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Derecho Civil I - Ust 2017 PDF
Derecho Civil I - Ust 2017 PDF
2017
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INDICE
CAPÍTULO I: CONCEPTO
Según el Art. 1º del Código Civil, "La ley es una declaración de la voluntad soberana
que, manifestada en la forma prescrita por la Constitución, manda, prohíbe o permite".
Este concepto no sólo es aplicable al Código Civil, sino que abarca toda clase de
leyes, sean civiles, comerciales, penales, etc.
Críticas al concepto
b) Desde otra perspectiva, se señala que la definición en comento indica que la ley
manda, prohíbe o permite, pero no se refiere al contenido de la ley; de manera que
toda manifestación de la voluntad soberana tendrá el carácter de ley, a tal punto que
revisten tal forma meros actos administrativos, como, por ejemplo, las leyes que
conceden pensiones de gracia, o las leyes que autorizan la construcción de
monumentos.
Por ello, se suele citar una definición doctrinaria muy importante, dada por Marcel
Planiol, según quien la Ley es una "regla social obligatoria, establecida en forma
permanente por la autoridad pública, y sancionada por la fuerza".
Que la ley sea una regla social obligatoria, implica que hay una voluntad superior
que manda y otra inferior que obedece. Que la ley esté establecida por la autoridad
pública, quiere decir que hay quienes están investidos como tales, según lo determina la
Constitución (según nuestra actual legislación, corresponde al Congreso Nacional y al
Presidente de la República, ambos colegisladores, la responsabilidad de establecer dichas
reglas). Y que la ley sea sancionada por la fuerza, implica que junto a establecer una
regla se determina una sanción en caso de no cumplirla.
De la propia definición de Ley, del Art. 1 del Código Civil, se desprende la clasificación
de las leyes en permisivas, imperativas y prohibitivas. Esta clasificación es importante para
determinar cuál es la sanción para quien infrinja uno u otro tipo de ley, ya que ella varía de
acuerdo al tipo de norma.
1) Leyes permisivas:
Son aquellas que facultan a una persona para obrar de manera determinada, o
simplemente no obrar, quedando al arbitrio del titular el ejercer o no el derecho que le
confiere la norma.
La norma permisiva no trae aparejada una sanción, pero una vez que el titular ejerce
esa facultad, el ejercicio de ese derecho que nace al haberse ejercitado la norma permisiva
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Algunos sostienen que la norma permisiva no es ley, debido a que no lleva aparejada
una sanción. Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en los otros tipos de leyes (donde la
obligación nace de la ley misma), en las leyes permisivas la obligación no está señalada de
inmediato, sino que una vez ejercida la facultad aparece la obligación de la contraparte, o del
resto de las personas.
2) Leyes imperativas:
a) La especie o naturaleza del acto o contrato que se ejecuta o celebra, caso en el cual
se dice que se trata de exigencias que miran al interés general (Ejemplo, el Art. 1801).
b) La calidad o estado de las partes que ejecutan o celebran el acto, caso en el cual no
está comprometido el interés general, sino sólo el interés particular (Ejemplo, el Art.
1749).
c) La protección de terceros, referente a ciertos actos que ejecutan las partes, pero que
pueden afectar a terceros (Ejemplo, el Art. 1902).
Si el acto o contrato se realiza sin cumplir con los requisitos exigidos por la ley, se
debe distinguir:
3) Leyes prohibitivas:
Son aquellas que impiden la realización de un acto o contrato bajo todo respecto y
circunstancia. En este caso, el acto prohibido no se puede ejecutar en ninguna forma, pues si
el acto pudiera realizarse de algún modo o bajo ciertas circunstancias, la norma sería en
realidad imperativa.
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La sanción es la nulidad absoluta, de acuerdo a los Art. 10, 1466 y 1682. En efecto,
el Art. 10 señala que los actos que prohíbe la ley son nulos y de ningún valor, lo que se
complementa con el Art. 1466, que establece que hay objeto ilícito en todo "contrato"
prohibido por las leyes. La expresión "contrato" debe entenderse como "acto prohibido por
las leyes", de suerte que tales actos adolecen del vicio de objeto ilícito, que según el Art.
1682 acarrea la nulidad absoluta.
a) La primera cuestión dice relación con la parte final del Art. 10, que expresa "...salvo
en cuanto designe expresamente otro efecto que el de nulidad para el caso de
contravención.”
Hay casos especiales de normas prohibitivas, que la ley no sanciona con la nulidad
absoluta, sino con otro tipo de sanción. Ello, porque la ley entiende que de aplicar la nulidad
absoluta en tales casos, los efectos serían más perjudiciales para las partes. Por ejemplo, es
lo que sucede con los Art. 114 (matrimonio de un menor sin autorización), 745 (fideicomisos
sucesivos), y 769 (usufructos sucesivos).
b) El Art. 11 señala: "Cuando la ley declara nulo algún acto, con el fin expreso o
tácito de precaver un fraude, o de proveer a algún objeto de conveniencia pública o
privada, no se dejará de aplicar la ley, aunque se pruebe que el acto que ella anula no ha
sido fraudulento o contrario al fin de la ley."
Por su ubicación (después del Art. 10), se ha entendido que la norma se refiere a
aquellos casos de nulidad absoluta provenientes de actos prohibidos por la ley. Lo que
sucede es que si a las partes se les permitiera probar que celebraron un acto prohibido, pero
que no les provocó perjuicio, o que no fue fraudulento o contrario al fin de la ley, la existencia
de los preceptos prohibitivos sería letra muerta. En la nulidad absoluta siempre está
comprometido el interés general, la moral o el fin de la ley. Por ejemplo, el Art. 1796, que
prohíbe la compraventa entre cónyuges.
* Tener presente páginas 325 y 326, de “Teoría del Derecho, Máximo Pacheco G., cuarta
edición, Edit. Jurídica de Chile, 1990”; sobre etimología, concepto y elementos de la Ley.-
1) Páginas 316 a 321, 346 a 348, y 350 a 352, de “Teoría del Derecho, Máximo
Pacheco G., cuarta edición, Edit. Jurídica de Chile, 1990”; sobre la Costumbre, la
Jurisprudencia, y la Doctrina jurídica.-
La interpretación es necesaria:
Pero, ¿Cómo interpretar la ley? Para explicar cómo debe desarrollarse la labor de
interpretación; es decir, cómo debe realizar la interpretación el juez, al aplicar la ley al caso
discutido, se deben conocer y analizar las diversas concepciones o escuelas existentes.
1) Escuela de la Exégesis:
a) Toda solución del problema interpretativo debe provenir de la propia ley, ya que es
ella la que contiene el derecho. Por ello, a este sistema se le denomina exegético, pues
persigue una aplicación gramatical de las palabras. Se presume que el legislador sabe usar
las palabras, es decir, que ha recurrido a las palabras exactas.
d) Este método recurre también a la analogía; lo que reviste gran importancia, toda
vez que gracias a ella se pueden dar soluciones a las lagunas legales. En efecto, si existe
algo que el legislador no reguló, la solución debe estar en la ley, correspondiendo al
intérprete desentrañar tal solución.
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Raymond Saleilles (que junto a François Gény revolucionó el panorama del estudio
del Derecho, como una ciencia, y no como el análisis del contenido de una ley o de un
Código), explica que toda legislación codificada no responde a las exigencias de la vida
social, más que en el momento en que se establece. Si se pretende mantenerla intacta,
pronto no habrá concordancia entre el Derecho y la vida.
En suma, para esta escuela, una vez dictada la ley, se independiza de la voluntad del
legislador, y la norma no expresa más que la voluntad legislativa del momento en que se
dictó, por lo que para aplicar la ley en el futuro habrá que adaptarla a las necesidades
sociales de ese momento. A este método, también se le denomina "de la voluntad de la
ley".
b) Lo anterior es más grave si la ley es interpretada por medio de otra ley, en que su
carácter deberá ser aquel que se determine en la interpretación. Ello puede provocar que tal
sentido sea completamente distinto a aquel que se tuvo en vista al dictarse la ley, lo que
implicaría "sustituir" la ley por medio de la interpretación.
Por ello, nuestro sistema se clasifica como “reglado”, ya que es la ley la que señala las
pautas que deben usarse al interpretar la ley.
Elemento gramatical.
Elemento histórico.
Elemento lógico.
Elemento sistemático.
1) Elemento gramatical:
a) Según el Art. 19, inciso 1º, la primera labor que se debe realizar es determinar el
sentido de la ley a través de las mismas palabras que se hayan empleado. Si el sentido es
claro, no será necesario recurrir a los otros elementos para descubrir el alcance de la norma,
pues éste aparece dado por el significado de las palabras.
Esto se explica pues al legislador se le presume ilustrado, y por tanto se supone que
ha hecho buen uso de las palabras. Sin embargo, puede ocurrir que los términos utilizados
por el legislador sean claros, y que, no obstante ello, el sentido de la disposición sea oscuro.
Lo importante es que cuando el sentido de la ley es claro no se desatenderá su tenor literal,
lo que no es lo mismo que decir que las palabras sean claras.
Ello se explica porque a los contratantes o al testador no se les puede exigir, como al
legislador, una cierta cultura o una ilustración suficiente para utilizar correctamente las
palabras de uso legal.
Sin embargo, dicho significado del Diccionario puede no ser el alcance legal correcto,
sino aquel que establece el uso general de las mismas palabras, conforme al significado
que se le atribuye a las palabras en el medio social, en un momento y lugar determinado.
d) Conforme al Art. 21, para descubrir el verdadero alcance de las palabras técnicas
no basta con tener presente el sentido que les dan los que profesan la respectiva ciencia o
arte, sino que hay que analizar si se han tomado en un sentido diverso por el legislador, para
lo cual habrá que considerar la época de dictación de la norma.
Por ejemplo, la palabra demencia (utilizada en el Art. 1447, para señalar los incapaces
absolutos) es una palabra técnica que se refiere a cierto tipo específico de enfermedad
mental. Sin embargo, se ha entendido que el legislador no toma esa palabra en dicho sentido
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especial, sino que comprende todas las enfermedades mentales que privan de razón a una
persona.
2) Elemento histórico:
Este elemento, consagrado en el Art. 19 inciso 2º, considera que para interpretar una
ley debe estudiarse la historia fidedigna del establecimiento de la ley, lo que obliga a analizar
los proyectos e iniciativas de ley, las discusiones en el Congreso Nacional, así como las
opiniones de la sociedad de la época de su dictación.
3) Elemento lógico:
Este elemento, reconocido en los Art. 19 inciso 2º, y 22 inciso 1º, busca el sentido,
alcance o inteligencia de la norma, por medio de la necesaria relación que debe existir entre
el pasaje oscuro que se desea interpretar, y el cuerpo de la ley de la cual aquél forma parte.
Se busca el sentido analizando el contexto de la propia ley.
4) Elemento sistemático:
Este elemento, previsto en los Art. 22 inciso 2º, y 24, parte del supuesto que toda
norma forma parte de un sistema legal, dentro del cual debe existir total armonía. Así, la
totalidad del ordenamiento jurídico de un país debe ser un cuadro armónico y lógico de textos
legales.
El Art. 24 hace referencia a este elemento; que está constituido por una serie de
principios que informan y dan su estructura básica a la legislación. Tales principios serían,
entre otros:
6) La equidad natural:
También hace alusión a este elemento el Art. 24, que se aplica en defecto de los
otros, y que debe tomarse, en todo caso, como el sentido de justicia para el caso concreto;
es decir, siguiendo a Ulpiano: "dar a cada quien lo suyo". Es el sentimiento del propio juez, el
que fluye de su naturaleza humana.
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Los tribunales chilenos han señalado que la equidad natural es la justicia natural, por
oposición a la letra de la ley. Se la ha definido como la justicia ejercida conforme al buen
sentido y a la razón. Así es como se distingue entre el Derecho Natural y el Derecho Positivo;
el primero de los cuales se basa en principios inherentes a la naturaleza humana, como el
sentimiento de justicia que sirve de fundamento al derecho.
Por otro lado, debe considerarse que el Art. 24 sólo hace referencia a pasajes oscuros
o contradictorios, de lo que debemos concluir que la equidad natural podría recibir aplicación
sólo en estos casos, y no cuando estemos frente a un vacío legal. Es en base a ello que
algunos sostienen que la analogía (equidad natural) no tendría lugar cuando es necesario
llenar un vacío legal, sino que sólo cuando se trata de interpretar pasajes oscuros o
contradictorios.
Otros autores son de opinión diversa, señalando que si es posible recurrir a la equidad
natural para llenar vacíos legales, haciendo uso de la llamada analogía integradora, distinta
de la analogía interpretativa, ya que existen ciertos casos en que es la propia ley la que
recurre a la equidad natural para que cumpla tal cometido.
Por ejemplo, según el Art. 170 Nº 5 del Código de Procedimiento Civil, en los fallos
judiciales deben enunciarse las leyes, y en su defecto los principios de equidad, con arreglo a
los cuales se pronuncian las sentencias. En este caso, la equidad suple el silencio de la ley.
Ello se condice con el Art. 10 del Código Orgánico de Tribunales, según el cual una vez
reclamada la intervención de los Tribunales, en forma legal y en negocios de su
competencia, “no podrán excusarse de ejercer su autoridad ni aun por falta de ley que
resuelva la contienda sometida a su decisión”.
a) El Art. 23, señala que “lo favorable u odioso de una disposición no se tomará en
cuenta para ampliar o restringir su interpretación. La extensión que deba darse a toda ley, se
determinará por su genuino sentido y según las reglas de interpretación precedentes”.
Esta norma es obligatoria para el juez, principalmente en materia penal. En todo caso,
en dicha materia, el juez no puede desconocer el principio “pro-reo”, de manera tal que ante
una duda interpretativa, y consultando el espíritu general de la legislación, debe considerar
tal principio “pro-reo”.
La idea es que en una determinada materia prevalezca la norma especial por sobre la
general, ya que se estima que el legislador ha querido exceptuar de la aplicación de la ley
general a dicho tema específico. Esta prelación se produce tanto en el texto mismo, como
también entre dos cuerpos legales distintos. Ejemplo: el Código Civil trata el contrato de
arrendamiento, pero el arriendo de predios urbanos se regula especialmente por la Ley Nº
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18.101, y en lo no previsto en esa ley se aplica el Código Civil, norma general sobre el
arrendamiento.
Estos aforismos o adagios se han formado en la práctica del foro, y los emplean tanto
la doctrina como la jurisprudencia. Se les cita, generalmente, con fórmulas latinas que les
dieron los antiguos juristas.
En todo caso, la analogía tiene límites, pues hay materias en las que no puede operar,
como tratándose de normas sobre incapacidades, solemnidades o prohibiciones (así como
en el Derecho Penal), debido a que tales situaciones son de derecho estricto, no admitiendo
la interpretación analógica. Así, por ejemplo, no hay más incapacidades que las que señala
la ley, de modo que por similar que sea la condición de un individuo en relación a una
incapacidad señalada en la ley, no se le puede hacer extensiva por la vía de la analogía.
Por ejemplo, según el Art. 1796, es nulo el contrato de compraventa entre cónyuges
no separados judicialmente. Así, no le corresponde al juez investigar si están casados bajo el
régimen de sociedad conyugal, o si se encuentran separados de bienes, pues la norma no
distingue el régimen patrimonial del matrimonio.
Sin embargo, puede suceder que a quien le esté permitido lo más no le esté permitido
lo menos, como sucede en materia de mandato, ya que el Art. 2143 señala que la facultad de
vender (lo más) no comprende la de hipotecar (lo menos).
Este adagio hay que aplicarlo con cuidado, pues estamos suponiendo que el silencio
de la ley implica la situación contraria a la establecida en ella, lo que puede no ser así. Es por
ello que no es fácil aceptar esta regla, ya que supone una voluntad de la ley, que pudo no
haber existido.
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Debe rechazarse toda interpretación que conduzca a una situación absurda, ya que lo
contrario sería negar o desconocer el correcto sentido de la propia ley.
