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Los metales preciosos fueron determinantes para el intercambio interregional e intercolonial durante

el siglo XVIII. Sin embargo, estas economías habituadas a una estabilidad en los niveles de precios
se vieron afectadas, en el corto plazo, por la aparición de la inflación, y a su vez en el largo plazo por
la llegada de la plata a los mercados neogranadinos.

PROCESO DE EXTRACCIÓN:
A partir de 1680 se produjo una revitalización de la minería del oro en Nueva Granada,
especialmente en el área de Popayán, debido a la mejora en las comunicaciones con las minas del
Chocó. Según los cálculos de Melo, citados por Manuel Lucena, de 1665 a 1700 Nueva Granada
produjo oro por valor de 571.700 pesos, de los que más de la mitad, 307.600 pesos, lo fueron en la
década de los años ochenta. En todo caso, estas cantidades están lejos de alcanzar la producción
que se dio entre 1595 y 1624, con un importe total de 8.014.500 pesos, y un promedio anual de
267.150. La producción total del período estudiado por este historiador es de 16.631.700 pesos, desde
1550 a 1699.
La producción áurea neogranadina creció durante el siglo XVIII, y especialmente a finales del siglo,
si bien en los yacimientos se siguieron usando técnicas primitivas basadas en explotaciones
superficiales por cuadrillas de mazamorreros. Las arenas auríferas se lavaban utilizando bateas
para sacar las pepitas, y en las minas se trabajaba por el sistema de tajos abiertos o pozos. El
mineral era molido en ingenios, que requerían gran cantidad de mano de obra, tras lo cual era lavado
para proceder a su beneficio. Lucena afirma que había doce ingenios para el tratamiento del oro y
la plata en Mariquita, trece en las minas de Ocaña y en la Montuosa diez.
El área del Nuevo Reino de Granada fue el lugar donde se encontraron los más importantes y
duraderos yacimientos auríferos de todo el continente. Se estima que en este reino se benefició la
mitad del metal áureo producido legalmente en los Reinos de las Indias españolas. Su posición
geográfica hacía que tuviese buenas comunicaciones tanto con el Virreinato de Nueva España y la
cuenca del Caribe, por el puerto de Cartagena de Indias, como con el del Perú y la cuenca del
Océano Pacífico.
Su principal distrito minero se ubicaba en su área noroccidental, explotándose los placeres de los
lechos fluviales de los ríos en una zona de baja altitud, húmeda y cálida.

Las minas del Chocó no eran subterráneas, sino que todas las labores se hacían al aire libre. El
mayor costo para su funcionamiento era el de las pilas o estanques para embalsar el agua necesaria
para las labores. Se realizaban agujeros conocidos como canalones, anchos en su boca y angostos en
su final, y la mayor parte de sus operarios eran negros, libres o esclavos, muy adaptados al clima de
la zona. Para el beneficio de estas explotaciones se utilizó en un primer momento mitayos
indios y esclavos negros, que eran organizados en cuadrillas, en las que uno de sus miembros, el
capitán de cuadrilla, era el encargado de recolectar el oro encontrado, cuidaba de la disciplina y
distribuía los bastimentos y alimentos entre los demás miembros, bajo la supervisión de un capataz,
normalmente español.
La dureza del trabajo a realizar y las carencias en la alimentación hacía que la mortalidad de los
esclavos fuese elevada. A pesar de ello, y dado que parte de lo encontrado quedaba en su poder, con
el tiempo un número muy importante de los esclavos negros dedicados a la minería compraron
su libertad. Su número, junto al de los mulatos libres, fue incrementándose, superando a comienzos
del siglo XIX con diferencia a la población esclava. En 1787 había en las principales regiones
auríferas unos 17.000 esclavos negros ocupados en labores mineras. En 1778, de los casi 20.000
habitantes de origen africano en el Chocó, 10.987 eran libres y 7.088 vivían en calidad de esclavos. El
porcentaje de trabajadores libres negros hacia 1808 suponía un 75% del total.
Dado que las explotaciones se ubicaban en territorios poco poblados, se estima que de todo el oro el
polvo que se encontró en estos placeres, sus dos terceras partes no llegaron a pagar el quinto real, por
lo que circularon sin acuñar o fueron exportados burlando la normativa vigente sobre los metales
preciosos. En base a los datos aportados por Hamilton, Colmenares y Barriga Villaba sobre la
producción aurífera por decenios, Lucena ha llegado a la conclusión de que la cantidad de oro
producido y posteriormente acuñado en este virreinato era doble, triple o incluso diez veces
superior al que posteriormente se enviaba a la Península.
Los placeres auríferos se fueron desplazando hacia tierras más altas en Santa Rosa, Rionegro y
Marinilla, menos productivas agrícolamente, lo que contribuyó a la creación de circuitos económicos.
Las tierras altas se especializaron en la cría de ganado para tiro y alimentación, mientras que la costa
suministraba los productos agrícolas. Popayán fue la puerta del mundo andino, y especialmente
el centro textil de Quito.
Benito Bails recogía en 1790 que el oro no se liga ni con el azufre ni con el arsénico, y se halla
casi siempre en su forma natural. Se encontraba en masas en ocasiones, en polvo o granitos
normalmente, o en gotitas o vetitas de piedras vitrificables. Para sacarlo de las minas y purificarlo, se
lavaba para separarlo de las tierras y arenas con las que estaba mezclado, para nuevamente lavarlo
con azogue, al quedarse unido a él. El mercurio amalgamado con oro se exprimía con gamuzas,
y finalmente se separaban el mercurio y el oro al fuego.

