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IN T R 0 D U C C I 0 N

Qué es la Oración

¿Qué es la oración? ¿Cuál es su esencia? ¿Cómo podemos aprender a orar? ¿Qué


experimenta el cristiano que ora en la humildad de su corazón? Tales son las preguntas a las
que este libro desearía responder. Presenta un cuadro de la oración en sus diferentes grados,
desde la oración vocal ordinaria hasta la oración perpetua de]' corazón; pero trata, ante todo,
de una forma particular de la oración, conocida en la Iglesia ortodoxa bajo el nombre de
"Oración de Jesús". Se trata de una de las más simples entre todas las oraciones cristianas;
consiste en una frase única: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí". Nueve
palabras en español; en ruso, en _griego, no más de siete. Es sin embargo, alrededor de esas
pocas palabras que, a través de los siglos, muchos Ortodoxos han edificado su vida espiritual,
y es por medio de esta oración que han penetrado los misterios más profundos del
conocimiento cristiano. Ahora bien, la presente obra busca explicar cómo los hombres
pudieron descubrir tantas cosas en una frase tan corta.

El espíritu, el intelecto y el corazón

La definición de la oración que se puede encontrar en esta antología es extremadamente


simple: la oración es, ante todo, el estado de aquél que se presenta ante Dios. Según las
palabras de San Dimitri de Rostov (siglo XVII), la oración consiste en volver hacia Dios la
inteligencia y los pensamientos: "Orar significa mirarlo mentalmente sin presentarse ante
Dios con el intelecto,
apartarse, y conversar con El en un temor y una esperanza plenas de respeto". La
expresión "presentarse ante Dios" -aparece muchas veces bajo la pluma de Teófano: "Lo
esencial consiste en presentarse ante Dios con el intelecto encerrado en el corazón, y
perseverar así noche y día hasta el fin de la vida"; "No será contradecir el sentido de las
instrucciones de los Santos Padres afirmar: 'Comportáos como queráis desde el momento en
que aprendáis a presentaras ante Dios con el intelecto encerrado en el corazón, pues es allí
donde se encuentra la esencia de la oración'. Ese hecho de presentarse ante Dios puede
acompañarse con palabras o bien permanecer 'sin palabras'. Se puede hablar a Dios, o bien
permanecer silenciosamente en su presencia, sin decir nada, pero consciente de que El está
cerca de nosotros, "más cerca nuestro que nuestra propia alma" (1) Así como lo dice Teófano
"La oración interior significa que se permanece ante Dios con el intelecto unido al corazón,
sea viviendo simplemente en su presencia, sea expresando súplicas, acciones de gracia o
alabanzas".
Mientras que San Dimitri habla de "permanecer ante Dios con el intelecto", Teófano se
muestra más preciso y dice: "Permanecer ante Dios con el intelecto unido al corazón o
encerrado en el corazón". Esta noción "permanecer con el intelecto en el corazón", constituye
uno de los principios cardinales de la doctrina ortodoxa sobre la oración. Para percibir todo lo
que implica esta fórmula, es necesario comenzar por examinar rápidamente la enseñanza
ortodoxa sobre la naturaleza humana.
Teófano y los otros autores citados en el Arte de la Oración, distinguen en el hombre tres
elementos: el cuerpo, el alma y e espíritu, que Teófano describe así: "El cuerpo está hecho de
tierra-, no es por lo tanto algo muerto, sino por el contrario, algo vivo, provisto de un alma
viviente., En esta alma ha sido insuflado un espíritu, el espíritu de Dios, destinado a conocerlo,
glorificarlo, buscarlo y a gustar y encontrar la alegría en El y en ninguna otra cosa". El alma es,
por consiguiente, el principio fundamental de la vida, lo que hace de un ser humano algo
viviente, por oposición a una masa de carne inanimada. Sin embargo, mientras que el alma
existe ante todo sobre el plano natural, el espíritu nos pone en contacto con el orden de las
realidades divinas. Es la facultad más elevada del hombre y la que nos hace aptos para entrar
en comunión con Dios. En tanto que tal, el espíritu del hombre está estrechamente ligado a la
tercera Persona de la Santa Trinidad, el Espíritu Santo o Espíritu de Dios; pero, a pesar de esta
estrecha conexión no son idénticos. Confundirlos nos conduciría al panteísmo.

El cuerpo, el alma y el espíritu tienen, cada uno su manera particular de conocer: el cuerpo
conoce por los cinco sentidos, el alma por el razonamiento intelectual, el espíritu por la
conciencia, por una percepción mística que trasciende los procedimientos ordinarios de la razón
humana.
Fuera de esos tres elementos: el espíritu, el alma y el cuerpo, hay otro aspecto de la naturaleza
humana que permanece por afuera de esta clasificación tripartita: el corazón. El término
"corazón" tiene una importancia muy particular en la doctrina ortodoxa sobre el hombre.
Cuando, en Occidente, se habla del corazón, se entiende por ello las emociones y los afectos-,
pero en la Biblia como en la mayoría de los libros ascéticos de la Iglesia ortodoxa, el corazón
tiene una significación mucho más rica: es el órgano principal del ser humano, físico y
espiritual; es el centro de la vida, el principio determinante de todas sus actividades y todas sus
aspiraciones. El corazón incluye igualmente las emociones y los afectos, pero significa mucho
más; abraza todo lo que constituye lo que nosotros llamamos una "Persona".
Las homilías de San Macario desarrollan esta noción del corazón: "El corazón gobierna todo
organismo corporal y reina sobre él, y cuando la gracia posee al corazón, ella gobierna todos
los miembros y todos los pensamientos, pues es en el corazón que se encuentra el intelecto y
todos los pensamientos del alma, así como sus deseos; por su intermedio la gracia penetra
igualmente todos los miembros del cuerpo.
"El corazón es de una profundidad insondable; podemos encontrar allí, salas de recepción y
dormitorios, puertas y portales, numerosas oficinas y pasajes. Se encuentra allí el taller de la
justicia tanto como el de la maldad. La muerte y la vida están en él. El corazón es el palacio de
Cristo, es allí donde Cristo, nuestro Rey, viene a tomar su reposo con los ángeles y los espíritus
de los santos; en él permanece, lo recorre y establece su Reino.

