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Apologética: Creación vs.

Evolución

¿Indica el ADN Humano y Chimpancé una Relación


Evolutiva?
Por Bert Thompson, Ph.D.

INTRODUCCIÓN

La colisión ocurrió sin advertencia. Antes del impacto, los pensamientos se enfocaban
en los planes para la cena. Sin embargo, las imágenes del pollo frito y del puré de
papas ahora han sido reemplazadas por una sirena aguda y luces estroboscopias que
se reflejan en las señales de la calle y las ventanas de las tiendas. Aproximándose al
herido a seis minutos de distancia, los médicos de emergencia calculan la situación.
Existen daños internos extensos, y varios órganos comienzan a desconectarse. La
prognosis no es nada prometedora—a menos que se pueda transplantar un riñón y
un hígado saludable en menos de 12 horas. Una llamada es hecha al Registro
Nacional de Donantes de Órganos, y la gravedad de la situación es transmitida a
varios funcionarios de donantes. Dentro de algunas horas, una ambulancia aérea
calificada entrega los órganos en una nevera roja Igloo™. Mientras que el
anestesiólogo comienza las preparaciones necesarias para la cirugía, el paciente se
da cuenta que el cirujano está inspeccionando los órganos donados. Mientras se va
quedando dormido, las últimas palabras que el paciente oye son las del cirujano que
dice: “Pues, supongo que los órganos de un chimpancé funcionarán; después de
todo, compartimos el 98% del mismo material genético”.

Aunque muchos evolucionistas proclaman que el ADN humano es el 98% idéntico al


ADN del chimpancé, pocos aceptarían recibir un transplante utilizando los órganos
del chimpancé. De hecho, algunos doctores americanos trataron de usar órganos de
chimpancé durante la década de 1960, pero en cada caso los órganos fueron
totalmente inadecuados. La afirmación de que existe 98% de semejanza entre los
chimpancés y los humanos no es solamente falsa y engañosa, sino también
científicamente incorrecta.

En 1962, Francis Harry Compton Crick y James Dewey Watson recibieron el Premio
Nobel en fisiología o medicina por su descubrimiento concerniente a la estructura
molecular del ADN. Sólo nueve años antes, en 1953, estos dos científicos habían
propuesto la estructura helicoidal doble del ADN—el material genético responsable
por la vida. Demostrando el arreglo molecular de cuatro ácidos nucleótidos bases
(adenina, guanina, citosina, y timidina—usualmente designados como A,G,C, y T) y
cómo se combinan, Watson y Crick abrieron las puertas para determinar la
composición genética de los humanos y animales. El campo de la biología molecular

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llegó a ser reforzado con científicos que querían comparar las proteínas y los ácidos
nucleicos de una especie con los de otra. Solamente trece años después que Watson
y Crick recibieran su famoso Premio Nobel, fue hecha la declaración “que el
polipéptido humano promedio es idéntico por más del 99 por ciento a su homólogo
chimpancé” (King y Wilson, 1975, pp. 114-115). Sin embargo, esta similitud genética
en las proteínas y los ácidos nucleicos dejaban una gran paradoja—si nuestro
material genético es tan similar, ¿por qué no nos parecemos o comportamos como
los chimpancés? King y Wilson reconocieron la legitimidad de este dilema cuando
remarcaron: “La similitud molecular entre los chimpancés y los humanos es
extraordinaria porque en anatomía y vida ellos difieren mucho más que otras
especies relacionadas” (p. 113). Sin embargo, los resultados fueron exactamente lo
que los evolucionistas estaban buscando, y así, la afirmación ha resonado en los
corredores de la ciencia por décadas como la evidencia de que los humanos
evolucionaron de un antepasado como-simio.

