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Tras un corto período de gobierno del conde de Aranda, Carlos IV nombró ministro a Manuel
Godoy en 1792 (figura clave durante el reinado de Carlos IV). Recién nombrado duque de
Alcudia debía su éxito a ser más que probablemente amante de la reina Maria Luisa de Parma.
Pese a ganarse la animadversión de amplios sectores de la corte demostró tener cierto talento
político y una capacidad de trabajo considerable.
La ejecución de Luis XVI en enero de 1793 provocó la ruptura de la tradicional alianza con
Francia. España se unió a la Primera coalición y participó en la denominada Guerra de los
Pirineos (1793-1795). Pese al buen comienzo el resultado fue desastroso y España tuvo que
firmar la Paz de Basilea (perdiendo Santo Domingo y una serie de acuerdos comerciales
favorables a Francia). Pese al desprestigio milita Godoy fue recompensado con el título de
Príncipe de la Paz.
En agosto de 1796 se selló el Primer Tratado de San Ildefonso renovándose así la vieja alianza
de los pactos de familia. La guerra contra Inglaterra estalla en octubre y España es derrotada
en la batalla naval de Cabo de San Vicente, se pierde la isla de Trinidad y fundamental fue el
colapso del comercio con América. Negociada la paz por separado Godoy es destituido en
marzo de 1798, pero tras el golpe de Estado de Napoleón – 18 de brumario de 1799), se firma
el Segundo tratado de San Ildefonso en 1800 y al año siguiente Godoy es llamado para dirigir el
ejército contra Portugal.
En mayo de 1803 estalla una nueva guerra contra Inglaterra El intento de Napoleón de invadir
Inglaterra terminó en la catástrofe naval de la armada franco-española, comandada por
Villenueve, frente al almirante Nelson en Trafalgar en octubre de 1805. Napoleón tuvo que
establecer el Bloqueo Continental contra Inglaterra en 1806 al que se sumaría Rusia por el
acuerdo de Tilsit de 1807.
Godoy firmara con Napoleón el Tratado de Fontainebleau en octubre 1807. Por este acuerdo
se autorizaba la entrada de tropas francesas en España con el propósito de invadir Portugal.
Pocos días después el mariscal Junot entraba en Lisboa.
A esas alturas la figura de Godoy era crecientemente criticada en los medios influyentes del
país. La derrota naval de Trafalgar que había desbaratado el poder marítimo español y la crisis
económica concretada en el enorme déficit del Estado y en la drástica disminución del
comercio con América avivaron la oposición de la nobleza, y del clero, asustado ante la tímida
propuesta de desamortización de bienes eclesiásticos.
Entre noviembre de 1807 y febrero de 1808 entraron en España otros cuatro cuerpos de
Ejército que desplazaron a las guarniciones españolas de Burgos, Salamanca, Pamplona, San
Sebastián y Barcelona. El 20 de febrero se puso al frente de las tropas francesas en España a
Murat, cuñado del Emperador y Gran Duque de Berg.
Godoy intentó convencer al rey para huir a Gibraltar e invertir las alianzas, pero en la noche
del 17 al 18 de marzo estalló un motín popular organizado por la facción de la Corte partidaria
del Fernando VII. El Motín de Aranjuez precipitó la caída de Godoy y Carlos IV abdica en su
hijo, Fernando VII.
Con las tropas francesas del general Murat en Madrid, Napoleón envió al general Savary para
convocar a su presencia a Carlos IV, Godoy y Fernando VII en Bayona. El rey Fernando dejó una
Junta de Gobierno con la orden expresa de contentar a Murat en todo. Su llegada a Bayona fue
el 20 de abril.
En Bayona tendrán lugar unas negociaciones vergonzosas, donde Napoleón pudo comprobar la
mediocridad de sus interlocutores que llegaron a insultarse entre sí. Los sucesos del 2 de mayo
en Madrid se tomaron como un motín popular contra el Antiguo Régimen y ante las presiones
del Emperador ambos reyes le entregaron la Corona el 7 de mayo. Tan sólo se incluían dos
condiciones: la unidad de los dominios y conservar la exclusividad de la religión católica. A
cambio Carlos recibía varios castillos en Francia y una pensión considerable, por su parte
Fernando quedaba como huésped de Tayllerand, ministro de Asuntos Exteriores francés, en el
castillo de Valençay. El Emperador tras no convencer a su hermano Luis, rey de Holanda
otorgaba la Corona española a José, su hermano mayor y entonces rey de Nápoles. Su
hermana pequeña Paulina y su esposo Murat eran nombrados reyes de Nápoles en su lugar.
El hermano de Napoleón, que venía de ser rey de Nápoles, ofreció a los españoles un
programa reformista, dotándola de una nueva ley fundamental: la Constitución de Bayona de
1808. Fue la primera constitución española (en realidad era una carta otorgada), aunque no
tuvo vigencia por la guerra. Era una constitución autoritaria, no era liberal, pero suponía un
gran avance sobre el Antiguo Régimen:
No establecía la separación de poderes.
