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ACOTACIONES HERMENÉUTICAS

La pregunta por el sentido de palabra e imagen en la poética de


Gadamer y su configuración en la Formación Estética

Jesús Adán Sánchez Ramírez

Con este texto se busca mostrar el sentido de la articulación de palabra e imagen


en la poética de Gadamer y las implicaciones teórico-prácticas que dicha
articulación tendría para la formulación de una posible Formación Estética del
hombre de nuestro tiempo. Para responder a esta cuestión se indican algunos
momentos de la tradición en los que la articulación o escisión de palabra e imagen
se hacen más evidentes a partir de la interpretación de sus apariciones en la
antigüedad griega, en la modernidad y en la época actual. No sobra advertir que la
pretensión del presente trabajo no es responder de manera definitiva a un asunto
que ha ocupado la mente del hombre durante siglos, sencillamente se trata de un
aporte al debate que, de suyo, debe quedar abierto.

La palabra y la imagen hacen presencia en los ámbitos de creación, formas de


expresión, fenómenos estéticos y poéticos desde el mundo griego hasta la
hermenéutica de Gadamer, pasando por las poéticas de Vico y Herder. Partimos
por ello de la constitución ontológica fundamental según la cual el ser es lenguaje,
esto es, representarse, tal como se nos ha mostrado en la experiencia de lo bello
en el mundo griego y en la estética hermenéutica. La articulación de palabra e
imagen allana la producción de sentido, sentido de las posibilidades existentes en
el lenguaje, al igual que un desarrollo de las ‘posibilidades de experiencia’ y de la
formación estética hacia la cual nos hallamos en camino. Esto nos parece que es
el trasfondo de la configuración poética de la palabra y la imagen, que se articula a
la formación de los sentidos y de la inteligencia, del ojo y del oído, del juicio y del
gusto.

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La articulación de palabra e imagen comienza en el mundo griego con la
coexistencia de estos dos modos contrarios y se desarrolla antagónicamente en el
mundo moderno con la aparición del Laocoonte de Lessing y, en la época actual,
con la preeminencia de la imagen en las manifestaciones tecnocientíficas. Del
Laocoonte se ha heredado una idea a la cual estamos todavía muy apegados y
que reaparece a menudo en las diferentes manifestaciones del espíritu y de la
cultura, y es la oposición entre la pintura y la poesía, la vista y el oído que ha
generado una ulterior oposición entre la palabra y la imagen. Hay una magnifica
expresión de Gadamer para caracterizar la situación en la que vivimos: la del
“paisaje mediático” de producción de imágenes.

Las complejas transformaciones históricas acaecidas en los últimos años, la fase


actual a la que se ha remontado el proceso de globalización, la magnitud de la
crisis en la que está sumido el hombre de hoy, han sido los efectos de esa
expansión, de la configuración de la vida por la técnica. La distribución pública
medial de la imagen en la expansión creciente de nuevos sistemas de
‘reproducción técnica’, rompe con la representación primordial de la imagen y su
dimensión de sentido para ser símbolo y metáfora. A esto se añade un aspecto
más que ha entrado en acción en la era de la reprodutibilidad, es decir, la
reducción del lenguaje a su función informativa e instrumental. Las ciencias y la
informatización del mundo han reducido el lenguaje a su función puramente
conceptualizadora y con ello se ha ido perdiendo su fuerza creadora. “No cabe
duda –estima Gadamer– de que vivimos en un mundo de fragmentos y en una
fragmentada realidad lingüística”, y ello, ha sido determinante en la transformación
del universo artístico y poético. “Vivimos –agrega Gadamer– en la época de la
poesía semántica. Ya no vivimos en un mundo en que una leyenda común, un
mito, la historia sagrada o una tradición surgida de la memoria colectiva rodee
nuestro horizonte con imágenes que podamos reconocer en las palabras”.

En el criterio del pensador alemán, “nuestra tarea empieza allí donde se trata de
hacer posible una experiencia viva de esas cosas del arte, la poesía, la religión o

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la música, una experiencia de las creaciones culturales que la ciencia no está en
condiciones ni de administrar, ni de seleccionar, ni de presentar. Y es aquí donde
tiene su raíz el significado de lo que llamamos cultura”. Por eso se pregunta:
“¿Cómo podría ponerse de acuerdo este sentimiento de la vida con el concepto de
una cultura artística, una educación estética y una sensibilidad formada?”. En la
época de la reproductibilidad, este interrogante deja oír una llamada a la
interpretación y a la comprensión del sentido y a la ocultación del sentido que se
manifiesta en el ver, oír y leer.