De acuerdo al resultado a que se llega por medio de la labor interpretativa que realiza
el juez; esto es, la solución a la que arriba, se puede distinguir:
b) Interpretación restrictiva: Se concluye que las situaciones normadas por la ley, son
menos que las que se desprenden o pudieren desprender de su tenor literal. Por ejemplo:
una antigua ley italiana condenaba a muerte “al que derramase sangre en la vía pública”, y
un barbero involuntariamente sangró a un hemipléjico en la plaza pública. ¿Debería ser
condenado el barbero?: obviamente que no es ese el sentido de la ley.
Es aquella que realiza el propio legislador, en virtud de una ley, que se denomina ley
interpretativa. Ley interpretativa es aquella que tiene por objeto aclarar el sentido oscuro o
ambiguo de una norma. La finalidad de esta ley interpretativa es aclarar la inteligencia o
alcance de ese otro precepto legal.
En conformidad al inciso 2º del Art. 9, la ley interpretativa, por una ficción, se entiende
incorporada en la ley interpretada, de manera que los actos acontecidos antes de la vigencia
de ella, quedan igualmente bajo su imperio.
Para algunos, en esta materia sólo hay una aparente retroactividad, pues la ley
interpretativa viene sólo a declarar el verdadero sentido que debió dársele siempre a la ley
interpretada, y en ello no habría retroactividad. Es muy discutible este punto.
Así, de los derechos objetivos surgen los derechos subjetivos. Pero para que
ello suceda, es necesario que intervenga algún hecho, que tenga aptitud para poner en
movimiento la regla objetiva. En los casos anteriores, el contrato o la muerte son los
supuestos jurídicos que ponen en movimiento el derecho objetivo.
Ahora bien, precisado lo anterior, cabe agregar que los hechos que se producen en
el mundo pueden ser jurídicos (como la muerte o un contrato) o materiales (como plantar
un árbol), según si ocasionan o no efectos jurídicos.
Crítica: según la teoría de la declaración, los propósitos perseguidos por el autor del
negocio jurídico no son justamente obtener efectos jurídicos, sino un resultado económico
o social. Quien compra o quien vende, por ejemplo, pretende conseguir un propósito
práctico, y no obtener obligaciones y derechos.
Paul Roubier responde que toda la teoría del acto jurídico descansa sobre la base
esencial de la producción de efectos jurídicos, y eso es lo que distingue al contrato del
delito. La voluntad, en el acto jurídico, está guiada por las jurídicas consecuencias que se
esperan del acto; este mínimum se encuentra siempre, o no hay acto jurídico.
Otras terminologías:
En todo caso, para efectos prácticos, siguiendo la corriente clásica, en este texto
utilizaremos la expresión acto jurídico, como sinónimo de negocio jurídico.
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El Código Civil no sistematiza, ni teoriza, el acto jurídico. Sólo en el Libro IV (de las
obligaciones en general y de los contratos) señala ciertas normas para un determinado
tipo de acto jurídico, como son los contratos.
Sin embargo, de tales normas la doctrina ha derivado una generalización, para
construir una teoría de los actos jurídicos.
a) Requisitos de existencia: son aquellos sin los cuales el acto jurídico no nace a
la vida del derecho. Son:
b) Requisitos de validez: son aquellos que si bien pueden faltar en el acto jurídico,
hacen que su concurrencia le de una existencia sana al acto. En otras palabras, la falta de
un requisito de validez no impide el nacimiento del acto, pero lo vicia y permite anularlo.
Son (Art. 1445):
Voluntad no viciada.
Objeto lícito.
Causa lícita.
Capacidad de las partes.
El Código Civil, en los Art. 1439 y siguientes, hace una clasificación de los
contratos, la que se ha generalizado a los actos jurídicos, por medio de la doctrina. Se
pueden distinguir las siguientes categorías de actos jurídicos:
consagrada en los Art. 1560 y siguientes, y esta interpretación tiende a ser más objetiva,
porque hay que buscar la intención común de las partes. En tanto, en los actos jurídicos
unilaterales, la interpretación se presenta con un carácter subjetivo (Art. 1069).
c) En relación con el estatuto jurídico que va a regir a uno u otro acto, se establece
por la ley un estatuto jurídico general para los actos jurídicos bilaterales, establecido en los
Art. 1438 y siguientes del Código Civil. Estas normas, que se dan a propósito de los
contratos, no son enteramente aplicables a los actos jurídicos unilaterales; incluso, hay
algunos que tienen un estatuto jurídico propio (testamento). Así, por ejemplo, en materia
de manifestación de voluntad el legislador es mucho más exigente cuando se trata de un
acto jurídico unilateral, y por ello en su mayoría son actos solemnes; lo que no ocurre con
los actos jurídicos bilaterales, que sólo por excepción son solemnes.
1) Actos unilaterales:
La doctrina distingue:
Existen, también, los negocios jurídicos colectivos, que se podrían situar en una
categoría intermedia, entre los actos unilaterales y los bilaterales.
Otro sector de la doctrina rechaza esta distinción, y dice que los negocios jurídicos
colectivos deben quedar insertos entre los actos jurídicos unilaterales subjetivamente
complejos. De hecho, Luis Claro Solar distingue entre los actos unilaterales simples (si
emanan de una sola persona), o colectivos (si emanan de varias personas que tienen los
mismos intereses, como el voto de dividendos en una asamblea general de accionistas de
una sociedad anónima).
2) Actos bilaterales:
Cuando este acuerdo de voluntades tiene por objeto crear derechos, toma el
nombre específico de contrato. Así, la convención es el género, y el contrato la especie;
de ahí que todo contrato sea una convención, pero no toda convención sea un contrato,
pues sólo lo será cuando tenga por objeto crear derechos.
El Código Civil, en los Art. 1437 y 1438, hace sinónimos los términos convención y
contrato. Lo que sucede es que hay un error técnico del legislador, que tiene cierta
relación con la realidad, porque la mayoría de las convenciones que se celebran son
contratos, pero jurídicamente contrato y convención no es lo mismo, y así lo ha resuelto la
Corte Suprema.
Ahora bien, sabido es que todo contrato es un acto bilateral, porque para formarse
necesita del acuerdo de voluntades de dos partes. Pero, los contratos, a su vez, pueden
ser unilaterales o bilaterales. El contrato es unilateral cuando una de las partes se obliga
para con otra, que no contrae obligación alguna; y el contrato es bilateral cuando las
partes contratantes se obligan recíprocamente (Art. 1439). Por ejemplo: el comodato es
unilateral (Art. 2174), y la compraventa es bilateral (Art. 1793).
En otro punto, cabe señalar que la doctrina moderna agrega a esta clásica
clasificación, entre actos unilaterales y bilaterales, otra categoría de actos: los llamados
actos jurídicos plurilaterales, que son aquellos que para nacer requieren la
manifestación de voluntad de más de dos partes. Un ejemplo de acto jurídico plurilateral
es la novación por cambio de acreedor, que requiere la manifestación de voluntad de tres
partes: del deudor, del tercero que acepta la nueva obligación que contrae en su favor el
deudor, y del acreedor que consiente en liberar de la obligación primitiva al deudor (Art.
1631 Nº 2).
Actos por causa de muerte, son aquellos en que la muerte del sujeto que los otorga,
es el supuesto necesario para que produzcan efectos. Actos entre vivos, son todos los
demás, aunque sus efectos se subordinen a la muerte de una de las partes; pues, en esta
hipótesis, la muerte no es de la esencia del acto, sino un elemento accidental del mismo.
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1) Los actos de familia están regidos por normas que consagran derechos
irrenunciables. Así, el marido no puede renunciar al derecho de administrar los bienes de
la sociedad conyugal, o al derecho y obligación de alimentar a sus hijos. Más que al
interés privado, estos actos miran al interés de la familia y de la sociedad.
Por su parte, los actos patrimoniales sólo miran al interés privado, y sus derechos
son esencialmente renunciables (Art. 12).
En cambio, en los actos patrimoniales se señala que sólo está en juego el interés
de quienes concurren a su celebración.
Esta es una clasificación dentro de los actos jurídicos patrimoniales, que atiende a
la ventaja o beneficio que el acto reporta para las partes.
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En Chile, parece ser que el Código Civil sigue la concepción objetiva, según se
desprende de sus Art. 1398 y 1405, que tratan la donación.
Importancia de distinguir entre acto jurídico a título gratuito y acto jurídico a título
oneroso:
1) El error in persona sólo tiene cabida en los negocios a título gratuito, siendo, en
principio, indiferente en los actos a título oneroso, salvo excepciones como el mandato,
por ser un contrato celebrado en consideración a la persona (intuito persona).
2) La ley es más exigente para celebrar un negocio a título gratuito. Por ejemplo, en
la donación la ley exige un trámite que la precede, llamado insinuación, que consiste en
una autorización previa al acto, otorgada por juez competente.
El contrato oneroso es conmutativo, cuando cada una de las partes se obliga a dar
o hacer una cosa, que se mira como equivalente a lo que la otra parte debe dar o hacer a
su vez; y si el equivalente consiste en una contingencia incierta de ganancia o perdida, se
llama aleatorio (Art. 1441).
La ley no dice “deben ser equivalentes”, sino que “se mira como equivalente”, pues
es imposible exigir una equivalencia matemática. El carácter conmutativo depende de la
equivalencia de las prestaciones. El precio que una parte se obliga a pagar “se mira” como
equivalente a la cosa que el vendedor se obliga a entregar.
Los actos jurídicos accesorios fundamentales son las cauciones (Art. 46).
Llámense actos jurídicos dependientes, a los que para existir, o para producir
efectos, están subordinados a la existencia de otro u otros actos (que no son principales,
aunque deben ser ciertos y determinados), pero no para asegurar el cumplimiento de tales
actos.
Al establecer el Art. 1443 que el contrato es real, cuando para que sea perfecto es
necesaria la tradición de la cosa a que se refiere (comodato, mutuo y depósito), es
solemne, cuando está sujeto a la observancia de formalidades especiales, de manera que
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sin ellas no produce ningún efecto civil; y es consensual cuando se perfecciona por el
solo consentimiento (compraventa de cosas muebles, arrendamiento, mandato); se está
haciendo una clasificación atendiendo a la forma cómo se perfeccionan los contratos,
clasificación que se generaliza para los actos jurídicos.
Ejemplos de solemnidades:
Acto jurídico puro y simple: (regla general de los actos jurídicos), es aquel que da
inmediatamente nacimiento a un derecho, cuyo ejercicio puede ser inmediato. No se
encuentra sujeto a modalidades.
Actos jurídicos típicos o nominados: son los que están regulados y estructurados
por la ley; por ejemplo, el matrimonio, la adopción, el testamento, la compraventa, la
hipoteca, etc.
Innominados o atípicos: son los actos jurídicos que no están configurados por la ley.
Surgen como creación de los particulares, en virtud del principio de la autonomía de la
voluntad, y de la libertad contractual. Tienen pleno valor, siempre que se ajusten, en
general, a las reglas de los actos y declaraciones de voluntad conocidas: los requisitos de
existencia y de validez. Ejemplos son los contratos de suministro, de abastecimiento, de
consignación, de factoring, de trabajo de los futbolistas profesionales, etc.
Actos jurídicos constitutivos: son aquellos que crean una situación jurídica o un
derecho nuevo, que antes no existía; así, un contrato es constitutivo porque hace nacer en
las partes derechos que antes no tenían, y crea las calidades de deudor y acreedor.
Actos jurídicos declarativos: son los que no hacen nacer un nuevo derecho, ni
tampoco crean una nueva situación jurídica, sino que se limitan a reconocer derechos y
situaciones jurídicas preexistentes. El acto declarativo se limita a reconocer un derecho
que la persona ya tenía con anterioridad. Por ejemplo: la adjudicación en la partición de
bienes.
Actos jurídicos traslaticios: son los que transfieren de un titular a otro un derecho
que ya tenía existencia. Por ejemplo: la tradición.
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Toda manifestación de voluntad tiene una causa, motivo o razón. Existe una
relación entre la voluntad y la causa. Art. 1467: La causa es el motivo que induce al acto o
contrato.
Acto jurídico causado: es la regla general (Art. 1445), pues el acto jurídico requiere
de causa, y las partes no pueden crear documentos abstractos, sólo la ley.
Acto jurídico propiamente tal: es aquel donde las partes crean derechos, en que
juega normalmente el principio de la autonomía de la voluntad; las partes fijan los
derechos y obligaciones, mientras no contravengan la ley, buenas costumbres y orden
público. Es decir, la voluntad cumple el papel de crear el acto, y también de fijar su
contenido, y determinar sus efectos.
a) Elementos esenciales:
Son aquellos sin los cuales el acto no produce efecto alguno, o degenera en otro
contrato diferente (Art. 1444).
Entre los elementos esenciales hay algunos que deben figurar en toda clase de
actos. Son los elementos esenciales genéricos o comunes (voluntad, objeto y causa), que
deben estar en todo acto jurídico, y que son asimilables a los requisitos de existencia.
Hay otros elementos que son indispensables para la existencia de ciertos actos,
pero no son necesarios ni figuran para nada en la vida de otros actos. Ellos son los
elementos esenciales específicos, como por ejemplo, el precio en la compraventa, la
gratuidad del contrato de comodato, la renta en el arrendamiento, etc.
b) Elementos de la naturaleza:
De lo anterior, se deduce que éstos no son elementos constitutivos del acto jurídico,
sino son más bien efectos del mismo, que la ley supletoriamente señala en defecto de la
voluntad de las partes.
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Otro caso es la condición resolutoria tácita (Art. 1489), pues en los contratos
bilaterales va envuelta la condición resolutoria, de no cumplirse por uno de los
contratantes lo pactado.
c) Elementos accidentales:
CAPÍTULO I: VOLUNTAD
a) Que se exteriorice:
La voluntad expresa o tácita tienen igual valor jurídico, según lo establece el Código
de Comercio, en su Art. 103: La aceptación tácita produce los mismos efectos y está
sujeta a las mismas reglas que la expresa.
Sostienen algunos autores que la voluntad es seria, cuando se emite por una
persona capaz, y con el propósito de crear un vínculo jurídico (Art. 1445 Nº 2). Así, no es
seria la voluntad emitida por un niño (actos de los absolutamente incapaces), del mismo
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modo que el acuerdo de voluntades convenido en broma o sin ánimo alguno de obligarse;
por ejemplo, se acuerda ir a un paseo. Se señala que tampoco habría voluntad en el caso
del error esencial, que se verá más adelante.
Sin embargo, se señala que, en materia contractual, el silencio sólo importa una
manifestación de voluntad suficiente, en los siguientes casos:
Ello es así, porque en ciertos casos el silencio puede ser abusivo y producir
perjuicios (Art. 1233), o porque en otros casos puede significar asentimiento (Art. 2428, en
relación con el Art. 492 del Código de Procedimiento Civil, en materia de purga de la
hipoteca). Otro ejemplo: el dueño de un restaurante de Talca escribe a su proveedor
habitual de Santiago, para que en Navidad le envíe, como todos los años, ciertos
productos. En este caso, el silencio del proveedor se estima como una aceptación del
pedido.
Puede suceder que la voluntad interna o real esté en desacuerdo con la voluntad
declarada, y para determinar cuál prevalece, se han formulado varias teorías:
Descansa sobre la base de la idea de que la voluntad de las personas, una vez
declarada, y siempre que no esté afectada por vicio alguno, puede crear derechos y
obligaciones, salvo en circunstancias muy excepcionales previstas por el legislador. Es
decir, la voluntad humana crea derechos y obligaciones, y sobre este principio se
estructura el derecho privado en los países del mundo occidental.
29
Sin embargo, existe otro aspecto que dice relación con el fondo de los actos
jurídicos, y que se traduce en la más amplia autonomía para estipular lo que ellos
convengan o deseen, en cuanto a los derechos y obligaciones que nacen del acto jurídico,
y que recíprocamente se imponen unos a otros.
La palabra consentimiento nos da una idea clara de que se trata, pues esta palabra
viene de “consentire”, que significa traer un mismo sentimiento. Dentro del Derecho, se
define al consentimiento como el acuerdo de dos o más voluntades, sobre un mismo acto
jurídico.
1) La oferta o propuesta:
Es un acto jurídico unilateral, por el cual una persona (oferente) propone a otra la
celebración de un contrato, en términos tales que para que el contrato se perfeccione,
basta que el destinatario de la oferta la acepte pura y simplemente.
