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“Las
variaciones
de
los
ingresos,
sea
que
ellas
provengan
del
tipo
de
cambio,
de
la
producción…
no
actúan
sobre
los
precios
sino
a
través
de
los
individuos,
por
las
modificaciones
que
ellas
provocan
respecto
de
sus
apreciaciones
sobre
la
unidad
monetaria.
Mas,
nuestros
diversos
factores
psicológicos
hacen
que
los
individuos
reaccionen
de
manera
diferente
ante
las
variaciones
de
los
ingresos.
Los
que
son
más
ecónomos,
más
inclinados
al
atesoramiento
y
la
inversión,
o
aún,
los
que
están
más
aferrados
a
la
liberalidades,
o
que
son
más
exigentes
en
el
intercambio,
o
más
confiados
en
la
anterior
estimación
del
valor
de
la
unidad
monetaria,
o
en
fin,
menos
inclinados
a
aceptar
el
alza
de
precios,
esos,
aceptan
menos
de
buena
gana,
a
pesar
del
incremento
de
los
ingresos,
aumentar
sus
precios
de
demanda,
aumentar
considerablemente
sus
compras,
que
aquellos
individuos
que
tienen
inclinaciones
inversas.
En
consecuencia,
para
un
incremento
dado,
el
alza
de
precios
tendrá
menos
amplitud
cuando
los
primeros
dominen
el
en
país,
en
número,
que
cuando
son
los
segundos
los
que
dominan.”
En
mi
opinión,
este
paso
descrito
por
Aftalion
(de
cuando
los
más
inclinados
a
la
especulación
dominan
sobre
los
que
no),
ocurre
y
opera
cuando
la
institucionalidad
termina
desbordada
bien
por
incapacidad,
pasividad,
impunidad,
ambigüedad,
por
intereses
corruptos
o
contradicciones
de
método,
siendo
entonces
que
el
mensaje
que
se
transmite
a
la
sociedad
es
un
“sálvese
quien
pueda”
que
es
recogido
así
por
la
población.
También
es
cierto
el
desborde
institucional
forma
parte
del
propio
arsenal
de
la
Guerra
Económica,
en
la
medida
en
que
las
descalificaciones
contra
los
hacedores
de
políticas,
los
cuestionamientos
sobre
sus
reales
capacidades
e
intenciones,
los
rumores
sobre
su
honestidad
se
ponen
a
la
orden
del
día,
al
tiempo
que
son
promovidas
dentro
de
la
población
prácticas
sectarias
o
individualistas
como
“respuesta”.
El
en
caso
venezolano
esto
ha
sido
clave,
y
se
observa
muy
bien
por
ejemplo
en
la
manera
hábil
como
la
oposición
posicionó
el
desacato
al
control
de
precios
como
una
práctica
de
libertad
y
rebeldía
política
hasta
generalizarlo.
Pero
no
caben
dudas
tampoco
que,
más
allá
de
la
campaña
de
desprestigió
dirigida
contra
el
Estado
y
el
gobierno,
también
ha
jugado
un
papel
fundamental
la
impunidad,
ambigüedad,
falta
de
consistencia
y
continuidad
reales
de
las
políticas,
siendo
que
el
uso
maniqueo
del
término
Guerra
Económica,
pese
a
lo
pertinente,
terminó
desacreditado.
Pienso
que
todo
lo
demás
que
pueda
decirse
sobre
la
Guerra
Económica
en
cuanto
concepto,
ya
se
ha
explicado
suficientemente
en
otras
partes
incluyendo
trabajos
donde
se
le
incluye
dentro
de
las
diversas
modalidades
de
la
llamada
guerra
no
convencional,
reflexiones
entre
las
cuales
destacaría
por
su
origen
la
de
Juan
Carlos
Zárate,
ex
Secretario
del
Tesoro
del
gobierno
de
Bush,
quien
en
su
libro
las
'Las
guerras
del
tesoro',
habla
amplia
y
explícitamente
sobre
las
tácticas
de
guerra
financiera,
monetaria
y
comercial
como
una
manera
sutil
de
constreñir
a
los
países
que
nos
se
subordinan
a
los
EE.UU.
