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Un Hombre Ajeno Alejandro Ricano PDF
Un Hombre Ajeno Alejandro Ricano PDF
Alejandro Ricaño
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1.
Querida Belén:
Esto es bastante estúpido. El asunto es éste: yo sembré un árbol hace, no sé, 25 años. Quizá
entonces yo tenía 10. Hoy cumplí 39. Y lo sembré ahí, donde tú vives ahora. A muchos,
muchos kilómetros de donde te escribo. Y hace un par de años regresé y mi árbol no estaba.
¿Me entiendes? Lo sembré en el patio de mi casa. Pero no estaba. Ni el patio, ni la casa. Estaba
una avenida. Sólo eso. Una gran avenida. Y era difícil imaginar que hubiera habido ahí una
casa. O un árbol. Y todo eso me resultó muy ajeno. Mi infancia, quiero decir. Es como si no
estuviera ahí ya, como el árbol. El asunto es éste -esto es muy estúpido- El asunto es éste:
quisiera preguntarte si estuviste en la primaria Niños Héroes, entre 1972 y 1977. Porque de ser
así, fuiste mi primer amor, entre esos seis años. Tú no tenías por qué saberlo, mi amor
consistió en contemplarte los calzones entre las 9 y las 9:30 de la mañana de esos seis años,
mientras desayunabas en una banca, descuidada. El amor de los niños es extraño. No busco
nada. Ni espero nada. Es sólo que acá, de este lado del mundo, son las cuatro de la mañana, y a
uno, cuando no puede conciliar el sueño a esa hora, le da por buscar en internet a gente de su
pasado, porque ahora uno puede hacer eso. Quisiera que fueras tú, porque me gustaría
encontrar algún vestigio de mi infancia. Recuperar otro pedacito de memoria. Ojalá seas tú. Si
Tomás.
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2.
Tomás:
Queens. Aeropuerto JFK. Mi amigo Malik me trajo en su peaugot desde Manhattan. La aguja
Tomás: Supuso que sería bueno verme. Su me mensaje decía: “Tomás, qué alegría me daría
El puente Williamsburg. Al fondo el Hudson, detrás del montón de cables tensados que
Malik: A sí misma.
Tomás: No parece una niña de diez años, pero sí, es como la recuerdo.
(Pausa)
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Tomás: No sé, Malik.
Tomás: No quise.
El rechinido de las llantas. El peugeot tiembla. No había querido ver sus fotografías. Si
descubría que era un esperpento, no habría tenido el impulso de comprar un boleto a México
cinco minutos después de leer su mensaje; si el tiempo la había favorecido habría arruinado la
3.
Había aterrizado en ese mismo aeropuerto, cinco años atrás, para dirigirme al Bronx.
Allí crucé los brazos sobre mi mochila y recargué la cabeza para dormir un poco.
Escuchaba el crujir de las tazas rotas. De los vasos rotos. Y de todos los objetos arrojados
Supe, cuando se detuvo el subterráneo, que esa ciudad a miles de kilómetros de distancia de
todos los gritos, de todos los nudillos destrozados contra la pared, contra el volante del carro,
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contra mi propio rostro, serían el final de un pozo oscuro donde esperaría que la vida pasara lo
Cuando los azulejos del muro en la estación indicaron la calle 183, mi parada, y las puertas del
vagón se abrieron para que saliera una multitud y entrara otra, sólo pude escuchar su voz en
“Si me buscas te prometo que voy a hallar la manera más dolorosa de matarme. Creo que no
soportaría oír una palabra más de tu maldita boca. Una sola. Una sílaba resquebrajaría la
poquita cordura que me ha dejado todo esto. Ya no hay más que romper, Tomás, sólo queda
Subí las escaleras y me perdí entre el ruido, mientras el sol desaparecía entre los edificios,
lentamente.
4.
Conocí a Guiedana alguna noche durante el invierno de 1998. No hay nada de extraordinario
en el evento.
Mi padre era un actor venido a menos y había organizado una fiesta en el café mugriento de
Su mejor amigo.
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Mal teatro. El único que sabían hacer.
Guiedana estaba recargada en una pared descarapelada. Su vestido combinaba con el tono
Combinaba con el tono ámbar de la cerveza que se bebía con la displicencia de una niña
malcriada.
