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Rolando Astarita El capital como relación de explotación

El capital como relación de explotación

El objetivo de esta nota es presentar, de una manera accesible, la concepción de Marx


sobre el capital y algunas conclusiones políticas que se desprenden para los marxistas
del asunto. Tengamos en cuenta que, según la representación habitual, la máquina, el
dinero, las materias primas, etcétera, son “en sí” capital. Eso es, se los considera
capital, al margen de las relaciones sociales en que se hallan inmersos. Por ejemplo,
Böhm Bawerk define al capital como el conjunto de productos que sirven para adquirir
bienes (ver aquí). En este enfoque, ni siquiera es necesario que haya sociedad para
hablar de capital; después de todo, Robinson Crusoe pasa a tener su primer "capital"
cuando posterga la recolección de frutos salvajes para construir el arco y la flecha. De
esta manera, el capital queda desprovisto de todo contenido social e histórico. Se
transforma en un presupuesto ineludible de la vida productiva del ser humano;
pareciera “natural” entonces que haya capital para producir. Su raíz social se hace
invisible. La concepción de Marx es la opuesta. Dice: “... el capital no es una cosa, sino
determinada relación socia de producción perteneciente a determinada formación
histórico-social y que se representa en una cosa y le confiere a ésta un carácter
específicamente social” (1999, pp. 1037-8, t. 3). En lo que sigue, desarrollamos esta
idea.

La primera aproximación

Marx introduce la noción de capital a través de una conocida fórmula: Dinero –


Mercancía – Dinero, esto es, comprar para vender. De ahí, la primera aproximación a la
noción de capital: “El dinero que en su movimiento se ajusta a este último tipo de
circulación, se transforma en capital, deviene capital y es ya, conforme a su
determinación, capital” (1999, p. 180, t. 1).

Naturalmente, el circuito D – M – D tiene sentido si la cantidad de dinero obtenida en la


venta supera al dinero adelantado en la compra. De manera que la fórmula es D – M –
D', significando D' el monto inicial más un plusvalor, o plusvalía. Esto nos indica,
además, que la finalidad del proceso no es la producción de valores de uso, como

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sostiene la economía burguesa, sino valorizar el dinero adelantado. El capitalista lanza


dinero a la circulación con el fin de incrementar su valor. Y si las condiciones para la
valorización no son propicias, por la razón que sea, el capitalista intentará mantenerse
líquido; se desatará entonces la crisis, seguida de la recesión o depresión económica.

Debido a que el dinero es la encarnación del valor (como explicó Marx en el capítulo
primero de El Capital), el valor aparece como el sujeto del proceso: “... el valor se
convierte aquí en el sujeto de un proceso en el cual, cambiando continuamente las
formas de dinero y mercancía, modifica su propia magnitud, en cuanto valor se
desprende de sí mismo como valor originario, se autovaloriza. Ha obtenido la cualidad
oculta de agregar valor porque es valor. Pare crías vivientes, o, cuando menos, pone
huevos de oro” (ídem), p. 188). Y un poco más adelante: “El valor, pues, se vuelve
valor en proceso, dinero en proceso, y en ese carácter, capital” (p. 189). En esta
primera aproximación, el capital ya se concibe como relación. Una herramienta, un
cierto monto de dinero, no son capital por fuera de la relación D – M – D'. Pero con esto
tenemos solo la primera noción ("representación", diría Hegel) de la naturaleza de la
relación social implicada en el capital; su contenido sólo se descubre cuando se indaga
en la fuente del aumento del valor. ¿Cómo es posible que el valor dé valor, y en forma
creciente?

