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Entre otras distinciones, Javier Álvarez ha recibido becas del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA), las
Fundaciones Mendelssohn y Civitella Ranieri y es miembro de la Academia de Artes de México desde 2005. En 2013
recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes, la máxima distinción conferida por el Estado mexicano a los artistas y
científicos del país. Más recientemente, en 2014, el Instituto de Bellas Artes y Literatura (INBA) le otorgó la Medalla
Bellas Artes en reconocimiento a su contribución al arte y la cultura de México.
La obra de Álvarez ha sido interpretada por numerosas orquestas y ensambles de gran prestigio nacional e internacional,
incluyendo el New London Chamber Choir, London Sinfonietta, L'Orchestre Nationale de France, Tambuco, Ictus,
Brodsky Quartet, Cuarteto Latinoamericano, Chicago Symphony New Music Group, Orquesta Filarmónica de los
Ángeles, Orquesta del Palacio de Minería, BBC Concert Orchestra, Orquesta Sinfónica de Xalapa, Orquesta Sinfónica de
San Diego, Orquesta Sinfónica de Yucatán, Orquesta de Cámara Europea, Orquesta Filarmónica de Jalisco, Orquesta
Sinfónica Nacional y Filarmónica de la Ciudad de México. Ha escrito obras para renombrados solistas como Ricardo
Gallardo, Gloria Cheng, Luis Julio Toro, Florent Jodelet, Luis Humberto Ramos, Vinko Globokar, Fernando Domínguez,
Harry Sparnaay y colaborado con muchos otros.
Además de una prolífica carrera creativa, Alvarez presume una larga trayectoria académica, habiendo sido profesor en
el Royal College of Music y en la Universidad de Hertfordshire. Mientras vivió en Inglaterra, dirigió Sonic Arts Network,
la sociedad británica para la música electro-acústica y fue director artístico de la Society for the Promotion of New Music
(SPNM). Después de haber enseñado composición durante 3 años en la Academia de Música de Malmö, en Suecia,
Álvarez se convirtió en profesor visitante en el Conservatorio de París y en la City University de Londres. A su regreso a
México, fungió como miembro fundador de la entonces naciente Escuela Superior de Artes de Yucatán y entre 2011 y
2015 fue Rector del Conservatorio de las Rosas, en Morelia, Michoacán. Actualmente es Director General de la Escuela
Superior de Artes de Yucatán y Consejero Artístico del Festival de Música de Morelia, permaneciendo siempre activo
como compositor y gestor de proyectos independientes.
CURRICULUM VITAE
Nombre completo: Javier Alvarez Fuentes.
Ciudad de México, Mayo 8, 1956.
Nacionalidad mexicana, estado civil: casado. 2 hijos
ESCOLARIDAD
ESPECIALIZACIONES
AFILIACIÓN Y MEMBRESÍA
• Miembro de la Academia de Artes de México.
1995 Prix Ars Electronica – primera mención por Calacas Imaginarias, Linz,
Austria.
JAVIER ALVAREZ
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BITRAN, YAEL. Presentación Cuadernillo del álbum Progresión, (México, Casete,
agricultura digital, 2014) 10-11
MONTAGUE, STEPHEN (ed). Javier Álvarez. The Grove Dictionary of Music and
Musicians 2nd. Edition (United Kingdom, MacMillan, 1998) http://
www.grovemusic.com
http://www.pnca.sep.gob.mx/en/pnca/Javier_Alvarez_Fuentes
http://www.academiadeartes.org.mx/malgb
https://oaxaca.quadratin.com.mx/Reconoce-Instrumenta-la-trayectoria-de-Javier-
JAVIER ALVAREZ Alvarez-Fuentes/
http://www.temazcal.co.uk/
http://soundcloud.com/alvarvierez
http://www.lamediatheque.be/travers_sons/ars04_alvarez.htm
http://britishmusiccollection.org.uk/composer/javier-alvarez
http://www.amazon.com/s/105-4325413-4674061?ie=UTF8&search-
alias=classical&keywords=Javier%20Alvarez
http://90.146.8.18/en/archives/prix_archive/prixJuryStatement.asp?iProjectID=2586
http://90.146.8.18/en/archives/prix_archive/prix_year_cat.asp?
iProjectID=2&iCategory ID=2546
DISCOGRAFÍA PUBLICADA
Varios intérpretes Progresión- Javier Alvarez Colección retrospectiva, Casete,
México, 2010. CAS0272014
Wendy Holdaway: De tus manos Brotan pájaros De tus manos brotan pájaros
CMMAS, México, 2010. CMMAS004
Duo Elegía: Perspectivas sonoras Almagre y Azul Duo Elegía, México, 2010.
Wendy Holdaway: De tus manos Brotan pájaros De tus manos brotan pájaros
Quindecim Records, México, 2010.
Banda Elastica :Ai t’encargo Modelo para Armar Discos Tiradero, México, DF.
