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Ligar en tiempos modernos

La tecnología ha revolucionado el arte de la seducción. Las aplicaciones móviles, con


Tinder a la cabeza, son el nuevo terreno de juego para la búsqueda de sexo y relaciones

Virginia Collera

 Twitter

28 OCT 2015 - 00:00 CET

Es un juego con recompensa”. “La experiencia es similar a la de ir a una tienda de


pinturas a elegir colores”. “Abres la aplicación, miras las fotos y decides: esta sí, esta
no. Te sientes Dios”. “Es marketing puro y duro: pones tus mejores fotos para
venderte”. “Es entretenido, divertido, emocionante”. “Mi sensación es que es
Sodoma y Gomorra”. “Quedar es muy fácil. Follar es muy fácil. La gente está
predispuesta. Los chicos y las chicas”. “Es tan fácil estable cer relación que, si no va
bien, buscas otra”. “Es una forma alternativa de conocer gente”. “Es sile, nole. Es
brillante”.

Cada vez hay más solteros. En España, el INE registró el año pasado 4,4 millones de hogares
unipersonales. Y la tendencia no parece que vaya a remitir. Además, los españoles son
líderes europeos en uso de smartphones: el 81% de los móviles son inteligentes, según un
informe de la Fundación Telefónica. Internet –entre otras muchas cosas– ha facilitado que
oferta y demanda se encuentren sin necesidad de intermediarios: compramos en eBay,
buscamos alojamiento en Airbnb y ligamos a través Tinder, Happn, Badoo o AdoptaUnTío.

La gente ya no cree en
el ‘ para toda la vida’ y busca lo práctico. Ahí entran las aplicaciones”

Grindr fue la pionera. Su fundador, Joel Simkhai, llevaba tiempo buscando una solución: él
era gay, y siempre se preguntaba quiénes a su alrededor también lo eran. Había recurrido
a webs para conocer chicos, pero sin resultados satisfactorios. En 2009 lanzó Grindr, una
aplicación geolocalizada que permite, de un vistazo, ver perfiles de otros gais en la misma
zona del usuario. Hoy la utilizan a diario más de dos millones de homosexuales en todo el
mundo, desde Estados Unidos y España –su sexto mercado– hasta Irak o Ghana. Y Tinder,
nacida en 2012, es la responsable de la popularización de las apps para ligar. Ninguna otra
crece tan rápido. En 2010, plataformas como Badoo o AdoptaUnTío acomodaron
sus sites al smartphone, pero no dieron con el eureka de Tinder. Fundamentalmente
dirigida a un público heterosexual, la clave de su éxito es la sencillez: solo hay que
registrarse con el perfil de Facebook, seleccionar unas cuantas fotos, determinar el radio
de descubrimiento, el sexo y el rango de edad de los chicos o chicas a los que se quiere
conocer, y empezar a mirar fotos. Sí. No. Sí. No. Con el movimiento de un dedo. Si se desliza
a la derecha, te gusta. A la izquierda, no te gusta. Si la atracción es mutua, hay una
coincidencia y se puede empezar a hablar. En España, según datos facilitados por Tinder, se
producen 15 millones de movimientos dactilares (swipes, en inglés) al día.
La appestadounidense, que opera en 196 países y está disponible en 30 idiomas, no
proporciona cifras de usuarios, pero presume de haber superado los mil millones de
coincidencias en su breve historia. Es la aplicación de la que habla todo el mundo. Un filón
para monologuistas.

A finales de los noventa y principios de los 2000 surgieron webs de contactos como Meetic,
Match, OkCupid o eDarling que, basándose en exhaustivos cuestionarios y algoritmos de
recomendación, proponían personas compatibles con sus usuarios y permitían navegar
entre montones de perfiles. Estas representan el modelo tradicional: el del agente
inmobiliario con experiencia y profesionalidad como avales. En Estados Unidos, las
plataformas de datingganarán mil millones de euros –las apps, 550 millones– en 2015,
según previsiones de la firma IBISWorld. En España los datos escasean y para encontrar una
referencia del sector hay que remontarse a abril de 2012: en la presentación de su versión
española, AdoptaUnTío valoraba el mercado en 40 millones de euros y destacaba su
“importante potencial de crecimiento”.

