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Carlos Alberto Sacheri

He aquí reeditado, como un homenaje más de sus discí-


pulos y amigos, lo que sobre su vida y obra escribieran
sobre Carlos Alberto Sacheri. Plantean en ella el dilema
central por el cual vivió, enseñó y por el cual lo mata-
ron: o el Reino de Cristo o el del Anticristo. No hay tér-
minos medios ni posibilidad de servir a dos señores.
Pero, una vez elegida la bandera del Señor de la
Cruz, se debe militar bajo su manto con estilo frontal y
heroico, poético, arrojado e intrépido.
ANTONIO CAPONNETTO
(COMPILADOR)

Carlos Alberto Sacheri


Un mártir de Cristo Rey
C o l a b o r a r o n p a r a la p r e s e n t e e d i c i ó n :

ADALBERTO ZELMAR BARBOSA


FRANCISCO BOSCH
ANTONIO CAPONNETTO
ALBERTO CATURELLI
BUENAVENTURA CAVIGLIA CÁMPORA
JUAN CARLOS GOYENECHE
HÉCTOR H . HERNÁNDEZ
FEDERICO MIHURA SEEBER
BERNARDINO MONTEJANO (H)
VÍCTOR E . ORDÓÑEZ
PEDRO JOSÉ LARA PEÑA
ABELARDO PITHOD
CARLOS ALBERTO SACHERI
JOSÉ MARÍA SACHERI
MONS. ADOLFO S. TORTOLO
JUAN VALLET DE GOYTISOLO
ANTONIO CAPONNETTO
(COMPILADOR)

CARLOS ALBERTO SACHERI


Un mártir de Cristo Rey

R O C A VIVA
Buenos Aires
1998
Hecho el depòsito que ordena la ley.
Buenos Aires, agosto de 1998
(Impreso en la Argentina)
ISBN: 987-98426-0-1

© E d i t o r i a l ROCA VIVA

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,


almacenada o transmitida, total o parcialmente, en manera
alguna ni por ningún medio creado o por crearse; ya sea
eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fo-
tocopia, sin permiso previo del editor.
Introducción.
Antonio Caponnetto 11
Aclaración sobre el contenido de este libro 17
Carlos Alberto Sacheri, en su nombre la lucha continúa.
Verbo, marzo de 1975 19
Oración por el hermano muerto por Dios y por la Patria.
Abelardo Pithod 21
Las tinieblas se disipan y se distinguen los bandos.
Juan C. Goyeneche 23
El sentido pleno de una muerte.
Dr. Francisco Bosch 27
Sacheri: el mandato de una acción concertada.
Adalberto Zelmar Barbosa 29
Carlos Alberto Sacheri, mártir de la verdadera paz.
Juan Antonio Widow 33
Carlos Sacheri en la República Oriental
Buenaventura Caviglia Cámpora 35
Ante la muerte de Carlos Sacheri.
Pedro José Lara Peña 43
Carlos Alberto Sacheri y la virtud teologal de la esperanza.
Juan Vallet de Goytisolo 47
Civilización y culturas.
Carlos Alberto Sacheri 51
Un pensamiento siempre vigente.
Carlos Alberto Sacheri 71
Palabras de Monseñor Tortolo.
Mons. Adolfo Tortolo 77
Carlos Alberto Sacheri, mártir de Cristo y de la Patria.
Víctor Eduardo Ordóñez 79
Sacheri y nosotros.
Federico Mihura Seeber 81
Carlos Alberto Sacheri. 1974-1984.
Bernardino Montejano (h) 91
Carlos Alberto Sacheri, testigo.
Alberto Caturelli 93
A 20 años de su martirio.
Héctor H. Hernández 103
Tenemos que perdonar.
José María Sacheri 115
Introducción

Cuando nos disponemos a escribir estas líneas, algo dramático es-


tá ocurriendo en nuestra patria, cuya protesta tal vez sea este el lu-
gar adecuado para formular, y cuya primera denominación bien po-
dría ser la de la falsificación de la memoria.
Ella se ha vuelto generalizada, prepotente y cruel; y resultan tan
hábiles cuan inescrupulosos quienes ofician de profesionales de la
mentira, que no queda ya prácticamente un espacio sin arrebatar por
este traicionero olvido.
Se ha olvidado así, a sabiendas, la existencia del marxismo inter-
nacional con su secuela —científicamente demostrada— de cien mi-
llones de víctimas en todo el mundo, en lo que va del siglo que se
acaba. Y se ha olvidado que, al amparo de esa estructura ideológica
y homicida, apareció en América el fenómeno del terrorismo, des-
pojando de paz y de justicia a aquellos pueblos sobre los cuales pre-
' tendía llevar, paradójicamente, su espíritu benefactor.
Se dirá, y estamos prontos a suscribirlo, que la aludida violencia
encontró en el liberalismo su matiz como en el capitalismo su finan-
ciación. Nada más cierto ni más necesario de repetir. Pero aquella
violencia se desplegó en nombre de los cien rostros torvos de la iz-
quierda, y amparada y sostenida en una calculada revolución con-
tracultural, penetró en el cuerpo social todo, astillándolo en mil pe-
dazos. El término subversión —tan utilizado otrora— daba una pis-
ta cierta, en recta semántica, de lo que estaba ocurriendo. Porque no
era sólo la guerrilla la que elegía sus blancos físicos; no únicamen-
te el partisanismo el que atacaba hombres y sitios, sino algo más su-
til y envolvente, más deletéreo y demoledor, que tan pronto podía
roer el orden de la institución familiar como el sentido de lo sagra-
do. Sus blancos ya no eran físicos sino espirituales, y por consiguien-
te, no se dirigían tanto a personas o a lugares cuanto a modos e ideas.
12 ANTONIO CAPONNETTO

Pocas veces se vio tan claro aquello de que la guerra y la política se


continúan; y que si la primera no se acota a lo castrense, la segun-
da no suele desentenderse de la contienda.
La subversión creció así en la universidad y en la educación sis-
temática, en el sindicalismo y en las agrupaciones obreras, en la par-
tidocracia y en el área aparentemente inabordable de la ciencia y la
técnica, en las manifestaciones artísticas y en la enseñanza general.
Tuvo y tiene su baluarte predilecto en los medios masivos, no omi-
tió tampoco su cuota grande de inserción en las mismas Fuerzas Ar-
madas, y llegó —como un dolor punzante y amargo— al corazón
mismo de la Iglesia. La subversión conquistó gobiernos y poderes,
y bajo sus tenebrosos amparos, las organizaciones armadas que la
cobijaron, tuvieron una libertad de acción irrestricta e impune.
La Argentina no fue la excepción, sino por el contrario, casi un
caso piloto de la subversión y del terrorismo marxistas en América.
Cuesta decirlo hoy, y entre nosotros, cuando la susodicha falsifi-
cación de la memoria ha logrado imponer el mito del holocausto mi-
litarista contra los defensores de los derechos humanos, y no hay es-
tulto que no repita la fábula de la represión sangrienta frente a ad-
versarios que apenas si pasaban de ser jóvenes idealistas. Cuesta de-
cirlo aquí, en este país irreconocible de las manipulaciones mediá-
ticas, capaz, por obra y gracia de las mismas, de llamar canallas a
sus héroes y figuras tutelares a sus granujas.
Pero fue aquí y ayer nomás —mal que les pese a los artífices de
la amnesia colectiva y a los profesionales de la confusión— que el
terrorismo y subversión caminaron juntos, trazando un camino de
víctimas, de pérdidas irremediables, de despojos dolientes. No eran
alegres utopías las que movilizaban sus cuadros, sino un odio rojo
demasiado parecido al que los místicos describen en sus visiones del
infierno. Como no eran desprotegidos y desguarnecidos corderos a
merced de una jauría desenfrenada de soldados, sino tropas fríamen-
te adiestradas para el cultivo de un horror que la experiencia demos-
tró no tener límites morales ni mentales. Ninguna inocencia los ca-
racterizaba, ningún atenuante alcanza para exculparlos. Secuestra-
ron y torturaron, extorsionaron e hicieron desaparecer en no pocos
casos los cuerpos de sus agredidos; tuvieron sus propios centros
clandestinos de detenciones y vejámenes, ejercitaron el sadismo,
aún entre las propias filas, cada vez que lo creyeron oportuno, y no
ó
INTRODUCCIÓN 13

se privaron de escudarse en criaturas para propiciar sus fugas o sus


entuertos.
Así era la Argentina de los años setenta; prefigurada ya en los úl-
timos del sesenta y si se quiere, una década atrás, cuando se hicie-
ron oir los primeros escarceos de las células armadas.
En esa nación —así sufriente, así contrahecha e invadida, así de
convulsa— murió un domingo del año '74, en vísperas de Navidad,
Carlos Alberto Sacheri. Pero no fue la suya la muerte natural que
nos llega invariablemente por el paso de los tiempos, sino la muer-
te heroica y mártir del luchador y del testigo. Porque digámoslo una
vez más y con cristiano orgullo: a Sacheri ¡o matan las fuerzas com-
binadas del terrorismo y de la subversión marxistas, ya que sabían
de un modo explícito que tenían en él a un contrincante formidable
e irreductible. Lo asesinan calculadamente —casi podríamos escri-
bir ritualmente, a juzgar por las expresiones posteriores del grupús :
Jñlló que se adjudicó la autoría material del crimen—como señal de
que su vida y su obra resultaban un desafío y una amenaza a la he-
diondez dominante.
Vale la pena entonces hacerse esta pregunta: ¿quién era Carlos
Alberto Sacheri?, quién era este hombre singular que suscitó el en-
cono de los perversos y la animadversión homicida de los agentes
dH'comümsmo'f^Ro es baíadí el interrogante ni debe ser opaca la
respuesta, pues si trazamos un perfil acabado y luminoso, sabremos
en consecuencia cuál es el arquetipo que hemos de forjar en noso-
tros mismos y en el prójimo, mientras conservemos aún la noble as-
piración de santificar la existencia.
Los testimonios que siguen darán esa respuesta que necesitamos,
y por eso nos ha parecido prudente recopilarlos.
Se nos permitirá sin embargo que esbocemos una síntesis.
Era Sacheri el forjador y el pater familiae de un hogar católico.
De aquellos en que las horas y los días tienen el ritmo de la liturgia
y el sabor de la Iglesia Doméstica. Esa familia —de hijos todavía
pequeños para asomarse al misterio de la tragedia— recibió la sal-
picadura de su sangre, como en un nuevo y especial sacramento que
los ratificaba para siempre en la Fe.
Era Sacheri un bautizado fiel a la Cátedra de Pedro, conocedor
del Magisterio, docto en su Sagrada Tradición, atento a sus formu-
laciones actuales, leal en todo a la Esposa del Señor. Precisamente
14 ANTONIO CAPONNETTO

por eso no estaba dispuesto a presenciar inactivo el complot de los


heresiarcas y las ofensas de los prevaricadores. Y escribió ese libro
estupendo, La Iglesia Clandestina, que en manos de otro no hubie-
se pasado del circunstancial panfleto de denuncia contra los males
del progresismo, pero que en su inteligencia arquitectónica se con-
virtió en el manifiesto de la lucha y de la esperanza cristiana, en la
doble y necesaria fuerza para recordar la Palabra Verdadera y em-
puñar la tralla que expulsara a los mercaderes del templo.
Era Sacheri un hombre del Derecho. Como lo entendían los ro-
manos —-prudentia inris— y como pudo inteligirlo un Tomás Mo-
ro o un San Alfonso María de Ligorio. Sin el Orden Sobrenatural no
se sostiene el Orden Natural, y sin éste, vano es el ordenamiento de
la ley e inevitable el derrumbe de la Ciudad. Iustitia est ad alterum,
sabía con el Aquinate. Y esa alteridad a la que era preciso restituir-
le lo proporcionado, resultaba para él, tanto el hombre singular co-
mo el municipio, la empresa o la aldea, la profesión o el Estado. Su
preocupación por el bien común —concepto sobre el que escribió
páginas llenas de exactitud— expresaba este afán por lo justo que
lo acompañó desde sus días juveniles.
Era Sacheri un universitario, si la palabra se entiende a derechas.
Que es decir mejores cosas que las que sugieren hoy expresiones co-
mo intelectual u hombre de la cultura. Porque la Universidad, se-
gún la clásica definición de Alfonso el Sabio en Las Siete Partidas
es "el ayuntamiento de maestros, e de escolares, que es fecho en al-
gún lugar con voluntad e entendimiento de aprender los saberes"; y
se cumplió en él lo que decía Pío XI: donde está el maestro, allí es-
tán los discípulos.
Por volcarse a los saberes esenciales y a la unidad del saber, fue
universitario eminente, dentro y fuera del país. Lo fue asimismo por
ese don de contemplar los trascendentales del Ser y de aprehender^
la realidad con hábitos rigurosos de definición y de análisis. Pero su-
po ayuntar voluntades y entendimientos, aquí y allá y por donde la
Providencia lo llevara, engendrando discípulos con su sola presen-
cia, que todavía recuerdan con admiración y gratitud.
Era Sacheri un tomista, despojando rápidamente al término de los
abusos semánticos de la manualística filosófica. Lo que equivale a sos-
tener, según oportuna aclaración de Castellaní, "que es aquel que po-
see la inteligencia lo suficientemente alada como para rumiar y de-
INTRODUCCIÓN 15

gustar al Doctor Angélico, recreándolo antes que repitiéndolo, exten- .


diéndolo antes que anquilosándolo, aplicándolo en todo más que re-
duciéndolo a un manojo de citas. Ño el Tomás catalogado y viviseca-
do de los CD para el persomfcomputer, sino el Santo Tomás vivo y
fresco, perenne y enorme, a quien se le apareció una tarde el buen Je-
sús ofreciéndole recompensas por sus empeños, mientras el balbucea-
ra apenas: Señor, yo no quiero otra cosa más que Vos mismo.
Era al fin Sacheri, un militante d e j a Realeza Social de Nuestro
Señor Jesucristo. Tenía por programa el Para que El reine, por divi-
sa él 'Oñinia instaurare in Christo, por promesa el desafío paulino:
es preciso que Él reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus
pies. Y Tenía por arma la práctica de los Ejercicios Ignacianos, para
no perder nunca de vista la agonía crucial de las Dos Banderas.
Militante del Buen Combate, no especuló jamás con acomodos
mundanos, con arribismos ocasionales o con carreras promisorias
en la política menuda, a expensas del testimonio limpio de la Ver-
dad Crucificada. Y puesto en la mira por su papel de avanzada en
la lucha contrarrevolucionaria, conservó la sencillez y el estilo afa-
ble, propio de los señores y de los elegidos. Humildad y vida sin
dobleces que es necesario imitar, si se ha de levantar su nombre co-
mo estandarte.
Dice San Ambrosio en De bono mortis, que "para los buenos, la
muerte es un puerto de descanso; para los malos es un naufragio".
' Carlos Alberto Sacheri ha merecido el puerto de la quietud per-
petua, desde el cual, seguramente, ve echar anclas celestes a los Án-
geles y a la Nave Invicta de la Iglesia Triunfante tremolar por un mar
sin bajíos. Su visión es la visión transfigurante de los mártires.
Se nos conceda a quienes quedamos la gracia de su destino; pe-
ro ante, y como a él, el coraje para el entrevero, la inteligencia pa-
ra discernir, el celo apostólico para no ceder, la virtud para soportar
la peripecia.
Y se nos conceda no para nuestra vanagloria, ni siquiera para lo
que pudiera significar en el orden de los legítimos reconocimientos
humanos. Se nos conceda sólo para ofrecer nuestras vidas y nues-
tras obras al servicio de Dios y de la Patria.
Antonio Caponnetto
Buenos Aires, junio de 1998
Aclaración sobre el contenido de este libro

El artículo "Carlos Alberto Sacheri. En su nombre la lucha conti-


núa" , apareció como Editorial de la Revista Verbo, n s 150, Buenos
Aires, marzo de 1975, p 5-6. No lleva firma, pero su director era en-
tonces Miguel Ángel Iribarne. La Oración por el hermano muerto
por Dios y por la Patria, de Abelardo Pithod, fue leída por el autor
el 26 de diciembre de 1974, en el homenaje que le rindieran a Sa-
cheri en aquella fecha, la Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Educación de la UCA en Mendoza y el Ateneo de Cuyo. Fue publi-
cada en el número precitado de Verbo, p. 7. Las tinieblas se disipan
y se distinguen los bandos, es el título del discurso fúnebre pronun-
ciado en el peristilo de la Recoleta por Juan Carlos Goyeneche, el
23 de diciembre de 1974. Lo incluye asimismo el precitado n a 150
de Verbo, p. 9-12. El sentido pleno de una muerte, es el texto del
otro discurso fúnebre que, en el mismo lugar y en la misma fecha,
pronunciara Francisco Bosch. Junto con Sacheri: el mandato de una
acción concertada, de Adalberto Zelmar Barbosa; Carlos Sacheri
en la República Oriental, de Buenaventura Caviglia Cámpora; An-
te la muerte de Carlos Sacheri, de Pedro José Lara Peña y Carlos
Alberto Sacheri y la virtud teologal de la esperanza de Juan Vallet
de Goytisolo, integran el susodicho número 150 de Verbo, p. 13-38
respectivamente. Carlos Alberto Sacheri, mártir de la verdadera
paz, de Juan Antonio Widow, fue publicado en El Mercurio, de San-
tiago de Chile, el 7 de enero de 1975. Lo reprodujo Verbo en el mis-
mo número que venimos citando, p. 19-21.
A veinte años de su martirio, de Héctor Hernández, es el texto
del homenaje celebrado el 14 de agosto de 1994, en La Cumbre,
Córdoba, durante el x Congreso del IPSA. Fue publicado por Ver-
bo, n 9 348-349, Buenos Aires, noviembre-diciembre de 1994, p. 7-
17. Carlos Alberto Sacheri, mártir de Cristo y de la Patria, de Víc-
tor Eduardo Ordóñez, apareció en Cabildo, año n, n e 21, Buenos Ai-
res, 10 de enero de 1975, p. 18-20. Sacheri y Nosotros, de Federico
Mihura Seeber, en Cabildo, 2da. época, año IV, n s 30, Buenos Ai-
res, 27 de diciembre de 1979, p. 43-46. Carlos Alberto Sacheri, tes-
tigo, de Alberto Caturelli, es el capítulo XII de su libro La patria y
el orden temporal, Buenos Aires, Gladius, 1993, p303-315. Las pa-
labras de Monseñor Tor tolo, son un fragmento de su prólogo a la
segunda edición de El Orden Natural, Buenos Aires, IPSA, 1975, p.
vi-vn. Carlos Alberto Sacheri. 1974-1984, de Bernardino Monteja-
no, fue publicado como Carta al Lector por Verbo, nQ 249, Buenos
Aires, diciembre de 1984, p. 5-6. También el testimonio de su pro-
pio hijo mayor, el Dr. José María Sacheri, Tenemos que perdonar,
fue dado a conocer en Nueva Lectura, n 9 32, Buenos Aires, octubre
de 1996, p. 36-37, se incluyen en esta edición.
Por último, se reproducen partes sustanciales de artículos que
C.A.S. publicara en Verbo números 82, 109 y 121/122. De sus li-
bros La Iglesia Clandestina y la comunicación que presentara al
Quinto Congreso de Lausana, convocado por el Office International
des Oeuvres de Formation Civique et action culturelle selon le droit
naturel et chretien en 1969, por entender que reflejan de modo más
que contundente la claridad del pensamiento de nuestro maestro y
mártir.
Carlos Alberto Sacheri,
en su nombre la lucha continua

Cuando, el 22 de diciembre pasado, fue asesinado Carlos Sacheri, se


pudo decir cabalmente: ha caído un soldado de Cristo Rey.
Ese día, la Ciudad Católica de la Argentina, perdió a su animador
más lúcido y pleno y, al propio tiempo, ganó un poderoso intercesor
en los Cielos.
Nuestros amigos, sus alumnos, los sectores más esclarecidos de la
opinión argentina, el laicado católico dentro y fuera de los límites na-
cionales, saben del valor, de la pureza y de la fecundidad de su obra
intelectual, de esa obra de la que "Verbo" fue privilegiado vehículo
por más de una década. Redundante, pues, es toda glosa de semejan-
te legado, que se constituye en el más impresionante testimonio de fi-
delidad a la Doctrina Social y Política de la Iglesia tributado por un
laico en la Argentina de este siglo.
Nos interesa, sí, detenernos a revivir el peculiar estilo con que Car-
los Sacheri desarrolló ese apostolado doctrinal a través del cual se
manifestaba, primordial, aunque no exclusivamente, su inocultable
preocupación cívica. Ese perfil que se traducía en conversaciones y
silencios, gestos e iniciativas que no alcanzaban la perdurabilidad del
escrito, y de los que hemos sido testigos habituales quienes recibié-
ramos el beneficio nunca suficientemente valorado de su amistad.
Si las páginas interiores de este número ofrecen un florilegio de lo
que Carlos Sacheri ha dicho a su país y a su tiempo, corresponde a
esta nota aludir a cómo lo ha dicho y lo ha vivido. Dar testimonio, en
primer término, de su humildad. Ese alegre y llano despojamiento de
sí hasta llegar a lo más duro para un intelectual: la renuncia a todo aprio-
rismo, la plena docilidad hacia lo real. En su obra no hallaremos na-
da de lo que puede llenar al autor de sí mismo, poniendo una panta-
lla —por sutil que sea— entre la inteligencia y la Verdad total y sal-
vadora. Actitud raigal "que, al ser ley en lo que era su vocación entra-
20 VERBO N 5 1 5 0

ñable, se derramaba luego en todos sus actos y relaciones, definidos


por una transparencia infrecuente en esta sociedad y en este siglo.
Tras lo cual, es imperativo revivir su sentido de la unidad. Dispo-
sición del ánimo que no emergía de cálculos estratégicos o tácticos,
ni de una simple mentalidad apaciguadora, sino de la clara concien-
cia que Carlos Sacheri tenía de la sublimidad del Fin al que había
consagrado su vida. Enamorado de la Realeza Social de Cristo, sabía
distinguir lo esencial de lo accesorio, y no admitía que discrepancias
en tomo a lo instrumental, hicieran perder de vista la comunión en lo
fundamental. Nunca se pudo contar con él para intrigas dialectizan-
tes; lejos de ello, en los últimos años su persona se convirtió natural-
mente en polo aglutinador de cuantos, en uno u otro frente, desde una
u otra extracción política o cultural, cifraban las esperanzas naciona-
les en la restauración del Orden Natural y Cristiano.
Permítase a la Ciudad Católica enorgullecerse de que los valores
que incansablemente ha señalado como bases de una ascesis del mi-
litante, alcanzaron tan bella expresión en la vida de Carlos Sacheri.
Que todos seamos dóciles a la Gracia de Dios para no dilapidar orien-
tación tan señera. Cada vez que nuestra mente se nuble hasta llegar a
dudar de la verdad de nuestra Causa, vayamos a su obra, desde la cual
una inteligencia más lúcida y más pura nos devolverá las certidum-
bres esenciales. Cada vez que nuestra voluntad flaquee por el asedio
combinado de las crueldades y las seducciones del Enemigo, inspiré-
monos en su voluntad; la que tan acerado rumbo impuso a su vida que
sólo en el martirio alcanzó su adecuado término.
Y cuando, sin dudar de las verdades primeras, ni arredrarnos por
la fiereza del combate, sea el escepticismo práctico el que gane nues-
tras almas, desesperando de poder sanear el pantano en que vivimos,
pensemos que Carlos Sacheri murió por esta Iglesia y esta Patria.
Esta Iglesia en la que, bajo los torpes disfraces que intentan imponer-
le los heresiarcas, supo reconocer a la Esposa "cubierta de finísimo
lino resplandeciente y blanco..." (Ápoc. XIX, 8-9). Y esta Patria, frus-
trada y desfalleciente, pero suscitada sin duda por la Providencia pa-
ra un destino entrañable, que sigue siendo legítimo acreedor de nues-
tra sangre. ' -"
Oración por el hermano muerto
por Dios y por la Patria
Esta oración fue leída en el homenaje que la Facultad de
Humanidades y Ciencias de la Educación de la Pontificia
Universidad Católica, Mendoza, y el Ateneo de Cuyo rindie-
ron a Carlos Alberto Sacheri el 26 de diciembre de 1974,
festividad de San Esteban Protomártir.

¡Carlos Alberto Sacheri, hermano predilecto, camarada!


Te arrebataron, hermano, te arrancaron la vida como nada.
Te arrancaron la vida a borbotones
y tu sangre que no para
es como una fuente pura y roja,
inmaculada,
de gracia redentora
sobre la Patria desolada.
Tu sangre, tu preciosa sangre, tu sangre entrañable y nuestra
ya no la pueden parar aunque quisieran.
¡Pero te han muerto y nos han muerto el corazón de pena!
Te han muerto, hermano queridísimo,
te mataron por lo que eras
y ahora cómo podremos vivir
con Dios y la Patria pidiéndonos cuenta.
¿Dónde está tu hermano? ¿Dónde está tu hermano?
¡Y qué le dirá nuestra conciencia!
¡Te mataron hermano! ¡Cómo creer que es cierto!
Con un sólo arrancón te quitaron la vida como nada,
con un solo y limpio dardo de fuego
te hendieron la alta frente despejada.
Te abrieron un sendero
por el que te adentras y nos dejas, hermano predilecto,
y te vas de la vida a la Vida
apretando en tu pecho
al Cristo que guardabas.
22 ABELARDO PITHOD

¡No! ¡no hay muerte repentina!


Tú la miraste venir con ojazos buenos
que no sabían mirar sino de frente,
como de frente y hace mucho la mirabas.
Fuiste tú, lo sabemos. Peregrino, desde siempre la elegiste.
Pero tú, hermana muerte apresurada,
te lo llevaste avariciosa como llevas
las almas predestinadas.
Así, Carlos Alberto, hermano, tuviste la muerte merecida,
la muerte repentina de los buenos.
Ahora que estás donde querías,
camarada huidizo, espéranos.
Hasta la muerte hermano,
hasta tu muerte que no nos merecemos.

