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En los siguientes minutos voy a realizar una pequeña exposición de una de las variaciones del
problema teoría-praxis en la sociedad capitalista partiendo de la crítica al marxismo tradicional de
Robert Kurz, máximo representante de la llamada Wertabspaltungskritik o crítica de la escisión del
valor. Expondré las líneas fundamentales de su crítica, y ulteriormente, buscaremos en los
elementos de ésta la posibilidad de rastrear el problema teoría-praxis en otras perspectivas críticas
más actuales, posibilitando un trabajo conjunto.
refleja ante los hombres el carácter social de su propio trabajo como caracteres objetivos inherentes a los
productos del trabajo, como propiedades naturales de dichas cosas, y, por ende [...] la relación social que media
entre los productores y el trabajo global, como una relación social entre los objetos, existente al margen de los
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productores (MEW 23:88 [Marx 1974/1890], subrayado nuestro)
Con el capitalismo estamos ante un tipo de dinámica productivo-social que transforma las
relaciones económicas (de producción y distribución) en relaciones que han de ser llevadas a cabo
necesariamente por medio de productores privados y que, además, son relaciones que, siendo de
carácter social, relaciones entre hombres y mujeres, van a tomar la forma de relaciones entre
objetos, se encuentran cosificadas. Éste es el núcleo fundamental de la praxis socio-económica del
sistema de producción capitalista: relaciones de producción privadas con carácter reificado, y por
tanto, aparentemente de carácter inocente.
Puede decirse que el marxismo tradicional, dicho de manera muy general, centra su
intervención teórica en los problemas que el sistema de producción capitalista causa con respecto a
la explotación de la fuerza de trabajo y la apropiación de la plusvalía por parte del burgués. La
relación entre ambos (fuerza de trabajo/burgués capitalista) se comprende, además, dentro de un
esquema antagónico que constituye el modo de ser de la historia; conformando, así, una ontología
que da lugar a una imagen de la historia como una eterna «lucha entre clases», como una «lucha de
los arriba contra los de abajo». Ante esta situación, propone como solución la expropiación de los
medios de producción, que, en manos fiables, daría lugar a la justa distribución (y redistribución) de
los recursos producidos, llegando así al Paraíso del «cada cual según sus capacidades, a cada cual
según sus necesidades», pudiendo, en última instancia, superar el capitalismo.
Pero, ¿qué implica este tipo de discurso? Según Kurz (Kurz 1995, 2000 2003, 2005), en tanto
estamos problematizando cuestiones de carácter inmanente a las propias relaciones de producción
existentes, nos movemos dentro de los conceptos burgueses de «trabajo», «riqueza» y «progreso»:
esto significa que, de facto, los ontologizamos, preséntandolos como nociones sin historia. Dicho de
otro modo, y en términos propios del marxismo tradicional: con la crítica de la escisión del valor se
trata de poner de manifiesto no la necesidad de señalar la plusvalía que un pérfido capitalista
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(ataviado con sombrero de copa y bastón) se habría «apropiado», robándoselo a un humilde y
heroico obrero (sudoroso y manchado del hollín de cualquier chimenea), sino, antes bien, de señalar
lo que el propio concepto de «trabajo» esconde: no es un concepto ahistórico y ontológico de
carácter inocente, sino ínsitamente ligado al modo de producción capitalista –con todo lo que ello
conlleva– y cuya genésis histórica sólo tiene lugar con el propio capitalismo.
Si bien la emergencia de las luchas inmanentes a las categorías capitalistas han de entenderse en su
contexto histórico (que no es otro que el de la imposición misma del sistema capitalista en la
sociedad occidental) y no podemos negar los beneficios y éxitos a que estas luchas han llevado (ha
mejorado, sin duda las condiciones de vida de las poblaciones occidental-europeas), no podemos
dejar de notar sus consecuencias: en primer lugar, la imposibilidad fáctica de la superación del
capitalismo (como cierto socialismo pretendería). Nótese bien: si la solución es la expropiación de
los medios de producción, nos estamos moviendo meramente en la esfera de distribución del
capital, no estamos cuestionando el capitalismo al completo, que incluye también, como sabemos,
la esfera de producción (hay que buscar, por lo tanto, «otra manera de producir»). Una progresiva
superación del mismo, como habría pretendido cierto socialismo, no es posible.