El misterio de la valorización

Presentemos el problema: si el capital es una cosa, ¿por qué rinde una renta o
plusvalía permanente? Böhm Bawerk lo planteó con claridad en Capital e interés: “El
fenómeno del interés nos brinda, pues, en conjunto, la curiosa imagen de una
producción continua e inagotable de bienes a base de un capital inanimado”. También:
“... el interés fluye sin llegar agotar nunca el capital que lo produce, sin que, por lo
tanto, se ponga limite alguno a su duración: su duración puede ser eterna, en la medida
en que cabe aplicar esta expresión a las cosas terrenales” (p. 27). Por eso se pregunta:
“¿De dónde y por qué obtiene el capitalista ese aflujo interminable de bienes, sin
esfuerzo alguno de su parte?” (ídem). Böhm Bawerk es consciente de que aquí está el
punto crítico de la economía política.

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Schumpeter también ve las dificultades de responder a la pregunta formulada. En el


capítulo 5 de Teoría del desenvolvimiento capitalista, luego de coincidir con Böhm
Bawerk en que la máquina no produce plusvalía, admite que la tesis de la “imputación”
(según la cual los medios de producción tendrían un valor derivado de la utilidad de los
bienes que ayudan a producir) no puede explicar la renta del capital. “No puede haber
un elemento de plusvalía que esté adherido permanentemente a estos medios
intermedios de producción, pues no puede existir una discrepancia permanente entre el
valor de los productos que han de imputárseles y su propio valor” (1957, p. 167).

Por otra parte, en los textos que se utilizan habitualmente para la enseñanza de la
“economía”, el origen de la ganancia apenas se menciona. De hecho, en la mayoría de
las presentaciones se la identifica con la tasa de interés, que a su vez aparece como un
“costo del capital”, que se iguala a la productividad marginal. Pero las criticas de
Cambridge han desnudado la falta de fundamentos de las explicaciones basadas en la
productividad del capital. En otros casos -en especial, en los textos de macroeconomía-
se postula que el empresario recarga un “plus” (el mark-up) sobre los costos, cuya
naturaleza y razón económica jamás se examina, ni explica. A la vista de las
dificultades, una “solución” es la adoptada por algunos poskeynesianos, como Kaldor:
el beneficio del capital simplemente existe, sin dar cuenta de su origen ni naturaleza.

La crítica de Marx a las explicaciones habituales

También en época de Marx las explicaciones sobre el origen y la naturaleza de la


plusvalía representaron todo un desafío para los economistas. Entre las más
conocidas, está la que explicó la plusvalía por la venta, y la que intentó justificarla por
los sacrificios del capitalista.

La imposibilidad de explicar la plusvalía a partir del “recargo” en la venta es analizada


por Marx en seguida de haber introducido la noción de capital. Su argumento es
sencillo: si todos los que actúan en el mercado procuran valorizar sus mercancías
comprando barato y vendiendo caro, ninguno puede valorizarlas. Es lógica elemental.
Además, Marx demuestra que la ganancia en utilidad tampoco puede explicar el origen
del plusvalor. Si Juan intercambia la mercancía X por la mercancía Y, que posee José,

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y ambas están valuadas en $100, Juan y José habrán ganado en valor de uso, pero
ninguno habrá incrementado el valor de $100 contenido en cada una de las
mercancías, previo a la transacción. De manera que la plusvalía no puede surgir de la
venta. La razón última es que en el mercado, en los actos de compra y venta, solo se
operan cambios de la forma social -de mercancía a dinero, de dinero a mercancía- que,
como tales, no agregan una pizca de valor de uso (el valor de uso siempre es el
fundamento del valor).

Por otra parte, Marx critica la explicación de la plusvalía por la abstinencia del
capitalista (Marshall hablará de la espera, Keynes de la espera unida a la escasez; son
variaciones del mismo tema). La tesis de la abstinencia supone que para el capitalista
es un sacrificio no consumir. ¿Pero por qué no es un sacrificio consumir, en lugar de
disfrutar del placer acrecentar el valor sin cesar? El dinero es encarnación del valor.
Dado que como representante de la riqueza social, se lo puede convertir en cualquier
mercancía, cualitativamente carece de límites. Pero a la vez, toda suma de dinero está
limitada cuantitativamente (ver Marx, 1999, cap. 3, t. 1). De ahí que cada suma
alcanzada es solo un estímulo para superarla. Por eso, en la psicología socialmente
condicionada del capitalista, el goce reside en el incremento del valor del capital. La
abstinencia de consumir jamás podría leerse como un sacrificio, y no puede ser el
fundamento de la plusvalía.