"El corazón no es más que un pequeño navío y, sin embargo, allí se encuentran leones,
dragones, criaturas venenosas y todos los refinamientos de la maldad; los senderos rugosos y
ásperos y los abismos abiertos. Pero también están Dios y los ángeles, la Vida y el Reino, la
Luz y los apóstoles, la ciudad celeste, y los tesoros de la gracia. Todo está allí".
Así comprendido, resulta claro que el corazón no se confunde con ninguno de los tres
elementos constitutivos del hombre, el cuerpo, el alma o el espíritu, pero que, sin embargo, está
ligado a cada uno de los tres.
El corazón es una realidad material; es una parte de nuestro cuerpo, el centro de nuestro
organismo desde el punto de vista físico. Ese aspecto material del corazón no debe ser
olvidado; cuando los textos ascéticos ortodoxos hablan del corazón, ellos entienden, entre otras
cosas, el corazón camal, un músculo del cuerpo, y es necesario evitar comprenderlos
únicamente desde el
punto de vista simbólico o metafórico.
El corazón está, de una manera especial, ligado al psiquismo del hombre, a su alma. Cuando
el corazón cesa de latir, sabemos que el alma ya no está en el cuerpo. Además, lo que nos
interesa aquí muy especialmente, el corazón está ligado al espíritu, como dice Teófano: "El
corazón, es el hombre profundo, el espíritu. Es en él que se encuentran la conciencia, la idea de
Dios y nuestra dependencia total en relación a él y todos los tesoros eternos de la vida
espiritual". La palabra "corazón", nos dice, debe a veces ser comprendida "no en su sentido
ordinario, sino en el sentido de 'Hombre interior', según San Pablo o, según San Pedro, el
'hombre oculto del corazón'. Es el espíritu a la imagen de Dios que fue insuflado en el primer
hombre, y que permanece en nosotros, incluso después de la caída". Es por ello que los autores
griegos y rusos gustan de citar este texto: "El hombre interior y el corazón son de una
profundidad inconmensurable" (Sal. 63, 7) (2). Ese "corazón profundo", es el espíritu del
hombre; él designa el centro o la cima de nuestro ser, lo que los místicos romanos y flamencos
llaman el "fondo del alma". Es allí, en el "corazón profundo", donde el hombre encuentra a
Dios frente a frente.
Sabiendo esto, es posible comprender en alguna medida lo que Teófano quiere decir cuando
describe la oración como el estado de aquél que "se presenta ante Dios con la inteligencia en el
corazón". Durante todo el tiempo que el asceta ora con el intelecto en la cabeza, actúa
únicamente con los recursos de la inteligencia humana y, a este nivel, no realizará jamás un
encuentro personal e inmediato con Dios. Mediante el uso de su cerebro él puede saber algo
respecto de Dios, pero no puede conocer a Dios. En efecto, no puede tener conocimiento
directo de Dios sin un amor muy intenso, y un amor semejante debe venir no sólo del cerebro,
sino del hombre todo entero, es decir, del corazón. Es necesario, pues, que el asceta descienda
de su cabeza a su corazón. No se le pide abandonar sus potencias intelectuales -la razón
también es un don de Dios-, pero debe descender con su intelecto a su corazón.
Comienza, entonces, por descender a su corazón natural y, de allí, a su corazón profundo, en
ese lugar interior del corazón que no es ya una realidad carnal. Allí, en esas profundidades,
descubre en primer lugar el espíritu con la semejanza de Dios que la Santa Trinidad insufló en
el hombre en el momento de la creación, y con ese espíritu, llega a conocer el Espíritu de Dios
que permanece en cada cristiano a partir del bautismo, aunque la mayoría de nosotros no tenga
conciencia de su presencia. En esa perspectiva, todo el fin de la vida ascética y mística consiste
en redescubrir la gracia del bautismo. Aquél que quiera avanzar a lo largo del sendero de la
oración interior debe "volver en sí mismo", encontrar el Reino de los Cielos que está en el
interior, y de esa manera pasar la frontera misteriosa que separa lo creado de lo increado.