Y me miraba con esa misma displicencia. Me sostenía la mirada desde el otro extremo del café
Sólo se interrumpía para agacharse a tomar otra cerveza de un six pack que tenía resguardado
Al principio no me pareció guapa. Tampoco fea. Pero desde hacía mucho había aprendido a
Así es que hice la rutina de arrojar el cigarro contra el suelo, aplastarlo con el zapato y caminar
Guiedana: ¿Otro? Llevo una maldita hora tomando tragos, esperando a que me hables.
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Tomás: ¿Cuál es tu carro?
Veía el camino entre los limpiaparabrisas que arrojaban la lluvia de un lado a otro, mientras ella
El asfalto mojado.
5.
Tomás: ¿Mamá?
Mamá: ¿Tomás?
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Mi madre va en el interior de un taxi, rumbo al hospital, con mi padre entre brazos a punto de
No había hablado con nadie en esos cinco años, porque no quería que nada me hiciera
recordar nada.
Y ahora estoy aquí, llamo a mi madre y lo primero que me dice es que lleva a mi padre entre
Tomo un taxi.
6.
Belén se había casado tres veces. Una vez por la iglesia, otra por el civil y una tercera ocasión
Aquella noche, después de hacer el amor en su caribe, se alzó la blusa para limpiarse la nariz,
Me siento ajena.
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Había sido mesera en San Francisco, en catorce restaurantes.
Un día despertó, envuelta en sábanas de la India, a punto de cumplir cuarenta años, con las
Ahora sólo pienso en mi padre a bordo de un taxi que rechina y se desbarata a cada bache.
Mi madre está sentada en una banca. Sus pies no alcanzan a rozar el suelo. Le falta un zapato.
Madre: Tomás…
Madre: No sé. El doctor vino con sus palabras. Vino y dijo sus palabras. Como si uno
entendiera de eso. De palabras de doctores. Pero con el tono lo dijo todo. Decía hipotálamo, y
ya sabía que el viejo se había jodido. Con el tono. Que se había jodido para siempre. Con
suerte, me dijo, va a poder respirar por sí solo. Si despierta. Y eso para qué. Si no se trata de
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estar aquí por estar. Yo no quiero a un maldito Stephen Hawking en la casa, yo quiero a mi
viejo, que me diga que soy una pendeja para esto y para lo otro…
Mientras tanto llora y se limpia los mocos que le escurren por todos lados con lo que le queda
de una servilleta.
6.
Emergencias.
Y de pronto te llaman.
Tu apellido.
Familiares de…
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Yo. Soy su hijo.
¿Por qué?
Entras al elevador.
Y la mujer a tu lado.
Y sabes que estás siendo testigo del momento más penoso de su vida.
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Y ella se compadece.
Hasta que la puerta del elevador se abre, y el piso de terapia intensiva convierte esa risa en un
Y entonces, antes de dar un paso afuera del elevador, pienso que si mi papá se muere esta tarde
tendré tiempo para ver a Belén en la noche. Porque uno no puede evitar ese tipo de
pensamientos. Uno sabe que está mal tener ese tipo de pensamientos, pero pasan por tu
cabeza.
Madre: Me estaba rascando un pie cuando tu papá pegó el grito. (Pausa) Entra a verlo.
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Madre: Para verlo. No lo has visto en seis años. ¿En dónde estuviste todo este tiempo?
(Pausa)
Tomás: El coma.
Madre: No sé. El doctor dice que no. Pero a lo mejor lo dice para calmarme. ¿Por qué viniste?
Madre: Estaba haciéndole de desayunar. -¡Chela! -Escuché desde la recámara. -¡Qué! –Le
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Padre: No está. Seguramente lo tiraste.
Madre: ¿Por qué iba a tirar tu diente? Y así se fue, todo encabronado y chimuelo. Más tarde
subí a barrer. Trataba de recordar si había tirado algo, pero lo único que había tirado ese día era
un saco viejo que había olvidado tu tío, nada más. Entonces sentí que pisé algo. Me hinqué
para ver qué era, porque no traía mis lentes, y ahí estaba el jodido diente, partido por la mitad.
En eso escuché que tu padre abrió la puerta. Hija de aquí y de más allá, gritó subiendo las
escaleras. -¡Qué! –respondí alcanzando a apretar el puño con los dos trozos de diente. ¡Tiraste
Padre: El de mi hermano.
Madre: Nada.