El origen de la plusvalía en Marx

La discusión sobre las contradicciones de la fórmula del capital lleva a la conclusión de


que el plusvalor no puede formarse en la circulación, pero al mismo tiempo no puede
surgir en otro lado que no sea la circulación. Por un lado, la generación de valor debe
ocurrir en el acto de producción; por otro lado, para que el valor se autovalorice, se
debe comprar para “vender más caro”. El capital es valor en movimiento y solo puede
realizarse en la circulación, en el cambio incesante de la forma del valor, de dinero a
mercancía, de mercancía a dinero más plusvalía. “Tales son las condiciones del
problema”, dice Marx. Hay que explicar cómo, a través de este movimiento, y
cumpliéndose la ley del valor trabajo (el valor de las mercancías está determinado por
los tiempos de trabajo), se genera la plusvalía.

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La respuesta de Marx es muy conocida. El capitalista encuentra en el mercado una


mercancía especial, la fuerza de trabajo. Por fuerza de trabajo entiende el conjunto de
las facultades físicas y mentales que existen en el ser humano, y que pone en
movimiento cuando produce valores de uso.
Como toda mercancía, la fuerza de trabajo tiene un valor y un valor de uso. Este último
es peculiar, ya que consiste en el trabajo vivo, que es la fuente del valor. Esto significa
que al utilizar la mercancía fuerza de trabajo, se crea valor. El valor de la fuerza de
trabajo, a su vez, está determinado por el tiempo de trabajo necesario para su
reproducción, dadas las condiciones históricas y sociales reinantes (Marx, como
Ricardo, no ubica el valor de la fuerza de trabajo al nivel de subsistencia fisiológica).

El valor de la fuerza de trabajo entonces está determinado por el valor de los medios de
subsistencia necesarios para su conservación y reproducción. Pero dada una
determinada productividad del trabajo, la fuerza de trabajo tiene la peculiaridad de que
puede generar más valor que el encerrado en los medios de subsistencia necesarios
para su mantención. “El hecho de que sea necesaria media jornada laboral para
mantenerlo vivo durante 24 horas, de modo alguno impide al obrero trabajar durante
una jornada completa. El valor de la fuerza de trabajo y su valorización en el proceso
laboral son, pues, dos magnitudes diferentes” (Marx, 1999, p. 234, t. 1). Al trabajar, el
obrero produce una mercancía, en la cual se conserva el valor de los medios de
producción consumidos, y aparece un nuevo valor, un agregado. Una parte de este
último repone el valor de la fuerza de trabajo, y otra parte conforma la plusvalía. Por
ejemplo, si el trabajador necesita para mantenerse (junto a su familia) bienes de
subsistencia cuyo valor es, en promedio diario, $100, y durante la jornada laboral con
su trabajo crea valor por $150, habrá generado $50 de plusvalía. Esto significa que el
origen de la plusvalía es el trabajo realizado por encima del necesario para reproducir
el valor de los medios de subsistencia. En otras palabras, la plusvalía encarna trabajo
no pagado; trabajo del que se apropia el capitalista. Cumpliéndose así la ley del
mercado -el cambio de equivalentes- el dinero se ha transformado en capital, en valor
que se autovaloriza. No es una cosa -máquina, dinero, materia prima, instalaciones- la
que genera la “renta” por la que se interroga Schumpeter, sino seres humanos que
están empleando energía, músculos, nervios, para generar valor y plusvalor.

