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Perturbando El Texto Colonial PDF
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ÍNDICE
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Introducción. “El orgullo de la subalterna” . . . . . . . . . . . . .
I PARTE
Capítulo 1
“No hay Otro del Otro”. La construcción de la alteridad
y la representación del Otro. Entre el Eurocentrismo
y los Estudios Poscoloniales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 2
Volver siempre a Fanon. Narrativas del colonialismo
y el sujeto colonial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 3
Orientalismo. Exotismo. Lo universal y lo relativo . . . . . . . .
Capítulo 4
Narrativas contemporáneas de la
Modernidad/Colonialidad en los Estudios Poscoloniales . . .
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II PARTE
Capítulo 5
“Mujeres blancas buscando salvar a las mujeres color café
de los hombres blancos y color cafés.”. . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 6
Intacta Colonialidad. El discurso de la autenticidad.
El problema del absolutismo étnico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 7
La diferencia colonial. El Pluralismo jurídico
y los Derechos Humanos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
III PARTE
Capítulo 8
(Fallido de) Una teoría sobre las voces . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 9
Traducción cultural y Representación . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Capítulo 10
Aniquilamiento del otro I. La esclavitud . . . . . . . . . . . . . . . .
Aniquilamiento del otro II. Guerras difusas y feminicidios .
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INTRODUCCIÓN
“EL ORGULLO DE LA SUBALTERNA”
“No era una historia para transmitir. La olvidaron como una pesa-
dilla”, disuade Toni Morrison al lector hacia el final de su novela Belo-
ved.1 ¿Qué es aquello que debe olvidarse prontamente antes de ser trans-
mitido? ¿Qué debe permanecer oculto, silenciado, para no interrumpir y
molestar angustiosamente el fluir de nuestro presente?
La historia que narra Morrison, “aunque reclama, no es reclama-
da”. Lo mismo sucede para el presente histórico habitado por los “pasa-
dos subalternos” (Chakrabarty, 1999), por los pasados no dichos u olvi-
dados, que aunque “se resisten a ser historizados”, al no ser reclamados,
desaparecen disueltos en el tiempo.
“La muerte de Chandra”2 (1995), texto académico escrito por el
historiador subalternista Ranajit Guha, cuyo escenario es la India coloni-
zada por el Imperio Británco3 de 1849, y Beloved, que transcurre (1987)
en los suburbios de Cincinatti, al sur de los Estados Unidos esclavista en
1873, pueden ser leídos como encastres exactos, cada una en la huella que
deja los pies de la otra sobre la arena acuosa. Contemplando aun sus dis-
tinciones en cuanto a su género, los llamaría narrativas femeninas de la
subalternización.
Ciertamente, cuando caminamos sobre sus huellas, nos damos
cuenta de que esas vidas no desaparecen del todo. De lo contrario, si re-
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“Hacia el final del último Phalgun, Magaram Chasha vino a mi aldea y dijo:
«Durante los pasados cuatro o cinco meses he estado involucrado en una re-
lación amorosa de carácter ilícito (ashnai) con tu hija Chandra Chashani y, a
consecuencia de ello, ha quedado preñada. Tráela a tu propia casa y dispón
que se le administre alguna medicina. De lo contrario, le pondré encima un
bhek»” (Declaración, citada por Guha, 1995: 2).
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“Por detrás del garaje pasa un callejón, tal vez te acuerdas, a veces jugabas allí
con tus amigas. Ahora es un sitio desierto y abandonado, donde se acumulan
y se pudren las hojas que arrastra el viento. Ayer, al final de ese callejón, me
encontré una casa hecha de cajas de cartón y plásticos con un hombre encogi-
do dentro, un hombre al que ya había visto por las calles: alto, delgado, con la
piel curtida por la intemperie y unos colmillos largos y cariados, vestido con
un traje gris holgado y un sombrero de ala caída. Llevaba el sombrero puesto
y estaba durmiendo con el ala doblada por debajo de la oreja. Un marginado,
uno de los marginados que rondan por los aparcamientos de la calle Mill, y pi-
den dinero a la gente que va de compras, beben bajo los pisos elevados y co-
men de los cubos de basura. Una de las personas sin hogar para las que agos-
to, el mes de las lluvias, es el peor mes. Dormido en su caja, con las piernas ex-
tendidas como una marioneta, boquiabierto. Lo rodeaba un olor desagrada-
ble: orina, vino dulce, ropa húmeda y algo más. Algo sucio. Me quedé un ra-
to mirándolo, observando y oliendo. Un visitante, llegado para castigarme,
precisamente en un día como ayer” (p. 9).
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“Seis páginas ya, y todo por un hombre al que no conoces ni conocerás nun-
ca. ¿Por qué escribo sobre él? Porque es yo y no lo es al mismo tiempo. Por-
que en la forma que tiene de mirarme me veo a mí misma en una manera que
puede escribirse” (p. 15).
∗∗
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“El colono hace la historia y sabe que la hace. Y como se refiere constante-
mente a la historia de la metrópoli, indica claramente que está aquí como pro-
longación de esa metrópoli. La historia que escribe no es, pues, la historia del
país al que despoja, sino la historia de su nación en tanto que ésta piratea, vio-
la y hambrea (…); el colonizado decide poner término a la historia de la colo-
nización, a la historia del pillaje, para hacer existir la historia de la nación, la
historia de la descolonización” (Fanon, 1983: 45).
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“Como es una negación sistemática del otro, una decisión furiosa de privar al
otro de todo atributo de humanidad, el colonialismo empuja al pueblo domi-
nado a plantearse constantemente la pregunta: ¿Quién soy en realidad?” (Fa-
non, 1961 (2003: 228).