(Agosto 2002)
JAVIER ALVAREZ
Tambuco, ensamble de percusiones: World Premiere Recordings Nocturno y
Toque Quindecim Records, Mexico 2001. QP01081
Orquesta Sinfónica Simón Bolivar, Keri Lynn Wilson, directora: Danzón Metro
Chabacano (versión orquesta ) Dorian Recordings, EUA 1998 DR- 90254 CD
Luis Julio Toro: Vientos Alisios Lluvia de Toritos, Temazcal Airo Music, Caracas,
Venezuela, 1993. AIRCD-00293
Cuarteto Latinoamericano: Four for Tango Metro Taxqueña New Albion Records,
California, EUA, 1992. NA100-CD
Los ostinatti que permiten establecer una estructura y un sentido...son aún mas
caprichosos en [n mambo] del Mexicano Alvarez.” (Le Monde, Paris, Nov. 2001)
A partir del primer cuarteto de Bethoven, Alvarez se propuso emular [en Metro
Nativitas] el uso de motivos cortos, los cuales reaparecen bajo nuevas formas.
Inicialmente, el resultado suena como una cita de Michael Torke, pero [la obra]
mantiene su momento sorpresivamente bien porque el desarrollo musical es
menos predecible, menos populista que el de Torke, y porque Alvarez tiene mas
que decir....” (Andrew Clarke, Finacial Times, Londres, Abril 2000)
“...y diversión hay en cantidad en un efectivo n mambo por Javier Alvarez.” Shirley
Radcliffe, International Piano Quarterly Sept. 2001
“La música de Javier Alvarez revela influencias de la cultura popular que van mas
allá de nuestro tiempo y lugar, y su trabajo es representativo de una muy
importante corriente en las artes...” (John Adams, 1993 Ojai Festival Welcome,
Mayo 1993)
“Mas tarde, otro de los momentos culminantes del programa: la versión para
cuerdas de Metro Chabacano de Javier Alvarez, una de las obras de cámara mas
lúcidas y sabrosas de todo el repertorio mexicano...resultó muy satisfactorio
escuchar a la Orquesta de Cámara de la Comunidad Europea tocar con buen estilo
y aproximación a las cadencias trópico-urbanas que Alvarez propone...” (Juan
Aruro Brenan, Reforma , El Ángel, México, Mayo 1995)
Aurelio Tello
No creo equivocarme cuando digo que una de las tareas de la musicología en México,
en Latinoamérica, o en cualquier otro sitio del tercer mundo consiste en contribuir a
establecer el canon de la creación musical. La eclosión de corrientes musicales a lo
largo del siglo XX y lo que va del XXI ha sido tan poderosa y los creadores han
intentado todo tipo de propuestas creativas que resulta difícil establecer un solo
parámetro para construir, por ejemplo, el canon de la música en México. Tengo la
convicción de que, a pesar de una cada vez más sostenida producción musical –en
cantidad y calidad– nuestros pueblos siguen ausentes en la Historia de la Música –así,
con mayúsculas– y que aún quedan muchísimas páginas en blanco por escribirse.
Nuestro canon musical –uno que todavía no podemos llamar “el canon”– ha ido
construyéndose de facto. No hay consenso para determinar por qué, unos sí y otros no,
ocupan un sitial en el parnaso de la creación musical. Decimos que los grandes músicos
mexicanos son Manuel M. Ponce, Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Blas Galindo y
José Pablo Moncayo. Lo que los ha consagrado es que todos se adscriben –quien más,
quien menos– a la ideología nacionalista de la primera mitad del siglo XX. No es la
valoración de su obra global y tampoco de sus capacidades técnicas lo que ha
determinado que ellos lleven la representatividad de la música de México. Más allá de
las anécdotas, de las posiciones ideológicas o de los sentimientos que algunas de sus
obras puedan despertar en los escuchas, tenemos muy pocos acercamientos al fondo de
sus partituras, a su know how personal, al meollo de sus propuestas sonoras.1
Creo que entre los músicos nacidos en las décadas del 50 y 60 del siglo pasado
ya hay algunas voces que merecen estar en ese canon –aún incompleto, aún
incoherente– al que me refiero líneas arriba. Son compositores que andan entre los 50 y
los 60 años de edad, con una obra que merece ya el estudio, la reflexión y la valoración.
También con una dedicación que refleja un alto grado de compromiso con el arte y con
la música. Entre esos compositores se encuentra Javier Álvarez, uno de los más
relevantes creadores musicales de la última época del siglo XX (de los años 80 para acá)
y de lo que llevamos del siglo XXI.
Quisiera recoger algunas de las ideas que establece Harold Bloom en su
discutible y discutido –pero a la vez entrañable– libro El canon occidental. El crítico
literario plantea algunas de las consideraciones esenciales para establecer un canon e
incluir a determinados autores en él. Y haciendo una comparación trataré de establecer
por qué, en la construcción del canon de la música contemporánea –de los años 90 hasta
el momento presente– Javier Álvarez y su obra forman parte ineludible de ese canon.
