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"¿Sabéis de qué va todo esto? De montar un buen show".

Si hay algo notable en el origen del


movimiento ecologista moderno, y más concretamente del sello Greenpeace, es su afán por
causar impacto en los medios. Es de los primeros conceptos que asumieron y de las primeras
ideas que calan al ver Cómo cambiar el mundo, un documental que narra el origen de esta
organización y que a pesar del título no es un relato edulcorado.

"Salvar ballenas no es una historia, un grupo de gente jugándose la vida para salvar una
ballena sí es una historia"

"Bob [Hunter, primer líder de Greenpeace] se dio cuenta de que había que crear una buena
historia que tuviera impacto en millones de personas en todo el mundo", cuenta uno de los
muchos —¿todos?— activistas originales que participan en el filme sobre el movimiento,
surgido en 1971 en Vancouver (Canadá) al intentar interrumpir en barco un ensayo nuclear de
cinco megatones que tendría lugar en Alaska por orden de Nixon.

El primer fracaso fue el primer éxito: no lograron ni acercarse, pero serían recibidos como
héroes en su regreso. Y además ya tenían nombre: en las reuniones, uno de los miembros
siempre terminaba con un peace (paz en inglés), hasta que otro compañero respondió: "Let's
make it a green peace" (que sea una paz verde). Había un sentimiento latiendo en la sociedad
de la época que reclamaba un movimiento ecologista al mismo nivel que el de los derechos
civiles o el de las mujeres, como muestra esta película que funcionó muy bien en Sundance y
que llega a las salas de España de la mano de El documental del mesy que también podrá
disfrutarse en Filmin.

Bob Hunter, arriba a la izquierda,


y Patrick Moore, a su lado, en una de las primeras campañas de la organización.

El gurú del movimiento es periodista y sabe lo que necesita: sus compañeros explican la
percepción de sentirse actores de una película cuyo guión ya está escrito previamente por
Hunter: "Salvar ballenas no es una historia, un grupo de gente jugándose la vida para salvar
una ballena sí es una historia". Así, interponiendo su lancha entre arponeros y cetáceos,
lograron una de las imágenes más impactantes de la historia del ecologismo, que abrió los
informativos en todo el mundo, que provocó una moratoria internacional en la caza de
ballenas y una sensibilidad hacia ellas que todavía hoy se conserva: "Pon tu cuerpo donde
tengas la boca", decían. Todavía hoy, su forma de jugársela al cabalgar las olas sobre las
zodiacs les sirve para evidenciar situaciones vergonzantes.

En las situaciones que enfrentan en el documental contaban con el idealismo y también la


razón de su parte, pero muchas veces la historia que se quiere construir no encaja (como le
gustaría al activista) con el dato riguroso. La ciencia generalmente no se deja domesticar, no es
fotogénica, y las conclusiones de los científicos no permiten contar una historia redonda, sin
esos matices que arruinan un mensaje claro, impactante o conmovedor. Es una desgracia
habitual, y supone la frustración diaria de los periodistas científicos, que viven —vivimos— de
crear historias a partir de resultados científicos. Greenpeace está lejos de ser la mejor fuente
para los datos científicos, pero a pesar de errores garrafalessiguen siendo de los mejores a la
hora de colocar mensajes en la agenda de los medios y los políticos.

"El eslabón más débil éramos nosotros, la amenaza de que nuestros egos se interpusieran en
nuestras metas"

En el germen de Greenpeace chocaron el paradigma del activista, Paul Watson, que fundó Sea
Shepherd para poder seguir repartiendo estopa en los mares, con el científico que pretendía
racionalizar la gestión de la organización, Patrick Moore, que paradójicamente se ha
convertido en el menos científico al abrazar la negación del cambio climático. "El eslabón más
débil éramos nosotros, la amenaza de que nuestros egos se interpusieran en nuestras metas",
resume Hunter en uno de sus textos, que funcionan de hilo conductor del documental que ha
dirigido Jerry Rothwell.

Un activista rodeado por crías de


foca despellejadas.

Frente a la anterior afirmación, esta otra: "Un pequeño grupo de individuos puede crear un
gran impacto y puede hacerlo sin apenas recursos". Como casi siempre en los movimientos
sociales, coinciden los protagonistas del filme, son las personas y sus límites las que permiten
logros asombrosos y descarrilamientos épicos. En aquel grupo germinal (casi todos hombres)
no es difícil dibujar personajes prototípicos: el activista puro, el político, el idealista, el
comunicador, el académico reconvertido, el estratega... Personalidades que se podrían
identificar en la historia reciente de Greenpeace España, por acercar el relato, con el liderazgo
de personas como Juantxo López de Uralde, detenido en 2009 por irrumpir en la cena de gala
de la cumbre del clima de Copenhague y hoy diputado; Miren Gutiérrez, periodista que apenas
duró diez meses al frente de la organización tras discrepancias con la junta; o el que fuera
eurodiputado José María Mendiluce, que quería politizar su actividad y poner el foco en lo
humano.

"Me da asco comprobar que una revolución no puede ir más allá que su propia gente",
lamenta Hunter, "tenemos que salvar el mundo a través de nuestro ejemplo moral, pero nos
pasamos el día tirándonos los trastos a la cabeza y con choques de egos que convierten la
resistencia en un psicodrama". Y mientras surgen las dudas sobre la verdadera esencia de esta
organización, vemos la sangre de las ballenas tiñendo el mar, la sangre de las crías de foca
tiñendo el hielo, esa sangre que con la que también tiñeron los telediarios, con la que
impresionaron al mundo por primera vez y que todavía hoy impresiona. "El fin no era la
organización sino la revolución cultural", recuerda Watson.

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