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PURIFICACIONES
DE LA PIEDAD
Diciembre 8 de 1900.
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R V B E I^ DARÍO
que ha querido irse del mundo al estar a las puertas
de la miseria. Este hombre, este poeta, dotado de
maravillosos dones de arte, ha tenido en su corla
vida sobre la tierra los mayores triunfos ^víz un ar-
tista pueda desear, y las más horribles desgracias
-que un espíritu puede resistir. Inglaterra y los Esta-
dos Unidos le vieron victorioso, ganando enormes
cantidades con sus escritos y piezas teatrales; la
fashion fué suya durante un tiempo; el renombre y
la posición de que hoy disfruta Rudyard Kipling son
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PEREGRINAC IONES
alabanza de cosas tenidas por infames, el brumnielis-
mo exagerado, el querer a toda cosía épater les
bourgeois - ¡y qué bourgeois, los de ía incompara-
ble Albión!— el tomar las ideas primordiales como
asunto comediablc, el salirse del mundo en que se
vive rozando ásperamente a ese mismo mundo que
no perdonará ni la ofensa ni la burla, el confundir la
nobleza del arte con la parada caprichosa, a pesar
de un inmenso talento, a pesar de un temperamento
exquisito, a pesar de todas las veníalas de su buena
suerte, le hizo bajar hasta la vergüenza, hasta la
cárcel, hasta la miseria, hasta la muerte. Y él no
compredió sino muy tarde que los dones sagrados
de lo invisible son depósitos que hay que saber
guardar, fortunas que hay que saber emplear, altas
misiones que hay que saber cumplir.
Luego vino el escándalo de un proceso célebre,
que empezó con muchas risas y acabó con mucho
crujir de dientes, en un suplicio inquisitorial que no
hacía por cierto honor al sistema penitenciario in-
glés, y que conmovió a todos los hombres de buen
corazón y principalmente a los aríisías.
¡Y luego vino algo peor! La cobardía de sus ami-
gos y colegas, que olvidando íoda piedad, se ñleja-
ron en absoluto de él, como de un leproso, no le lle-
varon ningún consuelo a sus negras horas de pri-
sión, de horrible prisión, a donde tan solamente le
veían en días excepcionales su mujer, sus hijos y
uno o dos compañeros caritativos. ¿En dónde esta-
ban los que le pedían dinero prestado, los que se re-
godeaban en su yate CJair de lune^ los que juraban
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por él en los días de éxitos y de rentas fabulosas,
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íorcs y hombres de prensa, entre los cuales Henry
de Brouchard, el vizconde de Croze y Rrnesto La-
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