Ahora
bien,
esto
último
no
significa,
como
suele
pensarse,
que
la
Guerra
Económica
sea
una
modalidad
novedosa
dentro
de
la
vieja
historia
de
las
guerra
convencional,
siendo
que
la
manipulación
y
alteración
del
comercio
y
en
líneas
generales
de
las
condiciones
de
reproducción
de
la
vida
de
los
pueblos,
como
se
sabe,
es
una
constante
histórica.
Lo
que
si
creo
es
más
novedoso
es
el
papel
protagónico
que
ha
tomado
a
lo
largo
de
los
siglos,
lo
cual
es
una
condición
cada
vez
más
posible
en
la
medida
en
que
el
capitalismo,
como
forma
de
gobierno
social,
se
basa
precisamente
en
el
control
cada
vez
más
ferreo
de
unos
pocos
sobre
los
medios
que
garantizan
las
condiciones
de
reproducción
de
la
vida
de
muchos.
La
revuelta,
sin
embargo,
fue
rápidamente
controlada
por
los
empresarios.
Para
ello
se
valieron
de
un
cierre
patronal
que
transformó
a
los
trabajadores
rebeldes
en
una
masa
de
ocioso
hambrientos,
tras
lo
cual
se
produjo
una
división
a
lo
interno
de
los
mismos,
siendo
que
los
de
estrato
más
alto
(trabajadores
especializados)
comenzaron
a
ver
a
los
de
estrato
más
bajo
como
sus
enemigos
antes
que
como
aliados,
en
la
medida
que
la
radicalidad
de
aquellos
ponía
en
peligro
sus
propios
privilegios
como
obreros
calificados.
Esto
fue
hábilmente
aprovechado
y
promovido
por
la
clase
dominante
florentina,
la
cual
también
atizó
la
división
con
el
resto
del
pueblo
no
obrero
pero
afectado
por
el
cierre
patronal,
culpando
a
los
huelguistas
del
caos
reinante
y
las
penurias
de
la
ciudad.
La
historia
terminó
con
los
trabajadores
especializados
nucleados
en
torno
al
gobierno
de
di
Lando,
las
clases
dominantes
patronales
y
la
población
hambrienta
descontenta,
participando
en
la
represión
y
derrota
de
los
sublevados.
Al
poco
tiempo,
luego
de
realizado
el
trabajo
sucio,
el
gobierno
del
mismo
di
Lando
fue
derrocado
por
la
oligarquía
financiera
mercantil,
que
acto
seguido
instauró
una
ferrea
dictadura
de
50
años
que
derivó
en
la
dinastía
de
los
Medici.
De
las
Guerras
Económicas
recientes,
tal
vez
la
más
comentada
y
analizada
sea
la
desplegada
contra
el
Gobierno
de
Allende
en
Chile
y
que
culminó
con
su
derrocamiento
en
1973.
Pero
como
dije
no
fue
la
única.
Y
a
mi
en
lo
particular,
me
parece
destacable
la
desarollada
contra
el
gobierno
de
Isíaas
Medina
Angarita
entre
1943
y
1945,
y
luego
contra
el
de
Gallegos
en
1948,
ambas
desencadenantes
de
sendos
golpes
de
Estado
que
acabaron
con
tales
experiencias.
En
este
caso,
todo
comenzó
como
un
conflicto
no
de
clases
sino
intraclases,
en
la
medida
en
que
enfrentó
a
dos
facciones
dentro
de
la
burguesía
nacional:
de
un
lado,
la
de
origen
mercantil-‐
financiero
la
cual
ejercía
de
clase
económicamente
dominante
ligada
al
usufructo
de
la
renta
perolera
como
otrora
lo
hizo
de
la
agraria.
Mientras,
del
otro,
una
burguesía
emergente
con
vocación
industrial,
que
acusaba
a
la
otra
de
“parásita”
y
planteaba
su
superación
para
el
desarrollo
de
un
capitalismo
de
base
normal
reproductiva,
tal
cual
la
definición
de
sus
ideólogos
Piertri
y
Egana
seguidores
de
las
ideas
de
Alberto
Adriani.