Según la doctrina, la oferta debe ser seria, es decir, destinada a celebrar un acto
jurídico bilateral (por ejemplo, no es serio ofrecer vender un terreno en la luna), y
completa, es decir, debe tener todos los elementos del negocio jurídico, en términos que
para celebrarlo baste la aceptación pura y simple del aceptante.
No hay que confundir una oferta incompleta o indeterminada, con el hecho de que
la oferta se pueda dirigir a una persona indeterminada. En efecto, la oferta puede
hacerse a persona determinada (se dirige a un sujeto conocido) o indeterminada (va
dirigida al público en general, como sucede en el comercio minorista donde en las vitrinas
se exhibe la mercadería con su precio).
A su vez, la oferta puede ser verbal o escrita, expresa o tácita. Expresa, es la que
explícita y directamente revela el deseo de contratar. Tácita, la que se deduce en forma
indirecta, pero inequívocamente, de ciertas circunstancias concurrentes; por ejemplo, la
circulación de vehículos de servicio público (ofrecen celebrar el contrato de transporte), la
exhibición en las vitrinas comerciales de mercaderías con el precio señalado, etc.
2) La aceptación:
a) La aceptación debe ser pura y simple: tiene que conformarse a la oferta, sin
introducirle modificaciones (Art. 101 y 102 del Código de Comercio).
31
Según los autores Claro Solar y Alessandri, el acto es perfecto desde el momento
que se da la respuesta o aceptación, no exigiéndose que ésta llegue a conocimiento del
proponente, según se desprende de los Art. 97, 98, 99, 101 y 104 del Código de
Comercio.
Vencidos los plazos, la propuesta se entenderá no hecha, aun cuando hubiere sido
aceptada (Art. 98 del Código de Comercio). El oferente queda liberado, y la aceptación es
extemporánea, no teniendo la virtud de generar el contrato.
Como se estima que la aceptación extemporánea es una nueva oferta, hay acuerdo
en la doctrina para estimar que el pronto aviso debe darse en el mismo plazo otorgado
para dar la aceptación, es decir, dentro de 24 horas o a vuelta de correo, según sea el
caso.
La doctrina entiende, además, que el pronto aviso sólo se debe dar en el caso de
que el proponente no haya dado plazo (discutible), porque si señaló un plazo debe
entenderse que la voluntad del oferente no se mantiene más allá de dicho plazo.
La Retractación:
Pero esta retractación tempestiva (antes de la aceptación) puede dar origen a una
indemnización, si se ha causado perjuicios al destinatario (que ya había incurrido en
gastos, por ejemplo). Sin embargo, el proponente puede exonerarse de la obligación de
indemnizar, cumpliendo el contrato propuesto (Art. 100 del Código de Comercio).
No obstante esta facultad del oferente, hay ciertos casos en que la oferta obliga por
sí sola. Esto es excepcional en el derecho, ya que la sola declaración unilateral del
oferente lo obliga. Lo que sucede es que hay situaciones en que el oferente no puede
retractarse, como cuando se ha comprometido a esperar contestación o a no disponer del
objeto del contrato, sino desechada la oferta o transcurrido cierto plazo (Art. 99 del Código
de Comercio).
La Caducidad:
Hay caducidad, cuando se cumplen los plazos que la ley señala; esto es, cuando el
oferente muere, o le sobreviene alguna incapacidad legal.
Otro sector de la doctrina, estima que la oferta del Art. 99 del Código de Comercio
genera una obligación, la de no retractarse, obligación que no tiene carácter
personalísimo, y que, por consiguiente, pasa a los herederos o al representante, en su
33
caso. Es decir, los herederos y el representante estarían obligados por la oferta hecha en
las condiciones que indica el Art. 99 del Código de Comercio. Esta posición es seguida por
el Código Civil Italiano.
Los contratos entre presentes están restringidos a ofertas verbales. Avelino León
incluye entre presentes los contratos en que las partes viven en lugares diferentes, pero
pueden conocer la voluntad de la otra parte por medios mecánicos (teléfono). Los
contratos entre ausentes se encuentran restringidos a ofertas escritas, y por ello algunos
autores los califican “contratos por correspondencia”.
Una excepción a lo anterior, se contempla en el Art. 1412 del Código Civil que dice:
Mientras la donación entre vivos no ha sido aceptada, y notificada la aceptación al
donante, podrá este revocarla a su arbitrio.
La formación del consentimiento pone fin al derecho del oferente para retractarse.
Por los casos en que la voluntad de las partes puede interpretarse por los usos o
las costumbres. Por ejemplo: en el ámbito del transporte marítimo.
Cabe acotar que el empleo del término “residencia” es inapropiado, y sería más
preciso si el legislador hubiese dicho “el lugar en que se hubiera aceptado”, ya que este
lugar donde se acepta no siempre coincide con el de la residencia del aceptante.
Entre los requisitos de validez, el Art. 1445 señala que: “Para que una persona se
obligue a otra por un acto o declaración de voluntad, es necesario:…2) que consienta en
dicho acto o declaración y su consentimiento no adolezca de vicio”.
Por su parte, en el Art. 1451 se dice: “Los vicios de que puede adolecer el
consentimiento son error, fuerza y dolo”.
La doctrina cree, en forma mayoritaria, que estas normas son de aplicación general;
es decir, aplicables a todo tipo de actos jurídicos (unilaterales o bilaterales). Sin embargo,
algunos consideran que no puede darse a estas reglas una aplicación tan general, porque
hay actos jurídicos que por su naturaleza requieren un análisis especial. Así sucede en los
actos jurídicos unilaterales, y en todos los actos relacionados con la sucesión por causa de
muerte, como el testamento; pues en ellos el problema de los vicios debe ser analizado
más profundamente, y se estima que los vicios han de tener un carácter distinto que en
materia contractual, porque la naturaleza misma de estos actos es diversa. Así por
ejemplo, es discutible que el dolo se pueda aplicar al testamento, que entrega normas
sobre esta materia en los Art. 1007, 1057 y 1058.
Además, se señala que los vicios contemplados en el Art. 1451 son aplicables sólo
en materia patrimonial, ya que el legislador da reglas especiales en materia de vicios del
consentimiento en el matrimonio (Art. 44 de la Ley de Matrimonio Civil). Cabe señalar que
algunos sostienen que la lesión es vicio del consentimiento, aunque ello es discutible,
como veremos.
Finalmente, ciertas teorías suponen que existen causas que suprimen la voluntad
o excluyen el consentimiento. Es decir, en ciertos casos, más que vicios de la voluntad
habría falta de voluntad. Esto es lo que sucede con los actos de los absolutamente
incapaces (Art. 1447 y 1682), y con el caso del error esencial, que ya analizaremos.
1.- EL ERROR
Según el Art. 1452, “el error sobre un punto de derecho no vicia el consentimiento”.
Esta disposición (que no se condice con la doctrina y legislaciones modernas) viene a ser
una consecuencia del Art. 8, y está en concordancia con el Art. 706 inciso final.
Nuestro Código Civil, siguiendo a Pothier (padre espiritual del Libro IV), distingue:
error esencial.
error sustancial.
error sobre las cualidades accidentales de la cosa.
error sobre la persona.
Lo que sucede es que el error es de tal magnitud que, más que viciar el
consentimiento, impide que éste se forme. Por eso se le llama impediente, porque impide
la formación del consentimiento (Art. 1453).
Las partes se equivocan en cuanto al acto que ellas celebran, resultando que el
acto celebrado es distinto del que pensaban celebrar. Más que decir que hubo un vicio, no
hay consentimiento, porque no hubo acuerdo. Por ejemplo, X recibe una casa en
comodato y Z cree haberla dado en arriendo.
Ejemplos legales de error esencial existen en materia de tradición (Art. 676 y 677) y
en materia de transacción (Art. 2457).
La doctrina agrega otro tipo de error esencial, y es el error sobre la causa del
negocio (Art. 1467), de tal manera que si hay error en la causa no habría causa y, por lo
mismo, no habría una manifestación de voluntad.
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a) Nulidad absoluta:
Esta opinión se funda en el Art. 1682, que dice que la falta de un requisito de
existencia es sancionada con la nulidad absoluta; y no hay duda que cuando hay error
esencial no hay voluntad. Además, el Art. 1445 señala en su Nº 2 que el consentimiento
es un requisito de existencia del acto jurídico, sin el cual no hay acto jurídico.
b) Nulidad relativa:
Según otros autores, la sanción para el error esencial sería la nulidad relativa del
acto, porque tal es la regla general en la materia de los vicios del consentimiento, y el Art.
1453 dice que “el error de hecho vicia el consentimiento…”.
Además, fundamentan su posición en la redacción del Art. 1454, que expresa que
“el error de hecho vicia asimismo el consentimiento…”; y se refiere al error sustancial, que,
de acuerdo con el Art. 1682, se sanciona con la nulidad relativa. El empleo de la expresión
asimismo estaría significando que el error obstáculo del Art. 1453 vicia el acto de la misma
manera que el error sustancial, que implica la nulidad relativa.
Ahora bien, si se considera que la razón de la nulidad absoluta dice relación con el
interés público, tendremos que concluir que el error obstáculo cae, desde este punto de
vista, dentro de la nulidad relativa, porque su presencia perjudica sólo el interés privado de
los individuos.
Según el Art. 1454 inciso 1º, este error existe cuando la sustancia o calidad esencial
del objeto sobre que versa el acto o contrato es diversa de lo que se cree, como si por
alguna de las partes se supone que el objeto es una barra de plata, y realmente es una
masa de algún otro metal semejante.
Este error puede sufrirlo uno de los contratantes, al decir el Art. 1454: “como si por
alguna de las partes”, y no requiere tampoco que el otro contratante lo sepa.
En doctrina, se discute qué debe entenderse por “sustancia o calidad esencial del
objeto sobre que versa el acto o contrato”. Al respecto, hay dos interpretaciones:
38
a) Interpretación objetiva:
b) Interpretación subjetiva:
Para Claro Solar, la sustancia es la cualidad que hace que una cosa sea lo que es.
Por su parte, Alessandri sostiene que el problema de la sustancia se reduce a la materia
de que está compuesta la cosa.
Así, se ha sostenido que Pothier dice que la sustancia es la calidad esencial del
objeto sobre que versa el acto o contrato, y esa calidad esencial no tiene por qué ser la
materia de que se compone la cosa.
Por otro lado, el ejemplo que da el Código Civil está referido a la materia misma de
la cosa; y hay que recordar que el Mensaje del Código señala que los ejemplos sirven
para ilustrar el verdadero sentido de cada disposición; es decir, la intención del legislador.
Pues bien, nuestra legislación considera también los motivos que ha tenido una de
las partes, referidos a cualidades no esenciales, y que han sido conocidos de la
contraparte.
Por ello, se piensa que el Código Civil adopta una posición ecléctica,
distinguiendo el error sustancial de otros errores que vician el consentimiento. De tal
manera, el error es sustancial cuando recae sobre cualidades que tienen una objetividad
suficiente, que permiten ser conocidas por las partes sin necesidad de una declaración de
voluntad expresa en tal sentido.
Y si el error recae sobre otras cualidades de la cosa, para que exista vicio del
consentimiento es necesario que la contraparte haya sabido que la consideración de esas
cualidades no esenciales fue lo que llevó a la otra parte a ejecutar el acto o celebrar el
contrato.
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Como dice el Art. 1454, el error sustancial vicia el consentimiento, y, por regla
general (Art. 1682), la sanción es la nulidad relativa del acto o contrato.
Deben cumplirse dos requisitos, para que este error vicie el consentimiento:
Este error (llamado in persona), en principio, debería recaer sobre la identidad física
de la persona, y no sobre otras cualidades de ella (morales, intelectuales, patrimoniales,
etc.). Sin embargo, el Art. 8º de la Ley de Matrimonio Civil introduce una importante
modificación a esta idea, toda vez que incorpora el error acerca de alguna de las
cualidades personales del cónyuge.
Son particularmente intuito personae los actos jurídicos a título gratuito, que son
realizados con relación a la persona, por ejemplo: el matrimonio (error en cuanto a la
identidad de la persona del otro cónyuge, o sobre alguna de sus cualidades personales); la
adopción (identidad de la persona del adoptado).
Error en el nombre:
Dentro del error in persona, se encuentra el error en el nombre, que tiene lugar en
los actos jurídicos unilaterales. Así, el Art. 1057 previene que “el error en el nombre o
calidad del asignatario no vicia la disposición, si no hubiere duda acerca de la persona”.
Por ejemplo, si el testador instituye un legado en favor del abogado A, y éste es un
ingeniero, el legado será válido, y lo mismo sucede si se incurre en una equivocación
relativa al apellido materno, siempre que no haya duda acerca de la persona favorecida
con el legado.
Es válido cualquier medio de prueba. Sin embargo, el error debe ser excusable, es
decir, que quien lo invoca tenga una conducta justificable. El error no debe tener origen en
la negligencia propia del que lo alega. Por principio, nadie puede aprovecharse de su
torpeza o mala fe; eso es lo que se conoce como la máxima “nemo auditur”.
Problema: Surge una duda, respecto al error en los actos bilaterales, consistente
en si es necesario que la contraparte haya tenido conocimiento del error en que incurre la
otra parte. Está fuera de discusión que, en los actos bilaterales, basta que una de las
partes haya incurrido en error para que se produzca vicio del consentimiento, sin que sea
necesario que ambas partes actúen por error. Esto queda demostrado con el ejemplo que
da el inciso 1º del Art. 1454. La duda que se plantea es si la otra parte debe haber sabido
o no que la contraparte estaba incurriendo en un error.
Lo que sucede es que si una parte está actuando con error, y la otra lo sabe pero
nada le dice (no le advierte al otro que está en error), estaríamos ante una figura
constitutiva de otro vicio, que es el dolo, vicio del consentimiento independiente del error.
Por ello, se concluye que no es necesario, para que haya error, que la contraparte haya
tenido conocimiento de él; salvo el caso especial del inciso 2º del Art. 1454.
Tiene por fundamento el interés social, porque se estima que hay conveniencia de
fiarse de las apariencias compartidas por todos o por un grupo de personas.
b) Debe ser excusable, tener un justo motivo, como cuando se invoca un título con
apariencia de legítimo. Por ejemplo, un funcionario público ilegalmente nombrado por la
autoridad competente. En este requisito se encuentra el fundamento de la validez del acto:
la apariencia que hace producir efectos jurídicos válidos.
c) Debe padecerse el error de buena fe, que es la amparada por la ley; es decir,
que quien lo invoque ignore la verdad.
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¿Se podría entender el error común como un principio general, fuera de los
artículos mencionados? En opinión de Alessandri, se podría, ya que los casos
mencionados serían sólo una aplicación del principio general. La jurisprudencia ha
conocido casos de error común. En suma, es discutible su eventual aplicación general.
2.- LA FUERZA
La fuerza, como vicio del consentimiento, siempre debe provenir del hombre. Ahora
bien, se discute por la doctrina qué ocurre con los actos en estado de necesidad. Por
ejemplo, me aprovecho de una persona carente de recursos y muy necesitada de dinero,
para que me venda su propiedad en condiciones desfavorables para ella.
Para algunos, en tales actos no hay vicio del consentimiento, porque dicho estado
no ha sido creado para obtener la manifestación de voluntad, sino que existía desde antes.
Además, se indica que conforme al Art. 1545, todo contrato legalmente celebrado es una
ley para los contratantes, y no habría razón para anular el contrato invocando el estado de
necesidad. Otros autores opinan que si bien el acto ejecutado en estado de necesidad no
adolece de vicio del consentimiento, sí podría obtenerse la declaración de ineficacia.
Lo anterior, porque como en este caso hay un vacío en nuestra legislación, ya que
en ella no se da una solución concreta (reclamada la intervención de un tribunal, no puede
negarse a ejercer su jurisdicción, ni aun a pretexto de no haber ley que resuelva el
conflicto), el juez va a tener que resolver conforme al espíritu general de la legislación y a
la equidad; y no hay duda que los principios de equidad pueden determinar que un acto
sea ineficaz, o pueden modificar los efectos de tal acto. No es obstáculo para ello lo que
establece el Art. 1545, ya que esa disposición razona sobre la base de un contrato que se
ha celebrado en circunstancias normales.
