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EL CANDIDATO

Patricio Reyes *

El candidato no aspira a ser la presencia visible de un proyecto


de sociedad, no aspira a ser agente del cambio, no aspira a
mostrar los caminos que, potencialmente, conducen a la utopía.
El candidato aspira a que muchos deleguen en él su porvenir
para así mejor construir el propio.

El candidato no pretende establecer con sus electores un nexo


en términos de representación; no le interesa ser el motor de
una acción que concrete el futuro por ellos deseado. El
candidato quiere concitar en sí mismo la fuerza de muchos para
así consolidar su propia fuerza.

El medio ambiente del candidato no es la sociedad sino el


mercado.

El candidato es sujeto de un mundo de competencia. En verdad


su única doctrina es el darwinismo político.

El candidato aspira a crear demanda. El candidato aspira a


ponerse ventajosamente en el mercado, a vender en las
mejores condiciones posibles su imagen, creada ardua y
planificadamente por publicistas y analistas motivacionales; por
maquilladores y libretistas; por especialistas en marketing y
medios de comunicación. Aspira a venderse a sí mismo a la
manera de un desodorante, de un automóvil o de una mujer de
goma. Aspira a que una , por siempre desconocida y
sonámbula, tenga la imperiosa necesidad de comprar una
promesa que no se cumplirá nunca.

El candidato no es en el fondo un político, no es un estadista,


es un producto comercial.

El candidato es una ficción hecha a la medida de las exigencias


del marketing y regida por los principios del mercado; es el
personaje imaginario creado por la conjunción de técnicas
eficientes de propaganda y motivación aplicadas a partir de los
sueños y los complejos, de los anhelos y la neurosis de los
electores.

El candidato no dice verdad ni mentira. El candidato es una


oferta que se ajusta a la demanda o la crea según su fuerza y
recursos. El candidato aleja o acerca el temor, despierta o
apaga pasiones, fomenta o destruye anhelos.

El candidato se impone como satisfacción alucinatoria, imagen


de compensación, sustituto del padre, de la madre, del

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ÁGORA REVISTA DE FILOSOFÍA Y TEORÍA POLÍTICAS

amante; se impone como creador de necesidades, como


constructor de ensueños.

El candidato es criatura de un mundo sin juicios de valor, un


mundo donde no existe bueno ni malo, donde no existe verdad
ni mentira. El mundo del candidato está más allá de toda ética.
El candidato es criatura de un mundo matemático: sus únicos
valores son más y menos.

El candidato no es un líder ni un apóstol, es un bien de


consumo.

El candidato estima a sus electores por su debilidad, nunca por


su fortaleza. Lo que el candidato quiere es reunir en sí la suma
de las fuerzas individuales de sus electores a través de la
exacerbación de sus debilidades en tanto individuos.

El candidato desea reunir bajo su control la suma del poder de


muchos para hacer con él lo que quiera.

El candidato requiere de la masa y no de la organización. El


candidato aspira a subsumir a toda individualidad en la masa y
hacer luego de la masa sinónimo de sociedad.

El candidato apunta a los defectos y nunca a las virtudes de los


electores.

La pesadilla del candidato es un mundo sin carencias, una


sociedad conformada por individuos autosuficientes, reflexivos,
con espíritu crítico.

El discurso del candidato es el de la prueba falsa, de la


argumentación incompleta, de la consigna, de la identificación
de víctimas propiciatorias, de la desinformación y de la falacia.

El intelectual lúcido es la negación del candidato. Convertido en


candidato el intelectual lúcido deja de serlo. Convertido en
partidario del candidato pasa a ser bufón, intérprete o
adulador, pasa a ocupar un rol de servidumbre.

La filosofía tradicionalmente ha enseñado el asombro como


actitud positiva aun ante lo más cotidiano, la perplejidad aun
ante lo más seguro, el juicio crítico aun ante los más sagrado,
ha prescrito la duda respecto a lo más evidente. El candidato
no es un filósofo o aparenta no serlo, eso sí es un sofista, un
retórico de la peor especie, pero que maneja el arte de crear
las condiciones para que su público acepte como evidentes o
verdaderas cosas acerca de las cuales sería más que razonable
tener, al menos, reservas.

El candidato aspira a convencer de que él es la medida de


todas las cosas.

N° 7 JUNIO 1994 XXIII


El candidato quiere concitar cohesión social, pero bajo su
mando; es decir, quiere acrecentar y perpetuar la atomización
social.

Cuando se enfrenta a la maquinaria electoral de sus


adversarios, el candidato sueña con un mundo de hombres
libres, instruidos, racionales, reflexivos. Cuando la maquinaria
es la propia, sueña con la uniformidad de los hormigueros o los
termiteros.

El candidato diseña su campaña a partir de las ansias y los


temores de la gente.

El candidato antes de necesitar militantes, partidarios, electores


proclives, necesita dinero.

Cuando el candidato busca financiamiento para su campaña no


hipoteca su futuro, invierte y pone sus acciones en el mercado.
Cuando el candidato obtiene financiamiento hipoteca el futuro
de sus electores y de los electores de sus adversarios.

Con dinero el candidato fabrica su imagen, fabrica también


conciencias virtuales para electores efectivos.

El triunfo del candidato es convertir en mera estupidez los


mecanismos democrático-liberales.

Para ir edificando su poder, su discrecionalidad potencial, el


candidato requiere de la ignorancia y la irracionalidad, de la
demencia y el sinsentido; así como el empresario requiere de la
miseria, la cesantía, la frustración y las falsas necesidades para
construir su imperio.

La impotencia del elector es su término de relación con el


candidato electo.

El candidato no aspira a ser un personaje épico, un héroe, un


guía. El candidato se quiere showman, galán de teleserie,
marca que induce consumo, imagen sagrada, ícono.

El candidato ni informa ni educa. El candidato manipula y


enajena.

Para el candidato no existen militantes ni partidarios. Para el


candidato sólo existe mano de obra barata.

El candidato desprecia profundamente a los seres humanos en


tanto individuos u organización consciente, puesto que no
sirven a sus fines. El candidato desprecia tanto más a los
individuos convertidos en masa, pero es con la masa que
construye su pirámide.

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El candidato se guarda de hablar al intelecto de sus electores


porque es dirigirse a la comparación, a la deducción, a la
distinción, al análisis, es dirigirse a individuos, es arriesgarse a
los azares de la libre opción. El candidato busca la devoción y
aun la histeria de las masas hablándoles al corazón.

El candidato sabe que para llegar verdaderamente al poder


debe tener de antemano el poder.

En rigor, el candidato es una inversión y no un proyecto


político. El triunfo del candidato es el éxito de una empresa
comercial.

El candidato posa de profeta o demiurgo, pero en verdad sólo


es un domador de circo.

Al candidato, montado en su maquinaria publicitaria rumbo al


futuro, no le interesa, bajo ningún concepto, hacer del proceso
eleccionario el reino de la libertad de opción; el candidato
quiere convertirlo en un experimento de Pavlov.

El candidato hace hoy afirmaciones con el mismo candor con


que las negará mañana.

El candidato tiene dos clases de enemigos los del bando


opuesto y los del propio.

*Patricio Reyes es Licenciado en Filosofía, Antropólogo y Mágister en Ciencia Política de la


Universidad de Chile y Doctor en Filosofía por la Universidad de Uppsala.
Comentarios y consultas deben ser dirigidos a los correos electrónicos preyes@ctc-
mundo.net o revista@ftpol.uba.ar o pueden ser enviados por correo normal a nuestra
redacción, Marcelo T. de Alvear 2230, Buenos Aires.

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