Bloom, siguiendo a Alastair Fowler, recoge la idea de que
cada época posee un repertorio de géneros bastante escaso al que los
lectores y críticos reaccionan con entusiasmo, y el repertorio del que
pueden disponer sus escritores es también más pequeño: el canon
provisional queda fijado, en su casi totalidad por los escritores más
importantes, de mayor personalidad o más arcanos. Cada época elimina
nuevos nombres del repertorio. En un sentido amplio, quizá existan todos
1
Salvo los ya conocidos –por los musicólogos; por los melómanos en general, no– trabajos de Otto
Mayer-Serra, Yolanda Moreno Rivas, Ricardo Miranda y algunos más, las miradas que determinen el qué
y el cómo de nuestra música son todavía muy escasas.
los géneros en todas las edades […] Haremos mejor en tratar los vaivenes
de los géneros en términos de elección estética.2
Si el canon –dice Bloom– es una palabra religiosa en su origen, es la elección estética la
que ha guiado siempre cualquier aspecto laico de la formación del canon. Los autores y
las obras canónicas –incide– superan la tradición y la subsumen. El único movimiento
que define el canon por fuerza estética –concluye– se compone de la siguiente
amalgama: dominio del lenguaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría y
exuberancia en la dicción.
Traslado estas afirmaciones al campo de la música. La tarea no es fácil. Son dos
maneras de hacer. Dos modos de plasmar. Pero ni la literatura, ni la música pueden, en
principio, ser leídas/escuchadas, abusivamente, más allá de sus genuinas razones
estéticas. Y me siento tentado de asumir cada una de las palabras del párrafo anterior
que, en tres o cuatro trazos, fijan una manera de establecer un canon: nuestros más
emblemáticos creadores musicales –de José Mariano Elízaga a Javier Álvarez– han
partido de una tradición, entroncada con las preceptivas de composición afincadas en la
cultura occidental y las han considerado como parte de un conjunto de conocimientos,
reglas, normas y maneras con las cuales abordar la aventura de la creación musical. Un
acercamiento a sus partituras nos deja ver eso que Bloom considera esencial: dominio
del lenguaje (del código musical, de los signos de tiempo y altura, de las combinaciones
tímbricas, de la elaboración de texturas), originalidad (eso que se suele llamar “voz
propia”), poder cognitivo (comprobable cuando tras cada repetida audición hay algo
nuevo que escuchar), sabiduría (mezcla de conocimiento, invención e imaginación, de
inteligencia y experiencia) y exuberancia en la dicción (que en música se traduciría
cuando un compositor consigue hacer escuchar todo lo que ha escrito en la partitura).
Escucho –un acto tendenciosamente voluntario– la música de Javier Álvarez y
encuentro en ella todo eso que señala Bloom para convertirse en canónica. Pero apunto
una idea más: En las obras de Javier se impone una poética que yo llamaría una “certeza
de lo sonoro”. Cuando Álvarez incursionó en la composición, su música venía nutrida
de una seguridad de que la interpretación traduciría las intenciones musicales que el
compositor había plasmado en la partitura. La audición de una obra como Trireme
(1982), por ejemplo, planteó en su momento, de manera contundente, una discursividad
y organización seccional de los materiales, cosidos con un sesudo e inteligente trabajo
textural. Situada en las antípodas del tiempo, Ceiba de luz y sombra (2012-2013),
recoge la experiencia de tres décadas de orquestador. La fraseología de ambas piezas
tiene su fundamento en la cuidada elaboración tímbrica. Cada célula, cada idea, cada
pequeño grupo de sonidos va íntimamente unido a un color orquestal específico. Pero
este entramado de células no responde al concepto ortodoxo de desarrollo, es decir de
expansión de las ideas transitando por diversos centros tonales, sino que extiende el
discurso por otros procedimientos. El rechazo a desarrollar y la voluntad de ahogar la
elocuencia se manifiestan en el gusto por las frases cortas que se engarzan como
pequeños mosaicos revestidos de diversos timbres. Aquí una pregunta: ¿Traduce la
música el “sentido” que pudieran expresar los títulos? ¿Es “lo sonoro” identitario con
Trireme, Jardines con palmera, De aquí a la veleta y Ceiba de luz y sombra? No
concibo esta música como descriptiva, sino como unas metáforas sonoras de las
realidades que tocan a la vida y a las experiencias del compositor. Metáforas traducidas
a giros que provienen de las fuentes populares de la música mexicana, latinoamericana,
del Caribe, pero exentos de anecdotismo o de cualquier matiz de tourist music.
Exuberante síntesis de tradición y contemporaneidad, lúcido afán de borrar fronteras
2
Harold Bloom, El canon occidental, sexta edición, Barcelona, Anagrama, 2011, pp. 31-32.
entre lo culto y lo popular, exigente compromiso con lo heredado, lo aprendido y lo
creado, el sonido orquestal en las obras de Javier reclama ser una síntesis de diversos
estilos orquestales de la música del siglo XX: huellas varias, del Stravinsky de La
Consagración de la Primavera al Ligeti de Atmósferas; del Bartok del Concierto para
Orquesta al Lutoslawski de los Juegos Venecianos o al Stockhausen de Gruppen, pero
asimismo al Revueltas de Sensemayá y al Amadeo Roldán de La rebambaramba.