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No es una cuestión de “honestidad”

De lo anterior se desprende que el capitalista se apropia de trabajo ajeno porque se


cumplen las leyes del mercado. No se trata de engaño, manipulación por “los grupos
concentrados”, ni de corruptos o usureros. Dada la relación capitalista, no cabe aquí
hablar de trato “injusto”. “La equidad de las transacciones que se efectúan entre los
agentes de la producción se basa en que estas transacciones surgen de las relaciones
de producción como una consecuencia natural” (Marx, 1999, p. 435, t. 3). En última
instancia, las formas jurídicas sólo expresan el contenido económico. “Ese contenido es
justo en cuanto corresponde al modo de producción, si es adecuado a él. Es injusto en
cuanto lo contradiga” (ídem). La esclavitud sobre la base del modo de producción
capitalista, o el fraude en cuanto a la calidad de la mercancía, son injustos, ejemplifica
Marx. Por supuesto, es un tema debatible en qué medida hay una concepción ética
encerrada en la explicación de Marx de la plusvalía (ver aquí). Pero es indudable que la
crítica marxiana pone el peso en la relación social subyacente, que no se altera por el
“color” del capital (puede ser nacional o extranjero, por caso); por la magnitud del
capital (aunque el pequeño burgués suspira por el capital pequeño); o por su esfera de
aplicación (puede dedicarse a la industria manufacturera o a los servicios, por ejemplo).
Lo esencial, lo que debiera retener toda persona interesada por la llamada “justicia
social” es que la civilización actual se levanta sobre la relación capital-trabajo, que es
una relación de explotación, y no puede no serlo.

El capital como relación social

Profundicemos ahora en por qué decimos que el capital es una relación social. La
respuesta básica es: porque los poseedores de las condiciones de producción (de los
medios de producción y de subsistencia) se enfrentan a los trabajadores que no son
propietarios de esas condiciones. Es desde esta situación de propietarios-poseedores
en un polo, y no propietarios-no poseedores en el otro, que se establece una relación
de explotación. El que no tiene propiedad de los medios de producción, está obligado a
intentar vender su fuerza de trabajo, si quiere evitar la inanición. En el mercado todos
son formalmente iguales, propietarios de dinero y mercancías, pero de contenido,

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existe una desigualdad esencial, condicionada por la distribución desigual de los


medios de producción. Por este motivo, el capitalismo sólo pudo surgir una vez que se
hubo formado una masa de hombres “libres”, en el sentido de ser libres para ir al
mercado, y estar “liberados” de los medios de producción (sobre el trabajador “libre”,
ver aquí). Como no podía ser de otra manera, la economía burguesa hace abstracción
de estas condiciones. Por caso, la apropiación privada de la tierra (¿por qué algunos se
apropian de un bien natural?), condición sine qua non del modo de producción
capitalista, jamás se cuestiona, ni justifica. Además, obsérvese que al decir que el
capital es una relación -objetivada en dinero, medios de producción, etcétera- estamos
afirmando que no es eterno, sino relativo. Es históricamente relativo, es un producto
social.

Por lo dicho hasta aquí, se comprende también que el capital implica una relación de
dominación; al dominar las condiciones de trabajo, el obrero está obligado a entregar
más trabajo por menos trabajo. Lo cual explica que esas condiciones tomen la forma
social de capital. “El enfrentamiento de las condiciones de trabajo producidas y en
general de los productos del trabajo, como capital, con el productor directo, implica
desde el primer momento un carácter social determinado de las condiciones materiales
de trabajo con respecto a los obreros, y por lo tanto, determinada relación que éstos,
en la producción misma, establecen con los poseedores de las condiciones de trabajo y
entre sí (Marx, 1999, p. 1115, t. 3). Así, el carácter capitalista de los medios de
producción y subsistencia consiste en su cualidad económica de emplear obreros y
hacerles producir plusvalía; tienen una propiedad social, que los convierte en capital
(véase Marx, 1983, pp. 40-1). Por eso se establece “una nueva relación de hegemonía
y subordinación, que a su vez produce sus expresiones políticas” (ídem, p. 62). Es
nueva con respecto a las formas de subordinación personal y política de los modos de
producción precapitalistas. Es que en el capitalismo el trabajador está en una relación
de dependencia económica; “no existe ninguna relación política, fijada socialmente, de
hegemonía y subordinación” (ídem). La extracción del excedente ocurre por vía
económica: a partir de la desposesión del productor de sus condiciones de producción,
está obligado a vender su fuerza de trabajo al capitalista.