Un año después de la ceremonia del Nobel de Watson y Crick, el químico Emile


Zuckerkandl observó que la secuencia de proteína de la hemoglobina en humanos y
en el gorila era diferente sólo en 1 por cada 287 aminoácidos. Zuckerkandl anotó:
“Desde el punto de vista de la estructura de la hemoglobina, parece que el simio solo
es un humano anormal, o el hombre es un simio anormal, y las dos especies
realmente forman una populación continua” (1963, p. 247). La evidencia molecular
y genética solamente fortaleció la fundación evolutiva para aquellos que testificaban
de nuestro presunto antepasado primitivo. El profesor de fisiología, Jared Diamond,
incluso tituló a uno de sus libros The Third Chimpanzee (El Tercer Chimpancé), y allí
consideró a la especie humana solamente como otro mamífero grande. De toda
perspectiva, pareciera que los evolucionistas habían ganado la batalla—los humanos
eran más del 98% idénticos a los chimpancés. Sin embargo, después de pasar su
vida buscando la evidencia de la evolución en las estructuras moleculares, el
bioquímico, Christian Schwabe estuvo forzado a admitir:

La evolución molecular es casi aceptada como el método superior de la paleontología


por el descubrimiento de las relaciones evolutivas. Como un evolucionista molecular,
yo debo estar entusiasmado. En cambio parece desconcertante que existen muchas
excepciones de la progresión ordenada de especies como determinada por las
homologías moleculares; de hecho, tantas son que pienso que la excepción, las
peculiaridades, llevan el mensaje más importante (1986, p. 280, énfasis añadido).

En el 2003, el estudio completo del genoma humano es programado para ser


publicado. Antes que este proyecto enorme fuese creado, los científicos calculaban
que los humanos poseían 90,000 a 100,000 genes (un gen es una sección del ADN
que es una unidad básica de la herencia, mientras que el genoma constituye la
composición genética total de un organismo). Con la información preliminar del
proyecto genómico ahora disponible, los científicos creen que la cifra actual de los

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genes es acerca de 70,000 (Shouse, 2002, 295:1447). Parece que aproximadamente
sólo el 1.5% del genoma humano consiste de genes, los cuales codifican para las
proteínas. Estos genes están agrupados en regiones pequeñas que contienen
cantidades considerables de ADN “no-codificador” (frecuentemente llamado ADN
“basura”) entre los grupos. La función de estas regiones no-codificadoras está justo
ahora siendo determinada. Estos descubrimientos indican que incluso si todos los
genes humanos fueran diferentes a los de un chimpancé, el ADN todavía podría ser
98.5 por ciento similar si el ADN “basura” de los humanos y chimpancés fuera
idéntico.

Jonathan Marks, (antropólogo de la Universidad de North Carolina en Charlotte) ha


llamado la atención al problema que a menudo es pasado por alto en esta línea de
pensamiento de “semejanza”.

Ya que el ADN es una serie lineal de estas cuatro bases—A,G,C, y T—solamente


existen cuatro posibilidades en cualquier punto específico en una secuencia de ADN.
Las leyes de la casualidad nos dicen que dos secuencias al azar de especies que no
tengan una ascendencia común coincidirán en uno de cada cuatro puntos. Entonces
incluso dos secuencias de ADN no relacionadas serán 25 por ciento idénticas, no 0
por ciento idénticas (2000, p. B-7).

Por consiguiente un humano y cualquier forma de vida terrestre basada en ADN


deben ser por lo menos 25% idénticos. Entonces, ¿sería correcto afirmar que los
narcisos son “un-cuarto humanos”? La idea de que una flor sea un-cuarto humana
no es profunda ni informativa; ¡es extravagantemente ridícula! No existe casi nada
de comparación biológica que pudiera ser conducida para hacer a los narcisos
humanos—excepto quizás el ADN. Marks continuó admitiendo:

Además, la comparación genética es engañosa porque ignora las diferencias


cualitativas entre genomas... Por eso, incluso entre familiares tan cercanos como los
humanos y los chimpancés, descubrimos que se calcula que el genoma del chimpancé
es aproximadamente 10 por ciento más grande que el humano; que un cromosoma
humano contiene una fusión de dos cromosomas pequeños del chimpancé; y que los
extremos de cada cromosoma chimpancé contienen una secuencia de ADN que no
está presente en los humanos (B-7, énfasis añadido).