Modalismos, pentafonismos, tropicalismos, ecos de la Huasteca o veracruzanos, de
tango o de jazz –sólo por citar algunos signos evidentes– son pasados por el tamiz de un
cuidadoso trabajo de elaboración textural derivada de la amalgama de timbres y por
recurrentes procedimientos de construcción: las clásicas explosiones orquestales
precedidas de un impulso ascendente; las reiteraciones motívicas que generan frases de
breve duración que impulsan la actividad composicional hacia delante, la expansión y
contracción de células rítmico-melódicas, los contrastes líricos en los cuales las
sonoridades “aireadas” –tipo armónicos en las cuerdas, motivos en arpa, celesta,
triángulos o marimbas, multifónicos, o resonancias armónicas en octavas superiores–
que tienen un peso expresivo característico, los volúmenes orquestales que están
reforzados de manera constante por trémolos en los platillos. En resumen, Javier afirma
un universo sonoro personal que es a la vez reflexión y afirmación, herencia y sucesión,
experiencia y renovación. Eso que él imagina hacer sonar de alguna manera –un
movimiento de remeros en Trireme, la ingeniería de un objeto en De aquí a la veleta, la
invención de un folclor imaginario en Geometría foliada, el cotidiano paseo que aviva
la imaginación creadora del compositor en Jardines con palmera–, encuentra en el
magistral trabajo de orquestación –suma de hallazgos tímbricos que sería difícil
enumerar en esta apretada síntesis– una certeza sonora que afirma la música de Javier
como una de las más distinguidas, personales y originales de la creación
contemporánea. Como diría Jankélévich: “El creador coloca la esencia junto a la
existencia, la posibilidad al mismo tiempo que la realidad”.3
Un territorio particularmente fértil para la experimentación y al mismo tiempo
para “encontrar” una voz personal ha sido el universo de la percusión. No hay
compositor importante del siglo XX que no haya manifestado un vivo interés por
encontrar en los instrumentos que sólo servían para golpear, para dar fuerza o color,
vertientes líricas. Tras las huellas de obras pioneras como Ionitasion de Varese o la
Toccata de Chávez, muchos creadores han buscado en las percusiones el mismo margen
de hallazgos musicales que en las voces en el Renacimiento, en las cuerdas en el XVIII,
en la orquesta ampliada con alientos o en el piano en el XIX. Descontando los sonidos
electrónicos, las percusiones han dejado en el último siglo una imborrable presencia y
contribuyeron a definir una “contemporaneidad” que no conoció ninguna época
anterior. En la segunda mitad del siglo y en lo que va del XXI, percusiones y sonidos
electrónicos son dos mundos que los compositores han maridado con lucidez. Ambos
recursos han contribuido al nacimiento de la acusmática y de la música mixta. El
compositor ha debido desarrollar nuevas habilidades, una renovada técnica de creación,
adaptar conceptos musicales tradicionales –armonía, contrapunto, textura, timbre,
tensión, dinámica, forma, estructura– y replantear conceptos estéticos convencionales
para adentrarse en el mundo de la acusmática y de la música mixta. Pero entre la
generación que se inició en los años 50 y la que llegó tres décadas después había
notorias diferencias. Javier Álvarez pertenece a esta última. Su punto de partida fueron
los logros de los anteriores; su técnica se cimentó sobre la experimentación de los
3
Vladimir Jankélevich, La música y lo inefable, Barcelona, Alpha Decay, 2005, p. 58.
pioneros de la música electrónica; él pudo plantearse una nueva estética que expresara
la visión del mundo que tienen los individuos en Latinoamérica.
Vuelvo a la teoría de la “certeza de lo sonoro”, es decir al hecho de que un
compositor como Javier Álvarez, al hacer uso tanto de las percusiones como de los
recursos electrónicos, partiera al encuentro de una tipología sonora de la que no tenía
ninguna duda de su proyección a la hora de la escucha y cuyas fuentes primarias son
instrumentos de origen americano (maracas, arpas, steeldrumms, tambores diversos,
marimbas) tocados en vivo o previamente grabados y luego procesados
electrónicamente haciendo uso de los procedimientos que ahora son habituales mediante
el uso de sintetizadores y computadoras con software y aplicaciones para uso musical.
Reverberaciones, retrogradaciones, envolvencias, oscilaciones, filtrajes, regularidades o
irregularidades rítmicas, modos de ataque y caída del sonido, transposiciones,
coloraciones, modulación de anillos, etcétera, sirven a claros propósitos musicales que
hicieron posible la creación de un corpus de obras de exquisito pulimento, de
cuidadísimo trabajo textural y tímbrico e inscrito en una vertiente musical inédita, ajena
a cualquier cliché –a la música electrónica histórica, a la música electrónica vinculada a
la contracultura, a la música electrónica pop, a la música electrónica comercial, a la que
sirve para efectos especiales en la industria del cine– y que aporta nuevos conceptos
estéticos a la música de Latinoamérica. O a la del mundo en los tiempos de la
globalización.
