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EL SUJETO NO ES UN OBJETO DE INVESTIACIÓN – SALAZAR VILLAVA

A menudo se confunde a los sujetos participantes con el objeto de investigación, lo que


supone un
quebrantamiento del régimen de reconocimiento recíproco implicado en la investigación
participativa.
Cuando encaramos la investigación social desde una perspectiva cualitativa, recurrimos
a estrategias que
incluyen el diálogo con los sujetos cuya experiencia consideramos significativa para
explorar el problema de estudio.
Voy a presentar tres objeciones a la idea de que es posible considerar al sujeto como un
objeto de
investigación. Una de carácter epistemológico, otra hermenéutica y la tercera, de orden
ético-política.
La metodología cualitativa que se sustenta en una epistemología verdaderamente
cualitativa procede
casuísticamente a partir del reconocimiento de la singularidad de las experiencias
subjetivas y de la creación de
sentido que ellas implican en su transfiguración del fenómeno en experiencia.
Es decir, los sujetos que participan en nuestros estudios, al responder a los
cuestionamientos que les
planteamos, reflexionan y producen una formación discursiva en la que van dando
sentido al fenómeno del que nos
hablan, decantando en ese discurso mediante una compleja síntesis, el conjunto de sus
experiencias, sus
perplejidades, sus memorias, su imaginación y sus perspectivas respecto del porvenir.
Es decir, se trata de un
discurso implicado, construido desde una perspectiva única, parcialmente comunicable
mediante el lenguaje, e
inserto en el tiempo subjetivo de la memoria y el horizonte de futuro.
Acceder entonces al fenómeno que estudiamos a través del discurso de alguien,
significa explorar en la
subjetividad, una peculiar construcción en donde se revela algo del carácter de una
sociedad, en un momento
histórico determinado, a través de la experiencia de alguien. No se descubren realidades
objetivas, sino que se abren
horizontes posibles de sentido.
Es siempre más cómodo en la investigación presuponer una capacidad de distancia y
neutralidad como
garantía de los criterios de verdad y validez, objetivando al sujeto, que internarse en la
complejidad de los saberes
implicados.
Hay innumerables razones por las que los sujetos no pueden ser nunca el objeto de
estudio de nuestras
ciencias, pero haremos referencia a tres de ellas.

1) La primera es, por así decirlo, la cuestión de la complejidad, si pensamos al sujeto


como un proceso abierto que se
encuentra en devenir constante, mediante una gama infinita de acciones y retroacciones
de múltiples elementos.
Mayor es la incertidumbre aún, hablando de la subjetividad que es por definición un
devenir constante.
Hay una infinidad de fuerzas en juego en el sujeto y que van desde su historia personal
singular, su cuerpo, la trama
de vínculos en la que se encuentra inserto, su situación cultural e histórica, el momento
particular en que produce
para nosotros un discurso, la polisemia inherente a la lucha entre el lenguaje y lo
indecible. El más elemental
principio epistemológico obligaría a establecer un recorte del objeto de estudio
susceptible de ser abordado, pero el
sujeto escapa siempre a esta reducción, reservando a nuestra comprensión la mayor
parte de los procesos con que
se está construyendo, las articulaciones entre ellos y la impredecibilidad de su
trayectoria por venir.

En todo caso, lo que estudiamos es un fenómeno, un aspecto, o un rasgo en particular de


ese proceso subjetivo,
pero nunca al sujeto mismo. No operamos pues, bajo un régimen de verdad que agote la
definición del rasgo
estudiado, sino que potencie la elaboración reflexiva y que oriente sus potencias hacia
un cierto horizonte.

2) La segunda objeción para considerar al sujeto como objeto de investigación se refiere


a que ello entrañaría un
posicionamiento hermenéutico del investigador en que el otro, considerado como
“informante” es reducido en su
existencia a una fuente de información de la que puede extraerse un cierto material
específico. El sujeto considerado
como objeto de investigación queda así concebido como el recipiente en donde yace una
verdad que hay que
extraer y trabajar interpretándola correctamente, una verdad que preexiste al
planteamiento de la pregunta, como
si el sujeto dispusiera de un catálogo de respuestas a la espera de que pasemos a
buscarlas.
Esta suposición de que una respuesta o peor aún, una verdad, yace en el interior del
sujeto y vamos a buscarla, a
descubrirla, constituye un gran equívoco al menos cuando trabajamos cualitativamente,
por cuanto el sujeto elabora
una cierta respuesta en una condición específica, que no será nunca la misma al variar
sus circunstancias.
Cada respuesta de un entrevistado es entonces estrictamente un acto de creación y es
única, por lo que sólo
trasciende su singularidad por la vía del sentido que se revela en el lenguaje, pero que se
atiene a la historicidad
implicada en la condición mutable del devenir subjetivo y al carácter polisémico del
lenguaje, que no tiene nunca
una sentido irrevocable y transparente.