En la base de todo esto hay una cuestión que, aunque obvia, no deja ser
importante y es que la vista y el oído son vías principales para el conocimiento y la
educación. Es un hecho evidente que en la cultura occidental ha prevalecido el
sentido la vista y aún prevalece por oposición a los demás sentidos. Sin embargo,
lo que importa es poner de relieve la relación que se establece entre la vista y el
oído. Gadamer lo explica claramente cuando reconoce que hay que defenderse de
la posición que pretende otorgarle primacía a “la vista en la historia del mundo” en
detrimento de los demás sentidos, y, añade al respecto: “es la vista la que ha
desempeñado el papel principal en el dominio de la filosofía y en la formación de
sus conceptos. No podemos dejar de recordar las primeras frases de la Metafísica
de Aristóteles, en las que éste señalaba la primacía de la visión sobre todos los
demás sentidos. Y bien se pregunta de nuevo si lo que se opone a la primacía de
la vista es “¿La palabra, o la voz? ¿Pero no es la voz a su vez algo diferente?
Para Aristóteles la primacía de la vista estriba en que ella es la que nos hace
visibles la mayoría de las diferencias, el conjunto del mundo visible. En otro lugar,
sin embargo, el propio Aristóteles pone de relieve que el que oye, oye al mismo
tiempo algo más, lo invisible y todo lo que es posible pensar… porque existe el
lenguaje. No es sólo el mundo lo que podemos ver, es el universo lo que
intentamos comprender. Gadamer propone el nexo entre ver y oír, entre el oír-ver-
leer, entre la imagen y la palabra. Cuando se habla del oír y el ver en relación con
el leer, indica que no se trata de que “halla que ver para descifrar lo escrito, sino

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que lo que importa es que hay que oír lo que dice lo escrito. Tener la capacidad de
oír es tener la capacidad de comprender”. Este es el tema de sus reflexiones.

En Verdad y método, Gadamer enfatiza que los demás sentidos –y no sólo el ver–
también participan de nuestra orientación en el mundo, puesto que están
orientados a un dominio de nuestra experiencia; por eso opina, refiriéndose al oír,
que “no hay nada que no sea asequible al oído a través del lenguaje. Mientras
ninguno de los demás sentidos participa directamente en la universalidad de la
experiencia lingüística del mundo, sino que cada uno de ellos abarca su campo
específico, el oír es un camino hacia el todo porque está capacitado para escuchar
el logos. A la luz de nuestro planteamiento hermenéutico este viejo conocimiento
de la primacía del oír sobre el ver alcanza un peso nuevo. El lenguaje en el que
participa el oír no es sólo universal en el sentido de que en él todo puede hacerse
palabra. El sentido de la experiencia hermenéutica reside más bien en que, frente
a todas las formas de experiencia del mundo, el lenguaje pone al descubierto una
dimensión completamente nueva, una dimensión de profundidad desde la que la
tradición alcanza a los que viven en el presente. Tal es la verdadera esencia del
oír: que incluso antes de la escritura, el oyente está capacitado para escuchar la
leyenda, el mito, la verdad de los mayores”.

Si esto es así, estamos ya ante un tema crucial que se nos plantea desde una
filosofía del ver y del oír. Se trata de ver pero también de oír. “Pues sabemos cómo
se compensan estos dos sentidos esenciales del hombre”. Se trata de un lenguaje
en el que palabra e imagen se articulan para la comprensión de la configuración
poética y de la realidad misma del lenguaje.

Hoy más que nunca estamos sometidos a la precariedad de una cultura intensa y
extremadamente uniforme y automatizada, sumidos en la precariedad unilateral de
unos hábitos que se prescriben con la preeminencia de los métodos
simplificadores y didactizantes de la imagen lineal. Hoy más que nunca, insistimos,
se hace necesaria la formación de los sentidos y de la inteligencia. Nuestra

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educación debería desarrollar las capacidades de nuestros sentidos, del ver y del
oír, y más en este tiempo en el que los ámbitos de creación, las formas de
expresión, los fenómenos estéticos y poéticos terminan no significando nada o
muy poco, pero esas manifestaciones del espíritu y de la cultura, siguen
hablándole a nuestro presente, siguen vigentes en cuanto poéticas. A pesar de la
precariedad de la época, continúan haciéndonos una invitación al “autodespliegue
del pensamiento en su relación iluminadora y cognitiva con lo que es” y a la
formación del espíritu humano en su de-venir (llegar a ser).