Lo remarcable es que en la obra de Javier Álvarez asistimos a la plasmación de
un “lenguaje electrónico”. O sea, de un modo de sonar que tiene vida propia, que no nos
remite al mundo de los instrumentos acústicos porque no quiere recrear calcos de ellos,
que procede estructuralmente a partir de una suerte de taleas y de continuos sonoros que
sostienen la discursividad, apartado por completo de ese viejo y gastado principio que
era engarzar un rosario de efectos electrónicos. En la música de Javier, los principios de
la composición escolástica no están ausentes y problemas específicos de inicio y fin, de
cuerpo de la obra, de tensiones, densidades, equilibrios, simetrías, texturas, timbres,
frases, periodos y secciones, están claramente resueltos. La elaboración de una obra
electrónica o mixta sigue siendo, tecnologías aparte, la resolución de un problema
musical, no uno de ingeniería. Además, Javier sale airoso del reto que le plantea esa
relación dialéctica que hay entre lo expresivo y lo inexpresivo de la música. Ya decía
Stravinski que “la expresión nunca ha sido la propiedad inmanente de la música”.4 La
voluntad de no expresar nada –en abierto antirromanticismo– ha sido la gran coquetería
del siglo XX. Pero una vez superadas las posturas decodificantes y contestatarias de las
vanguardias de la posguerra, el uso de los instrumentos menos “expresivos” –aquellos
con los cuales no se podía cantar, las percusiones– y esos otros, hijos de la era
tecnológica, los instrumentos electrónicos, se pusieron al servicio de una música “otra-
vez-expresiva”. O, por lo menos, el uso que en los países del Tercer Mundo tuvieron
estos instrumentos reveló una perseverante voluntad de reflejar una sensibilidad
diferente a la europea.
Si Temazcal es la afirmación de un universo donde la imaginación se entronca
con el dominio instrumental y el compositor saca partido de la capacidad de
improvisación del maraquero para integrar sus módulos rítmicos a los sonidos de la
cinta electrónica; si en Offrande el sonido de los steelpans se funde con los de origen
electrónico y ambos rebasan los límites de sus posibilidades físicas; si en Así el acero lo
caribeño se trasmuta en un folclor cibernético y clangoroso –Álvarez, dixit–; si en Días
como Sombra el persistente golpeteo en las placas de madera trasciende la idea común
4
Igor Stravinsky, Chroniques de ma vie, I, pp. 116, citado en Jankélevich, op. cit, p.80.
de percusividad y la percepción es que estamos ante unas marimbas cantarinas; si en
Nocturno y toque la fusión de marimbas y los steeldrums crean un color sumamente
original –de madera metalizada o metal amaderado, si es que son posibles estos
neologismos–, entonces la música se ha vuelto otra vez una manera inefable de “decir”.
Cada una de estas propuestas sonoras alcanza esa condición de musicalidad que la hace
ser música con origen, con identidad, con sentido propio. Si se había creído que el
mundo de los sonidos electrónicos no tenía que ver con la condición humana y generaba
una música inexpresiva, las obras de Javier rescatan lo musical de estos recursos –las
percusiones, los sonidos electrónicos– y reflejan la mirada de un creador de este lado
del mundo, donde la música es todavía una forma de sentir, de vivir y de creer.
Retomo la idea ya planteada de que en la obra de Javier hay una certidumbre de
que lo proyectado o planeado tiene una indudable trascendencia sonora cuando escucho
las obras electroacústicas en las que se funden sonidos en vivo, sonidos de instrumentos
acústicos pregrabados y sonidos generados electrónicamente. Para un compositor como
Álvarez, lo electrónico no tiene por qué ceñirse a clichés o estereotipos que la definan
como electrónica –sonidos ululantes, gimientes, terroríficos, siderales, cósmicos,
psicodélicos y todos aquellos con los que la cinematografía hollywoodense y otras han
proveído a cientos de películas–, sino que trata a este recurso con la misma naturalidad
con la que escribe para un arpa, un grupo de alientos o cuerdas, o emplea la voz, es
decir, como un recurso musical. No lo gobierna una “poética de lo concreto” –el sonido
en bruto–, sino una “poética de lo acústico” –el sonido definido siempre como musical–,
una certeza de la que careció la temprana musique concrete y los electronic sounds de la
posguerra y aun de la era de Vietnam. Javier no es un vanguardista, sino un
posmoderno. No experimenta por experimentar, experimenta para encontrar lo que ya
sabe que está buscando. Unas veces, elementos sencillos como un pulso, un set de notas
que rotan como en un caleidoscopio –incluso con sentido tonal o modal– o patrones
rítmicos sobre notas repetidas –el aire flamenco de Almagre y Azul es un buena
referencia–; en otras ocasiones, sonoridades de densidad orquestal como producto de
complejos procesos de montaje, “acordes” que se quiebran como cristales, clusters cuyo
papel es el de un tapiz armónico que sostiene una línea que canta –como en De tus
manos brotan pájaros, por ejemplo–.
La audición de obras como, Acuerdos por diferencia, Negro fuego cruzado,
Sonoroson, De tus manos brotan pájaros, Almagre y azul o Calacas imaginarias, para
diversos recursos acústicos –fagot, guitarras, arpa, clarinetes o coro, obras en las que el
eje central reside en la interacción entre sonidos en vivo y sonidos grabados revelan a
un tipo de compositor: el que controla no sólo la idea musical, la generación de ideas
matrices que dan vida a la composición, la inspiración –ese fugaz soplo que
desencadena un acto creador– que se hace metáfora al volverse sonido, sino, y de
manera definitoria, la interacción: La confluencia entre lo que hacen los músicos en
vivo, siempre sujeto al azar, a la causalidad, al rubato, al percance psicológico, y lo que
proviene de un material que actúa en un soporte fijo, inalterable, que no cede en el
tiempo ni en el carácter. Las obras de Javier dejan ver cómo esa interacción propone un
discurso –en el más barroco de los sentidos, un texto cuya unívoca lectura sólo puede
ser musical– uno de cuyos ejes rectores es el intercambio de identidades, un no saber a
veces si el sonido proviene de los intérpretes o de la fuente electrónica. El quid del
trabajo composicional de Javier Álvarez –esa es, pues, la más genuina esencia de la
composición en la cultura occidental– reside en fundir los elementos y recursos en uso,
en cohesionar las ideas y los medios en los cuales sonarán esas ideas, en componer la
interacción, en hallar una suerte de fundidos tímbricos, de híbridos sonoros procediendo
en el tiempo –retomo aquí un poco al socaire el concepto de hibridación cultural de
García Canclini que explica la esencialidad de las culturas del siglo XX– que
constituyen esa certeza sonora, el grano de ese discurso al que aludí líneas arriba y que
convierten a Javier en un creador canónico.