En segundo lugar, perdemos de vista la historicidad no sólo de las propias categorías de la economía
política, sino también de los distintos agentes y actores sociales que aparecen en ellos. No
sorprenderá a nadie decir que la antigua lucha de clases representada por el obrero fabril está hoy
desaparecida, y la apelación a la «clase trabajadora» parece poco efectiva. Esto ha de entenderse en
el contexto del desarrollo de las fuerzas productivas a la que ha dado lugar la revolución
microelectrónica, que hace obsoleto «el trabajo de nuestras manos», y con ello, la antigua y sencilla
contradicción entre «capital» y «trabajo», dejando paso a un capitalismo financiero autorreferencial,
que busca sólo ya jugar con los movimientos de un capital transnacionalizado. Las poblaciones, por
su parte, cada vez más precarizadas, parecen haber perdido toda capacidad de agencia sobre sus
condiciones laborales y las formas políticas que determinan su día a día, en tanto éstas parecen
determinadas ex ante por instancias supranacionales. Esto se puede leer como consecuencia del
desarrollo contradictorio ínsito a las categorías capitalistas, pero no, desde luego, a través de un tipo
de intervención teórica que, como la del marxismo tradicional, nos ancla de antemano a aquello de
lo que pretendemos liberarnos, esto es, las categorías mismas que legitiman la dinámica socio-
productiva del capitalismo. Se podría pensar que estoy jugando con conceptos de un tipo de
discurso que ya hoy no tiene vigencia alguna. Esta crítica tiene su parte de razón y me dedicaré a
ello en unos segundos, pero en cualquier caso puede decirse que los discursos de raíz althusseariana
o los discursos que, à la Negri y Hardt, apelarían a una multitud capaz de enfrentarse al "Imperio"
no habrían salido de esta lógica3, en tanto o bien hipostasian la esfera de la circulación al estatuto de
una estructura que produciría «posiciones automáticas»4 (en el caso de Althusser) o bien, con
3 «Was das wert-unkritische, sich kategorial bloß innerhalb des warenproduzierenden Systems bewegende Denken der
Linken schon immer verfehlt hat, ist das Verhältnis von objektivierten Fetischformen des Kapitals und handelnden
gesellschaftlichen Subjekten. Die Dialektik dieses Verhältnisses wurde entweder in einen kruden Objektivismus
aufgelöst oder in eine ebenso krude Anrufung diverser sozialer Subjekte. Einerseits beschwor man positiv die
ehernen «Gesetzmäßigkeiten» der Ökonomie schlechthin, die noch als angebliche «ökonomische Gesetze des
Sozialismus» verlängert werden sollten, und glaubte als Vollstrecker «objektiver Tendenzen» die Macht der
Geschichte im Rücken zu haben. Andererseits sollte genau diese steinere Objektivität stets in ein subjektives
soziales «Wollen» aufgelöst werden. Das ist das Dilemma des bürgerlichen Aufklärungsdenkens überhaupt, das
seinen proklamierten «freien Willen» stets durch dessen eigene gesellschaftliche Form desavouiert sieht». (Kurz
2000)
4 Althusser, apoyando en la teoría estructuralista (Kurz: 2007), realiza una lectura de Marx que lo aleja de las pasadas
concepciones de raigambre humanista, explicando el capitalismo como «un proceso sin sujeto». A pesar de que tal
formulación nos podría recordar al «sujeto automático» de Marx, hemos de comprender que en él se pierde toda
especificidad histórica del modo de producción capitalista -lo que es, hablando de Marx, sin duda, demasiado- en
tanto habla de éste como un «movimiento eterno». Eso, unido al hecho de que, como es sabido (reconocemos que lo
decimos con cierta acritud) recomendara saltarse los primeros capítulos de El capital (que incluyen toda la
problemática del caracter fetichista de la matriz de praxis social del capitalismo) nos hacen tener que rechazar, desde
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conceptos de «trabajo inmaterial» con tan poco contenido crítico y teórico que da lugar a una visión
del capitalismo reducido a relaciones de poder cuya transformación se basaría en meras lógicas
voluntaristas.
Puestas así las cosas, la aproximación que quiera ser consecuentemente crítica con el capitalismo
(Kurz 2000) sólo puede convertirse en una crítica categorial radical: las formas elementales de la
socialización capitalista han de ponerse en el centro, y los agentes sociales ya no pueden apelar a
ninguna clase social determinada por una posición dentro del sistema capitalista -evocando, por
ejemplo, el concepto de «clase obrera»- sino que sólo se pueden definir, de manera concreta, «ante
lo que quieren impedir: la destrucción de la reproducción social a través de la falsa objetividad de
las formas coactivas capitalistas»5 Así, pues, y en resumen, comprender el capitalismo como un
sistema civilizatorio anclado en la praxis social fetichista capitalista, es constatar la urgente
necesidad de abolir la vigencia de los conceptos que la conforman: ha de abogarse, por tanto, por la
abolición del trabajo, por la abolición de la riqueza, por la abolición del mercado, siempre
entendiendo que dichos conceptos, como ya hemos dicho, no son en absoluto inocentes y
ahistóricos, sino que están ligados ex ante a la matriz de praxis social de la Modernidad capitalista6.
