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La Era de la Posverdad

Por Guadalupe Nogués

La posverdad es distinta del error, o de la mentira. El que yerra puede eventualmente encontrar y
corregir su error. El que miente, sabe que miente. Podemos definir la posverdad como el momento en que
los hechos se ocultan, moldean, manipulan (muchas veces de forma deliberada y sistemática) y las
emociones que esos hechos generan—o incluso otros totalmente inventados— pasan a primer plano. A
veces, la posverdad se manifiesta como una especie de mentira arquitecturada, cohesiva y sistemática en la
que la coherencia interna le gana al anclaje al mundo real.
Uno de los problemas de la posverdad es aparecer como una alternativa a la verdad, como si la
verdad fuera una cosa que alguien tiene, y no lo que es: un objetivo desconocido en el horizonte hacia el que
vamos, y para el que necesitamos una brújula. Si nos sentimos perdidos, podemos construir una brújula. Si
no nos ponemos de acuerdo en cuál es el norte, no habrá brújula posible y estaremos condenados a vagar
siguiendo los caminos erráticos de la ignorancia. O peor, condenados a seguir a quien cree un norte que
puede mover a su conveniencia.
La posverdad es al mismo tiempo producto y causa de una grieta infinita. Una en la que las personas
convivimos transitando narrativas paralelas en mundos solapados donde la física se rompe, y podemos
atravesarnos los unos a los otros sin que medie influencia alguna que logre desviar las trayectorias
predeterminadas de lo que hemos decidido va a ser la realidad. Esta fractura, esta discontinuidad en el
paisaje, es una amenaza para nuestra convivencia como especie en este planeta y, así, para nuestra
supervivencia.
Cada año, el diccionario Oxford elige la ‘palabra del año’. En 2016, esa palabra fue posverdad,
definida como ‘las circunstancias en las que los hechos objetivos influencian menos a la opinión pública que
las apelaciones a la emoción o a las creencias personales’. A fines de 2017, el término ingresó al diccionario
de la Real Academia Española, pero allí fue definido de modo ligeramente distinto: ‘distorsión deliberada de
una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes
sociales’.
Hay quienes consideran que no deberíamos hablar de posverdad sino sencillamente de mentira o
falsedad. La definición en español parece acompañar esa idea, como si se tratara siempre de un engaño
intencional. Pero esta mirada hace perder un poco de vista el hecho de que no siempre hay una
intencionalidad en ignorar la información que se tiene, en pos de tomar posturas que la contradicen y se
basan en la emoción. A veces, y tal vez sea esta una de las componentes más críticas del problema, lo que
ocurre es que hay cierta indiferencia ante la distinción misma entre lo que es la mentira y lo que es la verdad.
A veces, que algo sea verdad simplemente no es importante para la persona.

10 apuntes sobre la posverdad


Por Daniel Gascón

(Publicado en la revista digital Letras Libres, el 18 junio 2018)