Cuando de obras puramente acústicas se trata, un acercamiento a su música de
cámara me empuja a preguntarme qué contienen estas obras de intensa escritura.
Sabemos que la música significa algo en general sin querer decir nada en particular. Es
el mundo de la abstracción cualitativa. La música, como decía Schopenhauer, no
expresa esa alegría determinada o aquella tristeza en particular, sino que instila en
nosotros la melancolía y la alegría en general, la serenidad en sí y la esperanza sin
causas. Y Nietzsche se aventura un poco más: la música no expresa el-dolor-en-general
ni la-alegría-en-general, sino la emoción indeterminada, la pura capacidad emocional
del alma. La música exalta la facultad de sentir, abstrae cualquier sentimiento
cualificado, sea pesadumbre, amor o esperanza, y despierta en nuestro corazón la
afectividad en sí, no motivada ni especificada.5 Traigo a colación una frase dicha por el
compositor que se refiere a que pretende con su música “emocionar al auditor”. En otras
palabras, decirle “algo”. Lo que sea que sea ese algo. Ya me he referido en párrafos
anteriores a una cualidad expresiva en la música de Javier Álvarez y a la manera cómo
en esos instrumentos que teníamos por “inexpresivos” él consigue una música que, en
un sentido, nos conmueve, o nos emociona, o despierta nuestro interés, o cuando menos
nos entusiasma. La suya no es una música que deje indiferente al público.
La composición para Javier Álvarez es un ejercicio que nace de la escucha
previa, de la decantación del material sonoro que va a emplear en una obra. La
concreción en la partitura es sólo el acabado final de un proceso donde el canto precede
al signo, donde la imagen sonora ocurre antes que la prescripción, donde el juego puro
encamina la acción y sólo más tarde se anota. De allí que la lectura de sus obras tenga
asegurada la certeza de lo que va a sonar. Y como todo compositor que se precie de
serlo, Álvarez ha acumulado a lo largo de muchos años un vocabulario, un directorio de
recursos, un tesauro de sonoridades, una sistematización de procedimientos, y con ellos
redacta sus obras tendiendo un puente con sus intérpretes primero y sus auditores
después. Hay en esto un signo que diferencia a Álvarez de los compositores que le
antecedieron. Por eso sostengo que él no es un vanguardista, sino un posmoderno –sin
que, por supuesto, me gusten estas etiquetas para definir a un compositor– ya que, como
lo señala Béatrice Ramaut-Chevassus, entre los signos que distinguen a la música de la
posmodernidad está una nueva actitud de vuelta al pasado, un gusto por el eclecticismo
y una demanda de comunicabilidad.6
Las estrategias compositivas de Javier casan con esta visión de la música.
Recuperar para su música fuentes de procedencia popular (el mambo, el son jarocho, el
son huasteco, el jazz, la música flamenca o la música tropical), mezclar estos elementos
con otros de su propia invención –Villalobos ya había dicho: el folclore soy yo– y lograr
cautivar al escucha definen una manera de componer que ya no pertenece a ese
vanguardismo mexicano que se nutrió de las experiencias del dodecafonismo de
Schoenberg-Berg-Webern, del conceptualismo de Cage, del experimentalismo de Berio
o Stockhausen, del ultraserialismo de Babbit, del minimalismo de Reich y del
puntillismo de Xenakis, todos compositores capaces de decirle a públicos
5
Pierre Laserre, Les idées de Nietzsche sur la musique, París, 1907, pp. 65-66, citado en Jankélevich, op.
cit., pp.99-100.
6
Béatrice Ramaut-Chevassus, Musique et posmodernité, París: Presses Universitaires de France, 1998,
pp. 7-18, citado en Esteban Hernandes Castelló, “El embrollo de lo posmoderno: Variaciones sobre el
significado universal”, Música, lenguaje y significado, Margarita Vega Rodríguez y Carlos Villar-
Taboada, editores, Valladolid, SITEM-Glares, 2001, pp. 71-72.
convencionales “¿A quién le importa si usted escucha”? 7 Obviamente, a Javier sí le
importa establecer un rapport con sus auditores.
En Jardín de otoño están presentes esos ostinati –de frecuente uso en todas sus
obras– que aparecen en primer plano y ceden su lugar a ideas más amplias, fórmulas
melódicas como taleas que ayudan a organizar el virtuoso discurso del clarinete,
fórmulas rítmicas sobre notas repetidas y, sobre todo en el movimiento final, líneas
melódica quebradas en el instrumento cantante. Los movimientos lentos alcanzan un
lirismo que, sin duda, traduce una intención expresiva de orden emotivo.