El nuevo modelo está liderado por las aplicaciones concebidas para el smartphone y, por
tanto, fáciles de utilizar. Ahora el cliente va solo al supermercado: busca, compara y elige.
La crítica recurrente a Tinder es su superficialidad. Unas cuantas fotos, la edad, una
descripción de 500 caracteres –opcional– y una serie de intereses no bastan para tomar
una decisión informada. “Es la vida real, pero mejor”, defienden sus fundadores. Sus perfiles
proceden de Facebook, lo cual garantiza una cierta autenticidad, y además, como apuntaba
Eli J. Finkel, psicólogo de la Universidad Northwestern de Illinois y estudioso de la evolución
de las citas online en The New York Times, Tinder se basa en la imagen, pero nosotros
también: siempre hemos ligado con el que nos entraba por el ojo.

“Encuentra a quien te has cruzado”. Ese es el eslogan de Happn, aplicación que ya suma
más de 350.000 usuarios registrados en España. Es la favorita de Pablo, informático de 24
años. “A veces voy por la calle y pienso: ‘A ver si por casualidad esa chica está en la app”. Él
empezó a utilizar Happn y Tinder porque sus amigos lo hacían. Sentía curiosidad. Estas
herramientas móviles han creado una audiencia completamente nueva: por primera vez
chicos y chicas de 18 y 25 años, fundamentalmente residentes en un entorno urbano, se
plantean utilizar servicios de dating.
Yago, madrileño de 44 años, separado desde hace ocho, probó sucesivamente Meetic,
Badoo y, por último, Tinder. También sentía curiosidad, pero, como suele ocurrir al usuario
habitual de los sitios de encuentros, sus oportunidades de conocer gente se habían
reducido. “Mi grupo de amigos no me aportaba nada, estaban todos emparejados, y mi
entorno laboral estaba muy condicionado por mi posición. Quería conocer gente sin
compromisos. Para tomar una cerveza. Para ir al cine. No estaba pensando ni principal ni
exclusivamente en sexo”. Conoció a su pareja actual a través de Tinder. “Ella tiene 26 años
y era reacia a utilizar este tipo de apps, pero en su caso lo hizo porque parecía que estaba
off si no tenía Tinder. Equivalía a no estar en el mundo”.

Torso desnudo, a la izquierda. Haciendo surf, a la derecha. Con perrito, a la izquierda. Con
la ex cortada de la foto, a la izquierda. Con cinco amigos, a la izquierda. Con barba, a la
derecha. Hiperguaperas, a la izquierda”. Tras la criba, a María, periodista de 32 años, le
quedaron 220 coincidencias. Ella buscaba una relación y se puso un límite: tendría 10 citas,
y si nada prosperaba, abandonaría Tinder y Happn. Pero rectificó. “Puedo haber quedado
con 15, quizás alguno más, y repetido con 4”. Adicta al trabajo, al principio siempre quedaba
a tomar algo cerca de su casa. Hasta que se aburrió y cambió de estrategia. “Siempre era la
misma situación, las mismas preguntas, así que empecé a hacer planes. A uno me lo llevé a
clase de trapecio”. Ahora ni siquiera tiene tiempo para ligar, pero se plantea volver a la
carga en primavera. “Yo he llegado a quedar con cinco chicos en una semana y media, y he
de decir que mi ratio de citas en la vida real no era así”. Es el punto fuerte de estas
aplicaciones: multiplican las oportunidades, aceleran el proceso de conocer a alguien. Hay
quienes chatean durante semanas para minimizar riesgos, otros en cambio se aventuran
tras unas horas de intercambio de mensajes. A veces sale bien, otras no tanto, pero siempre
asegura cómicas anécdotas con las que deleitar a amigos casados o en “relaciones eternas”
–les fascina este nuevo mundo, coinciden los entrevistados–. Dos hits de tertulia: la
“decepción” de Jessica (nombre supuesto), valenciana de 39 años, con David. Para ella, la
música es una línea roja: es fundamental compartir gustos. Había mucha química, pero
escuchaba Kiss FM, y cuando ella le comentó que le gustaba David Bowie, él contestó que
prefería a David Guetta. O aquella vez en la que Enrique (30 años) triunfó en Grindr con una
foto que se hizo con Manuela Carmena, actual alcaldesa de Madrid, durante la campaña de
las elecciones municipales. “Fue la época de mi vida en la que más me han escrito: decenas
de mensajes al día y la mayoría muy positivos. Solo dos me llamaron comunista… Entre otras
cosas”.