Los
dos
casos
que
acabo
de
citar,
tanto
el
de
la
Florencia
en
los
albores
del
capitalismo
como
el
de
la
Venezuela
de
la
década
de
los
40
del
siglo
XX,
comparten
una
característica
en
común,
y
es
la
que
creo
es
el
quid
o
secreto
de
la
Guerra
Económica
en
sociedades
que,
como
todo
el
mundo
sensato
reconoce,
incluso
algunos
ideólogos
inteligentes
del
capitalismo
desde
Smith
y
Ricardo
hasta
Krugman,
estan
atravesadas
por
un
conflcto
estructural
entre
los
poseedores
de
los
medios
de
producción
y
los
que
no.
Y
es
que
cuando
este
conflicto
estructural
pasa
de
su
estado
latente
a
manifestarse
políticamente,
los
poseedores
de
los
medios
de
producción,
siendo
por
lo
general
menos
en
número,
tienen
las
de
ganar
contra
los
no-‐poseedores
así
estos
sean
más
numerosos,
precisamente
porque
la
propiedad
de
dichos
medios
les
da
una
libertad
de
acción,
capacidad
de
maniobra
y
poder
para
presionar
que
los
asalariados
no
tienen.
Pero
además
de
lo
anterior,
comparten
el
hecho
que,
en
ellos
como
en
otros
casos,
para
la
burguesía
se
plantea
un
conflicto
que
de
origen
pareciera
más
político
que
expresamente
económico.
Y
es
que
lo
que
se
pone
en
en
cuestionamiento
no
es
tanto
ni
inmediatamente
las
tasas
de
ganancias,
en
el
sentido
que
no
es
necesariamente
la
baja
de
estas
real
o
potencial
lo
que
despierta
su
reacción,
sino
el
poder
que
la
burguesía
ejerce
sobre
la
sociedad,
que
entre
otras
cosas,
le
garantiza
obtener
plusvalía,
pero
no
como
único
privilegio.
Bien
es
cierto
que
de
perder
el
poder
político
se
sobreentiende
que
la
burguesía
pierde
el
poder
para
apropiarse
del
trabajo
ajeno.
Pero
lo
que
quiero
decir
es
que
la
burguesía
pareciera
en
ocasiones
capaz
de
estar
dispuesta
a
sacrificar
ganancias
si
a
cambio
se
garantiza
poder
político.
Es
un
debate
éste
sumamente
interesante,
por
más
que
por
momentos
parezca
superfluo,
pues
la
tradición
neoclásica
e
inclusive
cierta
deformación
positivista
del
marxismo,
supone
que
la
burguesía
tiene
un
comportamiento
lineal
de
meramente
actuar
maximizando
las
tasas
de
ganancia.
Así
las
cosas,
durante
los
años
30
del
siglo
pasado,
hubo
un
caso
que
a
mi
modo
de
ver
sirve
de
antecedente
para
entender
algunas
de
las
características
más
esenciales
del
caso
venezolano
actual.
Y
es
este
el
llamado
Experimento
Blum,
es
decir,
la
experiencia
de
gobierno
del
Frente
Popular
Francés
que
llegó
al
poder
entre
1936
y
1938.
Este
caso
fue
analizado
de
manera
brillante
por
un
economista
marxista
igualmente
brillante
de
origen
polaco,
no
más
conocido
ni
famoso
por
ser
precisamente
polaco
y
marxista,
pero
al
que
ya
la
historiografía
económica
ha
reivindicado
entre
otras
cosas
por
haberse
adelantado
algunos
años
a
la
teoría
de
la
demanda
agregada
de
Keynes.
Se
trata
de
Michal
Kalecki,
quien
en
1938
se
trasladó
a
París
para
ser
testigo
y
parte
del
proceso
socialista
francés
y
terminó
siendo
el
narrador
y
analista
mas
lúcido
de
su
caída.
La
experiencia
trágica
del
Frente
Popular
Francés
comienza
con
la
llegada
al
poder
de
un
gobierno
democrático
amplio
–una
coalición
de
socialista,
antifascista,
pacifistas
y
sectores
progresistas
–
en
medio
de
la
Gran
Depresión
de
los
años
30.
Dicho
gobierno,
empieza
una
activa
política
presupuestaria
para
reactivar
la
economía
y
reducir
el
desempleo
que
rápidamente
comienza
a
dar
frutos,
lo
cual
se
expresa
en
un
aumento
del
poder
adquisitivo
de
la
población
tanto
por
mejores
salarios
y
derechos,
como
por
aumento
del
empleo
que
eleva
la
demanda
agregada.