Tres grados de la oración

Del mismo modo que hay en el hombre tres elementos, hay tres principales grados de oración
(3): la oración vocal o corporal; la oración del intelecto y la oración del corazón (o del intelecto
en el corazón), que es la oración espiritual.
Resumiendo esa triple distinción, Teófano hace la observación siguiente: "Debéis orar, no
solamente con palabras, sino con el intelecto; y no solamente con el intelecto, sino con el
corazón, de modo que el intelecto comprenda y vea claramente lo que las palabras significan, y
que el corazón sienta lo que el intelecto piensa. Todo esto junto constituye la oración verda-
dera, y si uno de esos elementos falta, o bien la oración es imperfecta, o bien no existe".
El primer tipo de oración, vocal o corporal, es la oración de los labios y de la lengua; consiste
en leer o recitar ciertas f6rmulas, en arrodillarse, en permanecer de pie o posternarse. Resulta
claro que dicha oración, si es puramente vocal o corporal, no es realmente una oración.
Además del hecho de recitar fórmulas, es esencial concentrarse interiormente sobre el sentido
de lo que decimos, encerrar nuestro intelecto en las palabras de la oración. Es así como se
desarrolla el primer grado de la oración, que en forma completamente natural llega a ser el
segundo grado; toda oración vocal, para ser digna de ese nombre, debe ser, hasta un cierto
punto, una oración interior o una oración del intelecto.
A medida que la oración se interioriza, la recitación exterior se hace menos importante. Basta
que el intelecto piense interiormente las palabras sin ningún movimiento de los labios; sucede
así que el intelecto ora sin formar ninguna palabra. Sin embargo, aquéllos que están
adelantados en los caminos de la oración, querrán a veces, hacer uso de la oración vocal
ordinaria, pero ésta será también una oración interior del intelecto.
No es suficiente, sin embargo, alcanzar el segundo grado; durante el tiempo que la oración
permanece en la cabeza, en el intelecto o en el cerebro, ella es incompleta e imperfecta. Es
necesario descender de la cabeza al corazón, "encontrar el lugar del corazón", "hacer descender
el intelecto en el corazón", "unir el intelecto con el corazón". Entonces la oración llegará a ser
verdaderamente la "oración del corazón", la oración, no de una sola facultad, sino del hombre
entero: alma, espíritu y cuerpo; la oración no sólo de la inteligencia, de la razón natural, sino
del espíritu con su poder particular de entrar en contacto directo con Dios.
Señalemos que la oración del corazón no es sólo la del alma y el espíritu, sino igualmente la
del cuerpo. Es necesario no olvidar que, entre otras cosas, el corazón es igualmente un órgano
corporal. El corazón tiene, él también, un rol positivo que jugar en la obra de la oración. Esto
resalta claramente en la vida de los santos ortodoxos, cuyos cuerpos, durante la oración, fueron
exteriormente transfigurados por la luz divina, igual que el cuerpo de Cristo fue transfigurado
sobre el Thabor.
La oración del corazón toma dos formas diferentes: una –tales las palabras de Teófano-, es
"ardua, cuando el hombre se esfuerza por alcanzarla por sí mismo", . y la otra
“espontánea, la oración existe y actúa por sí misma". En el primer grado, la oración es
todavía algo que el hombre ofrece mediante propio esfuerzo consciente, ayudado naturalmente
por la gracia de Dios. En el segundo grado, es otorgada al hombre como un don; a él le parece
que es."tomado por la mano y llevado por la fuerza de una habitación a la otra". Ya no es él
quien ora, sino el Espíritu de Dios el que ora en él. Una oración semejante, acordada como
un don, puede venir sólo de tiempo en tiempo, o ser, por el contrario, incesante. En él segundo
caso, la oración se prosigue independientemente de lo que se haga, se hable o se escriba; se
prolonga en los sueños y despierta al hombre cuando llega la mañana. La oración no es ya una
serie de actos, ha a ser un estado; entonces se ha descubierto cómo cumplir el mandato de
Pablo: "Orad sin cesar" (1 Tes. 5, 1 7). Según las palabras de Isaac el Sitio: "Cuando el espíritu
hace su morada en un hombre", éste no cesa de orar, pues el Espíritu ora constantemente en él.
En estado de vigilia o de sueño, la oración no se detiene jamás en su alma, ya sea que coma o
beba, que esté tendido o realizando un trabajo y, aún cuando está sumergido en el sueño, el
perfume de la oración respira espontáneamente en su corazón". Como canta la Biblia:
"Duermo, pero mi corazón vela" (Cant. 5,2).
A partir de ese momento, la oración del corazón comienza a tomar la forma de una
"oración mística", en el sentido más restringido del término; es lo que Teófano llama la
"oración contemplativa", o la "que sobrepasa los límites de la conciencia". En el estado de
contemplación, nos dice, "el intelecto y la visión toda entera se hacen cautivos de un objeto
espiritual tan irresistible que todas las cosas exteriores son olvidadas y enteramente ausentes de
la conciencia. El intelecto y la conciencia son sumergidos tan completamente en el objeto
contemplado que es como si no se los poseyera más". Teófano llama a ese estado de
contemplación "oración de éxtasis" o "arrobamiento".
En esta antología hay, sin embargo, muy poco sobre esos estados elevados de oración.
Aquéllos que no tienen una experiencia personal de tal oración no comprenderían lo que
pudiera decirse, mientras que aquéllos que la experimentaron, no tienen necesidad de libros.

Las pasiones y la imaginación

Mientras el asceta se esfuerza por pasar de la oración vocal a la oración del intelecto en el
corazón, se encuentra ante dos obstáculos principales: sus pasiones y su imaginación. "La
empresa ascética más importante, escribe Teófano, es impedir al . corazón abandonarse a
movimientos pasionales y al intelecto a pensamientos apasionados". Por la palabra "pasión",
los autores ortodoxos no entienden solamente la concupiscencia y la cólera, las que,
normalmente, vienen a la memoria de la mayoría de las personas cuando se emplea la palabra
"pasión"; ese término evoca para ellos algo más vasto: todo deseo malvado, toda envidia, por
las cuales el demonio busca inducir al hombre a pecar. Las pasiones son clasificadas
tradicionalmente como sigue: la gula, la concupiscencia, la avaricia, la tristeza (que incluye la
envidia), la cólera, la acedía (4), la vanagloria y el orgullo (5). Esos ocho demonios o malos
pensamientos vienen en última instancia de la misma raíz: el amor de sí (filautía) que consiste
en preferirse a sí mismo antes que a Dios y al prójimo; es por ello que el orgullo constituye, tal
vez, la fundamental entre todas las pasiones.
"Bienaventurados aquellos que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios" (Mat, 5, 8).
La visión de Dios y la pureza del corazón van a la par. Nadie puede esperar subir la escala de
la oración a menos de entablar una lucha dura y persistente contra sus pasiones. Como dice
Teófano: "El sólo tiene un camino para comenzar, y éste consiste en vencer sus pasiones". El
camino hacia la oración pura es un camino moral que supone una disciplina de la voluntad y
del carácter. De aquí la importancia que debemos otorgar al capítulo que lleva por título "La
Oración y el combate espiritual".
Sin embargo, la disciplina del intelecto debe acompañar a la disciplina moral. No son
únicamente los pensamientos apasionados los que obstaculizan la oración interior sino todas las
imágenes, estén o no acompañadas de un movimiento pasional. Según la enseñanza del
cristianismo oriental, la imaginación, facultad por la cual formamos imágenes mentales más o
menos vivas según nuestra patitud, no tiene más que un lugar extraídamente restringido en la
obra de la oración; y muchos – entre ellos el mismo Teófano- afirman que no tiene ningún lugar
(6).
“ En la oración, enseña Teófano, es necesario no admitir que ninguna imagen se interponga
entre el intelecto y el Señor.” “ Lo esencial es permanecer en Dios, lo que implica, ante todo, la
convicción siempre presente en la conciencia de que Dios, está en vosotros, como está en todas
las cosas; que vosotros vivís en la firme seguridad de que él ve todo lo que está en vosotros
mismo. Esta certidumbre de que el ojo de Dios está siempre fijo sobre vuestro ser visual, sino
que debe limitarse a una simple convicción o a un sentimiento”.
“No admitais ningún concepto, ninguna imagen o visión”. “Separad de vuestro intelecto todas
imágenes”. “En la oración, la regla más simple es no formarse ninguna imagen de cualquier
tipo”. Tal es la enseñanza común de todos los Padres orientales. Como dijo uno de ellos:
"Aquél que no ve nada en la oración, ve a Dios". Nuestro intelecto, habitualmente disperso en
una gran diversidad de pensamientos y de ideas, debe ser "unificado", llevado de la
multiplicidad a la simplicidad y al vacío, de la "diversidad" a la sobriedad"; debe ser purificado
de toda imagen mental, de todo concepto intelectual, hasta que ya no sea consciente de nada,
salvo de la presencia de Dios invisible e incomprensible. Los autores ortodoxos hablan de ese
estado como de la "oración pura"; pura no solamente de malos pensamientos, sino de todo
pensamiento. Se puede encontrar en Occidente algo parcialmente equivalente en lo que se
llama a veces "oración de mirada simple" o "oración de atención amante".