AUGE DEL ORO:

La minería del oro fue el principal motor para la economía neogranadina y las especializaciones
regionales.

Sin dudas, el motor de la economía para la jurisdicción del Reino de Nueva Granada fue la
exportación de oro, que comenzó a explotarse sistemáticamente desde el siglo XVI, por interés de las
autoridades coloniales, para crecer considerablemente en el siglo XVIII, superando a fines de la
centuria a la exportación brasileña del mismo producto.

Los españoles que llegaron y se asentaron en los territorios de la actual Colombia se encontraron
con distintos centros de riqueza aurífera, tanto aluviales como en minas. Históricamente, los
rendimientos de la minería del oro fueron altos, representando el 18% del total de la producción
mundial en el siglo XVI y el 25% en el XVIII. Para darnos una idea, en 1788, se exportaron 1.650.000
pesos en metales y sólo 250.000 en frutos (distintos productos de la región).

Pese a la notoria dependencia de toda la economía neogranadina en relación a este rubro, la minería
no impidió el desarrollo de otras actividades que también fueron muy importantes, como la agricultura
y la ganadería, que se desarrollaron en torno a las demandas de los centros de producción de oro.
Gracias a éstos, surgieron las principales vías de comunicación terrestres y fluviales para el comercio,
en una economía donde el metal precioso en cuestión no funcionó únicamente como medio de cambio
o bien de riqueza, sino también como motor de la especialización productiva regional.
Dentro de las explotaciones mineras colombianas, podríamos diferenciar distintos tipos: a) las
relacionadas a la minería de aluvión, que generalmente eran campamentos nómades cercanos a los
ríos, los cuales utilizaban poca mano de obra y se dividían en zonas de trabajo (yacimientos aluviales
de donde se extraía el oro), las viviendas de obreros, la herrería, la bodega de alimentos y el estable
para el ganado (que constituían la zona de alojamientos y servicios), y la zona agrícola (donde se
practicaba, según las posibilidades, una agricultura de autosubsistencia, mientras que por lo general
la carne y los animales necesarios se importaban de otras regiones productoras, ya que por lo general
las explotaciones mineras predominaron en las zonas montañosas); b) los campamentos de gran
tamaño, donde había grandes instalaciones de trituración para el oro, los cuales en algunos casos se
formaban como grandes rancherías originadas de la unión de establecimientos pequeños; c) los
centros administrativos y de aprovisionamiento, que cumplían funciones de fundición y de
recaudación, y en donde se establecían las Alcaldías Mayores de Minas, jurisdicciones mineras, que
respondían a los intereses de la Corona controlando la producción, la acuñación de monedas y la
recaudación de impuestos y demás cargas fiscales. También solían estar ligados a las haciendas de
beneficio, que practicaban la amalgamación con mercurio y combinaban la minería con actividades
agrarias y pecuarias.