Modelo para armar se presenta como una caja de Pandora en la que conviven
elementos disímbolos: aires flamencos, giros de jazz latino, ritmos de cumbia,
tropicalismos diversos. Cada instrumento se ocupa de un elemento concreto, de uno que
le es afín o idiomático –las guitarras, los rasgueos flamencos; los alientos madera, unos
giros de jazz latino; las percusiones, bases rítmicas de cariz tropical– que se superponen
marcando desfases de acentuación. La obra es una suerte de tinkertoy, en el que los
elementos que lo integran pueden entrar y salir sin que se altere la estructura. En Metal
de corazones son notorias las evocaciones del mambo a la Bernstein, –“un poema, una
obra de teatro o una novela, dice Harold Bloom, se ve necesariamente obligada a nacer
a través de obras precursoras”– y el ensamblaje de elementos de diversa procedencia
cultural. Las características oscilaciones de 3ª menor –que están en muchas de las obras
de Javier– sirven de puente para enlazar secciones y mientras duran, se le superponen
pulsaciones metálicas seguidas de rasgueos. Es una música fuertemente ecléctica: una
metáfora de la diversidad, de la pluriculturalidad del México contemporáneo y del
mundo donde coexisten sincrónicamente músicas de diverso alcance y proyección. En la
serie de cuartetos dedicados a las estaciones de metro de la ciudad de México –Metro
Taxqueña, Metro Nativitas y Metro Chabacano– la estructura cuasi minimalista y el
trabajo de marquetería de las células que dan vida a cada cuarteto derivan en la creación
de un folclore urbano very clangorous que roza la abstracción, en el mismo sentido que
las Torres de Ciudad Satélite representan la variopinta diversidad humana que puebla
una de las ciudades más contrastantes del planeta por la extensa gama étnica, social y
cultural que la habita.
No creo, pues, equivocarme cuando digo que una de las tareas de la musicología
en México, en Latinoamérica, o en cualquier otro sitio del tercer mundo consiste –en un
plazo cada vez más perentorio– en contribuir a establecer el canon de la creación
musical, el de nuestra creación musical. Tampoco creo equivocarme cuando la audición
de las obras de Javier me hace evidente que ellas poseen esa amalgama de cualidades
que, según Harold Bloom, son la condición sine qua non para estar en el corazón del
canon: dominio del lenguaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría y
exuberancia en la dicción. La de Javier es una obra que posee agudeza de conocimiento
y solidez técnica, energía musical y poder de invención, la capacidad de mantener el
interés, la atención, el asombro y la admiración de cualquier escucha. En esta música
las llamas de esa invención arrasan todo contexto y nos ofrecen lo que podríamos
denominar un valor estético primigenio, al acceso de cualquiera que posea la suficiente
cultura y sensibilidad para escucharla y comprenderla. Y como todas las obras
canónicas, destruye la distinción entre lo sagrado y lo laico, entre lo culto y lo popular,
entre lo tradicional y lo novedoso. Me queda la íntima convicción de que los
compositores y obras que forman parte del canon lo son por su singularidad, por su
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En 1958, Milton Babbit escribió un famoso artículo titulado «The Composer as Specialist» («El
compositor como especialista»), que, al ser publicado en la revista High Fidelity, se cambió, sin su
conocimiento o consentimiento, por «Who Cares if You Listen?» («¿A quién le importa si usted
escucha?») que reflejaba la percepción de mucha gente respecto de la música contemporánea.
inteligencia, por su sensibilidad, por su destreza técnica y por la certidumbre que dejan
en nosotros de que los sonidos que nos ofrendan son una metáfora del tiempo vivido,
del tiempo soñado y del tiempo recordado, pero transformado en música. El tiempo –ese
juez implacable que pone todas las cosas en su sitio– le reservará a la música de Javier
Álvarez un lugar preferente a la hora que llenemos las páginas en blanco de la Historia
de la Música de estos años, cuando declinaba el siglo XX y entraba el que vivimos y en
el que Javier es un actor principalísimo.
*Ensayo publicado como parte del cuadernillo de presentación de PROGRESIÓN, antología discográfica publicada
por Cassete, Agricultura digital, México, 2014 p.34-47
JAVIER ALVAREZ
C AT Á L O G O D E O B R A S
TITULO I N S T RU M E N TA C I O N A Ñ O DUR
.
