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Formación y Desarrollo de La Escolástica
Formación y Desarrollo de La Escolástica
PRELIMINARES
La generación que fraguó el renacimiento carolingio y las que vinieron a continuación
(siglos VIII-IX: Alcuino, Rabano Mauro, Escoto Eriúgena…) constituyen un eslabón
decisivo en la cadena que lleva a la aparición de la escolástica propiamente dicha, como
padre de la cual suele señalarse a San Anselmo (1033-1109).
Si echamos un vistazo a la línea del tiempo para seguir la pista de lo ocurrido entre los
tiempos de Erígena y los de San Anselmo, hallamos que:
“a la muerte de Carlos el Calvo (877) se vuelve a producir un decaimiento
en el ambiente cultural que había dominado el tiempo de Carlomagno.
Acontecimientos internos y externos se conjugan para hacer de este siglo y
de gran parte del siguiente una época oscura. Surge un nuevo poder, el
feudal, que debilita el del rey. […] Señores feudales, abades, obispos:
nobleza y clero que comparten un mismo estilo feudal. Junto a esto,
invasiones normandas, de árabes, de húngaros y de mongoles se suceden
durante este siglo. ¿Qué queda del esplendor cultural del “renacimiento
carolingio”? Solo algunas escuelas monásticas, y más catedralicias,
mantienen el interés por la cultura. El año 910 se funda Cluny, auténtico
foco cultural europeo. A medida que la reforma cluniacense se va
extendiendo, asistimos a un cultivo de las artes y las ciencias ligadas a los
monasterios. Siglo, pues, [el X] de grandes sombras, disipadas por las
luces que mantienen vivo el interés cultural, filosófico y teológico”
(Cerezo, II. p. 41).
En la segunda parte del siglo X comienzan a soplar nuevos aires, que se harán
sentir con más fuerza en la centuria siguiente:
“Con la unción y coronación del emperador Otón I, por el papa Juan XII,
el año 962, en Roma, se inicia el Sacro Imperio Romano Germánico. […]
El Imperio junto con el papado […] contribuyeron a la constitución
definitiva de la cultura cristiana medieval”, Forment, p. 51.
No todo fue armonía en las relaciones del Imperio y el Papado, como se hizo
evidente en la querella de las investiduras (Canosa, 1077), y en las
contradicciones y controversias acerca del rango respectivo que correspondía a
cada uno de los dos poderes, el espiritual y el secular.
En aquel mundo, relativamente unificado bajo una cultura de inspiración cristiana,
los estudios toman el camino de su recuperación.
La atención se concentra en el trivio: predomina la gramática; aumenta el
interés por la dialéctica con la llamada Lógica vetus (Categorías de
Aristóteles, Isagoge de Porfirio, etc.).
Se perfeccionan las técnicas de razonamiento y discusión con temas
teológicos (Eucaristía, Trinidad) y de interés político (sobre el poder
secular y el eclesiástico).
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DIALÉCTICOS Y ANTIDIALÉCTICOS
La moda de la dialéctica fue propagada por profesores laicos, los “dialécticos” o
“filósofos”, que tomaron una actitud de independencia frente a la autoridad y a la
fe. Muchos aplicaron su ingenio a cuestiones intrascendentes, a veces puramente
verbales, con argumentaciones que podían caer en el sofisma. Ejemplos:
“Si un hombre lleva al mercado un puerco atado con una cuerda, ¿quién lo
lleva, el hombre o la cuerda? “Mus es un monosílabo. Pero mus (el ratón) roe el
queso. Luego un monosílabo roe el queso.” (apud Fraile, II, 1º., p. 346).
De mayor relevancia fue la aplicación de la dialéctica a temas de la fe. Tal es el
caso, por ejemplo, de Berengario (1000-1088), docente en Tours y arcediano en
Angers, quien proclamaba que la razón y la evidencia son superiores a la
autoridad. Concluyó que la presencia de Cristo en la Eucaristía es una alegoría
simbólica.
La tesis de Berengario fue rebatida por Lanfranco de Bec (1005-1089), quien, por
su parte, era también un cultivador de la dialéctica, lo cual no le impide afirmar
“que es rechazable la dialéctica, que altera los misterios de la fe. Condena, por
tanto, no su uso, sino su abuso. Considera que la dialéctica es útil, si confirma las
enseñanzas de la fe. Acepta, por tanto, la utilización del arte lógico para la mejor
comprensión de lo creído”, Forment, p. 55. Lanfranco, cluniacense, enseñó en
varias escuelas del Norte de Francia; fue arzobispo de Canterbury; san Anselmo,
que le sucedió en la sede episcopal, fue uno de sus alumnos.