Si bien el sector minero generaba una gran parte de los excedentes de la región, también se
destacaron otras especializaciones productivas de carácter agrícola y ganadero, donde tuvieron su
lugar diversos tipos de mano de obra como los ‘‘indios de encomienda’’ (siglo XVI), los peones, los
arrendatarios y aparceros de las haciendas, los indígenas tributarios y los esclavos africanos, entre
otros.

Analizando las exportaciones, indudablemente el oro tuvo el papel más protagónico, con diferencia,
pero además Nueva Granada traficaba algodón, añil, cacao, azúcar, etc. También se destacaron, en el
mercado interno, productos como el tabaco, los aguardientes, la sal, las mieles, los textiles, las
alpargatas, el cuero, entre otras cosas.

Las distintas producciones se dieron en torno a diversos sistemas de explotación de la mano de obra
disponible (principalmente aborigen, aunque después los esclavos tuvieron un papel preponderante),
entre los cuales se destacaron la encomienda (según la cual, pueblos enteros de nativos debían pagarle
con excedentes y trabajo al encomendero, a cambio del cuidado ‘‘material y espiritual’’ que este debía
garantizarles), los resguardos (corregimientos, donde se regulaban las prestaciones de servicio para
garantizar la reproducción de la población, y en donde los corregidores ejercían funciones políticas y
judiciales, además de ocuparse del cobro del tributo indígena para el Estado colonial), la mita
(establecimiento de turnos de trabajo, en la cual las comunidades indígenas debían mandar cierta
cantidad de trabajadores durante varios meses a los lugares en donde se necesitaban, principalmente
en las minas), y en distintas unidades productivas como los obrajes (orientados más que nada a la
producción textil), las minas, las haciendas (caracterizadas por la diversificación productiva) y las
pequeñas y medianas producciones de campesinos independientes.

Para calcular la producción minera existen dos tipos de cuentas, relativamente independientes entre
sí: las de amonedación y las de cobro del impuesto de quinto. Según la ley, el oro extraído de las
minas de la Nueva Granada debía enviarse a las Casas de Moneda de Santa Fe y —desde 1759—
Popayán para ser acuñado. Los registros de estas instituciones permiten reconstruir con bastante
detalle la acuñación y esta constituye un índice de la producción minera, afectado sólo marginalmente
por el período variable que podía transcurrir desde la extracción del mineral hasta su presentación en
la casa de moneda, por el oro exportado legalmente en lingotes en polvo (lo que era excepcional) y
por el oro no amonedado exportado ilegalmente (que no era tan excepcional).

La primera comprobación que ofrecen las cifras es el continuo aumento de la extracción de oro
durante el siglo XVIII. Basta comparar las cifras de amonedación de 1700-04 con las de 180004: el
incremento es de 780% en 100 años, o sea, una tasa anual de crecimiento del 2.3%. Como el período
inicial de la comparación fue uno de los más bajos de la época, y el final es el quinquenio de mayor
producción de toda la Colonia, el ritmo de crecimiento resulta muy alto. Si tomamos los años de
1690-99 — cuando la amonedación en miles de pesos fue de 3073— y de 1790-99, obtenemos un
incremento del 723%, que en el los 100 años del siglo resulta en una tasa anual de crecimiento del
2.0% anual. En este aspecto, lo anterior confirma la imagen habitual del siglo XVIII como una época
de recuperación económica y de continuos ascensos de la producción. Pero lo que resulta
sorprendente es la continuidad y regularidad de la expansión del sector a lo largo de todo el siglo. 17
Las cifras presentadas muestran que, contra lo que usualmente se cree, el mayor crecimiento no tuvo
lugar a finales del siglo: entre 1690- 99 y 1740-49 la amonedación aumentó a una tasa anual promedio
del 2.3% contra el 1.7% a que se acrecienta entre 1740-49 y 1790-99. Comparando cada período
quinquenal con el inmediatamente anterior, se advierte en el cuadro No 1 que los incrementos más
fuertes ocurrieron en 1740-44, 1720-24 y 173034 (el 43, 39 y 37% respectivamente), mientras que en
la segunda mitad del siglo se encuentran aumentos menos elevados, aunque también menos
irregulares (19, 19 y 18% en 1780-84, 1770- 74 y 1760-64 respectivamente). Por otro lado, un análisis
con base en promedios trienales móviles tiende a revelar ciclos aproximadamente decenales, con
puntos máximos en 1720, 1730, 1742, 1751, 1763, 1773, 1783, 1791 y 1798 y parece mostrar que los
años de mayor y más continuo crecimiento de la producción fueron los de 1737-1763 Las cifras de
quintos, que confirman en términos generales lo anterior permiten dirigir la atención al
comportamiento de las diversas regiones mineras dentro del proceso global neogranadino.

