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POLITIZACIÓN Y CULTURA POLÍTICA.

APUNTES PARA LA MILITANCIA


LA DECISIÓN DE CRISTINA (Y LA NUESTRA)
La decisión de Cristina de integrar como candidata a Vicepresidenta una fórmula con
Alberto Fernández, más allá de lo electoral, abre un nuevo tiempo político. Prepararse para
afrontarlo significa comprender a fondo tanto esa decisión como las condiciones que la
hicieron posible. Primero que nada: si Cristina puede tomar esa decisión es porque goza de
libertad, a diferencia de lo que ocurrió con muchos ex Presidentes de gobiernos populares
en América Latina, presos como Lula o exiliados como Correa. Y esa libertad es una
conquista del pueblo argentino que, con militancia y movilización, sostuvo la llama del
kirchnerismo en estos oscuros años neoliberales, cuando muchos daban por terminada la
experiencia 2003-2015. Las muestras de amor y organización que persistieron desde la
plaza llena del 9 de diciembre de 2015 hasta la presentación en la Feria del libro algo
aclaran: cuando hay conducción política, el pueblo se lo toma en serio. Y obtiene resultados
contundentes.
Si la primera condición es la militancia popular, la segunda es la coyuntura económica actual
y venidera. El gobierno de Macri deja una deuda externa del 100% del PBI con un Fondo
Monetario que no renegocia y una deuda interna salvaje con tarifas dolarizadas, pobreza
mayor al 40% y desempleo del 12%. El próximo gobierno tiene que garantizarse una
coalición amplia para poder enfrentar tamaño desastre y sujeción extranjera. La disputa
entre el pueblo y oligarquía cede su lugar a una nueva contradicción principal: Patria o
Colonia. Por esa razón, Cristina convoca a un frente patriótico que coloque a la Argentina
otra vez en el camino de la soberanía.
Pero el quid de la cuestión es éste: la convocatoria no se dirige únicamente a la dirigencia
política sino, y sobre todo, a la sociedad en su conjunto. En su libro Sinceramente Cristina
menciona una y otra vez la necesidad de que la sociedad se haga cargo de su propio destino,
transformando la bronca y la queja en participación política. El nuevo contrato social no
propone un enorme acuerdo cupular de espaldas a la calle sino una “ciudadanía
responsable”, que se meta de lleno en la discusión pública. La soberanía nacional requiere
soberanía personal, es decir, hacernos responsables de nuestros propios destinos, sueños
y decisiones.
Vamos yendo al grano: la decisión de Cristina no es un triunfo de los operadores políticos
sobre los militantes ni de la intriga palaciega sobre la organización popular. Es exactamente
lo contrario. La militancia involucra asumir la mayoría de edad, hacerse cargo de la vida
poniendo el cuerpo y no delegar/demandar a otro la solución permanente de los
problemas. En esa línea, la reivindicación kirchnerista de la militancia juvenil, la
construcción del empoderamiento silvestre y la noción de “ciudadanía responsable”
sostienen la misma divisa: la militancia vence al tiempo.
Si lo anterior es cierto, el momento que viene distará mucho de ser esa ciudadela
socialdemócrata de baja intensidad que imaginan los analistas políticos. Después del 10 de
diciembre de este año, no volvemos a nuestras casas a esperar que Alberto y Cristina
Fernández ordenen el desastre de Cambiemos. Pensar de esta manera es no haber
comprendido el espíritu del kirchnerismo. A la decisión de Cristina le tiene que seguir la
decisión de todos los demás.
En Lógica de los mundos, Alain Badiou propone distinguir entre “mundos tensos” y “mundos
átonos”. En los primeros, se produce una “densificación existencial” por la cual los infinitos
matices de la realidad se reducen a un punto, un dispositivo binario, que nos obliga a elegir
por sí o por no (“En la vida hay que elegir”, como decía la campaña del Frente para la Victoria
de 2013). En los “mundos átonos”, en cambio, lo que domina es el vacío, la carencia de
puntos de toma de decisión: es la realidad absolutamente aplanada y administrada para
que no advenga lo nuevo. El kirchnerismo construyó “mundos tensos” por todas partes con
la expectativa de que la gris y átona cotidianidad termine liberando alguna verdad, algún
camino ordenador, alguna potencia de transformación. Esta vez no parece la excepción:
debemos decidir si estamos dispuestos a construir entre todos una patria duradera.
Entre 2003 y 2007, el gobierno de Néstor Kirchner se encargó de fortalecer al Estado; entre
2008 y 2015, Cristina continuó ese proceso y le agregó el fortalecimiento de la sociedad. El
momento que viene, con tener algo de 2003, no significa volver para atrás: la militancia
venció al tiempo, y ahora el Estado y la sociedad tienen emprender juntos la misma batalla,
al mismo tiempo, para salvar a la Nación.