Madre: Así es que abrí mi puño, con su dientito roto. Me lo quitó de la mano y se sentó en la
cama a verlo, tristísimo. Yo mejor me salí de la casa antes de que empezara a gritarme. Por eso
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cuando regresé no le hablé, ni nada. Seguirá encabronado, pensé. Hasta que escuché el grito.
La puerta del quirófano se abrió, el doctor vino hasta nosotros y nos dijo que mi padre había
muerto.
7.
Padre: Los japoneses son cabrones, Tomás, con este modelo se chingaron a la ford; con este
modelo, para acabar pronto, se chingaron a la industria automotriz gringa. Estas camionetas no
Padre: Es una pinche bujía. Esta madre la ensamblaron en Estados Unidos. A huevo que tenía
que fallar. Esos cabrones hacen todo mal. Esa bujía está hecha del otro lado.
La mamá de Guiedana le había dejado una casa de interés social y nos dejó vivir allí a cambio
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Y Guiedana y yo nos dormimos.
Tomás: …
(Pausa)
Guiedana: Conozco gente todos los días. No me despierto y te cuento que conocí gente todos
los días. Si te digo que conocí a alguien es porque me lo he tirado tantas veces que ya no puedo
seguir guardándomelo.
Guiedana: En la madrugada.
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Guiedana: El maldito nombre de tu madre y tu fecha de nacimiento. ¿Sabes que vi?
(Pausa)
(Pausa)
Guiedana: Estoy tratando de que seamos honestos. ¿Quieres seguir haciendo al idiota?
(Pausa)
Tomás: Sí.
Tomás: …
Guiedana: Tampoco revisé tus correos. No puedo creer que seas tan imbécil.
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Tomás: Yo sé que no revisaste mis correos.
Guiedana:…
Tomás: Hubieras cerrado tu puño y lo hubieras estrellado contra mi cara para despertarme en
la madrugada. Hubieras hecho algo violento. (Pausa) Uno puede acostarse dos veces con
alguien, Guieda. No más. Puedes acostarte con alguien a quien realmente tienes ganas de
tirarte. Un amigo. Un extraño. Es igual. Te lo puedes tirar una vez. Y si te gustó mucho,
puedes tirártelo otra vez, para no quedarte con las ganas. Y eso es suficiente para salir de ahí,
sentirte culpable, y llegar a tu casa a ser la pareja más encabronadamente dócil y solícita para
compensar las cosas. Pero si cruzas esa línea, si te acuestas tres veces con alguien, entonces hay
algo ahí. Eso es ser desleal. (Pausa) Me he acostado con muchas mujeres, Guieda. Una sola vez,
con cada una. En ocasiones, en ocasiones putísimamente aisladas, dos. Pero nunca tres. Nunca.
Eso hubieras descubierto en mis correos. Y entonces hubieras cerrado tu puño y lo hubieras
estrellado en mi cara para despertarme. Pero no lo hiciste. (Pausa) Cuando me preguntaste si
estaba enamorado de ella –así, de ella- supe que no habías revisado mis correos. No estoy
enamorado de nadie. (Pausa) Tú sí te has acostado más de dos veces con alguien. Por eso
despertaste y me lo dijiste, porque ya no podías guardártelo. ¿Estás enamorada?
Tomás: Sí.
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Guiedana: No revisaste mi teléfono.
Tomás: Querías hacer esto. No me trates como un idiota. Sabes que revisé tu teléfono.
Mírame.
Guiedana: …
Guiedana: …
(Pausa)
Tomás: …
Tomás: No.
Tomás: ....
(Pausa)
Guiedana: ¿Por qué me lo dices? Sabías que no había revisado tus correos, podías seguir
escondiéndolo.
Tomás: Sí.
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Guiedana: ¿Estás molesto?
Tomás: Sí.
(Silencio)
Eres igual que noventa mil millones de habitantes, le dije, en esta maldita cosa. Quizá lo mismo
da estar con cualquiera.
Eres ordinaria.
Ordinaria, repetí con rabia. Pero no estaba enojado. Estaba asustado, caminando de una pared
a otra porque sabía que acababa de joder a la única persona que consideraba diferente.
8.
Tomás: ¿Belén? Belén, soy yo, Tomás. Muy bien. ¿Cómo estás tú? Al medio día.