Palabra e imagen, en la dimensión hermenéutica, antropológica, y formativa, se


articulan con otros conceptos originados en el mundo griego como son el mito y el
logos, lo bello y el conocimiento, que permite mostrar que tal vínculo se materializa
en la poética de Gadamer en su idea de las ‘posibilidades de experiencia’.
Como bien señala éste, la obra de arte poética tiene en relación con otros géneros
artísticos una indeterminación específica, abierta al ser del lenguaje y a todo lo
que puede decir. Precisamente la obra de arte poética es lenguaje en sentido
esencial. Gadamer insiste en que la obra del lenguaje es la más originaria
poetización del ser. El pensar que piensa toda obra como poesía y desvela el ser-
lenguaje en la representación y en la ejecución de la lectura, propicia la apertura
de una experiencia a la que llama el ser de la imagen y de la palabra en virtud de
su poder formador.

Me interesa mostrar en este escrito por qué la formación estética hoy en día
representa una tarea para el pensamiento y lo haré a partir de cuatro apartes: en
el primero pretendo mostrar la articulación de palabra e imagen en el mundo
griego y en la Estética Herméutica de Gadamer. En el segundo, la escisión de
palabra e imagen que se estableció en la época moderna con el Laocoonte de
Lessing, igualmente indico cómo a partir de la visión mítico-poética de Vico y
Herder se restaura dicha articulación. En el tercero, intento explicar la concepción
de Gadamer acerca de mito y razón que dota nuevamente de sentido la relación
imagen y palabra. En el cuarto, presento el problema planteado por Gadamer con

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relación al tipo de recepción que exige la poesía de Paul Celan para su
comprensión, la cual abre un horizonte de sentido hoy a la articulación de palabra
e imagen. A través del acercamiento a la poesía de Celan, Gadamer se interroga
sobre la relación de pensamiento y lenguaje pasando por la dimensión de la
lectura. Con estas cuatro partes se pretende mostrar la actualidad de lo bello
referido a la formación y a los ámbitos de creación, formas de expresión,
fenómenos estéticos y poéticos en su configuración de palabra e imagen. Esto con
el fin de vislumbrar por qué también lo bello comprende, como dice Gadamer,
“naturaleza y arte, costumbres, usos, actos y obras y todo lo que se comunica, y
todo lo que, en la medida en que es compartido pertenece a todos”. En ese
sentido, lo advierte también Javier Domínguez, “la hermenéutica filosófica es
heredera de la antigua filosofía práctica y su metafísica de lo bello, donde el arte
pertenece al mundo pragmático de los oficios; como filosofía del arte, sus
antecedentes son la estética moderna y el romanticismo. De la estética guarda la
teoría de la experiencia de lo bello, cuyo mayor fruto es la legitimación de la
intuición libre y productiva, capaz de jugar libre con los conceptos teóricos del
entendimiento y las ideas prácticas, morales, de la razón; del romanticismo su
propio concepto de hermenéutica, forjado en la comprensión de la poética
constitutiva del lenguaje como visión del mundo, y guarda también su concepción
de la crítica de arte como sinónimo de su experiencia más auténtica”.

Haciendo énfasis en el primer aparte, considero que los ámbitos de creación, las
formas de expresión, los fenómenos estéticos y poéticos están constituidos por un
lenguaje de imágenes y palabras. Estas manifestaciones son una pregunta por el
ser en el lenguaje y en el arte, son una exploración de las posibilidades del
encontrase el ser en lenguaje y en el arte en toda su configuración. En dichas
manifestaciones –Juego, Mythos, sueño, Enigma, Asombro, Logos, Aforismo,
Dialéctica, Tragedia, Poética, Metáfora y Paideia–, la articulación de Palabra e
Imagen se hace evidente como presencia del ser en la mimesis y representación,
en la expresión y declaración, en la interpretación y comprensión. En esto consiste
precisamente el que la poética, como lo expresa Gadamer, “aparece desde

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antiguo y con la extensión de la lectura. La lectura se convierte en el centro de la
hermenéutica y la interpretación. Ambas están al servicio de la lectura, que es a la
vez comprensión. La lectura es la forma efectiva de todo encuentro con el arte. La
lectura es la estructura básica común a toda realización de sentido”.