Es como si Tinder hubiera inventado


el sexo. Veo el consumo compulsivo de la novedad”

La pujanza de las aplicaciones de citas constata, en opinión de Luis Ayuso, profesor de


Sociología en la Universidad de Málaga, “una pérdida del pudor”. Nuestros abuelos se
excitaban con el cancán y los adolescentes de hoy son maestros en el arte del sexting. En
muchas ocasiones, añaden sus usuarios, también de modales. “Es muy duro: escribes a
alguien y a lo mejor la foto de perfil les gusta, pero las siguientes no, y lo normal es que no
te respondan. Hay quienes te dicen: ‘Disculpa, no es lo que me esperaba’, pero no es lo
habitual”, cuenta Enrique. Él lo primero que hizo cuando estrenó su smartphone fue
descargarse Grindr, pero ahora lleva cuatro meses sin utilizarla. “Si tienes tendencia a la
baja autoestima, es un círculo vicioso: llegas a casa y echas la red. Hubo una tarde que me
tiré cinco horas y no quedé con nadie. Me enfadaba conmigo mismo, pero al mismo tiempo
estaba buscando que me dijeran lo bueno que estaba. A mí estas aplicaciones me minan la
autoestima: cuando las elimino me siento liberado”.

Tener una actitud más fría es parte del aprendizaje. Un signo de veteranía. “Necesitas una
vida entera. Del chat de Tinder pasas al WhatsApp y tienes esa conversación más tu grupo
de amigas, del trabajo, Instagram, Facebook. A ratos estresa”, asegura Jessica. “Al principio
me tomaba más tiempo, pero ahora voy más al grano y, si no me interesa, directamente
borro”. Eugenia, de 39 años, calcula que el 70% de sus relaciones han nacido en chats o
aplicaciones. Las cuatro últimas surgieron en Wapa, una app para lesbianas con 200.000
usuarias activas (Wapo, para chicos gais, suma casi 350.000). “Al principio era una ilusa y
me imaginaba en el altar con la chica con la que hablaba. Ahora, en cambio, soy muy
distante”, explica. “Yo, por mi personalidad, siempre he tenido miedo al rechazo, pero en
la app me da más igual”. Ella dice no, a ella le dicen no. Es parte del juego.

“Es como si no hubiese habido sexo antes de Tinder. Veo el consumo compulsivo propio de
la novedad”, resume Jessica. El año pasado presenció cómo la hija de unos amigos abría sus
regalos de Reyes. Retiraba el envoltorio, miraba el juguete unos segundos, lo apartaba y
abría el siguiente. Para ella, esa imagen podría ilustrar el “desenfreno” que propician las
aplicaciones. “Me descargué Tinder hace nueve meses porque buscaba una relación, pero
no tardé en darme cuenta de que no era el medio que pensaba y cambié el chip. He
aprendido a disfrutarlo, pero me encantaría regresar a lo tradicional. Es mucho más
interesante. Lo triste de las apps es que no te tomas el tiempo de descubrir a la otra
persona. No se da pie a profundizar”.

Paul W. Eastwick, profesor de Psicología de la Universidad de Texas, ha dedicado buena


parte de su investigación académica a entender cómo se inician las relaciones románticas y
los mecanismos psicológicos que favorecen que las parejas permanezcan unidas. “Las
aplicaciones y las webs de contactos hacen que la gente piense que tiene más opciones
románticas y hay evidencia empírica que demuestra que tardarán más en comprometerse”,
explica.

