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La instrumentalidad como categoría hegemónica en el siglo XX

A partir de mediados del siglo XX, con el desencadenamiento de catástrofes de


carácter mundial, tales como el genocidio de Auschwitz, los Gulágs rusos o las bombas
atómicas de Hiroshima y Nagasaki, la racionalidad moderna se convirtió en el centro de
la reflexión filosófica y antropológico-axiológica. Esto se explica por el hecho de que lo
que estaba en juego, sin duda, era la cuestión del hombre como único responsable de las
atrocidades perpetradas contra otros individuos de su misma especie, en aras de un
progreso de la humanidad y de una razón que se pretendía universal, pero que no trajo
sino muerte y miseria y que desnudó las desigualdades más extremas.

En este sentido, es dable comprender que la categoría interpelada haya sido la


racionalidad y, fundamentalmente, en su aspecto instrumental, es decir, en aquel modo
de racionalidad que se ocupa de ordenar, categorizar y sistematizar aquellos medios que
sirven para determinados propósitos, tal como lo definiera Horkheimer en su Crítica de
la razón instrumental (1969, p. 15). Este autor se inscribe en la corriente de
pensamiento que luego se conoció bajo el nombre de Escuela de Frankfurt o Teoría
Crítica. Entre los autores que conforman la primera generación de dicha escuela
podemos mencionar, además de Horkheimer, a Walter Benjamin, Theodor Adorno y
Herbert Marcuse.

El apelativo ‘crítico’ que recibe dicha teoría remite al hecho de que aquello que
impulsa su reflexión es la noción de razón, pero tal como ella fue comprendida en la
Modernidad, máxime en la Ilustración, es decir, una razón absoluta, universal, solipsista
y monológica. En contraposición a esta razón, la Teoría Crítica postula la existencia de
modos de racionalidad. Por esta razón, Horkheimer distingue en la obra citada entre
razón subjetiva -la mentada razón instrumental- y razón objetiva (1969, p. 17).

Hecha esta distinción, la tesis fundamental del autor consiste en que, con el
advenimiento de la Ilustración, en la que triunfa la razón por sobre la religión, comienza
a imponerse paulatinamente, la razón subjetiva. Esto significa que, pese a que en un
principio el racionalismo ilustrado haya intentado dar cuenta de un sistema
omniabarcante en el que se hallaran contenidas determinaciones objetivas en relación
con el hombre (1969, p 25), poco a poco este planteo “objetivista” empieza a perder
peso y la razón se formaliza.
Con ello, dicha razón deviene vacía de contenido, por lo cual, pasa a convertirse en
un mero instrumento utilizado para calcular y adecuar los medios más idóneos en orden
a alcanzar ciertos fines. Además, estos fines no pueden ser más racionales que otros,
pues solamente sirven a un individuo en particular y ya no existe realidad objetiva con
la cual vincularlos. Este es el triunfo de la doctrina liberal en el sentido común, del
utilitarismo más burdo que suprime toda mediación y que lo cosifica todo. Todo ello,
revestido de una pretendida justificación filosófica que va a recibir el nombre de
pragmatismo.

Este modo de racionalidad, afirma Horkheimer: “se somete a todo […] es


proveedora tanto de la ideología de la reacción y el provecho como de la ideología del
progreso y la revolución” (1969, p. 36). En este sentido, habiendo comprendido qué es
la racionalidad subjetivo-instrumental, resulta claro cómo pudieron perpetrarse en el s.
XX (e incluso en siglos anteriores, verbigracia, la esclavitud), en nombre de la razón o
de cualquier tipo de ideología, semejantes atrocidades.

Sin embargo,

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