Abelardo Pithod
Las tinieblas se disipan
y se distinguen los bandos
Palabras pronunciadas en el peristilo de la Recoleta el 23
de diciembre de 1974 por Juan C. Goyeneche

Amigos:
Estamos reunidos aquí para despedir los restos de un hombre jo-
ven —41 años— que fuera ayer vilmente asesinado.
Esa juventud no le impidió ser un brillante intelectual y de gozar
de gran nombradla como profesor de filosofía tomista.
Desde sus comienzos como estudiante en la Universidad de Laval
—en Quebec—, donde de discípulo del eminente tomista Charles de
Konick pasó, al egresar, a ser colaborador en la cátedra hasta su ac-
tuación en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Cató-
lica, Sacheri no fue un mero repetidor sino que estableció vínculos de
magisterio directo, personal y moral sobre gran número de discípu-
los que reconocen con orgullo que a él le deben su formación.
Yo, personalmente, cuando lo visité en Canadá donde tuve el ho-
nor de ser su huésped, pude comprobar la alta estima que gozaba en
la Universidad de Laval donde se le reconocía su versación en el to-
mismo y su aptitud para aplicarlo a la vida.
Éste espíritu de entrega se puso de manifiesto en su generosidad
para pronunciar conferencias y dictar cursillos a todos aquellos que
se lo pedían movidos por inquietudes religiosas o intelectuales.
Sus dos libros: La Iglesia Clandestina y La Iglesia y lo Social son
prueba de su apostolado efectivo para denunciar las adulteraciones
del pensamiento católico, las cuales no han producido sus catastrófi-
cas consecuencias en nuestro país, debido, sin duda alguna a aquellas
oportunas precisiones, repetidas con incansable tenacidad, en innume-
rables conferencias pronunciadas por toda la república.
Pero ello no le impidió a su pluma estar presente con brillantez en
una continua actividad periodística, donde a través de artículos de so-
lidez doctrinaria buscaba restablecer la Cristiandad en el orden social
y el primado de la inteligencia en el orden de las ideas.
24 JUAN CARLOS GOYENECHE

Y así, desde su primer artículo sobre Mamerto Esquiú en la revis-


ta Presencia en 1955; como luego en Verbo, Universitas, Premisa,
Cabildo, Mikael, se puede decir que no existe publicación de pensa-
miento católico en el país donde su seguro magisterio no haya con-
tribuido con importantes aportes.
Las empresas superiores, como aquellas en las que se ve envuelto
la defensa de la Patria o el santo nombre de Dios, requieren pureza
en la acción y en el ímpetu que la genera.
Más que un intelectual de valía, más que un profesor de brillantes
dotes, Carlos Alberto Sacheri era un verdadero apóstol. Nosotros vi-
vimos urgidos por el tiempo y la prisa con que acontecen los hechos
de esta historia convulsa y confusa que nos tiene por sus protagonis-
tas. Sacheri conocía muy bien las apremiantes exigencias del aposto-
lado de hoy, tan lleno de Judas que traicionan lo más sagrado y de Pi-
latos que se lavan las manos.
Sabía que el apóstol de hoy debe trabajar por lograr apóstoles bien
formados, intelectualmente claros, apóstoles de vida profunda. Por
eso en él, el intelectual, el hombre de pensamiento rico no se agota-
ba en frías exposiciones escolásticas, sino que sus alumnos eran lle-
vados por su ejemplo y su consejo a fortalecer su vida interior, por
ejemplo haciéndoles participar especialmente de ejercicios espiritua-
les para que la actividad externa no llegara de modo alguno a debili-
tar la vida interior que, en última instancia, es la que nutre de energía
al combatiente y le descubre la belleza de una total entrega y de una
inmolación cada vez más profunda.
Cuando el apóstol es dócil y fiel a la gracia, Dios lo purifica, lo afir-
ma y lo prepara para una muerte feliz. Parecería, quizá esta afirma-
ción, inoportuna, aventurada, en el caso que nos congrega aquí.
Pero ¿puede el cristiano —me pregunto— aspirar a muerte más
consoladora que morir por la verdad de Cristo?
¿Hay acaso una muerte más envidiable que la del que cae luchan-
do por el honor de Dios?
Por eso, ¡Infelices asesinos!: Han querido suprimir un jefe y nos
entregan, erguido, como una bandera de lucha, cómo un lábaro orien-
tador, a un formidable ejemplo de coherencia entre ideales y conduc-
ta que será semilla de jóvenes esforzados y de paladines de mañana.
Toda esa dilatada juventud que, en nuestro país, se siente tentada
por el desaliento ante el inacabable desfile oficial de picaros, granu-
LAS TINIEBLAS SE DISIPAN Y SE DISTINGUEN LOS BANDOS 25

jas, logreros y mediocres tiene hoy, gracias a la ceguera de los que


matan por la espalda, en el ejemplo de fidelidad a sus ideales del
Profesor Jordán Bruno Genta —ayer—, y hoy en nuestro entrañable
amigo Carlos Alberto Sacheri guiones a los que seguir y conductas
a imitar.
f ~ Ningún joven, pues, tiene ya derecho a mirar con desesperanza a
su alrededor o a lamentarse de su soledad o de la falta de maestros.
Porque ya los tiene, cubiertos de sangre.
Maestros que supieron dar una impresionante lección, su última y
mejor lección con sus muertes ejemplares.
Por eso debe haber serena alegría en nuestros corazones —tranqui-
la paz—, como hay gozo en el cielo, porque las tinieblas se disipan y
se distinguen los bandos: uno que agrupa a las sectas donde se des"-
precia a la Patria, se niega nuestra tradición y se odia a Dios. El otro,
que une a los que no temen el riesgo ni se niegan al esfuerzo, si ellos
son requeridos para dar un testimonio —es decir, para ser mártires—
por los más altos ideales que pueda el hombre tener: la Patria donde
vio la luz y Dios que le dio el ser.
Como sospecho, con fundamento, que habrá aquí más de un en-
viado por las fuerzas asesinas para ver si la muerte de este hombre
justo que fue Carlos Alberto Sacheri nos ha dolido, a ellos me diri-
jo para decirles: pues bien, nos ha dolido... y mucho. Pero no con el
dolor de bestia herida, sin esperanza y sin fe con que ustedes reci-
ben el sufrimiento.
El nuestro quiere ser un dolor cristiano, trascendente, operante,
creador. Sin proyectar venganza. Porque la venganza sacia el rencor
pero debilita el ánimo. Ese ánimo que tenemos que tener vigoroso y
libre para la lucha.
¡Cuánto.más se. podría decir de ti, intachable Carlos Alberto Sache-
ri, si nos animáramos a echar una mirada en tu vida de hogar. Espo-
so sin tacha y padre ejemplar. Les.has dejado a los tuyos una heren-
cia espifitualde valor incalculable expresada por tu sangre generosa
que bañó a tu mujer y a tus siete hijos cuando los cobardes te dieron
muerte al volver de la iglesia donde diariamente te unías a Dios!
Cuánto grande ser podría decir de ti, si entrásemos a considerar la
delicadeza de tu amistad y tu hombría de bien.
Pero no serían las palabras más elocuentes que la congoja que adi-
vino en tantos corazones de los aquí presentes.
26 JUAN CARLOS GOYENECHE

Cuánto grande se podría decir de tí, si reparásemos en tus actitu-


des de ciudadano responsable y de argentino fiel a su patria. Pero me
es difícil seguir porque se me nubla la vista.
Carlos Alberto Sacheri, cristiano fiel, patriota ejemplar, amigo sin
doblez: descansa en paz. Y pídele a Dios para nosotros que nos prive
del descanso, si no salimos de aquí resueltos a vivir a la altura de tu
extraordinario ejemplo.

Juan Carlos Goyeneche


El sentido pleno de una muerte

El siguiente es el texto de las palabras pronunciadas por


el Dr. Francisco Bosch, Decano de la Facultad de Derecho
de la Universidad de Buenos Aires, en la Recoleta, el 23
de diciembre de 1974.

La Universidad de Buenos Aires me ha encomendado hablar en este


entierro de Carlos Alberto Sachen, quien en vida fue amigo y maes-
tro de muchos de nosotros, eximio profesor y Director del Instituto
de Filosofía de la Facultad cuya intervención ejerzo.
Cuando la vida es la "vida buena", la muerte posee un sentido ple-
no de dignidad cualesquiera sean las circunstancias en que se produz-
ca. A Carlos Alberto Sacheri le llegó la muerte por mano de un ase-
sino y con ello quedó confirmada una conducta que no supo de clau-
dicaciones. Su muerte también fue una "buena muerte", malgrado
las intenciones aviesas de sus autores. Es que la vida, como valor, co-
rre por cuenta de cada uno de los hombres libres que, como Carlos
Alberto Sacheri, eligieron un camino y se atuvieron sin desplantes y
sin desmayos a la misma lógica de la elección.
Por eso, frente a la tentación por la venganza que bulle en las en-
trañas de todo hombre de bien ante la comprobación de una infamia,
se alza esta otra actitud, que es más cristiana y que por lo tanto es más
humana, de valerse del ejemplo y anteponerlo a la venganza. Quien
entienda que vale la pena vivir como murió, cuidando a su familia,
cuidando a su Patria y cuidando la Fe y la Verdad, que fueron los bie-
nes supremos que Dios le encomendó. En todo momento pudo ren-
dir cuenta de ellos, porque supo defender estos bienes y en su lucha
no hubo traiciones de ninguna especie.
Carlos Alberto Sacheri fue además un prototipo de intelectual ca-
bal. Su servicio a la Verdad no fue un refugio sino una trinchera de
combate. Su vida fue un mentís viril a esa especie adocenada de los
28 FRANCISCO M . BOSCH

que creen satisfacer su vocación por el mero estudio de las abstraccio-


nes pero cuidando siempre de que tales abstracciones no lleguen a
concretarse en fórmulas peligrosas. Carlos Alberto Sacheri, sin apear-
se de su condición de intelectual, supo que en definitiva dicha condi-
ción lo constreñía a esgrimir la verdad como una bandera, o como una
lanza cuando el caso lo hacía necesario. Frente al marxismo, que se
infiltraba solapadamente en el cuerpo de la Iglesia, no dudó en de-
nunciar sus procedimientos y a sus cómplices. Y otro tanto hizo con
el marxismo que tentaba sentar sus reales en el cuerpo de la Patria al
amparo de circunstancias políticas que, los eternos enemigos del ser
nacional, creyeron favorables.
Porque fue un maestro comprometido con su tierra y con su Fe, su vi-
da fue tronchada por un asesino. Pero porque fue un maestro, en el más
cabal sentido de la palabra, su vida trasciende a su muerte y nos que-
da a nosotros como ejemplo. Dios guarde tu alma, Carlos Alberto Sa-
cheri; y a nosotros nos dé fuerzas para proseguir, sin mezquindades ni
grandilocuencias, la lucha que vida en orientaste y cuyo sentido se-
llaste con tu muerte.

Francisco M. Bosch
Sacheri: el mandato
de una acción concertada
¡La muerte! Unos creerán que la necesitamos para estímu-
lo. Otros creerán que nos va a deprimir; ni lo uno, ni lo otro.
La muerte es un acto se servicio.
José Antonio

Para todos los que hemos tenido el privilegio de compartir la lucha con
Carlos Alberto Sacheri, su humildad constituía permanente ejemplo
de la acción. Humildad de entraña cristiana que surgía del convenci-
miento de sentirse instrumento, servidor, soldado de la causa total de
Cristo Rey. Sacheri no buscaba la gloria en el obrar, sino que su obrar
estaba orientado al servicio de la mayor gloria de Dios.
La suprema instancia de su muerte no debe cambiar por tanto la
actitud de sus amigos, camaradas y discípulos que más que detener-
• se a proclamar sus virtudes —de sobra elocuentes— importa que
asuman el mandato de su martirio. Carlos Alberto no hubiera desea-
do otra cosa.
Se podría pensar con fundamento que la personalidad esclareci-
da de Sacheri, capaz de alcanzar los más altos niveles especulativos
y al par, eficaz y precisa en el campo del conocimiento práctico, era
digna de tiempos mejores. Pero sin duda la Providencia ha querido
suscitar en un desolador panorama de anarquía social, intelectual y
religiosa, el ejemplo del varón cristiano resuelto a remontar la adver-
sidad para instaurar todo en Cristo. Esa fue su decisión, ése su ca-
mino de santidad, ése su deber, sin desalentarse por los resultados,
sin temer no alcanzar el éxito, porque de sobra sabía Carlos, que
unos y otros pertenecen a la voluntad de Dios. Aceptó su misión en
el sentido más pleno —religioso— de la palabra, y cada vez que la
desintegración pareció más próxima, Sacheri redobló sus esfuerzos
para hilvanar voluntades aisladas, coordinar acciones dispersas, con-
certar en suma, a todos aquellos que compartían el supremo objeti-
vo común.
A Carlos Alberto le dolía ver cuántas posibilidades, cuántas bue-
30 ADALBERTO ZELMAR BARBOSA

ñas intenciones se esterilizaban por el celo individualista de sus res-


ponsables. Esa mentalidad de cenáculo —"circuito cerrado" de la ac-
ción— que tantas veces ha conducido a enfrentamientos mezquinos
entre las propias huestes de Cristo Rey.
Y si esa actitud dialectizante ha impedido toda armónica labor,
igualmente contraria a su espíritu resulta la tendencia a aglutinar en
torno a un movimiento único, monolítico, pero vulnerable tras la apa-
riencia de una sólida validez cuantitativa.
Sacheri combatió tanto uno como otro extremo de la acción. Su me-
todología, observada en la lúcida visión de Jean Ousset, fue la con-
certación basada en la complementaridad de aquellas obras que "con-
tribuyan dentro de sus límites y métodos propios a la instauración de
un orden económico, social, político y cultural, respetuoso del dere-
cho natural y cristiano".
Este fue el amplio campo en el que Sacheri desplegó su militan-
cia. Su aceptación de la realidad —por tomista, ni utópica ni resigna-
da— lo llevó a contar con la natural diversidad de los grupos y de
hombres, para su tarea de reconstitución del tejido social. Acción so-
brenatural por su objetivo, pero política en su desenvolvimiento. Ac-
ción que en todo momento tendió a restablecer el legítimo campo de
poder temporal del laicado cristiano, tanto más imperiosa cuanto ma-
yor fue la presión del nuevo clericalismo, al que desde un principio
denunció. Carlos Sacheri encarnó así el modelo más actual del polí-
tico cristiano, capaz de alcanzar su propia perfección en el servicio sin
medianías del bien común temporal y trascendente.
La obra concertadora de Sacheri se cumplió sin solución de con-
tinuidad en tres niveles. En primer lugar, la asistencia a escala indi-
vidual mediante el consejo ponderado, la ilustración de dirigentes so-
ciales o de hombres de buena voluntad deseosos de aproximarse a la
Verdad. Contactos innumerables que le permitían detectar los líderes
naturales y promover la vinculación operativa de unos con otros.
En segundo término, el aporte doctrinal, táctico y estratégico, no
ya de personas aisladas sino a grupos o asociaciones diversas, con es-
tructuras y métodos particulares. Labor ésta que lo llevó a Sacheri a
armonizar la acción de múltiples núcleos incapaces por si de lograr
un mínimo de coordinación con sus similares. Células de estudio, gru-
pos de trabajo, asociaciones profesionales, se vieron enriquecidas por
un Sacheri que las ejercitaba en el tránsito permanente entre la expe-
SACHERI: EL MANDATO DE UNA ACCIÓN CONCERTADA 31

riencia cotidiana y el aporte doctrinal. Terreno propio de la concerta-


ción, de su mayor extensión depende la conjugación fecunda de las
obras complementarias.
Por último, Sacheri sabía que para multiplicar esa labor de anima-
ción cívica preciso era dotar a sus responsables de un bagaje doctri-
nal sólido que comprendiera tanto lo contingente como lo sobrenatu-
ral. Sin la visión total e integradora de los dos planos, jamás se po-
seería el espíritu de la Obra. Mal podría entonces responderse con
justeza a sus múltiples exigencias. De ahí su dedicación a la forma-
ción de los animadores: sus innumerables cursos, sus ciclos de con-
ferencias, sus notas y escritos que se vieron frecuentemente poster-
gados por la inmensa generosidad con que se prodigaba a quienes re-
querían su presencia, su enseñanza, su consejo. De ahí también sus
frecuentes recomendaciones para que el mayor número participara de
los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, inigualable medio de con-
certación espiritual en tomo al Principio y Fundamento.
Para ese nuevo estilo de la acción poco importan los rótulos y las
ocasionales banderías. Sacheri desechó en todo momentos los parti-
cularismos o el miniaturismo del obrar para convertirse en una inte-
ligencia concertadora de vocaciones, temperamentos y grupos secto-
riales de cuya armónica complementación depende la eficacia de una
acción restauradora. Tarea extenuante, árida y lenta que requiere de
continuo recordar el Fin buscado para elevarse por sobre los tan co-
munes egoísmos de sector.
Tarea que en tanto armonizadora de lo social, estaba condenada
por los enemigos del Orden. Quienes han hecho de la dialéctica su mé-
todo no podían permitir que existiera la posibilidad de un entendi-
miento en el obrar entre los diversos grupos naturales constitutivos de
lo social.
Sacheri era un concertador, era un hombre nexo entre militares,
sindicalistas, intelectuales, empresarios y religiosos de cuya mutua
colaboración en torno a lo esencial le espera al marxismo desintegra-
dor su más franca derrota.
La irradiación de su obra de largo aliento tendrá en el futuro una
inestimable proyección. Por algo grande, que tal vez aún no avizora-
mos, Dios está suscitando mártires de Cristo Rey en esta Argentina
desgarrada.
El asesinato de Carlos Alberto Sacheri constituye la máxima prue-
32 ADALBERTO ZELMAR BARBOSA

ba del acierto de su acción concertadora y para sus camaradas, un


mandato ineludible.
Que Dios le de la Paz al fin de su combate y a nosotros nos niegue
el descanso hasta que sepamos estar a la altura del ejemplo heroico
de su muerte.

Adalberto Zelmar Barbosa


Carlos Alberto Sachen,
mártir cíe la verdadera paz

El domingo 22 de diciembre, en el barrio bonaerense de San Isidro,


cuando volvía de misa con su mujer y sus hijos, fue asesinado.
El 7 de marzo de 1974, al redactar el estudio preliminar a unas
obras del padre Julio Menvielle, su maestro muerto pocos meses an-
tes escribía que "el retomo pleno al ideal cristiano de la vida" es lo
único que puede devolvernos la paz, "la auténtica y única Paz, que
anuncia el apóstol San Pablo a quienes aceptan morir en Cristo, para
resucitar con Él".
Sabía que, en los últimos meses, por hacer lo que hacía arriesgaba
la vida. Y lo que hacía era procurar para la Iglesia y para su Patria el
recto orden fundado en la Redención y en la ley natural. En esto tra-
bajaba sin sentirse profeta ni arrogarse secretos mesianismos, pues la
raíz de toda su acción era la obediencia, forma infalible de la humil-
dad: obediencia a Dios y a su Ley, obediencia a la Iglesia, obediencia
a la tradición de civilización que da esencia a una patria.
Esa acción suya tenía, además, dos características fundamentales.
Era la primera, el tener por fuente una formación intelectual excepcio-
nal. En sus tiempos de universitario y después siguió durante diez
años, semana a semana, al padre Menvielle en la lectura y estudio de
Santo Tomás de Aquino. Por esto, su conocimiento de la obra del Doc-
tor Angélico no era sólo el que tiene un buen profesor de filosofía, que
lo era, sino el del hombre que se ha compenetrado con una doctrina
hasta connaturalizarse con ella, haciéndola de esta forma principio
práctico de vida. Después dio título a sus estudios fdosóficos, consi-
guiendo la licencia y el doctorado de la Universidad Laval de Quebec,
bajo la dirección de Charles de Koninck. Era una de esas raras perso-
nas con inteligencia certera y clara de los principios y que, por lo mis-
mo, transmiten confianza y seguridad a los que trabajan con ellas. Por
esto, el papel de Carlos Sacheri en el intento por recuperar para Argen-
tina el orden justo y la paz era fundamental. Sabían a quien mataban.
34 JUAN ANTONIO WIDOW

La segunda característica es también rara entre quienes trabajan


por la misma causa por la que vivió y murió Carlos Sacheri: la perse-
verancia. No era de los hombres que actúan al son de entusiasmos, si-
no de los que, conociendo un fin y queriéndolo, se dirigen hacia él con
serenidad, venciendo obstáculos y comunicando ponderación allí
donde la euforia o el desaliento circunstanciales de los otros desdibu-
jan la objetividad de la tarea por hacer. Fue una de esas personas ex-
cepcionales que nunca cedió a ese "cansancio y deserción de los bue-
nos" de que tanto se lamentaba San Pío X.
Lo que ha dejado escrito es poco, si se lo compara con la huella
que deja al morir en sus cuarenta años de edad. Los títulos dan una
idea de sus principales preocupaciones: "Función del Estado en la
economía social"; "Estado y educación"; "La Iglesia y lo social";
"Naturaleza humana y relativismo cultural"; "Naturaleza del Magis-
terio" y por último, el libro en que denuncia, con profundo conoci-
miento y mucha caridad, la erosión y autodemolición de la Iglesia Ca-
tólica, "La Iglesia clandestina", publicado en 1970.
Cuarenta años de edad, siete hijos, el mayor de trece años. Muerto
de un tiro cuando volvía de misa. Lo único que puede dar sentido a
esto, lo único que puede impedir que brote, en los que fuimos sus ami-
gos la desesperación, el odio, el resentimiento, es la fe, esa misma fe
por la cual vivió sabiendo que arriesgaba por eso la vida. Pero no bas-
ta sólo la fe en la vida del alma que perdura después de la muerte. La
única fe capaz de consolar, porque es la fe en la justicia de Dios es
aquella por la cual sabemos que hay la resurrección de la carne, de los
cuerpos, y que es en esta tierra, esta tierra por cuyo bien sufrimos y
nos desvelamos, donde se hará en definitiva Justicia de la que nada es-
capará y que reserva un premio a los que acepten morir en Cristo: re-
sucitarán los primeros para reinar con Él (Tesalonicenses 4, 13-18).
Esta es la fe, gracias a la cual podemos esperar.
Morir en razón del testimonio de la fe es lo que define, en propie-
dad, al mártir. La muerte de Carlos Alberto Sacheri ha sido, en pro-
piedad, la de un mártir. Habiendo él accedido a esa "única Paz, que
anuncia el apóstol San Pablo a quienes aceptan morir en Cristo, para
resucitar con Él" roguemos a Dios que, por su intercesión, conceda a
la Iglesia y a nuestras patrias gozar de esa misma Paz.
Juan Antonio Widow
Santiago de Chile.
(Publicado en El Mercurio el 7 de enero de 1975)
Carlos Sacheri en la República Oriental

Recuerdo y símbolo
Fue en la que resultó ser su última disertación en Montevideo, que tu-
vo lugar en la noche del 26 de noviembre de 1974, veintiséis días an-
tes de su inicuo asesinato.
Luego de su conferencia de la tarde sobre "Esencia de la Civiliza-
ción Occidental" y en otra sala habló, ante una concurrencia reduci-
da, seleccionada en virtud de lo delicado del tema: "Situación políti-
ca argentina".
Su palabra, siempre cálida y humana, había ido separando con qui-
rúrgica precisión y dejando en descubierto, las diversas facetas de la
situación argentina que quedó, por decirlo así, iluminada por una po-
tente luz que destacaba, implacable, todos sus crudos pormenores.
Fue en esa disertación que, en cierto momento, aludió de paso a que
legisladores de los diversos sectores partidocráticos argentinos eleva-
ron su protesta porque cierta repartición pública había dado empleo
a muchos uruguayos; y protestaban por esa sola circunstancia, porque
eran uruguayos, sin que les importara ni mencionaran siquiera aque-
llo que era lo realmente grave del hecho, o sea que todos esos urugua-
yos eran elementos de ideología subversiva, militantes tupamaros hui-
dos del Uruguay.
Con tal motivo destacó la incomprensión y el desprecio suicidas que
la mentalidad liberal tiene por los factores ideológicos, mentalidad
que llevó a cierto presidente argentino a la absurda declaración inter-
nacional de proclamar la "abolición de las fronteras ideológicas".
Prosiguió diciendo Sacheri que quien tenga una posición sensata,
sin despreciar la realidad de las fronteras nacionales comprenderá que
mucho más decisivas y separadoras son las fronteras ideológicas, que
pueden abrir verdaderos abismos infranqueables, como los abren el
marxismo y el comunismo. Señaló que, personalmente, él se sentía per-
36 BUENAVENTURA CAVIGLIA CÁMPORA

fectamente identificado con orientales como nosotros y, en cambio,


nada lo podía unir a los integrantes del "ERP" por más argentinos que
sean legalmente.
Evocamos esta observación de Sacheri porque ella nos parece muy
exacta y un símbolo de su actuación en nuestro país. Nuestra expe-
riencia nos indica que en los años en que visitó asiduamente Monte-
video, nunca recordamos a su respecto la diferencia de nacionalidad.
Cierto es que entre argentinos y orientales existe gran hermandad, pe-
ro aún así puede haber matices diferenciales, que en el caso concre-
to no los advertimos porque no existían o porque quedaron sumergi-
dos en la riqueza de la misma doctrina, de los mismos planteos teó-
ricos y prácticos, de los mismos ideales, de la misma prédica. Es que
las grandes verdades no tienen fronteras y valen para la humanidad
entera.

Valores intelectuales
Luego de este recuerdo que destaca un aspecto interesante de la ac-
tuación de Sacheri en el Uruguay, el haber sido para nosotros no un
extranjero sino uno de los nuestros, debemos evocar su personalidad
excepcional cuya desaparición deja un vacío que sólo el tiempo po-
drá llenar con la maduración de los frutos de su siembra y de su mar-
tirio. Porque en Sacheri se dieron, en extraordinaria síntesis, valores
intelectuales, morales y humanos en niveles muy altos.
El conjunto de esos valores y su jerarquía fue lo que, pese a su re-
lativa juventud, lo habían constituido en un auténtico e influyente
maestro.
Aunó a una inteligencia lúcida, sólidos estudios sociales, políticos
y jurídicos, conocimientos que estuvieron valorizados por la circuns-
tancia de estar integrados en la visión superior que otorgan la Teolo-
gía y la Filosofía. Respecto a esta última, a lo largo de muchos años
recibió de sabios profesores una profunda formación en la filosofía pe-
renne, en la filosofía tomista, en la única filosofía que por estar basa-
da en el sano realismo significa una real ayuda para comprender los
problemas humanos, sociales y políticos y guiar en la búsqueda de las
soluciones acertadas.

Valores morales y religiosos


Su influencia en los sectores más diversos se vio sin duda acrecen-
CARLOS SACHERI EN LA REPÚBLICA ORIENTAL 37

tada debido a su alta calidad humana: su modestia, su sencillez, su bon-


dad, su cordialidad, frutos todos de una auténtica caridad sobrenatu-
ral que hacían doblemente eficaz su prédica pues ella caía en ánimos
preparados por las simpatía.
Sin embargo, su semblanza no quedaría completa si no se mencio-
naran su firmeza de carácter y de convicciones, su constancia y sus
destacadas dotes de prudencia y de consejo. Su sentido religioso y su
piedad lo convertían en un verdadero caballero cristiano.
En resumen, podemos decir que la extensión e intensidad de su
gravitación e influencia se debieron a la calidad y autenticidad de sus
valores intelectuales, morales y sobrenaturales.

La razón de su vida
Las circunstancias de la muerte de Sacheri revisten un simbolismo
especial, pues fue asesinado en ocasión del cumplimiento de sus de-
beres religiosos, del precepto dominical de la Misa.
Su muerte tuvo cierto aspecto de asesinato ritual, cometido, diría-
se, por sectas de inspiración satánica que quisieron firmar su crimen,
dejar su impronta de odio a Dios y a la Religión de Cristo.
Pero, a pesar de su perversidad, Satanás y sus secuaces, aunque no
quieran, sirven a los planes de Dios. La circunstancia de que se valie-
ron fue la mejor garantía de una muerte santa y de que ella está vin-
culada al testimonio cristiano de la Verdad total, a la que Sacheri es-
taba plenamente dedicado y que era la razón de su vida. Dar la vida
como testimonio de la Verdad, he ahí el martirio.
"...Quién perdiere su vida por amor a Mí, la hallará" (S. Mateo,
16, 25).