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I PARTE
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CAPÍTULO 1
“NO HAY OTRO DEL OTRO”
LA CONSTRUCCIÓN DE LA ALTERIDAD Y LA
REPRESENTACIÓN DEL OTRO. ENTRE EL EUROCENTRISMO
Y LOS ESTUDIOS POSCOLONIALES
“Seis páginas ya, y todo por un hombre al que no conoces ni conocerás nunca.
¿Por qué escribo sobre él? Porque es yo y no lo es al mismo tiempo. Porque en la forma que
tiene de mirarme me veo a mí misma de una manera que puede escribirse. De otra forma,
¿qué serían estas páginas más que una especie de gimoteo, unas veces ruidoso otras silencioso?
Cuando escribo sobre él estoy escribiendo sobre mí misma”.
J. M. Coetzee, La edad de hierro
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“Ayer fue también cuando el doctor Syfret me dio la noticia. No era una bue-
na noticia, pero la recibí yo, era mía y solamente mía y no podía rechazarla.
Tenía que cogerla en brazos y apretármela contra el pecho y llevármela a ca-
sa, sin negar con la cabeza, sin lágrimas. Gracias, doctor –le dije–. Gracias por
su sinceridad. Haremos lo que podamos –me dijo él–. Vamos a afrontarlo jun-
tos. Pero en aquel mismo momento, tras la fachada de camadería, vi que ya
empezaba a alejarse. Sauve qui peut. Debía su lealtad a los vivos, no a los
muertos” (p. 10).
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“La cercanía hacia el otro no es para conocerlo, por tanto no es una relación
cognoscitiva, sino una relación de tipo meramente ético, en el sentido de que
el Otro me afecta y me importa, por lo que me exige que me encargue de él,
incluso antes de que yo lo elija. Por tanto, no podemos guardar distancia con
el otro” (Jiménez).
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“Bajtín empieza por la cuestión más simple: nosotros nunca nos vemos a noso-
tros mismos como un todo; el otro es necesario para lograr, aunque sea provi-
sionalmente, la percepción del yo, que el individuo puede alcanzar sólo parcial-
mente con respecto a sí mismo. Las objeciones posibles se plantean en seguida:
¿acaso en el espejo no se encuentra la visión completa del yo? ¿O, en el caso de
un pintor, en un autorretrato? En los dos casos, la respuesta es: no” (p. 95).
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“Me he dirigido a Vercueil (…). Mis palabras han resbalado sobre él como ho-
jas muertas en el mismo momento en que las he pronunciado. Las palabras de
una mujer, por lo tanto, insignificantes; de una vieja, por tanto doblemente in-
significantes; pero sobre todo de una blanca” (J. M. Coetzee, 2005: 92).
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“Hoy digo que la palabra subalterno trata de una situación en la que alguien
está apartado de cualquier línea de movilidad social. Diría, asimismo, que la
subalternidad constituye un espacio de diferencia no homogéneo, que no es
generalizable, que no configura una posición de identidad lo cual hace impo-
sible la formación de una base de acción política. La mujer, el hombre, los ni-
ños que permanecen en ciertos países africanos, que ni siquiera pueden imagi-
nar en atravesar el mar para llegar a Europa, condenados a muerte por la falta
de alimentos y medicinas, esos son los subalternos. Por supuesto hay más cla-
ses de subalternos” (Entrevista en Revista Ñ, 2006).
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“Antes de la Segunda Guerra Mundial, los colonizados eran los habitantes del
mundo no occidental y no europeo que habían sido controlados y hasta vio-
lentamente dominados por los europeos. De acuerdo con esto, el libro de Al-
bert Memmi situó al colonizador como al colonizado en un mundo especial,
con sus propias leyes y posiciones, así como en Los condenados de la tierra
Frantz Fanon habló de la ciudad colonial como dividida en dos mitades sepa-
radas, comunicadas uno con otra por una lógica de violencia y contraviolencia.
Pero ya cuando las ideas de Albert Sauvy sobre los tres mundos se habían ins-
titucionalizado en la teoría y práctica, colonizado se convirtió sinónimo de
Tercer Mundo. Sin embargo, continuó habiendo una continua presencia colo-
nial de potencias occidentales en varias partes de África y Asia, muchos de cu-
yos territorios habían obtenido la independencia desde hacía tiempo, alrededor
de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, el «colonizado» no era un grupo
histórico que había ganado soberanía nacional y estaba, por consiguiente, des-
militarizado, sino una categoría que incluía a los habitantes de Estados recién
independizados así como otros sometidos en territorios vecinos, aún ocupados
por europeos (…). Lejos de ser una categoría confinada a expresar servilismo y
autocompasión, la de «colonizado» se ha expandido desde entonces considera-
blemente para incluir a mujeres, clases sojuzgadas y oprimidas, minorías nacio-
nales e, incluso, subespecialidades académicas marginadas o aún no del todo
marginalizadas (…). El estatus de los pueblos colonizados ha quedado fijado en
zonas de dependencia y periferia, estigmatizado en la categoría de subdesarro-
llados, menos desarrollados, Estados en desarrollo, gobernados por un coloni-
zador europeo, desarrollado o metropolitano” (pp. 25/26).
