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La verdad no es anterior ni independiente del hombre, sino que es una creación suya. En tanto
tal, el conocimiento de esta verdad es irremediablemente antropocéntrico: sólo interesa al
hombre y es verdad sólo por él y para él. La “búsqueda de la verdad” es causada por un
pathos: el de la búsqueda de admiración. El tipo de hombre más pedante: el filósofo.
Hay un concepto en un HA. Se pone en marcha todo un aparato fónico que transmite una
imagen acústica por medio de ondas que son percibidas por un HB. Las imágenes acústicas
1
Saussure, Introducción, p. 34.
son recibidas por un aparato auditivo, y son transmutadas en concepto en la mente de HB.
Este proceso [o cadena de procesos] se repite en la comunicación de HB hacia HA.
El círculo que forma el acto del habla puede descomponerse en sus partes físicas, fisiológicas
y psíquicas. PF: Ondas sonoras; PFS: fonación/audición; PP: conceptos/ imágenes verbales.
A su vez, por una parte interna y por una parte externa [PI: procesos fisiológicos y psíquicos
al interior de los hablantes; PE: “vibración de los sonidos que van de la boca al oído”];
psíquica/ no psíquica [PNP: procesos puramente fisiológicos y físicos del habla]; activa/
pasiva [ donde “es activo todo lo que va del centro de asociación al oído del otro sujeto, y
pasivo todo lo que va del oído del segundo a su centro de asociación.”2]
El habla se caracteriza por ser un acto individual y consciente. En ésta se dan “las
combinaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la lengua con miras a
expresar su pensamiento personal”3; y esto es posibilitado por la puesta en marcha del
“mecanismo psicofísico”4 descrito más arriba. La lengua, en cambio, es un hecho social; es
lo esencial del lenguaje. A diferencia del habla no consiste en un acto consciente, sino que
es un código [correspondencia de ciertos signos con determinados conceptos, aceptado
colectivamente] que el sujeto hablante recibe pasivamente. La lengua antecede al hablante
particular y a su hablar; es lo que determina el acto mismo del habla. El sujeto hablante
expresa deficientemente lo que la lengua es; y esto en tanto la lengua se conserva en su
totalidad en el código o sistema que rige y expresa a toda una comunidad [“la lengua es el
depósito de las imágenes acústicas y la escritura la forma tangible de esas imágenes”5].
El autor considerará al signo como la unidad mínima del análisis lingüístico. El signo es
entendido como la unión entre un significante y un significado. El primero es la palabra
misma; mientras que el segundo es la imagen acústica de aquello que denota la palabra, esto
es, el concepto. Ambos pertenecen a la esfera de lo psíquico y se da entre ellos una relación
bicondicional: si hay significado, entonces hay significante; y si hay significante, hay
2
Ibid., p. 40.
3
Ibid., p.41.
4
Ídem.
5
Ídem.
significado. La unión entre uno y otro se da necesariamente en el signo y, sin embargo, el
contenido o la relación entre ambos es arbitraria. Que la palabra árbol tenga como correlato
el concepto de un “árbol”, es un mero accidente; pero lo que no es accidental sino necesario
es la unión entre un significante y un significado en la operación del nombrar.
Las leyes que rigen la lengua están sostenidas en una estructura que nos antecede
ontológicamente; de modo que nosotros, en tanto sujetos hablantes, somos el efecto de esta
estructura. La lengua se impone a nosotros, y los signos que utilizamos obedecen a sus
propias leyes combinatorias. La lengua en tanto hecho social es mudable, de modo que hay
un constante desplazamiento entre los significantes y los significados que contiene y que
componen sus signos. Este desplazamiento es producto de una combinación arbitraria
normada y posibilitada por las leyes de combinatoria de la lengua.
Cabría preguntarse aquí cómo es posible tal arbitrariedad si existen leyes que son
propias de la lengua. Un ejemplo para esta descabellada suposición es el de la partida de
ajedrez. En el ajedrez, el jugador puede realizar una serie de jugadas que sólo son posibles si
existen ciertas reglas de movimiento de las piezas. Así, extrapolando la analogía del juego
de ajedrez al campo de los fenómenos lingüísticos, diríamos que las combinaciones
arbitrarias entre significantes y significados sólo son posibles si existen leyes que rijan la
lengua (¿O que se impone a sí misma la lengua?). Podríamos prescindir, incluso, de las causas
o de la historia de una lengua para encontrar sus leyes de combinatoria. Es en este punto en
el que Saussure distingue una lingüística sincrónica de una lingüística diacrónica. La
primera estudia la partida actual de ajedrez sin remontarse a su historia; esto es, prescinde de
las jugadas anteriores que llevaron a la situación actual del juego. La segunda, en cambio,
realiza el desplazamiento entre significantes y significados de un momento X a un momento
Y. Según Saussure, una lingüística y otra se encargan de fenómenos totalmente distintos; y
esto debido a la arbitrariedad con la que se relaciona un significante con un significado.