Escucha, Belén, quizá no pueda verte esta noche, murió mi padre. Que murió mi… Pensé
que no me habías escuchado. Estoy bien, sólo me mortifica no poder verte. No tienes que
decirme nada, nunca hay palabras para esto. Escucha, sólo hablo para saber si podemos
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vernos otro día. Que si podemos…. Pensé que no me habías escuchado. Carajo, no tienes
que decirme nada. Sólo quiero saber si podemos vernos otro día. ¿Podemos?
Madre: Se la cortaron, tenía fiebre. Le pusieron bolsas de hielo debajo de las piernas. Hay un
¿Cómo debía vestir a mi padre? ¿Al cuerpo muerto de mi padre? ¿Tenía alguna importancia el
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¿Encontró todo lo que buscaba?
¿Perdón?
Que si encontró todo lo que buscaba, repite la cajera pasando los calcetines de mi padre por el
¿Lucila?
La cajera se interrumpe.
Su cabello cae sobre su rostro, lleno de cicatrices, agrietado, separado, divido por líneas
La oreja desfigurada.
9.
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Mi mamá estaba embarazada de mi hermano. La panza a reventar.
Está bien, pienso. El animal está obeso y nunca sale. Sacaba la lengua y meneaba la cola,
Daba ternura.
Escuchaba los gruñidos y los gritos de la niña y veía cómo la hacía como un trapo contra el
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Cuando llegué le di un tirón muy fuerte de la cola y se lanzó a morderme, pero apenas me
reconoció se puso a caminar en círculos, orinándose, con las patas abiertas como si fuera un
cachorro.
Le veía las piernas y le escurrían orines y sangre, haciendo un charco en la tierra seca.
cabello.
El perro se escondía entre mis piernas, mientras yo veía la cara privada de la niña, tratando de
soltar un grito.
La niña grita y sale corriendo hacia a su casa, como una muñeca dislocada.
Nadie le contesta.
Mi padre detiene el auto delante de mí. Me mira. Mira al perro. Permanece serio. Volteo a ver a
Sin apagar el motor, mi padre baja del auto y corre hacia la casa de la niña.
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Así permanecí inmóvil 2 minutos con 43 segundos en medio de la calle, con un doberman
Mi padre salió cargando a la niña envuelta en una toalla, con su madre, que lloraba y se
Y metió el acelerador levantando otra polvareda con la tracción delantera de las llantas.
¡Dónde está ese pinche perro! Gritaban. ¡Voy a volar a ese perro hijo de toda su puta madre!
Mi madre abrió.
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Mi madre se echó a llorar y entonces yo me puse a llorar también.
Madre: ¡Mira… mira cómo nos estás poniendo, Tano… deja al animal en paz…! ¿No ves que
estoy embarazada?
El Tano se echó a llorar también y abrazó a mi madre dejando la escopeta entre ellos,
De cómo estaba acompañando a su madre cuando vio entrar al hospital a su hija con el rostro
empapado en sangre.
quién jugar.
Más tarde regresó mi padre. No me dejaron bajar. Sólo hablaban de puntos. De más de 50
Dijo.
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Y lo subió al carro.
También esa fue la primera vez que me despedí de alguien que sabía que no volvería a ver.
Hubo un silencio.
Y me soltó una historia de una pipa de agua. De un perro que lo estaba atropellando una pipa
de agua.
Papá: Tu perro se metió debajo de la pipa, no sé si porque quería salvarlo, o quizá porque se
estaba peleando con él. Pero lo aplastó la pipa. También lo aplastó la pipa.
Pero el día que mi padre se llevó al perro, en la noche, estuvo paseándose por el patio durante
horas. Después recuerdo que sacó una silla y se fumó una cajetilla de cigarros delante de la casa
del perro.
No había ninguna pipa. Mi padre le había dado un tiro, lo había metido en una bolsa y lo había
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10.
Tomás: ¿Lucila?
Se alegró porque alguien la reconociera, pero enseguida recordó la placa con su nombre en su
No es que tuviera algo de malo ser cajera, pero tampoco tenía nada de bueno.
Me vino la imagen de sus piernas, escurriendo orina y sangre; y luego la del cuerpo muerto de
Tomás: Disculpa.
Tomé mis cosas y me fui. La vida es así. Nada de eso era mi culpa.
11.