La razón de su muerte
De ese testimonio de la verdad que dio Sacheri, uno de los aspec-
tos más destacados fue el relativo a la auténtica reforma de fondo de
la sociedad. Y en realidad, fue por eso que murió, que el enemigo re-
solvió asesinarlo. Sacheri mostraba la única salida, el único escape pa-
ra zafar de la trampa histórica que convierte al mundo moderno en pre-
sa fácil del comunismo.
Este mundo moderno se debate en una situación de desconcierto
y convulsión totales que permite al marxi-comunismo seguir imponien-
do sus regímenes de esclavitud.
38 BUENAVENTURA CAVIGLIA CÁMPORA

Y a esa situación convulsa no se le encuentra la salida que evite caer


en la esclavitud comunista, porque el mundo moderno, tan progresis-
ta en las ciencias experimentales y en lo tecnológico, adolece por el
contrario de un inmovilismo total, de un total conservadurismo res-
pecto a las ciencias humanas y sociales. Porque sucede que ese mun-
do moderno, con un increíble espíritu inmovilista, conservadurista, per-
manece aferrado a la caduca y fracasada ideología dieciochesca en ba-
se a la cual se delineó. Ideología que, en sus doscientos años de anti-
güedad, pudo exteriorizar todas sus potencialidades dañinas. Las uto-
pías que constituyen esa ideología desembocan finalmente en el mar-
xismo y el comunismo porque éstos no constituyen sino una etapa
más en la misma ruta utópica; son las consecuencias finales de las
premisas erradas a las que no se quiere renunciar.
Por tanto, mientras el mundo, las sociedades modernas con ese
conservadurismo, con ese inmovilismo increíble, se sigan aferrando
a las mismas bases ideológicas caducas, no podrán adoptar el sano re-
formismo que curando realmente los profundos males morales, inte-
lectuales y sociales, termine de una vez con el peligro de la caída en
el marxi-comunismo, de otro modo inevitable.
La gran misión de Sacheri fue, precisamente, haber sido una auto-
rizado predicador de las profundas y auténticas innovaciones capaces
de romper ese inmovilismo y de brindar la salida que nos permita es-
capar del destino de esclavitud que de otra manera nos espera.
Y como el enemigo no quiere en forma alguna, que se advierta el ca-
mino de salvación, que es el de su propia derrota, resolvió asesinarlo.

Lo que el enemigo sabe


El enemigo sabe perfectamente cuáles son sus objetivos y quié-
nes le oponen los más difíciles obstáculos a su consecución. Valora
perfectamente la importancia de la labor de esclarecimiento doctrina-
rio y no vacila en recurrir a los más cobarde asesinatos para eliminar
a los doctrinarios destacados.
Los diversos grupos subversivos matarán políticos, sindicalistas, em-
presarios, militares. Pero el grupo que constituye la cúpula de la Re-
volución Anticristiana sabe cuáles son los resortes decisivos a la lar-
ga, y se ocupa de suprimir las cabezas de la acción doctrinal, como
Sacheri y otros.
Desgraciadamente, esa comprensión y lucidez de la subversión an-
CARLOS SACHERI EN LA REPÚBLICA ORIENTAL 39

tinacional respecto a la importancia de lo doctrinario, no es compar-


tida por la Contrainsurgencia, que ve con indiferencia cómo les arre-
batan a hombres de la jerarquía de Sacheri o similares.

Lo que la contrainsurgencia ignora


Los tratados militares sobre guerra subversiva enseñan que ella es
ideológica y política. Sin embargo, los conductores responsables de
estudiar esa guerra y de comandar la Contrainsurgencia no profundi-
zan en esos caracteres ni sacan todas las obligadas consecuencias in-
herentes a los mismos.
Porque si la subversión se apoya en la ideología marxista que ins-
pira la estrategia de su agresión psicopolítica, ¿en qué bases ideoló-
gicas se apoyará la Contrainsurgencia e inspirará su estrategia?
La Contrainsurgencia sabe —mejor dicho, debería saber— que
nuestras sociedades están basadas en la ideología liberal que consis-
te tan sólo en la "neutralidad ideológica", en el respeto de todas las
ideologías por igual, incluso de la marxista: en la absoluta "esterili-
dad doctrinaria". No atiende más que a ciertos aspectos formales
que de ninguna manera cierran el paso al comunismo y a su conquis-
ta de las mentes.
Por tanto, en una guerra definida como fundamentalmente ideo-
lógica, la Contrainsurgencia está desarmada ideológicamente. Y de-
sarmada además de soluciones auténticas, capaces de curar las defi-
ciencias sociales, derivadas del liberalismo y del socialismo, que pro-
porcionan los pretextos que explotará la psicopolítica comunista. De-
sarmadas de soluciones auténticas porque éstas sólo pueden estar ba-
sadas en conceptos auténticos del hombre y de la sociedad y no en
los utópicos conceptos del liberalismo o del socialismo, cuyos reite-
rados fracasos han conducido al mundo moderno al actual callejón
sin salida.

Aprender del enemigo


Precisamente, porque un hombre como Sacheri muestra cómo sa-
lir de ese callejón, cómo escapar de la trampa, constituye un grave pe-
ligro para el enemigo y por eso éste lo asesina cobardemente. Es de-
cir, que el enemigo conoce perfectamente el gran valor —negativo
para él— de la acción doctrinaria de un especialista como Sacheri, y
la Contrainsurgencia, en cambio, desprecia ese valor, ignora la nece-
40 BUENAVENTURA CAVIGLIA CÁMPORA

sidad imperiosa que tiene de él para lograr el triunfo de su causa. Por


eso no los escucha, no los utiliza, no los apoya, no los defiende y los
deja asesinar pese a que tales especialistas escasean y frecuentemen-
te son insustituibles.
Por eso, si la Contrainsurgencia espontáneamente y por sí misma
no ha logrado captar toda la vital importancia de ese servicio de apo-
yo doctrinario, que caiga en la cuenta de esa importancia al observar
cómo el enemigo se preocupa de quitarle a ella la mera posibilidad de
aprovechar en el futuro, lo que hasta ahora desperdició.
El trágico desinterés de los conductores responsables de la Contrain-
surgencia por el problema ideológico y por los pocos expertos dispo-
nibles, demuestra la gravedad de la crisis intelectual en que está su-
mido el mundo moderno. Porque lo real es que ni aún los supuesta-
mente defensores del orden contra la agresión subversiva, si bien no
dejan de reconocer teóricamente el carácter ideológico que ella revis-
te, ni aun ellos perciben la necesidad del arma doctrinaria y les pare-
ce secundaria la lucha en el campo intelectual.
Tales defensores del orden y conductores de la Contrainsurgencia
están anclados en Clausewitz cuando los acontecimientos históricos
corren velozmente encausados por quien modernizó a Clausewitz, es
decir, por Lenín.

¡Que tiemblen los "Perros mudos"!


Las repercusiones de la acción doctrinaria de Sacheri no se ago-
tan en el plano de lo económico, de lo social y de lo político. Cier-
tamente ftie un precursor que señaló rumbos y trazó rutas en el cam-
po cívico, para una reforma en profundidad de la sociedad entera. Pe-
ro también dio ejemplo y señaló rumbos de verdad en otro campo don-
de los más directa y específicamente responsables guardan un silen-
cio criminal del cual tendrán que rendir cuentas en pavoroso juicio
definitivo.
Nos referimos al campo religioso. En él, frente a la terrible crisis
de la Iglesia, sacudida por las aberraciones de la herejía neomoder-
nista-progresista, la mayoría de los obispos, sacerdotes y religiosos no
plegados a la herejía, guardan un silencio y una pasividad horripilan-
tes. Las actitudes de apostasía o de omisión del clero que hoy presen-
ciamos por doquier, recuerdan el inquietante pasaje evangélico: "Si
la sal pierde su sabor, ¿con qué se le devolverá? Para nada sirve ya,
CARLOS SACHERI EN LA REPÚBLICA ORIENTAL 41

sino para ser arrojada y pisada de los hombres" (S. Mateo, 5, 13).
Sacheri, sin arrogarse prerrogativas que no le correspondían, cum-
pliendo simplemente sus deberes de católico bautizado y confirma-
do, y basado en las enseñanzas y advertencias pontificias y en sü au-
toridad de filósofo cristiano, luchó como bueno contra el "conglome-
rado de todas las herejías" que es el neomodernismo-progresista.
¡Que aprendan de él y que se corrijan mientras estén a tiempo de
salvarse, aquellos a quien por boca de Isaías (56,10), Dios anatema-
tizó tratándolos de "perros mudos", que no ladran para alertar contra
el enemigo!.

Su sangre no quedará estéril


El asesinato de Sacheri es algo monstruoso e inaceptable moralmen-
te hablando, pero si Dios lo permitió por algo será.
En primer lugar, ya tuvo por efecto conmover a aquellos más pró-
ximos y hacerlos meditar acerca de si para la Gran Causa daban co-
mo él, el máximo posible. Y también, en aquellas personas sólo peri-
féricamente vinculadas a Sacheri, creó una ola de interrogantes hacién-
doles pensar qué importancia trascendental tendría su predicción y
su obra para que el enemigo antinacional se preocupara en asesinar a
ese amable y pacífico profesor y padre de familia.
Sabemos que la sangre de los mártires es simiente de fe, y no ca-
be duda que la de Sacheri tendrá por efecto final conmover a una so-
ciedad sumergida en el descreimiento, la indiferencia, la ignorancia,
el egoísmo.
De cualquier modo, si estas consideraciones no bastaran ante el
horror, el dolor y el vacío que deja su muerte, ayudará a recobrar la
serenidad de espíritu que necesitamos para seguir el buen combate,
aquella humilde y filial disposición que es propia del hombre teocén-
trico: "Dios nos lo ha dado, Dios nos lo ha quitado, ¡bendita sea su
Santa Voluntad!"
Buenaventura Caviglia Cámpora
Montevideo
Ante la muerte de Carlos Sacheri

Escribo estas líneas frente a un retrato de Carlos Sacheri, que tengo


sobre mi escritorio, donde aparece él sentado junto a María Marta y
seis de sus hijos. La foto con las diferentes poses y piruetas de los chi-
cos está toda llena de alegría, de vida y de calor familiar...
Hoy sirve para recordarme, además de la admiración y del afecto
hacia el amigo ya ido, el sentido trágico de la presente vida y el va-
lor del sacrificio heroico de aquellos que se constituyen en soldados
de Cristo en este Mundo.
Conocí a Carlos Sacheri en Buenos Aires, en un Congreso del IP-
SA, allá por los años de la década del sesenta. En las sesiones del
Congreso me impresionó sobremanera lo denso de su exposición; el
rigor científico y filosófico de sus argumentos: claros, macizos, hil-
vanados con un orden lógico que los cargaba con la fuerza contunden-
te de una aplanadora.
Quedé prendado de la belleza de la doctrina, y del valor doctrinal
del hombre que los esgrimía. Todo se ordenaba para hacer mirar en
Sacheri a una auténtica promesa del pensamiento católico-ortodoxo.
Su juventud (cifraba para entonces en los treinta años) aunado a los
conocimientos de que hacía gala, daba lugar a concluir, que cuando
aquel intelectual católico llegara a la madurez de la vida, habría de de-
sarrollar una gran actividad en pro de la Iglesia y de la causa de Cris-
to. Actividad que serviría de faro y de guía a los que, como yo, aspi-
ramos a marchar por las mismas sendas, pero que carecemos en gran
medida de sus capacidades, de sus luces y de sus medios.
Durante mi estada en Buenos Aires, para otro Congreso del IPSA,
concreté con Sacheri que, de paso para el Canadá, donde iba a dictar
una cátedra en la Universidad de Laval, se detuviera en Caracas para
dictar tres conferencias en la Universidad Católica "Andrés Bello". Así
lo hizo.
44 PEDROJOSÉ LARA PEÑA

Estaban de moda para ese entonces en Caracas, las tesis ideológi-


cas del discutido jesuíta Teilhard de Chardin. En los medios del pro-
gresismo católico hacían furia.
La exposición que hizo Sacheri fue magistral. En dos conferen-
cias contradictorias desbarató las tesis erróneas de Teilhard espe-
cialmente sobre la gracia y la vida sobrenatural, y justificó el Mo-
nitum de Juan XXIII, que calificaba de erróneas las tesis de Teilhard
y prohibía su difusión en los Seminarios y en los medios de educa-
ción católica.
La conferencia que dictó sobre Santo Tomás fue singularmente lu-
minosa. Casi podría decir que rehabilitó en nuestro medio la figura del
Doctor Angélico a la que las corrientes progresistas habían desacre-
ditado un tanto, haciendo que se tuviera al vocablo "escolástico" co-
mo sinónimo de anticuado y de inservible.
Escuchar la fundamentada reivindicación de las tesis tomistas, en
boca de un hombre poseedor de una juventud radiante y de una loza-
nía intelectual esplendorosa, era cosa que sin duda alguna impresio-
naba. Y afectaba a muchos viejos que se las querían dar de modernos,
esgrimiendo tesis antiescolásticas ya superadas por la crítica filosó-
fica de la actualidad.
Dije que el asesinato de Sacheri ha de servir para recordarnos el
sentido trágico de la vida presente y hacernos patente el valor del sa-
crificio de aquellos que se constituyen en Soldados de Cristo en este
Mundo.
Pero quiero agregar también, que debemos tener presente que Cris-
to no es un Jefe ingrato, que no toma en cuenta el sacrificio de sus sol-
dados. Cristo no es un mito. Cristo no es un desaparecido del escena-
rio de esta tierra, en la cual tiene muchos hombres combatiendo por
su causa, para irse a vivir la vida de gloria de otros mundos. Cristo no
sólo está vivo, después de su resurrección, sino que está vivo aquí, so-
bre esta tierra mala, y sobre este mundo asqueroso, al cual Él mismo
condenó en frases terminantes y para el cual anunció su ruina y sobre
el cual predijo su victoria: "Yo he vencido al Mundo", dijo Él. "El Prín-
cipe de este Mundo, ya ha sido juzgado". Y si Cristo está en esta tie-
rra, dentro de este mundo, no permanece en él ni pasivo ni indiferen-
te a la suerte de los suyos. Cristo actúa y vence e impera. Y en este
caso Sacheri actuará... Que no nos quepa ninguna duda.
Mirando el retrato de Sacheri y considerando su fin trágico, sena
ANTE LA MUERTE DE CARLOS SACHERI 45

un mentiroso si dijera que sólo sentimientos de paz, de resignación,


de conformidad cristiana se me vienen a la mente. Tal cosa sería ha-
cer gala de una elevación muy superior a mi desarrollo espiritual.
La conformidad con el hecho irreversible de la muerte, la impo-
ne la fe en Dios y hasta la fuerza misma de las cosas. Pero esa con-
formidad no puede ser una conformidad pasiva; una resignación pre-
ñada sólo de abulia; que muchas veces bajo la fementida capa de re-
signación cristiana, sólo incuba una posición de comodidad y de in-
diferencia...
La muerte de Sacheri, es una muerte que no puede producir sólo
un sentimiento de ausencia o de dolor por la pérdida del amigo que
se va, o del valor intelectual que desaparece en la causa en que mili-
tamos. En la muerte de Sacheri hay algo más... La forma de su muer-
te es impactante. Hay en ella algo que remueve las entrañas, que con-
mociona las fibras más íntimas del alma.
Instintivamente, espontáneamente, humanamente ocurre al alma
el sentimiento de venganza merecida... Pero también ocurre al alma,
la convicción de que la venganza nos está prohibida a nosotros por
nuestra fe. Eso es cierto. Ese es un camino vedado por una barrera
insalvable. Pero también es cierto que ese camino es sólo a nosotros
a quienes nos está prohibido transitar y no a Dios. "A mí las vengan-
zas", dice el Señor, categóricamente en la Escritura. Y San Pablo nos
enseña que "el que comete el crimen ha de temblar, porque no en va-
no se ciñe el Príncipe la espada, siendo como es Ministro de Dios,
para ejercer su justicia, castigando a quien hace el mal" (Romanos
XIII, 4 y 5).
Por eso ante estas sentencias de la Escritura conjugadas con la
muerte de Sacheri, mi plegaria a Dios a ido en dos direcciones: la pri-
mera, para pedirle que su muerte no sea estéril; que ella redunde en
gracias y en beneficios y en auxilios para su familia, para su Patria y
para la causa a la que dedicó su vida. La otra, para exponerle a Dios,
con toda sencillez y con toda confianza la verdad de un sentimiento
predominante en mi corazón: "Señor, haz que este crimen horrendo
no quede impune, aún en este Mundo".

Pedro José Lara Peña


Caracas
Carlos Alberto Sacheri y la virtud
teologal de la esperanza

Conocí a Carlos Alberto Sacheri en Lausanne, siendo él profesor de


Filosofía de la Universidad Laval del Canadá, cuando con esta inves-
tidura y como Delegado de la Ciudad Católica de Buenos Aires pre-
sidió durante el V Congreso de "Office International" el 6 de abril
de 1968, la conferencia del ilustre escritor Marcel Clément: "Quie-
ro agradecer también —dijo en su salutación— al equipo directivo
del Office International, que ha tenido a bien invitarme a presidir es-
ta sesión, queriendo sin duda subrayar, más allá de mi persona, el es-
fuerzo complementario de las fórmulas de acción tan diversas como
las de la Ciudad Católica de Buenos Aires, plenamente consagrada
a la acción doctrinal y a la animación cívica, y a esa otra de la Uni-
versidad Laval, en Quebec, que ha venido realizando desde hace
treinta años una verdadera renovación de la Filosofía más actual en
tanto más tradicional".
En "Verbo" español 126-127, de junio-julio-agosto 1974, tuvimos
el honor de publicar su comunicación al Congreso Tomista de Géno-
va de la Asociación Internacional Felipe n , "La justicia conmutativa
y la reciprocidad de cambios".
Por última vez, siendo él profesor titular de Metodología Científi-
ca y Filosofía Social de la Universidad Católica Argentina, profesor
titular de Filosofía e Historia de las Ideas Filosóficas en la Facultad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, nos vimos y conver-
samos, almorzando juntos, en Buenos Aires hace poco más de un año.
Recuerdo bien los comensales —éramos seis— y retengo bastante lo
que allí hablamos.
Carlos Alberto Sacheri, acendradamente bueno, católico fervien-
te, irradiando fe, esperanza y caridad, joven aún, era ya un sabio,
aunque con su modestia trataba siempre de que pasara inadvertido.
Conocedor riguroso y profundo de las obras de Santo Tomás de Aqui-

lili
48 BUENAVENTURA CAVIGLIA CÁMPORA 49
CARLOS SACHERI EN LA REPÚBLICA ORIENTAL

no —su último artículo monográfico, publicado en Mikael N 6 5, fue: no espera participar en sí de la divina perfección de Dios. Precisa-
"Santo Tomás y el orden social"— se hallaba completamente al día mente. ¿Qué hallamos cuando examinamos con esa luz las corrientes
en el conocimiento y crítica de las nuevas tendencias filosóficas y so- modernas de la filosofía? Las más acabadas variantes de la presunción
ciales. y del orgullo. ¿Cómo si no calificar la tentativa cartesiana y positivis-
En estos momentos, en el recuerdo que guardamos de él predomi- ta de conocerlo todo por el nuevo método universal? ¿Y la erección
na la resonancia del contenido profundo de las palabras que en Lau- del «deber» kantiano en única norma moral? ¿Cómo designar el Es-
sanne, en la primavera de 1968, dedicó a la virtud teologal de la es- píritu Absoluto de Hegel, que hace real a toda cosa por el solo hecho
peranza, que inició formulando estas preguntas: "¿por qué se arreme- de pensarla? Feuerbach designa su propia doctrina como un «antro-
te con tal encarnizamiento a la «petite filie espérance», como le gus- poteísmo». Marx declara: «El hombre es el ser absoluto para el hom-
taba llamarla a Peguy? ¿Qué tiene esta virtud sobrenatural que tan vi- bre", mientras Nietzsche dice: «Si hubiera dioses, ¿cómo aceptaría yo
vamente choca con el espíritu de la Revolución Moderna?" no ser Dios? Por lo tanto, Dios no existe». ¿Y Teilhard, que nos ins-
En lugar de hablar de él, preferimos escucharle a él mismo. A di- tala gratuitamente en el confortable tranvía de la evolución pleromi-
ferencia de la caridad, recordaba Carlos Alberto, "la esperanza con- zante y nos conduce en línea recta al En-Adelante?... Con toda razón
templa al hombre en su propia condición, que es la de un ser inaca- el historiador Emest Cassirer ha dicho que, a partir del Renacimien-
bado —homo viator— itinerante, siempre en trance de esperar su to, la filosofía moderna no ha hecho sino atribuir al hombre todas las
fin, siempre preocupado por su fin". Su objeto propio "sobrepasa al perfecciones que la teología cristiana atribuía a Dios".
hombre y siempre lo sobrepasará", pues ese objeto es Dios mismo, cap- "Si por otra parte —añadía— volvemos la mirada hacia las for-
tado en el reflejo de nuestro acto de fe como soberano nuestro y nues- mas del pesimismo, ¿cómo calificar a los filósofos relativistas, histo-
tra eterna beatitud. San Pablo lo expresó: "Tenemos una esperanza ricistas, al psicoanálisis freudiano, a los filósofos del devenir y de los
que nos hace penetrar hasta el interior del velo. En la maravillosa ar- valores, la ética de la situación, que niegan al hombre toda posibili-
quitectura de la vida sobrenatural, las tres virtudes infusas se ordenan dad de acceso a las verdades «absolutas». ¿Y nuestro caro Jean-Paul
una a las otras, de tal modo que la fe está al principio de la esperan- Sartre, que define al hombre como una «pasión inútil»? (digamos de
za (ya que no es posible esperar poder contemplar un día a Dios, «tal
pasada que si es inútil, ¿porqué poner tanta pasión respecto a él?).
cual Es», si no creemos previamente en Él y en su palabra) e igual-
Éstas son las filosofías de la desesperación, del absurdo y, por consi-
mente la esperanza se halla en el principio de la caridad (pues, ¿có-
guiente, de la nada".
mo amar ese Dios infinito sin confiar en su socorro?: «Mi gracia te
Pero en estos pensadores, el orgullo o la desesperación no es sino
basta»)".
—y devuelvo hasta el final la palabra a Carlos Alberto Sacheri— "la
Sacheri ha alcanzado sin duda la meta de esta esperanza, pues es- negación de la esperanza cristiana", que es "tan vieja como el mismo
peró en ella y vivió conforme a ella. Adán". No significaba otra cosa Peguy cuando decía que "el más vie-
No le pasó lo que decía de los filósofos modernos, que "han caí- jo error de la humanidad" era la creencia de que nunca había habido
do, unos tras otros, en los pecados contra la esperanza que Santo To- nadá tan bueno, tan bello, como lo alcanzado en nuestros días. Su bo-
más describe en su Summa Teológica: el primero es la presunción, el bada —que lo es— consiste en no saber ver que todo esto, que bus-
segundo es la desesperación. La presunción, que es uno de los peca- can ciega y desesperadamente, nos lo había prometido Cristo ya ha-
dos contra el Espíritu Santo, consiste en que el hombre se apoya en ce mucho tiempo. Pues, ¿que "sobrepasar" es superior al logro de la
los poderes dimanantes de Dios para encontrar lo que el contradiga, visión de Dios cara a cara? ¿Qué "desarrollo" más elevado puede ha-
o simplemente en el hecho de exagerar nuestro propio valor personal. ber que el logro desde aquí de la participación en la vida divina por
Comporta, pues, la aversión al Bien inmutable y una conversión al bien la gracia? La ciencia del bien y del mal no es sino la sabiduría de
perecedero. En cambio, la desesperación proviene de que el hombre Cristo. ¿Qué dicha es superior a la vida virtuosa? ¿Qué orden social
50 JUAN VALLET DE GOYTISOLO

es más armonioso que el de la Ciudad cristiana respetuosa de Dios y


de la ley natural?"
"A todas aquellas divagaciones la conciencia cristiana opone un
no simple y radical. Rechazamos los «landemains qui chantent», pues
se convierten en rechinar de dientes, rechazamos la sociedad sin cla-
ses que no es sino una máquina del despotismo totalitario y tecnocrá-
tico, y por encima de todo rechazamos que la Iglesia deba intentar sal-
varse convirtiéndose al Mundo, puesto que —como aprendimos en el
humilde catecismo de nuestra niñez— solamente la Iglesia ha recibi-
do la promesa de la vida eterna, y siempre responderemos a este mun-
do sin brújula, con estas palabras de Bernanos: «No son nuestra an-
gustia ni nuestro temor lo que nos hace aborrecer al mundo moder-
no; lo aborrecemos con toda nuestra esperanza»".
"El cristiano, animado por la esperanza sobrenatural, se halla más
allá del pesimismo y del optimismo. Sabemos que nuestra vida es una
mezcla de Pasión y de Resurrección, y en este año de nuestra fe (que
también es el de nuestra esperanza), con Job (pues Job y el Apocalip-
sis son las lecturas para los tiempos de las grandes pruebas), repeti-
mos en alta voz: «Sé que mi Redentor vive y, por eso, que resucitaré
de la tierra en el último día, esta esperanza descansa en mi seno». To-
dos somos peregrinos, viatores, itinerantes que gozamos desde aquí
del gozo de nuestro destino Spe gaudentes: «Tened el gozo que da
la esperanza», dijo el Apóstol. Debemos pedir, pues, a Nuestra Seño-
ra de la Santa Esperanza que nos consiga a todos la gracia de nuestra
mutua conversión".
Él nos ha precedido en el logro de esa esperanza. ¡Que los demás
sepamos seguirle en ella y conseguirla, como él! ¡Así sea!

Juan Vallet de Goytisolo


Madrid
Civilización y Culturas

Ofrecemos a continuación el texto de la comunicación pre-


sentada por Carlos Sachen al Quinto Congreso de Lausan-
ne, convocado por el Office International des oeuvres de
formation civique et action culturelle selon le droit naturel
el chretien para tratar el tema Cultura y Revolución, rea-
lizado los días 5 y 7 de abril de 1969. Esta exposición refle-
ja apretadamente puntos esenciales del pensamiento de nues-
tro amigo caído frente a la contemporánea crisis de la civi-
lización y constituye, indudablemente, una segura orientación
en el combate cultural de nuestro tiempo. Este texto ya fue
publicado en elNs 127 de "Verbo", bajo el título de "Natu-
raleza humana y relativismo cultural".