El estado era confesional.
Establece unas Cortes con elección indirecta (se vota a los electores), carácter
estamental (se elegían representantes por estamentos, por lo tanto, votos por
estamentos).
Declaración de derechos.
Reformas liberales.
El levantamiento del 2 de mayo se produce cuando las tropas francesas intentan sacar de
palacio a los últimos Borbones el Infante Francisco de Paula (hijo menor de Carlos IV) y a la
reina de Etruria (Mª Luisa de Borbón). La sublevación se extendió rápidamente por toda la
capital por parte de vecinos y las clases más populares. Destaca la actuación de los capitanes
Daoiz y Velarde y del teniente Ruiz en la defensa del Parque de artillería de Monteleón. Murat
tuvo que recurrir a 30.000 de sus tropas para dominar la situación. Una vez controlada la villa
las tropas francesas se dedicaron a una feroz represión, fusilamientos del Cuartel de la
Montaña de Príncipe Pío.
Las primeras autoridades en declarar la guerra al invasor fueron los alcaldes de Móstoles
Andrés Torrejón y Simón Hernández. Mientras la Junta presidida por el secretario de Guerra
O´Farril quedaba a merced de Murat. A finales del mes de mayo toda España se encuentra en
armas ante la invasión francesa.
Por un lado el surgimiento de guerrillas, como las de El Empecinado, el cura Merino o Espoz y
Mina. Pequeñas partidas de unas pocas decenas de hombres que perturbaban las
comunicaciones, suministros y refuerzos franceses. Reglamentadas por las Cortes en 1810
llegaron a convertirse en auténticas divisiones regulares del Ejército español como el caso de la
División Navarra de Espoz y Mina que participo en 1814 en el asedio de Toulouse.
Por otro lado el fenómeno de los asedios, como las ciudades de Zaragoza o Gerona donde las
tropas imperiales malgastaron tiempo, hombre y recursos para el control de las mismas. En
ningún otro lugar de Europa se vieron ciudades rodeadas y dispuestas de defenderse del
invasor hasta sus últimas fuerzas.
Como consecuencia de estas derrotas y la de Junot en Lisboa José I tenía que abandonar la
capital donde se establecía en el palacio de Aranjuez una Junta Suprema Central. Las tropas
francesas quedaban dominando una pequeña parte de la zona del País Vasco.
Napoleón en
persona al frente del
Grand Armee cruzó
la frontera el 4 de
noviembre de 1808.
El días 10 sus tropas
saqueaban Burgos y
casi a la par
derrotaba a Blake
en Espinosa de los
Monteros y a
Castaños en Tudela.
El 30 de noviembre
se producía el golpe
de mano de 150 lanceros polacos en el puerto de Somosierra y el 4 de diciembre tras su
rendición Napoleón dormía en Madrid.
En enero continuaba la campaña contra las tropas del británico Moore quien moría en la
batalla La Coruña donde las tropas inglesas reembarcaron con destino a Lisboa. El 21 de
febrero Zaragoza se rendía. Formada una nueva coalición antifrancesa en Europa el Emperador
abandonaba precipitadamente la Península confiando el fin de las operaciones a su hermano
José y sobre todo a sus mariscales, en especial Soult.
En 1809 dos intentos por reconquistar la capital fracasaron. En primer lugar en julio sir Arthur
Wellesley, futuro duque de Wellington, fue rechazado en Talavera. Posteriormente en
noviembre Soult derrotaba a Castaños en Ocaña. Tras estas dos victorias y con el refuerzo de
40.000 hombres Soult pasaba a la ofensiva quedando los británicos cercados en las
proximidades de Lisboa y los españoles en Cádiz. Prácticamente la Península estaba en manos
francesas.
A partir de aquí comienza el declive francés. En marzo de 1811 tras la derrota ante la línea
Torres Vedras los franceses abandonan Portugal. Además hay que contar con el desgaste
sufrido ante Cádiz y sobre todo con la campaña de 1812 en Rusia, que había abandonado el
Bloqueo Continental. En marzo de 1812 Wellington ocupaba Badajoz, poco después Napoleón
retiraba a 50.000 hombres para enviarlos a Rusia. En junio los británicos ocupaban Salamanca,
un mes después tenía lugar la batalla de los Arapiles quedando abierto el camino de la capital.
Aún así José regresaba a la misma en noviembre.
Pero el desastre en Rusia obligo al Emperador a retirar otros 100.000 hombres, dejando el
mismo número de soldados franceses frente a casi 200.000 de las tropas españolas, británicas
y portuguesas. En mayo de 1813 comenzaba la ofensiva final. EL 21 de junio los franceses eran
derrotados en la batalla de Vitoria y tras las derrotas de San Sebastián y San Marcial las tropas
invasoras volvían a cruzar los Pirineos.
Al año siguiente eran los aliados los que asediaban la ciudad de Toulouse antes de firmar el
armisticio.