Resulta casi superfluo insistir en la importancia del oro dentro de la economía neogranadina del siglo
XVIII. Constituía el principal y casi único producto de exportación, y definía por lo tanto la capacidad
importadora del virreinato. Las actividades de las zonas mineras y aquellas directamente ligadas a
éstas conformaban la demanda para una amplia serie de productos agrícolas y para buena cantidad de
importaciones. El aumento de la producción de oro, por lo tanto, se reflejaba a corto plazo en
crecimiento de las importaciones, mayor volumen de las transacciones comerciales y creciente
demanda de productos agrícolas y artesanales locales. En otro sentido, la producción de oro y todos
los efectos indirectos suyos creaban parte amplia de la base tributaria del estado español; los ingresos
del fisco, en especial el quinto, los impuestos al comercio (almojarifazgo, alcabala y otros), los
impuestos a la producción agrícola (diezmo) y los resultados de las actividades de los monopolios
(tabaco y aguardiente) están relacionados en forma más o menos estrecha con la actividad minera La
información estadística sobre algunos de los puntos anteriores, pese a ser muy limitada, confirma lo
anterior. Así, el producto anual de alcabalas de Antioquia pasa de un promedio de 460 castellanos en
1740-44 a uno de 609 en 175559 y asciende a 6218 en 1790-94, pero cuando ha tenido lugar una
importante reforma en el sistema de cobro y administración del impuesto. En Santa Fe, zona no
minera, las alcabalas, que valen unos 30.000 pesos anuales en 1761-65, alcanzan un promedio de
44.200 en 1781-85 y superan los 100.000 pesos promedio entre 1797 y 180219. Similares aumentos
se encuentran en las cuentas de Popayán, Citará, Novita y Cartagena, entre otras, pero aquí, al
pretender sólo señalar el aumento en las actividades comerciales, bastan los ejemplos anteriores. Los
diezmos, por otra parte, que reflejan en forma no muy exacta la producción agrícola (la inexactitud
surge sobre todo de que se remataban por períodos más o menos largos a particulares; aunque a largo
plazo las pujas de los rematadores deben tender a ajustar los valores del remate a las tendencias de la
producción esto no es cierto a corto plazo), muestran también una línea ascendente muy clara en
Antioquia (4.965 castellanos en 1760, 7.164 en 1776, 10.297 en 1788) y en Santa Fe (104.608 pesos
en 1765; 134.854 en 1775, 165.902 en 1785). 20 También se encuentran aumentos notables en Santa
Marta y en Cartagena, mientras que en Popayán, donde la producción de oro creció menos, los
diezmos se encuentran estancados Así pues, no sólo los indicadores directos de la producción de oro
muestran una notable tendencia a aumentar durante el siglo XVIII, sino que resultan confirmados por
lo& dos principales indicadores de la actividad comercial y de la producción agrícola. Esta impresión
de desarrollo económico no puede descartarse con el argumento de que los mejores rendimientos
fiscales pueden atribuirse al resultado de las reformas administrativas efectuadas por las autoridades
españolas. Aunque en algunos casos tales reformas aumentaron las tasas tributarias legales (como
ocurrió con la alcabala en 1779-80, por las modificaciones en los aranceles), en otros, como el quinto,
las tasas tributarias disminuyeron durante los últimos años del siglo. Por esta razón, atribuir a las
reformas administrativas un mayor recaudo tributario, implica suponer principalmente una mayor
eficacia en el cobro y una reducción de la evasión. Aunque sin duda en los últimos años del siglo tuvo
lugar una reducción de ciertas formas de evasión, no existen indicios claros de que esto haya sido
general, y mientras no se realicen estudios muy detenidos sobre la administración española durante
el XVIII, el peso de la evidencia parece llevarnos a aceptar que los mayores ingresos en cuentas como
el quinto, la alcabala y el diezmo corresponden efectivamente a una actividad económica y a una
producción más elevadas. Con todo, no debe dejarse de advertir que buena parte del aumento en los
ingresos del fisco en el virreinato durante la segunda mitad del siglo se debió a la implantación de los
monopolios del Estado, en especial el tabaco y el aguardiente. Mientras no baya estudios
monográficos sobre estos estancos resulta difícil evaluar la parte del aumento del producto que pueda
atribuirse a aumentos reales en la producción, para satisfacer una demanda creciente impulsada por
aumentos de ingresos generados en el sector minero y los sectores comerciales y agrícolas ligados a
aquél, o a prácticas monopolísticas en productos con una demanda muy poco elástica.