“Yo creo que sí que está cambiando nuestra forma de relacionarnos”, opina Yago,
profesional del marketingde 44 años. “Pero más en la forma que en el fondo, porque al final
se acaba quedando y es lo de siempre. Pero en este primer paso se están produciendo
cambios. Yo he tenido relaciones en las que, ante la primera crisis, una de mis respuestas
ha sido volver a mirar Tinder. Son herramientas frívolas, pero no creo que esto las inhabilite
para entablar relaciones duraderas. Una vez das con una persona con la que estás a gusto,
tiene el mismo valor que la hayas conocido en una app, en la discoteca o en un curso de
cocina”.
Enrique es menos optimista. “En Madrid y Barcelona se busca sexo. Directo e inmediato. Y
es tan fácil conseguirlo cuando quieras y con quien quieras que es imposible iniciar
relaciones. Conozco muy pocos casos de parejas que hayan salido de encuentros fortuitos
vía apps como Grindr o Wapo. La oferta es tan brutal que está todo muy devaluado”.

El pasado verano, la edición estadounidense de Vanity Fair publicó un polémico


artículo que vaticinaba el “apocalipsis” de los encuentros románticos. Y la culpa era de las
aplicaciones. De nuevo, Eastwick apela a la evidencia científica: “No está probado que la
gente sea más proclive a establecer una relación seria o esporádica en función de cómo se
conozcan. El lugar no tiene efecto alguno sobre la duración de la relación”.

María defiende que el cartel de “solo sexo” que se cuelga a Tinder es inmerecido. “Estoy
muy cansada de que la gente piense que solo es para acabar en la cama. Me dicen: ‘Si buscas
pareja, mejor métete en Meetic o eDarling’, pero yo tengo poco tiempo y no quiero rellenar
cuestionarios. Tinder es más relajado, respondes o no respondes, apareces o no apareces.
Me ha ayudado a quitarle hierro a las citas porque cuando estás soltero tienes pocas y cada
una es un mundo. Para la primera, me depilé y maquillé, lavé el coche, me puse la mejor
ropa interior. Y dos horas antes el tío me canceló. Aprendes, y a la sexta te pones rímel y a
correr. Cuanta menos importancia le das, menos te duele. No es un fracaso: es parte del
juego. Ha habido chicos que han desaparecido y otros con los que he repetido y han querido
más. En mi experiencia, también se busca pareja. Me he encontrado a muchos como
yo: workaholics con todos sus amigos casados con hijos o emparejados”, precisa.

“No está probado que la gente sea más proclive a establecer una relación seria o esporádica
en función de cómo se conozca”

En Usos amorosos de la postguerra española(Anagrama), Carmen Martín Gaite relata la


historia de una señorita, de Palencia o de Valladolid, “que le había aguantado al novio tal
cantidad de desaires y de humillaciones que nadie se explicaba cómo no lo mandaba a
paseo”. El día de la boda, tras el sí de su prometido y esperándose de ella idéntica respuesta,
espetó un rotundo “¡No, señor!”. Perpetrada la venganza, se volvió ante los allí presentes y
aclaró: “¡Y si he llegado hasta aquí es para que sepan todos ustedes que si me quedo soltera
es porque me da la gana!”. En el libro, tejido a base de hemeroteca y recuerdos personales,
Martín Gaite describió cómo éramos. Sobre todo, cómo era ser mujer en esa España. Si el
marido era infiel, que lo hiciera de tapadillo, así nada pasaba. El divorcio no existía: era cosa
de rojos. Las jovencitas que se metían a monja recibían admiración; las solteronas, piedad
y desdén. Los trabajos que alejaran a la mujer del hogar eran un “peligro disolvente”. A la
hora de casarse, se aconsejaba a las muchachas que no eligieran a un “jovencito inexperto”,
sino a un hombre “vivido”. Ellas, por supuesto, debían llegar vírgenes al matrimonio.
Sumisión y sonrisa.