1.1.5. Consecuencias
El final de la guerra dejó un país arrasado. Se calcula que hubo cerca de medio millón de
muertos sobre una población de poca más de diez millones. Además habría que contabilizar
los muertos por epidemias, enfermedades y la gran hambruna que asoló el país en 1812. A
estos hay que sumar los mutilados y heridos de guerra. Debemos indicar que el exilio de cerca
de 15.000 afrancesados supuso la pérdida de una élite difícilmente sustituible.
Las pérdidas materiales también fueron cuantiosas, tras los asedios numerosas ciudades
estaban completamente arrasadas, como Zaragoza, Gerona o San Sebastián. En otras como
Salamanca o León la ocupación francesa había causado la destrucción de importantísimos
edificios y monumentos artísticos, además del expolio de numerosas obras de arte.
Las consecuencias económicas fueron notables. La incipiente industrialización de finales de
siglo en el textil catalán se perdió por el robo de maquinaria o destrucción de las fábricas. Las
comunicaciones con el mercado colonial habían desaparecido desde 1797. Sin embargo,
fueron los campesinos los que soportaron el peso principal de la guerra; alistamientos masivos,
requisas de alimentos y animales, destrucción de las cosechas y abandono de los campos
dejaron un país agotado.
La guerra además arruinó definitivamente a la Hacienda española, al tener que pagar a dos
administraciones distintas. Mientras los ingresos cayeron en picado los gastos aumentaron a
un ritmo asombroso.
La administración francesa en España estuvo marcada por el vacío de poder tras los sucesos de
mayo de 1808. Su control de la península fue esporádico y cambiante, según los vaivenes de la
guerra, afectó principalmente a las dos Castillas, zonas de principal presencia francesa. En el
resto del territorio el poder de los generales franceses fue mayor que la del propio rey. A esta
dificultad se sumaron dos más, por un lado el rechazo de la población a su gobierno y la
continua sugerencia de Napoleón en las decisiones de su hermano.
José I hizo meritorios intentos de ganarse a los españoles. En Bayona se convocó a un grupo de
próceres del Antiguo Régimen, nobles, eclesiásticos y funcionarios, para que debatiesen una
Carta Otorgada. De los 150 convocados asistieron 91, los cuales aprobaron la llamada
Constitución de Bayona. Se buscaba la reforma del sistema absolutista. Los Gobiernos de José I
estuvieron compuestos mayoritariamente por notables del Antiguo Régimen pero ni su poder
ni la aplicación del Estatuto de Bayona apenas pudo ponerse en práctica.
Sin embargo, Los primeros decretos dados en enero de 1809 llevaron la firma del mismo
Emperador. Fueron ocho decretos dictados desde Burgos sin consultar con su hermano. Entre
ellos destacan la disolución del Consejo de Castilla, la supresión del Tribunal de la Inquisición,
la reducción a un tercio de los conventos existentes, la abolición de la jurisdicción señorial y la
eliminación de las barreras de las aduanas interiores.
Posteriormente el rey José adoptó las siguientes medidas: la exclaustración total de los clérigos
regulares, la expropiación de sus bienes y de parte de los Grandes de España, la reorganización
de la administración (sustitución de las secretarías por Ministros) y la venta de las tierras
expropiadas para amortizar la deuda.
Las continuas injerencias de Napoleón llevaron a José a pensar en abdicar varias veces, por
ejemplo cuando se decidió que las provincial al Norte del Ebro se convirtiesen en Gobiernos
militares dependientes del emperador, además de la anexión de Cataluña en 1812. La huida a
Valencia con su Corte tras la derrota de los Arapiles acabó por hundir lo que quedaba de su
Gobierno. En noviembre de 1813 se firmaba el acuerdo de Valençay por el que se devolvía la
corona a Fernando VII.
Durante el mes de mayo los españoles crearon sus propias instituciones de Gobierno,
asumiendo la soberanía nacional y rompiendo con el entramado administrativo del Antiguo
Régimen. En algunos casos fueron las propias autoridades locales las que se hicieron con el
poder, pero en algunos lugares fue la propia población la que nombró comités para resistir a
los franceses.
Surgieron así por toda España Juntas Locales que en pocas semanas creaban Juntas
Provinciales que decían gobernar en nombre de Fernando VII. La población eligió para
formarlas a personajes de prestigio, en muchos casos de las clases dirigentes del Antiguo
Régimen, aristócratas, clérigos, intendentes, regidores, generales, pero también, y esta era la
novedad, a burgueses e intelectuales. Destacan personajes como Floridablanca, Jovellanos,
Palafox o Blake. Tras la victoria en Bailén y la recuperación de la capital se decidió la creación
de una Junta Suprema Central.
Estaba compuesta por personajes que representaban todas las tendencias, ilustrados como el
conde de Floridablanca que fue elegido su presidente, moderados como Jovellanos o liberales
progresistas como Calvo de Rozas. Rápidamente tomaron una serie de medidas encaminadas a
organizar la resistencia armada y otras si cabe más importantes dirigidas a la reorganización
política. Todos los miembros de la Junta eran conscientes de la necesidad de reformar el
Antiguo Régimen y para ello tomaron el acuerdo de convocar Cortes.