Sin embargo, mientras insisten sobre la necesidad de excluir toda imagen durante la oración,
Teófano y los otros autores de la antología son menos exigentes cuando se trata de
sentimientos. Por el contrario, frecuentemente atraen la atención sobre el hecho de que la
oración del corazón es una oración de sentimientos, y ese es precisamente lo que lo distingue de
la oración del intelecto. Entre los sentimientos que mencionan Teófano y los otros, se
encuentran tres que ofrecen interés particular:
- Una especie de tristeza que hiere el corazón. Parece que se tratara aquí de algo
esencialmente penitencial, de un sentimiento de compunción.
- Un sentimiento de cálida ternura o oumilenié (7); aquí el sentimiento de compunción, de la
indignidad humana se encuentra siempre presente. pero está recubierto por un sentimiento
de alegría amante y sensible.
- El más importante de todos esos sentimientos es el calor espiritual: "El fuego del espíritu",
dentro nuestro, el "calor de la gracia" encendida en el corazón. Muy íntimamente ligada a
esta experiencia. de llama o de fuego, está la visión de la luz divina que muchos santos
ortodoxos han tenido, penetrando en el misterio de la Transfiguración; pero en este libro
sólo hay pocas alusiones a ese hecho.
Estas referencias a sentimientos, al calor y la luz, no son simples metáforas, pero no deben ser
entendidas en un sentido excesivamente material. La luz que el santo ve a su alrededor y en él,
el calor que siente en su corazón, son en verdad un calor y una luz objetivas y reales,
perceptibles por los sentidos, pero son, al mismo tiempo, un calor y una luz espirituales, de una
especie diferente del calor y la luz naturales que vemos y sentimos normalmente, y como tales
ellas no pueden ser experimentadas más que por aquéllos cuyos sentidos han sido
transformados y afinados por la gracia divina.
Aunque otorga gran importancia a los sentimientos, Teófano es igualmente consiente de los
peligros que puede entrañar la persecución de sentimientos de mala índole. Es necesario
distinguir con el mayor cuidado entre los sentimientos naturales y los espirituales, los primeros
no son necesariamente peligrosos, pero no tienen casi valor y no deben ser considerados como
fruto de la gracia de Dios. Debemos velar con cuidado para que nuestros sentimientos en la
oración no sean manchados por el aguijón del placer sensual. Si no se vela por ello, es fácil
caer en el hedonismo espiritual, desear la dulzura en la oración como un fin en sí. Esa es una
de las formas más perniciosas de la ilusión (prelest) (8). "Los frutos principales de la oración
no son el calor o la dulzura, sino el temor de Dios y la contrición".