Por
esta
misma
razón,
no
puede
decirse
que
los
trabajadores
son
los
únicos
beneficiados,
pues
los
comerciantes
y
productores
evidentemente
también
lo
son
ya
que
el
aumento
del
poder
adquisitivo
se
traduce
en
mayores
ventas
y
ganancias.
Sin
embargo,
muy
prontamente
los
capitalistas
–particularmente
los
más
grandes
y
concentrados,
también
e
inclusive
más
beneficiados
que
los
pequeños
y
medianos
por
la
política
inclusiva
de
Blum-‐
comienzan
a
manifestar
su
recelo
con
la
misma.
Y
del
recelo
pasan
a
la
acción
especulando
con
los
precios
y
desapareciendo
productos
no
solo
ante
la
posibilidad
de
elevar
los
márgenes
sin
hacer
lo
propio
con
la
inversión
sino
también
–y
para
Kalecki
esto
es
lo
fundamental-‐
por
razones
estrictamente
políticas.
Tres
son
las
razones
políticas
-‐mutuamente
incluyentes-‐
que
enumera
Kalecki
para
explicar
este
fenómeno.
La
primera
de
estas
razones,
es
el
hecho
de
que
en
un
sistema
de
no
intervención
del
gobierno,
el
nivel
del
empleo
depende
la
voluntad
de
los
capitalistas:
si
estos
así
lo
deciden,
cae
la
inversión
privada,
lo
que
se
traduce
en
una
baja
de
la
producción
y
el
empleo.
Por
tanto,
dice
Kalecki,
sin
intervención,
los
capitalistas
disponen
de
un
poderoso
control
indirecto
sobre
la
política
gubernamental:
como
todo
lo
que
pueda
incomodarles
y
deteriorar
“su”
voluntad
debe
evitarse
para
que
no
se
provoquen
crisis,
resulta
que
los
gobiernos
deben
someterse
constantemente
a
sus
preferencias
y
dictados.
Sin
embargo,
dice
Kalecki,
“en
cuanto
el
gobierno
aprenda
el
truco
de
aumentar
el
empleo
mediante
sus
propias
compras,
este
poderoso
instrumento
de
control
perderá
su
eficacia”.
Y
eso
fue
lo
que
hizo
el
Frente
Popular
desatando
la
furia
burguesa
incluso
cuando
ese
aumento
del
poder
de
compra
la
beneficiaba
en
lo
inmediato.
Pero
no
para
ahí
el
asunto.
Incluso
si
los
capitalistas
superasen
estas
dos
reacciones
adversas,
se
enfrentarán
a
la
política
que
puede
conseguir
el
pleno
empleo
y
la
mejora
salarial
por
otra
razón
fundamental:
y
es
que
el
desempleo
dejaría
de
ser
un
medio
de
disciplinar
a
los
trabajadores
y
de
limitar
su
capacidad
reivindicativa:
“La
posición
social
del
jefe
se
minaría
y
la
seguridad
en
sí
misma
y
la
conciencia
de
clase
de
la
clase
trabajadora
aumentaría.
Las
huelgas
por
aumentos
de
salarios
y
mejores
condiciones
de
trabajo
crearían
tensión
política”
(recuérdese
lo
que
decía
Marx
sobre
la
utilidad
política
del
ejército
industrial
de
reservas).
Así
las
cosas,
al
gobierno
de
Blum
y
los
socialistas
comenzaron
los
capitalistas
a
acorralarlos
mediantes
las
quejas
por
una
reducción
de
los
beneficios
que
en
realidad
nunca
fue
tal.
A
estas
quejas
siguieron
las
presiones
por
distintas
vías,
siendo
la
primera
el
alza
de
precios.
A
la
especulación
de
precios
y
el
acaparamiento,
le
siguió
la
especulación
financiera
y
cambiaria,
causante
de
una
fuga
de
capitales
que
mermó
las
reservas
y
obligó
a
Blum
a
devaluar
finales
de
1936,
lo
cual
se
tradujo
en
mayor
malestar
por
el
aumento
aún
mayor
de
los
precios
relativos
que
causó.