Se desprende que la fuerza no sólo es grave cuando infunde temor a una persona
de verse ella misma expuesta a un mal, sino también su cónyuge, ascendientes o
descendientes. La enumeración hecha en el Art. 1456 no obsta para que haya otros
casos, en que el mal recaiga sobre una persona distinta de las mencionadas, como por
ejemplo sobre la novia del contratante. Pero, en tal caso, quien alegue la fuerza deberá
probar que se produjo una impresión fuerte; es decir, no habrá presunción de gravedad.
Si se está dentro de la presunción, tales actos se presumen graves (claro que como
presunción simplemente legal se admite prueba en contrario), bastando con probar que se
amenazó en forma verosímil al contratante, con exponerlo a un mal irreparable y grave. En
cambio, si la amenaza versa sobre personas no enumeradas en el Art. 1456, el
contratante deberá probar que se le produjo una impresión fuerte, ya que tales actos no se
presumen graves.
Según el inciso 2º del Art. 1456, el temor reverencial no basta para viciar el
consentimiento. El temor reverencial es el sólo temor de desagradar a la persona a quien
se debe sumisión y respeto. Por ejemplo, miedo a que el padre se enoje.
Debe ser una fuerza contraria a derecho. Así, por ejemplo, la amenaza de ejercer
una acción judicial en contra de una persona no es constitutiva de fuerza. Para Claro
Solar, no hay fuerza cuando se ejerce debidamente un derecho. En todo caso, el abuso de
derecho si puede constituir una injusta o ilegítima fuerza; por ejemplo, se amenaza a otra
persona con denunciar un delito que cometió.
Esta fuerza depende de cada caso particular. Hay ciertos casos en que el derecho
acepta la utilización de la fuerza, y por el hecho de ser reconocida por la ley pasa a ser
fuerza legítima, como por ejemplo las normas que permiten detener a una persona, o las
que permiten embargar y retirar bienes de un deudor.
Hay autores que exigen, además, que la fuerza sea actual. Sin embargo, se señala
que esta exigencia va implícita en el requisito de gravedad de la fuerza. Que la fuerza sea
actual, significa que la amenaza tiene que existir al momento de la manifestación de
voluntad, aun cuando el mal que envuelve haya de realizarse con posterioridad.
Prueba de la fuerza:
Sanción a la fuerza:
El acto jurídico adolece de nulidad relativa, como vicio del consentimiento (Art. 1681
y 1682). En el caso del testamento (Art. 1007), la doctrina cree que la sanción sería la
nulidad absoluta, lo cual es discutible.
43
3.- EL DOLO
Hay quienes creen que el dolo no es vicio del consentimiento, sino que el vicio
estaría constituido por el error, o equivocación a que han conducido las maquinaciones
fraudulentas.
Con todo, nuestra legislación ha considerado al dolo como vicio particular (Art.
1451), teniendo presente el carácter delictual del que actúa (es el dolo malo de los
romanos y españoles). Además, el dolo como vicio es más amplio, ya que no todos los
errores vician el consentimiento. El dolo tiene una aplicación más general que el error.
b) Dolo fraude:
En este caso, el dolo se contempla como un elemento del delito civil, que da origen
a una indemnización de perjuicios (Art. 2284, 2314 y 2317).
¿Será elemento del dolo la sola intención de causar perjuicios, o se requiere que los
perjuicios sean provocados efectivamente? En el dolo vicio basta la sola intención, y no se
requiere la materialización del perjuicio. En cambio, en el dolo contractual y
extracontractual, debe haberse causado un perjuicio efectivo, no bastando la mera
intención.
a) Debe ser obra de una de las partes (Art. 1458): El dolo de terceros no vicia el
consentimiento. Tampoco hay vicio en el dolo incidental, obra de una de las partes.
La sanción para el dolo que no constituye vicio, será la prevista en el inciso 2º del
Art. 1458: indemnización de perjuicios.
El Art. 1458 inciso 2º dice: “En los demás casos el dolo da lugar solamente a la
acción de perjuicios…”; por lo que se entiende que el contratante víctima del dolo
previsto en el inciso 1º tendría contemplada, además de la nulidad relativa del acto,
la indemnización de perjuicios.
Se argumenta que todo dolo sería un delito civil, y se aplicaría entonces el Art.
2314, que obliga a la indemnización de perjuicios.
El Art. 1458 sólo se refiere al dolo obra de una de las partes. Según se desprende
de diversas disposiciones, en los actos jurídicos unilaterales el dolo vicia la voluntad
cuando es principal o determinante, siendo indiferente que las maniobras dolosas sean
obra del que se beneficia con el acto, o de un tercero.
Tratándose de los actos jurídicos unilaterales, el único requisito para que el dolo
vicie la voluntad es que sea determinante. Ejemplos:
En los demás casos, el dolo debe probarse por quien lo alega. Esto es así, porque
el dolo tiene un carácter excepcional, y por eso la parte que alega que su voluntad se
encuentra viciada por dolo, va a tener que probar los elementos de éste; sobre ella
recaerá la prueba de las maquinaciones fraudulentas, intención de hacer daño y los
perjuicios que le produjo, y si es un acto bilateral, deberá probar que es obra de una de las
partes, y, además, que sin él no habría contratado. Esta regla del Art. 1459 está en plena
armonía con el Art. 707.
Así, por ejemplo, no se puede estipular en un contrato que si una de las partes lo
cumple dolosamente, no podrá ejercerse acción en su contra; tal cláusula sería nula por
adolecer de objeto ilícito (Art. 1465, en relación con los Art. 10, 1466 y 1682). Al contrario,
los efectos del dolo, ya producido, como derechos particulares que son, sí pueden
renunciarse (Art. 12). Así, el dolo sólo puede condonarse una vez cometido o conocido por
la otra parte. El Art. 1465 se refiere casi específicamente al contrato de mandato, pero
tiene aplicación general.
4.- LA LESIÓN
a) Concepción subjetiva:
Algunos autores, consideran que la lesión se funda en una presunción de vicio del
consentimiento, porque quien sufre lesión con el acto que celebra o ejecuta es por
presión de las circunstancias, las que de no mediar habrían determinado que el
contratante que sufre el detrimento patrimonial no habría contratado, o lo habría hecho en
condiciones no tan desventajosas.
b) Concepción objetiva:
Otros, sostienen que la lesión es un simple vicio objetivo, en que basta probar el
desequilibrio o desproporción matemática de las prestaciones, haciendo abstracción de las
causas que han motivado la manifestación de voluntad; esto es, si ha habido o no vicio del
consentimiento.
Quien alega la concepción subjetiva, debe probar que la voluntad está viciada; en
cambio, el que alega la concepción objetiva sólo debe probar el desequilibrio de las
prestaciones.
Nuestra legislación considera la lesión como vicio objetivo. Para sustentar ello, los
autores se apoyan en las siguientes razones:
a) La historia de la ley: El Proyecto del año 1853 enumera a la lesión entre los vicios
del consentimiento; pero su posterior supresión estaría demostrando la intención del
legislador de no considerarla entre estos vicios.
Se entiende por lesión grave la que disminuye el valor total de la asignación en más
de la mitad. La doctrina entiende que éste no es un caso de lesión, en su sentido técnico,
sino de perjuicio a consecuencia de la ignorancia, del error que jurídicamente comprende
a la ignorancia. Y como ese error no es imputable a la persona que acepta la asignación,
el legislador, por razón de justicia, le permite “rescindir” la aceptación.
Así, esta nulidad o rescisión podría configurarse bajo la figura del error, ya que el
asignatario aceptó ignorando disposiciones testamentarias.
En general, puede decirse que la sanción de la lesión es la nulidad del acto en que
incide, o la reducción de la desproporción de las prestaciones.
Para que una persona se obligue a otra por un acto o declaración de voluntad, es
necesario que sea legalmente capaz (Art. 1445 Nº 1).
El Código Civil no tiene una teoría general de la capacidad. Así, las reglas
contenidas en los Art. 1445, 1446 y 1447 se refieren a la capacidad exigida para los actos
jurídicos, especialmente los contratos. En materia extracontractual, existen normas
especiales (Art. 2319), al igual que en el matrimonio, responsabilidad penal, y en materia
testamentaria.
La capacidad se define como la aptitud legal de una persona para adquirir, gozar y
hacer valer, por sí misma, un derecho en la vida jurídica. De aquí se deduce que la
capacidad es de dos clases: de goce o adquisitiva, y de ejercicio.
Es la aptitud legal para adquirir, gozar, ser titular o sujeto de un derecho. El Código
Civil no la define. Todo individuo tiene capacidad de goce, confundiéndose con la noción
de personalidad. Es por ello que las incapacidades de goce son excepcionales, en
términos que no hay incapacidades de goce de carácter general. Excepcionalmente, la ley
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B) La capacidad de ejercicio:
Es la aptitud legal para hacer valer, poner en movimiento o ejercitar, por sí mismo,
un derecho en la vida jurídica. El Art. 1445 termina diciendo que la capacidad legal de una
persona consiste en poderse obligar por sí misma, y sin el ministerio o autorización de
otra.
La regla general es la capacidad, de ahí que el Art. 1446 exprese: Toda persona es
legalmente capaz, excepto aquellas que la ley declara incapaces. La incapacidad es, por
tanto, la excepción.
2.- INCAPACIDADES:
Incapacidades especiales:
A) Incapacidades Absolutas:
Art. 1447: Son absolutamente incapaces los dementes, los impúberes y los sordos
o sordomudos que no puedan darse a entender claramente. Los absolutamente incapaces
sólo pueden actuar en la vida jurídica representados por sus representantes legales (Art.
43).
49
La sanción a los actos de los incapaces absolutos es la nulidad absoluta (Art. 1682
inciso 2º). El efecto de los actos de los absolutamente incapaces es que esos actos no
producen ni aun obligaciones naturales (ver Art. 1470), y no admiten caución. Es decir,
estos actos no obligan ni siquiera moralmente al incapaz, y tampoco admiten caución ya
que no se genera ninguna obligación principal que pueda ser garantizada por una caución,
que es una obligación accesoria.
1) Dementes:
Sentido de la expresión:
La interdicción y la demencia:
De acuerdo a los Art. 447 y 461, la resolución judicial que declara la interdicción
debe inscribirse en el Registro Conservador de Bienes Raíces. Es importante el Art. 465,
ya que en el inciso 1º consagra una presunción de derecho, que como tal no admite
prueba en contrario. El decreto de interdicción tiene gran valor probatorio, ya que se
presume de derecho la incapacidad (demencia).
Se discute el alcance de la regla del Art. 465 inciso 1º. Según Manuel Somarriva,
sólo es aplicable a los actos y contratos patrimoniales, excluyéndose los actos jurídicos de
familia, respecto de los cuales podría alegarse la validez de aquellos actos realizados en
intervalos lúcidos; por ejemplo, un demente podría contraer matrimonio si alega un
intervalo lúcido.
2) Impúberes:
Se trata del varón que no ha cumplido catorce años, y la mujer que no ha cumplido
doce años (Art. 26). Dentro de los impúberes, la ley distingue al infante o niño, que es el
que no ha cumplido siete años, distinción que jurídicamente no reviste mayor importancia,
salvo lo dispuesto en los Art. 723 (capacidad para adquirir posesión) y 2319 (capacidad en
la responsabilidad extracontractual).
B) Incapacidades Relativas:
1) Menores adultos:
Según se desprende del Art. 26, son menores adultos la mujer mayor de 12 y
menor de 18 años, y el varón mayor de 14 y menor de 18 años.
Los actos de los menores adultos tienen valor y producen efectos cuando han sido
ejecutados con la autorización de sus representantes legales o a través de éstos; o bien,
cuando se refieren al peculio profesional o industrial, o a actos de familia, en los cuales los
menores adultos gozan de plena capacidad (ver Art. 251 y 262).
En todo caso, si el incapaz relativo actúa por sí mismo, sin las formalidades
habilitantes, sus actos, si bien son nulos, pueden generar obligaciones naturales; y como
consecuencia de ello, sus obligaciones pueden ser caucionadas (Art. 1472).
Para celebrar un acto no basta tener capacidad, por plena que sea, sino que es
necesario además estar legitimado, o sea, tener calidad o ser un sujeto calificado para
ejercitar el derecho de que concretamente se trata en cada caso.
legitimación para el negocio ha sido definida como la idoneidad jurídica del agente, para
ser sujeto de la relación que se desarrolla en un concreto y determinado acto jurídico.
Hay que distinguir, igualmente, el objeto del acto jurídico, el objeto de la obligación,
y el objeto de la prestación. El objeto del acto jurídico, según la concepción tradicional
francesa, son las obligaciones que genera el acto. El objeto de la obligación, son las
prestaciones que deben hacer las partes. Y el objeto de la prestación, son las cosas que
se deben dar, hacer o no hacer.
El Código Civil adopta esa concepción, pero no hace esos distingos, y señala que el
objeto del acto jurídico son las cosas que se deben dar, hacer o no hacer; es decir,
identifica el objeto del acto jurídico con el objeto de la prestación. Así se explica el confuso
tenor del Art. 1460.
La doctrina contemporánea tiene del objeto una noción diversa. Objeto del acto
jurídico, es la operación jurídica que las partes pretenden realizar (por ejemplo, una
compraventa); esto es, la materia del negocio, aquello sobre que versa, o los intereses
regulados por el acto jurídico.
52
Sin perjuicio de lo expuesto, para los efectos de este curso, seguiremos las
explicaciones conforme a la noción que adopta nuestro Código Civil, conforme al cual:
“Toda declaración de voluntad debe tener por objeto una o más cosas que se trata de dar,
hacer o no hacer” (Art. 1460). Con la expresión cosas se comprende tanto a cosas
materiales, como a hechos positivos (ejecución) y negativos (abstención).
1.- Requisitos del objeto que recae sobre cosas materiales (obligación de dar):
El objeto que recae sobre una cosa material, debe ser real, comerciable y
determinado. Así lo establece el Art. 1461, en sus incisos 1º y 2º.
A) Real: El objeto debe existir al celebrar el acto o contrato, o que se espere que
exista. Así, se deben distinguir dos situaciones:
2) Si la cosa no existe, pero se espera que exista (cosa futura), el acto o contrato
puede ser puro y simple (y aleatorio), o sujeto a condición (Art. 1813). Por ejemplo, la
venta de una futura cosecha de trigo.
C) Determinado: La cosa sobre que versa el acto o contrato debe ser determinada,
a lo menos, en cuanto a su género (Art. 1461 inciso 1º).
Según se desprende de este precepto, el objeto puede ser determinable; esto es,
susceptible de una determinación posterior. Así lo permite la ley, al referirse a la cantidad.
2.- Requisitos del objeto que recae sobre un hecho (obligación de hacer):
El objeto de la obligación puede ser una ejecución (hacer) o una abstención (no
hacer); es decir, puede ser un hecho positivo o un hecho negativo.
Para que el acto jurídico sea válido, el objeto no sólo debe existir, sino que además
debe ser lícito, según lo establece el Art. 1445 Nº 3.
El Código Civil no define qué es objeto lícito. Hay confusión entre objeto ilícito y
objeto moralmente imposible.
Los autores discrepan en cuanto a qué debe entenderse por objeto lícito. Para
Claro Solar, es el que está conforme a la ley, y amparado por ella. Para Somarriva, objeto
lícito es el conforme a la ley, las buenas costumbres y el orden público. Para Alessandri, el
término lícito es sinónimo de comerciable.
Para Eugenio Velasco Letelier el objeto lícito es aquel que está conforme con la ley,
es decir, que cumple con todas las cualidades indicadas por ella, en el Art. 1461: realidad,
comerciabilidad, determinación, y, si se trata de un hecho, posibilidad física y moral para
realizarse.
Para ciertos autores, no debe hablarse de licitud, sino de idoneidad del objeto,
definida como “la aptitud de los intereses sobre que versa el negocio, para recibir el orden
o reglamentación práctica que aquél se propone”. Así, el problema no es definir qué se
entiende por ilicitud del objeto, sino precisar las situaciones en que la ley excluye un
determinado interés de la negociación privada; idea que parece más adecuada desde un
punto de vista técnico, y que sería la adoptada por nuestro Código Civil, que justamente
señala las situaciones o casos concretos en que existe objeto ilícito.