La Oraci6n de Jesús

Teóricamente, la Oración de Jesús no es más que uno de los múltiples caminos que pueden
permitir alcanzar la oración -interior; sin embargo, en la práctica, ella adquirió en la Iglesia
ortodoxa una influencia y una popularidad tales que está casi identificada con la oración
interior en sí misma. La Oración de Jesús es especialmente recomendada como un camino
rápido para alcanzar la oración continua; el mejor medio, y el más fácil, de concentrar la
atención, es establecer el intelecto en el corazón. Esas referencias a la Oración de Jesús como
camino fácil, no deben, evidentemente, ser consideradas demasiado literalmente. Orar en
espíritu y en verdad, no es jamás fácil, y menos que nunca en los comienzos de la empresa.
Para emplear una expresi6n rusa, la oración es un podvig, "una hazaña" del combate ascético.
"La oración, dice el obispo Ignacio Brianchaninov, es un martirio oculto". Cuando se la
califica como fácil, es solamente en un sentido relativo.
La Oración de Jesús es habitualmente recitada bajo la forma: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
ten piedad de mi '. La palabra "pecador" puede ser agregada al final, o la Oración puede ser
dicha en plural: "Ten piedad de nosotros"; pueden existir incluso otras variantes. Lo que es
esencial y constante es únicamente la invocación del nombre divino. Para ayudarnos en la
recitación de la Oración. lo corriente es utilizar un rosario (en ruso vervitsa, lestovka o tchotki).
Ese rosario ortodoxo es diferente del utilizado en Occidente, está constituido, generalmente,
por una cuerda de lana, o de otro material, en la cual se han hecho nudos, de modo que no
produce ningún ruido.
La división general de la oración en tres grados se aplica igualmente a la Oración de Jesús,
oración de los labios, oración del intelecto, oración del corazón:
- Al comienzo, la Oración de Jesús es una oración vocal como todas las otras. Las palabras se
pronuncian en voz alta o, al menos, son formadas silenciosamente por los labios y la lengua. Al
mismo tiempo, por un acto deliberado de la voluntad, la atención debe concentrarse sobre el
sentido de la Oración. Durante esta etapa inicial, la repetición incesante y atenta de la Oración
se revela a menudo como una tarea agotadora y ardua, exigiendo una humilde perseverancia.
- Con el tiempo, la Oración se hace más interior, y el intelecto repite sin ningún movimiento
exterior de los labios o de la lengua. A medida que aumenta esa interioridad, la concentración
de la atención se hace más fácil. La Oración adquiere, poco a poco, su ritmo propio; en ciertos
momentos, se repite interiormente casi con espontaneidad, sin que exista ningún acto
consciente de la voluntad por parte nuestra. Según las palabras del starets Parteno: "un delgado
hilo de agua murmura dentro nuestro". Esto revela que se aproxima la tercera etapa.
- Finalmente, la Oración entra en el corazón dominando la personalidad entera. Su ritmo se
identifica, cada vez más estrechamente con 1os movimientos del corazón, hasta que por fin se
hace incesante. Lo que al comienzo había demandado esfuerzos penosos y constantes, se
convierte ahora en fuente inagotable de paz y alegría.
Durante las primeras etapas, mientras todavía se recita la Oración mediante un esfuerzo
deliberado, es normal apartarse durante un cierto tiempo cada día, tal vez no más de un cuarto
de hora o una media hora para comenzar, según la opinión del starets, y durante ese período se
dedica toda la atención a la repetición de la Oración, con exclusión de cualquier otra actividad.
Pero aquéllos que recibieron el don de la oración incesante descubren que la Oración de Jesús
continúa en ellos sin interrupci6n, incluso cuando están dedicados a actividades exteriores.
Según la palabra de Teófano: "las manos al trabajo, el intelecto y el corazón con Dios". Sin
embargo, incluso entonces, la mayoría desearía naturalmente consagrar el mayor tiempo
posible a recitar la Oración sin que nada venga a distraerles.
Desde el punto de vista histórico, la Oración de Jesús se arraiga en el Nuevo Testamento, y
remonta incluso más lejos aún. Los Judíos del Antiguo Testamento tenían una reverencia
especial hacia el nombre de Dios, el "tetragrama" que, según una tradición rabínica tardía,
nadie podía pronunciar en voz alta. El nombre de Dios era considerado como una extensión de
la persona, como una revelación de su ser y como una expresión de su poder. Continuando esta
tradición, el cristianismo, desde el comienzo, ha testimoniado una gran veneración por el
nombre que Dios tomó al encarnarse: "Jesús" (9). Se encuentran a ese respecto, en el Nuevo
Testamento, tres textos de particular importancia.
- la declaración del Señor durante la última Cena: Hasta aquí nada habéis pedido en mi
nombre... Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os será acordado" (Juan 16, 24, 23)
- la afirmación solemne de Pedro a los Judíos: después de haber mencionado "el nombre de
Jesucristo de Nazareth", proclama: "No hay otro nombre bajo el cielo que haya sido dado a
los hombres, por el cual debemos ser salvados" (Hechos, 4,10-1 2).
- las palabras bien conocidas de San Pablo: "Pues Dios lo ha exaltado y le ha dado su nombre
que está por encima de todo nombre, a fin de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se
flexione en el cielo, sobre la tierra y en los infiernos" (Fil. 2, 9-10), que nos revelan cómo se
pudo desarrollar sobre estas bases escriturarias, poco a poco, la invocación del nombre divino
en la Oración de Jesús.
Se encuentran, evidentemente, muchos otros pasajes significativos, por ejemplo: "Nadie
puede decir Señor Jesús, salvo por intermedio del Espíritu Santo" (1 Co. 12, 3) y, "Yo diría,
más vale cinco palabras con mi razón... que diez mil en una lengua desconocida (1. Co. 14,
19). Según la exégesis ortodoxa tradicional, las cinco palabras significan la oración "Señor
Jesucristo, ten piedad de mí", que, en ruso y en griego está formada exactamente por cinco
palabras.
Además del nombre en sí mismo, las otras partes de la Oraci6n tienen, también, un
fundamento bíblico. Se pueden señalar dos oraciones características en el Evangelio; la del
ciego: "Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! " (Lucas, 18, 38) y la del publicano ' : "Oh
Dios, ten piedad de mí, pecador! " (Lucas, 18, 13). Para los Cristianos, "Hijo de David", se
convirtió naturalmente en "Hijo de Dios". Es así cómo la fórmula completa de la Oración de
Jesús: "Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador" está íntegramente tomada de
las Escrituras.
Sin embargo, mientras sus elementos constitutivos están todos claramente presentes en el
Nuevo Testamento, parece que hubiera sido necesario algún tiempo para que ellos se
desarrollen en una oración única. Resulta claro que los primeros cristianos veneraban el
nombre de Jesús, pero ignoramos si practicaban igualmente la invocación constante del
Nombre y bajo qué forma Los primeros pasos hacia la Oración de Jesús, tal como la
conocemos hoy, coinciden con el desarrollo del monaquismo egipcio en el siglo IV. Los Padres
del desierto atribuían gran importancia al ideal de la oración continua e insistía sobre el hecho
de que el monje debe, constantemente, practicar interiormente eso que ellos llaman la
"meditación secreta" o "el recuerdo de Dios". Para ayudarse en ese esfuerzo hacia el
recongimiento continuo, ellos se servían de fórmulas breves que repetían sin descanso, por
ejemplo: "Señor, ayúdame! " (10) o bien: "Oh Dios, ven en mi ayuda, Señor, apresúrate a
socorrerme! " ( 1 l), "Señor, Hijo de Dios, ten piedad de mí! " (12), "Yo he pecado como
hombre, tú, como Dios, otórgame tu misericordia! " (13). En el período monástico primitivo
existía una gran variedad de estas oraciones jaculatorias.
Tal fue el medio en el cual se desarrolló la Oración de Jesús. Al comienzo, no era más que
una breve fórmula entre muchas otras, pero tenía sobre ellas una ventaja incontestable: la de
contener el muy santo Nombre. No es sorprendente pues, que en el curso del tiempo, haya sido
utilizado cada vez más, de preferencia a las otras. Incluso cuando -pues la Ortodoxia es una
religión de libertad- la variedad original no haya cesado jamás completamente, Teófano
recomienda en ocasiones otras breves fórmulas, diciendo: "El poder no está en las palabras,
sino en los pensamientos y los sentimientos". Además, él dice, atribuyendo una eficacia
particular al Nombre muy santo: "Las palabras 'Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de
mí', no son más que el instrumento, y no la esencia de la obra, pero son un instrumento muy
fuerte y muy eficaz, pues el Nombre del Señor Jesús es temible para los enemigos de nuestra
salvación; pero es una bendición para todos aquéllos que lo buscan". "La Oración de Jesús es
como cualquier otra oración. Ella es más poderosa únicamente a causa del nombre de Jesús,
nuestro Señor y Salvador".
¿En qué fecha, aproximadamente, el texto de la Oración de Jesús apareció por primera vez
bajo su forma actual?
Las fuentes monásticas más antiguas (IV siglo), aunque mencionan otras fórmulas, no hablan
de la invocación del Nombre. Los primeros que se refieren a ella de manera explícita son
Diádoco de Fótice y San Nilo de Ancira (ambos del siglo V); no indican exactamente, sin
embargo, qué forma revestía esta invocación Pero el texto completo: "Señor Jesucristo, Hijo de
Dios, ten piedad de mí! ", se encuentra en una obra algo más reciente, la vida del Abad
Filemón, eremita egipcio, obra de la cual incluimos el pasaje significativo, más adelante.
Otras fuentes de gran importancia para la Oración de Jesús son la vida de San Dositeo
(Palestina, comienzos del siglo VI), y las cartas de Barsanufio y Juan (Palestina, comienzos del
siglo VI), y las obras de San Juan Clímaco y Hesiquio (Sínaí, siglos VIy VII). Ninguna de estas
fuentes, sin embargo, se refiere exactamente a la Oración de Jesús en su forma elaborada. Los
biógrafos coptos San Macario son igualmente testigos importantes a este respecto.
No hay por consiguiente, ninguna prueba cierta y evidente en lo que concierne a la Oración
en su forma evolucionada anterior al siglo VI, pero sus orígenes se remontan a la veneración
del Nombre en el Nuevo Testamento (1 4).
Con el tiempo, se desarrolló alrededor de la Oración de Jesús un cuerpo de enseñanzas
tradicionales, en parte escritas, pero principalmente orales, habitualmente designadas bajo el
nombre :hesicasmo (hésychia = tranquilidad, reposo). Aquéllos que seguían esa enseñanza
eran llamados hesicastas. Hablando estrictamente, el hesicasmo comprende todas las formas
de oración interior no únicamente la Oración de Jesús sin embargo, en la a mayor parte de
dicha enseñanza trata de la Oración de Jesús.
Desde el siglo XV esa tradición viviente de la Oración de Jesús se continúa sin interrupción
en el interior de la Iglesia ortodoxa. Llevada a los países eslavos por los misioneros griegos,
ejerció, particularmente en Rusia, una influencia enorme en el desarrollo espiritual del mundo
ortodoxo.
Hubo tres períodos durante los cuales la práctica de la Oración de Jesús fue particularmente
intensa: en primer lugar, la edad de oro del hesicasmo en el siglo XIV bizantino, con San
Gregorio Palamas, el más grande teólogo de ese movimientos luego su renacimiento en Grecia,
a fines del siglo XVIII, con San Nicodenio de la Santa Montaña y la Filocalia: finalmente en
Rusia, en el siglo XIX., con San Serafín de Sarov, San Juan de Kronstadt, los starets de Optimo,
Teofano el Recluso e Ignacio Brianchaninov. Más recientemente aún, en nuestra misma época,
con la emigración rusa, la práctica de la Oración de Jesús se expandió principalmente, tal vez
entre los laicos, no hay duda de que la publicación en ruso de los "Relatos de un Peregrino
Ruso", tuvo entre ellos, gran repercusión. Gracias a sus contactos con

