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COMO SE VIVE Y SE VE EL CONFLITO

En este ensayo lo que quiero resaltar en como como se vive el conflito en nuestro
Pais, ya que pais somos todos pero pocos nos damos cuenta que el gobierno an
dejado atrás a muchos campesinos los cuales cultivan la tierra para poder
sobrevivir y dar el fruto a los que estamos en las ciudades y los cuales tuvieron
que huir de sus pueblos por el conflicto colombiano esto se repiten una y otra vez,
vemos tambien que algunos que no quisieron salir corriendo y dejar lo unico que
tenian por que se aferraban a que “Es mejor morir en nuestra tierra que vivir de rodillas en las
ciudades”. Y es la triste realidad por que la vida en la ciudad en dificil tener una
estabilidad economica y poder susistir, Algunos han regresado tras la firma del
cese del fuego bilateral y definitivo entre el Estado y las FARC de 2016. Otros lo hicieron antes
de esa fecha, a lo largo de los últimos años, a medida que sus zonas se fueron
apaciguando; o arriesgando el tipo cuando no soportaban más la vida urbana. Son
más de seis millones los desplazados que dejó la guerra. No todos volverán.
Después de más de medio siglo de disputa, Colombia se enfrenta a mil retos:
frenar la violencia y el narcotráfico, la reparación de las víctimas, la reintegración
de los exguerrilleros, la vuelta a una vida normal. O su comienzo. Pero existen aún
más oportunidades. No se puede hablar de paz completa. Aunque la principal
guerrilla, las FARC, entregó las armas con la supervisión de la ONU el pasado junio, todavía
quedan insurgentes que se resisten a dejar la lucha; y otro grupo, el Ejército de
Liberación Nacional (ELN), sigue activo, aunque acaba de firmar un alto el fuego bilateral.
“La paz tiene tantos significados como personas hay en un país. Para alguien de
ciudad, será que no le roben el celular. Para una familia en zona de conflicto, que
vive en una choza con el piso de tierra, sin agua, sin luz, sin escuela para sus
hijos, es poder sobrevivir sin que los maten ni violen”reflexiona Frank Pearl, quien
fuera negociador plenipotenciario del Gobierno con la guerrilla.

Lo cierto es que desde hace más de un año en Colombia nadie ha muerto por balas de las FARC o del
Ejército.El hospital militar de Bogotá está vacío. No hay nuevas mujeres violadas
por la guerrilla, los paramilitares o los soldados. Eso no quiere decir que todos los
problemas subyacentes se hayan resuelto de la noche a la mañana, ni que
aquellos lugares más castigados se hayan recuperado de repente. Se puede ver
en Montes de María, departamento de Bolívar, una de las zonas más castigadas
entre finales de los noventa y los primeros años de este siglo. “La idea es
recuperar aquí la vida que teníamos hace 20 años, libre de violencia; donde había
festivales, concursos, fiestas; donde la gente se movilizaba en medio de la
montaña y ni los perros le ladraban a uno porque eran amigos. Hoy en día no, hoy
uno tiene miedo hasta de la sombra”, se queja Pedro de la Rosa, miembro del
espacio de Organizaciones de Población Desplazada de Montes de María.
Allí se produjeron algunas de las masacres más crueles, como la de El Salado, un
pequeño pueblo que fue cercado durante dos días por los paramilitares. Con la
connivencia del Ejército colombiano asesinaron a más de 60 personas, y
torturaron y violaron a quienes consideraban oportuno, so pretexto de ser
colaboradores de la guerrilla. Los habitantes que van retornando y los que se
quedaron tratan de hacer una vida normal, aunque no siempre es fácil. El riesgo
de caer en el consumo de droga o en la delincuencia es alto entre los más jóvenes
en una tierra de oportunidades limitadas.

En ella, las mujeres, doblemente victimizadas por el contexto machista en el que


viven, tratan de salir adelante, ganarse la independencia económica de sus
maridos o, en los peores casos, reponerse de las terribles heridas dejadas por
aquellos combatientes que usaban su cuerpo como arma de guerra para sembrar
el miedo. “Tanto la guerrilla como la fuerza pública han sido perpetradores de
violencia sexual. Las víctimas solo empiezan a hablar después de años, con
afectación postraumática permanente, secuelas en la salud reproductiva y
también sociales que todavía no han sido dimensionadas: todas estas mujeres
que vieron obstruidos sus proyectos de vida podían haber tenido un rol en la
sociedad”, apunta Linda María Cabrera, subdirectora de la corporación Sisma Mujer.
Para muchos, los Montes de María siguen siendo sinónimo de barbarie y miedo,
aunque la violencia fuera decreciendo desde finales de la década pasada. Pero no
hasta llegar a cero. Ni siquiera tras el alto el fuego. Porque aunque el país está
lejos de ser lo que fue en los años noventa, y aunque en 2016 registró la tasa de homicidios
más baja de los últimos 42 años, todavía asciende a más de 24 por cada 100.000
habitantes, entre las 25 más altas del mundo. “En Colombia hay muchos tipos de
violencia: familiar, intrafamiliar, callejera, delincuencial, el problema del
narcotráfico... Todo esto hay que transformarlo. El país tiene nueve millones de
víctimas, se dice de forma muy simple que a causa del conflicto, pero eso está
ligado a un proceso económico. Ha habido disputas grandes por la tierra, por los
recursos naturales. El uso de las armas no se hace sin factores
económicos”, argumenta Luis Ignacio Sandoval, miembro de la dirección de Redepaz y
del Consejo Nacional de la Paz.
Jairo Barreto, uno de los representantes campesinos que participó en las
negociaciones de la Habana —y que concluyeron con la firma de la paz—, fue
amenazado “nada más aterrizar”. Uno de los grandes problemas que
desencadenó esta guerra fueron las tierras, algo que todavía no se ha resuelto. El
propio Gobierno calcula que los campesinos fueron despojados de 8,3 millones de hectáreas. Fueron
a parar manos de grandes empresarios que compraron, generalmente a muy
buen precio, a medida que los lugareños se veían obligados a abandonar sus
casas. Barreto cuenta cómo era este proceso: “Ha habido toda una estrategia de
intimidación. Iban, ubicaban a una persona que estaba en una ciudad pasando
hambre, le ofrecían una suma que nunca antes habían contado y vendía. Pero
había campesinos resistentes. A ellos les empezaban a comprar alrededor,
cerraban los caminos de servidumbre, por donde pasaban; el pozo, que era
comunitario, se convertía en propiedad privada. Les iban cortando el agua, la
movilidad y se veían obligados a vender al precio que fuera”. La solución, en su
opinión, pasa porque el Estado compre tierras o se las quite de alguna forma a
quienes ahora las poseen para repartirlas entre los agricultores. Pero no es la
única. Frank Pearl propone usar millones de hectáreas que podrían ser productivas
y hoy en día no se usan. “Colombia no tiene problema de escasez de terreno”,
sentencia.

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