El ambiente se prestaba a tomas de postura radicales a propósito de la dialéctica.
Algunos de los que objetaban su empleo “casi consideran un sacrilegio mezclar la
dialéctica profana con la explicación del cristianismo”, Fraile, II, 1º., p. 347.
El teólogo antidialéctico más representativo es san Pedro Damián (1007-1072).
Natural de Ravena, de familia muy pobre, abandonado por su madre al nacer, fue
criado por una mujer compasiva. Un hermano le enseñó a leer y escribir. Pudo
estudiar y abrió una escuela, que le permitió adquirir gran renombre. Ingresó en
un monasterio camaldulense. Fue obligado por el papa Esteban X a aceptar el
título de cardenal. Colaboró intensamente con Gregorio VII en la reforma
eclesiástica. Pedro Damián es autor de numerosas obras. Popularizó la noción de
que a la filosofía le corresponde comportarse como ancilla theologiae.
“Sus expresiones, a veces demasiado vivas contra los retóricos y dialécticos de su
tiempo, deben entenderse como la reacción de un reformador ante abusos que a veces
degeneraban en herejías”, Fraile, II, 1º., p. 348. Forment se pronuncia de manera
diferente a este respecto, ver p. 58.
Es objeto de discusión hasta qué punto el voluntarismo defendido por san Pedro Damián
implica que el principio de contradicción no vale para Dios (ver Fraile, II, 1º., p. 350;
Forment, pp. 58-59; Merino, p. 111; Canals, p. 113; Saranyana, 2003, p.139).
El concepto de Cristiandad en Pedro Damián. “Se basa en la coexistencia de los dos
poderes: el Imperio en lo temporal y el Sacerdocio en lo espiritual. Pero en caso de
conflicto debe prevalecer la autoridad del Sacerdocio” (Fraile, II, 1º., p. 350).
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EL PROBLEMA DE LOS UNIVERSALES
Por lo que respecta, para empezar, a los géneros y a las especies excusaré decir
si existen realmente o sólo son meros conceptos
y, si existen realmente, si son corpóreos o incorpóreos
y, finalmente, si existen aparte o en los objetos de los sentidos y son dependientes
de ellos,
pues estas cuestiones son ciertamente muy profundas y exigen un estudio de mayores
dimensiones. Ahora trataré de hacerte ver cómo los antiguos y, entre éstos, especialmente
los peripatéticos, tratan del modo más ajustado a la lógica sobre esto y sobre los demás
{términos} propuestos.”
PORFIRIO, ISÁGOGE,
Traducción castellana de Luis M. Valdés Villanueva
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ANTECEDENTES DEL PROBLEMA (ver Fraile, II, 1º., pp. 354-366)
“El problema de los universales, en sus múltiples aspectos –lógico, ontológico,
cosmológico, psicológico– es, expresa o implícitamente, uno de los
fundamentales con que se enfrentó desde sus comienzos la filosofía griega, bajo
las modalidades de su aplicación al problema del ser y del saber, de la realidad y
la ciencia”.
-En el platonismo, por ejemplo, “los universales no eran sólo conceptos
mentales, sino también cosas, realidades individuales existentes en un
supramundo separado.”).
Aristóteles plantea el problema desde otra perspectiva, y su elaboración
del asunto permite que se pueda considerar a los conceptos universales:
a) en sí mismos, como realidades mentales, de origen abstractivo y
del orden accidental de la cualidad; y
b) como entidades relacionales, en la doble faceta de relación de unos
con otros (aspecto lógico y científico) y de relación con las cosas
que representan (valor de verdad, objetividad del conocimiento
intelectivo, temas examinados por la crítica).
Por lo demás, las palabras, en cuanto signos representativos de los conceptos y de
las cosas son también verdaderos universales.
B. Si existen en la realidad:
3) ¿son entidades corpóreas?, o
4) ¿son entidades incorpóreas?
C. Si existen:
5) ¿están separados de las cosas sensibles?, o
6) ¿existen en las cosas sensibles?
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solución en la línea aristotélica, aunque declara que no puede decidirse entre
Platón y Aristóteles, pues el tema pertenece a una filosofía más elevada (ver
Forment, p. 43). No obstante, se puede aducir algún texto para sustentar que
Boecio parece inclinarse a la solución platónica (ver Saranyana, 2003, p. 158).