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la diáspora rusa, muchos occidentales llegaron a conocer y amar la Oración de Jesús. (En el
Occidente Medieval muchos grandes santos -Bemard de Clairvaux, por ejemplo, Francisco de
Asís, Bernardino de Siena- tuvieron una devoción ferviente al santo nombre de Jesús, pero no
parece que hayan conocido la Oración de Jesús bajo su forma bizantina).
Tres elementos, en la Oración de Jesús, requieren un comentario especial para dar cuenta del
extraordinario interés que ella suscita.
En primer lugar, la Oración de Jesús unió, en una corta frase, dos sentimientos esenciales de
la piedad cristiana: la adoración y la compunción. La adoración se expresa en la fórmula de
apertura "Señor Jesucristo, Hijo de Dios", la compunción por el pedido de misericordia que
sigue. La gloria de Dios y el pecado del hombre, están ambos presentes en la Oración: ésta es
una acción de gracias por la salvación que Jesús aporta y una expresión de tristeza por la
debilidad con la que nosotros respondemos a su bondad. La oración es a la vez penitencia,
llena de alegría y de confianza amante.
En segundo lugar, se trata de una oración intensamente cristologica, una oración dirigida a
Jesús, concentrada sobre la persona del Señor encarnado '. que pone el acento, a la vez, sobre su
vida terrestre -"Jesucristo"- y sobre su divinidad -"Hijo de Dios". Aquéllos que utilizan'esta
oración recuerdan constantemente al personaje histórico que se encuentra en el centro de la
revelación cristiana, evitan así, el falso misticismo que no acuerda su verdadero. lugar al hecho
de la Encarnación. Sin embargo, aunque cristológica, la Oración de Jesús no es una forma de
meditación sobre episodios particulares de la vida de Cristo. Aquí igualmente, como en las
otras formas de oración, el uso de imágenes mentales y de conceptos intelectuales es vivamente
desaconsejado. Teófano enseña: "En plena conciencia y atenci6n del corazón, llama sin cesar:
'Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mi! " y cuida de no tener en el intelecto ninguna
imagen visual ni ningun concepto, pero cree firmemente que el Señor te ve y te escucha".
En tercer lugar, la invocación del Nombre es una oración de extrema simplicidad. Es una
manera de orar que puede ser adoptada por todos, no requiere ningún conocimiento particular,