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“Lo que ha pasado innumerables veces es que las mujeres, doblemente subor-
dinadas como mujeres y como «negras», han tenido que priorizar una de sus
opresiones. Sólo para poner un ejemplo traigo aquí el caso de O. J. Simpsom19
donde las mujeres negras estadounidenses se vieron en la encrucijada de optar
por admitir que Simpsom era un homicida y agresor de las mujeres, es decir, de-
nunciar la doble moral patriarcal; o por denunciar la doble moral de la justicia
blanca y, en lo concreto, defenderlo. Como sabemos, las mujeres afroamerica-
nas decidieron que su primera lealtad era con su comunidad negra y se hicieron
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así, cómplices del sistema común de subordinación de las mujeres que atravie-
sa tanto a la sociedad blanca como a la afroamericana. «Cuando yo digo soy
mujer o soy negra o soy las dos cosas, ¿a qué sistema de representación de mí
misma estoy apelando? ¿Qué mecanismos de inteligibilidad estoy poniendo en
marcha? ¿Qué significado tiene para quien me escucha el ser negra, el ser mu-
jer? ¿Hay como tal un ser negro, una esencia negra? ¿Podemos, en República
Dominicana, en El Caribe, hablar de una identidad negra?» En este sentido:
«¿Qué pasa cuando un individuo se identifica con múltiples categorías de dife-
rencia? La lesbiana negra, ¿es primero una negra, después una lesbiana, y des-
pués una mujer? ¿O es vista como una lesbiana negra, que primero es una les-
biana, luego una negra, y luego una mujer? El ama de casa blanca, ¿es primero
blanca, luego un ama de casa, luego heterosexual, y luego una mujer?»” (p. 4).
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“La novela quería tocar el nervio despellejado del autodesprecio racial, sacar-
lo a la luz, luego sedarlo, no con narcóticos sino con un lenguaje que repro-
dujese la acción que yo descubrí en mi primera experiencia de belleza. Porque
aquel momento estuvo tan imbuido de racismo (mi revulsión ante lo que mi
compañera de escuela quería: ojos muy azules en una piel muy negra; el daño
que hacía a mi concepto de lo bello) que la pugna era por hallar una forma de
escribir inequívocamente negra” (2001: 258).
Cuerpo perdido
Aimé Césaire
Yo que Krakatoa
yo que todo mejor que monzón
yo que a pecho descubierto
yo que carraspeo como un árgano viejo
yo que balo mejor que una cloaca
yo que fuera de gama
yo que Zambeze frenético o rombo o
caníbal
quisiera ser cada vez más humilde y más manso
siempre más grave sin vestigio ni vértigo
caer hasta perderme
en la viviente sémola de una tierra bien abierta
Fuera una neblina en lugar de atmósfera no
sería nada sucia
cada gota de agua conteniendo un sol
cuyo nombre idéntico para todas las cosas
sería el ENCUENTRO MÁS TOTAL
de tal suerte que no se sabría a ciencia cierta
si cruza una estrella o una esperanza acaso
o un pétalo de flamboyán
o una retirada submarina
que las antorchas de las medusas aurelias frecuentan
Imagino que entonces la vida me bañaría por completo
mejor la sentiría palpándome o mordiéndome
tendido sentiría llegarme los olores al fin liberados
cual manos caritativas
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que me atravesarían
para mecer largos cabellos
más largos que ese pasado que no puedo alcanzar.
Cosas apartaros, haced sitio
a mi reposo que alza en oleaje
mi cresta terrible de raíces fondeadoras
buscando dónde asirse
oh cosas, yo sondeo y sondeo
yo, el cargador, soy portarraíces
yo peso, fuerzo y arcaneo
y ombligueo
Ah, quien hacia los arpones me lleva
estoy muy débil
silbo, sí, silbo cosas muy antiguas
de serpientes de cosas cavernosas
Soy oro viento paz aquí
y contra mi hocico inestable y fresco
poso contra mi rostro corroído
tu frío rostro de risa descompuesta.
El viento, ay, lo escucharé aún
negro, negro, negro desde el fondo
del cielo inmemorial
un poco menos fuerte que hoy en día
pero demasiado fuerte sin embargo
y ese loco aullido de perros y caballos
que envía a nuestra persecución siempre cimarrona
mas a mi vez en el aire
me alzaré en un grito tan violento
que voy a salpicar al cielo entero
por mis ramas destrozadas
y por el chorro insolente de mi barril herido y solemne
ordenaré a las islas existir.
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CAPÍTULO 2
VOLVER SIEMPRE A FANON.
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“Fanon se distingue esencialmente de otras obras porque evita caer en una de-
fensa a ultranza del sujeto colonial que no rebasa el protocolo de las buenas
intenciones. La radicalidad de su pensamiento consiste en asumir el principio
de historicidad que rodea tanto al colonizador como al colonizado”.
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“El mundo colonial es un mundo en compartimentos” (p. 32). (…) Este enfo-
que del mundo colonial, de su distribución, de su disposición geográfica va a
permitirnos delimitar los ángulos desde los cuales se reorganizará la sociedad
descolonizada. El mundo colonizado es un mundo cortado en dos. La línea
divisoria, la frontera, está indicada por los cuarteles y las delegaciones de la
policía (…). La zona habitada por los colonizados no es complementaria de la
zona habitada por los colonos. Esas dos zonas se oponen, pero no al servicio
de una unidad superior. Regidos por una lógica puramente aristotélica, obe-
decen al principio de la exclusión recíproca: no hay conciliación posible, uno
de los dos términos sobra. La ciudad del colono es una ciudad dura, toda de
piedra y hierro. Es una ciudad iluminada, asfaltada, donde los cubos de basu-
ra están siempre llenos de restos desconocidos, nunca vistos ni siquiera soña-
dos. Los pies del colono no se ven nunca, salvo quizá en el mar, pero jamás se
está muy cerca de ellos. Pies protegidos por zapatos fuertes, mientras las ca-
lles de la ciudad son limpias, lisas, sin hoyos, sin piedras. La ciudad del colo-
no es una ciudad harta, perezosa, su vientre está lleno de cosas buenas perma-
nentemente. La ciudad del colono es una ciudad de blancos, de extranjeros. La
ciudad del colonizado, o al menos la ciudad indígena, la ciudad negra, la «me-
dina» o barrio árabe, la reserva es un lugar de mala fama, poblado por hom-
bres de mala fama, allí se nace en cualquier parte, de cualquier manera. Se
muere en cualquier parte, de cualquier cosa. Es un mundo sin intervalos, los
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hombres están unos sobre otros, las casucha unas sobre otras…). La mirada
que el colonizado lanza sobre la ciudad del colono es una mirada de lujuria,
una de deseo. Sueños de posesión. Todos los modos de posesión: sentarse a la
mesa del colono, acostarse en la cama del colono, si es posible con su mujer.