Quien intenta precisar la relación existente entre la noción de civili-


zación y la de cultura revive a menudo una experiencia análoga a la
narrada por San Agustín respecto del tiempo: "¿Qué es, pues, el tiem-
po? Cuando nadie me lo pregunta, yo lo sé; desde que debo explicar-
lo, ya no lo sé" (Confesiones, I, IX, c. 14, p.17).
En efecto, la mayor imprecisión caracteriza el empleo dado a esos
dos términos, que son recientes en las lenguas modernas. Esta equi-
vocidad no puede superarse sin el recurso a las etimologías, dado que
en los dos casos se trata de palabras derivadas. En latín civilisatio
proviene de civis, ciudadano, mientras que la palabra cultura deriva
de colere, que significa "cuidado de los campos" (Cf. Ernout et Mei-
llet, Dictionnaire étimologyque de la langue latine, ed. Kliensieck, Pa-
rís, 1963).
En las lenguas modernas la palabra civilización equivale al "con-
junto de los fenómenos sociales de carácter religioso, moral, estéti-
co, científico, técnico... comunes a una gran sociedad o a un grupo de
sociedades". En cambio, la palabra cultura, tras haber designado ori-
ginariamente"la acción de cultivar la tierra", ha tomado el significa-
CIVILIZACIÓN Y CULTURAS 53
52 CARLOS ALBERTO SACHERI

do de "el desarrollo de ciertas facultades del espíritu por medio de ejer- sus literaturas y sus artes. La única distinción fundamental que creo
cicios intelectuales apropiados" (Cf. Paul Robert, Dictionnaire alp- legítima entre estas dos palabras es la siguiente: la cultura se define
habétique et analogique de la langue fi-ancaise. P.U.F., París, 1953) sobre todo en la perspectiva de la inteligencia y de los hábitos que la
Esta última impostación expresa el contenido tradicional de la pa- rectifican (las ciencias y las artes); mientras que civilización se refie-
labra cultura (Cf. Mathew Arnold, Culture and anarchy, 1869), tal co- re particularmente a las cualidades humanas o hábitos que rectifican
mo se lo reencuentra en el lenguaje corriente contemporáneo. Como al civis, el ciudadano, por ejemplo: las virtudes morales y, entre és-
sinónimo de una cierta perfección intelectual —se habla, por ejem- tas, las que se refieren más directamente a la vida social y sirven de
plo, de un "hombre cultivado"— hunde sus raíces en la paideia grie- fundamento a la convivencia: la fortaleza, la justicia y la prudencia.
ga, en la humanitas ciceroniana y en las artes liberales. En el contexto de las reflexiones siguientes, y sin olvidar el matiz
En cambio, la palabra cultura, según se la usa en sociología y en que acabo de enunciar, he de reservar la palabra civilización para sig-
antropología, indica un sistema o un conjunto de tipos de comporta- nificar el reconocimiento colectivo de una jerarquía de valores socia-
miento que se expresan socialmente por medio de símbolos (Cf: Kroe- les fundamentales, mientras que cultura expresará el conjunto de ma-
ber and Kluckon, Culture, a critical review ofConcepts and Defini- nifestaciones o expresiones de la vida humana en un pueblo determi-
tions, Peabody Museum of Harvard University, Cambridge, Mass., nado. La primera revestirá, pues, cierta universalidad, en tanto que
1952). Esto se debe a la adopción del término alemán kultur, el cual cultura aludirá primordialmente a las manifestaciones diversas y muy
sin excluir en manera alguna la idea de perfección intelectual (mejor circunstanciadas de cada pueblo o nación, según las diferencias geo-
traducida por la palabra bildung), llega a incluir todas las manifesta- gráficas, lingüísticas, sus costumbres y tradiciones, sus inclinaciones
ciones o actividades humanas, tanto personales como sociales. Cier- particulares, etcétera.
tos historiadores alemanes han aumentado la confusión reinante, sea Habiendo ya precisado el sentido de las palabras, resta la delicada
concibiendo la civilización como el ocaso o la esclerosis de la cultu- tarea de intentar responder a la siguiente cuestión: ¿es o no posible for-
ra (Cf: O. Spengler, Der Untergang des Abendlandes, Beck, Munich, mular un juicio de valor sobre la perfección de una cultura particular
1920, Vol I, p. 154), sea, al contrario, ampliando el sentido de civili- o de un período cultural en relación a otros?
zación para designar el vértice o la más alta expresión de los valores
Diversidad cultural y relativismo cultural
espirituales, religiosos, artísticos, filosóficos, dejando a la palabra cul-
tura la función de aludir a las realizaciones menos perfectas de la La respuesta de los antropólogos y sociólogos contemporáneos es,
coeiades medias (Alfred Weber, Ideen zur Staats-und Kultursoziolo- la mayor parte de las veces, negativa. Herederos inconscientes de un
gie, Karlsruhe, 1927, ps. 5-6). nominalismo filosófico cuyo alcance ignora, esas disciplinas han de-
Estimo que la causa de tal multiplicación de acepciones diversas, sarrollado con frecuencia una actitud profundamente relativista, so
y aún opuestas, es, por una parte, la relativa novedad de los dos tér- pretexto de "rigor científico" y de "neutralidad valorativa". Dentro
minos y, por otra, el hecho de que uno y otro no designan realidades de ese contexto, cada cultura no es considerada más que como un sis-
estables y definitivas, sino realidades altamente dinámicas, movimien- tema social que ha determinado sus propios valores, sus propios ele-
tos o procesos en constante interacción, simple manifestación de su mentos constitutivos y sus propias instituciones y símbolos, de suer-
vitalidad (CF: Arnold Toynbee, A Study ofHistory, Oxford Univer- te que sería utópico y no científico pretender determinar, más allá de
sity Press, London, 1936, vol. n , p. 176 y vol. El, p. 383). la extrema diversidad de las manifestaciones culturales, una jerarquía
En resumen, y a pesar de la diversidad de sentidos que reciben, objetiva de valores. Un solo texto bastará para ejemplificar esta acti-
cultura y civilización aparecen como sinónimos que expresan un es- tud: Bronislaw Malinowski afirma, en su obra Freedom and Civiliza-
tilo de vida común a ciertos pueblos, fundado sobre los valores de tion, que la libertad no puede ser objeto de discusión fuera del mar-
una tradición social que se manifiesta y que vivifica sus instituciones, co preciso de una cultura dada: "El concepto de libertad no puede ser
52 CARLOS ALBERTO SACHERI CIVILIZACIÓN Y CULTURAS 54

definido sino en referencia a seres humanos organizados y dotados de sofismas más profundamente enraizados en el hombre de nuestro
motivos culturales, de útiles y de valores, lo que implica ipso facto la tiempo. Me limitaré a enumerar las causas que me parecen principa-
existencia de la ley, de un sistema económico y de una organización les, para detenerme luego en la consideración de la última de ellas. En
política —en una palabra, de un sistema cultural (...). Descubrimos en primer lugar, tal relativismo se explica por la transformación excesi-
todo esto que la libertad no es sino un regalo de la cultura" (op. cit., vamente rápida de las condiciones actuales de vida; el progreso téc-
New York, 1944, ps. 25 y 29). Sin negar, evidentemente, que las mo- nico se desarrolla hoy a un ritmo tal y alcanza tales perfecciones que
dalidades de expresión de la libertad varían considerablemente y son uno se siente espontáneamente llevado a creer que todo en el pasado
condicionadas por el grupo social, ello no impide que la noción uni- ha sido inferior (confusión del progreso técnico y el progreso moral);
versal de un acto libre debe ser acentuada, no sólo por ella misma, si- ese progreso técnico nos ha impuesto lo que C. S. Lewis llama, en De
no también para rendir cuenta más apropiadamente de tal diversidad Descriptione Temporum, una nueva imagen arquetípica: la imagen de
y condicionamiento. Para un número considerable de autores, la cul- las viejas máquinas que van siendo desplazadas por nuevas y mejo-
tura reviste los caracteres de un todo superorgánico (Spencer), que res. Pues en el mundo de las máquinas lo que es nuevo es la mayor
determina la conducta individual sea por vía de la coacción (Durkheim) parte de las veces realmente mejor y lo que es primitivo es realmen-
o de inconsciente colectivo (Jung, Géza Roheim), o de relaciones de te inadecuado (Cf: They Askedfor a Paper, London, 1962, p. 21). En
producción (Marx), o de imitación (Tarde) o de herencia social (Boas, segundo lugar, el progreso de las ciencias históricas y sociales en el
Malinowski)... Clark Wissler lo ha expresado claramente: "El hom- conocimiento de las condiciones de vida de antiguas culturas ha pues-
bre elabora la cultura porque no puede actuar de otro modo; hay una to en relieve su gran diversidad, lo que tiende a debilitar la convicción
tendencia (drive) en su protoplasma que lo empuja adelante, aún con- de la existencia de normas morales universales, de una ley natural ,y
tra su voluntad... De allí que todo punto de vista que descuide la ba- el resto. Tenemos luego el hecho de que la evolución de la filosofía
se biológica de la cultura y, en particular, la respuesta refleja, se re- moderna ha engendrado, desde el fin de la aventura idealista, una cri-
velará inadecuado" {Man and his Culture, New York, 1923, ps. 265 y sis de irracionalismo que ha conmovido las certezas más fundamen-
278). tales y los valores más universales, sumergiendo a la humanidad en
Existen, sin embargo, algunas felices excepciones a estos enfoques un profundo desasosiego, fuente del relativismo teórico y de subjeti-
estrechamente positivistas del hombre y de la cultura. Así, por ejem- vismo moral. En cuarto lugar, se constata que, a pesar del desarrollo
plo, David Bidney afirma que: "El carácter cultural de la personali- alcanzado por las ciencias experimentales, con la sola excepción de
dad presupone la naturaleza humana como su necesaria condición. la fisicomatemática, los principios básicos del método científico no
Así, la naturaleza humana debe ser enfocada sub specie aeternitatis han sido aún definidos adecuadamente; sobre todo en las ciencias lla-
como integrando el orden natural, y sub specie temporis en tanto pro- madas "humanas". A tal punto que los prejuicios "antivalorativos"
ducto de la experiencia cultural. Los dos ángulos son complementa- condenan irremisiblemente toda referencia a una jerarquía objetiva
rios y ambos esenciales para una real comprensión del hombre en so- de valores, so pretexto de estar construida con enunciados no cientí-
ciedad" {Theorethical Anthropology, Columbia University Press, New ficos. En quinto lugar, se observa igualmente, que las corrientes ideo-
York, 1960, p. 9). Es precisamente a este doble punto de vista que se lógicas modernas, nos presentan una concepción del hombre tan par-
refiere la distinción que planteamos entre civilización y cultura. cial y mutilada ("El hombre es una pasión inútil", dice Sartre; "el
hombre es lo que come", dice Feuerbach) que no permite esclarecer
Relativismo moral y positivismo jurídico ningún problema social o político, y nos hunde más aún en la confu-
sión. Finalmente, el relativismo moderno se funda sobre una concep-
Importa examinar brevemente las causas de las actitudes positivis-
ción totalmente errónea de la ciencia moral de la ley natural.
tas y relativistas, tanto más cuanto que ellas se han difundido rápida-
mente fuera de los círculos eruditos, al punto de constituir uno de los La importancia de esta última causa es tal, que exige ciertas pre-
52 CARLOS ALBERTO SACHERI CIVILIZACIÓN Y CULTURAS
57

cisiones. Bajo la influencia del racionalismo, la ciencia moral ha su- cuales invadirán por su intermedio los ambientes occidentales, inclu-
frido la transformación más radical en cuanto a la naturaleza de sus sive los católicos. ¿Cómo sorprenderse entonces de ver que nuestra
concepción corriente de la moral sea la de una serie de limitaciones,
principios y a su método propio.
de "luces rojas", implicando cierto "empobrecimiento" de lo huma-
Concepción racionalista de la moral no, una moral del sexto y noveno mandamientos en la cual las mis-
En la filosofía griega y medieval, la moral era considerada como mas palabras prudencia y virtud se asocian no con la idea de perfec-
una disciplina práctica, cuyos propios principios se fundan en la ex- ción sino con la de pusilanimidad o de debilidad...? Ante semejante
periencia de las acciones humanas. Por otra parte, el obrar humano — "ideal", preconizado durante siglo y medio, ¿cómo asombrarse de que
objeto de la moral— comporta una contingencia y variabilidad tan un buen número de hombres se rebele y rechace visión tan insípida y
grandes, que fuera de algunos principios universales de la ley natu- desalentadora de la moralidad? Es cierto que este rechazo, por la ce-
ral, captados inmediatamente por la razón, los demás enunciados pier- guera que lo caracteriza, no constituye una solución, ni siquiera una
den su universalidad absoluta y sólo son aplicables en la mayoría de respuesta válida al problema. Pero debe reconocerse que no le faltan
los casos (ut in pluribus). Estas limitaciones propias de la ciencia mo- serias razones.
ral exigen como complemento el ejercicio del juicio prudencial, a fin La doctrina relativa a la ley natural ha sufrido una suerte análoga.
de descubrir en cada caso particular cuál es la mejor decisión a tomar. Desarrollada a lo largo de toda la filosofía griega, la noción de ley na-
Ahora bien, el racionalismo cartesiano completado por Spinoza tural convirtióse en el fundamento de las instituciones en el Imperio
concibe la moral como un saber puramente deductivo, en el cual la apli- Romano y constituyó luego el fundamento mismo de la civilización
cación de un método "geométrico" (Cf: Ethica more geométrico de- cristiana. La idea de un orden universal establecido por Dios, inscri-
mónstrate de Spinoza) permite concluir con certeza absoluta y por to en el corazón de los hombres y que debía servir de base y princi-
medio de una cadena de silogismos demostrativos, lo que debe hacer- pio para toda ley humana, estaba ya claramente expresada en la An-
se en cada circunstancia. Esta mentalidad, unida a la irrupción de la tígona de Sófocles. Desarrollada por Platón y Aristóteles, pasa a Ro-
teología moral protestante en una Cristiandad dividida, se difundió en ma bajo la influencia de Cicerón y los juristas romanos. En su De Le-
los medios católicos y tuvo por consecuencia la elaboración de una gibus, Cicerón la enuncia con mucha nitidez: "Pero para fundar el de-
nueva moral hecha de principios absolutamente universales y caren- recho, tomemos por origen esta Ley suprema que, común a todos los
tes de excepciones, altamente racionales y —dicho sea de paso— in- siglos, ha nacido antes que existiera ninguna ley escrita o que se hu-
capaces de despertar el atractivo que todo ideal moral verdadero pue- biese constituido Estado alguno" (I, VI, 19). "Había, pues, una razón
de engendrar en el espíritu del hombre. emanada de la naturaleza universal que empujaba a los hombres a
En realidad, una alteración tan profunda había tenido por origen la obrar según el deber y a apartarse de las acciones culpables; ha co-
filosofía nominalista de Duns Scot y de Ockham, desde comienzos del menzado a ser ley, no el día en que fue escrita, sino desde su origen,
siglo XIV. Desconociendo la doctrina tradicional del Bien, causa fi- y su origen coincide con la aparición de la inteligencia divina: resul-
nal del obrar, el nominalismo desarrolló una tendencia voluntarista que ta, pues, que la Ley verdadera y primera, referente tanto a los manda-
se prolonga a través del racionalismo y culmina con Kant en una éti- tos como a las prohibiciones, es la recta razón del Dios supremo" (II,
ca del deber por el deber mismo, un menosprecio de la afectividad y V, 11). Y el autor latino extraería de tales afirmaciones las lógicas
de lo sensible en general, la negación del bien y de la felicidad como consecuencias: "Si la naturaleza no viene a consolidar el derecho, de-
ideal moral, la concepción de la virtud como puro "esfuerzo" y no co- saparecerían entonces todas las virtudes: ¿dónde encontrarían su lu-
mo espontaneidad u perfección del obrar conforme a la razón, la re- gar la generosidad, el amor a la patria, el afecto, el deseo de servir a
ducción de la prudencia a una simple "astucia", etcétera. En Kant otro o de expresarle gratitud?... Si el derecho se fundara sobre la vo-
confluyen dos corrientes, el racionalismo y el pietismo protestante, los luntad de los pueblos, sobre los decretos de los jefes o la sentencia de
58 CARLOS ALBERTO SACHERI

los jueces, entonces se tendría derecho a convertirse en malhechor,


cometer adulterio o falsificar testamentos siempre que tales actos ob-
tuviesen el acuerdo de los votos o las resoluciones de la masa. Pe-
ro si la opinión o la voluntad de gentes insensatas goza de tal poder
que pueden con sus votos subvertir el orden de la naturaleza, ¿por
qué no deciden que lo que es malo o dañino se tendrá en adelante
por bueno y saludable? Ya que la ley puede crear el derecho a par-
tir de lo injusto, ¿no podría crear el bien a partir del mal?" (I, XV-
43; XVI, 44). Así, pues, los paganos, históricamente colocados al
margen de las verdades reveladas y del acontecimiento de la Encar-
nación de Cristo, tenían un sentido muy profundo del orden natural
y de sus exigencias propias en la organización de las ciudades, va-
le decir, de la civilización.
Esta doctrina de la ley natural se desarrolló a través de la Edad Me-
dia, desde San Agustín hasta Tomás de Aquino, siempre más rica,
siempre más neta y matizada. Pero a partir del siglo XIV comienza a
oscurecerse progresivamente bajo la influencia del nominalismo. Duns
Scot empieza "modestamente" por afirmar que la voluntad divina (po-
testas Dei absoluta) no podría modificar el principio del amor de
Dios, pero sí todos los mandamientos del Decálogo. Negando la idea
de finalidad, Ockham irá aún más lejos: no sólo el deber de amar a
Dios podría haber sido modificado, el robo vuelto honesto y la casti-
dad un pecado, sino que el único principio válido para nuestra con-
ducta será la ley enunciada por Dios expresamente; no la descubier-
ta por la razón a partir de una ley eterna o natural. A partir de tal ne-
gación de toda la doctrina clásica, tanto pagana como cristiana, los si-
glos siguientes verán la ley natural vinculada a un orden puramente
"conservador", consecuencia de la cólera misericordiosa de Dios (ira
misericordiae) para salvar al hombre de su corrupción (Lutero). Se la
identificará sucesivamente con el "homo homini lupus" en Hobbes,
con una "pura law ofreason" en Locke, con el "poder natural" (Spi-
nosa), con la "voluntad general" (Rousseau), con la "libertad" (Kant),
con la "utilidad" (Hume y Bentham). A medida que la idea de dere-
cho natural va siendo más y más distorsionada, todos esos autores se
ven obligados a ampliar el espacio reconocido a la autoridad huma-
na, al Estado, fuente de todo derecho y de toda justicia. El siglo XIX,
ese siglo de subjetivismo romántico y de positivismo, no tendrá más
que sacar las conclusiones lógicas de ese vasto movimiento. Por un
CIVILIZACIÓN Y CULTURAS 59

lado, todos los valores humanos quedarán reducidos a reacciones sub-


jetivas de placer: es el relativismo moral; por otro, ya no habrá más
que una ley, la que emana del poder político: es el positivismo jurídi-
co. Los cimientos del Estado totalitario del siglo XX ya están colo-
cados (Cf: Pío XII, Alocución del 13 de setiembre de 1949).
Está en la lógica interna de los errores precedentes concluir en la
imposibilidad radical de formular un juicio de valor objetivamente
fundado respecto de una cultura en relación con otras. El hombre de
nuestro tiempo (sobre todo el filósofo) no cree ya en la posibilidad de
alcanzar la verdad por medio de la razón y desconoce la existencia de
todo orden objetivo de valores. Se hunde así en la barbarie descrita
por Cicerón.

Ley Natural y Civilización


Ahora bien: un estudio profundizado de la doctrina tradicional con-
cerniente a la ley natural permite descubrir las líneas maestras de to-
da civilización propiamente humana. En efecto, la única posibilidad
que tenemos de fundar objetivamente un juicio de valor sobre los
hombres o las culturas, es precisamente la de hacerlo sobre la natu-
raleza misma del hombre en tanto que único sujeto activo de la cul-
tura. Dado que la cultura no hace sino englobar el conjunto de las va-
riadas manifestaciones de la actrividad humana, nos es imposible afir-
mar la superioridad o la inferioridad relativas de tal cultura en rela-
ción a tal otra, en la misma medida en que ambas respetan más o me-
nos fielmente los valores humanos fundamentales. Comenzamos aho-
ra a percibir la importancia excepcional que desempeña la noción de
naturaleza, no sólo al nivel de las consideraciones metafísicas, sino
también para la elaboración de doctrinas sociales y políticas respetuo-
sas del hombre. Nuestros teólogos modernistas de Teología-ficción (se-
gún el mote de Gilson) no son más que los epígonos ingenuos de los
filósofos modernos, negadores de la substancia o de la naturaleza.
Lo que el relativismo cultural no ha descubierto hasta el presente
es que la naturaleza no implica un concepción monolítica y definiti-
vamente fijada del ser. Al contrario, es en virtud de su naturaleza pro-
pia que los diferentes seres cumplen todas sus operaciones. Pero la pre-
gunta permanece: al límite, se puede conciliar la afirmación de un or-
den natural con la extrema diversidad de culturas que la humanidad
ha conocido? Es aquí que la fineza de análisis de Santo Tomás nos per-
60 CARLOS ALBERTO SACHERI

mitirá dar cuenta de datos aparentemente contrarios: 1) la afirmación


de ciertos valores como absolutos, por el hecho de estar ligados a la
esencia del hombre; 2) la contingencia y la diversidad de las expre-
siones culturales a través del tiempo y del espacio.
Santo Tomás distingue un doble orden de preceptos de la ley na-
tural. Ésta se halla, en efecto, compuesta de todos los enunciados
prácticos que puedan ser extraídos de un análisis del ser humano y de
sus tendencias fundamentales. Pero, en el seno de esta pluralidad de
principios, unos son más universales, más estable e inmutables que
otros. Estos últimos no son captados espontánea e inmediatamente
por la razón, sino que demandan una reflexión, más o menos prolon-
gada a partir del conocimiento de los primeros. Así, por ejemplo, "hay
que hacer el bien y evitar el mal", o "no se debe hacer daño a otro",
son verdades primeras de la ley natural inmediatamente captables. La
sola comprensión de los términos basta para engendrar en nosotros la
evidencia y una adhesión interna imborrable. Mientras que el derecho
de propiedad es a menudo presentado por Santo Tomás como un pre-
cepto secundario, pues no es captado inmediatamente, sino que debe
derivarse del derecho a la conservación de la vida individual, del cual
se sigue el derecho a la libre disposición de los bienes materiales: re-
cién entonces percibimos el derecho de propiedad como un medio
fundamental para mejor asegurar esta disposición de los bienes nece-
sarios al mantenimiento de la vida.
De una manera general, debe decirse que cuanto más inmediata-
mente un principio es captado, y responde a una tendencia básica de
nuestra naturaleza, más universal e inmutable resulta. Por el contra-
rio, desde que es necesario cierto discurso y el enunciado apunta a un
fin natural secundario, la universalidad e inmutabilidad del principio
declinan, y ésta puede comportar excepciones. La razón de ello es la
misma que acabo de dar, hace un instante, al describir la evolución de
la ciencia moral a través del racionalismo moderno. La ley natural, que
reúne los principios fundamentales del orden moral, está ella misma
sujeta a la condición propia a todo conocimiento moral. Este último
se ordena a esclarecernos para obrar mejor; ahora bien, un principio
moral sólo permanece aplicable a cualquier circunstancia cuando se
limita a un enunciado muy general, como en los principios que he ci-
tado. Pero tan pronto como un principio moral alude a una materia más
particular o tiene en cuenta ciertas circunstancias peculiares, pierde
CIVILIZACIÓN Y CULTURAS 61

su carácter absoluto y le afecta la contingencia propia de todo el or-


den práctico. ¿Quiere decir ello que no hay más valores, etcétera? Ab-
solutamente no. Pero la verdad de su contenido comportará más ex-
cepciones; sólo los primeros principios de la ley natural no sufren ex-
cepciones. Esta doctrina, tal cual acabo de resumirla un poco brutal-
mente, brevitatis causa, permite respetar la extrema complejidad del
obrar humano, tanto personal como social, sin caer por ello en un re-
lativismo simplista, que ciertos antropólogos han propuesto, y que
muchos teólogos acaban de comprar a un precio demasiado elevado
para las almas que les siguen. Cuando se ha comprendido la gran par-
te de la contingencia que afecta al conocimiento moral en su conjun-
to, se ve mejor porque la Iglesia ha insistido siempre (hoy más que
nunca) en la formación de la recta conciencia. El juicio de concien-
cia ilumina nuestras decisiones sobre tal acción singular, a la luz de
los principios de la ley natural; es necesaria la educación de la con-
ciencia personal para habituar a nuestra razón a juzgar si tal princi-
pio moral debe o no ser aplicado en tal caso preciso, teniendo en cuen-
ta el margen de contingencia propio de la mayoría de las normas mo-
rales.
Una vez evidenciado el error del relativismo cultural respecto de
la ley natural, podemos responder a la pregunta sobre la posibilidad
de formular un juicio de valor objetivo sobre las diferentes culturas.
Hemos dicho anteriormente que una cultura será superior a otra en la
medida en que respete en mayor grados los valores humanos funda-
mentales. Ahora bien: esos valores humanos primarios se expresan en
los principios de la ley natural. En virtud del principio universal ope-
ratio sequitur esse, la operación debe seguir las tendencias naturales
del ser, las que constituyen el objeto de la ley natural. Se puede, pues,
concluir que la vida más propiamente humana será la que se desarro-
lle en plena conformidad con las exigencias de nuestra esencia y con
los preceptos de la ley natural. Ello vale tanto para los individuos co-
mo para las sociedades, pues la sociedad se define en la línea de la per-
fección del hombre, "bonum humanum perfectum". Siendo el bien
del hombre la razón de ser de las sociedades, estas últimas serán tan-
to más perfectas cuanto más efectivamente respeten en sus institucio-
nes fundamentales las exigencias primeras de nuestra naturaleza. Por
las mismas razones, los filósofos griegos y los juristas romanos a la
ley natural el rol, eminente de fundamento y medida de toda ley hu-
62 CARLOS ALBERTO SACHERI

mana, de todo orden jurídico positivo. Y esto vale para la civilización.


Teniendo en cuenta las distinciones formuladas al comienzo de esta
exposición, podemos afirmar que no existe verdadera civilización que
no se funde en la ley natural. Y, prolongando nuestra reflexión, debe-
mos decir que toda cultura digna del hombre deberá necesariamente
respetar los principios del orden natural, independientemente de las
circunstancias de tiempo, de clima, de costumbres, etcétera. En la me-
dida en que una cultura particular se desarrolle en esta fidelidad fun-
damental, más oportunidades tendrá de expandirse y fecundar a las cul-
turas circundantes por la irradiación de su vitalidad y perfección pro-
pias. Aparte del riesgo de sucumbir bajo el peso de un ataque exterior
de pueblos bárbaros antiguos o modernos, el respeto del orden natu-
ral se constituye en la garantía suprema del florecimiento cultural. Es
en esta perspectiva que los autores antiguos oponían el ciudadano al
bárbaro, siendo este último el que no vive bajo las leyes, "sine lege et
justitia", según Santo Tomás (/« I Politicorum, lect. 1, n. 41). A lo lar-
go de un camino social fundado en la ley natural, el hombre se orien-
ta hacia la vida virtuosa mientras es regulado por leyes justas. El bár-
baro, en cambio, no estando constreñido por ningún principio, no es
más que el tirano de sí mismo y de sus semejantes, "pessimum om-
nium animalium". De allí que los grandes autores de la estirpe de Plu-
tarco, Cicerón o Dante alabaran siempre a los constructores de ciu-
dades, a los que están en el origen mismo de los beneficios de la ci-
vilización.

Ley Natural y Orden Social


No basta sin embargo subrayar la identidad fundamental entre la
verdadera civilización y la ley natural. En tiempos como el nuestro,
en que las verdades más evidentes engendran el desprecio y la cóle-
ra, es urgente precisar el orden de valores sociales y de funciones so-
ciales a ellas vinculadas. He de apoyarme sobre un texto de Santo To-
más en el que se enuncia un triple orden de preceptos de la ley natu-
ral (,Summa Theologica, I-II, q. 94, a. 2), a fin de establecer una ana-
logía con los valores sociales fundamentales de una verdadera civili-
zación. Santo Tomás considera la naturaleza humana bajo un triple en-
foque: 1) lo que corresponde al hombre en tanto ser; 2) lo que corres-
ponde al hombre en tanto ser sensible o animal; 3) lo que correspon-
de al hombre en tanto racional. En una perspectiva cristiana podemos
CIVILIZACIÓN Y CULTURAS 63

añadir a los aspectos o formalidades precedentes un cuarto, a saber:


lo que corresponde al hombre en tanto ser divino, imago Dei, hijo de
Dios llamado a la visión divina por toda la eternidad.
Partiendo de las cuatro formalidades que acabamos de enunciar, po-
demos establecer una analogía con cuatro funciones esenciales que se
encuentran en todas las culturas. A la formalidad de ser o cosa corres-
ponde la actividad económica de ejecución, teniendo por objeto los
bienes materiales necesarios para la conservación de la vida. El ejem-
plo de esta función es el trabajador manual. A la formalidad animal
corresponde otra actividad, la de la economía de dirección, la cual no
se ordena directamente a la producción de bienes materiales, sino que
asegura la dirección de la actividad manual y la red de servicios pro-
fesionales concurrentes a la misma. El tipo representativo es el jefe
de empresa. Con la formalidad racional se relaciona la actividad po-
lítica, enderezada a asegurar, más allá de los bienes particulares, el bien
común de la sociedad política. Y, finalmente, con la formalidad divi-
na o sobrenatural se relaciona la actividad religiosa, que tiene por ob-
jeto a Dios en cuanto fin último y beatitud suprema de las criaturas.
No es inútil apuntar, a propósito, que la formalidad religiosa no
plantea ningún problema ni al teólogo, que juzga a la luz de las ver-
dades reveladas, ni al antropólogo o al historiador, pues estos últimos
se limitan a constatar que allí donde hay vida humana, cultura, hay tam-
bién actividad y valores religiosos. Por el contrario, es el filósofo el
que se encuentra un tanto embarazado, pues la única luz racional que
puede aportar es la demostración de la inmortalidad del alma y de la
existencia de Dios como otros tantos argumentos indicadores de una
supervivencia del hombre.
Las cuatro funciones sociales fundamentales antes mencionadas,
en torno a las cuales pueden agruparse las numerosas actividades que
el hombre ejerce en sociedad, se encuentran en toda cultura, apenas
una sociedad alcanza cierto nivel de complejidad. Pero, si se las com-
para entre ellas, se comienza inmediatamente a percibir una jerarquía.
En efecto, si se tienen en cuenta los valores que cada una de tales fun-
ciones traduce efectivamente, se advierte que los valores inferiores de-
ben ordenarse naturalmente en función de los superiores. Así, la eco-
nomía de ejecución se ordena a la economía de dirección, pues ésta
asegura la organización de la actividad económica en el seno de la em-
presa. Pero la economía de dirección se ordena ella misma a la fun-
64 CARLOS ALBERTO SACHERI

ción política, del mismo modo que el bien particular está subordina-
do al bien común, que es el bien más perfecto en el orden temporal.
A su vez, la actividad política se ordena a la función religiosa, ya que
el bien común de la sociedad política no basta, por sí mismo, para
asegurar el fin último del hombre, el cual no es otro que Dios mismo,
principio y fin de todo el Universo creado.