Lo cierto es que, si consideramos la cantidad absoluta del material genético cuando


comparamos a los primates con los humanos, la diferencia de 1-2% en el ADN
representa aproximadamente 80 millones de nucleótidos diferentes (comparados a
los 3-4 billones de nucleótidos que forman el genoma humano entero). Para hacer a
este número más comprensible, considere el hecho de que si los evolucionistas
tuvieran que pagarle un centavo por cada nucleótido en ese 1-2% de diferencia entre

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el humano y el chimpancé, usted saldría con $800,000 en sus manos. Considerando
estas proporciones, el 1-2% no parece tan pequeño, ¿verdad?

CÁLCULO DE CROMOSOMAS

Tendría sentido que, si los humanos y los chimpancés fueran genéticamente


idénticos, entonces también la manera en que almacenan ADN fuera similar. Pero no
es. El ADN, el cianotipo fundamental de la vida, está compactado apretadamente
dentro de los cromosomas. Todas las células que poseen un núcleo contienen un
número específico de cromosomas. El sentido común pareciera requerir que los
organismos que comparten un antepasado común posean el mismo número de
cromosomas. Sin embargo, los números de cromosomas en los organismos vivientes
varían desde 308 en la mora negra (Morus nigra) hasta seis en animales como el
mosquito (Culex pipiens) o el gusano nematodo (Caenorhabditis elegans) [vid.
Sinnot, et. al. 1958]. Adicionalmente, parece que la complejidad no afecta el número
de cromosomas. El radiolario (un protozoo simple) tiene más de 800, aunque los
humanos poseen 46. Los chimpancés, por otro lado, tienen 48 cromosomas. Una
comparación estricta de los números de cromosomas indicaría que estamos más
íntimamente relacionados al muntjac chino (un ciervo pequeño encontrado en las
regiones montañosas de Taiwán), que también tiene 46 cromosomas.

El obstáculo de la diferencia de números de cromosomas puede parecer trivial, pero


debemos recordar que los cromosomas contienen genes, los cuales están
compuestos de los espirales de ADN. Si el cianotipo de ADN encerrado dentro de los
cromosomas codifica solamente 46 cromosomas, entonces, ¿cómo puede la
evolución explicar la pérdida de dos cromosomas enteros? La tarea del cromosoma
es reproducirse continuamente. Si inferimos que este cambio en el número de
cromosomas ocurrió a través de la evolución, entonces estamos aseverando que el
ADN encerrado en el número original de cromosomas no hizo su tarea correctamente
o eficientemente. Considerando que cada cromosoma lleva un número de genes, el
perder cromosomas no tiene sentido fisiológicamente, y probablemente resultaría
mortal para la nueva especie. Ningún biólogo respetable sugeriría que por sacar uno
o más cromosomas, una nueva especie probablemente sería producida. El remover
incluso un cromosoma removería potencialmente los códigos de ADN para millones
de factores vitales del cuerpo. Eldon Gardner lo resumió como sigue: “Sin embargo,
el número de cromosomas es probablemente más constante que ninguna otra
característica morfológica que está disponible para la identificación de especies”
(1968, p. 211). En otras palabras, los humanos siempre han tenido 46 cromosomas,
mientras que los chimpancés siempre han

tenido 48.