El colonizado es un envidioso. El colono no lo ignora cuándo, sorprendiendo
su mirada a la deriva, comprueba amargamente, pero siempre alerta: «Quieren
ocupar nuestro lugar». Es verdad, no hay colonizado que no sueñe cuando
menos una vez al día en instalarse en el lugar del colono” (p. 33-34) (…) “Pe-
ro en lo más profundo de sí mismo, el colonizado no reconoce ninguna ins-
tancia. Está dominado pero no domesticado. Está interiorizado pero no con-
vencido de su inferioridad (…) en su interior el colonizado sólo obtiene una
pseudopetrificación” (1983: 46).
El autor marcó aquí los límites del concepto de “clase” para com-
prender la división social en el mundo colonial, fundado en el racismo co-
mo eje estructurador de las relaciones coloniales. Criticó la consideración
marxista que interpretaba la ideología (racista) como superestructura; la
línea divisoria entre ricos y pobres coincidía con la establecida entre blan-
cos y no blancos o negros. La posición estructural de los sujetos depen-
día del orden social racializado. El racismo no era la superestructura, si-
no el fundamento del orden social colonial. De allí la importancia otor-
gada a la cultura (blanca) para interpretar la alienación del negro.
La cita reproducida contiene, además, la paradójica situación de
que el colono que proviene de un afuera territorial, el extranjero, trans-
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“No podía más pues sabía que existían leyendas, historias, la historia, y sobre
todo la historicidad que me había enseñado Jaspers. Entonces el esquema cor-
poral atacado en varios puntos se derrumbó, dando paso a un esquema epidér-
mico racial. A esa altura no se trataba ya de un conocimiento de mi cuerpo en
tercera persona, sino en triple persona.” (Piel negra…, p. 103).
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“Él era culpable por negro; ante el mundo, este hecho suponía una maldición,
este dato un destino, esta negrura contingente una tara esencial”.
“El negro quiere ser blanco. El blanco busca apasionadamente realizar una
condición de hombre (...). El blanco está encerrado en su blancura. El negro
en su negrura” (1970: 34).
“El lector se apercibirá que no tienen nada que ver el negro de este capítulo25
con ese otro que aspira a acostarse con la blanca. En este último se descubría
el deseo de ser blanco. En cualquier caso, una sed de venganza. Por el contra-
rio, en esta obra contemplaremos los esfuerzos de un negro que busca encar-
nizadamente descubrir el sentido de la identidad negra. La civilización blanca
y la cultura europea han impuesto al negro una desviación existencial. Ya
mostraremos cómo lo que se llama el alma negra es una construcción del blan-
co (…). Antillano de origen, mis observaciones y conclusiones sólo valen pa-
ra las Antillas, por lo menos en lo que concierne al negro en su tierra” (1970:
39; cursivas en el original).
Sin embargo, hay una pregunta que Fanon formula en Los conde-
nados de la tierra y que puede ser trasladada a Piel negra…:
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“Como es una negación sistemática del otro, una decisión furiosa de privar al
otro de todo atributo de humanidad, el colonialismo empuja al pueblo domina-
do a plantearse constantemente la pregunta: «¿Quién soy en realidad»”? (p. 228).
“El negro tiene dos dimensiones. Una con su congéneres, otra con el blanco.
Un mismo negro se comporta diferente con un blanco y con otro negro. Que
esta escisiparidad sea una consecuencia de la aventura colonialista, nadie lo
pone en duda… que alimente su vena principal del corazón de las diferentes
teorías que han querido hacer del negro el lento caminar del mono al hombre,
nadie se atreve ya a ponerlo en duda. Son evidencias objetivas que expresan la
realidad” (1970: 41).
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ciones míticas del órgano sexual masculino o del hombre negro, repre-
sentado como una agresiva bestia sexual que desea violar mujeres, parti-
cularmente blancas; a su vez, la mujer negra es vista como un objeto se-
xual, fundamentalmente promiscua, un ser erótico cuya función primaria
es satisfacer el deseo sexual y la reproducción, siempre lista a la mirada
violadora del blanco.
Por último, respecto del lenguaje y el habla, en el capítulo titulado
“El negro y el lenguaje” se lee en el primer párrafo:
“Damos por supuesto que hablar es existir absolutamente para el otro (…).
Hablar. Esto significa emplear una cierta sintaxis, poseer la morfología de és-
ta o aquella lengua, pero, fundamentalmente, es asumir una cultura, soportar
el peso de una civilización” (1970: 41/42).
“El negro antillano será tanto más blanco, es decir, se parecerá tanto más al
verdadero hombre, cuanto más y mejor haga suya la lengua francesa (…). El
colonizado escapará tanto más y mejor de su selva cuanto más y mejor haga
suyos los valores culturales de la metrópoli. Será más blanco cuanto más re-
chace su negrura, su selva” (pág. 42/43). “Todo pueblo colonizado –es decir,
todo pueblo en cuyo seno haya nacido un complejo de inferioridad a conse-
cuencia del enterramiento de la originalidad cultural local– se sitúa siempre, se
encara, en relación con la lengua de la nación civilizadora, es decir de la cultu-
ra metropolitana (…). Hay la ciudad, hay el campo. Hay la capital; hay la pro-
vincia” (1970: 43).