Si bien el pathos radical de Kurz podría servir para animarnos en un día gris, es claro que una
crítica que apela únicamente a las categorías de la crítica de la economía política como intervención
teórica fundamental, aunque correcta en su aproximación, resulta bastante insatisfactoria 7. En
primer lugar, porque pudiéndose medir tan sólo con aquellas intervenciones teóricas críticas que
hacen uso explícito de la economía política, hemos de dirigirnos a discutir bien corrientes del
marxismo hace tiempo abandonadas; o bien discursos de carácter interno a la propia teoría marxista
especializada, lo que deja de lado, a mi juicio, los textos que con mayor potencia están analizando el
presente, tienen en lugar lo que se está haciendo: la relación teoría/praxis, en Kurz, está de
antemano bastante sesgada por su crítica categorial. De este modo, si bien posee una lectura muy
poderosa de Marx, queda algo aprisionado por los límites de la negación radical de las categorías de
la economía política, sin conseguir apelar a las principales voces críticas actuales, lo que es
especialmente grave dada la actual situación político-económica que estamos viviendo.
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Pero que Kurz no lo haya hecho no quiere decir que su teoría no deje espacio para hacerlo. Veamos
para ello algunas posibilidades de trabajo conjunto8.
Pues bien, si tenemos que nombrar, en un concepto, el carácter de nuestra situación política actual,
diríamos sin duda —pero con un concepto altamente equívoco— que vivimos bajo políticas
neoliberales, que nuestro presente es neoliberal y que es el neoliberalismo lo que hay que analizar
para comprenderlo. Una de las aproximaciones que, a mi juicio, con mayor éxito están realizando
esta tarea —y bajo cuyo paraguas podemos comprender los análisis de, entre otros, Wendy Brown,
Thomas Lemke, o, más tangencialmente, Jamie Peck— son aquellas que lo estudian como una
forma de «racionalidad política», concepto que tiene su origen en los Cursos que Michel Foucault
dedicara a las nociones de gubernamentalidad y neoliberalismo en los últimos años de la década de
los 70. Especialmente importante es, para nuestros propósitos, atender al concepto de
«gubernamentalidad». Ésta, de manera sencilla, puede definirse como una cierta perspectiva
analítica de las formas estatales y la soberanía, que conlleva una interrelación novedosa en el
triángulo conceptual foucaultiano sujeto-saber-poder. Además, hemos de tener en cuenta que dicha
forma de poder es inseparable tanto del nacimiento de la disciplina de la economía política y de
conceptos como «población» o «público», lo que conlleva que no podemos entender esta forma de
poder como una mera variación con respecto a las antiguas lógicas del soberano. Aquí, el
gobernante va a tener que hacerse cargo de un aparato estatal, de un territorio, de las riquezas
adscritas al mismo y de la población que lo habita. En otras palabras: la economía ha comenzado a
jugar un papel muy relevante.
Pues bien, ¿qué implica la aproximación teórica de la racionalidad política, y cómo se define?
Según Lemke (Lemke 2012), «racionalidad política» implica en Foucault una forma específica de
representación del poder gubernamental: el gobierno define un campo discursivo en el que el
ejercicio del poder se «racionaliza», demarcando un espacio político-epistemológico en el que los
problemas hacen su aparición, emergen de un determinado modo. Esto hace, además, que el
gobierno incluya formas específicas de intervención, por lo que, en último término, el mencionado
espacio político-epistemológico no tiene un carácter neutral, sino que se encuentra ya constituido de
en cierto modo. Así, toda forma de gobierno se convierte para Foucault en una forma de
racionalidad política, que
no es un saber puro y neutral, que la realidad que se ha de gobernar «representa», sino que presenta [ darstellen]
ya en sí misma una elaboración intelectual de la realidad, a la que luego se pueden asignar tecnologías políticas.
Bajo éstas han de comprenderse aparatos, comportamientos, instituciones [...] que han de permitir gobernar los
objetos y sujetos correspondientes a una racionalidad política. (Lemke, 2000: 32-33)
Si pasamos del plano metateórico a uno más práctico, podemos leer en Wendy Brown (Brown 2005,
2006, 2015) una descripción del neoliberalismo anclada en el marco conceptual de la racionalidad
política. Así, el núcleo diferencial del neoliberalismo reposa en «extender y diseminar los valores
del mercado a todas las instituciones y la acción social, incluso cuando el mercado permanece como
un actor distinto» (Brown 2005: 40). En el neoliberalismo el mercado no conforma una esfera
autónoma, y la aproximación al mismo es de carácter constructivista. Además, el neoliberalismo
considera a las esferas de lo social y lo político como determinadas por los asuntos del mercado y
organizadas según su racionalidad, esto es, la económica. En tercer lugar, la racionalidad política
del neoliberalismo produce criterios de gobernanza —palabra que reúne en sí tres dimensiones del
poder: la dirección de empresas, de Estados y el propio mundo (Laval & Dardot, 2013: 278-291)—
en el mismo sentido: es decir, crea criterios de productividad y eficiencia, de modo que el lenguaje
empleado en la política, y el ejercicio de la misma, adquieren cada vez más un significado
económico. Este hecho tiene consecuencias especialmente dramáticas, porque con este
8 Lo que resta de ponencia es una reelaboración de algunas partes de un manuscrito de la autora titulado
«Prolegómenos a una teoría economía alternativa. El neoliberalismo como racionalidad política» que se encuentra
ahora mismo en proceso de evaluación para su publicación.