Se formó una Comisión de Cortes que empezó a debatir el carácter de las elecciones y el
número de cámaras. Mientras tanto se realizaba una encuesta nacional para conocer la
opinión del país sobre qué cambios debían hacerse. Finalmente se decidió la convocatoria de
dos cámaras elegidas mediante sufragio universal de los varones mayores de 25 años. En
enero de 1810 se dictaron las instrucciones para proceder a la elección de la Cámara baja, y
pocos días después la Junta, dividida y aislada en Cádiz, decidió autodisolverse y entregó el
Gobierno a un Consejo de Regencia. Este continuó con la convocatoria, pero las dificultades de
la guerra hicieron que sólo se pudiese reunir una cámara. Los diputados que lograron llegar a
Cádiz asistieron a la solemne apertura de las Cortes el 24 de septiembre de 1810.
La mayoría de los diputados procedían de las capas medias urbanas: funcionarios, abogados,
comerciantes y profesionales. También un centenar de eclesiásticos y unos cincuenta
miembros de la aristocracia. En general las opiniones liberales eran claramente mayoritarias.
En cada debate, en cada cuestión, los diputados se alineaban con una u otra postura, en
función de sus propios criterios y sin formar grupos o partidos definidos, pero las tendencias
reformistas fueron siempre mayoritarias, con mucho público aplaudiendo y abucheando a los
oradores presionaba siempre a favor de las reformas. Además casi todos los suplentes eran de
tendencia liberal.
El ambiente revolucionario y patriótico de Cádiz, la ciudad más cosmopolita del país y símbolo
de la resistencia, permitió que el ideario liberal pudiera concretarse en la Constitución de
1812. Los liberales creían en la felicidad, el progreso material y la libertad individual. Defendían
la aspiración a la riqueza y la propiedad privada, individual y libre. Consideraban necesario que
existiesen unas reglas que garantizasen dichas libertades, las leyes del mercado y la libre
concurrencia de la oferta y la demanda. Los liberales postulan un régimen político libre,
parlamentario, en oposición al absolutismo monárquico. Los liberales defendían el derecho de
los más ricos (capacidades) a intervenir en la vida política.
3. El poder legislativo reside en “las Cortes con el Rey”. El Rey puede promulgar,
sancionar y vetar las leyes, esto último a través del veto suspensivo por dos veces
como máximo en un periodo de tres años.
4. El poder ejecutivo reside en el Rey que nombra libremente a sus Secretarios, quienes
responden en teoría ante las Cortes, pero no pueden ser cesados por estas. No hay
control parlamentario del gobierno. Los Secretarios deben ser españoles y no pueden
ser a la vez diputados. Sin embargo, la Constitución incluía un largo artículo, el 172, en
el que se recogían hasta doce limitaciones expresas (“No puede el Rey…”) a la
autoridad real. Entre ellas, la de no poder suspender o disolver las Cortes, abdicar o
abandonar el país sin permiso de ellas, llevar una política exterior no supervisada por
la Cámara, contraer matrimonio sin su permiso o imponer tributros.
8. La representación nacional reside en las Corte, que son unicamerales y elegidas por
sufragio universal indirecto de los varones mayores de 25 años. Los diputados deberán
ser españoles y serán elegibles quienes tributen a la Hacienda una determinada
cantidad (elegibilidad censitaria). Las Cortes se reunen automáticamente durante un
mínimo de tres meses al año, a partir del 1 de marzo, tienen un mandato de dos años y
los diputados gozan de inviolabilidad en el ejercicio de su cargo.
La Constitución tuvo tres periodos de vigencia: marzo de 1812-marzo 1814, enero 1820-
noviembre 1823 y agosto 1836-junio 1837.
1.2.5. Obra legislativa
Además de la Constitución los diputados de Cádiz llevaron adelante una importante legislación
ordinaria:
Fernando VII el 4 de mayo dictó en Valencia un Real Decreto por el que suprimía las Cortes,
declaraba nula toda su actuación y abolía la Constitución y toda la legislación realizada por la
Cámara. Paralelamente el general Eguía era enviado a Madrid con orden de tomar la sede de
las Cortes y proceder a detener a regentes, ministros y diputados. El 10 de mayo entraba el
Rey en Madrid entre el clamor popular. Se trató de un auténtico golpe de Estado.
Las primeras medidas del Rey se encaminaron a satisfacer las reclamaciones de quienes
apoyaron el golpe. El decreto del 4 de mayo eliminó la soberanía nacional. También quedaron
derogadas la Constitución de Cádiz y la legislación ordinaria “como si no hubiese pasado jamás
tales actos y se quitasen de en medio del tiempo”, así se anularon las medidas
desamortizadoras, los inicios de reforma fiscal o la libertad de imprenta. Se restituyeron los
privilegios de la nobleza y de la Iglesia. Se restablecía el Tribunal de la Inquisición y la Mesta, y
se permitía incluso el retorno de la Compañía de Jesús.