Dispuesto a entender por qué los negros adoptan los valores de los
colonos blancos –“estamos tratando de entender por qué al negro de las
Antillas le gusta tanto hablar francés” (p. 57)– la respuesta que el libro
ofrece es que ser colonizado implica ser dominado física y culturalmen-
te. Ser colonizado es también perder un lenguaje y absorber otro. En sus
palabras, “hablar significa sobre todo asumir una cultura, soportar el pe-
so de una civilización” (p. 65).
La problemática del lenguaje es interpretada por Fanon desde dos
lugares: el lenguaje que los colonizados utilizan entre sí y la diferencia-
ción que se edifica entre ellos frente a sus colonos. Esta idea es ilustrada
cuando Fanon (1970) se refiere al viaje de los colonizados a la metrópoli,
donde imitan la forma de comunicación de los franceses, y a su regreso a
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“Todo idioma es una manera de pensar. El hecho de que el negro recién de-
sembarcado adopte un lenguaje diferente del de la colectividad que le ha visto
nacer expresa un desajuste, una brecha” (p. 50).
“La pregunta fanoniana por el cuerpo colonial remite a un lugar doble: el pri-
mero, fuertemente jerárquico, densamente tramado en el interior de las pro-
pias historias coloniales, con la distribución de los seres humanos a partir de
criterios zoológicos, como es el caso de la animalización (…) donde la desi-
gualdad se encuentra en la afirmación desenfrenada de la diferencia por parte
del discurso colonial, y el segundo, que se manifiesta como resto de significa-
do no capturado por la hegemonía que permite poner en juego una noción su-
balterna de política y de cultura en el corazón mismo de la cultura hegemóni-
ca” (De Oto, 2006: 5).
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gado después del fin del colonialismo, Fanon cumplió lo que denominó
la misión histórica de una generación, “la decisión de romper las riendas
del colonialismo” (p. 189).
En varios fragmentos de Los condenados… es posible identificar
que Fanon avizoraba esa realidad y, de este modo, llegó a plantear los di-
lemas que sobrevendrían después de 132 años de colonización, cuando
“se ice la bandera y el último batallón se haya retirado”. Temía la encar-
nación de estos valores en la nación argelina. Aunque la independencia
implica cierta reparación moral para el colonizado, para Fanon, éste se
encuentra frente al desafío de construir su sociedad y de afirmar sus va-
lores. La construcción de la nación sólo era posible, entonces, a través de
la unificación del pueblo por medio de la violencia descolonizadora que
debería ser la partera de un “hombre nuevo”.
“La descolonización, como se sabe, es un proceso histórico (…).
Es el encuentro de dos fuerzas congénitamente antagónicas que extraen
precisamente su originalidad de esa especie de sustanciación que segrega
y alimenta la situación colonial. Su primera confrontación se ha desarro-
llado bajo el signo de la violencia y su cohabitación –más precisamente la
explotación del colonizado por el colono– se ha realizado con gran des-
pliegue de bayonetas y cañones. El colono y el colonizado se conocen
desde hace tiempo” (p. 31), sostiene Fanon en Los condenados de la tie-
rra. La violencia que habitaba esa sociedad colonial “encauzada en vías
muy precisas en el momento de la lucha de liberación, no se apaga mági-
camente después de la ceremonia de izar la bandera nacional”. Si el mun-
do colonial separa, compartimenta, la violencia descolonizadora implica-
ba, para Fanon, la construcción de un mundo común.
Los condenados de la tierra es la expresión de la voz de los coloni-
zados, hablada mediante la pluma del gran militante anticolonialista que
fue Fanon.
En otras palabras, extemporáneamente a Spivak, la pregunta fano-
niana por la emancipación, por la liberación, puede ser sometida a cons-
tatación: ¿hasta dónde puede hablar el sujeto de Fanon si cuando lo hace
el peso de la civilización (blanca) se impone y debe adaptar su lenguaje al
del colonizador? O aún más categóricamente, ¿cuándo su identidad ha si-
do fijada, fetichizado en el lenguaje zoológico, cuándo ha sido animaliza-
do por el discurso colonial? ¿Cuál es el sujeto que emerge del discurso
colonial en la literatura hegemónica contemporánea a Fanon?
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“con frecuencia reflexiona sobre el hecho de que ser judío y, a la par, criticar
las relaciones coloniales en el contexto del Túnez colonial le asegura una si-
tuación paradójica. Por un lado, percibe que con respecto a la población mu-
sulmana tiene un estatuto privilegiado. Por otro, dicho estatuto no asegura la
separación completa de su subordinación ni tampoco le permite ser parte
completa del grupo de los colonos” (p. 66).
“No moriré por la patria argelina porque esa patria no existe. Yo no la descu-
brí. Inettrogué a la historia, interrogué a los vivos y a los muertos; visité los
cementerios y nadie me habló de ella (…). De hecho nadie cree seriamente en
nuestro nacionalismo” (Citado por Chaliand, 2003: 294).
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“Al principio de la detención lo más duro fue que tenía pensamientos de hom-
bres libres. Por ejemplo: sentía deseos de estar en una playa y de bajar hacia el
mar” (p. 98).
“No le basta al colono afirmar que los valores han abandonado, o mejor aún,
no han habitado jamás el mundo del colonizado. El indígena es declarado im-
permeable a la ética; ausencia de valores, pero también negación de los valores
(…). La Iglesia en las colonias es una Iglesia de blancos, una Iglesia de extran-
jeros. No llama al hombre colonizado al camino de Dios, sino al camino del
Blanco, del amo, del opresor” (p. 36).
“En cierto modo hacían tratar al asunto con prescindencia de mí. Todo se de-
sarrollaba sin mi intervención. Mi suerte se decidía sin pedirme permiso” (p.
