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3) Nuestra tercera objeción para considerar al otro como objeto de investigación es que
ese supuesto opera
necesariamente sin consideración del intercambio que se ha producido entre
investigador y participante. Al sostener
la dicotomía sujeto-objeto, opera rehusando el reconocimiento del otro como semejante
y como otro,
reconocimiento en el que se fundamenta la dimensión ética.
Ver al otro como objeto de investigación, supone un intento denegado de dominación.
Las dos objeciones previas que caracterizan la peculiaridad del sujeto entrevistado y su
entorno se potencian
entonces con la aparición de estas mismas complejidades y densidades ubicadas en los
dos actores del proceso
investigativo, que sostienen un intercambio que involucra sus respectivos devenires
subjetivos, además de la
compleja dinámica del contexto y las alteraciones que se producen mutuamente a partir
de ese intercambio.
En el encuentro con los sujetos entrevistados, no hacemos sino proponerles un objeto de
estudio, de
reflexión, de investigación que, a partir del inicio de ese intercambio, será la tarea que
oriente las interacciones. El
propio objeto será desconstruido y reconstruido en el proceso, mostrando así sus aristas
ocultas.
No obstante, la escena del intercambio no es de ninguna manera una escena amable,
transparente y feliz. Se
trata de una interacción que no puede eludir los deseos y demandas recíprocas, los
intentos conscientes o no,
deliberados o no, de someter la perturbadora diferencia del otro para hacerlo mi igual,
en un impulso a borrar todo
lo que en él me inquieta. Es decir, toda clase de estrategias de poder y tácticas de
control se encontrarán circulando
entre ambos actores y portarán la fuerza de repetición de lo conocido, llevando a ambos
a reproducir las respuestas
y las perspectivas ya instituidas y que constatan las construcciones ideológicas y de
sentido que se oponen a las
nuevas preguntas.
No tenemos pues, otra forma de dar con nuestro objeto de estudio más que a través de la
discursividad de
los sujetos. Eso nos introduce en ese régimen de interacción caracterizado por el diálogo
entre nosotros en nuestro
papel de investigadores y los sujetos participantes a los que recurrimos.
El encuentro con el otro como hemos argumentado arriba, se da inicio a esa serie de
intercambios en los que
fluye mucho más que la cuestión planteada y la respuesta explícita que se elabora para
nosotros.
Surge entonces el asunto del control, que nos lleva a considerar los juegos de poder
implícitos en toda
interacción.
Toda nueva pregunta supone una capacidad, aunque sea mínima, de dislocamiento de
las verdades
establecidas respecto de cualquier fenómeno. Así, este encuentro entre actores, que es
pasional, político, personal y
científico al mismo tiempo, reclama un marco ético que establezca la condición en que
se produce el estatuto de los
actores para sí y para su contraparte.
Esta acogida incondicional, este reconocimiento de su rostro, dista mucho de la posición
de neutralidad
científica entronizada por las ciencias experimentales y no garantiza ninguna
objetividad, sino que pulsa hacia una
modalidad de escucha abierta a tolerar el quebrantamiento de los supuestos iniciales del
investigador, sólo porque
el otro tiene tanta capacidad de saber algo sobre el objeto de indagación, como el
investigador institucionalmente
construido.
Esta posición ética abre paso a una construcción política de la acción de investigar, en la
medida en que
incluye en el campo de producción de saberes a todos nuestros interlocutores.
Debemos concluir que los criterios de verdad que sostienen la investigación cualitativa
en ciencias sociales,
mediante estrategias de interacción con los otros, no se refieren a la precisión con que
seamos capaces de describir
adecuadamente un fenómeno en una lógica causal, sino a la potencia de creación que el
intercambio despliega, en
orden a la construcción de horizontes de posibilidad para nuestras sociedades,
enraizados en una reflexividad crítica
y deliberante sobre nuestras experiencias como sociedad, en una incitación para la
acción.