Hay un objeto ilícito en todo lo que contraviene al derecho público chileno. Así, la
promesa de someterse en Chile a una jurisdicción no reconocida por las leyes chilenas, es
nula por el vicio del objeto (Art. 1462). En derecho público, sólo puede hacerse lo que la
ley permite, y por ello un acto referido a prestaciones o intereses no admitidos por el
derecho público será nulo por tener objeto ilícito. Por ejemplo, se compra una Notaría
Pública.
54
Regla General:
El derecho de suceder por causa de muerte a una persona viva no puede ser objeto
de una donación o contrato, aun cuando intervenga el consentimiento de la misma
persona (Art. 1463 inciso 1º, que se refiere a los llamados “pactos sobre sucesión futura”).
Los pactos sobre sucesión futura son convenciones que tienen por objeto el
derecho de suceder por causa de muerte, a título de heredero o legatario, a una persona
viva, sea ésta una de las partes o un tercero. El objeto ilícito se encuentra en la sucesión
de una persona viva, no en lo relativo a la disposición de la sucesión de una persona
fallecida, lo que es perfectamente lícito. Por ejemplo, muerto mi padre, puedo vender mi
derecho de herencia, pero no estando él vivo (Art. 1909).
“Las convenciones entre la persona que debe una legítima y el legitimario, relativas
a la misma legítima o a mejoras, están sujetas a las reglas especiales contenidas en el
título De las asignaciones forzosas” (Art. 1463 inciso 2º).
En toda asignación existen asignatarios forzosos, que en tal virtud no pueden ser
excluidos de la sucesión del causante (Art. 1167). Además, la ley hace una distribución de
la herencia en una mitad legitimaria, una cuarta de mejoras y una cuarta de libre
disposición. El causante puede disponer de la cuarta de mejoras a su entera voluntad para
mejorar a su cónyuge, descendientes o ascendientes. No obstante ser asignación forzosa,
el causante puede privarse de disponer de la cuarta de mejoras, si ha convenido con
alguno de los legitimarios a no disponer de ella (se llama Pacto de no disponer o de no
mejorar).
El Art. 1465 está redactado en términos propios del mandato. La condonación del
dolo futuro no vale, porque perdonar anticipadamente los actos dolosos que pueda
cometer una parte sería sancionar una inmoralidad, y proteger la mala fe. El dolo sólo
puede condonarse después de cometido, nunca antes, y además el perdón debe ser
expreso, según se deduce de la primera parte del Art. 1465.
El Art. 1466 dice “Hay asimismo objeto ilícito en las deudas contraídas en juegos de
azar”. Los juegos de azar son aquellos en que no interviene la destreza, la fuerza o el
55
ingenio, sino la casualidad. Según se desprende del Art. 2259, no sólo se sanciona el
juego de azar, sino que también las apuestas.
La ley acepta los juegos de azar, cuando en ellos interviene la destreza, así lo
señala el Código Civil (Art. 2263). Además, hay juegos de azar que la ley permite, a fin de
atender con su producto fines de beneficencia o de interés general: Lotería de la
Universidad de Concepción, Polla Chilena de Beneficencia, los Casinos, etc., entendiendo
que las normas que regulan estos juegos derogan tácitamente el Art. 1466.
El Art. 1466, parte final, es una norma genérica, que no sólo comprende a los
contratos, sino que a todo acto prohibido por la ley. Se confirma el principio general del
Art. 10.
Por esto, algunos autores sostienen que la ley debió limitarse a sancionar con la
nulidad absoluta los actos que prohíbe, sin establecer que ellos adolecen de objeto ilícito
(Eugenio Velasco Letelier).
a) Sentido amplio:
Enajenación significa todo acto de disposición entre vivos, por el cual el titular
transfiere su derecho a otra persona, o constituye un nuevo derecho a favor de un tercero,
que viene a limitar o gravar el suyo ya existente (constitución de un derecho real sobre la
cosa).
b) Sentido restringido:
Don Luis Claro Solar entiende que el Código Civil toma la expresión enajenar en
sentido restringido, y funda su aserto en que el legislador ha separado en varias
disposiciones el vocablo enajenar del de gravar o constituir otros derechos reales. Cita
como ejemplos los Art. 393, 1135, 1749 y 1754.
3) La venta no es enajenación:
4) ¿Hay objeto ilícito en la venta de las cosas que señala el Art. 1464?:
Sin embargo, otros autores (Eugenio Velasco Letelier, seguido en su momento por
la Corte de Valdivia) no aceptan esta interpretación, y hacen una distinción. Empiezan por
recordar que un acto es prohibido por la ley cuando no se puede realizar en forma alguna,
bajo ninguna circunstancia. Ahora bien, siendo así, el Art. 1464 sólo sería prohibitivo en
las disposiciones de sus dos primeros números, pero tratándose de los números 3º y 4º, el
Art. 1464 no sería prohibitivo sino imperativo, porque permite bajo ciertas circunstancias la
enajenación de las cosas que ahí señala; esto es, si el juez lo autoriza o el acreedor
consiente en ello, según los casos.
sólo se podrá efectuar una vez que se cumplan los requisitos para que desaparezca el
impedimento legal que se opone a la inmediata transferencia.
Don Esteban Iturra sostenía que el Art. 1810 se refiere a leyes especiales, y no a
leyes generales como el Art. 1464; porque si el legislador hubiera querido que el Art. 1810
se refiriese a la enajenación prohibida por leyes de carácter general, habría cambiado la
redacción, y el Art. 1810 habría dicho “prohibida por la ley”, y no “por ley”.
Por lo tanto, para saber si en la constitución de un cierto derecho real hay objeto
ilícito por infracción al Art. 1464, habrá que estarse no a la fecha del título, sino al
momento en que se perfecciona el modo de constituir ese derecho, que es el instante de
la enajenación.
Existen casos en que las cosas pertenecen a varios dueños, y entonces se habla de
comunidad. La comunidad es la relación o conjunto de relaciones en que aparecen como
sujetos varias personas, que pueden ejercer simultáneamente derechos de igual
naturaleza jurídica, sobre una misma cosa o sobre un mismo conjunto de cosas. La ley no
favorece la comunidad, facilitando los medios para su terminación (Art. 1317).
Es decir, de las cosas que no pueden ser objeto de dominio o posesión privada
(cosas comunes a todos los hombres, y los bienes nacionales de uso público). También se
estima que el cuerpo humano es incomerciable, no pudiendo nadie disponer de partes del
cuerpo humano, por ser contrario al orden público, a la moral y las buenas costumbres. La
donación de órganos es lícita, salvo si la persona pretende obtener un beneficio
patrimonial por dicha donación.
Según Claro Solar, el Art. 1461, que se refiere al objeto como requisito de
existencia, exige que cuando el objeto del negocio recae sobre una cosa, ésta sea
comerciable; por lo que si la cosa es incomerciable, no hay objeto. En cambio, el Art. 1464
Nº 1 se refiere al objeto lícito como requisito de validez. Claro Solar sostiene que el Art.
1461 está en lo cierto.
Parece ser un error técnico del Art. 1464 Nº 1, ya que si se enajena una cosa
incomerciable, realmente ese acto carece de objeto. En la práctica, la discusión puede ser
inoficiosa, toda vez que la sanción tanto por la falta de objeto como por el objeto ilícito es
la misma: nulidad absoluta.
Es decir, de los derechos personalísimos, como los de uso o habitación (Art. 819),
el de alimentos (Art. 334), el que nace del pacto de retroventa (Art. 1884), etc.
limitada, sea por interés general, sea en interés de determinadas personas protegidas, o
por razones particulares.
No existe redundancia en el Nº 2 del Art. 1464, pues Andrés Bello siguió esta última
tendencia, conforme al derecho romano.
Sin embargo, hay una acepción más amplia, que según la doctrina es la que
considera el Art. 1464. Según esta concepción amplia, se comprenden dentro del término
embargo al embargo propiamente tal, y también a otras instituciones que persiguen el
mismo fin de asegurar el resultado del juicio. Se trata de las medidas precautorias (Art.
290 y siguientes del Código de Procedimiento Civil): el secuestro, el nombramiento de
interventor, la retención de bienes muebles, y, en el sentir mayoritario de los autores, la
prohibición judicial de celebrar actos o contratos sobre bienes determinados. Todas estas
medidas son propias del juicio ordinario, y permiten que el acreedor logre sacar
determinados bienes del tráfico jurídico, para asegurar el resultado del juicio.
Existe unanimidad entre los autores en considerar todas estas medidas como
dentro del “embargo”, menos en cuanto a la prohibición judicial de celebrar actos o
contratos respecto de determinados bienes. En este punto, Velasco disiente de los demás
autores. En efecto, dice, el Art. 1464 regula la enajenación de las cosas que señala,
determinando que en ella hay objeto ilícito; y si es cierto e indiscutible que muchos y muy
importantes contratos -la compraventa y el arrendamiento, por ejemplo- no constituyen
enajenación, no se aprecia por qué la prohibición de celebrarlos deba regirse por esa
norma.
Finalmente, cabe explicar que por muy amplia que sea la idea de embargo, sólo
comprende las cosas que son objeto de una medida de prohibición decretada por un juez.
Una prohibición de gravar o enajenar una cosa, que ha sido impuesta por las partes en un
contrato, para asegurar el cumplimiento de una obligación, no es embargo. Si se infringe la
prohibición convencional, no hay objeto ilícito en ese acto o contrato, pero el afectado
podrá recurrir a las normas de la responsabilidad contractual, y demandar indemnización
de perjuicios.
Puede ocurrir también que una ley especial (por ejemplo, las leyes que han
regulado la adquisición de viviendas económicas, o el Art. 17 del D.L. 2695 sobre
saneamiento de la propiedad raíz, que se verá más adelante) establezca prohibiciones de
enajenar o gravar durante un tiempo determinado. En este caso, si se infringe la
prohibición legal, hay objeto ilícito pero no por el Art. 1464 Nº 3, pues no es una
prohibición judicial, sino por lo dispuesto en el Art. 1466, al ser un contrato prohibido por la
ley.
Según se desprende de los Art. 297 y 453 del Código de Procedimiento Civil,
respecto de las partes, el embargo, ya se refiera a muebles o inmuebles, produce sus
efectos desde que llega a noticia del afectado, por la notificación hecha con arreglo a la
ley.
Por ejemplo: A debe a B y a C $1.000.000, a cada uno, ambos con título ejecutivo
(letras de cambio aceptadas ante notario). B demanda a A y le embarga la casa. En otro
juzgado, C demanda a A y le reembarga la casa (lo que se puede hacer desde el año
1944, al modificarse el Art. 528 del Código de Procedimiento Civil). Ambos embargos
están inscritos, pero C terminó antes el procedimiento y logró la enajenación forzada
(remate en pública subasta). Un tercero adquirió el bien, aún embargado a favor de B.
Claro Solar (opinión mayoritaria) sostiene que la ley se refiere a la enajenación que
el deudor pudiera realizar privadamente, pero no a la enajenación forzada en pública
subasta de la cosa embargada.
Somarriva y Velasco piensan, por el contrario, que el Nº 3 del Art. 1464 se aplica
tanto a las enajenaciones voluntarias como a las forzadas, porque:
b) La única manera de lograr el fin perseguido por la ley (evitar que el derecho del
acreedor sea burlado mediante la enajenación que el deudor pueda hacer de sus
bienes), es sancionar tanto la enajenación voluntaria como la forzada.
D) De especies cuya propiedad se litiga, sin permiso del juez que conoce en el
litigio:
Cosas litigiosas: Cosas o especies litigiosas son aquellas cuyo dominio es objeto de
un juicio. La cosa se considera litigiosa desde que está trabada la litis, lo cual ocurre una
vez contestada la demanda. No todo juicio que versa sobre una cosa la convierte en
litigiosa; lo debatido ha de ser el dominio.
No debe confundirse la cosa litigiosa con los derechos litigiosos; éstos son los que
se debaten en un juicio, son cosas incorporales (a diferencia de las cosas litigiosas que
son corporales). La cesión de los derechos litigiosos está regulada en los Art. 1911 y
siguientes, y no requiere autorización judicial, ya que el que enajena un derecho litigioso
no enajena la cosa misma, sino el evento incierto de la litis.
1) Debe existir un juicio reivindicatorio, sobre una especie cuyo dominio se litiga. Se
excluye, por ejemplo, un juicio de arrendamiento, en que no se discute la propiedad.
62
En suma, la enajenación de las cosas litigiosas sólo vale si con anterioridad el juez
que conoce del litigio da su autorización, previo conocimiento de causa.
El Art. 1445 Nº 4, señala entre las condiciones esenciales del contrato, la causa
lícita. El Art. 1467 insiste en la misma idea. Sin embargo, esas normas se refieren a la
causa de la obligación, y no a la causa del acto jurídico; lo que se explica, porque la
teoría de la causa ha girado en torno a los contratos, que son creadores de obligaciones.
Sin embargo, es un error pensar que cada obligación tiene su causa, y no los
negocios mismos que las generan, o que a ellas se refieren. En realidad, se debe analizar
la causa del negocio, de la relación obligatoria que se establezca, lo que es útil tener
presente para actos en que existen obligaciones recíprocas.
La causa de los actos jurídicos es uno de los temas más debatidos en doctrina; y
dos son los aspectos importantes a aclarar: su noción jurídica, y el rol que se le debe
asignar a la causa.
63
El Art. 1467 la define como el motivo que induce a celebrar el acto o contrato. Esta
definición se ha prestado para numerosas dudas, acerca de su alcance.
a) Causa eficiente:
c) Causa final:
a) Antecedentes históricos.
Sostiene que la causa del negocio se encuentra en el fin perseguido por las partes,
distinguiendo el fin (causa) de los motivos. Los motivos son individuales, propios de cada
parte, desconocidos de la otra parte, y distintos en cada caso. La causa, en cambio, es
siempre la misma para cada tipo de acto. No se trata de buscar los motivos que se han
tenido para celebrar un contrato, sino la causa final, próxima, directa, inmediata.
Así, se llega a una formulación de la causa, según los distintos tipos de actos
jurídicos:
En los contratos unilaterales (comodato, mutuo), una parte se obliga porque la otra
parte le ha hecho antes la prestación de una cosa o suma de dinero, y esa entrega
anterior es la causa de la obligación que surge del contrato.
En los onerosos, la obligación de cada parte tiene por causa la obligación de la otra;
es decir, las obligaciones de cada parte se sirven recíprocamente de causa.
Esta fue la teoría que recogió nuestro Código Civil, pero no pasó mucho tiempo,
luego de formulada por el Código de Napoleón y sus comentaristas (Domat, Pothier), para
que surgieran fuertes críticas en su contra.
c) La posición anticausalista.
Agrega que la teoría clásica es ilógica, porque la idea de causa es usada en ella
con variado sentido, pues en los contratos bilaterales (onerosos) hace las veces de un
efecto más que de un elemento del acto, o al menos concurre al mismo tiempo de surgir
los efectos del contrato; en los contratos reales (unilaterales) se trata más bien de una
causa eficiente (no causa final), anterior a la obligación; y en los actos gratuitos, el ánimus
donandi está desprovisto de contenido, y se confunde con el consentimiento.
Finalmente, se señala que la teoría clásica es inútil, ya que siendo la causa siempre
la misma para cada tipo de acto jurídico, no presta ninguna utilidad al juez,
confundiéndose a veces con el objeto del negocio (en los contratos unilaterales, en que la
causa está en la entrega de la cosa, y la cosa es el objeto del contrato), y otras veces con
el consentimiento (en los actos gratuitos, la intención de liberalidad va incorporada en la
voluntad).
Han surgido entonces nuevas posiciones, pero concibiendo la causa de una manera
diversa a la clásica. Estas doctrinas se agrupan en tendencias subjetivas y objetivas,
separadas entre ellas por la mayor o menor amplitud que se deja al control judicial para
calificar la licitud del acto.
65
Los autores dejan de concebir en forma drástica la separación entre causa y motivo,
como lo hacía la teoría clásica. Estas teorías van desde el llamado “subjetivismo
moderado” de Capitant, hasta posiciones acentuadamente subjetivas, como las de
Josserand y Ripert.