ESTADO:

En la historiografía colombiana se afirma que sólo a finales del siglo XVIII, en el Virreinato, se
produjeron considerables reformas económicas y políticas que aumentaron la productividad en
algunas de sus provincias. El común denominador en esta interpretación es que casi todo el siglo se
caracterizó por la pobreza, la decadencia, el abandono y el olvido. Fue eso precisamente lo que
trataron de remediar los funcionarios que pusieron en marcha el reformismo borbónico. Resultaría
difícil creer en la veracidad de los informes lastimeros propios del siglo XVIII. El “orden colonial”
difería considerablemente del “sistema” que trató de imponerse durante este siglo. El “orden”
cotidiano tenía reglas distintas, y también aprovechaba lo que le convenía de los intereses
modernizadores. Oro se sacaba, y en abundancia. Los registros de fundición no son la fuente más
confiable para explorar la productividad aurífera del virreinato, pues caminos fragosos y ásperas
montañas, servían como rutas para la distribución del oro, que además era el mecanismo de pago de
mercaderías de la más diversa clase. El oro en polvo se fugaba del control que pretendía ejercer la
monarquía, pues con frecuencia no se registraba el metal producido. Además, en el Nuevo Reino de
Granada no se utilizaba la moneda, como en otros lugares de América. Es decir, nunca podremos
saber con certeza cuanto oro se produjo en el Virreinato. Sin embargo, diversos indicios, presentes
en la documentación, permiten establecer ciclos de productividad y bonanza, al tiempo que momentos
de crisis y baja producción. Titulaciones de minas, oleadas de poblamiento y colonización hacia zonas
auríferas, preocupación de las autoridades por el aumento de mineros y mazamorreros en centros
urbanos donde se extraía oro, e intentos de control social, entre otras, son huellas presentes en los
documentos, y que aluden a la recuperación económica de las tierras de oro. El sistema de intercambio
era complejo y trascendía las fronteras, incluso virreinales. Incluía, desde el pequeño mazamorrero
que extraía oro y compraba los productos básicos para su supervivencia; pasando por el rescatante de
minas, que llevaba dichos artículos a los minerales, y los vendía a precios elevados; el comerciante
provincial que surtía a estos tratantes, y recibía el oro rescatado; el comerciante exportador que sacaba
ese oro e introducía más mercaderías del extranjero; y el mercado internacional, que aprovechaba el
mineral extraído en el primer momento. Durante el siglo XVIII se desarrolló, en los territorios
hispánicos, un interés por fomentar la minería de plata y de oro. El Nuevo Reino de Granada no fue
la excepción; factores diversos intervinieron de manera simultánea en dicho fomento. Tanto virreyes,
como gobernadores, funcionarios de la Real Hacienda, visitadores, o mineros, mostraron una
preocupación por buscar alternativas de desarrollo minero que hicieran posible la explotación de
recursos, en apariencia inagotables. Pero, en dichos intentos de fomento se ocultan asuntos muy
profundos. El cambio de Casa Monárquica en la Corona Española, de Austrias a Borbones, trajo
consigo una serie de transformaciones en la manera de entender el gobierno en los dominios de la
monarquía. Dichas transformaciones pretendieron llevarse a cabo a través de una serie de medidas
administrativas y gubernativas que pretendieron ser aplicadas para reencauzar, redirigir y controlar al