Palabra e imagen son acontecimientos del ser, y en su articulación aparece el


juego del lenguaje y del arte en su declaración, ejecución y sentido. El terreno del
ser se construye en el lenguaje mediante una configuración de lo mítico y poético.
Así, “en el tiempo primitivo surge el juego sagrado de los enigmas” en el campo de
la “poiesis” como manifestación de la palabra creadora en imágenes. Tras cada
juego de palabras y de imágenes hay un espíritu inventivo que juega, es decir, que
representa, interpreta y eleva las cosas a los dominios del espíritu que fluye a
través de la creación o de la comprensión, tanto en el ver como en el oír o leer. Así
ocurre con la lectura de una obra poética: la palabra y la imagen se vuelven más
dicientes y lo dicho está de un modo más esencial; es un “ahí” en su
configuración, en su valencia de ser palabra e imagen. Para nosotros lo esencial
es que aquí se trata de la ejecución de la lectura. “He aquí, según Gadamer, el
espacio libre que deja, en cada caso, la palabra poética y que todos llenamos
siguiendo la evocación lingüística del narrador. En las artes plásticas ocurre algo
semejante. Se trata de un acto sintético. Tenemos que reunir, poner juntas muchas
cosas. Como suele decirse, un cuadro se “lee”, igual que se lee un texto escrito.
Se empieza a “descifrar” un cuadro de la misma manera que un texto”. “Se trata
de construirlo como cuadro, leyéndolo, digamos palabra por palabra, hasta que al
final de esa construcción forzosa todo converja en la imagen del cuadro, en la cual
se hace presente el significado evocado en él“. En este proceso hay siempre un
trabajo espiritual y de reflexión, y todo trabajo reflexivo es un desafío en la obra en
cuanto tal.

Como habíamos señalado antes, el aparte dos lo dedicamos a Lessing que


cuestiona las fronteras entre las diversas formas de imitación y representación.
Desde el prefacio mismo del Laocoonte, plantea que todas las artes, tanto la

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pintura como la poesía, nos engañan, porque hacen pasar la apariencia como
realidad. “Una y otra son capaces, según este pensador alemán, de dar realidad a
la apariencia presentándonos las cosas ausentes como presente; las dos agradan
engañándonos”. Lo importante de su postulado radica en resaltar la porosidad de
todos los discursos que descansan en la acción de formar imágenes y palabras,
así como de los juicios infundados que de este modo de ver se derivan. Interesa
pues mostrar la escisión de palabra e imagen que se da en la modernidad desde
el Laocoonte; no obstante, aunque la concepción de Lessing condiciona
negativamente dicha relación, en una lectura de Vico y Herder es posible observar
que se renuevan tal articulación.

Sostiene Lessing en el primer capítulo del Laocoonte que la comparación entre


pintura y poesía se remonta a la afirmación de Simónides de Ceos, según la cual
“La pintura es una poesía muda y la poesía una pintura parlante”. Del mismo
modo, aludiendo a la poética de Aristóteles, enfatiza en la semejanza y la
diferencia entre ambas artes“. A pesar de la analogía completa de esta impresión,
las dos difieren tanto en los objetos que imitan como en el modo de imitarlos. Lo
mismo señala de la tradición humanista del ‘ut pictura poesis’ horaciano,
fundamento de toda teoría humanista del arte. La tesis decisiva de Lessing en este
contexto es que tanto la poética de Aristóteles como la de Horacio establecen que
la relación entre la pintura y la poesía se funda en imitar las acciones humanas.
Pero lo que a Lessing le interesa en su Laocoonte es ponerle fin a estos
presupuestos centrales de la comparación entre la pintura y la poesía tal como se
formulaban en la tradición. Según él, la pintura y la poesía no comparten la misma
aspiración hacia la mimesis. La pintura imita cuerpos y sus propiedades visibles; la
poesía lo hace a través de acciones. En efecto, para Lessing la pintura se sirve ‘de
figuras y colores distribuidos en el espacio’, y la poesía ‘de sonidos articulados que
van sucediéndose a lo largo del tiempo’. La poesía se representa mediante
acciones sucesivas en el tiempo; la pintura lo hace a través de cuerpos visibles y
coexistentes en el espacio. De esta forma, se distinguen los medios expresivos de
cada arte, así como los dominios donde deben acomodarse. El de la pintura está