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ninguna preparación elaborada. Tal como lo dice un autor reciente, lo único que se debe hacer
es comenzar. "Antes de comenzar a pronunciar el nombre de Jesús, estableced en vosotros la
paz y el recogimiento: pedid la inspiración y la ayuda del Espíritu Santo... Enseguida,
comenzad simplemente. Aquél que quiere marchar debe comenzar por dar un primer paso-,
para nadar, es necesario, primero, arrojarse al agua. Es igual para lo que constituye la
invocación del Nombre. Comenzad por pronunciarlo con adoración y amor. Mantenéos en él.
Repetidlo. No penséis que estáis invocando el Nombre, pensad en el mismo Jesús. Decid su
nombre lentamente, dulcemente, apaciblemente".
Teofano subraya ese carácter de simplicidad muy a menudo: "La obra de Dios es simple: es la
oración; es decir, hijos que se dirigen a su Padre sin ninguna sutileza... La práctica de la
Oración de Jesús es simple... La práctica de la oración es llamada un arte y es un arte muy
simple. Permaneciendo con vuestra conciencia y vuestra atención en el corazón, repetid
incesantemente: 'Señor Jesucristo, hijo de Dios, ten piedad de mí'."
Se recomienda al principiante recitar la Oración "lentamente, dulcemente, apaciblemente".
Cada palabra debe ser dicha con recogimiento, sin prisa y, por lo tanto, sin énfasis. La oración
no debe ser obligada ni forzada, debe correr naturalmente, apaciblemente. "El nombre de Jesús
no debe ser proclamado ni pronunciado con algún tipo de violencia, aunque sea interior" . Es
necesario orar sin cesar, con concentración y atención interior, pero también es necesario no
mezclar a la oración un sentimiento de obligación, una intensidad provocada o una emoción
artificial.
Al final de cada Oración, es conveniente hacer una corta pausa, pues ésta nos ayuda a
mantener el espíritu atento. De acuerdo al obispo Ignacio, se necesita aproximadamente media
hora para recitarla un centenar de veces; ciertas personas demoran más aún. Según otras, la
Oración puede ser recitada más rápidamente. En los "Relatos de un Peregrino Ruso" -obra
anónima, perteneciente también al siglo XIX ruso- el starets aconseja al peregrino comenzar
por recitar la Oración tres mil veces cada día, luego seis mil, y finalmente doce mil veces;
después de lo cual él dejó de contar Ahora bien, cifras semejantes suponen un ritmo mas rapido
que el que recomienda Brianchninov.

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Los hesicastas agregan a esta regla, muy simple, un método físico apropiado para mantener
la atención. Una cierta actitud corporal es recomendada a veces: la cabeza inclinada, el
mentón apoyado sobre el pecho, los ojos fijos sobre el lugar del corazón. Es necesario al
mismo tiempo regular con cuidado la respiración, a fin de ritmarla con la Oración. Esos
métodos son descritos por primera vez en una obra titulada: "Los tres métodos de Oración y
de atención atribuida a San Simeón el Nuevo Teologo (si,Io XI) aunque seguramente no le
pertenezca. El autor es probablemente Nicéforo el Solitario (siglo XIV) y es muy posible que
describa una práctica ya bien establecida en esaépoca ( 18).
En muchos pasajes de esta antología Teófano e Ignacio se refieren a esta técnica respiratoria.
Cuando la mencionan es, sin embargo, casi siempre con una cierta desaprobación, y evitan
cuidadosamente hacer una descripción detallada. Esta reticencia desilusiona a muchos
lectores occidentales que ven en el hesicasmo una especie de yoga. Lo que ha atraído hacia la
Oración de Jesús a muchos no ortodoxos en el curso de los últimos años, y lo que más les
fascina, son precisamente esos ejercicios físicos. Esa manera de entender la oración interior
no habría sido aprobada, ciertamente, por Teófano y por Ignacio, que consideraban muy
peligrosos el uso indiscriminado de ejercicios respiratorios.
Para apreciar en su justo valor el lugar que ocupa el método físico, es necesario tener claros
tres puntos esenciales:
En primer lugar, los ejercicios respiratorios no son más que un accesorio, una ayuda para el
recogimiento, útil para algunos pero no obligatoria para todos. No constituyen, de ningún
modo, un elemento esencial de la oración, que puede ser practicada en toda su plenitud sin
ellos.
Además, esos ejercicios deben ser utilizados con la mayor discreción, pues pueden ser
peligrosos si se los realiza mal. En sí mismos. descansan sobre un principio teológico
perfectamente seguro y sólido -la unidad del compuesto humano constituido por el cuerpo y
alma-, y sobre el hecho de que, por consiguiente, el cuerpo tiene un papel positivo que jugar en
la obra de la oración. Sin embargo, si tales-técnicas son mal empleadas, pueden arruinar la
salud e incluso llevar a la locura, tal como algunos lo han constatado recientemente para su
desdicha. Esa 22 es la razón por la cual los autores ortodoxos insisten en que aquéllos que
practican dichos métodos se coloquen bajo la dirección constante de un director espiritual
experimentado. En ausencia de ese starets (e incluso en los países ortodoxos existen pocos que
tengan la experiencia requerida), es mejor practicar la Oración en sí misma, sin preocuparse por
técnicas somáticas. Según el obispo Ignacio: "Es necesario no intentar practicar esa técnica
mecánica, a menos que ella se establezca por sí misma... El método mecánico es
ventajosamente reemplazado por una repetición apacible de la Oración; es necesario hacer una
breve pausa entre cada invocación, la respiración debe ser calma y apacible, y el intelecto debe
estar encerrado en las palabras de la Oración".
Finalmente, la práctica de la Oración de Jesús, con o sin la técnica respiratoria, presupone una
pertenencia plena y activa a la Iglesia. Si la Oración es a veces descrita como un "método
fácil", o un "medio breve", es necesario interpretar bien semejante lenguaje. Salvo en casos
muy excepcionales, la Oración de Jesús no nos dispensa de ningún modo de las obligaciones
normales de la vida cristiana. Teófano y los demás autores de la antología suponen que sus
lectores son cristianos admitidos en la Iglesia por el bautismo, asistiendo regularmente a la
Liturgia, confesándose y comulgando frecuentemente. Si dicen poco sobre ese tema, no es
porque lo consideran sin importancia, sino porque están persuadidos de que cualquiera que se
proponga practicar la Oración de Jesús, conoce ya la enseñanza de la iglesia.
En nuestros días, sin embargo, la situación en Occidente es muy diferente. Algunos, entre
aquéllos a quienes atrae la Oración de Jesús, no son de ningún modo cristianos practicantes; lo
que despierta su interés es precisamente el hecho de que la Oración de Jesús les parece algo
nuevo, excitante y exótico, mientras que las prácticas más familiares de la vida ordinaria de la
Iglesia les resultan sin atractivo. La Oración de Jesús no es, absolutamente, un "medio breve"
en ese sentido. En las condiciones normales, una vida sacramental regular es la condición sine
qua non para dedicarse a la Oración de Jesús: "El medio mas seguro de alcanzar la unión con el
Señor, escribe el obispo Justino, después de la comunión de su Cuerpo y su Sangre, es la
oración interior de Jesús". La comunión debe venir primero, y luego la oración; la invocacion
del Nombre no debe sustituir a la Eucaristía, ella no puede ser mas que un enriquecimiento que
viene a agregarse