Se procedió a la detención y juicio tanto de los afrancesados como de los liberales, acusados
de traición y conspiración contra el Rey. Como los tribunales no pudieron concretar las
acusaciones, no establecidas como delito en la legislación del Antiguo Régimen, fue el propio
Monarca el que tuvo que dictar sentencia, normalmente de destierro y confiscación de
propiedades para los ministros, consejeros, militares y funcionarios que habían colaborado con
la administración de José I. Y prisión o destierro y confiscación de bienes, para 51 diputados,
ministros o regentes liberales encarcelados de los cerca de 100 que habían sido procesados.
Otros muchos habían conseguido huir. Mientras que en 1818 Fernando VII atenuó las medidas
contra los afrancesados y restituyó sus propiedades a los familiares, la persecución contra los
liberales se mantuvo hasta 1820. De todas formas el Rey tan solo excluyó de las medidas
represoras a aquellos funcionarios que habían jurado fidelidad al nuevo monarca para
mantener sus empleos, como fue el caso de Francisco de Goya.
El descontento no se limitó al campo y se extendió también entre los grupos sociales urbanos a
causa de la represión política, el hundimiento económico, la pérdida del comercio, pero sobre
todo debido al aumento del paro.
Pero el principal problema de los débiles Gobiernos fernandinos fue la quiebra financiera del
Estado. Los ingresos medios eran de 650 millones de reales anuales, mientras que los gastos
en el mismo periodo de tiempo eran de 850, más la amortización de una deuda que ascendía a
12.000 millones. Todos los ministros fracasaron en el intento de recuperar a la Hacienda de tal
situación.
Una institución especialmente sensible fue el Ejército, el retraso en el pago de las soldadas, las
malas condiciones de vida, en los cuarteles y sobre todo el envío de tropas a América.
Pasaron dos meses entre el pronunciamiento y el triunfo del liberalismo. El movimiento triunfó
gracias al apoyo de otras guarniciones y sobre todo a la irritación campesina. Finalmente
Fernando VII tuvo que jurar la Constitución de Cádiz el 7 de marzo.
Una segunda fuente de inestabilidad la constituyó la actitud reaccionaria del Rey. Nombrando
ministros absolutistas, haciendo amplio uso del derecho de veto y sobre todo a la traición de
pedir secretamente una intervención extranjera a los miembros de la Santa Alianza.
La política religiosa estuvo marcada por el anticlericalismo y la defensa visceral del poder del
Estado. Se exigió a los clérigos el juramente de la Constitución y el estudio de la misma en las
escuelas, así como su explicación desde los púlpitos. Volvieron a suprimirse el Tribunal de la
Inquisición y la Compañía de Jesús. Pero la medida más importante fue la Ley de Supresión de
Monacales, que disolvía todos los conventos regulares, salvo los ocho de mayor valor histórico
y artístico, las órdenes pasaban a depender de los obispos, se prohibía aceptar nuevos novicios
y se desamortizaban sus bienes para amortizar la deuda. La consecuencia de toda esta
legislación fue el enfrentamiento con la Iglesia.
Otro aspecto de la legislación reformista fue la reorganización militar y policial. La Ley Orgánica
del Ejército establecía su subordinación al poder civil, una mejor instrucción, un sistema de
ascensos más ágil, una mejora en los sueldos y el principio de desobediencia a toda orden que
tendiera a atentar contra el orden constitucional. Se restablecía la Milicia Nacional. La Ley de
Orden Público establecía garantías para la defensa del nuevo orden Constitucional. La
consecuencia de todo ellos fue la legitimación de la participación del Ejército en la vida
política.
La reforma educativa se abordó a través del Reglamento General de Instrucción Pública, que
establecía la secularización de la enseñanza como principio, la centralización del sistema
educativo, su extensión gradual, su ordenación en tres niveles (primaria, secundaria y
primaria), y la regulación de la enseñanza privada. Prohibía los castigos corporales y la
educación mixta.
El golpe definitivo se produjo tras el Congreso de Verona de 1822, donde las potencias de la
Santa Alianza acordaron intervenir en la Península. Un ejército francés al mando del duque de
Angulema, los Cien Mil Hijos de San Luis, junto a 35.000 voluntarios realistas entraron en
España en abril de 1823, en octubre liberaban al Rey en Cádiz devolviéndole su poder
absoluto.
Ya desde la entrada de los franceses se formaron primero una Junta Provisional y, semanas
después, una Regencia. Las medidas tomadas, que serán luego ratificadas por Fernando VII,
tuvieron como doble objetivo, la vuelta al Antiguo Régimen y la represión indiscriminada de los
liberales. Entre esas medidas destaca, la restitución de los ayuntamientos de 1820, la
revocación de todos los nombramientos y ascensos civiles y militares producidos durante el
Trienio, la restauración del sistema fiscal tradicional, el restablecimiento del diezmo y la
disminución del subsidio que la Iglesia pagaba al Estado, la anulación de las desamortizaciones
y de la supresión de las órdenes monásticas y la restauración del régimen jurisdiccional.