REALISTAS Y ANTIRREALISTAS
La postura realista, representada inicialmente por los llamados “doctores
antiguos”, y que contó con muchos simpatizantes en lo sucesivo, sostiene que los
universales son “cosas” (res). Sin embargo, este realismo no implica una vuelta a
las formas platónicas separadas, que siempre fueron rechazadas por los
medievales, respetuosos del ejemplarismo agustiniano.
Dentro del realismo es posible distinguir varias etapas o modalidades, que se
fueron perfilando según se profundizaba en el estudio del asunto y se iluminaban
sus distintas vertientes.
1. Realismo exagerado. Los defensores del realismo exagerado entienden
que “los géneros y especies existen como ideas ejemplares de las cosas en el
entendimiento divino. Pero además son también realidades que están en las cosas
sensibles, participadas por todas y cada una de ellas. Así, existe la humanidad, o
la naturaleza humana, participada por todos los individuos humanos”, Fraile, II,
1º., p. 368.
Con una u otra matización, adoptaron esta modalidad del realismo, entre otros,
Escoto Erígena, San Anselmo, Guillermo de Champeaux y San Buenaventura.
2. Realismo formalista. Un realismo que privilegia más el ejemplarismo, y que
llevará a una abstracción de tipo platonizante, se expresa en la fórmula que
distingue el universal ante rem, in re y post rem:
Universal ante rem (antes de la cosa ): las ideas ejemplares en la mente
divina.
Universal in re (en la cosa): las ideas o las formas unidas a la materia en
los seres corpóreos individuales.
Universal post rem (después de la cosa): las ideas o las formas despojadas
de la materia en la mente humana.
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La modalidad formalista del realismo aparece en Gilberto Porreta, San Alberto
Magno y en las primeras obras de Santo Tomás. En obras posteriores Santo Tomás
precisa la cuestión, desprendiéndose del concepto de abstracción aviceniano. (Ver
Fraile, II, 1º. p. 368, y Nota 4)
El antirrealismo, negador de que los universales sean realidades o cosas, cobra
auge dentro del ambiente propiciado por el logicismo de los dialécticos, a finales
del siglo XI, y se manifiesta en las doctrinas del verbalismo o nominalismo.
Realismo y nominalismo, junto con los supuestos en que se fundamentan y con
las conclusiones que de ellos se derivan, fueron objeto de continuada especulación
y dieron pie a sonados debates y controversias. En los últimos episodios de la
escolástica medieval, la balanza se inclinaba hacia determinadas concepciones
nominalistas. A continuación se reseña el estadio alcanzado por la controversia
sobre los universales en Roscelino, Guillermo de Champeaux y Pedro Abelardo.
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retirarse al monasterio de San Víctor. Murió como obispo de una diócesis
francesa. El pensamiento de G. de Champeaux evolucionó del ultrarrealismo
hacia posiciones menos radicales, como puede verse en la siguiente secuencia (ver
Forment, pp. 129-130):
Teoría de la identidad física: la esencia es una y la misma en todos los
individuos de cada especie y sólo se diferencian por los accidentes.
Teoría de la indiferencia: cada individuo tiene su propia esencia, la
universalidad consiste en propiedades indiferenciadas en las que coinciden
todos los individuos.
Teoría de la semejanza: existe la individualidad y una naturaleza común,
no idéntica ni indiferenciada, sino semejante.
Guillermo de Champeaux no llega a colocar el universal en los conceptos
abstractos.
“Trasladado el tema del universale in re al ámbito del universale post rem, es decir, al
campo del entendimiento y de la predicabilidad, Abelardo debía hacerse las siguientes
preguntas: ¿cuál es la razón de que ciertas predicaciones sean lógicamente aceptables y
de que otras no lo sean? ¿Por qué es gramaticalmente aceptable decir: «el hombre es una
piedra», y, en cambio, sólo es lógicamente válido: «el hombre es un animal»? Estas
observaciones darán pie a Abelardo para exponer su propia opinión.
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que se predican válidamente de muchas cosas porque hay algo común entre ellas, una
común conveniencia una «causa común», que Abelardo denominó estado. «Llamo estado
de hombre al mismo ser de hombre, que no es una cosa o realidad, y de lo que dijimos
también que era la causa común de la imposición del nombre a cada uno, en cuanto que
convienen entre sí». Abelardo comprendió que era preciso dar la vuelta al problema, y
plantearlo en primer lugar desde la perspectiva lógica: el universal es ante todo algo que
se dice de muchos (en esto tenía razón Roscelino); pero, de modo que tal predicación no
fuese totalmente arbitraria, pues ha de tener algún fundamento en la realidad misma de
las cosas: las cosas llamadas o denominadas del mismo modo lo son por tener un
«estado» común. Abelardo parece haberse acercado a la definición magistral de
«universal» que se hará clásica posteriormente: «unum in multis et de multis». Ha visto
con claridad el de multis; pero no encontró un fundamento metafísico serio al in multis.