LAS DIFERENCIAS GENÓMICAS REALES

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Una de las ruinas de los estudios moleculares genéticos previos ha sido el límite en
el cual los chimpancés y los humanos pudieran ser comparados exactamente. Los
científicos a menudo usarían solamente 30 o 40 proteínas conocidas o secuencias de
ácido nucleico, y de esas luego extrapolarían sus resultados para el genoma entero.
Sin embargo, hoy en día nosotros tenemos la mayoría de las secuencias del genoma
humano, de las cuales prácticamente todas han sido hechas públicas. Esto permite a
los científicos comparar cada par de base nucleótido entre los humanos y los
primates—algo que no era posible antes del proyecto del genoma humano. En enero
del 2002, fue publicado un estudio en el cual los científicos habían construido y
analizado el mapa comparativo genómico de una primera generación chimpancé
humana. Este estudio comparó las alineaciones de 77,461 secuencias finales de los
cromosomas bacteriales artificiales (CBA) del chimpancé con las secuencias
genómicas humanas. Fujiyama y colegas “detectaron posiciones candidatas, que
incluían dos grupos en el cromosoma humano 21, que sugieren regiones grandes y
no al azar de diferencias entre los dos genomas” (2002, 295:131). En otras palabras,
la comparación reveló algunas diferencias “grandes” entre los genomas del
chimpancé y del humano.

Asombrosamente, los autores descubrieron que solamente el 48.6% del genoma


humano entero coincidía con las secuencias nucleótidas del chimpancé. [Solamente
el 4.8% del cromosoma humano “Y” pudiera corresponder a las secuencias del
chimpancé.] Este estudio comparó las alineaciones de 77,461 secuencias del
chimpancé con las secuencias genómicas humanas obtenidas de una base pública de
datos. De éstas, 36,940 secuencias finales fueron incapaces de ser trazadas en el
genoma humano (Fujiama, 2002, 295:131). Se especuló que casi 15,000 de aquellas
secuencias que no coincidían a las secuencias humanas, “correspondían a las
regiones humanas sin secuencia o eran de las regiones del chimpancé que han
divergido substancialmente de los humanos o que no correspondían por otras
razones desconocidas” (295:132). Aunque los autores denotaron que la calidad y
utilidad del mapa debe “mejorar cada vez más mientras que la terminación de la
secuencia del genoma humano avanza” (295:134), los datos ya sostienen lo que los
creacionistas han dicho por muchos años—la cifra del 98-99% que representa
similitud de ADN es extremadamente engañosa.

En un estudio diferente, Barbulescu y colegas también descubrieron otra diferencia


significante en los genomas de los primates y humanos. En su artículo “A HERV-K
Provirus in Chimpanzees, Bonobos, and Gorillas, but not Humans” (“Un Provirus
HERV-K en Chimpancés, Bonobos, y Gorilas, pero no en Humanos”), los autores
también escribieron: “Estas observaciones proveen evidencia muy fuerte que, por
alguna fracción del genoma, los chimpancés, bonobos, y gorilas están más
cercanamente relacionados el uno al otro que lo que están relacionados a los
humanos” (2001, 11:779, énfasis añadido). La información de estos resultados está
directamente en contra de lo que los evolucionistas han afirmado por décadas—que

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los chimpancés son genéticamente más cercanos a los humanos que a los gorilas.
Otro estudio que utilizó lo que los científicos llaman un “análisis de diferencia
figurativa” (ADF) inter-especie entre humanos y gorilas reveló secuencias de ADN
específicas de gorilas (Toder, et. al., 2001)—o, en otras palabras, los gorilas poseen
secuencias de ADN que no se encuentra en los humanos. Los autores del estudio
sugirieron que las secuencias encontradas en los gorilas pero no en los humanos
“pueden representar una secuencia antigua que se perdió en otras especies, tales
como el hombre y el orangután, o, más probablemente, representen secuencias
recientes que evolucionaron o se originaron específicamente en el genoma del
gorila” (9:431).