Fernando VII en su decreto de 1 de octubre, ratificó todas estas medidas y declaró nula toda la
legislación del Trienio.
En el Ejército se organizaron Comisiones Militares, que procesaron a todos los oficiales que
desempeñaron papeles importantes durante el Trienio, de 1.094 casos se ejecutó a 132 de
ellos, incluido Rafael de Riego, y se envió a 435 a prisión. Las Juntas de Purificación fueron las
encargadas de depurar a todos los funcionarios, empleados públicos y profesores de tendencia
liberal. Su acción fue rigurosa, suspendiendo de sueldo a los sospechosos y emprendiendo una
auténtica caza de brujas, que condenó a muerte, a la cárcel y a la expropiación a miles de
personas que habían colaborado con los Gobiernos del Trienio. Muchos optaron por el exilio.
En cuanto a la Inquisición, fue sustituida por Juntas de Fe, que se encargaron de vigilar todas
las publicaciones y opiniones para evitar cualquier propaganda liberal.
Hasta 1825 la represión fue durísima. El ministro de Justicia desde 1824, Calomarde,
desempeñó un papel protagonista y la persecución política continuó hasta 1828 afectando a
cerca de 80.000 personas.
La vuelta al absolutismo no fue, sin embargo, idéntica a la de 1814. Se empezó por crear el
Consejo de Ministros en noviembre de 1823. Se emprendió una fuerte restricción de gastos y
se introdujo un presupuesto formal. Se mantuvo la definitiva abolición de la Inquisición, y en
conjunto, Fernando VII intentó mantenerse alejado de los absolutistas más radicales, contando
incluso con algunos ministros como Cea Bermúdez o López Ballesteros.
Todo ello, pese a no ser más que tibias reformas, provocó levantamientos realistas y generó la
reivindicación del trono para el hermano del Rey, el infante don Carlos. Los realistas
comenzaron a criticar la obra de gobierno del Rey. Poco a poco los realistas fueron
radicalizando sus posturas y comenzaron a apoyar a Carlos María Isidro que conspiraba
abiertamente por la Corona. Tras la aparición de un Manifiesto de los Realistas Puros en 1826
que apoyaba el relevo en el Trono en 1827 estalló una insurrección general en el Pirineo
catalán, la Guerra de los Agraviados. La gravedad de la situación hizo que el propio Rey a viajar
a Cataluña. Era el comienzo del carlismo.
Aún así continuaron produciéndose conspiraciones liberales, Espoz y Mina desde el Norte y la
del general Torrijos que será ejecutado en Málaga.
El final del reinado se vio marcado por la cuestión sucesoria. Fernando no tenía descendencia
pese a sus tres matrimonios previos, así que en 1829 se casó con su sobrina María Cristina de
Borbón, que a los pocos meses queda embarazada planteando el problema sucesorio. Los
absolutistas moderados aliados con los liberales y sectores de la aristocracia partidaria de las
reformas políticas y económicas apoyaron a la nueva reina, en quien veían la única posibilidad
de cambio. Por otro lado los absolutistas intransigentes se alineaban con don Carlos.
Fernando VII promulgaba el 29 de marzo de 1830 la Pragmática Sanción que eliminaba la Ley
Sálica y restablecía la línea sucesoria de las Partidas. Significaba poner en vigor una decisión
aprobada por las Cortes de 1789, lo que, si bien era legal desde el punto de vista jurídico, no
dejaba de ser una medida polémica. Protestada por los carlistas como un atentado contra los
derechos de infante don Carlos, se convirtió en un conflicto de primera magnitud cuando en
octubre nace la infanta Isabel, convertida en heredera.
En septiembre de 1832 se van a producir los sucesos de la Granja, cuando sucesivas intrigas
palaciegas, ante el lecho del Rey agonizante, consiguen que Fernando firme la supresión de la
Pragmática. Pero, sorprendentemente el Rey se restablece y vuelve a ponerla en vigor.
Inmediatamente destituye a los principales ministros carlistas, defenestrando a Calomarde y
sustituyéndole por Cea Bermúdez, al tiempo que la reina María Cristina es autorizada a presidir
el Consejo de Ministros. Rápidamente de decreta la reapertura de la Universidades, cerradas
desde 1830 por Calomarde, y se decreta una amnistía general, que libera a los presos políticos
y permite la vuelta de los exiliados. Los capitanes generales más intransigentes fueron
sustituidos por mandos fieles a Fernando VII y en abril Carlos abandona la Corte y se traslada a
Portugal.
Finalmente Fernando VII muere en septiembre de 1833, tras ella el Manifiesto de Abrantes
provocará una Guerra Civil que no terminará hasta 1840.