Inglaterra,
todavía
para
aquel
entonces
la
principal
potencia
mundial,
comienza
un
cerco
financiero
contra
Francia
pero
además
estimula
la
fuga
de
capitales
justificada
en
las
simpatías
del
gobierno
de
Blum
con
el
gobierno
republicano
español
ya
en
guerra,
por
cierto,
contra
el
fascismo.
El
antisemitismo
comenzó
a
ser
también
blandido
como
fantasma
por
la
derecha,
dado
que
Blum
como
varios
de
sus
ministros
eran
de
origen
judío.
Finalmente,
Blum
se
vio
obligado
a
retroceder
y
sacrifica
los
avances
sociales
ante
la
estrechez
presupuestaria,
lo
cual
lo
terminó
enfrentando
a
sus
aliados
de
izquierda.
Poco
a
poco
fue
perdiendo
gobernabilidad
hasta
renunciar
en
1937,
dejando
a
Francia
en
un
debilitamiento
institucional
que
en
parte
explica
la
facilidad
con
que
los
nazis
la
invadieron
en
1940.
A
mi
modo
de
ver,
y
con
esto
ya
voy
cerrando,
el
caso
venezolano
actual
repite
prácticamente
paso
a
paso,
más
allá
de
todas
las
diferencias
a
que
quepa
hacer
lugar,
lo
descrito
por
Kalecki
para
el
caso
de
la
Guerra
Económica
contra
el
Frente
Popular
Francés.
Y
a
este
respecto,
quería
plantear
como
hipótesis
para
el
debate,
que
además
de
las
profundas
razones
de
orden
geopolítico
y
geoeconómico
que
explican
la
guerra
económica
contra
el
chavismo,
así
como
la
muerte
del
presidente
Chávez
que
la
atiza,
los
detonantes
de
la
misma
hay
que
buscarlos,
por
un
lado,
en
la
política
de
aumento
de
inversión
pública
productiva
(que
incluye
-‐pero
no
se
limitó-‐
la
expropiación,
recuperación
y
nacionalización,
de
empresas
privadas),
mientras
que
por
el
otro,
a
la
promulgación
a
finales
de
2012
y
estrada
en
vigencia
a
mediados
de
2013
de
la
actual
ley
del
trabajo,
ley
que
ciertamente
no
supera
ni
anula
la
contradicción
ni
el
conflicto
capital-‐trabajo
pero
si
lo
radicaliza,
entre
otras
cosas
porque
introduce
una
serie
de
nuevos
balances
a
partir
de
los
cuales
a
la
burguesía
se
le
complica
especialmente
la
gobernabilidad
sobre
la
clase
asalariada
trabajadora.
O
para
decirlo
en
términos
kaleckianos:
por
más
que
sea
cierto
que
a
la
burguesía
le
fue
muy
bien
con
el
chavismo
en
término
de
aumento
de
sus
ganancias
por
la
vía
de
la
ampliación
del
poder
adquisitivo
y
consiguiente
democratización
del
consumo
de
la
mayoría
trabajadora,
no
lo
es
menos
el
hecho
que
el
temor
de
ser
desplazada
de
su
hegemonía
política
y
social
y
ver
reducida
su
gobernabilidad
sobre
los
asalariados,
terminó
pesando
más
sobre
sus
cálculos.
El
paso
de
este
temor
a
la
acción
que
significa
una
Guerra
Económica
opera
en
la
medida
en
que
frente
a
disyuntiva
de
este
tipo,
como
dijimos,
la
burguesía
hace
valer
su
poder
de
propiedad
sobre
los
medios
de
producción,
distribución
y
comercialización,
así
como
la
desigualdad
estructural
a
su
favor
que
esto
engendra.
Así
las
cosas,
como
sabemos,
la
mayoría
de
las
personas
en
una
sociedad
consume
bienes
y
servicios
–es
decir,
reproduce
sus
condiciones
de
vida-‐
gracias
al
poder
adquisitivo
que
le
reporta
su
salario.