Tomás, querido:
No puedo imaginar cómo te sientes. Hace más de veinte años que no platico contigo, de modo
que no sé muchas cosas sobre ti. No sé, por ejemplo, si eres religioso. ¿Eres religioso? Porque
las religiones, en su mayoría, Tomás, tienden a… no sé cómo decirlo, encumbrar ese… más
allá después de la muerte, y a menospreciar esta vida, como si… como si todo esto se redujera
a un sacrificio, me entiendes, para ganarse el pase a ese dichoso lugar, Tomás, y nos hacen
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sentir culpables cada que disfrutamos algo, cada que sentimos placer por algo, pero todo es
mentira, Tomás. Un cuento montado para mantenernos alineados. Ya estoy divagando. Lo que
12.
Tomás, queridísimo:
Estaba leyendo el correo que acabo de enviarte y no es muy alentador. Lo que intentaba
decirte, Tomás… Lo que intentaba decirte, es que la vida es ésta y que no hay que esperar que
haya algo mejor después. Porque no es así. Tu padre, ahora mismo, está volviendo a la tierra,
de donde vino. Es decir, técnicamente vino de la matriz de tu abuela, pero… Tomás, las
palabras no son lo mío. Lo que intento decirte es que, si no creemos en algo mejor después de
la muerte, uno, no sé, aprende a valorar todo esto, a penetrar en el corazón de cada cosa. Y es
Te mando luz.
8 de la mañana.
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Entre abro los ojos.
quince años.
Quiero ir a su habitación y decirle algo que la consuele; que estoy aquí con ella y que no pienso
abandonarla nunca.
Desde hace cinco años no puedo conciliar el sueño. Paso la noche obligándome a dormir,
hasta que amanece y la idea de levantarme finalmente logra hacerme dormir un poco entre las
Conservé mi llave más tiempo del que era sano conservarla. Cuando sabía que Guieda no
De mi lado.
Si me concentraba lo suficiente podía hacerme a la idea de que ella estaba ahí, en el otro
noche.
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Sólo en esas ocasiones podía dormir profundamente.
Despertaba y merodeaba por la casa, buscando restos de que hubiera entrado ahí ya otro
Era una escena patética que repetía cada vez que me quedaba ahí.
Suena el despertador.
Y durante esos quince años, lo que más anhelábamos, cada uno, era tener su propio cuarto.
Cuando mi padre finalmente pudo construir otro cuarto, nos buscábamos en medio de la
Tomás: Sí.
De camino al panteón pasamos por la banqueta donde alguien tuvo que lavar parte de los
sesos de mi hermano.
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De pronto pasa una camioneta. Y luego una patrulla. Los flashazos rojos y azules. El motor de
seis cilindros.
Y yo no sé si mi hermano, que venía atrás de mí, me sigue escuchado por el chillido tan
Así es que volteo y… (Comienza a reírse.) …y mi hermano no está ahí (se ríe)… Estaba…
(Revienta de risa) ¡Estaba en el suelo! (Se ríe.) ¡Estaba ahí, de bruces! ¡Y tenía…! (Revienta de
risa) ¡Tenía un agujero en la cabeza! ¡Así, de éste grueso! (Simula un agujero con sus manos)
¡Detrás de la cabeza! ¡Y…! (Se ríe) ¡Le salía un chorrito de sangre! ¡Como… como una de estas
fuentecitas de chocolate! (Se ríe) ¡Shhhhhh! Salía. ¡Shhhhhh! (Revienta de risa.) ¡Y yo….! (No
logra contener la risa durante un buen rato.) Yo no sabía si estaba bien. Así es que lo volteo
para ver su rostro. Y tiene los labios reventados. Tiene… los dientes llenos de tierra. La nariz
fracturada. Porque…. (La risa lo interrumpe) ¡El muy imbécil... (Se ríe) no metió las manos!
(Estalla en una carcajada) Pero cómo iba a meterlas, si esa bala debió apagarle la luz de golpe,
como a un boxeador cuando le dan un buen derechazo! (Se ríe) Y cuando la sirena está muy
lejos, escucho ahora muy cerca los balazos. El tintineo de los casquillos cayendo. Las paredes
tronando. ¡Crack, crack, crack! (Silencio) Atrás de nosotros, está la gente tirada en el suelo,
cubriéndose la cabeza; metida debajo de los autos. Pero lo que más llama mi atención… (Se
ríe) …es una niña de pie, petrificada… (Contiene la risa.) …haciéndose pipí. (Pausa. Suelta una
carcajada) ¡Estaba meada del susto! (Se ríe.) Y ahí, delante de ella, otro tipo tirado como mi
papá. Y ella orinándose a su lado… asustada. (Silencio. Se ríe.) Esa fue la segunda vez que vi
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Porque esas cosas pasan y no hay mucho que decir al respecto. Una bala que no era para ti, de
pronto va dar a tu cabeza. Esas cosas pasan. Qué le vamos a hacer. Enterramos a mi hermano.
