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relato histórico
“Chernóbil” es una serie de HBO y Sky, una coproducción entre Inglaterra y Estados Unidos
que se ha propuesto poner al día la discusión acerca del desastre ocurrido en la planta
nuclear de Prypiat, en 1986. Consiguió, hasta ahora, dos cosas: que HBO no pierda
audiencia después del furor GOT, y que el público convierta a la miniserie en la más
aclamada de la historia según registra IMDb. Y claro, que Putin se enoje un poquito: la
televisión estatal rusa prepara su propia versión de lo sucedido con infiltrados de la CIA y
todo. La verdad espera sentada.
Conciencia en los actores: la información que se transmite en la serie tiene por momentos
portadores encarnados, tal o cual personaje sabe de algún peligro y lo comenta o lo oculta.
Pero además existe la información que supera a los actores, y que el público recibe. Esta
estrategia, utilizada también en el policial, es la que coloca al espectador en un lugar de
privilegio al hacerle notar que puede deducir cosas que ni siquiera los propios involucrados
ven. El caso más notorio es el de la complicidad público-Legasov contra el necio Dyatlov,
todos sabemos que el núcleo explotó y está expuesto, el sigue negándolo.
Espacio dramático: esto refiere no solo a las locaciones de la obra, las cuales son de gran
valor en términos de reconstrucción histórica. Sino también a la manera en que el director
pone en cuadro ese espacio. Sobre todo, pensando en el movimiento de cámara, en el
encuadre y la edición, el director de “Chernobyl” hace del espacio un personaje más. Tanto la
planta nuclear como el pueblo tienen características tan fuertes que consiguen no solo ubicar
al espectador en tiempo y espacio, sino también ampliar la mirada política hacia la sociedad
rusa de la década del 80. Pensemos en esos planos que exhiben símbolos e ídolos de la
revolución en edificios públicos, edificios que al calor del desastre tomaran diferentes
significados.
Peligros sorpresivos: podemos decir que las escenas en las que se desarrolla mayor
dramatismo, hasta bien entrada la serie, no suceden en los espacios que habitualmente
suponemos deberían suceder. Se guarda celosamente al espacio dramático del cliché, se
reserva gran parte al imaginario del público. El atractivo de mostrar no es tan grande como el
de permitir imaginar cómo y dónde está sucediendo aquello que se narra. El plus de esta
acción se concentra en las etapas finales cuando se descubre y muestra aquello que se dejó
librado a la imaginación. El cenit de esta idea recorre desde el capítulo uno al último, desde
que estalla el núcleo hasta que, previa reconstrucción de los hechos, vemos realmente como
fue.
Personajes poco previsibles: en sintonía con aquello de los peligros sorpresivos, los
personajes también se construyen con cierta ambigüedad. No se declara de un solo vistazo
al bueno y al malo, al menos no de entrada. Legasov no es un héroe en el primer capítulo, lo
es en el último. La excepción a esta máxima (en el caso de “Chernobyl”) lo constituye la
representación de los supuestos culpables de la explosión, quienes, salvo el anciano jefe
comunal del primer capítulo, se muestran claramente como sujetos de conductas
sospechosas.
El encuadre significa algo: sin dejar de lado la apreciación estética de algunos planos en sí,
el grueso de la serie se preocupa más por lo que cuenta la imagen que por cómo lo cuenta.
No es tan atractiva por cómo muestra sino por lo que muestra. La cámara se inclina, se
mueve, se detiene, el color se apaga, se intensifica, todo resplandece o todo se oscurece
según el significado que se quiere movilizar. Tal vez la escena más evidente sea la de la
salida de los limpiadores a la terraza dispuestos a comenzar el trabajo sucio de tapar el
núcleo expuesto. Ahí se puede ver una reminiscencia clara de ciertas estrategias más
propias del documental, lo que coloca al espectador donde este quiere estar: dentro de la
acción.
