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26 marzo, 2017
Para comprender el conflicto liberal-conservador, es necesario conocer los antecedentes y factores que se
suscitaron a lo largo de la historia de nuestro país, y que fueron moldeando la realidad nacional hasta el término
de la Revolución Mexicana.
En primer término, la opresión ha sido una característica constante en la historia de nuestro país. Una opresión
que ha estado presente en nuestro territorio desde la llegada de los españoles.[1]
Así, durante 300 años los pueblos originarios que ocupaban el territorio nacional a la llegada de los españoles
sufrieron una constante opresión. Desde aquellos años comenzó a desarrollarse en el espíritu de los habitantes de
la Nueva España una tendencia hacia la libertad (lógicamente después de habérseles arrebatado durante la
Conquista). Una tendencia que en principio sería expresada como odio y posteriormente a través de la razón.
El odio del que hablamos ha sido uno de los componentes principales que han sostenido los diversos
levantamientos armados que se han suscitado en la historia de nuestro país. En efecto, los movimientos sociales y
políticos en México se han caracterizado siempre por un factor constante, la utilización del hartazgo del pueblo
como catalizador para encauzar las masas hacia una causa defensora de intereses individuales, encubiertos como
comunes a la nación.
Así, los individuos con suficiente poder político para levantar la voz y ser escuchados han buscado promover
cambios excitando al pueblo a defender una causa que no guarda relación con la discursiva realmente predicada
y que contempla un alcance al movimiento completamente distinto, con fines particulares.
El movimiento independentista, liderado en sus inicios por Hidalgo, se sirvió del enojo de la población, de la
transformación del espíritu público hacia una independencia, sin importar los resultados de la misma[2] ante la
interminable opresión a la que se hallaba sujeta. Se sirvió de espíritus combativos que sintieran la lucha como
suya, que pelearan por sus derechos sin saber realmente por lo que se peleaba. A raíz del enojo de la población,
no se le presentó ninguna dificultad al cura Hidalgo para arrastrar a las masas a su movimiento[3]. Once años
más tarde, y después de un considerable número de caudillos involucrados, el 27 de septiembre de 1821 se
consumó la Independencia de México.
A pesar de que la independencia significó la liberación de la subordinación a España y una firme declaración de
separación respecto a la influencia europea, como es lógico, después de todo movimiento armado interno, el país
se hallaba en crisis, lleno de oportunistas buscando alcanzar el poder que había quedado indefinido.
Poco a poco los problemas que se venían arrastrando desde la Colonia se irían concentrando y particularizando
en ciertos sectores, incrementándose cada vez más hasta la Revolución Mexicana.
Entre algunas de las cuestiones que originaban pugnas entre los mencionados bandos se encontraban las
siguientes:
La expansión del comercio por parte de los liberales contra la producción interna proteccionista de los
industriales.
La desamortización de los bienes eclesiásticos en contra de la intención de conservar sus riquezas por parte
del clero.
Una república federal planteada por los liberales, a diferencia de una concepción central del poder por parte
de los conservadores[4].
Estos tres, serían los conflictos principales entre liberales y conservadores, sin embargo, la última de las
cuestiones señaladas sería una de prominente importancia pues desataría un intercambio constante en el poder
entre los dos sectores políticos. Un intercambio a base de engaños, traiciones y débiles convicciones, sin ninguna
referencia realmente objetiva de parte de ambas facciones. Únicamente podría vislumbrarse una inclinación hacia
la libertad política por parte de los liberales, tendiente a formar una república democrática y federal, teniendo
como su contraparte conservadora, el deseo de un poder central que iría desde una república centralista hasta
una monarquía e incluso un Imperio.
En el juego de poder de ambas facciones, trascendental papel jugó Antonio López de Santa Anna, que, errante en
sus convicciones e inconsistente en su ideología[5], vendía sus servicios al mejor postor. Es de resaltarse la
búsqueda del poder por parte de los 2 frentes de poder, conocidos como el Partido Liberal y el Partido
Conservador cuando conocemos que Santa Anna ocupó la Presidencia de la República en 11 ocasiones, algunas
por parte de un partido y otras a petición del otro; imposible fue conocer su verdadera convicción. [6]
Asimismo, fueron los conservadores católicos José M. Gutiérrez de Estrada, Juan N. Almonte y José Hidalgo
quienes sostuvieron la candidatura del Archiduque Maximiliano de Habsburgo en Europa aprobada incluso por
Santa Anna en uno de sus más conocidos despliegues conservadores, tiempo en el que se marcaría el apogeo del
entendimiento entre éste y dicha facción[7] para que México fuera gobernado como una monarquía (que se
convirtió en Imperio)[8], lo cual implicó no sólo un ataque directo a los ideales liberales, sino también a la
soberanía del país.
Las Leyes de Reforma y la Constitución de 1857 significarían una temporal victoria para los liberales que de
manera radical alejaron a la Iglesia de cualquier injerencia en la vida política y educativa del país a través de la
abolición de los fueros eclesiásticos y militares, así como la desamortización de los bienes de dicha institución. Sin
embargo, a la llegada del régimen porfirista, junto con la dura represión que lo caracterizó, el poder central
finalmente se consolidaría con incontables beneficios para la facción conservadora y la relación Iglesia-Estado
volvería a relajarse. Por tanto, un nuevo resentimiento liberal con un discurso de libertad resurgiría.
De tal manera fue que se fue generó un rencor histórico y recíproco entre
el partido Liberal y el Conservador, que generó una constante guerra
intelectual, política y civil hasta la Revolución Mexicana.
BIBLIOGRAFÍA
[1] León Portilla, Miguel, Visión de los vencidos, México, UNAM, 2015, pp. 230-237.
[2] Alamán, Lucas, Historia de Méjico, México, Libros del Bachiller Sansón Carrasco, 1985, t. I, pp. 189-190.
[4] Durand Ponte, Víctor Manuel, México: La formación de un país dependiente, México, UNAM, Instituto de
Investigaciones Sociales, 1979, p. 29.
[5] Soberanes Fernández, José Luis, Y los conservadores tomaron el poder y cambiaron la constitución, México, Porrúa,
2014, p. 50.
[6] Muñoz, Rafael F., Santa Anna El dictador resplandeciente, México, Fondo de Cultura Económica, 1983, p. 274.
[7] Fuentes Mares, José, Santa Anna, el hombre, México, Grijalbo, 1981, p. 271.
[8] Rivera Cambas, Manuel, Historia de la Intervención, México, INEHRM, 1987, t. I, p. 473.