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Siendo tan corta y tan simple, la Oración puede recitarse, no importa dónde y no importa
cuándo. Puede recitarse en el ómnibus mientras se trabaja en el jardín o en la cocina;
vistiéndose o caminando, cuando se padece insomnio, durante los períodos de angustia o de
tensión, cuando otras fornas de oración se han hecho imposibles. Desde ese punto de vista, es
necesario reconocer que se trata de una oración particularmente bien adaptada a la tensión del
mundo moderno. Es una oración especialmente recomendada a los monjes, a quienes se
entrega un rosario formando parte del hábito; pero es en la misma medida una oración para los
laicos, cualquiera sea su ocupación en el mundo. Es la oración del eremita y del recluso, y al
mismo tiempo la oración de aquéllos que están comprometidos en el trabajo social, la atención
de los enfermos, la enseñanza o la visita a las prisiones.
Es una oración que conviene a todas las etapas de la vida espiritual, desde la más elemental a
la más avanzada.

Archimandrita Kallistos (Ware)


Oxford.

NOTAS

1- lo- fórmula es de Nicolás Cabasilas (siglo XIV) en Migne, P.G. 150, 712 A-
2- Salmo 63, 7, según la numeración de los Setenta. Aquí la traducción se ha hecho
directamente del hebreo, pues el texto de los Setenta es oscuro.
3- La oración es una realidad viviente, un encuentro personal con el Dios vivo: no puede ser
encerrada en los límites de un análisis rígido. La clasificación dada aquí solo vale a título
de indicación general. Los lectores atentos verán que los Padres no utilizan siempre los
términos en el mismo sentido.
4-,Acedía: pereza espiritual, estado de depresión, indolencia.
5- Esta lista remonta a Evagrio Póntico, un monje que vivió en Egipto en el siglo
IV.Retomada en Occidente y ligeramente retocada, llego a convertirse en los siete pecados
capitales. Algunos Padres emplean una clasificación algo diferente, entre otros San Marco
el Monje, que habla de "tres gigantes espirituales".
6- En lo que respecta al uso de la imaginación, esa enseñanza contrasta con los métodos de
meditación discursiva tan largamente difundidos en la Iglesia Católica Romana después
de la Contrarreforma y que dependen muy ampliamente del recurso a la imaginación.
Sobre la diferencia entre la espiritualidad occidental moderna y la espiritualidad
ortodoxa, ver H.A. Hodges en su introducción a
Unseen Warfaro, traducido por Kadlotibovsky y G.E.F. Palmer, Londres, 1952, en
particular las páginas 34 35.
7- Oumiléníé: esa palabra e-, intraducible. se la podría tal vez verter por "enternecimiento
repentino del corazón", o incluso profunda emoción de corazón.
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8. Prolest: podría traducirse Por "seducción". Sin embargo, la palabra tiene un sentido a la
vez más amplio y mas técnico. La prelest es el estado de un alma que se ha separado de la
verdad. El obispo Ingnacio la define como la corrupción de la naturaleza humana por la
aceptación de un espejismo en lugar de la verdad.
9. El nombre de Jesús significa Salvador. Tu le darás el nombre de Jesús pues el salvara a su
pueblo de los pecados.
10. Esta invocación es recomendad por San Macario
San Juan Cassiano: Col¡. X 10)
11. Vitae Patrum, V., V, 32 (P.L. 73, 882 BC)
13- Apotegmas (P.G., 65) Apollo 2

14 Sobre 105 comienzos de la Oración de Jesús, ver B. Krivocheine "Fecha de¡ texto
tradicional de la Oración de Jesús, en Mesuger de I'Exarchat du Patriact d, Moscou
en Europe Occidentale, 7 - 8 (1951), -pp. 55 - 59.
15 Un Monje de la Iglesia de Oriente, On the invocation of the Narne of Jmws, Londres,
1950, pp. 5 - 6.
16- Idein. p. 6.

17- Relatos de un Peregrino ruso. Patria Grande, Buenos Aires, 1978.

18 Autores tan antiguos como Hesiquio dan esta opinión "Que la Oración de Jesús se una a
vuestra respiración", pero esto no significa de ninguna manera que conocieran los
ejercicios respiratorios en su forma evolucionada.

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