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SAN ANSELMO DE CANTERBURY (1033/4-1109)
En 1936 se editó una obra que había dejado incompleta y era desconocida:
• De potestate et impotentia, possibilitate et impossibilitate, necessitate et libertate
[Sobre el poder y la impotencia, la posibilidad y la imposibilidad, la necesidad y
la libertad], ver Forment, p. 65.
Otros escritos:
• 22 Oraciones y Meditaciones.
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• 143 Cartas.
O PRESUPUESTOS:
o La Sagrada Escritura tiene en sí una intrínseca racionalidad.
o La razón humana puede reconocer esa racionalidad.
o La razón humana no siempre puede demostrar dicha racionalidad.
«Así como el recto orden exige que creamos los misterios de la fe cristiana
antes de tener el atrevimiento de someterlos a la discusión del raciocinio, así
también me parece una negligencia lamentable el que, después de estar
confirmados en la fe, no intentemos comprender lo que creemos.»
S. Anselmo, Cur Deus homo, apud Forment, p. 67.
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LA EXISTENCIA DE DIOS
Pruebas contenidas en el Monologion. Se consideran, en general, como pruebas a posteriori,
excepto, según algunos, la última.
1ª. PRUEBA:
Se basa en la línea ascendente de la bondad, llegando a la conclusión de “que hay algo
absolutamente bueno, grande y superior a todo lo que existe”. Como la Cuarta Vía de
santo Tomás, en embrión.
2ª. PRUEBA:
Es una variante de la anterior. Argumenta a partir de cosas más o menos grandes en el
sentido de la excelencia, y llega a la conclusión de que existe un ser supremo.
3ª. PRUEBA:
Se basa en la existencia de las cosas múltiples que no tienen el ser por sí mismas, y
exigen una causa. Es similar a la Tercera Vía de Santo Tomás.
4ª. PRUEBA:
Se basa en la jerarquía de los grados de perfección, considerados en el orden esencial.
Esta jerarquía hace concluir que existe una perfección máxima e infinita.
EL ARGUMENTO ONTOLÓGICO
San Anselmo propone en el Proslogion una quinta prueba de la existencia de Dios, que se
viene llamando, desde Kant, argumento “ontológico”. Otros prefieren llamarlo “a
simultaneo”. Este argumento se propone demostrar la existencia de Dios basándose
únicamente en su concepto.
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El argumento anselmiano fue objetado muy pronto por Gaunilón, quien alegaba que con
la misma prueba se podía concluir que existe la mayor isla posible, o sea, la isla más
grande que podemos imaginar.
LA VERDAD. LA LIBERTAD
Anselmo se esforzó por encontrar una definición unívoca de la verdad, que valiera para
todos los casos. Después de laboriosos análisis que se inician con el estudio de la verdad
en la proposición, propone su definición de la verdad como rectitud: “veritatem rerum
esse rectitudinem” (la verdad de las cosas es la rectitud).
La rectitud entitativa consiste en que la cosa sea lo que debe ser según el modelo
ejemplar de las ideas o razones eternas existentes en la mente divina. La verdad divina es
“la norma de todas las demás verdades, del deber ser o rectitud de todas las naturalezas.
[…] Toda rectitud entitativa, incluida la del entendimiento, debe entenderse como
participante de la única suprema rectitud, de una Verdad suprema, que es Dios”.
Aplicando la doctrina de la rectitud a la voluntad, san Anselmo sostiene que la libertad
consiste en “guardar la rectitud de la voluntad por la rectitud misma”.
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excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve
en pos de Él. Di, pues, alma mía, di a Dios: «Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu
rostro.»
Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo
encontrarte.
Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo
no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde
se halla esa inaccesible claridad? , ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta
ahí para verte en ella? Y luego, ¿ con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca
jamás te vi, Señor, Dios mío; no conozco tu rostro.
¿Qué hará, Altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor,
ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, tu rostro está muy lejos de él.
Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora
dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro.
Señor, Tú eres mi Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado,
me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste, en fin,
para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado.
Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de
nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz
nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros?
Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu
presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten piedad de nuestros
trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos.
Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a
menos que Tú me enseñes, y no puedo encontrarte si Tú no te manifiestas. Deseando te
buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré.