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limitado a la esfera de lo visible, el de la poesía es más vasto porque abarca tanto
lo visible como lo invisible, pero, en cualquier caso, se trata de posibilidades
distintas con sentidos distintos. Esta contraposición que propone entre pintura y
poesía entronca con el proyecto ilustrado del conocimiento científico, de la
formación y de la educación. Considera Lessing que es necesario infundir en la
juventud los principios fundamentales de la noción de sucesión para dirigir sus
fuerzas intelectuales a toda actividad social; igualmente racionalizar y
conceptualizar la producción y la recepción de la obra de arte. Si se acepta esta
racionalización conceptual de la producción y la recepción, observamos cómo la
relación de palabra e imagen adquiere rasgos antagónicos, no sólo en el arte sino
en toda realización de sentido y en la formación. Así, lo que hoy día “llamamos
‘arte’, dice Gadamer, no puede restringirse a esa contraposición clásica”. Dado
que para la producción y la recepción “no hay sucesión, si no un ‘a la vez’, que
corresponde a eso que posee la estructura temporal del demorarse. No se trata de
ejecutar esto y aquello, primero lo uno y luego lo otro, sino que es un todo que
está presente ahí en el ver, en el meditar, en el considerar en el que uno se halla
sumergido, o mejor, si escuchamos a la sabiduría de la lengua, podemos decir: ‘en
lo que uno se halla absorto”.

Ahora bien, aunque en el mundo moderno se estableció con Lessing la separación


entre palabra e imagen, considero que otras dos posiciones de pensamiento,
como las de Vico y Herder, contrarrestan ese modo de comprender la relación de
palabra e imagen al volver sobre la comprensión de la poética constitutiva del
lenguaje del mythos y el logos. Esto aparece en el hecho de que en el lenguaje del
mito y de la poesía algo emerge y se muestra tanto en el caso de la imagen como
en el caso de la lengua y su potencia poética. “Con ello, agrega Gadamer,
hacemos una experiencia. Este “hacer” no se refiere propiamente a un actuar o a
un obrar, sino, antes bien, a lo que se nos abre cuando comprendemos algo
correctamente”. Aquí vale la pena citar la formulación herderiana: “¡Imitación de la
naturaleza que soñaba, que obraba, que se conmovía! ¡Una lengua tomada de las
interjecciones de todos los seres y vivificada por las interjecciones de la

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sensibilidad humana! ¡El lenguaje natural de todas las criaturas recreado por el
entendimiento en voces, en imágenes de acción, de pasión, de actos vivos! ¡Un
diccionario del alma que es mitología, a la vez que admirable epopeya de las
obras y discurso de todos los seres! Es decir, permanente fabulación con pasión e
interés: ¿qué otra cosa es la poesía?”. Aquello que era el “canto” originario donde,
bajo la guía de la reflexión, se conjugaban todos los sentidos, vista, tacto y como
mediador, el oído: el primer lenguaje como expresión del hombre entero”. Y
continúa: “el suelo y el terruño de la poesía, lo constituyen la imaginación y él
ánimo, el país de las almas. Mediante palabras y símbolos, ella despierta el ideal
de bienaventuranza, belleza y dignidad que está durmiendo en tu corazón. Ella es
la expresión más perfecta del lenguaje, de los sentidos y del ánimo. Ningún poeta
puede evadirse de la ley inherente a la poesía; él muestra aquello que tiene y lo
que no tiene. En ella no es posible separar el oído y la vista”.

De acuerdo con este planteamiento se puede sostener que el sentido originario del
lenguaje y del pensamiento surge del mito y de un verbo poético accesible a todos
los sentidos o ‘tópica sensible’, según el decir de Vico, capaz de formar los
géneros inteligibles de las cosas, en un proceso que reúne en una sola las cosas
separadas y distintas. Según esto, el rasgo que posee el pensamiento mítico-
poético, no significa otra cosa que el reconocimiento del ingenio, la fantasía, la
facultad inventiva, el pensamiento metafórico, la imagen y la palabra creadora.
Sobre la base de esta facultad ingeniosa que establece relaciones o factores
comunes, la fantasía confiere significados a las percepciones sensibles; la fantasía
es entonces la facultad originaria del “hacer ver” y hacer oír. El ingenio como
lenguaje originario del ver y del oír hace posible la comprensión de sentido del
conocimiento, del mundo y de su historia. Se trata es de favorecer el despliegue
armónico del conjunto de capacidades que determinan la existencia humana en su
doble condición de sentimiento y razón.