Civilización Cristiana
Tal es, pues, la jerarquía que surge espontáneamente del análisis de
los valores humanos esenciales, según el orden expresado en la ley na-
tural, del común al propio, del menos perfecto al más perfecto, del ma-
terial al espiritual. Tal es, también, la estructura de toda civilización au-
téntica, la cual se manifestará a través de la extrema diversidad y com-
plejidad de modalidades propias a cada cultura particular.
Cuando se observan de cerca las diferentes culturas, se constata
que esas cuatro funciones están siempre presentes, pero no siempre
con la misma jerarquía interna. Ello no carece de consecuencias. Pa-
ra ilustrar este tema nos limitaremos a considerar muy rápidamente
la evolución del mundo occidental moderno desde la Edad Media has-
ta nuestros días. En la sociedad medieval —y en lo límites de toda rea-
lización humana— las funciones culturales se ordenaban según la je-
rarquía descrita. Las actividades manuales estaban subordinadas, en
el interior de los talleres y de las corporaciones artesanales, a la di-
rección de los maestros. Las corporaciones de oficios se organizaban
entre ellas para la defensa de sus intereses comunes pero dentro de un
espíritu de fidelidad al rey en cuanto jefe político y responsable del
bien común nacional. A su vez, el Príncipe reconocía que su tarea no
era algo absoluto, un fin en sí misma, sino que, por el contrario, su
ejercicio dependía de derechos superiores, sancionados por Dios y
expresados en la ley natural y en las leyes de la Iglesia, derechos que
él estaba obligado a respetar. El poder religioso cumplía así cierta
función moderadora sobre la acción de los reyes, según las exigencias
del Decálogo y los Evangelios. Esta primacía de lo espiritual se tra-
ducía en el unánime reconocimiento de los pontífices como árbitros
de las querellas entre reyes cristianos. Bernanos resume admirablemen-
te la irradiación de los valores religiosos en la cultura del Medioevo:
"El hombre de otras épocas encontraba a la Iglesia asociada a todas
las grandezas del mundo visible, junto al Príncipe que ella había un-
CIVILIZACIÓN Y CULTURAS 65

gido, al artista al que inspiraba, al juez investido por ella de una es-
pecie de delegación, al soldado cuyo juramento había recibido. Del
cargo más alto al último de los oficios honrado por el patrocinio de
los santos, no había derecho ni deber demasiado humilde para que
ella de antemano no lo hubiese bendecido" (La grande peur des bien-
pensants, Ed. Grasset, París, 1952, p. 449).
A la luz de este caso histórico particular, podemos percibir mejor
cuál es la esencia de esta civilización cristiana. No es otra cosa que la
plenitud armoniosa de los valores humanos y cristianos socialmente
aceptados, que informan todas las instituciones y todas las activida-
des, materiales y espirituales, morales e intelectuales, técnicas y ar-
tísticas. Ella se funda sobre el consenso que la comunidad humana pres-
ta a esos valores y traduce eficazmente en la vida cotidiana. Su fun-
damento no es otro que la ley natural y el Evangelio, de acuerdo al
principio "gratia non tollit naturam sed perficit eam". La plenitud de
lo humano es completada por la luz del orden sobrenatural, expresa-
da en las verdades de la Fe y en los sacramentos de la Salvación.
Si la Iglesia ha expresado siempre un juicio favorable de la Edad
Media, ello no ha sido por una suerte de inclinación romántica y con-
servadora. La Iglesia ha visto en este período histórico particular la
cristalización, imperfecta pero fiel en lo esencial, de un orden cristia-
no de vida. Consciente de tales imperfecciones, jamás ha alentado a
los laicos a regresar a la Edad Media como a una época ideal. Basta-
ría leer sobre ese punto el discurso de Pío XII del 16 de mayo de 1947,
en el cual este Papa admirable subraya la trascendencia de la civili-
zación cristiana con respecto a toda forma cultural contingente, por
perfecta que fuere. Lo esencial es instaurar incansablemente la unión
indisoluble de la religión y la vida, en una síntesis siempre renovada,
rehecha en cada generación, repensada a la luz de problemas siempre
nuevos. En esta perspectiva, San Pío X definió esencial de todo cris-
tiano, pero en particular de los laicos cristianos: "No se edificará la
ciudad sino como Dios la ha edificado... No, la civilización no está
por inventarse, ni la ciudad nueva por construirse en las nubes. Ella
ha sido, ella es; es la civilización cristiana, es la ciudad católica. No
se trata sino de instaurarla y de restaurarla sin cesar sobre sus funda-
mentos naturales y divinos, contra los ataques siempre renacientes de
la utopía malsana, de la revuelta y de la impiedad: omnia instaurare
in Christo (Notre Charge Apostolique, del 25 de agosto de 1910).
CARLOS ALBERTO SACHERI CIVILIZACIÓN Y CULTURAS
66 67

Esta restauración permanente de un orden cristiano de vida debe en un desconcierto tan profundo.
hacerse en el respeto de la Ley Natural, principio de todo orden so- La aplicación rigurosa de los mitos del liberalismo político y eco-
cial verdadero, en la subordinación a los valores y funciones socia- nómico dio nacimiento a un vasto movimiento de revuelta, no contra
les fundamentales a los que ya he hecho referencia. Subordinación las causas determinantes de la gran crisis social, sino contra los efec-
de la economía de ejecución a la economía de dirección; del orden tos devastadores del liberalismo. Ese movimiento halló su concreción
económico al orden político y de éste a los valores religiosos. Como histórica en la Revolución de octubre de 1917, la que instauró la úl-
lo ha dicho el historiador inglés Christopher Dawson, la religión es tima —y demasiado actual— etapa subversiva, la revuelta de la eco-
la gran fuerza creadora en una cultura, y toda realización cultural re- nomía de ejecución contra la economía de dirección. Ahora bien, si
levante ha sido inspirada por una gran religión. Toynbee, por su par- se recuerda que a cada una de esas funciones sociales corresponde un
te, recalca, en cuanto historiador de las culturas, que el apogeo de és- orden particular en la naturaleza humana (según la analogía formula-
tas siempre ha coincidido con la mayor irradiación de sus propios va- da), se ve que el Occidente ha sido conducido, en ese movimiento de
lores religiosos. rebeldía contra los valores superiores, a una decadencia progresiva
que alcanza su extremo inferior precisamente en nuestra época. La re-
La secularización de la Cultura Occidental vuelta sistemática contra todo el orden establecido por Dios ha hun-
Si consideramos ahora la evolución seguida por la cultura occi- dido a la humanidad en la bajeza, pues es muy difícil a los hombres
dental desde el renacimiento a nuestros días, constatamos que duran- permanecer íntegros en su naturaleza fuera de toda referencia a las rea-
te los últimos siglos se ha operado una total subversión en la jerarquía lidades trascendentes. "Quitad lo sobrenatural —decía Chesterton—
de las funciones culturales. En efecto, ya a comienzos del siglo XIV y no quedará sino lo que no es natural". Como lo recordaba Juan
la revuelta de Felipe el Hermoso contra el Papa Bonifacio VIH cons- X X m en Mater et Magistra: "El aspecto más siniestramente típico de
tituyó la primera manifestación de una nueva actitud. El poder reli- la época moderna se encuentra en la tentativa absurda de querer edi-
gioso fue desconocido en su papel de árbitro "internacional", so pre- ficar un orden temporal sólido y fecundo fuera de Dios, único funda-
texto de que el rey era dueño absoluto del orden temporal. Esta acti- mento sobre el cual podría existir, y de querer proclamar la grandeza
tud subversiva del poder político respecto del poder religioso se de- del hombre aislándolo de la fuente de la cual esta grandeza surge y
sarrolló a través del renacimiento y la reforma protestante, constitu- de donde ella se alimenta" (217).
yendo así la primera alteración en la jerarquía de los valores civiliza- Las consecuencias de tal negación están ante nuestros ojos. La ce-
dores. Las teorías políticas de Machiavelo y de Althusius, y la apari- guera deliberada de cierto número de hombres amenaza a ser reali-
ción de las monarquías absolutas —desconocidas en la Edad Media— dad sobre nuestra generación las palabras del profeta Isaías: "Sólo el
terror os dará el entendimiento" (XXVIII, 19).
, son otros tantos signos de tal subversión.
La Cristiandad dividida se debilita más y más bajo la influencia de Restaurar la Civilización
las doctrinas filosóficas citadas y de la creciente crisis moral. La po-
lítica, erigida en valor absoluto —tendencia propia de todo valor des- Habiendo alcanzado las profundidades del abismo de esta nueva for-
quiciado— cederá su lugar, a través del segundo gran giro de Occi- ma de barbarie constituida por el ateísmo materialista y tecnocrático,
dente, la Revolución Francesa, a la burguesía ascendente, representa- es necesario ahora definir las grandes líneas de la restauración de un
tiva de la economía de dirección ahora también emancipada. No hay orden nuevo, más humano y más cristiano, o más humano porque más
de que extrañarse entonces, si a partir de ese momento y hasta el pre- cristiano. La humanidad angustiada se vuelve hacia todas las formas
sente, el sector financiero se volvió dueño del poder político y lo so- del mito y de la seducción, pues nuestra civilización de las máquinas
metió a su control. No hay de que extrañarse, si las diversas fomias incluye según la frase de Malraux "Las máquinas de fabricar sueños".
de la democracia surgida de la Revolución se hunden en nuestros días Gran número de espíritus, incapaces de soportar la afirmación neta y
CIVILIZACIÓN Y CULTURAS
CARLOS ALBERTO SACHERI
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valiente de las verdades más esenciales, se desvían de los primeros prin- Este orden más humano será nuestra obra, como lo afirma la Epís-
cipios del orden natural, en busca de nuevas doctrinas más fáciles y tola a Diogneto: "Lo que el alma es al cuerpo, son los cristianos al
mundo... el alma está difundida a través de todos los miembros del cuer-
seductoras. Son los ciegos que se dejan guiar por otros ciegos... Es la
po y los cristianos a través de las ciudades del mundo... El alma está
herejía de la acción (Pío XII, 16/6/44). Sin embargo la verdad sigue confinada al cuerpo, pero ella sostiene al cuerpo; y los cristianos es-
siendo la misma: no habrá ni salvación ni paz social sin una conver- tán en el mundo como en una sala de hospital pero sostienen al mun-
sión total de la humanidad hacia Dios y su ley. do... Dios les ha acordado un puesto tan elevado, que no tienen el de-
Lo que hay que hacer es simple. Sin embargo la tarea es inmensa, recho de cederlo".
tan vasta y desproporcionada que tenemos tendencia a desalentarnos
Esta restauración debe poner en práctica, de manera ordenada pe-
fácilmente delante de ella. Es lo que no debe hacerse. Dos breves re- ro simultánea, todos los medios naturales y sobrenaturales. El hom-
flexiones podrán ayudarnos: l s ) Dios se complace en resolver las si- bre, como el pescado, se pudre por la cabeza, dice un proverbio no-
tuaciones más desesperadas, a través del esfuerzo de un pequeño re- ruego. Los errores teológicos y filosóficos, como lo hemos señalado,
baño; el caso de los apóstoles y de santa Juana de Arco es de un va- están en la raíz de los desastres políticos y económicos de esta cultu-
lor permanente; 22) una razón de orden natural: cuanto mayor es el des- ra moderna en estado de descomposición avanzada. Será menester,
concierto y la seducción de las ideas falsas, más oportunidades tene- pues, proceder a una renovación intelectual y moral, organizada a
mos de lograr mucho, no porque nos tomemos demasiado en serio, si- menudo al margen de las instituciones existentes sometida a las con-
no porque el menor esfuerzo a contra corriente puede detener gran- signas subversivas. Esta restauración tendrá por fin —según la bella
des desastres. fórmula de Gilsón— formar "una inteligencia al servicio de Cristo
Pío XU ha señalado en su Alocución por un Mundo Mejor (10/2/52) Rey", mediante el retorno a las fuentes permanentes de los filósofos
cual es el papel de los laicos en la hora presente: "¡Ya es tiempo, que- griegos y cristianos, en particular de Santo Tomás (como lo ha reco-
ridos hijos! Es tiempo de dar los pasos decisivos. Es tiempo de sacu- mendado formalmente en dos documentos distintos, por primera vez
dir el funesto letargo. Es tiempo de que todos los buenos, todos los en la Historia del Concilio mismo, Vaticano II) y a través de un estu-
hombres inquietos por el destino del mundo se reconozcan y aprieten dio y una acción realizadas a la luz de la doctrina social de la Iglesia,
fdas. Es tiempo de repetir con el Apóstol: «Hora est jam de somno sur- doctrina práctica, guía de la acción de los responsables sociales y po-
gere». Es la hora de despertarnos del sueño, pues se acerca nuestra sal- líticos en todos los niveles y en todas las actividades culturales.
vación. Es todo un mundo el que hay que rehacer desde sus cimien- Del mismo modo que nos hace falta más que nunca consolidar
tos: de salvaje hacerlo humano, de humano volverlo divino, es decir, nuestros conocimientos de fe a la luz del Evangelio, así debemos res-
según el corazón de Dios". taurar en la vida cívica los derechos de la persona y de la familia con
Esta consigna para la acción de los laicos en un mundo convulsio- miras a garantizar y reforzar las verdaderas libertades fundamentales
nado por toda clase de errores debe nutrirse con la meditación cons- que no son la de leer su diario o votar su diputado, sino aquéllas de
tante de la Doctrina Social de la Iglesia, pues es a nosotros cristianos las cuales dependen nuestras familias, nuestras profesiones, nuestras
y laicos que incumbe la tarea ardua al par que sublime, de reconstruir instituciones escolares y nuestras empresas comunes. El día en que es-
este orden nuevo de civilización. El Concilio Vaticano II ha expresa- temos ante realidades sociales humanas y cristianas, veremos operar-
do la voluntad de la Iglesia Universal de trabajar por este orden cris- se el "Gran retorno" de esos expertos del error que han abandonado
tiano de vida: "Los cristianos en marcha hacia la ciudad celeste, de- los principios tradicionales faltos de fe en su verdad.
ben buscar y gustar las cosas de arriba; pero ello, sin embargo, lejos En un espíritu de profunda humildad y pleno de ardor propongá-
de disminuirla, acrecienta en cambio la gravedad de su obligación de monos todos, aquí y ahora desde el fondo de nuestro corazón de lai-
trabajar con todos los hombres en la construcción de un mundo más cos cristianos, poner todo en práctica para que nuestros hijos vivan
humano" (Gaudiurn et spes, 57)
63 CARLOS ALBERTO SACHERI

70

Un pensamiento siempre vigente

Carlos Alberto Sachen Conciencia cristiana y mundo de hoy


El mundo contemporáneo ofrece por doquier el lastimoso espec-
táculo de sus desgarramientos incesantes. El romántico sueño de nues-
tros abuelos acerca del "dorado porvenir" de la humanidad futura,
tiempo en el cual las guerras serían definitivamente desterradas y en
el que la fraternidad y la paz alcanzarían las dimensiones del orbe, apa-
rece a los ojos del hombre de hoy —apenas tres generaciones más
tarde— casi como una burla cruel. Paradoja siniestra, totalmente in-
comprensible al nivel de las simples consideraciones terrenas. Por
una parte, la humanidad no ha podido contar jamás con los innume-
rables medios que la moderna tecnología nos ofrece para remediar el
problema mundial del hambre y de la miseria, el drama de la ignoran-
cia y del analfabetismo, de la enfermedad y del trabajo inhumano.
Por otra parte, el siglo XX es el que ha batido todos los récords béli-
cos con un total de 71 guerras hasta ahora, más incontables revolu-
ciones intestinas; es el siglo de los campos de concentración y de las
cámaras de gases, el siglo de la carrera desenfrenada de armamentos
nucleares, el siglo del trigo echado en el mar y del café quemado co-
mo combustible...
Los espíritus enceguecidos por la dinámica del siglo y por los slo-
gans ideológicos publicitados internacionalmente, pueden consolar-
se mediante la creencia obtusa y confortable de que un mejor ajuste
de los controles nacionales o internacionales bastará para que la téc-
nica, que es instrumento de servidumbre, se transforme en factor de
liberación personal y social. Un mejor ajuste del mecanismo y... la hu-
manidad realizará el viejo sueño romántico de los abuelos.
A la conciencia cristiana no le está permitido consolarse tan rápi-
damente y a tan bajo costo. A la luz de las realidades sobrenaturales,
la indagación metódica de la paradoja dramática antes enunciada nos
72 CARLOS ALBERTO SACHERI

introduce en un panorama totalmente distinto. No se trata ya de un de-


sajuste momentáneo de las sociedades actuales, ni de fallas en la admi-
nistración de los bienes, ni de otras causas análogas. Lo que está en
juego es muy otra cosa; es todo un concepto de la civilización, una doc-
trina del hombre y de la vida, un "sentido de las cosas" que se ha ido
elaborando en el occidente cristiano a lo largo de los últimos siglos.
Carlos Sacheri, La Iglesia Clandestina.

La educación argentina
Frente a la Revolución moderna representada por la Europa pro-
testante, el esfuerzo de la Contrarreforma no fue lo bastante vigoro-
so como para impedir la ruptura con una tradición fecunda y multi-
secular, que religaba la Europa cristiana con sus fuentes griegas. Tal
circunstancia histórica influyó considerablemente en el destino espi-
ritual de las nuevas instituciones fundadas allende el Atlántico impi-
diendo que la más pura tradición cultural de Occidente irradiara su lum-
bre rectora en las nuevas colonias. Sin embargo, y pese a lo que aca-
bamos de señalar, cuando se compara el estado actual de las institu-
ciones educativas hispanoamericanas con la obra realizada en el pe-
ríodo colonial, no cabe la menor duda de que el proceso de la inde-
pendencia política no significó en lo que a la cultura se refiere nin-
gún progreso. Por el contrario, a la labor eclesiástica realizada con el
acuerdo de las familias, sucedió el monopolio estatal que vehiculó a
través de su mecanismo las ideologías iluministas y revolucionarias
que habían desquiciado las sociedades europeas. Fenómeno por de-
más curioso, que logró sintetizar el liberalismo económico más cru-
do y el monopolio socialista de la cultura. El laicismo, que aún im-
pera en grandes sectores de nuestra patria, no hubiera podido impo-
nerse jamás sin la ayuda del aparato centralizador.
Carlos Sacheri, Verbo N°- 82.

Pecado y libertad
La servidumbre del pecado no proporciona sino una libertad apa-
rente, pues, como ya dijimos el pecado es por esencia sometimien-
to. Importa la renuncia a la dignidad suprema del ser humano: su ser
personal. En la medida en que usa arbitrariamente de las creaturas
para sus fines egoístas y no las utiliza como medio para llegar a Dios,
el hombre se convierte en esclavo de las cosas que pretendiera domi-
UN PENSAMIENTO SIEMPRE VIGENTE 73

nar y permanece sujeto a la triple concupiscencia del mundo: la luju-


ria, la avaricia y la soberbia. Esta es la libertad tan estúpidamente pro-
clamada por el liberalismo.
Carlos Sacheri, "Fray M. Esquiú, su X pensamiento social",
Verbo N°-109.

No hay orden neutral


Aún aquellas verdades y virtudes del orden natural se toman difí-
ciles de conocer y de practicar cuando falta el aliento de la gracia so-
brenatural. Si el mundo actual a alcanzado niveles muy poco comu-
nes en la degradación de los valores humanos, ello es debido a su ac-
titud de rebeldía frente a la verdad cristiana. Todo ordenamiento rea-
lizado por los hombres, o bien se ordena a Dios, o bien conspira
en su contra. Nada hay indiferente en la historia humana, pues aún
aquellas realidades que son de suyo indiferentes, éticamente hablan-
do, no pueden ser instrumentadas por el hombre sino para su pleni-
tud o su destrucción, tanto natural como sobrenatural.
Carlos Sacheri, La Iglesia Clandestina.

La entraña del mundo moderno


El pensamiento oficial de la Iglesia, a través del juicio unánime de
los Soberanos Pontífices de los últimos dos siglos —desde Pío VI has-
ta Pablo XI— ha afirmado permanentemente que la llamada "civiliza-
ción moderna" no se ha construido en conformidad al Evangelio sino
contra él. Sin negar las adquisiciones y méritos parciales en lo científi-
co y técnico, la Iglesia ha sostenido siempre, sub specie aeterniíatis, que
el mundo moderno no es cristiano sino anticristiano. La disyuntiva es
total y no admite posturas intermedias: o bien la civilización se edifica
en el respeto de los derechos de Dios y del hombre o, por el contrario,
se edifica en la negación de tales derechos. La primera es la civilización
del orden natural y cristiano, la segunda es la Revolución anticristiana.
Quien no está conmigo, está contra Mí; quien no recoge conmigo,
desparrama. Tal es el juicio de Nuestro Señor, tal vez es el único cri-
terio auténticamente cristiano. Toda tentativa de reconciliación del
mundo moderno con la Iglesia que no se funde en una verdadera
conversión del mundo a la Iglesia, está condenada de antemano y
no servirá sino para "hacer el juego" del adversario.
Carlos Sacheri, La Iglesia Clandestina.
CARLOS ALBERTO SACHERI UN PENSAMIENTO SIEMPRE VIGENTE
74 75

El neomodernismo progresista La reforma del Estado moderno


Así llegamos a lo que constituye la entraña misma del error del Toda solución política del Estado moderno requiere una reforma
neomodemismo progresista. Inspirados por el espíritu de novedad intelectual y moral previa, mediante la cual se devuelva al Estado su
(novatores), tambaleantes en su fe, imbuidos de los gravísimos erro- auténtica misión, despojándolo de toda tarea innecesaria. No se trata
res de la filosofía moderna, desprecian la verdad cristiana como ino- tampoco de "privatizarlo" todo, como la ingenuidad liberal lo recla-
perante y confían en que su "adaptación" a las doctrinas modernas le ma. El Estado debe poner el acento en su función de estímulo, pro-
conferirá una vigencia que de otro modo no lograrían darle. De ahí tección, contralor, orientación y coordinación de las iniciativas
su odio irracional por todo lo que aparezca revestido de tradición, de privadas en todos los planos, pues ésa es su misión específica. La au-
antigüedad; de ahí su desprecio por una escolástica y un Santo Tomás toridad política ha de constituirse en el árbitro supremo que conten-
de Aquino que nunca asimilaron y que muy pocos de entre ellos in- ga los egoísmos sectoriales, respetando al mismo tiempo los derechos
tentaron siquiera conocer. Huérfanos de ideas, ceden a las presiones y autonomías legítimas de cada grupo o sector.
y modas intelectuales del momento, rehaciendo a sus expensas muy Tal es el principio de salud para el Estado. No se gobierna un país,
viejos errores como si fuesen geniales descubrimientos de última ho- con instituciones hechas para administrarlo (Chambord). El vigor
ra. Su odio contra toda tradición, auténtica o inautèntica los lleva, de un cuerpo social, realmente vertebrado en el respeto de las liber-
conciente o inconcientemente, a destruir a la Iglesia, en la medida en tades y competencias básicas, es la condición indispensable para que
que ignoran u olvidan que la Iglesia es esencialmente tradición (tra- el poder público pueda realizar con éxito su tarea gubernativa. En sín-
ditio), es decir, comunicación permanente y participación de la ver- tesis, el Estado no ha de dejar hacer (liberalismo), ni hacer por sí
dad que es Cristo Redentor y de la gracia que por Él es transmitida a mismo (colectivismo), sino ayudar a hacer.
todo su Cuerpo Místico.
Carlos Sacheri, Verbo N°-121U22.
Carlos Sacheri, La Iglesia Clandestina.
Reforma del Estado y estatuto de derecho público
Grupos intermedios y estado No podemos volver a las células básicas del orden social y, espe-
La idea de acción subsidiaria rige no sólo para el Estado sino para cialmente a las asociaciones profesionales, sino en la medida en que
todos los grupos intermedios más poderosos en sus relaciones con los el propio Estado siga una nueva política, durante la cual y por largos
grupos inferiores. Pero evidentemente, es el Estado quien debe velar años, tienda a personalizar y no a socializar, no a confiscar poderes
específicamente para que la subsidiaridad tenga vigencia en todos los sino a descentralizarlos, no a expropiar o nacionalizar indiscrimina-
niveles, en su carácter de procurador del bien común nacional.' damente sino a restaurar en forma paulatina y perseverante, los cuer-
Para ello es menester que el orden jurídico público acuerde a los pos intermedios en sus legítimas autonomías, subordinados siempre
grupos sociales (municipios, empresas, etc.) una real autonomía y a las trascendentes exigencias del bien común nacional. Trátase de
poder de decisión en los asuntos que les competen. Esto resulta muy una obra de restauración. Restauración de un orden social pulveri-
urgente, dada la tendencia centralizados de muchos Estados "demo- zado por el individualismo. Restauración de competencias reales. Res-
cráticos". Se impone una efectiva descentralización de funciones y tauración de una concreta representatividad de intereses legítimos. La
poderes en beneficio del municipio, la provincia y la región. Lo cual restauración de las libertades y las responsabilidades básicas, sin las
supone una reforma del Estado y sus estructuras. Análogamente, en cuales no hay sociedad ni libertad, ni —en última instancia—, con-
el orden económico urge fortalecer la iniciativa privada (capital y tra- vivencia pacífica.
bajo) en las empresas, pero propiciando la formación de asociacio- Carlos Sacheri, Verbo N°-121H22.
nes profesionales vigorosas.
Carlos Sacheri, Verbo NH21I122.
Palabras de Monseñor Tortolo

El orden natural pese a su vigor intrínseco, a su fundamento en Dios,


a su participación en las leyes eternas, necesita sin embargo de la
defensa del hombre. Y viceversa. El orden defiende al hombre y el
hombre al orden.
Su contrario —el desorden— es una excrecencia con raíces abis-
males, nunca extirpadas a fondo.
Un gran Pensador y un gran Maestro —Carlos Sachen— intuyó
las profundas subyacencias en el pensamiento y en el corazón del
hombre actual. Subyacencias cargadas de errores y negadoras no só-
lo del orden sobrenatural, sino también del orden natural.
El pensamiento moderno se preocupa del hombre. Pero su con-
cepción del hombre es falsa. El hombre es mitificado, aparentemen-
te convertido en el fin y en el centro de la Historia, manipulado lue-
go como cosa.
Sacheri advirtió que el muro se iba agrietando velozmente, por el
doble rechazo del orden sobrenatural y del orden natural. Vio la pro-
blemática del orden natural subvertido y vigorizado por una técnica
portentosa. Y se volcó de lleno, no a llorar, sino a restaurar el orden
natural. Aquí está la razón de su sangre mártir.