Extraído de: www.corazones.org
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alcanzar aquello para lo cual fue creado. Para lograrlo, antes de pedir el necesario auxilio
divino, propone algunas condiciones previas, diez en total, señaladas por verbos en modo
imperativo: fuge, absconde, abiice, postpone, vaca, requiesce, intra, exclude, quære, para
finalizar repitiendo dos veces, dic, dic. Esquemáticamente:
Lecturas recomendadas:
-Proemio y capítulos 1-4 del Proslogion, en Canals,2002, pp. 63-68.
-Selecciones del Monologio y del Proslogio en Fernández, II, pp. 45-77.
Abelardo es conocido:
Por su teoría de los universales, tradicionalmente llamada “conceptualismo”.
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Por su contribución al desarrollo del método escolástico a través de la presentación de
sentencias opuestas que debían ser analizadas.
Por atribuir valor exclusivo a la intención en la determinación del obrar ético.
Para los amantes de la literatura, y en general para el gran público, Abelardo es conocido, sobre
todo, como autor de una autobiografía titulada Historia calamitatum mearum (Historia de mis
calamidades), donde describe su trágico amor por Eloísa y expone su concepción del amor
cortesano, regido por un código en el que predomina el sentimiento. Se ha discutido la
autenticidad de la obra.
ESCRITOS DE ABELARDO
-Theologia Summi Boni. -Introductio in Theologiam. -Sic et Non.
-Ethica seu Scito te ipsum. -Logica “Ingredientibus”. Etc.
BALANCE
“Abelardo representa un avance en la delimitación del ámbito propio de la razón. Sin embargo,
no planteó tampoco el problema de la delimitación entre la Filosofía y la Teología, aunque insistió
en el espíritu crítico y analizador de la Filosofía, que legó al siglo siguiente. Aunque sus
adversarios tampoco habían resuelto el problema de la distinción y conexión entre ambas
ciencias, no pueden ser acusados, por el contrario, de antirracionalistas. San Bernardo, desde la
mística, adoptó, frente a la obra de Abelardo, que no tiene la profundidad espiritual de la obra
bernardiana, una actitud parecida a la de san Pedro Damián, en el siglo anterior, ante los
dialécticos”, Forment, p. 134.
LA ESCUELA DE CHARTRES
Fue fundada en 990 por el obispo san Fulberto, discípulo de Gerberto de Aurillac. Bernardo de
Chartres (m. 1124) dio a la escuela sus características distintivas: interés por las ciencias
(quadrivium, medicina, ciencias de la naturaleza), humanismo literario y platonismo. Conocieron
un fragmento del Timeo. Estudiaron la llamada “logica nova”, o sea, partes del Órganon de
Aristóteles desconocidas en las escuelas medievales hasta esta época (Primeros y Segundos
Analíticos, Tópicos, Argumentos Sofísticos). Máximo esplendor de la Escuela de Chartres:
primera mitad del siglo XII. Se eclipsa con la fundación y desarrollo de la Universidad de París.
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En su doctrina sobre el conocimiento, sostiene el ejemplarismo agustiniano, que conlleva un
trasfondo platónico. No obstante, en la controversia sobre los universales le da la preferencia a
Aristóteles: “Aunque Platón tenga consigo una gran multitud de filósofos y cuente con el
asentimiento tanto de Agustín como de otros muchos de los nuestros, en la afirmación de las
ideas, no seguimos, sin embargo, su dogma en la disputa de los universales, porque allí
proclamamos como principal a Aristóteles, príncipe de los peripatéticos”, Metalogicon, apud
Forment, pp. 125-126.
Es el representante más característico del realismo moderado de corte aristotélico, que se iba
abriendo paso por entonces. Véase la siguiente exposición, Saranyana, 2001, p. 51:
“Los conceptos universales se abstraen de los singulares. En cuanto conceptos
universales son algo, tienen realidad. ¿Cuál es su realidad? ¿Son substancias? No,
porque entonces caeríamos en el platonismo, postulando un universale ante rem, de
cuya existencia no puede darse demostración convincente. Luego, si los conceptos
universales no son substancias, deben ser accidentes. ¿Qué tipo de accidentes? Son
cualidades de la mente elaboradas por ella misma. La combinación de los universales da
lugar a la ciencia, que es otro accidente de la mente, una cualidad que denominamos
habitus”.
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Descartes. 2ª. Por la contingencia de los seres. 3ª. Basada en la existencia de la Providencia
divina, como causa del orden y el crecimiento armónico de las cosas; es una prueba teleológica.
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