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Bernardo
Stamateas
PARA LA NACION
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Tener intimidad es uno de los mayores logros que puede tener una persona. Los
seres humanos contamos con tres espacios que con frecuencia son traspasados. A
saber:
a. Porque lo que hago público tiene una "utilidad social", un objetivo. Esto
estotalmente válido. Por ejemplo, una mujer que cuenta públicamente que sufrió
un abuso sexual y, de esa manera, busca ayudar a otros.
En este espacio de intimidad no hay protocolo, por lo que no me preocupa que mis
falencias queden al descubierto. En consecuencia, me doy a conocer, revelo quién
soy y cuál es mi pasado. En una relación donde existe intimidad, se genera una
autorrevelación mutua, donde ambas partes se dan a conocer una a la otra.
Todos los seres humanos tenemos la necesidad de que nos conozcan, de compartir
nuestra historia, de mostrarnos sin máscaras. Por ello, buscamos la intimidad; pero
también podemos evitarla por temor. Calmamos el miedo a que nos conozcan tal
como somos huyendo de ella. Quien no logra armar un lugar de intimidad, por lo
general, explotará por otro lado. Tal es el caso del obsesivo.
La intimidad no es algo que se pueda exigir o demandar, porque eso es una tortura.
Generalmente, la persona que está enamorada suele contar todo de manera
irreflexiva porque siente que es seguro hacerlo. Pero luego, a medida que pasa el
tiempo, si cuenta algo íntimo y no es escuchada, valorada o respetada por la otra
parte, empieza a medir qué contar y qué no. Cuando soy lastimado, me retraigo
porque soy vulnerable. No puede haber intimidad sin vínculo.
Hablar y contar algo que nadie sabe es sinónimo de intimidad. Por ejemplo,
compartir un viaje que hice con mi papá. La expresión de la vulnerabilidad es la
cuota afectiva extra en el relato; pero si lo que cuento no implica nada para mí, no
hay intimidad. Esta va más allá de lo que se dice y es el marco del relato.
Para construir intimidad (un vínculo), hace falta tiempo y energía. Pero bien vale la
pena porque todos necesitamos tener "madrigueras afectivas".