Henri Capitant mantiene la distinción entre motivos y causa, pero acepta en esta
última noción ciertos motivos individuales. Define la causa como el motivo que las partes
tienen al celebrar el acto jurídico, pero ese motivo no es la obligación de la contraparte,
sino la voluntad de obtener el cumplimiento de la obligación correlativa. Así, en una
compraventa la causa de la obligación del vendedor (entregar la cosa vendida), no es sólo
la promesa del comprador de pagar el precio, sino la voluntad del vendedor de tener a su
disposición el dinero, el deseo que se ejecute o realice materialmente aquello que él
persigue, esto es, que se ponga el dinero a su disposición. La causa sería querer que se
realice la prestación de la contraparte.
Por su parte, los motivos subjetivos y variables que inducen a contratar no son
considerados por el Derecho, ya que ellos no son conocidos de la contraparte, o no
forman parte del negocio mismo. Sin embargo, es posible que esos motivos individuales
hayan sido considerados por las partes, y en función de ellos se haya celebrado el
negocio. En tal caso, entran en la idea de causa; y es así como los actos pueden ser
anulados por causa inmoral, si el fin que se han propuesto las partes es contrario a la
moral.
Josserand y Ripert van más lejos, y dan cabida a los motivos individuales. De este
modo, la teoría de la causa entrega al juez una herramienta para controlar el fin del acto, y
la moralidad de los propósitos perseguidos por las partes.
Josserand habla del móvil-fin: el motivo para alcanzar un fin determinado. Los
motivos que llevan a las partes a contratar pueden ser variados, y habrá que determinar
cuál habrá sido el móvil determinante en los contratantes para celebrar el contrato, lo que
él denomina causa impulsiva. Hay que determinar el móvil impulsivo, y hay que examinar
la moralidad de este motivo, y si es inmoral, la causa será ilícita. Esta tarea le corresponde
al juez.
Contrato gratuito: basta que los motivos del disponente sean ilícitos, para anular el
contrato por causa ilícita, aunque la otra parte lo desconozca. Por ejemplo: el
concubino que dona a la concubina para perjudicar a su familia legítima; aun
cuando no lo supiera la concubina, esa donación adolece de causa ilícita.
Por su parte, Ripert afirma que es difícil precisar el motivo determinante, y por ello
basta cualquier motivo ilícito para viciar el acto, aun cuando ese motivo no sea conocido
de la otra parte. Esta idea de Ripert se funda en el deseo de moralización del contrato.
Ripert estima que los tribunales tienen el deber de mantener las reglas que desde largos
siglos la moral cristiana ha impuesto a la sociedad, y que ellos están encargados de
defender.
Estas concepciones subjetivas no han logrado gran adhesión, y más bien han
surgido como explicación de la Jurisprudencia, motivada por consideraciones prácticas
más que por fidelidad a una teoría. Y ello se debe a que la posición clásica (objetiva
tradicional) impide controlar la moralidad del acto jurídico, y hace inútil la teoría por falta de
una función práctica verdadera.
66
En la causa como función social, como se trata de una protección social se adopta
una postura más subjetiva, y se debe buscar la causa en motivos más lejanos que
la simple idea de equivalencia.
Otra corriente doctrinaria, importante en Italia (Código Civil de 1942), trata la causa
como función social del acto. No acepta que el acto jurídico sea sólo un medio individual
de creación de normas, sujeto a la regulación que cada cual hace de sus intereses; sino
que el Derecho tolera que ciertos intereses sean regulados por los particulares, pero para
cumplir ciertos valores sociales o económicos.
Así, Betti define a la causa como “la función económica-social del acto, reconocida
y garantizada por el Derecho”. Así, en los actos onerosos, la causa no consiste en motivos
personales, ni motivos individuales objetos de equivalencia, sino en su función propia de
producir un cambio de prestaciones.
e) Conclusión.
Así, admitiendo que por medio de la causa el Juez puede controlar la autonomía
privada, en su licitud y en sus propósitos, y para ello debe indagar en los motivos; el punto
clave no es distinguir causa de motivos, sino señalar hasta dónde puede llegar el Juez en
la búsqueda de los motivos, cómo controlar en los actos bilaterales los motivos de cada
una de las partes.
Ambos roles fluyen de los Art. 1445 Nº 4 y 1467, que unen a la voluntad con su
causa, y piden que esa causa sea lícita, entregando al juez el control de la causa del acto
jurídico.
El Código Civil no regula los actos abstractos, pero sí lo hace el derecho comercial,
en materia de títulos de crédito (letras de cambio, pagarés, cheques). Título de crédito es
un documento en que consta, por escrito, el derecho a una determinada prestación.
Tampoco tiene existencia el acto en que hay error sobre la causa, porque si la
causa no es la supuesta por el que emitió la voluntad, ésta queda sin causa verdadera ya
que la voluntad no se ha dirigido al fin que se obtiene. En este tema, cabe señalar que el
error sobre los motivos, esto es sobre aquellas razones personales que no versan sobre la
estructura misma del acto jurídico, no afecta la validez del acto.
d) Ausencia de causa.
Son variadas las situaciones en que puede producirse una falta de causa. Así, si el
acto carece de un elemento esencial no hay causa, como si en una compra no existe
precio, o se pacta un precio meramente nominal, no serio. También falta la causa si en los
actos onerosos no hay verdadera reciprocidad en las prestaciones; o si en los actos
gratuitos no existe ánimo de liberalidad.
Que el Art. 1467 diga que “no es necesario expresarla”, no significa que no deba
haber causa, ya que tal norma tiene un alcance meramente probatorio; es decir, libera de
la prueba de la causa como requisito para exigir el cumplimiento de la obligación, y así
bastará con probar la existencia del acto (el peso de la prueba lo tiene quien discuta la
existencia de la causa). Los actos se presumen causados, luego corresponde probar la
falta de causa a aquel que la alega.
e) Licitud de la causa.
Se dijo que para controlar el fin del acto, el derecho exige la licitud de la causa (Art.
1467), y ésta es ilícita cuando es prohibida por la ley, o contraria a las buenas costumbres
o al orden público. La ilicitud es una noción variable en la sociedad (como variables son
las buenas costumbres), por lo que no es posible entregar un catálogo de causas ilícitas.
69
1.- Terminología:
b) Protección de terceros:
El Art. 1443 prescribe que el acto solemne no produce ningún efecto civil si no se
cumplen las solemnidades.
Según los Art. 1681 y 1682, hay nulidad absoluta, ya que al faltar la solemnidad, en
rigor falta la voluntad. Como ejemplo se puede citar el Art. 1801. Claro Solar sostiene que
la omisión de la solemnidad produce la inexistencia del acto, lo que no es otra cosa que la
carencia de efectos civiles (Art. 1443), y que no es lo mismo que la nulidad absoluta.
Sin embargo, no es lo mismo un acto solemne por mandato de la ley, que por
voluntad de las partes. Mientras en el primer caso la omisión de las solemnidades acarrea
la nulidad absoluta o la inexistencia del acto, en el segundo caso el acto puede producir
efectos, aún cuando falten las solemnidades, si se ejecutan hechos que importen renuncia
de éstas.
6.- Otras formalidades que exige la ley, cuya omisión no acarrea la nulidad:
a) Formalidades habilitantes:
Son requisitos que la ley, velando por los intereses de los incapaces, exige para la
validez o eficacia de ciertos actos que los afectan; y tienden a completar la voluntad de
aquéllos o el poder de sus representantes legales, y en consecuencia, a remover la
incapacidad o falta de poder.
Ejemplos:
Son aquellas formalidades que tienen por objeto la divulgación de la celebración del
acto jurídico, con el fin que sea oponible a terceros. No solamente se divulga la
celebración de actos jurídicos propiamente tales, sino que la concurrencia de hechos que
modifican la capacidad o estado de las personas (por ejemplo, Art. 447 y 461, relativos a
la interdicción del pródigo y del demente).
También se cita como ejemplo el Art. 1707, ya que las contraescrituras públicas no
producen efectos contra terceros, si no se ha tomado razón de su contenido al margen de
la escritura matriz, cuyas disposiciones se alteran en la contraescritura. Otro ejemplo es el
72
del Art. 1723: el pacto otorgado por escritura pública en que los cónyuges substituyen el
régimen de sociedad de bienes por el de separación total o participación de los
gananciales, no surte efectos si no se subinscribe al margen de la respectiva inscripción
matrimonial.
Sin embargo, en doctrina, se agrega otra sanción, que es la inexistencia del acto o
contrato, cuando se omite alguno de los requisitos de existencia del acto jurídico.
* Tener presente páginas 233 a 237, de “Teoría General del Acto Jurídico, Víctor Vial del Río,
quinta edición, Edit. Jurídica de Chile, 2006”; sobre concepto y clases de ineficacia.-
LA INOPONIBILIDAD:
Clases de inoponibilidad:
a) Inoponibilidad de forma:
b) Inoponibilidad de fondo:
En este caso, el acto no puede hacerse valer contra las personas que no han
concurrido como partes a su celebración, que no han dado su consentimiento. Se pueden
citar los casos de los Art. 1815 (la venta de cosa ajena es inoponible al verdadero dueño),
1916 (arriendo de cosa ajena), 2390 (prenda de cosa ajena) y 2160 (los actos de un
mandatario extralimitado no obligan al mandante, y le son inoponibles por falta de poder).
En este caso, pudieran verse afectados terceros que podrían tener derechos
derivados de un acto que, con posterioridad, es declarado nulo, revocado o resuelto. Es
por esto que la ley, en protección de terceros, declara que los efectos de esta declaración
de nulidad, revocación o resolución no los alcancen, es decir, que le sean inoponibles,
siempre que se trate de terceros de buena fe.
Es lo que sucede en los casos de los Art. 51 de la Ley de Matrimonio Civil (el
matrimonio nulo produce respecto de los hijos los mismos efectos jurídicos que un
matrimonio válido; es decir, los hijos siguen siendo matrimoniales no obstante la nulidad
del matrimonio), 2058 (la nulidad de la sociedad no perjudica a los terceros de buena fe,
que han contratado con la sociedad de hecho), y 1490 (la resolución del contrato no afecta
a terceros poseedores de buena fe).
1.- La Inexistencia:
a) La nulidad supone que el acto ha nacido, pero viciado, y requiere ser declarada
por el tribunal. La inexistencia no necesita ser declarada por el tribunal, porque ésta es la
nada, y al tribunal le basta que se constate que el acto es inexistente.
En nuestro país, Luis Claro Solar sostiene que en el Código Civil se distingue
claramente la inexistencia de la nulidad. Funda su opinión de la siguiente manera:
El Art. 1681 dice que es nulo todo acto o contrato en el cual se omiten los requisitos
que la ley exige para el valor de ciertos actos, según su especie y la calidad o
estado de las partes. No expresa esta norma que el acto sea nulo si falta alguno de
los requisitos exigidos para su existencia, sino que se refiere a los requisitos que la
ley exige para la validez del acto o contrato.
El Art. 1444 señala que si falta algún requisito esencial el acto no produce efecto
alguno, es decir, es inexistente; y no dice que el acto sea nulo.
El Art. 1701 señala que los actos en que se omiten las solemnidades se mirarán
como no ejecutados o celebrados, esto es, inexistentes.
El Art. 1801 dice que la venta de los bienes raíces, servidumbres y censos y la de
una sucesión hereditaria, no se reputan perfectas ante la ley, mientras no se ha
otorgado escritura pública.
En el contrato de sociedad (Art. 2055) se expresa que no hay sociedad, si cada uno
de los socios no pone alguna cosa en común.
Sin embargo, frente al texto legal, nos encontramos con que la ley sólo regula la
nulidad. En efecto, los Art. 1681 y 1682 (opinión de Alessandri) no hacen ninguna
distinción, y declaran como nulos los actos en que se han omitido tanto los requisitos de
existencia como los requisitos de validez.
Alessandri sostiene que los Art. 1681 y 1682 comprenden tanto a los requisitos de
existencia como a los de validez. Por otro lado, el Código Civil no ha regulado los efectos
de la inexistencia, de manera que, aún cuando en doctrina se pudiera aceptar la teoría de
la inexistencia, lo cierto es que dichos actos son nulos de nulidad absoluta.
Claro Solar dice que es cierto que el Código Civil sólo reglamenta la nulidad, pero
esto no significa que los actos inexistentes queden comprendidos entre los actos nulos,
pues los actos inexistentes no producen obligaciones, y no puede, por tanto, tratarse la
extinción de las obligaciones, con respecto a tales actos que no las producen. Esto lo
señala Claro Solar porque la nulidad es un modo de extinguir obligaciones (Art. 1567 Nº
8).
Alessandri señala que el Art. 1682 da un argumento muy serio para confirmar que el
Código Civil no hace la distinción entre inexistencia y nulidad: “Hay asimismo nulidad
absoluta en los actos y contratos de personas absolutamente incapaces”. Si el Código
Civil aceptara la inexistencia, no pudo haber sancionado expresamente con la nulidad
absoluta los actos de estos incapaces, porque falta un requisito de existencia, y la ley
debió haber dicho que esos actos eran inexistentes, y, en cambio, los sancionó con la
nulidad absoluta.
Claro Solar responde que en este caso es cierto que no hay voluntad, pero como
estos absolutamente incapaces en algunas situaciones pudiera parecer que consienten
aparentemente, la ley prefirió sancionar sus actos con la nulidad absoluta.
Esta materia está tratada en el Libro IV del Código Civil, Título XX “De la nulidad y
la rescisión”. La rescisión está referida a la nulidad relativa, y la nulidad propiamente tal se
76
Cabe señalar que la regla general es la nulidad relativa (Art. 1682 inciso final). La
nulidad, sea absoluta o relativa, sólo produce sus efectos en virtud de sentencia judicial
ejecutoriada. Los efectos, tanto de la nulidad absoluta como de la relativa, son los mismos,
no hay diferencias entre los efectos de la nulidad judicialmente declarada. Estos efectos
son:
volver las partes al estado que tenían antes de la celebración del acto nulo.
realizar las restituciones recíprocas.
Las diferencias que existen entre la nulidad absoluta y relativa se hacen notar en
cuanto a sus causales, a la alegación (titulares de la acción), a la declaración, al
saneamiento y a su extensión.
Características:
Según el Art. 1683, la nulidad puede y debe ser declarada por el juez, aun sin
petición de parte, cuando aparece de manifiesto en el acto o contrato. Por lo general, en
materia civil el juez obra a requerimiento de parte, salvo los casos en que la ley lo faculta
para proceder de oficio, y uno de estos casos es la nulidad absoluta.
b) La nulidad absoluta puede alegarse por todo el que tenga interés en ello:
Según el mismo Art. 1683, la nulidad puede alegarse por todo el que tenga interés
en ello, excepto el que ha ejecutado el acto o celebrado el contrato, sabiendo o debiendo
saber el vicio que lo invalidaba.
Se refiere al que tenga interés, al que le interese la nulidad del acto o contrato que
le afecta, y cuyos resultados propios le conviene eliminar (Corte Suprema, 2 de abril de
1941). Por su parte, la Corte de Santiago señaló que no es necesario haber intervenido en
el contrato cuya validez se impugna; basta tener interés en la nulidad absoluta (21 de
agosto de 1939).
La ley dice que puede alegar la nulidad todo el que tenga interés en ella, esto es,
todo el que tenga interés pecuniario en que desaparezcan los efectos del acto o contrato
nulo. La palabra interés se encuentra tomada en un sentido restringido, porque no cabe en
esta materia un interés moral, como es el que sí motiva la intervención del ministerio
público.
En el Proyecto del Código Civil de 1853, se decía que la nulidad absoluta podía
alegarse por todo el que tenga un interés pecuniario, pero la Comisión Revisora prefirió la
redacción que daba Delvincourt a esta exigencia, pero sin haber entendido darle a la
disposición un sentido más amplio del que tenía antes. Lo único que el cambio puede
significar, es que no se requiere que el interés esté representado por una cantidad
determinada (Claro Solar).
La excepción a esta regla la señala el mismo Art. 1683, cuando expresa que no
puede alegar la nulidad absoluta el que ha ejecutado el acto o celebrado el contrato,
sabiendo o debiendo saber el vicio que lo invalidaba. Esta es aplicación de la máxima
“nemo auditur”: nadie puede alegar su propia torpeza.