orden colonial, fuertemente instalado y guarnecido en el tiempo y el espacio. Eran Medidas trazadas
en procura de obtener mayores beneficios de los territorios americanos para la metrópoli y sus gentes.
La segunda mitad del siglo XVIII fue el periodo en el que se sintió con más fuerza el interés de
transformación y cambio que pretendía “someter al orden colonial (a juicio de los ministros del rey
en Madrid excesivamente autónomo y fuera de control) a las directrices emanadas de la
administración metropolitana, redefiniendo los viejos reinos de Indias como “territorios de Ultramar”,
empleando parámetros más modernos de gobierno, intentando aplicar medidas eficaces a fin de
percibir y extraer mayores y más regulares beneficios económicos y políticos para la monarquía
española; debiendo ser considerado el mundo americano como un espacio netamente colonial en su
condición de “dominios de Su Majestad en Ultramar.” Las tierras de América fueron pensadas ahora
como “colonias”, no como “reinos”, y por tal razón deberían ser productivas.6 En provincias ricas en
oro, como Antioquia, la preocupación por el fomento a la minería fue evidente. Funcionarios reales,
vecinos prestantes y experimentados mineros propusieron posibles estrategias para que el esplendor,
la opulencia y la riqueza regresaran al territorio. Eran verdaderos proyectos de desarrollo aurífero.
Cabe aclarar que la mayoría de ellos no se llevaron a cabo y se quedaron en el “planteamiento”. Esa
fue la historia de un fracaso. En el fomento a la minería aurífera de provincias como Antioquia, a lo
largo del siglo XVIII, intervinieron distintos factores que, en diversas “escalas” o “esferas”, pueden
percibirse en la documentación de la época. Una “esfera” virreinal, que plasmó los intereses de la
monarquía en relación con la productividad americana y el impulso a diversas actividades
económicas, entre 6 Marchena, Juan y Garavaglia, Juan Carlos, Historia de América Latina. De los
orígenes a 1805, Barcelona, Editorial Crítica, 2005, Tomo II, p. 32. ellas la minería. Si bien muchos
de estos proyectos no tuvieron una materialización efectiva, sí plantearon serios intereses por reactivar
la explotación aurífera; la traída de gentes capacitadas en el laboreo de minas, la difusión y
apropiación de conocimientos entre los mineros del Nuevo Reino de Granada, la elaboración de
regulaciones prácticas a la minería, su fomento, e incentivar el poblamiento en los territorios ricos en
oro, son tan sólo algunos de los elementos que muestran el impulso dado desde la Corona a la minería
del oro. En esos proyectos también puede percibirse una “esfera” gubernamental, de carácter más
provincial. Gobernadores y funcionarios de la Provincia que intentaron poner en marcha, por diversos
medios, medidas conducentes a la reactivación minera en Antioquia. Una tercera “esfera”, tal vez la
más difícil de registrar en la documentación, es la que podríamos llamar la de los mineros y
mazamorreros antioqueños. De una u otra manera, durante el siglo XVIII, también se observan
intentos por parte de estos mineros locales por fomentar la minería; construcción de máquinas,
sugerencias para el laboreo de minas, descripción de nuevas técnicas, colaboración con los
funcionarios de turno para regular las explotaciones y un dinámico proceso de ocupación del espacio,
entre otros, fueron los frentes de trabajo de estas gentes durante gran parte del siglo XVIII y los
primeros años del siglo XIX.

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