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ELLA VINO

Las buenas mañanas deberían oler a guayaba fresca.

Hace aproximadamente un año me junté con un muchacho de buena familia y todo, pero muy
vago el hombre; así que así, nos fuimos a vivir a otra ciudad lejos de lo frío y pusimos una
tienda para tener que comer; hasta ahí todo bien. Los problemas empezaron a surgir en cuanto
todo nos empezó a faltar y ya no veíamos la carne si no cuando los moscos caían a la sopa.

Poco a poco éste hombrecillo empezó a coger malos hábitos, acudía a la cantina para
embriagarse hasta perder memoria. Un buen día tuve que tomar una decisión: Por un lado,
era regresarme a mi ciudad y por otro seguir soportando e irme de aguante. Creí que la
primera opción no era la más viable, pues, en mi casa ni siquiera tenía una cama propia para
dormir. Entonces, decidí quedarme con él.

Una mañana de sábado me arreglé y salí a comprar mercancía para surtir la tienda. De repente
entre compra y compra sentí que alguien me observaba. Ella se aproximó.

–Buenas tardes –dijo la chica viéndome de pies a cabeza.

–Hola, ¿la conozco? –le dije un poco extrañada.

–Perdón, no sé si me haya visto antes, soy la que entrega los dulcecitos de guayaba en las
tiendas.

–Discúlpeme no recuerdo haberla visto ¿cuándo pasa por mi casa? quizá y me convierta en
su clienta.

–Claro, siempre paso los martes en la mañana.

–Le tendré en cuenta. Adiós.

–Adiós.

Aquel día llegué a la casa y como era de suponerse no había nadie. Me puse a organizar lo
que había llevado y recordé que al día siguiente don alcohol cumplía años, vacilé pensando
en si le organizaba algo o no y al final decidí que sí; me puse a contactar a todos los amigos
y los invité para celebrar ahí mismo en la casa. Al mismo tiempo que acabé de llamar a los
invitados, la puerta sonó y Alberto llegó con su olor característico a licor barato.
–Hola mi amorcito.

–Vaya acuéstese mejor –le dije con rabia y resignación.

Tomando en cuenta su borrachera, pensé en fingir que me olvidaría de su cumpleaños. Así,


al siguiente día salí a comprar una torta, cosa en la que intencionalmente me iba a demorar
toda la tarde a propósito de que se imaginara el olvido. Bueno, llegué a la panadería y un
rostro conocido me saludó, era la chica de los dulces.

–Hola

–Hola. ¿Tienes tortas frías?

–Sí, tenemos de distintos precios, ésta es para veinte personas, ésta otra para quince…

El olor que emanaba del ambiente era una rica mezcla entre guayaba y pan recién hecho, su
melena sin una sola horquilla brillaba como cabello de estilista fina y sus ojos eran tan
expresivos que me hacía sentir como clienta recurrente ahí.

–¡Ey! ¿está bien? –Replicó la chica con preocupación.

–Eh sí, la de 20 –le dije rápidamente.

–Entonces, apenas llegue a su casa por favor la mete en la nevera. ¿Quiere qué escriba algo
en la tarjeta?

–Bueno, póngale… Alberto: Para que no digas que no me acuerdo de ti.

Recibí la caja y me fui. En cuanto llegué, me aseguré de no mostrar la torta, estaba Alberto
recostado y con rostro de enojo.

–Ya vengo – dijo buscando entre la ropa una camisa.

–Pero, ¿vuelves? –Le pregunté.

–¿Para qué?

– Es que pensé en celebrar tu cumpleaños con nuestros amigos. Dime si vienes o no.

–Ajá, yo vengo temprano.


En cuanto él salió, me puse a arreglar la casa y a limpiarla. Los invitados empezaron a llegar
y como conocían al cumpleañero sus regalos hicieron parecer una cantina nuestra casa. Todo
estaba pasando muy rápido, estaba anocheciendo y el cumpleañero no llegaba.

–Mija, ¿si viene Alberto? – me dijo doña Rosa.

–Pues si no viene, esto no se va a desperdiciar. –le contesté de manera jocosa.

–Claro, ya es como tarde.

Ella que acababa de pronunciar el mal augurio y golpearon la puerta.

–Alberto tiene llaves, quién será…

–Buenas noches, ¿cómo está?

Mi rostro sorprendido no recibió bien a la chica. Pues por un momento pensé que Alberto
había estado con esa mujer y que no sé cómo, iba a salir de detrás de ella borracho.

–Hola, que pena el atrevimiento, le explico, yo fui amiga en el colegio de Alberto y como
usted fue por el pastel a la panadería donde yo trabajo, supuse que podía venir a visitarlo, por
lo de su cumpleaños y todo. Espero no le moleste,

–Les traje un vino.

En realidad, yo no sabía que pensar, pero solo sabía que ella había sido muy amable conmigo
y yo no lo estaba siendo.

–Sigue.

Llegando a la sala, la gente se le quedó mirando; entonces, para evitar preguntas la presenté
y les dije que era una amiga de la familia. Ella se me sonrió y dijo alegremente:

–Yo traje el vino.

–Buena manera de hacer amigos –le dije echando una carcajada al aire.

Como anfitriona del jolgorio y a razón de que los invitados ya habían esperado muchísimo
rato, les comenté que si les parecía justo qué empezáramos la fiestecilla antes de lo acordado
y que cuando llegara Alberto seguíamos con la cantada y el pastel. Todos estuvieron de
acuerdo y empezamos con la música. La gente empezó a bailar, a beber y al poco rato ya se
habían olvidado el propósito del encuentro y el porqué de la torta. El tiempo transcurrió y me
resigné a esperarlo, su amiga no parecía impaciente por verlo, pues, ya en ese entonces había
hablado con todos; pero eso sí, sin bailar ni una sola pieza con nadie. Al cabo de unos minutos
me sostuvo la mirada y vino hacia mí.

–¿Bailas?

–Eh si, un poco. ¿Tú bailas?

Ella mostro una sutil sonrisa diciéndome:

–¡No!, me refiero a que si bailamos, tú y yo…

Confieso que yo no tenía ninguna buena razón para no bailar con ella; salí y bailamos muchas
piezas más después; pasamos toda la noche conversando, tanto que me acorde de los tiempos
buenos cuando las vecinas iban a mi casa de visita. Armonicé tan bien con ella que se quedó
hasta la madrugada.

Cuando ya se había acabado todo, sólo el olor a licor había cumplido. Tomamos mucho, me
la había pasado muy bien. Fui a la cama y sentí a Alberto abrazarme, pero no como cuando
llegamos aquí al pueblo, lo sentí como cuando apenas empezamos a tener una relación. Fue
un recuerdo que nos hizo querer besarnos. Hace demasiado tiempo no sentía ese amor de
principio…

Unas horas después desperté –el sonido de la puerta abriéndose me asustó– ya era medio día
y el sol estaba acorde con mi ánimo. Palpitando alegremente.

Yo estaba sola en la cama, me imaginé que era Alberto que venía de comprar algo. Esperé
sentada en la cama y él me miro cabizbajo.

–¿Qué pasó?, ¿de dónde vienes?, ¿por qué tienes esa cara?

–Perdón mi amorcito, yo quise venir anoche, pero es que unos amigos…

Alberto acongojado se sentó en la cama, levantó las cobijas dispuesto a acostarse y dijo:

–Amorcito, ¿Por qué toda la cama huele a dulce de guayaba?

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