Mons. Adolfo Tortolo


Arzobispo de Paraná
Carlos Alberto Sacheri
mártir de Cristo y de la Patria

Cuando el dolor es tan intenso y tan desconcertante como el que ha


producido en sus amigos la muerte de Carlos Alberto Sacheri, es di-
fícil su expresión. O bien el silencio simple o bien la retórica aun-
que sincera, engolada y hueca.
También los sentimientos se entremezclan. ¿Venganza? ¿Justicia?
¿Perdón? ¿Cómo reaccionar ante tu muerte? ¿Cómo reaccionar an-
te tu ausencia?
Sobre todo ¿cómo evitar el tono intimista para nombrar tu muer-
te, un tono que no sea la continuación de nuestros diálogos, ahora
truncos para siempre?
Para siempre. La muerte ha creado un mar inmenso entre vos y
tus amigos que quedamos en la tierra y en la vida. Pero nos quedan
muchas cosas tuyas.
Nos queda tu serenidad. Esa serenidad que se asentaba tan sóli-
damente en la Esperanza. Y nos queda también tu confianza, refle-
jo de la Fe en que viviste y por la que moriste. Y nos queda esa for-
ma tan alegre y tan generosa de darte, que se llama Caridad.
Estas líneas están escritas para recordar a un amigo asesinado y
muerto como mártir y están dedicadas a los que lo conocieron, no a
los que lo ignoraron. Que aquéllos digan si exagero.
¿Cómo definir a Sacheri? A mí se me ocurre que por su modo de
actuar y de pensar y de inspirar, en fin, por su estilo. Carlos era un
griego reelaborado en un molde cristiano. Esa ponderación tan su-
ya, esa prudencia bebida en los clásicos, ese equilibrio tan realista,
provenían de una síntesis —que en él se daba auténtica y dinámica-
mente— entre lo griego y lo cristiano, como en la Iglesia Primitiva.
Su tan profundo conocimiento de los Padres me lo confirman.
Y a ello sumo el conocimiento de Santo Tomás. ¡Qué empresa la
de él. la de Carlos Alberto Sacheri, reconstruir a la Argentina, su pa-
80 VÍCTOR EDUARDO ORDÓÑEZ CARLOS ALBERTO SACHERI, MÁRTIR DE CRISTO Y DE LA PATRIA 81

tria bien amada, desde una perspectiva aristotélica y tomista! de siempre. Conoció, definió y lo denunció —como nadie en la Ar-
Cabildo debe recoger, claro está, su pensamiento político que, gentina y como pocos fuera de ella— ese modo delirante del pro-
aunque no haya sido original, fue sólido, prudente y, sobre todo, rea- gresismo social que se llama Tercermundismo. Fiscal lleno de ener-
lizable. Su inteligencia no le permitía engañarse. Conocía muy bien gía y apóstol desbordante de caridad, en toda su acción pública y en
los límites de su Patria y, sobre todo, los límites de esta generación toda su vida privada se rigió por esa virtud tan suya y tan cristiana
que nos gobierna. No soñaba con una Argentina de fanfarrias, de im- del equilibrio, que es como una forma del amor y de la generosidad.
perios a construir, con una Argentina suficientemente lúcida como Fue intransigente, sin llegar a la dureza; fue audaz, sin faltar a la
para proponerse tareas universales, inalcanzables ahora. Pensaba, prudencia.
más sencillamente, como una Argentina que encarara una primera Fue maestro y apóstol, y murió mártir. Es difícil imaginar un des-
Cruzada, la de reconquistarse a sí misma para el orden natural de la tino más pleno —en una perspectiva cristiana— una vida más rica,
Gracia. una muerte, por así decirlo, más lograda. Porque en el caso de Sa-
Este fue, en realidad, un programa político, no expuesto tal vez cheri, la muerte —aún cuando haya destrozado tanto trabajo en agraz
en forma expresa, pero supuesto en la intención de toda su abundan- y aventado tantas esperanzas— es como la culminación de toda su
te y varia labor. En realidad, tal como Carlos lo propiciaba, era un vida, como su continuación y no su interrupción. Él, como quería el
verdadero programa de vida, que comprometía a todos los que lo poeta, tuvo su propia muerte.
aceptaban. Era un programa fuerte para católicos que amaran su re- Amó a Cristo y a la Patria en Cristo. No atinó nunca a desvincu-
ligión, un programa cotidiano y para la historia. Un plan de vida a lar a ésta de Aquél. Una Argentina descristianizada le era inimagi-
cuyo final no se prometía el triunfo en el sentido mundano. Todo en nable. Fue un solo amor: una Argentina para Cristo y Cristo volvien-
ese programa decía de tensión sobrenatural, de hambre de las cosas do la sombra de su Cruz sobre la Argentina.
celestes. Su partida nos duele y cómo. No se nos diga que es el dolor de
Sacheri fue un político argentino que propuso, a sus compatrio- la carne. La mística cristiana tiene numerosos textos para iluminar
tas el bien sobrenatural como meta a seguir, como basamento y fin un consuelo sobre este dolor. Elegimos, sencillo, sobrio y aún subli-
de un orden social justo. me, de Louis Vevillot, con quien Carlos Sacheri presenta varios pun-
Sacheri no fue, en modo alguno, un iluso ni, menos aún, un uto- tos en común: "Dios me envió una prueba terrible, más lo hizo mi-
pista. Perteneció a una raza hoy aparentemente desaparecida en el sericordiosamente... La fe me enseña que mis hijos viven y yo lo
país, la de los políticos, tomada esta expresión en su significado clá- creo. Hasta me atrevo a decir que yo lo sé..."
sico. Sabía articular los medios —los escasos medios de que pue- Carlos Alberto Sacheri vive en el reino de Dios, por quien tanto
de disponer un católico nacionalista argentino— apuntando hacia luchó en la tierra. Fue asesinado, por las manos bestiales de los hi-
su fin propio, el bien común y en un orden trascendente, el bien so- jos de las tinieblas, casi en vísperas de Navidad. El nacimiento de
brenatural. Nuestro Señor se encuentra colocado, escatológicamente en la mis-
Por el momento había comprendido con claridad su misión: for- ma línea que su Cruz. Esta situación es irreversible y resulta anti-
mar las inteligencias de los jóvenes. A esta labor didáctica se encon- cristiano intentar su alteración. La Cruz es la muerte pero también
traba dedicado; en cierto modo fue el continuador del magisterio del es la vida. Porque la culminación de esa línea que arranca en la Na-
Padre Meinvielle, rescatar a la generación que lo seguía a él. Resca- vidad es la Resurrección.
tarla del error, por supuesto, pero sobre todo de la confusión, que Carlos, cuando murió, venía de comulgar. Hasta esta enorme cir-
hoy es el nombre del error dentro de la Iglesia. cunstancia fue prevista por Dios en su misericordia; él, que había si-
Carlos Sacheri fue todo eso, profesor, filósofo, político, periodis- do soldado en vida, murió siendo su custodia.
ta, pero ante todo, fue un luchador por la restauración de la Iglesia Carlos simplemente se nos adelantó en el camino. Ese camino
82 VÍCTOR EDUARDO ORDÓÑEZ

en cuyo recodo final nos gusta imaginar esta escena casi infantil:
Jesús, con tanta suavidad, apenas mustiando. "No lloréis. Sólo
duerme".

Víctor Eduardo Ordóñez


Sacheri y nosotros

A cinco años de la muerte de Sacheri se impone que realicemos un


análisis retrospectivo sobre el significado de su testimonio y su vi-
gencia actual para nosotros. Somos, en efecto, continuadores de una
empresa común de preservación y difusión de la Verdad, empresa a
la que Sacheri ofreció su vida. Si bien su testimonio tiene un valor
absoluto, independientemente del provecho que de él saque la his-
toria, somos sin embargo nosotros, los que quedamos, los responsa-
bles de que el mismo fructifique.
La eficacia práctica de una muerte testimonial depende de la fi-
delidad que se mantenga a la verdad significada por el martirio. Por-
que la Verdad trasciende a sus portavoces húmanos, a sus testigos
pasados, presentes o futuros. Sócrates fue venerado por muchos des-
pués de su muerte, pero no fueron los fieles aquéllos que preserva-
ron aspectos circunstanciales de su personalidad o su pensamiento,
sino quienes supieron interpretar el núcleo vivo de sus enseñanzas,
allí donde brillaba una verdad que trascendía, aún, a las propias im-
perfecciones de su expositor humano. No ha de movernos, pues, en
esta recordación, el panegírico de una persona ni el recuerdo nostál-
gico de un amigo. Cuando una muerte se da con las características
de la de Sacheri, la fidelidad a su recuerdo trasciende al hombre: le
es fiel quien es fiel a aquéllo por lo que murió.
A cinco años de muerte corresponde, pues, que volvamos a plan-
teamos la pregunta de "porqué" murió Sacheri. El "porqué" de su
muerte significa acá dos cosas: los ideales por los que murió, y las
razones que tuvieron sus asesinos para matarlo. Ambos aspectos es-
tán, en el fondo, íntimamente ligados; porque no fue sino porque Sa-
cheri representó ciertos ideales de cierta manera, por lo que sus ase-
sinos juzgaron prudente eliminarlo.
El testimonio de Sacheri fue de características especiales, signi-
84 FEDERICO MIHURA SEEBER SACHERI Y NOSOTROS 85

ficativamente adaptadas a la época de confusión que vivimos. Efec- a menudo condenatoria, porque supone "valorar" la realidad histó-
tivamente, no fue un testimonio buscado, ni propalado ostensible- rica conforme a la regla del "apetito recto", y esta realidad históri-
mente; no fue —como estamos acostumbrados a representárnoslo— ca humana, por ser realidad moral, suele estar desviada de sus ver-
un martirio precedido por la pública manifestación de la fe. Fue un daderos fines. Así pues, hay que ser "oportuno", hay que estar in-
martirio "oculto", apto para servir de enseñanza , solamente, a quie- cluso, "comprometido", pero en un sentido que es, precisamente, el
nes quieren ver. Escribí en "Universitas", en oportunidad de su contrario de lo que es, precisamente, el contrario de lo que se suele
muerte, que "aún cuando su intención de martirio no hubiera sido entender bajo tales expresiones. La Verdad ha de estar presente, pe-
explícita, toda su vida hacía plausible el martirio como lógica con- ro sirviendo de testimonio que condene las desviaciones dominan-
secuencia... porque las ideas que sustentó, cuando a su justicia in- tes del Error.
manente se suma la eficacia de una acción propagadora son, para los De lo anterior fue modelo la muerte testimonial de Sacheri, de-
poderes del mundo, reas de muerte". Ahora podría añadir que la no- senlace natural de su vida práctica e intelectual. Quien expone del
table eficacia de la acción docente de Sacheri se debió a su pruden- modo dicho la Verdad, no tiene posibilidad, hoy, de una vida cómo-
cia, a su capacidad de encarnar rectamente la doctrina en los hechos. da. ELenemi-goJlhuele" la peculiar peligrosidad de una docencia
Eso fue lo que colocó a Sacheri en la "mira" de los poderes del mun- doctrinaria que "muerde" en la realidad y que amenaza su imperio
do moderno y lo que lo llevó a la muerte. Eso es, también, lo que sobre las almas y las mentes. Quien sabe encarnar rectamente los
nos exige una especial sutileza a fin de mantener vivo y fructífero principios "ha dado en el clavo" y se expone a la represalia. No se
su testimonio: porque si la eficacia de la Verdad pide una recta adap- equivocó, pues, el enemigo. En Sacheri no quiso "matar una idea"
tación a la circunstancia histórica, que es variable y contingente, es (que desde luego "no se matan") sino a alguien que podía hacer vi-
necesario que sepamos revivir la actitud de Sacheri en la situación vir las ideas, a alguien que amenazaba con realizar la Verdad por
actual, que no es la misma que hace cinco años. El "secreto" de Sa- su singular aptitud para adaptar las ideas a la realidad práctica con-
cheri, secreto de su eficacia y secreto de su inmolación consistió en tingente.
ese inefable acuerdo entre la lealtad ideológica y la perspicacia pa- Se correría el peligro de confundir el significado del testimonio
ra lo circunstancial que es el secreto del "hombre prudente", del "bo- de Sacheri, si se interpretara a su muerte como provocada por una
nus vir" que es norma, él mismo, de conducta para los demás. actitud combativa frente a aspectos accidentales de la subversión
Debemos, en efecto, hoy como entonces, ser capaces de adaptar moderna. Estos aspectos accidentales son los que han variado des-
los principios a lo circunstancial. Esta adaptación, la verdadera adap- de entonces, tanto en el marco de la política nacional e internacio-
tación, no tiene nada que ver con el acomodo oportunista, ya que se nal como en la situación de la Iglesia. Desde una óptica bastante su-
conjuga con una férrea e inalterable lealtad a los principios. La au- perficial, podría aún afirmarse que la situación ha "mejorado". En
téntica adaptación es, en suma, garantía de la vigencia histórica de vida de Sacheri la realidad política nacional era caótica y cruenta;
los principios permanentes, de su vida; el "acomodo" sólo es garan- la subversión armada capeaba todavía en el escenario político, en la
tía de la vida de quien lo adopta. Pero la lealtad verdadera no es, Iglesia el "tercermundismo" imponía su nota desaforada y escanda-
tampoco, el cómodo refugio del intelectual "ortodoxo" que se cui- losa. Hoy, ambas manifestaciones subversivas parecen acalladas, al
da de mantener las ideas en las nubes de la abstracción, evitando menos temporariamente. ¿Debemos pensar que el sacrificio de Sa-
contaminarlas en el compromiso histórico. No se es así leal a unas cheri ha rendido su fruto?, ¿debemos suponer que para esto murió
ideas que —a diferencia de las ideas matemáticas— exigen ser rea- Sacheri?
lizadas, y si realizadas, adaptadas a los diversos momentos del de- Tengamos presente que la Verdad por la que murió Sacheri testi-
venir histórico. Adaptar la doctrina a la realidad no significa acomo- monia contra la subversión bajo cualquiera de las dos versiones que
darla al viento dominante sino hacerla cumplir una función crítica, nos ofrece la historia contemporánea, la "marxista" y la "liberal",
86 FEDERICO MIHURA SEEBER

por ser ambas dos extremos igualmente viciosos e igualmente ale-


jados del justo medio de la verdad práctica. Le tocó a Sacheri opo-
nerse, con todas las fuerzas de su clara dialéctica, a los errores de la
subversión comunista. Pero todo esto me lleva a pensar que se hu-
biera opuesto con igual rigor a los errores de la subversión liberal.
Aunque sobran, en realidad, testimonios escritos de su pensamiento
para avalarlo no sería necesario recurrir a ellos para convencernos
de que la verdad que lo llevó al martirio repudia esta nueva forma
de anticomunismo espurio que se gesta en Occidente bajo los aus-
picios del economismo liberal. Porque lo que denunciaba Sacheri
como esencialmente nefasto en el marxismo no eran aspectos secun-
darios de su despotismo, sino su poder corruptor del Orden Natural.
Ahora bien, el recto Orden Natural resulta idénticamente pervertido
en el contexto del liberalismo.
Quisiera que se prestara atención, en tal sentido, a lo siguiente:
el liberalismo occidental es malo, no sólo porque constituya una ine-
ficaz defensa frente al marxismo, sino que lo es en sí mismo, y a
igual título que el marxismo. Somos llevados a olvidar el hecho por
una inconsciente asimilación de nuestras pautas valorativas a las exi-
gencias de la polémica diaria. Porque nuestros interlocutores son ha-
bitualmente liberales a quienes debemos prevenir del peligro de un
"suicidio" del sistema liberal frente al marxismo. Y además —"last
but not least"— porque bajo el liberalismo tenemos la vida cómo-
da... por ahora.
Sin embargo, el liberalismo es tan perverso y subversivo como el
marxismo; y además, hoy por hoy, es la forma de perversión que so-
portamos. No era así en vida de Sacheri, cuando se cernía amena-
zante el peligro de un gobierno "guerrillero". Con toda razón, pues,
como "hombre prudente" inspirado en una prudencia riesgosa, la
docencia de Sacheri intentó enderezar la desviación dominante pre-
sionado en sentido opuesto: recordando los aspectos de la sana doc-
trina principalmente afectados por la subversión "de izquierda". Pe-
ro hoy la misma prudencia nos exige salir en defensa de los otros
aspectos amenazados de la sana doctrina: de los afectados por la sub-
versión liberal. Y tanto más, cuanto que la presencia del liberalismo
junto al poder actúa de imán para otros oportunistas que albergan
nuestras filas. Cada alternativa política produce entre nosotros una
erosión de hombres; lo cual, siendo de suyo lamentable, tiene una
SACHERI Y NOSOTROS 87

consecuencia más grave, que es el peligro de una erosión de la doc-


trina, ya que el oportunista encaramado en "la cresta de la ola" pon-
drá todo el poder de su dialéctica en "acercar" la recta doctrina a la
ideología dominante. Para contrarrestar este efecto deberíamos to-
mar como criterio, el criterio opuesto al del oportunista. Hay, en
efecto, una "prudencia doctrinaria" —y a ella nos referimos al atri-
buírsela a Sacheri—, porque aunque la Verdad no varía, la oportu-
nidad de propalar uno u otro aspecto de la misma está dictada por
las circunstancias variables del devenir político e ideológico. No de-
cimos en efecto, toda la verdad, siempre. La diferencia entre el
"prudente" y el "oportunista" está aquí, en la intención profunda de
uno y otro. Donde lo que uno intenta es salvar la doctrina, el otro
intenta sólo salvarse a sí mismo.
En nuestro mundo occidental, mundo al que pertenecemos y que
determina cada vez más nuestra política nacional, se está asistiendo
al alzamiento de un Poder cuyas características "escatológicas" de-
berían, al menos, ponemos en guardia. Los lectores de esta revista,
saben a qué Poder me refiero, con la impresión bastante estremece-
dora de la inminencia de un control de la política universal por los
centros de poder financieros, control que se viene agudizando en el
ámbito de nuestra patria. Este Poder que se cierne amenazante so-
bre la nación y sobre nuestras familias ha aprendido a adaptarse a
las circunstancias distintas de las naciones que intenta controlar. Es
un Poder universal y "pluralista"; ofrece, así, una versión "de iz-
quierda" y una "versión de derecha" para las diversas situaciones.
Analicemos con sutileza la realidad, y veremos que no hay tanta di-
ferencia entre el "eurocomunismo" que se le ofrece a una Europa
económicamente satisfecha y moralmente corrompida, y el trasno-
chado liberalismo que se nos quiere imponer a nosotros, tras men-
tirosos pretextos de saneamiento económico. Detrás de ambos siste-
mas están los mismos agentes que hacen de la corrupción consumi-
dora del pueblo la condición de sus ganancias ilimitadas. Y, si nos
fatiga encontrar las conexiones teóricas, miremos simplemente a las
afinidades personales. Es el mismo personaje que presidió la entre-
ga de Viet Nam y los acuerdos de Helsinki, quien se constituye en
"defensor" de la política económica argentina ante los cancerberos
de los "derechos humanos". ¿Vamos a reposar confiadamente sobre
el apoyo de semejantes padrinos?, ¿nos protegen del marxismo?; y
88 FEDERICO MIHURA SEEBER

si realmente nos protegieran de este último, —porque no fuera al


marxismo a los que nos tienen ofrecidos— ¿qué reservan para no-
sotros?
En vida de Sacheri podía pensarse aún que el mal del liberalismo
consistía, fundamentalmente en dejarnos inermes frente al comunis-
mo. Podía pensarse que el liberalismo era un sistema en quiebra que
caería a corto plazo bajo el embate de un sistema aparentemente
opuesto. Si bien esto parece aún hoy verdadero atendiendo a las es-
tructuras convencionales de Poder, creo que es necesario aguzar la
mirada porque la corriente del Poder ya no transita hoy por los ca-
rriles habituales. Desde un punto de vista más sutil, el liberalismo
no está en quiebra, ni muerto, ni es tan seguro que muera a corto
plazo. Al contrario, el liberalismo está muy cerca de conseguir la so-
lución a algo que siempre ha aparecido como su contradicción fun-
damental: la posibilidad de gobernar una sociedad "liberal". Esta
es la "cuadratura del círculo" para la política liberal, porque parece
evidente a cualquiera que el ejercicio del poder está en proporción
inversa al auge de las "libertades individuales". Que a "mayor liber-
tad individual, menor poder político", y viceversa. Si fuéramos aten-
tos lectores de la Escritura nos daríamos cuenta, sin embargo, que
esta ecuación no es en modo alguno verdadera dada la condición caí-
da de la naturaleza humana. Allí está dicho que "quien se libera de
la ley y la justicia se hace esclavo del pecado". Hay, efectivamente,
un modo de dominar a los hombres que no consiste en someterlos a
la coacción legal, sino en liberar su animalidad. Esta estrategia po-
dría ser expresada bajo la siguiente norma: "condesciende con el ca-
pricho del hombre y lo tendrás a tu servicio". Abramos los ojos: es-
ta es, precisamente, la táctica privilegiada del Maligno, la que usó
con nuestros primeros padres, la que con sutileza psicológica pone
Dostoiesvsky en boca del Gran Inquisidor; la misma que rige hoy
en toda la sociedad permisiva occidental. Esta es la táctica, y su efec-
to, que ha visto plasmado Soljenytsin al descubrir hasta qué punto
el "mundo libre" no difería, en punto a verdadera libertad espiritual,
respecto del mundo policíaco de la Unión Soviética.
Ahora bien, esta es la táctica que, en forma cada vez más mani-
fiesta, revela el pensamiento de los dirigentes del mundo occidental.
La disolución moral provocada por el liberalismo "consumista" ha
conducido a la derrota del "mundo libre", a la reiterada derrota de
SACHERIY NOSOTROS 89

su nación líder. Esto es reconocido hoy, sin ambages, por los más
conspicuos representantes de la diplomacia americana. Pero a tal re-
conocimiento se añade la máxima siguiente: "hay que habituar a
EE.UU. a la derrota". ¿Qué significa esto? Convengamos, al menos,
que como política del liderazgo mundial, la mencionada consigna
resulta bastante original. Y, sin embargo, ciertamente es en tal carác-
ter que aparece propuesta. Quien la hace no se define como un "ais-
lacionista" sino que al contrario pretende que EE.UU. debe volver a
encontrar su papel directivo (Z. Brzezinsky. "Politicai Power"). La
fórmula mencionada es sin duda novedosa pero, en el fondo, no ha-
ce sino revelar cuál es la esencia del poder político liberal. Digá-
moslo de una vez: su esencia es la corrupción moral. "Habituar a
EE.UU. a la derrota" significa impedir que aflore toda reacción sa-
na y viril de defensa del cuerpo social norteamericano, y significa,
al mismo tiempo, disuadir a los factores agresivos de poder militar
en la Unión Soviética. En el fondo, la táctica expresada del desar-
me americano liberal se completa con otra que le es solidaria, y sin
la cual la primera sería el suicidio que parece ser: debe exportarse,
al mismo tiempo, el espíritu liberal "consumista" a los países del Es-
te. Esta es —no nos engañemos— el arma secreta de Occidente, y
no la bomba atómica ni las fuerzas de la NATO que, desde ya, se
encuentran en franca regresión. El equilibrio de fuerzas se lograría,
solamente, con la asimilación de los países comunistas al espíritu
consumista y enervante de Occidente. Mientras tanto eso no ocurra
se arriesga, efectivamente, que la fuerza militar rusa penetre en Oc-
cidente como el hierro en la manteca. Es un riesgo, sin duda, y no
seré yo quien afirme profèticamente que no haya de verificarse. Pe-
ro solamente quiero alertar sobre la posibilidad de otro desenlace de
la partida: del triunfo de las "democracias".
Temo que, por oposición a la perversidad manifiesta del sistema
comunista, y a su no menos manifiesto despotismo, vengamos a su-
marnos a la defensa de un sistema tan perverso como aquél y del
que no estamos seguros que no sea, en definitiva, el beneficiado por
"sentido de la historia" apóstata. ¿Qué forma revestirá la última
apostasia? ¿Será la tiranía estatal y policíaca del Gulag y de los hos-
pitales psiquiátricos, o la más sutil de la propaganda estupidizante
y del sillón del psicoanalista? Responder a la pregunta supone una
ciencia profetai que no poseo, pero los hechos presentes son sufi-
79 FEDERICO MIHURA SEEBER

cientes para revelarnos la intrínseca perversidad de ambas versio-


nes y para disuadirnos de ir a entregarnos en brazos de la aposta-
sia "blanda" por pavor frente a la "dura". Y sobre todo, para reac-
cionar frente a un sistema nefasto que es el que más directamente
sufrimos.
Y otra reflexión cabe todavía respecto a la situación de la Iglesia
y a nuestra actitud como cristianos. Hemos vivido el embate de la
herejía "tercermundista", bajo el patronato de la cual —estoy ínti-
mamente convencido de ello—- fue asesinado Sacheri. No olvidemos
que el progresismo cristiano tiene otra cara: una cara democràtico-
liberal que es la que ha cundido en los países desarrollados. Difícil
es determinar cuál de ambas versiones ha causado más estrago en la
conciencia creyente y en las estructuras de la Iglesia. Pero de todas
formas es evidente que ambas versiones son idénticamente diabóli-
cas, y que una u otra intentará ser aplicada según cuál sea el resul-
tado de la contienda política. Estemos prevenidos frente a ello, y si
por algún momento hemos temido el compromiso político de la Igle-
sia con el comunismo, no temamos menos la posibilidad de ver a la
Iglesia atada al carro de un liberalismo triunfante. Creo que para am-
bas situaciones es aplicable la figura profética de "la abominable de-
solación en el lugar santo". Y estemos alertados doblemente, porque
la versión "liberal" de la apostasia, precisamente por serlo, cuenta
con un aliado potencial en el mismo interior de nuestra ciudadela
anímica: la tendencia hedonista presente en nosotros; al paso que la
apostasia "roja", presentándose en toda su desnuda crueldad puede,
al contrario, provocar el espíritu de autodefensa.
"No temáis —ha dicho Nuestro Señor— a quienes sólo pueden
matar el cuerpo pero no pueden dañar al alma: temed más bien
a aquél que puede arrojar cuerpo y alma al infierno". Temamos
pues, y no nos consideremos dispensados de un testimonio que, aun-
que puede siempre adoptar la forma cruenta del de Sacheri, puede
también presentársenos de alguno de los múltiples modos con que
la Mentira moderna exige nuestra respuesta.

Federico Mihura Seeber


Carlos Alberto Sacheri
1974-1984

Han transcurrido diez años desde su asesinato. Y muchos se pregun-


tan todavía: ¿por qué?
¿Por qué te mataron a vos hombre afable y cordial, ejemplar pa-
dre de familia, distinguido profesor universitario, filósofo que supis-
te encamar tus ideas con fidelidad en la existencia concreta y dar
respuesta a los problemas laves de la vida contemporánea?
Sin caer en la necrofilia, cara a tantos argentinos, te lo diré. Te ma-
taron, porque de esa generación católica a la que ambos pertenecía-
mos, que intentó realizar aquí y ahora el programa resumido en la
frase de San Pío X: "Omnia instaurare in Christo", eras el mejor.
Y eras el mejor, porque no sólo recibiste los cinco talentos de que
habla la parábola evangélica, sino porque los supiste hacer fructifi-
car. La semilla arrojada por el Divino Sembrador, cayó en tierra fér-
til de tu espíritu y rindió el ciento por uno.
Tuviste la oportunidad de concluir tus estudios en el extranjero,
en una prestigiosa universidad canadiense. Se te abrieron de par en
par las puertas del éxito académico y enfrentaste las dos tentaciones
a las que sucumbieron tantos argentinos: la primera, la de una vida
internacionalista y desarraigada que, en muchos casos, contribuyó a
una metamorfosis mental de ciertos estudiosos que acabaron regan-
do de todo lo que eran; la segunda, el refugio, ante un ambiente ad-
verso, en una torre de marfil de la más pura ortodoxia filosófica, es-
téril sin embargo como respuesta al deber apostólico de los laicos
de instaurar los principios cristianos en el orden temporal.
Tu virtud de fidelidad salió robustecida ante los embates de am-
bas tentaciones. Y volviste a la Argentina para dedicarte a la obra de
la "Ciudad Católica"; obra que supiste comprender con ojos nues-
tros, uniendo sus aspectos universales, válidos para todo tiempo y
para todo lugar, con las circunstancias particulares de esa Patria que-
92 BERNARDINO MONTEJANO (H)

rida por vos en forma tan entrañable.