Siendo
que
la
mayoría
de
estas
personas
destina
la
mayor
parte
de
su
salario
a
los
llamados
bienes
salarios,
que
son
los
bienes
básicos
destinados
al
consumo
directo
(alimentos,
medicinas,
artículos
de
limpieza
doméstica
y
aseo
personal,
etc.),
así
como
al
pago
de
servicios
que,
como
los
bienes
anteriores,
son
de
difícil
sustitución
o
no
se
pueden
posponer
(agua,
combustible,
vivienda,
educación,
etc.).
Una
parte
más
pequeña
de
la
población
asalariada
puede
acceder
adicionalmente
al
consumo
de
bienes
suntuarios
o
no
esenciales
porque
su
salario
se
lo
permite
o
porque
han
ahorrado
a
tales
fines.
Pero
queda
claro
que,
por
su
propia
naturaleza,
el
consumo
suntuario
no
es
un
consumo
esencial
ni
reporta
la
misma
naturaleza
de
indispensabilidad
que
tienen
los
alimentos.
El
tema
es
que
así
como
el
consumo
de
bienes
suntuario
puede
ser
pospuesto
dado
lo
antes
dicho,
el
consumo
de
bienes
de
capital
también
puede
ser
diferido
por
parte
de
los
capitalistas,
de
la
misma
forma
como
pueden
diferir
la
realización
de
tal
o
cual
mercancía
previendo
determinados
resultados
de
mercado.
En
eso
y
no
en
otra
cosa
consisten
la
especulación,
el
acaparamiento
y
al
desinversión,
prácticas
todas
las
cuales
presionan
al
alza
de
los
precios
en
términos
absolutos
si
bien
su
impacto
sobre
los
precios
relativos
es
de
naturaleza
distinta.
La
gracia
de
esto
es
que
además
de
causar
los
evidente
malestares
que
genera,
permite
acelerar
también
el
ciclo
de
realización
de
las
mercancías,
solo
que
imponiendo
de
facto
una
suerte
de
Estado
de
excepción
en
el
sentido
benjaminiano
del
término,
siendo
ésta
la
vía
privilegiada
tras
la
cual
en
las
sociedades
capitalistas
el
poder
económico
termina
socavando
al
político
cuando
desde
las
esferas
de
este
último
se
le
cuestiona.
Adam
Smith,
que
era
un
tipo
muy
lúcido,
era
plenamente
consciente
de
esto.
Y
cito
como
prueba
unos
fragmentos
de
Las
Riquezas
de
las
Naciones
muy
reveladores
de
ello.
Dices
Smith:
“Los
intereses
de
quienes
trafican
en
ciertos
ramos
del
comercio
o
de
las
manufacturas,
en
algunos
respectos,
no
sólo
son
diferentes
sino
por
completo
opuestos
al
bien
público.
El
interés
del
comerciante
consiste
siempre
en
ampliar
el
mercado
y
restringir
la
competencia.
La
ampliación
del
mercado
suele
coincidir,
por
regla
general,
con
el
interés
del
público;
pero
la
limitación
de
la
competencia
redunda
siempre
en
su
perjuicio
y
solo
sirve
para
que
los
comerciantes,
al
elevar
sus
beneficios
por
encima
del
nivel
natural,
impongan,
en
beneficio
propio,
una
contribución
absurda
sobre
el
resto
de
los
ciudadanos.
Toda
proposición
de
una
ley
nueva
o
de
un
reglamento
de
comercio,
que
proceda
de
esta
clase
de
personas,
deberá
analizarse
siempre
con
la
mayor
desconfianza
y
nunca
deberá
adoptarse
como
no
se
después
de
un
largo
y
minucioso
examen,
llevado
a
cabo
con
la
atención
más
escrupulosa
a
la
par
que
desconfiada.
Ese
orden
de
proposiciones
proviene
de
una
clase
de
gentes
cuyos
intereses
no
suelen
coincidir
exactamente
con
los
de
la
comunidad,
y
más
bien
tienden
a
deslumbrarla
y
oprimirla,
como
la
experiencia
ha
demostrado
en
muchas
ocasiones.”
Y
cierro
con
esta:
“Los
comerciantes
del
mismo
gremio
rara
vez
se
reúnen,
siquiera
para
pasar
un
buen
rato,
sin
que
terminen
conspirando
contra
el
público
o
por
alguna
subida
concertada
de
precios
“