PERÓN: “UNA CULTURA POLÍTICA NO SIGNIFICA QUE HAYA 7 U 8 POLÍTICOS SABIOS Y


VARIOS MILLONES DE IGNORANTES”
Por estas horas se cita mucho al Perón de la vuelta, especialmente su frase: “Este es un país
politizado pero sin cultura política”. Los cabilderos, los periodistas y los analistas políticos
la comprendieron mal. Anhelan que la nueva era se resuma en la imagen de una pantalla
partida donde a la izquierda los políticos debaten republicanamente en el Congreso
mientras a la derecha la gente se dedica tranquila a sus cosas. Proponen la utopía del
“hombre común”, que lleva en su frente la frase “No todo es política” pegada con adhesivo
para que no lo molesten. Aclaremos este asunto yendo directamente a las fuentes, 1968,
Perón en un reportaje con Bernardo Neustadt:
Nos hicimos cargo de un país donde los ciudadanos no se interesaban por la cosa pública y
la cosa pública es uno de coeficientes de salvación de los países. En mi concepto, el primer
paso para elevar la cultura política es politizar el país. Por eso nosotros tratamos de
politizarlo intensamente haciendo que cada uno se interesara por todos. Es decir, eso que
ahora peregrinamente se descubre como “participación”. Ahora, cultura política no significa
que haya 7 u 8 políticos muy sabios y varios millones de ignorantes. Lo que sirve es que el
nivel medio de los ciudadanos eleve su cultura política; y entonces se solucionarán todos los
problemas. Cuando los hombres del pueblo se ponen en una apatía generalizada, todo se
vuelve peligroso; y eso es lo que está pasando en la República Argentina.
Como se ve, “cultura política” y “politización” son parte de un mismo proceso. Incluso más:
la politización de la sociedad es una necesidad de cara a una renovación de la cultura
política. La etapa de politización, gloriosamente abierta por Néstor y Cristina, no terminó, y
esto por la sencilla razón de que los penosos años de Macri intentaron, a veces
consiguieron, peinar a contrapelo esa construcción colectiva y retraer a cada ciudadano a
su bruta individualidad. La decisión de Cristina interviene en este escenario, regado de
discursos meritocráticos, presos políticos, premiación de carneros y represión a la protesta
popular. El video donde anuncia su candidatura a la Vicepresidencia también anuncia la
necesidad de regresar a La comunidad organizada como un antídoto contra el egoísmo y el
individualismo: no hay ciudadano que no se realiza en una comunidad que no se realiza. Ella
misma, como siempre, aporta el primer ladrillo, la piedra fundamental de la construcción:
decidir no postularse como Presidenta significa deponer lo personal ante el Movimiento y
la Patria. Y nuevamente, como siempre, hay que ser fiel esa invitación y llevar la buena
nueva a todas partes. Como en la historia de El maestro ignorante de Rancière, aquí “El que
enseña sin emancipar, embrutece”. Es la militancia organizada la que arrastra mayor
preparación para cumplir este objetivo. La liberación de la patria empieza por nuestra
propia liberación individual para despojarnos del ego, la carrera personal y todos los
obstáculos, o tentaciones del sistema, con que se topa la construcción colectiva.
Perón, en La comunidad organizada, opone el disfrute del bienestar privado a la difusión de
ese disfrute. También se puede decir así: la felicidad no es verdadera si no es felicidad del
pueblo. Pero la felicidad del pueblo, si queremos realizarla contra el egoísmo y el
individualismo, no puede consistir en la felicidad del mundo tal como es, orientado al estilo
de vida precisamente individualista, signado por el confort personal y la aceptación del
statuo quo. Por eso, al igual que la libertad, la felicidad es una construcción y una conquista,
y esa tarea demanda dos cosas: creatividad y organización. Para fundar una nueva
comunidad hace falta inventar; para sostener el proceso de invención, hace falta
organización. En el proceso de politización, de participación política, la ciudadanía será
corresponsable, con ingenio y disciplina, de inventar su propio destino.