AYARA Fagot y cuarteto de cuerdas 1981 22’
CARACTERÍSTICAS Flauta, oboe, violoncello y piano 1982 9’
KI BONE GAKU Trombón y marimba 1984 12’
LLUVIA DE TORITOS Flauta sola 1984 9’
TIENTOS Flauta (picc.), clarinete en Bb, violín, violoncello y piano 1985 11’
QUEMAR LAS NAVES Saxofón soprano, trompeta, trombón, piano y bajo 1988 15’
eléctrico
METRO CHABACANO Cuarteto de cuerdas 1988 8’
CHACONNA Viola y clavecín 1991 6’
METRO TAXQUEÑA Cuarteto de cuerdas 1994 8’
ACORDEÓN DE ROTO CORAZÓN Cuarteto de saxofones (SAT y barítono) 1994 7’
SERPIENTE Y ESCALERA Violoncello y piano 1995 10’
METRO NATIVITAS Cuarteto de cuerdas 1999 8’
NOCTURNO Y TOQUE Cuarteto de percusiones: (2 steel pans tenores y 2 2000 14’
marimbas)
MODELO PARA ARMAR Saxofón soprano, tenor y barítono, 2 guitarras 2000 9’
barrocas, bajo eléctrico, y percusión
ESTUDIO 5 Steel pan tenor 2000 5’
N MAMBO Piano solo 2001 3’
ENCLAVE TRIPLE Piano solo 2003 11’
TROMPATUFARRIA AL PASTOR Cuarteto de cornos 2005 7’
FANFARRIA PARA GAVIN Trompeta sola 2010 3’
DE ESTRELLAS Y HORMIGAS Quinteto de alientos: flt, ob, clt(clt. bajo), corno y fagot 2013 15’
HORAS MARCADAS Flauta y cuarteto de cuerdas 2014 12’
EL SUEÑO DEL TOLOK piano solo 2014 5’
BAGATELA RITMATA piano solo 2014 5’
SOLO DE OLVIDO UN RECUERDO piano solo 2015 5'
HORMIGA RENCA DE PASO piano solo 2016 5’
CORTO
17 CIENPIÉS piano solo 2017 6’
DUALIDAD piano solo 2017 7’
CANCIONES DE LA VENTA voz soprano, violin, viola, guitarra barroca (Texto en 1977 12’
español de Jose Carlos Becerra)
TRES RANAS CONTRA RELOJ voz soprano, violin, violoncello y piano (vocalise) 1981 17’
FRAGMENTOS DE HUESO voz soprano, flauta, s. sax, clarinete bajo & viola (texto 1984 9’
en nahuatl de Netzahualcoyotl)
ANIMAL CRACKERS 2 sopranos y 1 barítono, viola y piano (texto en inglés 1990 9’
de Jo Shapcott)
GRAIN JUNCTIONS Ensamble mixto (trompeta, sax tenor, bajo eléctrico, 2018 13’
piano y percusión) y sonidos electroacústicos en
soporte fijo
BANDA DE ALIENTOS
ORQUESTA/ENSAMBLE DE CÁMARA
FUGIT SPEULUM FULGUR ttrb, ttr, btr,, cimbasso, organo y teorbo 2016 9’
AMOR ES MAS LABERINTO Coro mixto (SSAATTBB), 5 solistas (SSATB), 3.3.3.3 - 1978 32’
4.2.3.1 - piano, arpa, perc (2) y cuerdas. (Texto en
español de Sor Juana Inés de la Cruz)
TE ESPERA ESA CHISPA Coro mixto (SSAATTBB), 2 cornos, 2 trbs, perc (2) 1982 9’
piano preparado & contrabajo (Texto en Español; de
José Carlos Becerra)
CALACAS IMAGINARIAS Coro mixto (SSAATTBB), y sonidos electroacústicos 1994 24’
en soporte fijo (Texto en Español by Teresa de Avila y
Netzahualcoyotl)
DIAS COMO SOMBRA Coro mixto (SATB) y cuarteto de percusiones 2010 13’
(marimbas y tambores) (Texto en Español de Enrique
Guerrero Larrañaga)
ORQUESTA SINFÓNICA
DE AQUÍ A LA VELETA 3,3,3,2 -4,3,3,3, perc (4), timp, piano/celesta, arpa & 2013 20”
cuerdas
METRO CHABACANO 3,2,2,2 -4,2,3,1 piano, arpa, perc(3) & cuerdas 2013 7’
Y LA MAQUINA VA 3,2,2,2 -4,2,3,1 piano, arpa, perc(3) & cuerdas 2018 15’
TRIREME Corno solista, 2.2.2.2 - 1.2.1, piano, arpa, guitarra y 1982 18’
cuerdas
MÚSICA PARA PIEL Y PALANGANA Percusión solista, 2.2.2.2 - 4.2.2.1 - piano/cel, arpa & 1993 20’
cuerdas
GEOMETRÍA FOLIADA Cuarteto de cuerdas solista, 2.2.2.2 - 4.2.2.1, piano, 2003 24’
arpa, timp,, perc (3) y cuerdas
JARDINES CON PALMERA Percusión solista, 2,2,2,2, 4,2,2,1, timp, perc (3) piano/ 2012 13’
celesta, arpa y cuerdas
LA CEIBA ERA LUNA Fagot solista, 2,2,4,2, 4 + tuba, timp, perc(3), piano/ 2013 18’
celesta, arpa y cuerdas
METAL DE TRÉBOLES cuarteto de percusiones solista, 3,3,3,2 -4,3,3,3, perc 2016 17’
(4), timp, piano/celesta, arpa & cuerdas
VENDEDOR DE ILUSIONES Clarinete solista, 2,0,0,2, -2, perc (4), timpani, piano y 2017- 20’
cuerdas 2019
BRAZOS DE NIEBLA Niño soprano solista, 3,3,3,2 -4,3,3,3, perc (4), timp, 2018 16’
piano/celesta, arpa, 6 vihuelas mexicanas & cuerdas
ÓPERA