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1 Cria en El Matorral
1 Cria en El Matorral
Otra vez el viejo se tardó más de lo debido. Y él lo sabe bien. Había salido al
caserío cercano para hacer algunas diligencias, se encontró con unos amigos y
se citaron para beber licor barato en una bodega oscura y mal ventilada. En la
conversación animada, las copas que iban y venían no se dio cuenta del paso
del tiempo y que una hora no dura más de sesenta minutos.
Conoce el camino a casa tan bien que podría caminarlo con los ojos
vendados, y lo haría gustoso de día. Pero hoy es de noche y cuánto daría
porque fuese más temprano. Nadie lo sabe pero este hombre tan grande tiene
miedo, y un miedo especial al pasar por el lugar pantanoso del camino, sobre el
cual se alza un matorral que llena de sombras el sendero. Su rostro puede
dejar traslucir un desasosiego que su tez está pálida. Parece que le falta el
resuello cuando empieza a dar pasos acelerados en un camino que de día
luce tan hermoso y que ahora está erizado de espinos, peñas y pumas
invisibles. Ahora es para él una senda excéntrica, al tiempo que ante sí el
mundo entero parece alterar su orden y convertirse en algo cada vez más
incomprensible.
Sus pasos acelerados ya lo acercan al matorral. El sudor le empapa la
frente y jadea como un atleta después de la carrera. Un perro lanza un
aterrador aullido que hiere el aire de la noche y le produce más escalofríos y
más agitación en su corazón ya acelerado. Cualquiera que viera al viejo
Herminio en este preciso momento sentiría lástima por él. Pero nadie lo ha
visto así. Al llegar a casa suele pasar por la fuente, toma agua, recobra la
compostura y se siente de perlas.
Esta ocasión es particular, el cielo tiene pocas estrellas y la noche está más
oscura que nunca. El viento mece las ramas, se escucha los chirridos de
insectos nocturnos y croar una rana. La bota del viejo se hunde en el lodo
produciendo un sonido que le sobresalta. Cree que en ese momento saldrá una
criatura espantosa a interponerse en su camino. El miedo lo paraliza. La
soledad del aprieto le resulta desgarradora. Tiene tan alterado sus reflejos que
no puede dar un paso más. Se compadece de sí mismo, cree ser el
protagonista de una amarga y ruin tragedia, que tiene que arrastrar una carga
inmensa y que vive separado del resto de la humanidad a causa de su
infortunio, vociferando porque los matorrales, de todo el mundo, cobijan
criaturas maléficas que salen en las noches para atacarlo.
Desposeído de su valor sereno, de su lozanía, de su lógica comprensión de
la vida y la naturaleza. Sabía guiar embravecidos bueyes, recorrer cualquier
camino desconocido, conversar con autoridades y personas influyentes de la
ciudad. Pero no puede pasar por el matorral en la pesada noche.
Al siguiente día, muy temprano, don Herminio fue a visitar a la casa del
chico. Sabía que él había obrado un milagro y estaba endeudado. Para resarcir
la deuda, deseaba que escogiera la oveja que mejor le pareciera para
obsequiársela.