POLÍTICA O CORPORACIONES
Ahora bien, del mismo modo que no se puede “volver a los 12 años” tampoco se puede
volver a la Comunidad Organizada de 1949 como si nada hubiera pasado. Para nuestra
generación el Acontecimiento es el kirchnerismo. Por lo tanto, en este caso, no se trata de
mirar al kirchnerismo desde el peronismo sino lo inverso: de mirar, como en “Kafka y sus
precursores” de Borges, al peronismo desde el kirchnerismo.
El espacio de aparición del kirchnerismo estuvo estructurado por el letargo de un peronismo
en descrédito, que había atravesado los años 90 en plan neoliberal y no encontraba el
rumbo de un proyecto alternativo. Por eso algunos sectores, que van de las izquierdas al
progresismo, quisieron afirmar la identidad “pura” del kirchnerismo contra (fuera de) la
determinación del espacio, del emplazamiento en que aparecía: es José Pablo Feinmann,
por ejemplo, aconsejándole a Néstor Kirchner que cuando asuma rompa lanzas con el
peronismo desacreditado, que construya poder político con los movimientos sociales
surgidos en los últimos años, “en nombre de la pureza perdida”.
Pero también existió la desviación contraria: se trata de la posición que intenta negar la
novedad de lo que irrumpe (el kirchnerismo) y reducirla a lo ya conocido (peronismo), es
decir, negar la posibilidad de lo nuevo inherente a lo viejo. Este rasgo conservador, que
vimos repetirse durante los últimos 14 años en distintos sectores del peronismo, tiene su
divisa: “después de Perón, nada nuevo bajo el sol”, que se despliega de la siguiente manera:
Perón hubo uno solo, con lo cual todos los presidentes y liderazgos que surjan después
serán simples y momentáneas encarnaciones que el Movimiento irá descartando a medida
que dejen de servir a los propósitos de persistir en el poder.
De esta manera, el kirchnerismo quedaba preso o bien de no haber desplegado las energías
populares desatadas en el 2001 (lectura autonomista) o bien de no haber sido más que un
capítulo en la historia del peronismo (lectura pejotista). Pero Néstor y Cristina construyeron
un sendero propio en esa dialéctica de lo nuevo y lo viejo. Resulta esencial percibirlo para
seguir adelante. Hoy el kirchnerismo está vivo. Eso abarca, desde ya, a su conducción
política, pero también al conjunto de fuerzas vivas que se construyeron o posibilitaron
desde 2003. ¿Qué tienen en común el sindicalismo joven de las regionales, los centros de
estudiantes, el feminismo popular, las organizaciones de vecinos “empoderados”, la
militancia política orgánica? En todos existe la huella de ese acontecimiento denominado
kirchnerismo.
Esa huella tiene una consigna: “política o corporaciones”. Debemos entenderla en un
sentido de mucho mayor alcance que la confrontación con Clarín. Las fuerzas vivas,
organizadas, que generó el kirchnerismo, son depositarias de una idea: la concepción
política predomina por sobre la concepción gremial o corporativa. Esto vale para cualquier
espacio de la comunidad donde se jueguen y reivindiquen intereses particulares. Néstor y
Cristina generaron la convicción de que para transformar la realidad resulta fundamental la
ligazón de cada demanda sectorial con un proyecto nacional.
La “Comunidad Organizada” se construye con esta nueva certeza: no hay desarrollo
individual sin desarrollo colectivo y no hay solución sectorial sin proyecto nacional. Por eso
la arquitectura de las partes no sigue la lógica corporativa de “zapatero a tus zapatos”. Es
imprescindible completar la politización del país para generar una nueva cultura política, y
esa tarea no es posible sin una cierta desidentificación de cada uno con su propio rol
particular para sumergirse en el Todo universal de la participación política, que al mismo
tiempo sojuzga su individualidad y la expande. En ese marco, la militancia política resulta
un actor fundamental. Es el mediador permanente entre los conflictos que surgen en las
distintas esferas de la vida y el proyecto de país en que se inscriben.
Recalculando un poco, la decisión de Cristina nos presenta un desafío que seríamos muy
cortos de vista si lo planteáramos como “un corrimiento al centro” para “una sociedad que
se corrió a la derecha”. La tensión entre la tranquilidad del individualismo liberal y la
intensidad de la vida “estatalizada” que legó el kirchnerismo no se puede resolver buscando
“lo mejor de cada parte” bajo el intento de restaurar un equilibrio adecuado y orgánico
entre individuo y comunidad. Por el contrario, debe resolver al interior de cada uno,
atravesando en el fuero íntimo la contradicción entre el individuo y la comunidad.

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