127/8).
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“El colonizado siempre se presume culpable –dice Fanon– sobre todo cuando
el vacío de un corazón, tal como se descubre en este hombre –dirá el Procura-
dor– se transforma en un abismo en que la sociedad puede sucumbir” (p. 129).
“La gente que muere en la ciudad son árabes, pero no se les menciona. Los úni-
cos importantes para Camus y para el lector europeo de entonces, e incluso el
de ahora, son los europeos. Los árabes están ahí para morir” (Said, 2001: 72).
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“La idea de ser «parte completa» es una metáfora con la que intento represen-
tar la característica principal de la alienación que Fanon ofrece para el régimen
colonial. Los sujetos emergentes de ella, pero, tal vez, de cualquier otra situa-
ción histórica y cultural, son siempre sujetos escindidos o parciales. Dicha in-
completitud, no vista de manera negativa, implica que las estrategias y los pro-
cesos identitarios se constituyan en intersticios en los que aparecen, además de
los intentos por exorcizar la alienación, los procedimientos complejos de las
identidades al resistir y conformar el mundo contemporáneo: ironía, tragedia,
mimesis, fragmentación” (2003: 66).
“[h]ablar [es] […] soportar el peso de una civilización. Un hombre que posee
el lenguaje posee por contraparte el mundo explicado por ese lenguaje. Todo
pueblo colonizado (con un complejo de inferioridad) […] se sitúa vis-à-vis del
lenguaje de la nación civilizadora, es decir, de la cultura metropolitana” (p. 34).
“La mirada que el colonizado lanza sobre la ciudad del colono es una mirada
de lujuria, una mirada de deseo. Sueños de posesión (…) el colonizado es un
envidioso. El colono no lo ignora cuando, sorprendiendo su mirada a la deri-
va, comprueba amargamente, pero siempre alerta: «quieren ocupar nuestro lu-
gar»” (Fanon: 1963: 34).
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“¿Qué busca el hombre? ¿Qué busca el negro? A riesgo de molestar a mis her-
manos de color diré que el negro no es un «hombre»”.
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“No vamos a pelear esta revolución en contra de los franceses para reempla-
zar al policía francés por un policía argelino. No se trata de eso. Queremos li-
berarnos, y la liberación es mucho más que convertirnos en una imagen calca-
da del hombre blanco al que hemos expulsado, para sustituirlo y usar su au-
toridad”.
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CAPÍTULO 3
ORIENTALISMO. EXOTISMO.
LO UNIVERSAL Y LO RELATIVO
“Especialmente desde el punto de vista europeo, Oriente era casi una inven-
ción europea, y desde la antigüedad, había sido escenario de romances, seres
exóticos, recuerdos y paisajes inolvidables y experiencias extraordinarias”
(2004: 19).
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Orientalismo y el orientalista
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“Apenas sí sé qué hacer con estos cambios ridículos de un libro que para su
autor y por sus argumentos es explícitamente antifundamentalista, radical-
mente escéptico respecto a designaciones categóricas, tales como Oriente y
Occidente y escrupulosamente cuidadoso en cuanto a no «defender» ni si-
quiera a hablar de Oriente y del Islam” (p. 435; cursivas en el original)”.
“La relación entre Occidente y Oriente es una relación de poder y de compli-
cada dominación: Occidente ha ejercido diferentes grados de hegemonía so-
bre Oriente (…). No hay que creer que el Orientalismo es una estructura de
mentiras o de mitos que se desvanecería si dijéramos la verdad sobre ella. Yo
mismo creo que el orientalismo es muchos más valioso como signo del poder
europeo-atlántico sobre Oriente que como discurso verídico sobre Oriente
(que es lo que en su forma académica o erudita pretende ser” (p. 25/26).
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Exotismo
“Por razones objetivas y fuera de mi arbitrio, crecí como árabe pero con una
educación occidental. Desde que tengo memoria he sentido que pertenezco a
los dos mundos sin ser completamente de uno o de otro (…). Y durante lar-
gos períodos he sido un outsider en Estados Unidos, particularmente cuando
éste se impuso frontalmente e hizo la guerra contra las culturas y sociedades
(muy lejanas a la perfección) del mundo árabe” (p. 32; itálicas en el original).
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“Sucedió, sin embargo que en casi todo el mundo no europeo la llegada del
hombre blanco levantó, al menos, una resistencia. Lo que yo dejé fuera de
Orientalismo fue precisamente la respuesta a la dominación occidental que
culminaría en el gran movimiento de descolonización todo a lo largo del Ter-
cer Mundo” (p. 12).
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que, según Said, no debe ser interpretado como una distracción o descui-
do, pues Habermas en una entrevista señaló que “nada tenemos que de-
cir sobre las luchas antiimperialistas y anticapitalistas del Tercer Mundo”
aun a pesar de que “soy consciente de hecho que esta es una perspectiva
limitada por el eurocentrismo” (citado por Said, 1996: 430).
Todorov, Deleuze y Derrida, en Francia, y Stuart Hall y Williams
en Inglaterra, conforman para Said los teóricos de la excepción. Me de-
tendré en el siguiente apartado en el primero de ellos.
Desde la tesis de que “tampoco las ideas son un puro efecto pasi-
vo” (p. 15), escribe este libro cuyo objeto son las ideologías en Francia en
el período de la historia, comprendido entre comienzos del siglo XVIII e
inicios del XX, y analiza la obra de autores como Montesquieu, Rous-
seau, Chateaubriand, Renan, Lévi- Strauss.