El fetichismo del capital y el interés

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Dado que los medios de producción sirven como medios para absorber y extraer
plustrabajo (que se presenta bajo la forma de plusvalía), esa facultad aparece como
una cualidad que les es inherente, como algo inseparable, como si les correspondiera
en cuanto medios de producción (véase, por ejemplo, Marx, 1983, p. 18). Por eso, el
capital, “que expresa una relación social determinada, aparece como cosa”. De ahí el
carácter fetichista de la relación capitalista: ésta se manifiesta bajo la forma de una
cosa que produce valor acrecentado. La idea de que la máquina, en cuanto cosa,
genera la plusvalía, es una expresión de este fetichismo. Pero el fetichismo alcanza su
punto más alto en el interés, o sea, en la forma del dinero que genera dinero. “En la
forma del capital que devenga interés. … el capital aparece como la fuente misteriosa y
autogeneradora del interés, de su propia multiplicación. La cosa (dinero, mercancía,
valor) ya es capital como mera cosa; y el capital se manifiesta como mera cosa... El
capital que devenga interés, por consiguiente, este fetiche automático -el valor que se
valoriza a sí mismo, el dinero que incuba dinero- se halla cristalizado en forma pura, en
una forma en la que ya no presenta los estigmas de su origen. La relación social se
halla consumada como relación de una cosa, del dinero, consigo misma. (…). De esta
manera se convierte por completo en atributo del dinero el de crear valor, de arrojar
interés, tal como el atributo de un peral es el de producir peras” (Marx, 1999, pp. 500-
1).

La reproducción de la relación capitalista

Así como el capital segrega plusvalía, la plusvalía genera capital, y en escala creciente.
Esto es, después de haber explicado el origen de la plusvalía, Marx demuestra cómo la
plusvalía genera capital. El tema se desarrolla en los capítulos de El Capital dedicados
a la reproducción.
Como siempre, es importante distinguir entre el contenido material del proceso de
reproducción, y su forma social. Por eso, Marx comienza el capítulo 21 del tomo 1
diciendo que ninguna sociedad puede producir continuamente sin reconvertir, al mismo
tiempo, una parte de sus productos en medios de producción de una nueva producción.
Es la idea de la actividad económica como un proceso circular (presente en los
fisiócratas y otros exponentes de la economía clásica), que reproduce los bienes

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materiales consumidos durante el proceso productivo, para así poder continuar la


producción en el período siguiente. El excedente, o producto neto, es el exceso de
bienes producidos por encima de los que es necesario reintroducir en el proceso
productivo, para poder continuarlo. Éste es entonces el contenido material de la
reproducción.

Sin embargo, en la sociedad capitalista, esa reproducción material se realiza bajo la


forma social capitalista. Ya hemos dicho que el obrero asalariado, al trabajar, genera la
plusvalía, al tiempo que se reproduce a sí mismo como fuerza de trabajo. La plusvalía
apropiada por el capitalista, a su vez, sirve para sostener y ampliar el círculo de
influencia y dominación del capital. De manera que el resultado del proceso es
incremento del capital en un polo, reproducción del trabajador (desposeído de los
medios de producción) por el otro. En consecuencia, dice Marx, el proceso de
producción capitalista “reproduce por su propio desenvolvimiento la escisión entre
fuerza de trabajo y condiciones de trabajo” (1999, p. 711, t. 1). Esa “escisión” es el
fundamento, el contenido mismo, de la relación de dominio y explotación del capital.
Por eso, la producción capitalista no sólo produce mercancías, “sino que produce y
reproduce la relación capitalista misma: por un lado el capitalista, por la otra el
asalariado” (p. 712, ídem). En otras palabras, el obrero “produce capital”, como anota
Marx al pie de la cita anterior.