Las diferencias entre los chimpancés y los humanos no están limitadas a las
variaciones genómicas. En 1998, una diferencia estructural entre la superficie de la
célula humana y la del simio fue detectada. Después de estudiar tejidos y muestras
de sangre de simios grandes, y de 60 humanos de varios grupos étnicos, Muchmore
y colegas descubrieron que a las células humanas le faltan una forma particular del
ácido siálico (un tipo de azúcar) que se encuentra en todos los otros mamíferos
(1998, 107[2]:187). Esta molécula del ácido siálico se encuentra en la superficie de
cada célula en el cuerpo, y se piensa que realiza múltiples tareas celulares. Esta
diferencia que parece minúscula puede tener efectos de gran alcance, y puede
explicar por qué los cirujanos no podían transplantar órganos de chimpancé a los
humanos durante la década de 1960. Con esto en mente, nadie debería declarar sin
meditar, “los chimpancés son casi idénticos a nosotros”, simplemente a causa de una
coincidencia genética.

CONCLUSIÓN

La homología (o similitud) no prueba la ascendencia común. El genoma completo del


pequeño nematodo (Caenorhabditis elegans) también ha sido puesto en secuencia
como un estudio tangencial al proyecto del genoma humano. De los 5,000 genes
humanos más conocidos, el 75% ha combinado en el gusano (vid. “A Tiny Worm
Challenges Evolution”). ¿Significa esto que somos 75% idénticos al gusano
nematodo? El hecho de que las criaturas vivientes compartan algunos genes con los
humanos no significa que exista una ascendencia lineal. El biólogo John Randall
admitió esto cuando escribió:

Los libros antiguos de texto de la evolución enfatizan la idea de la homología,


señalando las semejanzas obvias entre los esqueletos de miembros de animales
diferentes. Por ende el diseño del miembro “pentadáctilo” [cinco huesos—BH/BT] es
encontrado en el brazo del hombre, el ala del ave, y la aleta de la ballena—y esto es
considerado para indicar su origen común. Si estas varias estructuras fueran
transmitidas por el mismo par de genes variados de vez en cuando por las
mutaciones y cambiados por la selección ambiental, la teoría tendría un buen

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sentido. Desafortunadamente, este no es el caso. Ahora se sabe que los órganos
homólogos son producidos por complejos de genes totalmente diferentes en
especies diferentes. El concepto de la homología en términos de genes similares que
han sido pasados de una ascendencia común ha fracasado... (traducido de una cita
en Fix, 1984, p. 189).

No obstante, los libros de texto y los maestros todavía proclaman que los humanos
y los chimpancés son 98% idénticos genéticamente. La evidencia demuestra
claramente las vastas diferencias moleculares—diferencias que pueden ser
atribuidas al hecho de que los humanos, a diferencia de los animales, fueron creados
a la imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26,27; vid. Lyons y Thompson, 2002a,
2002b). Elaine Morgan comentó acerca de esta diferencia.

Considerando la relación íntima genética que ha sido establecida por la comparación


de las propiedades bioquímicas de las proteínas de la sangre, la estructura de la
proteína, y el ADN y las respuestas inmunológicas, las diferencias entre un hombre y
un chimpancé son más asombrosas que las semejanzas. Estas incluyen diferencias
estructurales en el esqueleto, los músculos, la piel, y el cerebro; diferencias en la
postura asociada con un método singular de la locomoción; diferencias en la
organización social; y finalmente la adquisición del habla y de la manipulación, junto
con el crecimiento dramático de la capacidad intelectual que ha guiado a los
científicos a nombrar a su propia especie Homo sapiens sapiens—hombre sabio
sabio. Durante el periodo que estos remarcables cambios evolutivos estaban
tomando lugar, otras especies como-simios íntimamente relacionados cambiaban
muy lentamente, y con resultados mucho menos remarcables. Es difícil resistir la
conclusión de que algo tenía que haber pasado a los antepasados del Homo sapiens
que no pasó a los antepasados de los gorilas y chimpancés (1989, pp. 17-18, énfasis
añadido).

Ese “algo” realmente es “Alguien”—el Creador.

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