Distopía histórica
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Entre los elementos más citados por la crítica cinéfila a la serie, aparece el uso que ésta
hace de literatura especializada para la construcción de la historia. Una de las obras de
referencia fue la de la escritora Svetlana Alexiévich. La misma se cuela en la ficción de HBO
en aspectos estructurales y en algunos insertos llevados adelante por personajes, a veces,
prototípicos. La novela cuece una historia a fuerza de reunión de los silenciados, las voces
de los supervivientes narran los sucesos formando un mosaico, tan brillante como la cúpula
bulbiforme de la catedral de San Basilio. La serie reduce el desfasaje temporal del juego
literario a un realismo más pragmático. Es decir, en la literatura el lector construye a partir de
las voces, en la serie las voces ya están construidas.
La estrategia para inclinar el contenido hacia una apariencia objetiva es netamente formal. Lo
ejemplifican el trabajo de investigación histórica y el esfuerzo técnico por la reconstrucción de
los escenarios, la puesta en escena.
El reloj del montaje acompasado sutilmente se apura a ordenar los hechos: quién muere por
la verdad, quién mata por el comité central. Establece veracidades narrativas por medio de la
didáctica expuesta por los científicos en torno a los hechos, y el orden y efecto que produce
esa información vía montaje.
La virtud del enemigo es su profesionalismo elevado. HBO y Sky hacen con Chernobyl una
demostración concreta del funcionamiento de la inteligencia burguesa a nivel global. Hace ya
una década al menos la narrativa distópica vuelve a tener una vigencia, que, al día de hoy, es
casi insoportable. Ameritaría un análisis pormenorizado citar y catalogar todas las
producciones atrapadas bajo esta estructura de forma y contenido. La astucia de la
hermandad anglosajona estriba en que percibieron un nicho vacío, una (otra) forma de
actualizar la desvaída idea de fin del mundo: ponerla en un particular contexto histórico.
Porque hasta aquí la(s) distopía, en su mayoría, provenía de sociedades capitalistas, pero
sin hacer uso concreto del tiempo y del espacio, mucho menos de las relaciones sociales que
estructuran la realidad en foco. Ni The Walking Dead, ni The 100, ni Black Mirror. Todas eran,
hasta Chernobyl, historias en abstracto que uno podía suponer como continuación de la era
de la acumulación capitalista, pero que no se presentaban como tales. Quiere decir que el
capital para criticarse no habla de sí, sino de algunas deformidades de un posible futuro de
sí. Mientras tanto para criticar a su enemigo hace uso de toda una batería formal, y de
contenido, real. Con anclaje concreto en la historia concreta.
Soviet más electricidad se recordaría, si fuera por HBO y Sky, como una formula incompleta
a la que falta el signo igual y seguido a este “desastre ecológico mundial”. Por eso obvia las
determinaciones que llevan a la URSS y a muchos países capitalistas también, a emprender
la guerra de la energía atómica: la cuestión del petróleo durante la década del 70 como
eslabón de una cadena que tensa el capital. Por eso también obvia que el pueblo
desgraciado que alojaba la planta nuclear, Prypiat, era hasta ese 26 de abril a la hora
señalada una ciudad modelo, científica y socialmente hablando construida por generaciones
de obreros formados en la Unión Soviética. Por eso además se centra en la recapitulación de
golpes bajos: es obsceno que pongan a un militar soviético a llorar por matar perros
radioactivos y a darse una panzada mientras cuenta los soldados enemigos que asesinó en
su vida. ¿Más? Sí. La atracción que genera la obra se basa en la lógica de la identificación. Y
toda esa identificación recae en la construcción decididamente arquetípica del bien y el mal.
Valery, Lyudmila, Vasili, Ulana, hasta Boris Scherbina, terminan haciendo el bien. También los
mineros, los bio robots, los soldados que colaboran en la evacuación. Es decir, se preocupa
en mostrar al proletariado soviético como individuos de buen corazón, a los hombres de
estado como criminales a sueldo, y a ocultar la dinámica de esa particular sociedad por
medio de escenificaciones en las que buenos y malos chocan abruptamente.
“Chernobyl” no habla de la verdad porque no habla de las relaciones sociales, sino de las
relaciones entre individuos velados por una construcción arquetípica, transformados en
verdaderos personajes. “Chernobyl” es elegido por HBO-Sky, frente a tantos crímenes del
capital, en un ejercicio de auto conservación. Si vamos a hablar de un desastre ecológico
mejor empezar por uno ocurrido en otro sistema.