Notas sobre noticias falsas, propaganda política y 'la verdad de las mentiras'.
1. La posverdad no es la mentira de siempre. Aunque tampoco está claro lo que es. El Oxford English
Dictionary la define como una situación en que “los hechos objetivos son menos determinantes que la
apelación a la emoción o las creencias personales en el modelaje de la opinión pública”. Para el DRAE, es la
“distorsión deliberada que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública”.
Parece más adecuada la del OED. Manuel Arias Maldonado ha escrito que la mejor definición del concepto
es una viñeta del New Yorker que dice: “Este ha sido el pronóstico meteorológico demócrata, a continuación
veremos el pronóstico republicano.”
No es tanto la frase de Montaigne, según la cual la verdad es una y la mentira son muchas. Es más bien que,
como dice Kenan Malik, vivimos en un mundo con demasiadas verdades.
2. Las fake news existen desde hace mucho. Pensemos en casos como los protocolos de Sión o la voladura
del Maine. Es célebre la frase que dice que la primera víctima en la guerra es la verdad. Antes eran los
Estados y los periódicos quienes tenían más capacidad de creación y promoción de noticias falsas. Una
diferencia que presentan las circunstancias actuales es que la facilidad de producción y diseminación permite
que estructuras más pequeñas lo hagan. Dos tipos en calzoncillos en un sótano de Macedonia pueden
inventar que el papa apoya a Donald Trump y que esa noticia falsa circule. En el nerviosismo de los medios
y los gobiernos por las fake news hay un elemento que tiene que ver con la ansiedad que produce la pérdida
de un monopolio: el de la intoxicación.
3. Dos elementos más de las fake news. A veces, como en El hombre que fue Jueves, lo que hay detrás de
esos actores son los Estados. Y, como ocurre a menudo, lo que dice el otro son fake news: Trump lo utiliza
con los medios que publican noticias desfavorables.
4. Se ha hablado mucho de Orwell. Pero el ejemplo en el que se suele pensar (1984) no es muy adecuado. Es
una alegoría de un Estado totalitario. Allí lo que vemos es un lugar donde la información –o la
desinformación– está canalizada. Un sólo poder controla el flujo. Altera el pasado según los intereses del
presente. Ahora lo que vemos es un ecosistema donde la información llega de muchos lados: la información
rigurosa y la mentira conviven como en un lago donde llega agua de distintos lugares. El objetivo y el
resultado es enfangar, dificultar las diferencias, introducir una especie de visión cínica. (Los textos de
Orwell sobre el lenguaje y la política, o sobre la visión de la guerra civil española pueden ser más útiles.)
5. Tiene que ver con la pereza mental. Se aprovecha de los sesgos, de lo que preferimos pensar. A lo que
encaja con lo que pensamos o deseamos oponemos menos resistencia. Se beneficia de una confusión entre
hechos y opiniones: la verdad es lo que se percibe como verdad. Hannah Arendt decía que esa confusión era
una de las bases del totalitarismo, una condición para su triunfo.
6. Una anécdota sobre la mentira que cuenta Arendt:
Un centinela montaba guardia para advertir a la población en caso de que apareciese el enemigo. El hombre
era amigo de las bromas, así que, para divertirse, dio una falsa voz de alarma. Sin embargo, después corrió a
las murallas para defender la ciudad de los enemigos que él mismo había inventado. De ello se sigue que
cuanto más éxito tenga un embustero y mayor sea el número de los convencidos, más probable es que acabe
por creer sus propias mentiras.
7. Se aprovecha también de la confusión, de lo que se ha llamado relativismo epistémico, la aceptación de
ese estado de cosas. En el artículo que he mencionado, Malik lo vincula con el posmodernismo, que propicia
la erosión de conceptos como universalidad. Este relativismo, que fue dominante en la academia, fue
practicado por la izquierda académica: la medicina no es superior a la brujería, se trata simplemente de dos
sistemas de pensamiento distintos. Por bienintencionada que sea esa tendencia, por escarmentados que
estemos por la arrogancia racionalista de Occidente y sus consecuencias, no hay nada, sostiene Malik,
progresista en esa negación del universalismo, en la adopción del relativismo, en la primacía de lo subjetivo
sobre lo objetivo.
8. Hay un énfasis en lo identitario y una negación de lo común. La verdad será distinta para unos y para
otros, según sus condiciones, y en último término la experiencia es incomunicable. La política de la
identidad y el relativismo, dice Malik, puede haber sido adoptada por la izquierda, pero parte de una visión
profundamente conservadora. Son ideas que tienen una raíz romántica, contrailustrada. No hay que
despreciarlas por completo: la Contrailustración, en cierto sentido, también es parte de la Ilustración.
Posiblemente quienes usan la posverdad no piensan en el relativismo epistémico, pero para Malik, que la
izquierda suscribiera esas tesis la dejó en una posición frágil para defenderse.
9. Las formas de comunicación modernas, con su primacía de la expresión, de lo subjetivo sobre lo objetivo,
refuerzan esa tendencia. Y contribuyen –como la fragilidad de los medios, la fragmentación, la facilidad de
acceso a la información y de publicación– al desgaste de la autoridad, de la confianza en la veracidad, en
una sociedad paradójica: por un lado hay un ethos falsamente igualitario, donde se cuestionan los expertos y
se detesta a los pedantes, pero se adora obsesivamente el éxito.
10. La prensa quiere fiscalizarlo todo pero no se deja fiscalizar por nadie. Una parte esencial y simple está
en que los periódicos cuenten bien las cosas, hagan bien su trabajo (algo que incluye las soflamas sobre
cómo vamos a salvar la democracia –a todos nos gusta un poco de épica–, pero quizá cosas más modestas
también como publicar bien las noticias). Ha habido intentos de regulación: por ejemplo, en Francia y en
Alemania. También Le Monde puso un sistema de evaluación de la información. Ha habido propuestas de
las empresas de tecnología. Todas tienen sus complejidades técnicas y generan dudas. Yo soy
instintivamente partidario de la frase de Rorty: “Cuida de la libertad y la verdad se cuidará sola.” Aunque
también, como dice Arias Maldonado, las redes están en un Estado de naturaleza: para llegar a Elias habrá
que pasar por Hobbes. Una nueva realidad comunicativa requerirá nuevas formas de regulación, sabiendo
que en caso de duda debe primar la libertad.

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