En este sentido podemos entender, desde la perspectiva hermenéutica, la idea de


una formación poética conforme al desenvolvimiento de la dimensión espiritual de

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los sentidos, del corazón y del gusto. “Si la poesía es la lengua materna del
género humano, dirá Gadamer, podremos aprender de ella más sobre la esencia
del lenguaje que de las ciencias que estudian las lenguas como idiomas extraños
en su figura forzada de medios de comunicación e información. Ahora bien, la
relación entre poesía y Hermenéutica se encuentra en dificultades por el
predominio del jacobinismo técnico-industrial, ya que la comprensibilidad de la
obra poética (como de la obra pictórica o plástica) es considerada como un
prejuicio “clásico… La tarea de la hermenéutica es actualmente la de explicar
incluso esas figuras deficientes de comprensibilidad (basta recordar las obras
sobre hermenéutica en los últimos años con el título de Poetik und Hermenéutik)”.

Nos proponemos presentar, en el tercer aparte, un planteamiento global en torno a


las dos alternativas más significativas del pensamiento y de vida de la cultura para
comprender los aspectos más importantes de la Filosofía Hermenéutica y de la
Formación. Las dos alternativas son el mito y la razón, las cuales no constituyen
formas de pensamiento contrapuestas y antagónicas, sino complementarias y
articuladas, que se configuran en el ser de palabra e imagen. Así enunciado,
estamos recogiendo la tesis central de este trabajo: mientras el mythos se
convierte en el presupuesto fundamental de los ámbitos de creación, las formas de
expresión, los fenómenos estéticos y poéticos, el logos piensa el sentido como
lectura, como pura ejecución, y en este sentido obtiene un horizonte de
experiencia posible para la Formación.

Es evidente que la interpretación de Gadamer sobre el mito y la razón pone de


relieve algunos aspectos muy peculiares de la articulación de palabra e imagen.
Así en uno de sus planteamientos se pregunta por el mito en la época de la
ciencia y la técnica, asimismo por la concreción del procedimiento del lenguaje
mítico-poético redescubierto por la filosofía hermenéutica que se vincula con
mundo griego y el humanismo de Vico y de Herder. Dentro de este contexto de la
reflexión gadameriana, el tratamiento de mito y razón propone un sentido múltiple
de los ámbitos de creación, las formas de expresión, los fenómenos estéticos y

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poéticos y su vinculación con el ver y el oír en la lectura y la representación, la
ejecución y sentido de ser palabra e imagen.

En el arte y, concretamente en la poesía, resulta sugerente traer a la memoria el


significado originario del mythos y del logos como el leer o el reunir en que
consiste la lectura. En ella, señala Gadamer, la multiplicidad es articulada y se
muestra la unidad plena de la declaración. Leer es hacer que algo vuelva a hablar
de nuevo, agrega el autor de Verdad y método. La obra de arte poética tiene su
culminación en la ejecución, y esto significa que la declaración no es simplemente
encubrimiento sino también ocultación. De allí que comprender una obra de arte
poética no sea un comportamiento subjetivo, sino un ganar participación. El
intérprete pertenece a la obra y encuentra en el oír su punto de partida.

En este sentido la filosofía hermenéutica asume la formación a partir del ser en el


lenguaje, el mito, el logos y la poesía, y a través del oír, del ver y del leer. “En
realidad, la particularidad de la construcción poética es siempre un defensa frente
al deterioro del lenguaje”. “De manera que, al final, el tema “oír-ver-leer”, en las
limitaciones que le son propias y en la disolubilidad de los distintos aspectos en
que se presenta, se plantea en un contexto más amplio. Toda nuestra experiencia
es lectura, e-lección de aquello sobre lo que nos concentramos y estamos
familiarizados por la lectura con la totalidad articulada. También la lectura que nos
familiariza con la poesía permite que la existencia se vuelva habitable”. El acto de
la lectura resulta ser, hoy más que nunca, una acción en el mundo. Esta reflexión
nos conducirá a un último paso de nuestra exposición: el fenómeno de la
ocultación de sentido que Gadamer señala para la poesía de Celan, actualiza el
carácter propio de la comprensión del ser-en- el lenguaje y el encontrarse el ser en
el lenguaje o, en última instancia, la relación de la poesía con el mito y la realidad
humana. Se trata, en suma, del milagro de la fuerza evocadora del lenguaje.