Mi padre desciende en una caja, al lado suyo, tres metros bajo tierra, mientras la gente llora, se
despide, arroja flores, y yo contemplo la hora para ver si voy a llegar a tiempo a ver a Belén.
13.
Belén no era fea, ni guapa, simplemente lucía como lo que era: una mujer de treinta y nueve
años, divorciada, con tres hijos. Pero sus ojos seguían siendo los mismos. Es decir, su mirada -
sus ojos tenían bolsas, rímel y una espantosa sombra morada en los parpados. Su mirada
permanecía intacta. Su mirada era el único puente entre ese momento y la infancia; el único
escombro de ese amor constante entre 1972 y 1977. Fijé toda mi atención en ese punto para
no tener que prestar atención al resto, que estaba bastante acabado, y que podía arruinar el
hecho de que finalmente cumplía el sueño de estar con esa niña, fuera lo que fuera que quedara
de ella.
Tomás: Tú no.
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Belén: ¿…No?
¡¿Estás más guapa?! Parecía que le había robado la ropa a un volador de Papantla. Era una de
esas hippies contemporáneas. Podía imaginarla haciendo yoga y desayunando alpiste. Podía
imaginar la composta en su patio trasero. Su amor por las danzas africanas. Y su devoción a
las políticas de izquierda. Es sólo que le mentía a las mujeres por inercia.
Se llevó las manos a la boca y luego las puso sobre mi pecho, y empezó a hacer círculos, como
Tomás: …
Belén: Otra pregunta estúpida. ¿Ya comiste? ¿Quieres hacer algo? ¿Quieres conocer mi casa?
Belén: Ok. Ok. Traigo el coche hecho un desmadre, perdón. Quería pasar a lavarlo, pero
Caminamos hasta una caribe que alguna vez había sido naranja, alguna vez había sido
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Tomás: ¿Tienes hijos?
Mi chiste no le causa gracia. O tal vez no entiende que es un chiste. Después de todo quizá no
sea ningún chiste. Podía contar por lo menos cuarenta mujeres con las que me había acostado
O su olor.
O sus dientes.
celos.
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Uno se rodea de cosas que lo definen.
incienso.
Cuando los niños salieron del cuarto sentí una revuelta de gases en los intestinos.
“Hoy mismo deja de criticar tu cuerpo. Acéptalo tal cual es sin preocuparte de la mirada ajena.
Arranqué la hoja y me limpié el culo con ella, porque no encontré algo mejor que hacer con esa
Belén: Mi hermana va a venir a cuidar a los niños, pensé que podríamos salir en la noche.
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14.
Durante los seis años que viví en Nueva York, todas las noches, sin faltar, me senté en el
mismo banco al final de la barra de un bar en East Village, muy cerca del hotel Chelsea.
Me gustaba pasar por ahí y decir, aquí pasaron temporadas Bob Dylan, Leonard Cohen y Keith
Richards.
Después cruzaba hasta el este de la 32, para sentarme en mi banco y beberme nueve cervezas
oscuras.
En ese orden.
Malik tocaba la trompeta los martes y los jueves con un cuarteto de jazz. Los jueves estaban
No es que tuviera algo contra ellos, es sólo que aborrecía que le gustaran a todo el mundo.
Prefería las composiciones originales de Malik que, por el contrario, no le gustaban a nadie.
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Una noche salí de ahí tambaleante, tomé el coche y conduje hasta la casa de Guiedana sin
La luz estaba apagada. A tientas, busqué mi lugar de la cama: el izquierdo. Pero mi cuerpo ya
estaba ahí. Sentí mi cadera y después mi pecho y tuve una sensación muy extraña. ¿Estaba
soñando? ¿Había sido mi alma, en un viaje astral, la que había ido a emborracharse al bar del
Josh?
Lo que tocaba era el cuerpo del nuevo amante de Guieda, que por cierto era más atlético que el
mío.