Los alcances de su libro anterior, La conquista de América. El pro-
blema del otro (1982), que revive las narraciones de Colón, Cortés, Moct-
zuma y Las Casas, le indicaron la necesidad de acudir a los pensadores del
pasado para profundizar sus intereses. En aquel libro dice:
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“Es una nación, le diría yo a Platón, en la cual no hay ninguna especie de trá-
fico; ningún conocimiento de las letras; ninguna ciencia de los números; nin-
gún nombre de magistrado no de superioridad política; ninguna costumbre de
servicio, de riqueza o de pobreza; ningún contrato; ninguna sucesión; ningu-
na ocupación que no sea ociosa; ningún respeto de parentesco sino el común;
ninguna vestimenta; ninguna agricultura; ningún metal; no usan del vino ni del
trigo. Las palabras mismas que significan la mentira, la traición, el disimulo, la
avaricia, la envidia, la difamación (la malediciencia), el perdón, son inauditas”
(Essais, I, 31, p.204, citado por Todorov, 1991: 306). Sus habitantes son “gen-
te sin letras, sin ley, sin rey, y sin religión alguna”.
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y agrega una articulación más: indios y árabes son salvajes, pero de dife-
rente modo.
Esta afirmación vale para los griegos y egipcios, pero también pa-
ra árabes de Palestina, cuya descripción los acerca a la animalidad (nueva-
mente, como vimos en Fanon). Pero son los turcos el objeto de su des-
precio: “se pasan la vida asolando el mundo o durmiendo sobre una al-
fombra, en medio de mujeres y perfumes”; “son tiranos a los que devora
la sed de oro”. La razón de esta barbarie reside en el Islam: “Se trataba
(…) de saber quién debía triunfar sobre la tierra: si los partidarios de un
culto enemigo de la civilización, favorable por sistema a la ignorancia, el
despotismo, a la esclavitud; o bien, los de un culto que hace revivir entre
los modernos el genio de la doctrina de la Antigüedad y que ha abolido
la servidumbre”. Como advierte Todorov, Chateaubriand distorsiona el
Islam y olvida que, en su misma época, la esclavitud es legal en casi todos
los países cristianos, incluida Francia).
Como explica el autor de La conquista de América, “el desconoci-
miento de los otros se disputa el primer lugar con el desprecio a priori ha-
cia ellos mismos; este rechazo de los otros va a convenir perfectamente a
la política imperial que se adopta al mismo tiempo” (p. 350).
Por último, en Sobre las buenas costumbres de los otros, Todorov
encuentra la siguiente analogía entre exotismo y nacionalismo:
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“El racismo se hizo presente como una fuerza decisiva con efectos asesinos en
las feroces guerras coloniales y las políticas rígidas e inflexibles que le siguie-
ron. La experiencia de ser colonizado, por lo tanto, tuvo una gran significa-
ción en regiones y pueblos cuyas experiencias como dependientes, subalternos
y sometidos a Occidente no terminó –para parafrasear a Fanon– cuando el úl-
timo policía blanco fue licenciado y la última bandera europea cayó” (p. 25).
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“Mr. Walter Leach, uno de los propietarios del gran ingenio azucarero de San
Pedro de Jujuy, a quien fuimos recomendados por el director del Museo, por
su carácter amable y franco y por esa bondad de corazón noble, desde hace
años atrás se había ganado la confianza absoluta de los indígenas así que no re-
sistían a obedecer su indicación de permitirnos una examen somático de sus
personas (…). Don Walter nos hospedó en su casa particular y puso a nuestra
disposición un lugar adecuado para nuestros estudios, y al frente mismo de
nuestra pieza, interesándose vivamente en nuestros trabajos, al conocer su ín-
dole; no se cansaba de mandarnos gente día a día y cada mañana, llevándonos-
la hasta personalmente, para ser examinada (…). Los individuos, ya fuera de
acostumbrado ambiente, son por lo mismo, más accesibles a investigaciones
físicas, y no se oponen a ellas como sucede en el propio terruño” (citado por
Xavier Kriscautzky, 2007: 15).
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A través del libro es posible leer algunos pasajes del propio Robert
Lehmann-Nitsche reproducidos por Xavier Kriscautzky, a saber:
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“I never saw my mother, to know her as such more than four five times in my
life; and each of these times was very short in duration, an at night. She was
hired by Mr., Stewart, who lived about twelve miles from my house. She ma-
de her journeys to see m e in the night, traveling the whole distance on foot,
after the performance of her day´s work, she was a field hand, an a whipping
is the penalty of not being in the field at sunrise… I do not recollect of ever
seeing my mother by the light of day. She was with me in the night. She would
lie down with me and get me to sleep, but long before I waked she was gone”
(citado por bell hooks, 1990: 44).
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350.000 indios (Curtin, 1977: 6). En la América del Norte, en lo que con el
tiempo sería Carolina del Sur, los colonos ingleses se hicieron de esclavos in-
dios –capturados en la guerra– así como de pieles de venado que les dieron las
poblaciones nativas; a los grupos cazadores de esclavos los premiaban con
mercancías europeas. Dice Gary Nash que los ingleses «subcontrataban la
guerra» con los indios (1977: 117).31 (…) Con frecuencia se aduce como razón
para explicar la preferencia por los esclavos africanos respecto a los america-
nos nativos que eran trabajadores mejores y más confiables. Hacia 1720, ya los
africanos valían más que los indios (véase Perdue, 1979: 152). Sin embargo, pa-
rece ser que el factor determinante fue que la cercanía de los indios a sus gru-
pos nativos alentaba rebeliones y con frecuencia escapadas. Los colonos ingle-
ses también temían que esclavizar a los indios los malquistaría con sus aliados
americanos en las guerras que libraban contra españoles y franceses. Final-
mente, a los grupos americanos nativos se les podía pedir que ayudaran a de-
volver a sus dueños esclavos africanos escapados. Mientras que los siervos
blancos y los esclavos americanos nativos podían contar, hasta cierto punto,
con la ayuda de sus propios grupos, los esclavos africanos no contaban con un
apoyo así. La venta o captura en el extremo africano del comercio los aparta-
ba de sus parientes y vecinos; a su llegada a puertos norteamericanos se mez-
claba deliberadamente a esclavos de diferentes orígenes étnicos y lingüísticos,
a fin de evitar que hubiera el menor asomo de solidaridad entre ellos. Una vez
asignados a sus dueños, su segregación de siervos blancos y de americanos na-
tivos se confirmaba mediante discriminación legal y se alentaba vigorizando el
sentimiento racista. Si huían, el color de su piel era una identificación para los
«patrulleros» que tuvieran deseos de cobrar una recompensa. Así pues, el es-
clavizar africanos brindaba una fuerza de trabajo que podía emplearse en ope-
raciones arduas y continuas bajo la dirección del propietario, y con mínimas
restricciones legales y consuetudinarias. Esto excluía opciones que en el Nue-
vo Mundo estaban abiertas a otros trabajadores” (Wolf, 1987: 25).