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desplazamiento se invisibilizan, fácticamente, ciertos ejes fundamentales para el desarrollo de una
política verdaderamente democrática: aquellos que tienen que ver con las condiciones materiales de
acceso a los recursos (a los que se añaden, entre otros, los privilegios de género, raza, etc.). El
enfoque neoliberal, en resumen, provoca importantes transformaciones en la práctica política
surgida a partir de la antigua constelación liberal: mitiga el peso del bien común dentro del conjunto
de valores de que se dota una democracia, fomenta la desacralización de la ley (Brown, 2006: 695)
—entendida instrumentalmente dentro de un espacio táctico— y provoca, en última instancia, la
conformación de una masa cada vez mayor de ciudadanos marginalizados, sobre los cuales sólo
cabe aplicar el poder punitivo.
Pues bien, puestas así las cosas, reflexiones por un instante qué conclusión de conjunto podemos
sacar de la noción de «racionalidad política», su materialización en el neoliberalismo y la postura de
Robert Kurz. Si tenemos en cuenta que el concepto de racionalidad política nos proporciona una
concepción del ejercicio del gobierno —palabra que, recordemos, incluye tanto las esferas
económica y política— entendido como un saber que demarca un espacio no neutral que, como tal
espacio recortado, exige intervenciones específicas al mismo (unas válidas, otras no), y, al tiempo,
teniendo en cuenta la importancia de las lógicas del mercado en nuestro presente neoliberal, creo
que se puede actualizar el pensamiento kurzeano extendiendo el concepto de racionalidad política
más allá del neoliberalismo, utilizándolo, también, para estudiar el concepto de «capitalismo»
(pasando, el neoliberalismo per se, a ser su actual estadio histórico de desarrollo). El capitalismo
también se puede entender como efecto de una determinada racionalidad política: aquella que,
haciendo uso del saber de la economía política legitima y posibilita simultáneamente la recurrencia
de la dinámica productivo-social capitalista: la que favorece la universalización de la propiedad
privada en régimen exclusivo y excluyente, legitimación que tendrá, necesariamente, la forma de la
intervención política.
¿Cuántos beneficios teóricos obtenemos con esto? Dos. Uno para la teoría de Kurz y otro para las
teorías de la racionalidad política contemporánea. En primer lugar, Kurz, gracias a la noción de
racionalidad política, puede salir de la gris lógica de los conceptos de la sola economía política y
nosotros, como lectores críticos, podemos aprovechar su crítica categorial radical (que incluye,
como hemos explicado, una noción dinámica del desarrollo del capitalismo) en el marco de un
análisis mucho más rico que atiende a las modificaciones en el espacio político, jurídico, social,
etc., abriéndolo a una relación teoría/praxis que no esté de entrada cerrada a discutir las formas
polítícas inmanentes al capitalismo. En segundo lugar, y para las teorías contemporáneas de estudio
del neoliberalismo, gracias a la perspectiva radical kurzeana, evitamos ver el neoliberalismo como
un proyecto político que se habría conformado ex novo, entiéndiendolo en el contexto del propio
desarrollo de la dinámica de producción capitalista, y además (por ciertas implicaciones de la teoría
kurzeana en las que no podemos entrar aquí) verlo, más específicamente, como el estadio de su
definitiva crisis, esto es, ver al neoliberalismo como expresión política del límite interno (y final) de
la dinámica capitalista.
Dada la actual situación política y social, parece pertinente dar voz a teorías que apunten
directamente a los cimientos de lo que siempre habíamos considerado como natural en el status
quo, a pesar de que éstas nos puedan parecer algo tremendas, brutales, en primera instancia.
Trabajo del crítico, no obstante, es pensar con ellas nuestro presente. Esto, como hemos visto,
implica siempre ciertas modificaciones. También, y esto es una tarea por hacer, desarrollar la crítica
específica de las formas políticas, sociales, jurídicas, etc., que nos determinan. Hoy sólo hemos
ganado una manera de mirar, lo que en ningún caso es algo baladí. Continuemos.
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