Y cuando prendió la luz, nos advertimos los tres, confundidos en puntos equidistantes de la
cama.
(Silencio)
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Permanecí en silencio durante varios segundos.
Tomás: Sólo me subí al carro y conduje hasta acá sin darme cuenta.
Tomás: ¿Por qué tienes una motocicleta? ¿No tienes dinero para compararte un carro?
acercaba a mí, intentaba golpearme, pero antes, con una velocidad inusitada, esquivaba el golpe
y lo sometía contra la pared. Después, con una retórica que no he logrado construir en mi
Tomás: ¿Por qué tienes una motocicleta? ¿No tienes dinero para comprarte un carro?
Cuando él se acercó tiré un golpe que no asestó a nada y balbuceé algo que ni siquiera yo
entendí. Después intentó sacarme amablemente, sosteniéndome para que no me cayera por mí
mismo. Bajé las escaleras abrazado del tipo que dormía con mi mujer.
No te da vergüenza, vago, dormir en la cama que yo compré; le dije mirándolo hacia arriba,
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Siento mucho todo esto, dijo colocándome en la banqueta de enfrente. Yo simplemente quiero
Tomás: Pero ella no quiere estar contigo, vago. Ella quiere estar conmigo.
A mi casa, porque las cosas que había ahí dentro eran mías. No porque hubiera pagado por
ellas, sino porque estaban impregnadas de mí. Estaban amoldadas a mí. Y más que nada,
Tomás: ¿Qué?
Tomás: Ahí.
15.
El pecho empapado de Belén se expandía con su respiración agitada, mientras mi pene flácido
se escurría por su vagina y caía sobre el asiento roto de tela azul marino.
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Fuimos al bar del Josh.
En el camino, veía a Belén conducir y me imaginaba con ella por el resto de mi vida.
Veía a Belén y sentía por primera vez en muchos años que podía amar a alguien.
Tomás: ¿Perdón?
(Pausa)
(Pausa)
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Belén: ¿Quieres que te pida algo?
Belén: Uno.
Tomás: …
Uno, contesté.
Veía a Belén al final de la barra y sabía que era la mujer con la que podía pasar el resto de mi
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La manera en la que colocaba sus manos sobre la barra.
pensaba que no quiero cometerlas contigo. Sé que sólo nos estamos tomando una cerveza.
Pero tenemos cuarenta años. Uno no puede hacer al tonto a los cuarenta años. Sabes que vine
por ti. Y yo sé –lo supe cuando te vi en esa barra- que quiero estar contigo. No espero que
sientas lo mismo en este momento, pero espero que lo sientas con el tiempo. Y quiero que
sepas que quiero hacer las cosas bien. (Pausa) ¿Está bien?
(Silencio)
Y yo le devolví la sonrisa.
Tomás: Salud.
Belén: Salud.
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Todo había terminado en cinco minutos de intentar hacer el amor con la media erección que
Cuando acabé de eyacular dentro de ella sólo quería largarme de ahí y no tener que verla
nunca.
Con los pantalones en los tobillos en el interior polviento de aquella caribe 82, pensé en
No se iría nunca.
Belén: Todo esto es muy extraño, Tomás. Íbamos juntos en la primaria. En la primaria. Uno
amor. Tenemos cuarenta años, Tomás. Tuvieron que pasar treinta años para que pudiéramos
estar juntos. El amor se toma su tiempo. Siento que existe una conexión muy poderosa entre
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Belén: Los niños no tienen que ir a la escuela el viernes, estaba pensado que podíamos ir al
jardín botánico. No te sientas comprometido, ni nada. Es sólo una idea. O podemos ir a ver
16.
Quién se cree toda esta mierda, después de todo, pensé. La idea de una estúpida explosión a
partir de la cual comenzó a expandirse el universo hasta este punto. Hasta este momento.
Hasta todo este… orden. Hasta mí. Hasta este dolor. Son demasiados accidentes fortuitos para
Qué pasaría si un día me detengo por completo. Si un día pierdo toda voluntad. Pierdo el
sentido. Si un día, de buenas a primeras, dejo de pensar. De regirme por toda ley natural. De
asirme a todo esto. Y me decido a soltar. Eso sería, finalmente, dejar de pertenecer a este sitio.
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Bastaría con detenernos. Con detener el engaño. Con dejar de creer en explosiones. En dioses
indescifrables. Bastaría con aceptar que uno… no está aquí. Y entonces uno simplemente
Uno… no tendría que platicar por las noches con su hermano muerto para poder dormir.