En el fondo, este problema tiene íntima relación con las citadas teorías de la
representación. De acuerdo con la teoría de la ficción, debería concluirse que el
representado no podría alegar la nulidad absoluta, pues se considera que es su voluntad
la que concurre al acto o contrato. Si se acepta la teoría de la modalidad, es claro que
quien concurre a la celebración del acto o contrato es el representante, y es la modalidad
la que permite que los efectos del acto se radiquen en el representado, y podría éste
entonces alegar la nulidad absoluta, en consideración a que no sabía del vicio.
¿Y qué ocurre con los herederos del que ejecutó el acto o contrato?
El Art. 1097 nos dice que los herederos representan a la persona del testador, para
sucederle en todos sus derechos y obligaciones. Teniendo esto en consideración,
se concluye que los herederos no han podido adquirir por sucesión por causa de
muerte un derecho que su causante no tenía, y que mal podía transmitirles (Corte
de Valparaíso, 1942). El causante no sólo no tenía derecho de alegar la nulidad
absoluta, sino que la ley se lo impedía expresamente.
Pero esta opinión no es unánime. Así, Gonzalo Barriga sostiene que la ley, al
impedir alegar la nulidad al que celebró el acto o contrato sabiendo o debiendo saber el
vicio que lo invalidaba, establece una verdadera incapacidad o inhabilidad y, como tal,
siendo una regla de excepción, debe interpretarse restrictivamente, circunscribiéndose al
único caso al que la ley literalmente se refiere, y, por lo tanto, si dentro de los términos
literales de la ley no cabe comprender a los herederos, legalmente no puede extenderse a
ellos tal inhabilidad o incapacidad.
También puede argumentarse que en el Art. 1683 hay una sanción por dolo, y éste
es personalísimo, o sea, nace y muere con su autor, y la sanción debe recaer
exclusivamente en quien actúa de esa forma.
f) Irrenunciabilidad de la acción:
La nulidad debe ser declarada judicialmente, así se desprende de los Art. 1683,
1687 y 1689 del Código Civil, y del Art. 50 de la Ley de Matrimonio Civil.
En el inciso final del Art. 1682 se señala que la regla general es la nulidad relativa.
Ello se desprende porque luego de señalar los casos de nulidad absoluta, expresa que
cualquiera otra especie de vicio produce nulidad relativa.
a) En cuanto a su alegación:
Sólo puede ser alegada por las personas en cuyo beneficio la han establecido las
leyes, sus herederos o sus cesionarios. Por lo tanto, la nulidad relativa no puede ser
declarada de oficio por el juez, ni puede pedirse su declaración por la Fiscalía Judicial (Art.
1684).
Por ejemplo, no puede alegarla el que ha contratado con un incapaz, ya que la ley
la ha establecido sólo en beneficio del incapaz, y no del otro contratante. Por otro lado, no
siempre quien puede alegar la nulidad relativa ha debido tener una intervención en el acto
respectivo, sino que puede ser una persona que no intervino en la celebración del acto,
pero que tiene derecho a invocar la nulidad por haber sido establecida en su beneficio.
Por ejemplo: Art. 1757.
En este punto, Claro Solar explica que además de los actos o contratos que los
incapaces pueden ejecutar personalmente, con vicios de nulidad, pueden haberse
realizado dichos actos o contratos por medio de sus representantes legales, sin observar
los requisitos establecidos por la ley para la validez de sus procedimientos, o habiendo
incurrido los representantes legales de los incapaces en los vicios del consentimiento. Los
actos del representante legal, hechos en representación del incapaz, y a nombre de éste,
son actos del incapaz, y en consecuencia a él corresponde también demandar la rescisión
del acto nulo, lo que puede hacer sea por medio de su representante, sea por sí mismo.
80
El Art. 1691 señala que el plazo para pedir la rescisión dura 4 años. Esto significa
que si transcurren los 4 años, y la persona que podía alegar la nulidad no lo hace en tal
tiempo, el vicio desaparece y el acto queda sano.
El Art. 1691 señala que para determinar el inicio de los plazos, en el caso de la
fuerza, error, dolo e incapacidad, se debe estar a las siguientes reglas:
Claro Solar señala que cuando la nulidad tiene como origen la incapacidad, no hay
que entender que, por ejemplo, el menor adulto tenga que esperar la mayoría de edad
para poder pedir la rescisión del acto o contrato que con incapacidad ejecutó o celebró, y
que le es perjudicial. Así, el cese de la incapacidad sólo viene a fijar la fecha inicial del
cuadrienio, y como consecuencia la del término de la acción; pero como la incapacidad
con que el menor ha procedido a ejecutar el acto o celebrar el contrato lo vicia de nulidad,
y desde ese momento existe para los incapaces el derecho de objetar la validez del acto o
contrato, no hay motivo que impida al representante legal del menor ejercitar este derecho
a nombre de su representado.
Con respecto a esto se plantea un problema: ¿Qué ocurre si la persona que puede
alegar la nulidad fallece antes de pedir la nulidad, y se encuentra corriendo el plazo o
aún no ha empezado a correr?
Sin embargo, según el inciso final del mismo Art. 1692, en este último caso no se
podrá pedir la nulidad pasados diez años desde la celebración del acto o contrato; lo que
se explica porque habría operado la prescripción adquisitiva extraordinaria. En todo caso,
para que el heredero menor de edad no resulte perjudicado, nada obsta a que el
representante legal de ese menor antes haya pedido la nulidad.
Aquí debe hablarse de confirmación del acto nulo, ya que en el hecho importa
una renuncia a la posibilidad de alegar la nulidad relativa. Por su parte, la ratificación tiene
dos sentidos: En uno, designa al acto en virtud del cual una persona asume por su cuenta
los actos ejecutados a su nombre por otra, que no tenía poder para ello. En otro sentido, y
que es el que corresponde ahora, equivale a la confirmación del acto nulo relativamente, y
no es otra cosa que la renuncia del derecho a pedir la nulidad.
Esta característica se justifica plenamente en esta clase de nulidad, porque ella está
establecida en el interés de ciertas y determinadas personas, aplicándose la norma del
Art. 12, ya que mira sólo al interés de la persona que renuncia.
81
Cuando se ratifica un acto nulo, ¿desde cuándo produce sus efectos? ¿Desde la
fecha de celebración del acto, o desde la fecha de su confirmación? Se entiende que el
acto produce efectos desde la fecha de su celebración original, y no desde la fecha de su
ratificación. Esto importa para determinar el tiempo de la adquisición del derecho, y el
principio de la prescripción de las acciones derivadas del acto, la ley que deba regular sus
efectos (si hay cambio de legislación), la persona a quien pertenecen los frutos producidos
en el tiempo intermedio por la cosa objeto del acto confirmado, etc.
Existe conversión cuando un acto jurídico no reúne los requisitos legales para que
pueda surtir efectos tal como las partes se lo propusieron, pero llena sin embargo los
requisitos de otro acto jurídico, siendo idénticos la finalidad y los efectos conseguidos. En
tal caso, se entiende celebrado el otro acto jurídico, y no el querido por las partes, siempre
que existan razones para suponer que las partes, de haber sabido que el acto celebrado
era nulo, habrían encaminado su voluntad hacia ese otro acto.
La conversión del acto nulo se funda en una hipotética voluntad de las partes, de
querer celebrar otro contrato. Por ejemplo: la aceptación condicional se considera una
nueva oferta (Art. 102 del Código de Comercio). Otro caso de conversión es el Art. 1701
inciso 2º, que señala que el instrumento público defectuoso vale como instrumento
privado, si está firmado por las partes. Se entiende que el instrumento público servirá
como instrumento privado, siempre que no se trate de un acto en que la ley requiere el
instrumento público como solemnidad (Art. 1701 inciso 1º).
Explicación histórica:
Andrés Bello hizo presente en el Mensaje que esta institución era un semillero de
dificultades, y que perjudicaba a los mismos que se veían por ella amparados, ya que, por
ejemplo, pocos se atrevían a contratar con los menores por temor a que se ejerciera
después la restitución.
Para que la nulidad produzca efectos, necesita ser declarada judicialmente, por
medio de una sentencia ejecutoriada. El acto que no se ha anulado produce sus efectos
normalmente, porque lleva envuelto en sí una presunción de validez. Una vez que la
nulidad ha sido declarada, opera con efecto retroactivo, retrotrayendo a las partes al
estado anterior a la celebración del acto o contrato.
Pero, para que opere esa restitución al estado anterior, y dado que el acto ha
estado produciendo efectos, el Art. 1687 dice que estas restituciones se regirán por las
83
reglas que el Código Civil da en los Art. 904 y siguientes, para las prestaciones mutuas (se
desprende de la frase “todo ello según las reglas generales”).
2) El caso del Art. 1468, que se establece para aquellas personas que han ejecutado
un acto sabiendo o debiendo saber que el acto adolecía de causa u objeto ilícito. Es
otra aplicación de la máxima nemo auditur.
3) El caso del Art. 1688, que es una excepción por lo dispuesto en el final del Art. 1687
(“sin perjuicio de lo dispuesto en el siguiente artículo”). En este caso, sólo procede
la nulidad cuando se pruebe que el incapaz se ha hecho más rico. Esta norma se
justifica ya que si el incapaz (que se ha hecho más rico) no estuviera obligado a la
devolución de lo que la otra parte gastó o pagó en virtud del contrato, habría un
enriquecimiento sin causa para el incapaz. Ahora bien, esta regla sólo se aplica en
el caso que el contrato se anule por incapacidad de una de las partes, y no si se
anula por cualquier otro vicio; ya que es una norma establecida para proteger los
intereses de los incapaces (es un reflejo atenuado de la restitutio in integrum).
sola declaración de rescisión. Y si esa cosa ya había sido enajenada por el comprador, ya
no puede pedirse la rescisión por lesión enorme (Art. 1893).
2) Muerte presunta:
El Art. 1432 dice que la rescisión no da acción contra terceros poseedores para la
extinción de hipotecas, servidumbres u otros derechos constituidos sobre las cosas
donadas, salvo ciertas excepciones que contempla.
4) Caso del tercero poseedor que adquiere el dominio de la cosa por prescripción:
Ella tiende a obtener la nulidad de un contrato celebrado con algún vicio o defecto,
pretende que el acto o contrato sea anulado, produciéndose los efectos propios de la
nulidad.
El orden lógico en que se interponen estas dos acciones es: en primer lugar, la
acción de nulidad, y una vez declarada, debe entablarse la acción reivindicatoria contra el
poseedor de la cosa. Pero las necesidades prácticas y las razones de economía procesal
aconsejan ahorrar tiempo, y por tal motivo, los Art. 17 y 18 del Código de Procedimiento
Civil autorizan la interposición conjunta de ambas acciones, pero la segunda es una
petición condicional, para el caso de que la primera sea acogida.
La nulidad puede ser absoluta o relativa, pero hay otras clases de nulidades civiles,
que la doctrina y jurisprudencia mencionan como categorías de nulidades.
b) Nulidad consecuencial:
c) Nulidad refleja:
Se da en los casos en que la ley dispone que el acto sea contenido en una forma
exigida como solemnidad; ya que en estos casos, la nulidad de la forma se refleja en el
acto, que pasa a ser también nulo. Existe un vínculo entre el contrato y el instrumento (si
éste es la solemnidad). Por ejemplo, faltan los requisitos que se exigen para la
solemnidad, por ejemplo, para la escritura pública en la compraventa de un bien raíz; ahí
la nulidad de la escritura acarrea la nulidad del acto o contrato contenido en ella.
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Es lícita, cuando no persigue fines de carácter doloso, sino es motivada por fines de
carácter inocente, como el deseo de evitar conflictos con personas que se juzgan
con derecho a idénticos beneficios, o quedar a salvo de las indiscreciones, o
impedir que el público se ponga al corriente de ciertos negocios, o bien por
modestia o desinterés, para realizar anónimamente el bien.
Del inciso 1º del Art. 1707 podemos concluir que la simulación, en principio, puede
ser lícita, y que el acto real se impone entre las partes, y es legítimo que las partes puedan
pactar privadamente las verdaderas consecuencias de un acto jurídico, que han
exteriorizado de otra manera. De la misma regla del Art. 1707 debemos concluir también
que el acto disimulado u oculto, en principio, no puede perjudicar a los terceros, ya que
dichos efectos les serán inoponibles.
pleno conocimiento de causa; ninguna de ellas es engañada, sino que engañan a los
terceros.
a) El carácter mismo del acto que se celebra; por ejemplo, se aparenta celebrar un
contrato de compraventa con bajo precio, siendo el verdadero acto una donación.
b) Los sujetos que celebran el acto; por ejemplo, un cónyuge vende a un tercero un
bien, y este tercero se lo vende al otro cónyuge, burlando la disposición del Art. 1796, que
prohíbe el contrato de compraventa entre cónyuges.
c) El contenido del acto jurídico; esto es, cuando el objeto mismo del acto jurídico
verdadero es diferente de aquel que se aparenta celebrar. Por ejemplo, se dice que se
contrata a una mujer como empleada de un café, y en verdad se dedica a la prostitución; o
en una compra se hace aparecer un precio inferior al convenido, para disminuir el pago de
impuestos o gastos notariales.
a) Simulación absoluta:
Como no hay voluntad de celebrar acto jurídico alguno, el acto simulado adolece de
nulidad absoluta, por falta de consentimiento (Corte de Santiago). Frente a los terceros de
buena fe, que tenían desconocimiento de la simulación, el acto simulado debe
considerarse como un acto existente, de manera que las partes no podrán invocar la
simulación absoluta ante los terceros. Si no fuera así, se permitiría que a través de la
simulación se perjudicara a terceros. En otras palabras, la simulación es inoponible
respecto de terceros, y ellos se deberán atener al acto exteriorizado.
b) Simulación relativa:
La voluntad real se sobrepone a la falsa. Entre las partes, vale el acto oculto y
carece de valor el acto ostensible, en virtud del principio del Art. 1545. De tal manera que
no podría una de las partes, para evitar el cumplimiento del contrato oculto, oponer a la
otra la simulación, porque según se deduce del Art. 1707 este medio sólo puede
emplearse por los terceros.
Según la jurisprudencia, tiene por fin establecer la voluntad real y verídica de las
partes, y hacerla primar sobre la que falsamente expresaron. Se presenta un problema en
relación a los plazos de prescripción de esta acción de simulación.
Entre las partes, el plazo debe contarse desde que una de ellas pretende
desconocer el acto oculto e investir de seriedad al simulado, pues desde ese momento
hay interés en ejercitar la acción. En cuanto a los terceros, sólo pueden ejercitar la acción
de simulación si tienen interés en la declaración de ésta; es decir, si tienen interés en que
aparezca la verdadera voluntad. Para ellos, el plazo de prescripción se empieza a
computar desde el momento en que tuvieron conocimiento del acto oculto.
La simulación puede dar origen a una acción civil y a una acción penal: la primera,
para dejar sin efecto el contrato, y obtener la correspondiente indemnización de perjuicios;
y la acción penal, para exigir el castigo de los que han celebrado el acto simulado en
perjuicio de terceros. Ambas acciones son independientes.-
CAPÍTULO I: CONCEPTO
Las modalidades no son requisitos legales del acto, sino son introducidas por las
partes en virtud del principio de la autonomía de la voluntad, y vienen a alterar el efecto
propio del acto jurídico, sea en relación al nacimiento, exigibilidad o extinción del acto o de
los derechos que puedan nacer.
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1.- Características:
Se debe distinguir entre los actos de familia y los actos patrimoniales. En los actos
de familia, los efectos de tales actos no dependen de la voluntad de las partes, estos
efectos están señalados por el legislador, y ellos no pueden ser alterados por las partes.
Entonces, en materia de actos del derecho de familia no proceden las modalidades.
Elementos:
Hecho futuro: ni los hechos presentes ni los pasados pueden ser objeto de
condición.
Incierto: el hecho futuro puede ocurrir o no.