En los años previos a 1808 se fue difundiendo entre la élite criolla el ideal liberal, dándose los
primeros movimientos independentistas con Miranda “El precursor”, Mariano Moreno o
Simón Bolívar. Sin embargo, el cambio fundamental se produjo con la sublevación en España
en 1808 frente a la ocupación francesa, se puede afirmar categóricamente que sin este factor
la Independencia de las colonias españolas hubiese seguido un camino totalmente distinto. El
proceso puede resumirse en tres fases:
Primera fase: Al tenerse noticias de los sucesos de mayo en las principales ciudades
americanas se fueron creando Juntas similares a las españolas, en nombre de Fernando VII que
depusieron a las autoridades españolas que se mostraban afrancesadas. No hubo, pues,
inicialmente, un movimiento independentista. No será hasta 1809 cuando, a raíz de la
formación de la Junta Central, cuando determinadas juntas americanas comenzaron a no
reconocer dicho poder. En 1810 llegaron las noticias de la campaña de Andalucía y el asedio de
Cádiz, así como de la incapacidad de la Regencia. Entre marzo y septiembre de 1810 se fueron
formando juntas revolucionarias en Caracas, Buenos Aires, Santa Fe de Bogotá y Santiago de
Chile.
En general fueron las propias divisiones internas de los líderes criollos los que en esta primera
fase dieron al traste con el proceso revolucionario. Las autoridades fueron recuperando el
control paulatinamente a partir de 1813, haciéndose con el control de Bogotá, Caracas y
Santiago, destacando la labor del virrey Abascal. Los líderes independentistas terminaron en
prisión (Miranda, Nariño) o en el exilio (O´Higgings o Bolívar) El envío de un ejército de 10.000
hombres, al mando de Morillo, en febrero de 1814, fue decisivo para el restablecimiento del
control peninsular en el Norte.
En Méjico Miguel Hidalgo, párroco de Dolores, fue quien en septiembre de 1810 dirigió la
sublevación contra el nuevo virrey enviado por la Regencia. Mediante el Grito de Dolores
solicitaba, el fin de la esclavitud, eliminación de tributos, abolición del régimen de castas,
reparto de tierras, y fin de los monopolios mineros. Tal programa hizo que los criollos
asustados recurriesen a los españoles para defender su posición de privilegio. Hidalgo fue
detenido y ejecutado, al igual que su sucesor, el cura Morelos en 1815. Sin embargo, antes de
ello convocó un congreso nacional en Anahuac que declaró la independencia.
Segunda fase: A partir de 1816 la restauración del absolutismo en España reavivó las ansias de
independencia. El Gobierno español se veía incapaz de enviar las fuerzas que se reclamaban
desde América, a causa de la quiebra financiera del Estado. En el Sur la escisión de la zona
oriental bajo el liderazgo de Artigas (futuro Uruguay) no impidió que en el Congreso de
Tucumán se proclamase la independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, futura
Argentina, en 1816, bajo la figura de San Martín.
Por su parte Simón Bolívar reanudó las operaciones en Venezuela en 1816. La política
represiva del virrey Morillo hizo que se incorporaran al movimiento independentista los
indígenas. Tras la conquista de Angostura un congreso reunido allí proclamó la independencia
de la República de la Gran Colombia, en enero de 1819, proclamando a Bolívar “el libertador”
como presidente. En agosto derrotaría a los realistas en la batalla de Boyacá.
En 1814 un ejército al mando de Abascal recuperaba Chile. Sin embargo, en 1817 un ejército
de refuerzo argentino dirigido por San Martín, atravesó los Andes y empezó la reconquista. La
victoria en Carabobo permitió la toma de Santiago. En febrero de 1818 se aprobó el Acta de
Independencia de Chile y Bernardo O´Higgings se convirtió en su primer presidente.
Tercera fase: Se produce a partir de 1820. Los dos grandes líderes militares San Martín desde
el Sur y Bolívar desde el Norte
convergieron sobre el virreinato
del Perú, principal foco realista. Las
tropas del nuevo virrey La Serna se
encontraban divididas entre
liberales y absolutistas. En julio de
1821 las tropas independentistas
entraban en Lima y en abril de
1822 Bolívar entraba en Quito. En
agosto de 1824 Bolívar recuperaba
de nuevo Lima y se producía la
decisiva batalla de Ayacucho donde
el general Sucre derrotaba al virrey
La Serna.
En Méjico la proclamación de la
Constitución de Cádiz y las medidas
revolucionarias impuestas desde
España asustaron a los hacendados
y la Iglesia. Cuando el general
Agustín de Iturbide publicó el plan
de Iguala en marzo de 1821, en el
que garantizaba la independencia,
la preeminencia de la Iglesia y la
unión de todos los grupos sociales,
recibió un apoyo generalizado. En tan sólo seis meses consiguió imponerse a las fuerzas
realistas y en marzo de 1822 era proclamado emperador.
Como consecuencia de todo este proceso en 1825 tan sólo le restaban a España los diminutos
territorios de Cuba y Puerto Rico, de su antiguo gran Imperio colonial. España pasaba a ser una
potencia de segunda fila en el contexto europeo y los nuevos estados americanos se
desangraban durante varias décadas en guerras entre ellos por delimitaciones territoriales,
independencias y zonas de influencia económica.