Es que a tu prudencia, tan desarrollada, no podía escapar ningu-
na circunstancia. Por eso tu prédica nunca sonó como extranjera. In-
cluso asumiste lo mejor de nuestro nacionalismo, ese nacionalismo
esencial liberado de contaminaciones totalitarias; de extrañas ideo-
logías; de operetas y disfraces.
Tu profundo sentido de amor al próximo te llevó a buscar medios
capaces de remover iniquidades concretas, sin demagogias, pero con
un claro sentido de la justicia. Tal vez fue la causa de que mentes
pequeñas y retorcidas, sin discernimiento ni matices, te acusaran de
¡socialista! Siempre recordaré nuestra última conversación, en la
cual me confiaste que preparabas un trabajo para refutar tacha tan
absurda.
Los balazos no llegaron a ninguno de esos "impolutos" que te
acusaron. Porque ellos no molestan. Son los enemigos ideales para
este Régimen que nos agobia. Te llegaron a vos, por ser el enemigo
más peligroso. Por encarnar con solidez y prudencia los más caros
valores de la tradición. Por difundirlos con sensatez y mesura. Por
tu poder de convencimiento y de convocatoria.
Por eso, esos pérfidos asesinos, esos sagaces hijos de las tinieblas
no se equivocaron, porque sabían a quien mataban.
Lo que no sabían era que para vos brillaba desde ese momento la
Luz perpetua y que tu sangre derramada no caerá en el olvido; ser-
virá para vivificar a esta Argentina nuestra que, en sus estratos pro-
fundos, empieza a realizarse; como decía el poeta, mediante el tra-
zado de las líneas de su cruz: la horizontal de los héroes y la verti-
cal de los santos.
Bernardino Montejano (h)
Carlos Alberto Sacheri, testigo.

a) El testigo del Testigo.


En las primera páginas de La Iglesia clandestina , y haciéndose
eco de unas palabras de Dom Guéranger, Sacheri, sin advertirlo, se
definía a sí mismo: "Hay una gracia inherente a la confesión plena
y entera de la Verdad. Esta confesión —nos dice el Apóstol— es la
salvación de quienes la hacen y la experiencia demuestra que ella es
asimismo la salvación de quienes la escuchan'" .
Este testimonio de la Verdad entera y plena sólo puede realizar-
se por modo de participación con Cristo, el Testigo, que ha dicho
por boca de San Juan: "aunque Yo doy testimonio de Mí mismo, mi
testimonio es verdadero" (Jn. 8, 14). Y el testimonio del verbo en-
carnado—que le conducirá a su Pasión y Muerte— no puede ser otro
que el de su soberanía absoluta: "Yo soy rey. Yo para esto nací y pa-
ra esto vine al mundo, a fin de dar testimonio a la verdad!' (Jn. 18,
37). Cuando el tiempo llegó a su plenitud (Gal. 4, 4), el Verbo se
encarnó en María. La verdad viva (Palabra eterna) se hizo también
temporal y aunque en el tiempo la Verdad da testimonio de Sí mis-
ma, también los hombres renacidos en y por Cristo, es decir, los otros
Cristos que son los cristianos, están llamados a dar testimonio del
Testigo salvador. Pero nadie testifica a Cristo sino por su gracia por-
que todo testigo humano es testigo por la participación en el poder
testimonial del Verbo. Este es el rasgo que distingue eminentemen-
te a Carlos Alberto Sacheri: Ser testigo del Testigo. Por eso murió:
por haber dado testimonio de Cristo. Por haber declarado y afirma-

' Meditación expuesta en Buenos Aires, con ocasión del XV aniversario de la


muerte del Dr. Carlos Alberto Sacheri, cuya cristiana vida y apostolado católi-
co fueron premiados por Dios con la gracia del martirio, el 22 de diciembre de
1974.
94 ALBERTO CATURELLI

do, sostenido y defendido, la unidad de la Iglesia; es decir, la uni-


dad de Cristo Cabeza y de todos sus miembros (el Cristo-total). Sus
libros, principalmente La Iglesia clandestina y eminentemente, su
propia vida, fue permanente testimonio en favor de la unidad sobre-
natural; por eso Sacheri repetía que "la quiebra de la unidad, no es
sino una crisis de fe". Por eso, a imitación del Testigo, dio testimo-
nio de la Verdad contra los errores, contra la iniquidad que, desde
dentro, devasta la Viña y contra el mundo del maligno que se mez-
cla con el trigo (Jn. 8, 13 ss.).
Si atestiguar consiste en declarar, en dar testimonio, de la ver-
dad de un hecho o de la identidad de una persona en el orden na-
tural; atestiguar, en el orden sobrenatural, consiste en testimoniar
(en cuanto testigo) la realidad de un hecho o de unos hechos (de los
actos, de la docencia y la Pasión de Cristo) y de la identidad de una
Persona: Cristo mismo que es Dios y hombre verdadero. Como di-
ce San Juan al concluir su Evangelio: "éste es el discípulo que da
testimonio de estas cosas, y que las ha escrito, y sabemos que su
testimonio es verdadero" (Jn. 21, 25). San Juan, como todo el que
da testimonio después de la Ascensión de Cristo, testimonia el acon-
tecimiento fundamental, es decir, que "todo está cumplido" (Jn. 19,
30) desde que el Señor expiró "dando una gran voz" (Mt. 27, 50;
Me. 15, 37); por eso, el testimonio y el martirio del cristiano es es-
catológico porque mira hacia el fin del tiempo puesto que, lo que
queda de la historia, cumplida ya la Redención del hombre, es tiem-
po del fin. En cambio, el testimonio producido antes de la Encar-
nación del Verbo, es preparación, anuncio y expectación del Testi-
go-Salvador. Pero siempre el Testigo absoluto es el Señor, Yahvé,
quien promulga el decálogo, es decir los mandamientos o testimo-
nios (Ex. 20, 1-17) y dispone la construcción del tabernáculo pre-
cisamente llamado Arca del testimonio porque "dentro del Arca
pondrás el Testimonio que Yo te voy a dar" (Ex. 25, 16): Las dos
tablas de la Ley. El Arca es, pues, custodia de la Antigua Alianza y
figura de la Iglesia que es el Arca de la Ley de Cristo o de la Nue-
va Alianza. Y así como Moisés hablaba con Yahvé delante del Ar-
ca, hoy cada cristiano habla con Cristo-Sacramento ante el Sagra-
rio y con el mismo Dios-Amor en el "centro" de su corazón o en
el "hondón del alma" como dice Santa Teresa que es el Sagrario del
Huésped divino. El Testigo está allí, vivo y viviente y por eso, el
CARLOS ALBERTO SACHERI, TESTIGO 95

acto primero y más propia del cristiano es dar, ante los hombres,
testimonio del Testigo. Como aconteció con los profetas en el An-
tiguo Testamento, es peligroso dar testimonio porque, siempre, el
misterio de iniquidad está amenazante, como enseña San Pedro. El
testigo de Cristo, el que, como Sacheri, lo confiesa y proclama en
cada página, en cada acto y en cada clase, atrae sobre sí el Perse-
guidor de quien los perseguidores son una suerte de tenebrosa par-
ticipación, acreedores del misterioso "salario de la iniquidad" (II
Pedr. 2, 13). El último profeta de la Antigua Alianza, San Juan Bau-
tista, fue martirizado por haber denunciado al malvado Herodes y
por haber señalado testimonialmente al Cordero.

b) La caritativa intolerancia y dureza del testigo.


Cuando Sacheri daba testimonio de Cristo escribiendo, enseñan-
do, denunciando el "humo de Satanás" que se ha introducido en el
seno de la Iglesia y es motor del "proceso de auto-demolición", pro-
clamando su filial adhesión al Magisterio de la Iglesia y al Vicario
de Cristo, se comportaba como participación vital del "testigo fiel y
veraz" (Ap. 3, 14) que es el mismo Cristo. A veces, esta participa-
ción, atrae de tal modo la gracia de Cristo y su amor de predilec-
ción, que le concede al cristiano (a "su" testigo) participar de su mar-
tirio y de su Muerte, acto supremo del testigo del "testigo fiel". Por
eso, dar testimonio de Cristo y de su Iglesia es, al mismo tiempo,
fuente de dolor y de gozo; por un lado, hace sufrir (I Pedr. 3, 17) y
por otro hace gozar con sobrenatural alegría pues, como enseña el
mismo San Pedro, "os llenáis de gozo, bien que ahora, por un poco
de tiempo, seáis, si es menester, apenados por varias pruebas" (I
Pedr. 1, 6). San Pablo hallaba su alegría precisamente cuando sufría
por la Iglesia (Col. 1, 24). Imagino la alegría de Sacheri cuando pre-
paraba y ofrecía un testimonio y el atroz dolor y sufrimiento, mez-
clado con el gozo, cuando era señalado y perseguido... A su vez, el
testimonio del cristiano, sobre todo del laico empeñado en la restau-
ración del reinado social de Jesucristo, es siempre sorprendente pa-
ra el mundo, incomprensible, verdadera "locura" ya que es misera-
ble "escándalo" para los fariseos de entrecasa. Este tipo de cristia-
no será siempre motejado de "intolerante", de "duro" y "reacciona-
rio". Término ambiguos que, desde la luz de la fe, encuentran su ver-
dadero sentido: en efecto, el testigo de Cristo no es tolerante porque
96 ALBERTO CATURELLI

el testimonio mismo excluye el acto de disimular (tolerare) aquellas


cosas o doctrinas que no son lícitas porque el testimoniar rechaza
siempre el simple soportar o el convivir con el error y el pecado. De
ahí que el testigo sea intolerante. Y lo es en virtud del amor sobre-
natural porque la caridad —que es tolerante con las personas, que
"todo lo sobrelleva, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (I
Cor. 13, 7)— no tolera, no disimula, no soporta el pecado, la here-
jía, el desamor a Cristo y la auto-demolición del Cristo-total que es
la Iglesia. El testigo es "duro" en virtud de la caridad ardiente por-
que su "dureza" no es la mala dureza del corazón sino la que es pro-
pia del durar, del continuar subsistiendo en el ser (de duritiá)', so-
brenaturalmente es la firmeza de la fe que combate por Cristo; por
eso mismo, el testigo es "reaccionario" porque se opone a otra ac-
ción (la del misterio de iniquidad) obrando en sentido contrario y
quiere, con su testimonio, restablecer lo que se ha demolido. Tal es
la intolerancia y la dureza del "testigo fiel y veraz" que es Cristo
mismo arrojando a los mercaderes del templo, expulsando a los de-
monios; Cristo-Testigo es intransigente y "duro" maldiciendo a los
ricos de corazón, a los hartos y a los falsos profetas (Le. 6, 24-26),
denunciando la soberbia hipócrita de escribas y fariseos (Mt. 23, 1-
12; Me. 12, 38-40; Le. 20,45-47), la dualidad de conducta de quie-
nes sirven a dos señores (Mt.. 6, 24), la hondura tenebrosa del pe-
cado contra el Espíritu (Mt. 12, 31-32; Me. 3, 28-30). Él vuelve rea-
lidad lo que era figura en los grandes intolerantes de la Antigua
Alianza (como Moisés y como Elias), en los grandes "duros" (co-
mo Abraham y como Job), en los grandes "reaccionarios" (como
Isaías y como San Juan Bautista). Hoy, dentro mismo de la Iglesia,
el cristiano-testigo, como lo ha sido Sacheri, es señalado y persegui-
do por los "ortoprácticos" y sobre todo, es silenciado y repudiado.
De ahí el dolor y el gozo, el padecimiento y la alegría; dolor por la
experiencia de la Viña devastada, gozo indecible por la gracia de par-
ticipar en el testimonio del "testigo fiel y veraz" como la tuvo Sa-
cheri en el supremo acto de derramar su sangre por Cristo a quien
acababa de recibir en la Eucaristía que, ese día, fue el Viático de
quien parte a la Casa del Padre. Tal es el testigo.

c) La patria terrena como lugar del testimonio


Pero el testigo de Cristo ofrece su testimonio en cuanto peregri-
CARLOS ALBERTO SACHERI, TESTIGO 97

no. Y, en cuanto peregrino, ha recibido como don y heredad del Crea-


dor el lugar en el cual comienza y continúa su marcha hacia la Pa-
tria celestial pre-fígurada en la tierra prometida de la Antigua Alian-
za. Abraham, Isaac y Jacob murieron en la fe, enseña San Pablo, "sin
recibir las cosas prometidas" aunque las vieron desde lejos. Ellos
iban "buscando una patria"; es decir, " ahora anhelan otra (patria)
mejor, es decir, la celestial" (Heb. 11, 13-16), La patria terrena apa-
rece así como el lugar de peregrinaje hacia la Patria permanente y
es ella —la patria terrena— el lugar en y desde el cual hemos de tes-
timoniar a Cristo y a su Iglesia. El lugar del testimonio, para Sache-
ri y para cada uno de nosotros, es la Argentina amada hasta la muer-
te con el mismo amor con el que amamos a Cristo y a su Iglesia. No
son separables —porque es el mismo— el amor a la patria y el amor
a Dios. No se puede amar a Dios sin amar a la patria porque el amor
a la patria es el modo supremo del amor al prójimo (incluido en el
todo de orden que es la patria) y, por eso, quien diga que ama a Dios
sin amar a la patria, miente; tampoco se puede amar a la patria sin
amar a Dios, al menos con amor perfecto; porque, como en el paga-
nismo, el amor a la patria resultaría incompleto, infundado o inefi-
caz.
Siempre el testigo testimonia en y desde la patria terrena no per-
manente. Ella es, inicialmente, "el lugar donde se ha nacido", con-
siderando el "lugar" como el espacio cósmico y existencial que cons-
tituye una relación originaria, previa, intraducibie en conceptos pe-
ro constitutiva del hombre y sólo del hombre. Sólo el hombre tiene
patria, porque, entre los seres visibles, sólo el hombre tiene concien-
cia de sí y del ser y con ella, del vínculo originario con "su" espa-
cio cósmico, con su geografía y su paisaje que no son únicamente
hechos objetivos sino vivencia interior. Este vínculo originario con
el ser, es también vínculo primero con el prójimo en quien también
la verdad del ser se muestra; de ahí que la patria suponga una co-
munidad humana, una sociedad perfecta, esta concreta sociedad ar-
gentina. Por eso mismo, en tal situación concreta, lo primero que di-
ce nuestro espíritu es el ser (saber originario) que constituye la pa-
labra o el verbo interior "encarnado" fuera en el verbo exterior fun-
damento y origen del lenguaje. Por eso, la patria terrena es lugar
geográfico, comunidad social y una lengua que la expresa; pero co-
mo aquella evidencia primera, desde mi lugar geográfico que me ha
98 ALBERTO CATURELLI

sido donado con mi nacimiento, es acto presente de mi conciencia,


supone el tiempo ya que el presente lleva consigo todo el pasado y
es expectación de la totalidad del futuro. Luego, este tiempo integral
e interior es tradición y, si lo es, es tradición histórica; así se com-
prende que no exista patria terrena sin tradición histórica y que la
Patria misma como un todo no sea otra cosa que la comunidad con-
corde vinculada a un territorio que se expresa en una lengua trans-
misora de una tradición histórico-cultural y cuyo fin absoluto es
Dios. Por eso, como dije antes, amar este todo de orden, es amar a
Dios creador y donante, y es amar, por eso mismo sin medida. La
Argentina, para Sacheri que nos ha dado tan alto ejemplo, es, pues,
ese todo cósmico y humano, en el cual peregrinamos a la Patria per-
manente. La Patria permanente es la plenitud del Reino de Dios; por
eso, la Argentina, en cuanto es la patria terrena no-permanente o tem-
poral, es el lugar concreto en el cual Cristo quiere reinar socialmen-
te e históricamente. El Reino ya está aquí y aunque nunca en su ple-
nitud, es nuestra misión instaurarlo en la Argentina para que alcan-
ce su plenitud allende el tiempo de la historia. En ese sentido, Sa-
cheri es un cristóforo, como debemos serlo nosotros, en cuanto "lle-
vaba" a Cristo a los demás y luchaba por el reinado social del Re-
dentor en la Argentina. Solamente así la Argentina llega a ser total-
mente sí misma. En el orden natural significaba poner en acto el gra-
do culminante de la virtud de la justicia legal como donación de sí
al todo de orden de la patria; en el orden sobrenatural, servir así a
la patria constituía acto supremo de caridad. Dicho de otro modo,
patriotismo cristiano como total entrega que incluye el más alto gra-
do de justicia. Más allá de nuestros pecados, nuestras omisiones y
nuestros defectos, no debemos perder de vista este verdadero senti-
do del patriotismo cristiano. Carlos Alberto Sacheri lo tuvo y lo pro-
bó con su vida y con su muerte. Tal es el patriota.

d) El testigo en la familia y la tradición


El testigo y el patriota implican, en el caso de Sacheri, al padre
de familia. La figura del pater familiae, transfigurada la noción pa-
gana por la revelación cristiana, se dice analógicamente de Dios-Pa-
dre en quien la paternidad se identifica con su esencia y se dice tam-
bién de autoridades naturales como es el caso del antepasado, del
padre de la patria (el héroe y los prohombres fundadores), del jefe
CARLOS ALBERTO SACHERI, TESTIGO 99

de la familia; de autoridades sobrenaturales como es el caso del Pa-


pa (pues Papa significa "Padre"), de los Padres de la Iglesia, del
Obispo santo, del sacerdote que es Padre espiritual y ministerial. Ob-
sérvese que la paternidad se predica natural y sobrenaturalmente del
jefe de la familia porque él es la cabeza de la sociedad esencial que
es la familia y detenta, por ello, la patria potestad; pero, sobrenatu-
ralmente, el jefe de la familia es la cabeza de la Iglesia doméstica
como Cristo es la Cabeza de la Iglesia. Por eso, en toda familia cris-
tiana, el Esposo original es siempre Cristo y la Esposa original es
siempre la familia concreta sino del todo de la comunidad concorde
que es la sociedad civil. No es posible el futuro sin el pasado inte-
gral que pasa por el inasible presente; de ahí que sea precisamente
el hogar, la familia, el ámbito propio del acto de entregar o trans-
mitir que es la tradición; es simultáneamente, acto de enseñar por
medio de que se entrega en cada momento del tiempo histórico: es,
pues, trans y do, de donde trado que significa el acto por el cual
pongo algo (en el presente) en manos de otro y de otros (mis hijos,
mis discípulos, mis amigos, mis conciudadanos) inaugurando el mo-
mento del futuro. Es, pues, la familia y principalmente el padre (de
ahí el valor de la patria potestad) el transmisor; es lo mismo que de-
cir que pasa por él la tradición de la patria. No hay historia sin tra-
dición; no hay tradición sin el hogar y sin la familia no hay patria.

e) El testigo en el acto de enseñar


En verdad, ya todo está dicho. Lo demás son consecuencias. La
íntima unidad del testimonio de Cristo, del patriota que ama a su Ar-
gentina como el lugar de peregrinaje hacia la Patria permanente y
del padre por quien se hace vida histórica la tradición nacional cons-
tituye como la médula del acto docente. Sacheri fue maestro y su
acto docente fue respuesta a la vocación interior por la cüaTDios lla-
ma, voca y envía. En verdad, el Señor llama para enviar. En el An-
tiguo Testamento es un hecho constante. Una vez que el serafín ha
purificado los labios de Isaías, éste escucha la voz de Dios que se
pregunta: "¿A quién enviaré...?". Isaías responde: "Heme aquí; en-
víame a mí; y dijo el Señor: "Ve y di a este pueblo" (Is. 6, 8). En el
Nuevo Testamento, el llamado suele ser aún más directo: "Venid en
pos de Mí (Mí. 4, 18-22; Me. 1, 16-20) les dice, casi imperativamen-
te a Pedro, Andrés, Santiago y Juan; a San Mateo será más simple
100 ALBERTO CATURELLI

todavía: "Sigúeme" (Mi. 9, 9; Me. 2, 14; Le. 5, 27). El llamado im-


plica la misión. Con los Apóstoles la vocación y la misión suele lle-
gar de modo extrínseco; con los demás miembros del Cuerpo Mís-
tico, con nosotros, lo común es un llamado interior al cual asenti-
mos en el momento del Bautismo y asumimos como soldados suyos
en el momento de la Confirmación. Por eso, el docente cristiano po-
ne en acto su carácter misivo cada vez que medita, cada vez que es-
cribe, cada" vez que habla, cada vez que sufre y goza, cuando siem-
bra la Palabra de la verdad. En ese sentido fue Sacheri maestro cris-
tiano. Ya sabemos que es Cristo el único Maestro como Él mismo
nos lo ha dicho advirtiéndonos que no nos hagamos llamar "maes-
tros" porque "uno solo es para vosotros el Maestro" (Mi. 23, 8 ). Y
el Maestro es Él. Sin embargo, quienes enseñan lo son ministerial-
mente; pues, como dice Santo Tomás, mientras el Maestro divino es
Maestro a se, el maestro humano lo es ab alio y es por eso, minis-
tro del Verbo (Super Ev. S. Matth. N s 1848-1849); de tal manera, el
hombre enseña por modo de ministerio operando, en él, Dios mis-
mo, interiormente (2 CG. 75). Y esto Sacheri lo sabía muy bien; tan
bien lo sabía que, para él, enseñar no era otra cosa que enseñara los
demás a escuchar y a seguir al Verbo que ha dicho de Sí mismo que
Él es la Verdad. No es "necesario, para comprenderlo, ni siquiera ha-
berle conocido; es suficiente recorrer sus escritos para percibir este
propósito fundamental de ser el vehículo del Verbo o, si se quiere,
de ser el maestro humano-cristiano que es vehículo del único Maes-
tro. Pensar, por lo tanto, consiste en pensar en el ambiente de gra-
cia que potencia nuestra facultad como facultad; y enseñar es, en el
fondo, enseñar a aprender a pensar cristianamente. No es este pro-
pósito una tarea fácil sino muy difícil y llena de obstáculos y sufri-
mientos, porque el obstáculo principal somos nosotros mismos que
sentimos la tentación de autoponernos por delante y no humildemen-
te por detrás del único Maestro. Tentación diabólica que quiere in-
vertir por completo el sentido del llamado y la misión y se opone te-
nazmente a la radical humildad del verdadero maestro cristiano. Tan-
to en la docencia universitaria como en la docencia cotidiana, Sa-
cheri sabía cuál era su vocación y su misión y las condiciones de
ambas. Por eso, en ambas se implicaban en síntesis viva, el testimo-
nio, el patriotismo y la paternidad. Con esta actitud esencial encaró
la crítica del inmanentismo moderno y contemporáneo —siempre en
CARLOS ALBERTO SACHERI, TESTIGO 101

el fondo ruptura de la razón y la fe— como el mal fundamental de


nuestro tiempo que concluye por la negación del mismo orden na-
tural. Así lo comprendió Mons. Adolfo Tortolo, cuando, al prologar
su libro escribió acertadamente: "Sacheri advirtió que el muro iba
agrietándose velozmente por el doble rechazo del orden sobrenatu-
ral y del orden natural. Vio la problemática del orden natural sub-
vertido y vigorizado por una técnica portentosa. Y se volcó de lle-
no, no a llorar, sino a restaurar el orden natural. Aquí está la razón
de su sangre mártir".

f ) El testigo nos invita a su Casa


La otra consecuencia implicada en la primera es todavía más sen-
cilla y se refiere al mejor de los bienes de la vida, como decía Aris-
tóteles: la amistad. Pero la amistad, entre cristianos, se hace una con
la hermandad en la fe que es hermandad en Cristo. Esta misteriosa
hermandad porque se realiza en virtud del misterio de Cristo, se ma-
nifiesta tanto en lo mínimo como en lo magno y sigue caminos ya
sencillos, ya inesperados. Por eso, en esta ocasión me atrevo a na-
rrar públicamente un sueño que tuve poco menos de tres años des-
pués de la muerte de Sacheri y que me ha impresionado profunda-
mente: ocurrió la madrugada del 22 de diciembre de 1977. Yo esta-
ba en Buenos Aires y entré en una capilla donde participaría de una
Misa especial. La capilla era, por dentro, blanca blanquísima y de
gran claridad. Pequeña. Las dos filas de bancos estaban llenas de
gente, sobre todo a mi derecha. El altar, blanco blanquísimo; el pi-
so claro, las paredes blancas blanquísimas. Una señora habló que-
damente a la gente que estaba situada a mi izquierda (derecha del
altar). Levantóse la gente dejando solos los bancos de ese lado. Allí
fui a arrodillarme aproximadamente en el tercer banco.
Es necesario repetir que la capilla era blanquísima, clarísima y
llena de vivísima luz. Desde arriba, a la altura del altar, sostenida
por un delgado hilo blanco, colgaba una piedra como de mármol
blanquísimo (muy semejante a la representación de las tablas de la
Ley) y en la cual había algo escrito que yo no alcanzaba a leer. Por
detrás, ligeramente a mi izquierda, veía una gran ventana en ojiva
por donde entraba, desde arriba, una clarísima y penetrante luz y por
ella, veíase el cielo de suavísimo color celeste. La luz, la luz lo ilu-
minaba todo. Yo me sentía lleno de luz.
102 ALBERTO CATURELLI

De pronto, a mi lado, me estaba mirando, como quien quiere ha-


blarme, un hombre vestido de traje cruzado gris. Súbitamente le
reconocía: Era Carlos Alberto Sacheri, alto y rubio, aunque no po-
dría distinguir claramente sus facciones. Me dije entonces a mi
mismo: No ha muerto. ¡Está vivo! Y ahora, seguramente (eso sen-
tía) me invita a ir con él. Quiere invitarme a su casa. Y ante aque-
lla figura de gris, muy serena, en medio de la capilla inundada de
luz me desperté.
Creo que el simbolismo es claro: la capilla blanquísima y llena
de luz es la gloria; la Señora es la Santísima Virgen; la mediadora
del Mediador, vía segura para ir hasta Él. La invitación a seguirle es
la invitación que llega a todo cristiano que sigue en la agonía del
tiempo del peregrinaje. Y yo pensaba y pienso ahora lo mismo. ¡Di-
choso Carlos Alberto Sacheri! ¡Dichoso de él!
Alberto Caturelli
A 20 años de su martirio
Transcribimos las palabras en homenaje a Carlos Alberto
Sacheri pronunciadas en el X Congreso del IPSA por Héc-
tor H. Hernández, el sábado 14 de agosto de 1994, en La
Cumbre.