Conclusiones políticas

Resumimos: El capital es sinónimo de la separación de los medios de producción con


respecto al trabajador. Por eso se establece como poder frente al obrero, y por eso es
fuente de plusvalía (ver Marx, 1975, p. 351, t. 3). El obrero, al producir mercancías,
produce y reproduce necesariamente capital, esto es, produce y reproduce el poder
que le obliga a entregar plustrabajo gratuitamente. No hay manera de eliminar esta
mecánica explotadora por medio de reformas, de ningún tipo, en tanto subsista la
escisión entre los medios de producción y subsistencia y los productores. El secreto de
la renta del capital es esta relación de explotación, que no es alterada, en lo sustancial,
por alguna dosis mayor o menor de estatismo burgués, de nacionalismo o de
honestidad en los negocios. Estamos ante leyes sociales objetivas, que se imponen por

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medio de la coerción que se ejerce sobre los que carecen de la propiedad de las
condiciones para producir.

Lo anterior explica entonces por qué la obra de Marx se presenta como una crítica de la
Economía Política. Es una crítica porque cuestiona lo que la Economía Política (incluso
en sus representantes más destacados) da por supuesto y aceptado: la propiedad
privada del capital. “La economía política parte del hecho de la propiedad privada. Pero
no la explica. (…) … no nos ofrece una explicación del fundamento sobre el que
descansa la división del trabajo y el capital, y la del capital y la tierra”, dice Marx en los
Manuscritos de 1844 (1987, p. 595). Se trata entonces de subvertir lo incuestionado, lo
que se acepta como “natural”.

Por eso, el centro de la crítica no es a tal o cual gobierno, a tal o cual figurón de la
política del día. La tarea tampoco pasa por remendar el orden capitalista (¿por qué
algunos marxistas “razonan como estadistas” en los grandes medios?) La actitud hostil
del marxismo hacia la política de la clase dominante, sus gobiernos y altos funcionarios
del Estado, no se debe a tales o cuales medidas circunstanciales, sino a que
concentran los poderes que dominan al trabajo. Por supuesto, el marxismo lucha por
toda reivindicación elemental -mejoras de los salarios, vigencia de las ocho horas de
trabajo, mayores derechos sindicales y democráticos, etcétera- pero también marca los
límites de estas luchas, en tanto subsista la relación de explotación. Podríamos decir
que toda la táctica política gira en torno a esta dualidad, la necesidad de la lucha
elemental; y el señalamiento, la explicación paciente, de la causa de fondo de los
males de las masas empobrecidas y desposeídas, que es la relación capitalista.
Después de todo, y como alguna vez lo señaló Lenin, la conciencia de clase obrera, en
su grado más alto, comprende que entre el obrero y el dueño del capital no sólo hay
diferencias (como dicen en general los reformistas), sino que existe un antagonismo
irreconciliable.

Textos citados:
Böhm Bawerk, E. von (1986): Capital e interés. Historia y crítica de las teorías del
interés, México, FCE.
Marx, K. (1975): Teorías de la plusvalía, Buenos Aires, Cartago.

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Marx, K. (1983): El Capital. Libro I Capítulo VI Inédito, México, Siglo XXI.


Marx, K. (1987): Escritos de juventud de Carlos Marx, México, FCE.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.
Schumpeter, J. A. (1957): Teoría del desenvolvimiento económico, México, FCE.

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