Esquema-Resumen para estudiar:
I. CRISIS DE 1808 Y GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.
-La crisis de 1808:
-Godoy venía manteniendo una política de alianza con Napoleón. Por el tratado de
Fontainebleau (octubre 1807) las tropas francesas penetran en nuestro país en
dirección a Portugal.
-La oposición a Godoy desemboca en el motín de Aranjuez (marzo 1808): caída de
Godoy, abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando.
-La crisis de la monarquía española favorece los planes de Napoleón, que decide reunir
a la familia real en Bayona. Carlos IV y Fernando VII renuncian a la corona española.
Napoleón la cede a su hermano José I.
-La respuesta del pueblo español: el levantamiento del pueblo de Madrid el 2 de mayo,
secundado por el resto del país. Se inicia la Guerra de la Independencia.
-José I cuenta con escasos apoyos (los “afrancesados”). Viene con el Estatuto de
Bayona, una carta otorgada, que no llegó a entrar en vigor.
-El resto del país, en contra de los franceses, asume la soberanía y se reorganiza en
Juntas: locales, provinciales y la Junta Suprema Central.
-La Guerra de la Independencia: Se desarrolla en tres fases:
1º Los éxitos iniciales (junio-noviembre 1808). La derrota francesa en Bailén (julio).
La entrada de Napoleón en España.
2º El apogeo francés (noviembre 1808–primavera 1812). La retirada de las tropas
inglesas. Los sitios (Zaragoza y Gerona). La batalla de Ocaña (noviembre 1809) y el
dominio de Andalucía. Los guerrilleros.
3º La ofensiva final anglo-española (primavera 1812-agosto 1813). La compaña de
Rusia. La ofensiva del duque de Wellington. Batallas de Los Arapiles, Vitoria y San
Marcial. El tratado de Valençay.
-Las consecuencias de la Guerra: pérdidas demográficas, económicas y artísticas.
II. LA REVOLUCIÓN LIBERAL, LAS CORTES DE CÁDIZ Y LA CONSTITUCIÓN DE 1812.
-Desde la Junta Suprema Central al Consejo de Regencia: la convocatoria a Cortes de
Cádiz. De Cortes estamentales a Cámara única representativa de la nación (septiembre
1810).
-Su composición y la división de los diputados entre liberales y absolutistas (serviles).
-La Constitución (aprobada el 19 de marzo de 1812, “La Pepa”). Responde a la
ideología liberal. Consta de 384 artículos. Sus principios fundamentales: es confesional,
recoge el principio de la soberanía nacional, la separación de poderes y Cortes
unicamerales.
-La labor legislativa de las Cortes de Cádiz. Su objetivo: acabar con el Antiguo Régimen,
con la sociedad estamental, e implantar un nuevo régimen liberal-burgués.
III. EL REINADO DE FERNANDO VII.
Se divide en tres etapas:
1º El restablecimiento del absolutismo (1814-1820).
-Fernando VII decide abolir toda la obra de las Cortes de Cádiz: Manifiesto de los
Persas y general Elío. El decreto de 4 de mayo de 1814.
-Liberales y afrancesados son perseguidos. El primer exilio.
-La mediocridad de los gobiernos. Una Hacienda sin fondos. Las colonias americanas
hacia la independencia.
-Las conspiraciones liberales. Los pronunciamientos militares.
2º El Trienio Liberal (1820-1823).
-Triunfo del pronunciamiento de Riego. Fernando VII jura la Constitución de 1812.
-La labor de las nuevas Cortes: aprobar una legislación que ponga fin al Antiguo
Régimen.
-La división entre los liberales: moderados y exaltados o radicales.
-Las dificultades del nuevo régimen liberal: los países absolutistas de Europa, parte del
campesinado, una Hacienda sin recursos, la conspiración desde la misma corona: el
golpe contrarrevolucionario de julio de 1822. La caída del gobierno. De los moderados
a los radicales.
-La actuación de las guerrillas realistas (la Regencia de Urgel) y la intervención de la
Santa Alianza: los Cien Mil Hijos de San Luis.
3º La década absolutista (1823-1833) o “década ominosa”.
-Se deroga todo lo aprobado por las Cortes (decreto de 1 de octubre).
-Se persigue a los liberales (Comisiones Militares, Juntas de Purificación, Voluntarios
Realistas, Juntas de Fe).
-Una vía intermedia sin dejar el absolutismo. Los absolutistas reformistas (López
Ballesteros, ministro de Hacienda) entre los ultrarrealistas y los liberales.
-Los ultrarrealistas decepcionados por las “medidas blandas”. La “insurrección de los
agraviados”, 1827. A la espera de que fuera rey Carlos María Isidro.
-Las acciones liberales abocadas al fracaso: Mariana Pineda, 1830, y José María
Torrijos, 1831.
-La cuestión sucesoria. El cuarto matrimonio con María Cristina de Borbón. La
Pragmática Sanción y la Ley Sálica. El nacimiento de Isabel. Los “sucesos de La Granja”,
septiembre 1832. La caída de Calomarde.
-El fallecimiento del monarca (septiembre 1833). El inicio de la guerra civil entre
carlistas e isabelinos