Afortunadamente, esa es una cultura tradicional que vamos dejando atrás”, apunta el
profesor Ayuso. “Las nuevas generaciones de mujeres están más formadas y, por tanto, son
más abiertas. Pero además ahora tenemos a la abuela, educada para el matrimonio, que le
dice a su nieta: ‘Oye, no se te ocurra casarte, ten muchos amiguitos, pero sé siempre
independiente’. Hay un verdadero cambio social”. Sin ese paso adelante, subraya, hoy no
estaríamos hablando de aplicaciones. En Happn, que el pasado mes de junio cumplió un año
en España, el 60% son hombres y el 40% mujeres. Por edades, los solteros más activos son
los de 18 a 25 años, que representan la mitad. El 40% restante tiene entre 26 y 35, y las
franjas de 36 a 45 y mayores de 46 suman el 7% y el 3% respectivamente, según datos
facilitados por esta app francesa. En AdoptaUnTío, quizá por su política de ladies first, la
proporción se equilibra: 50-50 y las edades más comunes son las comprendidas entre los
18 y los 35 años. Un inciso: no solo hay solteros en estas plataformas. Según un estudio
reciente de GlobalWebIndex, consultora especializada en consumo digital, el 42% de los
usuarios de Tinder no lo estaban. Al menos, no sin compromiso. La aplicación reaccionó
rebajando el porcentaje: según sus datos, solo les constaba que el 1,7% estuvieran casados.
¿Cómo detectarlos? No ponen foto en sus perfiles o, si lo hacen, se cuidan de que no se les
reconozca, explican varios entrevistados. También, añaden, existe otra categoría: los que
solo se dan de alta para jugar. Una vez más, los infieles saldrían malparados de producirse
un caso de hackeo como el de Ashley Madison. Pero a los que no tienen pareja no les
preocupa en exceso ni la privacidad ni el uso que se haga de sus datos. “Todos ligamos” es
la respuesta más repetida. “Y cada vez más gente utiliza las aplicaciones para hacerlo”. No
existe el estigma que antaño se asociaba a los sitios de citas, pero los usuarios de
estas apps quieren controlar la información: en un grupo de WhatsApp de sus amigos
detallarán sus aventuras, pero en Facebook serán más cautos porque entre sus amigos está
tanto el profesor de yoga como el tío de Málaga.

“Yo creo que es precisamente el equilibrio de roles lo que ha hecho que este tipo de
herramientas hayan despegado”, señala Yago. “Estuve un par de meses en Meetic, Badoo
apenas lo utilicé y cuando llegué a Tinder me encontré con mucha más proactividad por
parte de las mujeres. Mi chica es muy joven y en su entorno de amigas de su edad, 26, 27,
28 años, utilizan Tinder para tener sexo. Ni se cuestionan que no pueda ser una vía tan
buena como cualquier otra para una relación estable, pero no tienen reparos en utilizarla
para sexo”.

Tras salir de una larga relación, Carlos, madrileño de 33 años, vivió su año “de libertinaje”.
Se dio de alta en Badoo –su red mundial supera los 267 millones de usuarios, aseguran, pero
no facilitan datos de España– y AdoptaUnTío. Esta última, de origen francés, fue la que más
utilizó porque él prefiere “dejarse querer”. En este “supermercado de las citas” son las
mujeres quienes eligen. Ellos solo pueden enviar “hechizos” para llamar su atención, pero
únicamente podrán conversar si ellas los compran. Nunca antes. “Te levantabas por la
mañana y tres chicas te habían metido en la cesta. ¡Te subía el ego y la moral!”. En total,
echa cuentas, quedó con unas 30 o 40 mujeres. “Fue una época graciosa y divertida. De no
parar”, rememora. Su semana álgida tuvo cuatro encuentros. Las de tres –con chicas
distintas– eran habituales. Su impresión es que los hombres no son los únicos cazadores.
“Quizá todavía un poco más, pero se está igualando casi al 50%”. Sí son los que, lamenta,
tienen el comportamiento más reprochable. “Me impactó que muchas chicas, al final de la
noche, me confesasen que estaban sorprendidas de que fuera un tío normal. Contaban
auténticas barbaridades”. El envío espontáneo de fotos de los genitales ya casi ha alcanzado
la categoría de chiste (de mal gusto) entre las usuarias de servicios de dating.

