (México, 1966)

En sueños había creado una Utopía tan perfecta que el despertar tenía el sabor amargo del exilio.

Armando Alanís
Académico y escritor. Autor de Las lágrimas del Centauro.

Diez décadas de vida de Juan José Arreola: sumo sacerdote de la El Cervantes a Fernando del Paso
Arreola (1918-2018) literatura 12 noviembre, 2015
21 septiembre, 2018 21 septiembre, 2018 En «Ciudad de libros»
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Ciudad de libros.

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