Agradezco el honor que se me ha discernido de poder hablar en es-


te Congreso recordando la figura de Carlos Alberto Sacheri.
La primera imagen que tengo de él es su presencia como de un
hermano mayor. Se nos presentaba como un compañero mayor en
la Acción Católica. Como hombre de Iglesia; afable; un hombre de
encuentro y no de choque; un hombre de natural consenso; ante to-
do constructor y sin realizar la figura del "denunciador". Todos nos
enorgullecíamos de conocerlo, de poderle tutear. Pero, a la vez, no
realizaba el estereotipo del "católico oficial". No era clerical. No
usaba a la Iglesia. No era proclive a razonamientos como este: "es
preferible callar pero ocupar nosotros los puestos y no el enemigo".
[Como se sostiene hoy en las orientaciones éticas dominantes en
nuestros medios sobre la ley de divorcio vincular: la posibilidad de
que un juez católico pierda el cargo es considerada un mal suficien-
te para que aplicar la ley de divorcio vincular... ]. Carlos no suscri-
bía las máximas del Viejo Vizcacha... al contrario, se vislumbraba
en él una nobleza de Fierro... Un hombre noble', no lo que llaman
"un aristócrata". Culto, fino, espiritual. Con cierto descuido de sí
mismo. Que nos recuerda aspectos del retrato del magnánimo de
Aristóteles: "los magnánimos parecen ser desdeñosos". (Ética nico-
maquea, IV, III, versión Gómez Robledo, p. 50). No aparecía atemo-
rizando o entusiasmando a todos con la prédica o la ostentación de
una cruzada o revolución salvadora:

"El magnánimo no corre al peligro por menguados motivos


ni es amante del peligro, a causa de que son pocas las cosas
104 HÉCTOR H . HERNÁNDEZ

que estima; pero sabe exponerse a grandes peligros. Y cuando


está en el riesgo, no escatima su vida, estimando indigno vivir
a todo trance"... "Ser altivo con los que están en dignidad y
prosperidad, y afable con los de mediana condición... ". (Aris-
tóteles, op. cit.).

Pero hay cosas de esa descripción del Filósofo que parece no en-
cajan. ¿Qué hay en el magnánimo de Aristóteles que no cuadra con
Carlos?
—Diríase que cuadra maravillosamente, salvo dos cosas: Carlos
vivía de la investigación o la docencia, no tenía el buen pasar del
prototipo del griego; y Carlos es cristiano. Todo aquello en que hay
que cristianizar la magnanimidad aristotélica (v. gr. lo que dice del
desprecio por los esclavos, el recordar los beneficios dados y no los
recibidos, cierta ironía) no estaba en Carlos. El magnánimo de Aris-
tóteles más —y menos— la pobreza, la humildad, la caridad-
Carlos no realizaba ese estereotipo del católico oficial y, en eso,
se acercaba al nacionalismo, aunque no cumplía tampoco el estereo-
tipo nacionalista anticlerical. No porque no tuviera, y agudo, el sen-
tido crítico. Pero su amor por la Iglesia le impedía detenerse en la
critica. Obras, y no lenguas, son amores.
Carlos veía; sufría; amaba la Iglesia. El primer obispo de mi pa-
go (Monseñor Silvino Martínez) decía que "el Obispo o es mártir o
se condena". Eso de algún modo rige para todos, aunque haya trin-
cheras especiales para el martirio. En rigor de verdad, cualquiera que
se preocupa seriamente de que Dios impregne toda su vida de gol-
pe se ve como instalado en "el frente del martirio". Tenemos la amar-
ga experiencia de la defección de muchas —la mayoría— de las per-
sonas que llegan a cargos de relativa importancia. ¿Porqué, si eran
gente recta y de buena doctrina? ¿Porqué aceptaron?
— No. Porque se ataron al cargo e, insensiblemente, fueron con-
virtiendo los medios en fines. Se convierte en objetivo estratégico
mantenerse en las ventajas, retrocediendo para luego poder avanzar-
Pero no se avanza nunca, y se retrocede siempre.
—Hay que estar dispuesto a irse; a perder; teniendo una exquisi-
ta bondad y flexibilidad y aparente laxitud para evitar los choques
vanos, pero dispuesto en definitiva al desprendimiento. A la cruz, en
fin. Al martirio de"hacer el loco"... porque la cruz —San Pablo lo
A 20 AÑOS DE SU MARTIRIO 105

dice—, es cosa de locos, es necedad... [pero] para "los que se pier-


den" (1 Cor., 1, 17)... "Porque la necedad divina es más sabia que
la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la
fuerza de los hombres", (ibídem). "Vedme aquí hecho un loco" (2
Cor. 12, 11).

Con esta consigna, a partir de la mejor teología y de una medi-


tación sobre la crisis de la unidad que es crisis de fe, desciende con
maestría, y con conocimiento de la literatura del momento, a ana-
lizar la "guerra psicológica" en la Iglesia. Alegato doctrinal maci-
zo; incisiva denuncia de los hechos, sin ahorrar algunos nombres.
En todo la verdad; la discreción; el coraje; la caridad. Con el equi-
librio de un santo. Pone su firma al pie. Como corresponde a un.
combatiente cristiano. Para un pensador y escritor firmar es culmi-
nar el testimonio; es asumir la salida a la descubierta; es superar los
respetos humanos; las falsas humildades; es ponerse en situación de
verse asaltado por la tentación de sentirse corajudo. Las verdades
son verdades se firmen o no. Pero no existe el testigo anónimo u
oculto. El testigo es con nombre y apellido. El testigo es difícil de
conseguir; los informantes abundan. En el testigo el juez funda la
absolución o la condena. Carlos no hace un panfleto anónimo; ha-
ce un libro. No hace ostentación diciendo "aquí estamos" con un
sello y se va de vacaciones. Dice, humilde, valiente y cristianamen-
te "aquí estoy; firmado: Carlos Alberto Sacheri". Y sigue haciendo
las cosas de todos los días. Testigo. Mártir. Porque mártir —dice
Santo Tomás— significa testigo de la fe cristiana, la cual, según San
Pablo, nos propone el desprecio de las cosas visible por las invisi-
bles" (//-//, 124, 4c.)
Publicada "La Iglesia Clandestina" nos dio la enseñanza de la
utilización al máximo del libro en su presentación y difusión en to-
do el país, en una verdadera denuncia profética. En él, hombre de
sentido común y sentido del ridículo, de ningún modo un exaltado
o un sedicente iluminado, era particularmente doloroso y no le era
connatural hacer el papel de fiscal. En su momento, le puso punto
final a esta etapa. Me lo explicó... Sí que estaba dispuesto a "hacer
el loco" por Cristo y su Iglesia. Pero no quería que el testimonio per-
diera fuerza. Carlos era un modelo en comprender los matices de las
realidades, los tiempos, las personas. Era prudente.
106 HÉCTOR H . HERNÁNDEZ

Rescato otra enseñanza doctrinal suya que refiere a un punto que


es verdadera "divisoria de aguas": la Cristiandad. Hoy desde fuera
de la Iglesia se oye que no se puede ordenar la sociedad según la
Religión porque eso sería... fundamentalismo. ¿Y desde dentro?
—... También; desde adentro se dice lo mismo. Hemos oído
bien: desde dentro se oye lo mismo que desde afuera. Carlos, por
el contrario, enarboló la bandera doctrinal de "la Ciudad Católica
Argentina", y no en vano era presidente de la institución "La Ciu-
dad Católica".

"La gran negación del neomodernismo progresista —y, aña-


damos nosotros, también la de todos aquéllos secularistas, lai-
cistas, en definitiva 'ateos sociales" (que quitan el elemento
religioso como integrante necesario del bien común político)—
es la de la realidad y necesidad de la civilización cristiana, la
ciudad católica, en frase de San Pío X. ¿Por qué ese desprecio
y ese odio a la civilización cristiana? Porque aceptar su ne-
cesidad implica reconocer que todo el orden temporal de-
be estructurarse y conformarse a la ley de Cristo... Si el or-
den temporal no se edifica en el respeto del orden antural y de
la ley de Dios fatalmente será edificado en contra de la ley na-
tural y divina" (op. cit., po. 40/41)'

' —[Permítasenos una disgresión de actualidad: La Cristiandad, señores,


está en ruinas. Pero tenemos piedras del edificio todavía. Desde las ruinas, en
este asunto, se puede reconstruir. Aquí no valen las retiradas estratégicas ni los
razonamientos consecuencialistas. Hay que aferrarse a sus piedras. En estos
días nos tiraron abajo tres pedazos de la casa: la religión del Presidente; el ju-
ramento católico del Presidente; la obligación y el ideal y el símbolo de con-
vertir los indígenas al Catolicismo. ¿Cuál ha sido la reacción de los que de-
bieran ser defensores de la casa?
—El silencio... Hemos querido defender la casa con el Dr. Morelli con un
artículo redactado criticando la reforma de las cláusulas religiosas. Y nos ha
sido devuelto sin publicar por "El Derecho", revista jurídica oficial de la Uni-
versidad Católica Argentina "Santa María de los Buenos Aires", porque el di-
rector, Germán José Bidart Campos, lo ha considerado "inoportuno" (sic)...
¿Inoportuno defender los artículos religiosos de la Constitución que se quie-
ren derogar en el momento mismo en que se discute la eventual derogación?
A 20 AÑOS DE SU MARTIRIO 107

Carlos llegó al servicio de la comunidad política desde su preo-


cupación apostólica y desde su profesión de filósofo. Por estudios,
por profesión, por amor a la verdad y a las causas de la verdad y a
dejarse invadir por ella. Carlos era filósofo. Era filósofo y era tomis-
ta. Pero no realizaba el estereotipo ni del filósofo ni del tomista. Del
filósofo que si no habla difícil le parece que no es digno de su fun-
ción; del que en vez de conocer la realidad parece limitarse a cono-
cer libros. Del tomista que no enfrenta los problemas concretos pa-
ra plantear y solucionar dudas concretas, sino que repite fórmulas.
En ese perfil suyo del filósofo, de tomista y también de hombre de
acción, propulsó la Sociedad Tomista Argentina y el Instituto de Fi :
losofía Práctica. El Padre Meinvielle lo ponía como modelo: "fíjese
—le decía á ü ñ común amigo— lo que hace el tomismo en quien se
deja iluminar por él". Pudo haber dicho, enorgulleciéndose de su dis-
cípulo, y ése es el sentido según el testimonio recogido anteayer:
"este joven es el tomismo encarnado..."
El filósofo no desdeña usar el periodismo para enseñar, para pre-
dicar. Debía desarrollar un estilo directo, concentrar su sabiduría en
la brevedad del trabajo en el diario "La Nueva Provincia". Sin per-
der de vista que cada artículo se inscribía en un plan mayor, que re-
sultaba un verdadero tratado de doctrina social católica. Y así sur-
gió, de colaboraciones periodísticas, "El Orden natural". El libro es
un modelo, además de su método ágil, pues se lee con toda facili-
dad, del correcto modo de entender la Doctrina Social de la Iglesia.
No como mera colección de textos pontificios; ni como una doctri-
na inventada por León XIII recién en 1891; ni como un medio de
teorizar la justicia social y sus exigencias pero sin caer nunca en
ejemplificaciones concretas, quemantes. (Ese método que da pie pa-
ra que se la entienda como una especie de "opio de los pueblos").
Enfatizando "el orden natural", Carlos con todo derecho rescata y
utiliza toda la tradición católica y aún al viejo Aristóteles. Él no ne-

Hemos podido publicar nuestra posición en la revista "La Ley", donde nos
hemos dado el gran gusto y hemos tenido el honor de citar en favor de nues-
tra tesis a ese gran argentino que fue Manfred Schonfeld, defensor —sí, han
oído bien, Sclionfeld, el judío, defensor, él sí, ¿cuántos dirigentes católicos
con él?— de la religión del Presidente, defensor de una piedra del edificio de
la Cristiandad...]
108 HÉCTOR H . HERNÁNDEZ

cesita que haya una encíclica actual sobre cada tema social para po-
der abordar cada punto. Tiene una mente "toda católica" y con na-
turalidad una pluma aristotélica y cristiana, que asume toda la tradi-
ción del "orden natural y cristiano" y populariza la fórmula: "el or-
den natural".
Con la misma simplicidad del pensador, que viaja periódicamen-
te a Canadá o a Europa a dar clases en altos centros universitarios
con las que alivia el presupuesto familiar anual, da permanentemen-
te y por todas partes charlas a jóvenes de distintas edades, a los que
congrega en su casa o en distintos lugares, y escribe "El orden na-
tural" . Era un maestro.
Sachen maestro. Sacheri profesor. El puesto al que se diría que
naturalmente estaba llamado. En el cual podía rendir inmejorables
frutos a la Argentina formando una escuela tomista de envergadu-
ra. Carlos estaba convencido de lo que enseñaba... sabía lo que en-
señaba. Dejo, en esa tarea, ecos que no podemos terminar de eva-
luar nunca, que nos suelen llegar de aquí y allá... de los más im-
pensados lugares.
Convencido de lo que enseñaba. Convencido que la Tradición
puede ser en serio y también temporalmente salvadora, el maestro
es apóstol; ser apóstol es trasmitir una contemplación que desbor-
da. Y el apóstol, nada maniqueo, en la búsqueda del bien y del bien
común político se convierte en político. ¿Sacheri político? Si. Por-
que se ocupaba de las cosas de la Patria; conducía, influía, era cau-
sa del movimiento de muchos; era referencia para muchos. Nos re-
conocíamos en él. Era como una prenda o garantía; un aval. Un mo-
tor. Sacheri político; político periodista fieramente opositor en "Pre-
misa"-, integrante del Movimiento Unificado Nacionalista Argenti-
no; integrando mil actividades y proyectos; dándose lugar para to-
do; promoviendo, incitando., dirigiendo, aceptando, coordinando,
animando. Sacheri el tejedor, reconstruyendo el tejido social de la
Argentina. Cuando Platón quiere hacernos entender lo que es el po-
lítico usa el ejemplo del tejedor:

"Digamos, pues, que con todo esto queda concluido como


tejido bien hecho ese algo que urde la acción política, cuando,
tomando las características humanas de energía y moderación,
la ciencia regia ensambla y une sus dos vida por medio de la
A 20 AÑOS DE SU MARTIRIO 109

concordia y la amistad, y realizando así el más excelente y


magnífico de todos los tejidos, envuelve con él, en cada ciu-
dad, a todo el pueblo... y, garantizando a la ciudad, sin fallos
ni desfallecimientos toda la dicha de que ella es capaz, manda
y gobierna". (Político, 311 c final).

He dicho tejedor y no trencero o camandulero. Basta proyectar


su ejemplo por sobre la política de todos los días para recuperar y
como "respirar" el recto orden de las cosas. Tejedor. La sociedad co-
mo un complejo tejido era una idea muy cara a Carlos, predicador
incansable en "La Ciudad Católica", (de la que era Presidente al mo-
rir), del principio de subsidiariedad. La sociedad mayor lruto de mu-
chos dibujos menores. El principio de subsidiariedad, pero subordi-
nado a la primacía de bien común político.
A la prédica doctrinal unía su obra. Animador, tejía una red de
relaciones en todo el país. Porteño, evidentemente; tampoco encar-
naba el estereotipo del porteño, unía a los hombres del interior y de
Buenos Aires. A cada uno le daba su lugar. Su dimensión física de
"grandote", su mirada penetrante de hombre bueno, su poderío in-
telectual, se imponían como desde adentro; respetaba todos los lide-
razgos, todos los talentos. Escuchaba más que hablaba. No primaba
por su elocuencia técnica, ni por temor, ni por interés. Tenía natural
y suficiente elocuencia oratoria, pero toda ella ordenada al conteni-
do; y el contenido al Bien. Que resplandeciera, nunca el yo, sino el
Bien. Improvisaba con exactitud. Por los caminos y vocaciones de
cada uno, ejercía una influencia clara en favor del bien común. De
todas partes no se alejaba sin dejar las consignas adecuadas. Era el
prototipo, no el estereotipo, del animador de la Ciudad Católica.
Nadie tenía que optar por dejar lo bueno que hacía porque él vinie-
ra a proponerle algo mejor. Todos seguían en lo suyo y se recono-
cían en él como integrantes de un vasto movimiento católico, polí-
tico, argentino. Todos nos sentíamos "mejorados"... Sin proponér-
selo construyó, realista empedernido del bien, un indiscutido pero
no institucionalizado liderazgo. Muchos esperábamos lo que él di-
jera. Y estábamos dispuestos, pura y simplemente, a seguirlo. Te-
níamos con él una legítima esperanza temporal de construir un po-
lo político con influencia para la restauración del tejido social. Los
camaradas así lo comprendían; y los enemigos también. Vaya si lo
1
110 HÉCTOR H . HERNÁNDEZ

comprendieron...
Pero él ya no está. ¿Qué hacer nosotros, entonces, ahora? ¿Cómo
no hacernos demasiado indignos de nuestro amigo y camarada? ¿Có-
mo tributar justicia a su memoria, y saldar nuestra deuda, y a la vez
continuar su obra?
—Estamos en deuda con su memoria. Si fuéramos auténticamen-
te agradecidos y celosos cumplidores de nuestra tarea utilizando su
ejemplo, nuestros institutos, centros, escuelas, instituciones de todo
tipo, congresos, debieran llevar su nombre. Y debiéramos trabajar
para que lo llevasen las calles, plazas, ciudades, lugares y aconteci-
mientos de la Patria. Otra propuesta se me ocurre y es, pensando en
su ejemplo, asumir una tarea que él en rigor no culminó. Aquélla a
la que nos convocaba Castellani: "la inteligencia argentina tiene el
deber sacro de pensar la Patria". Porque no se salva la Patria si no
hay, a la vez que un gran amor, un conocimiento visceral de ella. No
se hace reconstrucción social solamente con la universal Doctrina
Social de la Iglesia. Porque es ella una doctrina universal, no le qui-
temos nada de su universalidad. Pero la política concreta es pruden-
cia. Y la prudencia debe ser iluminada, no sólo por los principios y
la ciencia, sino también por la historia, la geografía y la economía,
que permiten formar una doctrina nacional adecuada a las circuns-
tancias de tiempo y lugar. La premisa mayor de la doctrina social de
la Iglesia; la premisa menor de la historia, la geografía y la econo-
mía patrias. La conclusión de una doctrina nacional. ¿Por qué, en-
tre otras cosas y para los que se creen llamados a la tarea política y
a la tarea del pensamiento, no organizar "congresos de la argentini-
dad", o congresos argentinos, donde trabajemos bajo el nombre, el
ejemplo y el patronazgo de Sacheril El primero dedicado a él. (En
rigor, el segundo, pues esta idea se copia del que se hizo destinado
al P. Castellani el año pasado). Todo esto para habituarnos a pensar
la Argentina, a iluminar un patriotismo no abstracto, universalista,
deductivista, mediatizado, como a veces ocurre entre nosotros, sino
bien concreto, visceral... argentino.
En este sentido, y distinguiendo los niveles y los matices, inter-
calemos otra enseñanza suya que debemos rescatar: cuando escri-
be "La Iglesia clandestina" trabaja como teólogo, (aparte la dimen-
sión denunciativa más concreta del libro), en un problema católico
" °e dirige al interior de la Iglesia; cuando escribe "El orden natu-
A 20 AÑOS DE SU MARTIRIO 111

ral" da clases periodísticas escritas para todos, de doctrina social


de la Iglesia; pero cuando tiene que aparecer en "Premisa" una pro-
puesta política concreta no se queda en lo universal, y pide el tra-
bajo de un irazustiano, de contenido económico de corte naciona-
lista "clásico"...
Patriotismo concreto. ¿Por qué no hacer que no sea cierto el di-
cho del poeta: "La Patria en un dolor, que aún no tiene bautismo"?
(Marechal). La Patria nos duele. Porque es la Patria. No nos due-
le por razones sólo sobrenaturales. O porque sea o haya sido cris-
tiana. No sobrenaturalicemos el patriotismo de un modo tal que
nos impida rescatar y valorizar las exigencias de la naturaleza; que
nos impida construir junto a los verdaderos patriotas que, cuidado,
no son sólo los cristianos. Y que nos haría mediatizar la defensa
de los aspectos aparentemente menos espirituales de la Patria, que
hay que estudiar y defender —¡vaya si no!— como la economía...
Cristianicémosla. Pero cristianicémosla, con la gracia de Dios, to-
da. Y recibámosla como hijos, sin beneficio de inventario. Argen-
tina, Argentinos.
Nuestros enemigos troncharon abruptamente una esperanza ar-
gentina. Pero nos vino el don de su martirio. Martirio aceptado. En
una cena con un amigo común previó con naturalidad, y aceptó, la
posibilidad. Más adelante, se ve que vio ya la posibilidad más cer-
cana. De no ser así, no hubiera tenido presente, pocos días antes, el
seguro de vida con que pensó en su familia; y de no haberse vivido,
aún inconscientemente, un ambiente de riesgo en la familia, difícil-
mente uno de sus hijos, muy menor, habría soñado como soñó, pre-
cisamente la noche antes, con el asesinato. Martirio preparado por
martirios menores. Ante todo el de aceptar ese verdadero martirio
del hombre filósofo, llamado a la docencia y a la investigación, que
no se divierte deportiva ni socialmente cuando debe ocuparse de las
cosas prácticas, de las reuniones, ...sobre todo de las reuniones... si-
no que siente escurrírsele torturantemente el tiempo para su tarea
fundamental.
Martirio. Doblemente martirio. En sentido estrictísimo, porque
dio la vida por la fe:

"Mártires significa testigos —enseña Santo Tomás—, pues-


to que con sus tormentos dan testimonio de la verdad hasta mo-
112 HÉCTOR H . HERNÁNDEZ

rir por ella; no de cualquier verdad, sino de la verdad que se


ajusta a la piedad, la cual nos ha sido dada a conocer por Cris-
to... Tal verdad es la verdad de fe, la cual, por lo tanto, es cau-
sa de todo martirio". {II-II, 124, 5)

Y en un otro sentido, porque dio la vida por la Patria. Porque:

"a la verdad de fe pertenece no sólo la creencia del cora-


zón, sino la manifestación externa, que se hace tanto con pa-
labras por las cuales se confiesa esa fe, cuanto por hechos por
los que uno muestra sus creencia... Todas las obras virtuosas,
en cuanto referidas a Dios, son manifestaciones de la fe, en la
cual se nos hace saber que Dios las exige de nosotros y nos
premia por ellas" (de nuevo Santo Tomás, loe. cit.)

Y sigue diciendo el Maestro: "El bien de la república es el


más alto entre los bienes humanos. Pero el bien divino, causa
propia del martirio, es más excelente que el humano. Sin em-
bargo, como el bien humano puede hacerse divino al referir-
se a Dios, cualquier bien humano puede ser causa del marti-
rio en cuanto referido a Dios", (loe. cit., ad 3).

Pensamos que la Argentina tiene en él a un mártir. No reconoci-


do formalmente por la Iglesia. Y no sabemos si alguna vez será ca-
nonizado... No creo ni que el Episcopado, ni la diplomacia argenti-
na, tengan alguna preocupación al respecto. Lo que puede ser, cui-
dado, muy explicable. Pero, ¿quién si no nosotros, aunque indigna-
mente sus compañeros en la tarea; si nos proclamamos el movimien-
to de "la Ciudad Católica" que él presidió; si afirmamos y queremos
defender la Cristiandad, por la que alcanzó la palma, debemos pen-
sarlo y preocuparnos por el tema?
—Este olvido en nosotros no es explicable, ni justificable. ¿Quién
si no nosotros tenemos que recordarlo, recordar y hacerle justicia
temporal a Carlos; pedir su canonización; y además pedir su inter-
cesión. Pedirle el milagro de la Patria, el pan para sus hijos, la gran-
deza, la justicia, el milagro de la Cristiandad, de la ciudad católica?
Carlos murió por Dios, por la Iglesia, por la Patria Argentina.
A 20 AÑOS DE SU MARTIRIO 113

Por Dios y por la Patria-


Vivir y dar la vida por Dios y por la Argentina fue la ense-
ñanza más grande que nos dejara ese argentino católico, fi-
lósofo, profesor, periodista, escritor, político, animador de la
Ciudad Católica, que fue nuestro amigo y cantarada
Carlos Alberto Sacheri

Héctor H. Hernández
Tenemos que perdonar
Hacia la superación por el dolor.

Mi nombre es José María Sacheri. Tengo treinta y cinco años. En


1974 tenía exactamente catorce años.
Mi padre era Carlos Alberto Sacheri, Profesor de Filosofía. El se
formó acá en la Argentina, pero se doctoró en Canadá en la Univer-
sidad Laval, Quebec. El fue allí profesor durante cuatro años, pero
en el año 1967 regresó a la Argentina y se dedicó pura y exclusiva-
mente a enseñar ya que fue profesor en la UBA, en la Facultad de
Derecho y también en la Universidad Católica. Fue muerto por en-
señar la verdad.
Él era un pensador católico. Nunca empuñó un arma. Sus armas
eran sus clases, sus artículos, sus libros, las mentes y corazones de
sus alumnos. En definitiva, su grave pecado, fue ilustrar, enseñar y
prevenir sobre lo que significaba el marxismo, el terrorismo...

Fue un domingo a la mañana temprano. Mi madre pasó a buscar-


nos a mi padre y a mis siete hermanos a la salida de misa y nos di-
rigimos hacia casa. Vivíamos en la avenida Libertador. Tuvo que de-
tenerse para esperar a unos autos que venían por la contramano. Yo
estaba distraído. Escuché un estampido muy fuerte y pensé instan-
táneamente, en décimas de segundo, que había estallado un petardo,
ya que era 22 de diciembre, faltaban dos días para Navidad. Miré
hacia la derecha y vi la cara de un hombre —el asesino— que hoy,
pese a que han pasado más de veinte años, la tengo perfectamente
grabada en mi mente. Iba en un Peugeot 504 celeste. Cuando de
pronto escucho el grito de mi madre y veo a mi padre con la cabe-
za inclinada, sangrando y todos en derredor bañados en sangre. En
el asiento de adelante íbamos mi madre con mi padre y Clara, la más
pequeña de todos, que tenía entonces dos años, en su falda y yo del
lado de la puerta. En el asiento trasero venían mis otros hermanos
con unos amigos.
Pues bien, enseguida llevaron a mi padre al Hospital de San Isi-
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dro y allí estuvo unas pocas horas en terapia intensiva, al cabo de


las cuales murió.
Para Navidad llegó una carta que recibió mi madre, donde sus
asesinos se hacían cargo. Manifestaban ser del ERP (Ejército Revo-
lucionario del Pueblo) 22 de Agosto.
A esta altura del partido —pasaron más de veinte años— no po-
demos seguir revolviendo heridas. Quienes hemos sufrido esto du-
rante muchos años, y aún hoy lo seguimos sufriendo, queremos por
una cuestión de pudor guardar todo ese pasado. No forma parte de
lo que tiene que estar viendo todo el mundo. Pasó hace muchos años
y sufrimos mucho las consecuencias. Imaginase que yo tenía cator-
ce años cumplidos tres días antes de que a mi padre lo mataran. Éra-
mos siete hermanos, la más chica tenía dos. Mi padre no tenía cho-
fer, e iba a su trabajo en tren. Es decir, podían haberlo matado en
cualquier otro lugar; pero no, decidieron hacerlo con toda su fami-
lia, precisamente saliendo de misa, característica que a uno, con el
tiempo, lo hace sentir bien.
Cuando uno ha tenido un dolor tan profundo, dice: "No quiero
que se vuelva a sacar a la palestra todo esto. Y esto, sea de un lado
o del otro. No me cabe ninguna duda de que quien ha sufrido la de-
saparición de un hijo sufre y tiene un dolor que es común a todos.
Con esto no estoy justificando una cosa ni la otra. Pero, cuando uno
ve que, algunas personas, sacan a relucir esto como si fuera un par-
tido de fútbol no le queda más que deducir que están usando a unas
víctimas verdaderas y están ideologizando la cosa. Cuáles son los
fines, no lo sé".
Yo, en definitiva, lo que quiero decir es que tenemos que perdo-
nar. Los que hemos sufrido el ataque de la subversión perdonamos.
Y perdonamos con todo el dolor que significa. No podemos quedar-
nos con rencores esperando que, cada equis cantidad de años, se
vuelva a sacar todo a flote. Un deber de cristianos, y es un deber
para con nuestra Argentina: necesitamos perdonar.

José María Sacheri

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