En el cuarto aparte de esta investigación partimos de las preguntas que Gadamer


se hace en su obra Poema y diálogo: “¿Están enmudecidos los poetas? ¿Tiene el

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poeta aún un cometido en nuestra civilización? ¿Hay espacio para el arte en una
época en la que se siente por doquier la inquietud social y el malestar producido
por la masificación anónima de nuestra vida social y en la que continuamente
puede reivindicarse la recuperación o la nueva justificación de la solidaridad?”

Estos interrogantes reactivan nuestra vida espiritual, empobrecida por la agresión


continua de un progreso incontrolado que obstruye y oscurece el horizonte
humano. Propagar la poética como posibilidad de experiencia para una nueva
consideración de los orígenes griegos del pensamiento, es una preocupación
acorde con un nuevo humanismo que le hace frente a la tiranía racional de una
época impermeable a las realidades espirituales, atrofiadas y anuladas por el
imperio de la imagen y por los continuos avances tecnológicos y el implacable
fundamentalismo de la ciencia. La obra poética instaura el sentido y evoca la
esencia del ser en el lenguaje. A hora es más necesario que nunca el cuidado del
lenguaje y, mucho más, interpretación. De ahí la urgencia de recuperar el espíritu
de la poética y su extensión a la lectura. “Y si se trata de un texto de sombras
escrito por piedras, afirma Gadamer, el sentido fijado en ese espacio imaginario de
la palabra tiene que ser agravante, un sentido agravante por su peso, y sin
embargo, un sentido que permite la captura. La imagen que el poeta evoca hay
que verla de una manera completamente sensorial”. Y es este sentido el que se le
da a la palabra y a la imagen en el poema, lo que hace que la comprensión y la
interpretación se eleven a un plano espiritual logrando la configuración poética y la
aplicación, entendida esta última así, en palabras de Gadamer: “en toda lectura
tiene lugar una aplicación, y el que lee un texto se encuentra también él dentro del
mismo conforme al sentido que percibe. Él mismo pertenece también al texto que
entiende. Y siempre ocurrirá que la línea de sentido que se demuestra a lo largo
de la lectura de un texto acabe abruptamente en una indeterminación abierta”.
Esta indeterminación abierta representa una posición que limita las posibilidades
de la comprensión, para la que hay que afinar el oído y el ojo en la interpretación.

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En otro artículo de Poema y diálogo titulado “¿Qué debe saber el lector?”,
Gadamer toma un poema de Paul Celan y se interroga sobre las ‘posibilidades de
comprensión’ y su aplicación. De hecho, su pregunta da en el fondo de nuestra
cuestión: Indaga la existencia de un sentido para el poema y, por lo tanto, abre la
pregunta por la legitimidad de la interpretación. Esta pregunta busca mostrar que
la comprensión de la dimensión histórica de la lectura y el esclarecimiento de
cuanto es dado – ver y oír – a un sujeto mediante la palabra y la imagen poética
restituye el sentido del ser en el lenguaje. La particularidad de la configuración
poética es siempre una defensa frente al deterioro del lenguaje.

Comprender el sentido en los poemas de Celan implicará encontrase el ser en el


lenguaje y comprender la experiencia fundamental del hombre en el mundo, ya
que, como dirá el mismo Gadamer, “junto al desocultar, e inseparable de él, están
el ocultamiento y el encubrimiento, que son parte de la finitud del se humano”.
Quizá este sea el verdadero esfuerzo hermenéutico que exige la poesía hermética
de Celan a sus lectores para su comprensión: un diálogo abierto al lenguaje, a su
carácter metafórico y dialógico, que descubre y oculta, promete y evoca, nombra y
sitúa, al tiempo que establece la fructífera proximidad de la palabra y la imagen
que muestra y nombra el ojo que ve y el oído que oye. La formación es en este
sentido un horizonte en medio del cual buscamos nuestra modesta preocupación.

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