3) Nuestra tercera objeción para considerar al otro como objeto de investigación es que
ese supuesto opera
necesariamente sin consideración del intercambio que se ha producido entre
investigador y participante. Al sostener
la dicotomía sujeto-objeto, opera rehusando el reconocimiento del otro como semejante
y como otro,
reconocimiento en el que se fundamenta la dimensión ética.
Ver al otro como objeto de investigación, supone un intento denegado de dominación.

Las dos objeciones previas que caracterizan la peculiaridad del sujeto entrevistado y su
entorno se potencian
entonces con la aparición de estas mismas complejidades y densidades ubicadas en los
dos actores del proceso
investigativo, que sostienen un intercambio que involucra sus respectivos devenires
subjetivos, además de la
compleja dinámica del contexto y las alteraciones que se producen mutuamente a partir
de ese intercambio.
En el encuentro con los sujetos entrevistados, no hacemos sino proponerles un objeto de
estudio, de
reflexión, de investigación que, a partir del inicio de ese intercambio, será la tarea que
oriente las interacciones. El
propio objeto será desconstruido y reconstruido en el proceso, mostrando así sus aristas
ocultas.
No obstante, la escena del intercambio no es de ninguna manera una escena amable,
transparente y feliz. Se
trata de una interacción que no puede eludir los deseos y demandas recíprocas, los
intentos conscientes o no,
deliberados o no, de someter la perturbadora diferencia del otro para hacerlo mi igual,
en un impulso a borrar todo
lo que en él me inquieta. Es decir, toda clase de estrategias de poder y tácticas de
control se encontrarán circulando
entre ambos actores y portarán la fuerza de repetición de lo conocido, llevando a ambos
a reproducir las respuestas
y las perspectivas ya instituidas y que constatan las construcciones ideológicas y de
sentido que se oponen a las
nuevas preguntas.

No tenemos pues, otra forma de dar con nuestro objeto de estudio más que a través de la
discursividad de
los sujetos. Eso nos introduce en ese régimen de interacción caracterizado por el diálogo
entre nosotros en nuestro
papel de investigadores y los sujetos participantes a los que recurrimos.
El encuentro con el otro como hemos argumentado arriba, se da inicio a esa serie de
intercambios en los que
fluye mucho más que la cuestión planteada y la respuesta explícita que se elabora para
nosotros.
Surge entonces el asunto del control, que nos lleva a considerar los juegos de poder
implícitos en toda
interacción.
Toda nueva pregunta supone una capacidad, aunque sea mínima, de dislocamiento de
las verdades
establecidas respecto de cualquier fenómeno. Así, este encuentro entre actores, que es
pasional, político, personal y
científico al mismo tiempo, reclama un marco ético que establezca la condición en que
se produce el estatuto de los
actores para sí y para su contraparte.
Esta acogida incondicional, este reconocimiento de su rostro, dista mucho de la posición
de neutralidad
científica entronizada por las ciencias experimentales y no garantiza ninguna
objetividad, sino que pulsa hacia una
modalidad de escucha abierta a tolerar el quebrantamiento de los supuestos iniciales del
investigador, sólo porque
el otro tiene tanta capacidad de saber algo sobre el objeto de indagación, como el
investigador institucionalmente
construido.
Esta posición ética abre paso a una construcción política de la acción de investigar, en la
medida en que
incluye en el campo de producción de saberes a todos nuestros interlocutores.
Debemos concluir que los criterios de verdad que sostienen la investigación cualitativa
en ciencias sociales,
mediante estrategias de interacción con los otros, no se refieren a la precisión con que
seamos capaces de describir
adecuadamente un fenómeno en una lógica causal, sino a la potencia de creación que el
intercambio despliega, en
orden a la construcción de horizontes de posibilidad para nuestras sociedades,
enraizados en una reflexividad crítica
y deliberante sobre nuestras experiencias como sociedad, en una incitación para la
acción.

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