* Tener presente páginas 327 a 347, de “Teoría General del Acto Jurídico, Víctor Vial del Río,
quinta edición, Edit. Jurídica de Chile, 2006”; sobre conceptos y clases de condición.-
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Elementos:
* Tener presente páginas 385 a 396, de “Teoría General del Acto Jurídico, Víctor Vial del Río,
quinta edición, Edit. Jurídica de Chile, 2006”; sobre el plazo, sus clasificaciones, y el modo.-
1) Las partes.
2) Respecto de terceros. Acá, a su vez, hay que subdistinguir:
a) Terceros absolutos.
b) Terceros relativos.
Los efectos que produce el contrato entre las partes se encuentran señalados en el
Art. 1545, que consagra el principio de la autonomía de la voluntad; que plantea un
problema respecto de aquella parte que señala "...es una ley para los contratantes...". Al
respecto, hay dos posiciones en la doctrina:
Otra posición es la que niega esa asimilación total. Esta posición sostiene que el
contrato es una ley para los contratantes porque no puede ser invalidado sólo por la
voluntad de una de las partes, al igual que una ley no puede ser derogada por la
voluntad de un individuo. Se afirma que sólo en este aspecto el contrato sería una
ley, pero que en su esencia no es tal.
Otros señalan que la voluntad de las partes es la ley del contrato que éstas se
dan a sí mismas, y que va a producir una limitación de la libertad en que cada una de las
partes se encontraba antes de celebrar el contrato. Es esa voluntad la que ha sido elevada
a la categoría de ley, de tal suerte que la violación de la misma tiene que ser sancionada
al igual que la infracción de cualquier ley a que estén sometidos esos convenios de los
contratantes.
Se señala que hay una verdadera razón de orden público y de interés social en este
aspecto, ya que a través de él se obtiene el fiel cumplimiento de las convenciones, y es
justamente este aspecto el que motiva al legislador a señalar que los contratos son una ley
para los contratantes y que no pueden ser invalidados sino por su consentimiento mutuo o
por causas legales.
El Art. 1545 habla de "contratantes", entendiéndose por tales a las personas que
han concurrido a la celebración del contrato contrayendo derechos y obligaciones, sea que
concurran personalmente o representadas.
Son terceros todos los que no han concurrido a la celebración del contrato. Todo el
que no es parte es tercero. Dentro de estos terceros hay que hacer una distinción entre
ellos:
a) Terceros absolutos, que son aquellos que nunca están en relación jurídica con
las partes.
b) Terceros relativos, que son aquellos que con posterioridad a la celebración del
contrato entran en relación jurídica con alguna de las partes, siendo afectados por el
contrato.
b.1) Sucesores a título universal son los herederos (Art. 1097). Los herederos son
los continuadores de la persona del causante, y como tales entran a ocupar el lugar que
éste tenía. Representan al causante en todos sus derechos y obligaciones transmisibles.
De aquí viene aquel adagio que dice que "quien contrata lo hace para sí y para sus
herederos".
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De modo entonces que la regla general es que el contrato produce efectos respecto
de los herederos. Pero, esta regla tiene excepciones:
Lo mismo sucede en el caso de la persona que compra un bien raíz gravado con
hipoteca. En este caso, el comprador no concurrió a la celebración del contrato de
hipoteca, pero se va a ver afectado por dicho contrato.
A los terceros absolutos, esto es, a aquellos que no concurren a la celebración del
contrato, y que con posterioridad no entran en relación jurídica con las partes, no les
puede afectar el contrato. A ellos no alcanzan los derechos ni las obligaciones que surjan
del contrato.
* Tener presente páginas 223 a 231, de “Teoría General del Acto Jurídico, Víctor Vial del Río,
quinta edición, Edit. Jurídica de Chile, 2006”; sobre los efectos de los actos jurídicos, las
partes y los terceros.-
a) Teoría de la ficción:
Según esta teoría, las modalidades son modificaciones introducidas por las partes,
o la ley, en las consecuencias naturales de un acto jurídico. Ahora bien, lo natural y
corriente es que las consecuencias del acto afecten a quien lo celebra, y como tratándose
de la representación ocurre que las consecuencias afectan a otro, resulta explicable que
se la considere una modalidad del acto jurídico.
Esta teoría es criticada pues sería inexacta desde su punto de partida, ya que sus
partidarios se han visto obligados a cambiar el tradicional concepto de modalidad, para
poder encajar la representación dentro de sus límites. En efecto, dicho concepto era
definido como la designación de un acontecimiento futuro, especificado por las partes, y
de cuya realización dependen los efectos del acto. Pero los defensores de esta teoría han
debido idear una nueva fórmula, al decir que la modalidad es uno de los elementos
accidentales que pueden afectar al acto, por mandato de la ley o por voluntad de las
partes.
La representación es independiente del mandato. Este puede existir sin que haya
representación, sin que el mandatario obre a nombre del mandante, sino en el suyo
propio; y a la inversa, puede haber representación sin mandato, como en la representación
legal o en la agencia oficiosa, que es un cuasicontrato en el cual una persona administra
sin mandato los negocios de otra, contrayendo obligaciones con ésta y obligándola en
ciertos casos (Art. 2286). Eso sí, la representación es un elemento de la naturaleza del
mandato.
Es la que establece la ley. Son representantes legales las personas que, por
mandato del legislador, actúan en nombre y por cuenta de otras, que no pueden valerse
por sí mismas.
El Art. 43 cita los casos más comunes de representantes legales. Este Art. 43 no es
taxativo, puesto que hay otros representantes legales. Así, en las ventas forzadas, que se
hacen por decreto judicial, a petición de un acreedor, en pública subasta, la persona cuyo
dominio se transfiere es el tradente, y el juez su representante legal (Art. 671); y en las
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enajenaciones que se hacen en una partición, por conducto del partidor, se considera a
éste representante legal de los vendedores (Art. 659 Código de Procedimiento Civil).
2) Representación voluntaria:
La capacidad del representado para nada se considera en los actos ejecutados por
medio de representantes. Sin embargo, tratándose de la representación voluntaria, que
emana del mandato, hay que distinguir dos casos:
c) Existencia de poder:
El representante tiene que tener poder de representación; esto es, la facultad dada
por la ley o la convención para representar. Es lo que dice el Art. 1448: “…estando
facultada por ella o por la ley para representarla…”.
Todos los actos que el representante ejecute dentro de los límites del poder de
representación, serán oponibles al representado. Pero, si excede su poder, los actos serán
inoponibles al representado. Lo mismo sucede si el representante ejecuta actos
habiéndose extinguido su poder de representación.
7.- La ratificación:
Cuando el que se da por representante de otro actúa sin serlo realmente, o cuando
el representante verdadero se extralimita en sus poderes, el representado, en tesis
general, no queda afectado por el contrato concluido sin su poder, o más allá de éste.
La ratificación una vez producida es irrevocable; no podría dejarse sin efecto por la
sola voluntad del interesado, aunque la otra parte no la haya aceptado o siquiera
conocido. Sólo podría dejarse sin efecto por causas legales o de común acuerdo, porque
los actos jurídicos unilaterales (excepto el testamento) no pueden dejarse sin efecto por la
sola voluntad de su autor. Si bien basta la voluntad de una sola persona para generar los
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actos unilaterales, no siempre basta para dejarlos sin efecto; porque producen
consecuencias en el patrimonio ajeno, que no pueden ser destruidas por la sola voluntad
del que las creó. De esta manera se ha pronunciado la Corte Suprema, al expresar que no
cabe la revocación unilateral de la ratificación que ha producido efectos respecto de
terceros.
El estipulante (marido).
El promitente (compañía).
El tercero beneficiario (cónyuge).
Los requisitos se analizan en relación con las partes que intervienen en esta figura
jurídica:
Tiene que ser capaz para celebrar el contrato objeto de la estipulación. Por
consiguiente, para analizar la capacidad del estipulante habrá que ver en cada caso cuál
es el contrato que ha sido objeto de la estipulación, y, en base a ese contrato, determinar
si el estipulante es o no capaz para su celebración.
Pero, hay un aspecto que se esboza en la ley, y que es indispensable para que
exista la estipulación: el estipulante no debe ser mandatario, representante legal, ni gestor
de negocios del tercero beneficiario, porque si se contrata en virtud de un mandato o de
una gestión de negocios ya no vamos a estar en el campo de la estipulación en favor de
otro, sino que vamos a estar en el ámbito del mandato o de la agencia oficiosa.
Justamente a esto se debe la redacción del Art. 1449, al señalar "...aunque no tenga
derecho para representarla...".
También debe tener capacidad para celebrar el contrato prometido, y además tiene
que tener la intención de crear el derecho en favor del tercero.
En relación con los requisitos que deben concurrir en el tercero beneficiario, hay
que tener presente la especial situación en que éste se encuentra, porque dicho tercero no
tiene injerencia o intervención en la celebración del contrato, ya que éste se celebra
exclusivamente entre el promitente y el estipulante.
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Esto tiene especial importancia en relación con la capacidad que debe reunir el
tercero beneficiario, porque no se requiere que éste tenga capacidad para contratar, ya
que, como señalábamos, él no interviene en la celebración del contrato; entonces, no
requiere capacidad de ejercicio, bastando que tenga capacidad de goce. De ahí que lo
más frecuente, tratándose del contrato de seguro, por ejemplo, es que éste se celebre en
favor de personas que son absolutamente incapaces (como un hijo impúber).
Pero, no obstante esto, el tercero beneficiario tiene que estar en la situación jurídica
de poder adquirir el derecho establecido en su favor, siendo esto de suma importancia, y
algo que frecuentemente se olvida o se pretende olvidar.
Ello tiene importancia en relación con las prohibiciones que establece la ley para
ciertas personas de celebrar determinados actos y contratos, que podrían eludirse a través
de la estipulación a favor de otro.
Otro aspecto que se ha discutido bastante, es si el tercero beneficiario tiene que ser
una persona determinada o no. En tiempos pasados, la doctrina no aceptaba la
estipulación en favor de persona indeterminada, como tampoco en favor de personas
futuras (esto es, que no existen al momento de estipularse en favor de ellas). Actualmente,
la tendencia es inversa, ya que se acepta la estipulación en favor de persona
indeterminada o de persona futura. Lo que se exige es que al momento de reclamarse el
derecho, esa persona esté determinada y exista.
Esto es muy frecuente en materia de contrato de seguro, porque ocurre que una
persona puede contratar un seguro de vida en favor de los herederos que tenga al tiempo
de su fallecimiento, caso en el cual el seguro va a beneficiar a todos los que tengan la
calidad de herederos al momento de fallecer el estipulante, y no solamente a aquellos que
existían cuando se realizó la estipulación.
a) La doctrina de la oferta:
por otro lado, si el derecho se integra al patrimonio del estipulante, queda sometido
a las contingencias de ese patrimonio; y así, si el estipulante tiene muchos
acreedores, éstos podrían hacer valer su derecho sobre ese patrimonio, al cual, a
su vez, se ha incorporado el derecho que nace de la estipulación.
Para esta doctrina, el estipulante no sería más que un gestor de negocios con
respecto al tercero, y, en conformidad a esto, la aceptación a que se refiere el Art. 1449
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(que tiene que dar el beneficiario para la adquisición del derecho) no sería otra cosa que la
ratificación que hace el beneficiario de la gestión que el estipulante realizó en su favor.
Si fueran lo mismo, no habría razón alguna para que el legislador las hubiere
tratado separadamente.
Señalan los autores que esta teoría de la acción tiene plena aplicación entre
nosotros, por lo dispuesto en el Art. 1449, que señala "...pero sólo esta tercera persona
podrá demandar lo estipulado...".
El Art. 1536 inciso 3° dice que en caso que el promitente no cumpla lo que se ha
convenido en favor del tercero beneficiario, la pena es válida, aunque la obligación
principal no tenga efecto. Se plantea aquí una situación excepcional, porque si bien el
estipulante no puede demandar el cumplimiento, sucede que en caso de no cumplir el
promitente su obligación para con el tercero beneficiario, nace el derecho para el
estipulante de demandar la pena que se ha establecido. De modo que, al establecerse una
cláusula penal, el estipulante, que normalmente no tiene ningún derecho, pasa a tenerlo
en virtud del incumplimiento.
Esta facultad que confiere el Art. 1449 no es otra cosa que una aplicación de la
regla general que nos da el Art. 1567 inciso 1°, cuando consagra como modo de extinguir
las obligaciones a la resciliación.
Debe tenerse en claro que la aceptación del tercero no crea el derecho, sino que
éste se creó con la celebración del contrato entre el promitente y el estipulante,
radicándose ese derecho de inmediato en el patrimonio del tercero beneficiario, según la
teoría de la acción.
El Art. 1449 nos dice que la aceptación del tercero beneficiario puede ser:
Ahora, no obstante que no forma parte del contrato, el promitente puede oponer al
tercero beneficiario las mismas excepciones que podría haber hecho valer en contra del
estipulante.
Entre ellos, no se producen efectos derivados del acto o contrato. Ello, porque de
acuerdo con la teoría mayoritariamente aceptada, el derecho emanado del contrato
celebrado entre promitente y estipulante, se radica de inmediato en el patrimonio del
tercero, y por consiguiente, ese derecho no ha existido en el patrimonio del estipulante.
Con la promesa de hecho ajeno, resulta obligado aquel que se comprometió a que
el tercero daría, haría o no haría alguna cosa.
2) En cuanto al tercero, para que éste resulte obligado tendrá que cumplir las
exigencias de la ratificación. Pero, si miramos el Art. 1450, veremos que el legislador se
limita a señalar que el tercero debe ratificar para resultar obligado, y no señala las
condiciones o requisitos que esa ratificación debe reunir.
Ante esta situación, los tribunales han resuelto que la expresión "ratificación" tiene
que tomarse en su sentido natural y obvio, y que van a constituir ratificación todos aquellos
actos del tercero que signifiquen que se atribuye la calidad de deudor que se le ha
otorgado en el contrato celebrado entre el promitente y el acreedor.
La única exigencia que han hecho los tribunales a este respecto, es que si la
promesa dice relación con bienes raíces o con derechos reales constituidos en ellos, la
ratificación tiene que hacerse por escritura pública.
Para estudiar esta materia, hay que distinguir las relaciones de las diferentes partes
que intervienen:
a) Entre el promitente y el tercero, no resulta ningún efecto, salvo que entre ellos se
hubiera convenido que el tercero va a otorgar su ratificación.
El Art. 1450 dice que esta obligación puede ser de dar, hacer o no hacer. Lo
importante es que una vez que el tercero ha prestado su ratificación, tiene la calidad de
deudor, y queda obligado como cualquier otro deudor, de forma tal que si no cumple
voluntariamente su obligación, procede en su contra la ejecución forzada, e incluso la
indemnización de perjuicios en caso de incumplimiento.
Puede suceder (ya que la ley lo permite) que el monto de estos perjuicios que el
acreedor puede demandar al promitente, para el caso que el tercero no ratifique, sea
prefijado por las partes a través de una cláusula penal (recordar que la cláusula penal es
una avaluación convencional y anticipada de los perjuicios, además de ser una pena). Se
refiere expresamente a ello el Art. 1536 inciso 2°.
En realidad, lo que sucede, y así lo entiende la doctrina, es que hay dos distintas
situaciones:
La primera, es aquella en que el promitente se sujeta a una pena para el caso que
el tercero no ratifique la obligación prometida por él. Esta cláusula penal es perfectamente
válida, y no tiene nada de excepcional o de anormal, porque accede a una obligación
principal (la cual tiene existencia), y es justamente la que el Art. 1450 impone al promitente
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En segundo término, se señala con razón que el Art. 1536 no se refiere a una
situación como la descrita anteriormente, porque ello es lo normal en cualquier cláusula
penal. Lo que sucede es que la situación que prevé el Art. 1536 es distinta, ya que se
refiere al caso en que la pena se ha impuesto para el evento de que se incumpla la
obligación del tercero. Aquí, el promitente está garantizando, más que la ratificación, el
cumplimiento de la obligación por el tercero.
Lo que sucede es que la redacción del Art. 1536 es imprecisa, porque el inciso 2°
aparece como una excepción a lo establecido en el inciso 1°, en el cual estamos ante un
caso de nulidad; en tanto que en el inciso 2° no hay nulidad, sino que una obligación que
no alcanzó a nacer por falta de ratificación del tercero.
F I N