Uno no tendría que decirle a su padre, a su padre en coma, en pañales: “No, nunca me creí tus
historias de juventud, pero siempre fuiste mi héroe” ¡Ahí, tirado, con todos esos tubos en la
Uno no tendría que sentir afecto por una estúpida puerta metálica que se aleja a través de la
Uno no tendría que encogerse en medio de la cama, y morder las almohadas, conteniendo las
Pasé la noche pensando que algo descifraría en las manchas de humedad del techo de mi
cuarto.
No fue así.
17.
Tomás: ¿Cuándo?
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Madre: Ahorita.
Madre: Le di tu número.
El celular de mi padre vibró sobre la mesa, arrastrándose hasta el borde. Se hubiera estrellado
“¿Cenamos?”
Por supuesto que no, hija de puta. Estoy arrastrándome para intentar salir del hoyo en el que
me tienes hundido.
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Al final me veía más acabado que nunca.
Le propuse vernos en el café del amigo de mi padre, donde nos habíamos conocido.
Llegó veinte minutos tarde, vestida como si hubiera estado arreglando la casa.
Cuando me vio corrió y se abrazó a mí y me despeinó el cabello que había pasado la tarde
acomodándome.
Me sentía feliz.
Pasamos la comida hablando de tonterías, cosas de su trabajo, cosas de la tele, cosas del
maldito clima.
Y luego hubo otro silencio, que se extendió como un océano, después de mi pregunta.
Sin quitarme la mirada, se puso de pie delante de mí, se quitó los tacones y colocó sus
Dijo sonriendo.
Me llevó de la mano hasta el rincón de aquel café mugriento y comenzó a tararear una canción
que no reconocí.
Luego me echó los brazos al cuello y recargó su oreja en mi pecho, como si hubiera querido
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Y comenzamos a girar, como un planeta solitario.
Tomás: …
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(Silencio)
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La contemplé un momento y todas sus facciones me resultaron ajenas.
Y no sentía nada.
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18.
Guieda:
Siempre has querido saber con cuántas mujeres te engañé. Ciento setenta y dos. Cuando no
puedo dormir, paso la noche repasando la lista para no aburrirme. Por eso sé la cifra exacta.
Las he reunido en mi memoria a lo largo de muchas noches. Ciento setenta y dos. Ciento
setenta y dos, Guiedana. Es algo que no debes decirle a alguien que amas. Pero es lo que
hacemos. A veces se jode a quien más se quiere. Cada vez que lo hacía me prometía que no iba
a volver a hacerlo. Lo hice ciento setenta y dos veces. No hay nada que hacer después de la
primera vez, es como romper algo que ya está hecho polvo. Después de un tiempo dejas de
sentir culpa. Después de un tiempo dejas de sentir cualquier cosa. Ya no hay nada que hacer.
Ya no perteneces a ningún sitio. Nada es verdad. Y te sientes cada vez más alejado de todo. Yo
quería repararte de algún modo, pero ya no sabía por dónde comenzar. Sólo te estaba
volviendo loca. Lo único que supe hacer, al final, Guiedana, fue esconderme. Ni siquiera soy
capaz de pedirte perdón. Eres lo único que me importa en este mundo. Y ya no hay manera de
Poco antes del amanecer, había encontrado finalmente las palabras que quería decirle a
Guiedana.
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La página marcó error y cuando quise volver a la página anterior el correo se había borrado.
Y ya no pude reescribirlo.
Hubiera preferido no tener que despedirme de mi madre, pero justo iba entrando a la casa
Pero no le vi el sentido
Después me abrazó.
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Pero algo me impidió dárselo.
19.
East Village.
Estaba vacío.
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Y se fue al otro extremo de la barra.
Pensé en mi doberman.
Imaginé a Malik, envuelto en una bolsa, tirado en un terreno baldío con un tiro en la cabeza.
20.
Recorro el pasillo.
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Entro a mi habitación.
Silenciosamente.
El pie descalzo de mi madre, rozando las lozas viejas del piso de terapia intensiva.
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La tierra tragándose el féretro de mi padre.
Algo se rompe.
Un zumbido.
El último pensamiento.
Todo terminó.
Finalmente.
Yo no estoy aquí.
No estoy aquí.
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