El amor romántico nació en el siglo XVIII en Occidente y desde entonces ha sufrido distintas
transformaciones. Si antes su máxima expresión era el matrimonio para toda la vida, ahora
lo es la monogamia sucesiva. “Los cambios son consecuencia de la tensión entre el deseo
de individualidad y el de fusión en una pareja y del ensalzamiento de la elección continua
en todos los ámbitos de esta sociedad de consumo”, afirma Jordi Roca, profesor de
Antropología de la Universidad Rovira i Virgili. “De ahí el modelo actual tan generalizado de
la sucesión de relaciones, posible gracias a la normalización del divorcio. Dicho esto, no es
el fin del matrimonio: la mayoría de personas que se divorcian reincide. Y en muchos casos
cada nueva unión es pensada y deseada como definitiva”.

A mí estas ‘apps’ me minan la autoestima. Cuando las elimino me siento liberado”

Pero si en la actualidad el matrimonio para toda la vida pierde adeptos, el ideal romántico
sigue siendo hegemónico. Y, según Roca, “contribuye en gran medida a la monogamia
sucesiva. Son tantas y tan elevadas y tan poco realistas las expectativas que transmite el
amor romántico que difícilmente puede evitarse la frustración y el desengaño tras unos
años, algunos estudios cifran un promedio de siete, de relación”.

Y Tinder y compañía son alumnos aplicados de la teoría y práctica del amor: explotan el
ideal romántico –Happn se cimienta en el amor a primera vista– y, al mismo tiempo,
satisfacen la necesidad periódica de encontrar pareja.

Entonces, ¿acabarán estas herramientas con el amor, como anticipan los agoreros? “La
tecnología no genera pautas sociales. La gente ya no cree en el ‘para toda la vida’ y busca
cosas más prácticas, más a corto plazo, y ahí entran estas aplicaciones”, opina Cristina
Miguel, profesora ayudante en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Leeds,
que está a punto de presentar su tesis sobre la intimidad en la era de la redes sociales. Roca
está de acuerdo, pero añade una reflexión: “Las aplicaciones y sites de ligue cuestionan
varios mitos del amor romántico. El mito del azar, del carácter fortuito del encuentro de
pareja; el de la media naranja, es decir, solo hay una persona en el mundo a la que estamos
destinados y a la inversa; y el del amor ciego y no calculado, ahora sustituido por la elección
razonable e interesada”.

Según Felim McGrath, analista de GlobalWebIndex, “las aplicaciones para ligar se han
propagado muy rápidamente, pero las webs de contactos están muy consolidadas, así que
todo parece indicar que seguirán siendo relevantes durante un tiempo”. El
conglomerado IAC/InterActive aglutina a algunas de las más importantes: OkCupid, Meetic,
Match, Tinder. Si el futuro pertenece al modelo tradicional o al de Tinder, tanto da. El hábito
se consolida y las personas que quieren conocer gente utilizan varias herramientas a la vez.
Cuantas más opciones, mejor.
Víctor (26 años) tiene un smartphone desde hace poco. Pero utiliza OkCupid desde hace un
par de años. “Es otra parte del pastel”, justifica. ¿Por qué limitarse a su círculo de amigos o
de trabajo? “Yo no he relegado el ligar a lo virtual. Simplemente lo sumo. Y mucha gente lo
hace”. Él ahora está “quedando” con una chica a la que seguía en Twitter. Enrique, que lleva
cuatro meses sin Grindr, conoció a su chico en la verbena de la Paloma.

elpaissemanal@elpais.es

https://elpais.com/elpais/2015/10/23/eps/1445602424_708600.html

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