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EXCURSUS
NO SOMOS MARIPOSAS…
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CAPÍTULO 4
NARRATIVAS CONTEMPORÁNEAS DE LA
MODERNIDAD / COLONIALIDAD
EN LOS ESTUDIOS POSCOLONIALES
I.
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“Yo he seguido el mismo trayecto que muchos de los hijos de familias burgue-
sas colonizadas. Fui desde la India a estudiar literatura inglesa en Oxford, y
después a enseñar a Sussex, y ahora estoy en Princeton (…); tengo también
una autobiografía un poco más peculiar que de alguna manera me ha abierto
al tipo de trabajo que he hecho, y es mi propia posición como parsi, una pe-
queña minoría –in-between– que vive entre los hindúes, los británicos y los
musulmanes, siempre en una posición de estar en el medio, una comunidad
que nunca ha estado demasiados segura de su propia identidad. Y creo que mi
interés en abrir dentro de los grandes relatos espacios intersticiales que consi-
dero de primordial importancia para conmover y alterar estos relatos; todo mi
interés en explorar condiciones ambiguas e intermedias, que comúnmente son
oscurecidas por las grandes polaridades o las divisiones binarias, viene de al-
guna extraña y atenuada manera de mi experiencia como parsi” (p. 230).
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con el correr de los años, una profunda renovación en la lectura de los fe-
nómenos culturales.
El apogeo de los estudios culturales durante la década del ochenta
y su movimiento de “despolitización” y “academización” hacia mediados
de 1990 pueden leerse como el síntoma de un importante vacío ideológi-
co. A menudo, los estudios culturales se desviaron del pensamiento de
sus fundadores identificándose casi totalmente con el multiculturalismo
(entendido como Zizek, la “ideología del neoliberalismo”): han abando-
nado toda referencia a las contradicciones de clase para analizar las fric-
ciones entre diversas culturas y razas de modo esencialista.
Eduardo Grüner, en su libro El fin de las pequeñas historias. De
los estudios culturales al retorno (imposible) de lo trágico (2002), sostie-
ne, respecto de la decadencia de los estudios culturales –como discipli-
na(s) académica(s)– hacia mediados de los 90: “no nos atreveríamos a de-
cir lo mismo de la teoría poscolonial, ella tiene «por naturaleza» ese ho-
rizonte totalizador, esa perspectiva potencial del gran relato, aunque los
excesos de sus teorías post la coarten con frecuencia” (p. 24).
A diferencia de los Estudios Culturales cuando anclaron en Esta-
dos Unidos, los Estudios Poscoloniales promovieron una crítica episte-
mológica profunda, que ha puesto en evidencia los vínculos entre las
prácticas colonialistas occidentales y la producción, al interior de las cien-
cias sociales, de “orientalismos” (Said, 1995). Pero, como advierte Bhab-
ha (2000),40 debemos ser muy cuidadosos al emplear el término “posco-
lonialidad”:
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Hace poco tiempo atrás publiqué, con idéntico título, “La Nación
en tiempo heterogéneo” (2008),48 una reseña sobre el libro de Partha
Chaterjee, uno de los miembros fundadores del grupo de estudios subal-
ternos en India cuya obra destacada prácticamente no estaba disponible
en castellano.
Allí escribí: “Si pudiera precisar con algún término La Nación en
tiempo heterogéneo, es con la expresión osado. El libro de Chaterjee es
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las del Cinema Nuovo brasileño y del ICAIC cubano, el concepto de «ci-
ne popular» desarrollado en Bolivia por Jorge Sanjinés y el grupo Uka-
mu, el «teatro de creación colectiva» en Colombia, el teatro Escambray
en Cuba y movimientos afines en los Estados Unidos, como el teatro
campesino. El sujeto de la historia no fue puesto jamás en duda, como
tampoco la idoneidad de sus representaciones (tanto en el sentido mimé-
tico como político) por parte de las sectas revolucionarias, por las nuevas
formas de arte y cultura, o por los nuevos paradigmas teóricos, como la
teoría de la dependencia o el marxismo althuseriano” (p. 12) .
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“La primera descolonialización (iniciada en el siglo XIX por las colonias es-
pañolas y seguida en el XX por las colonias inglesas y francesas) fue incom-
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“En América la idea de raza fue un modo de otorgar legitimidad a las relacio-
nes de dominación impuestas por la conquista (…). Desde entonces ha demos-
trado ser el más eficaz y perdurable instrumento de dominación social univer-
sal, pues de él pasó a depender inclusive otro igualmente universal, pero más
antiguo, el inter-sexual o de género, los pueblos conquistados y dominados
fueron situados en una posición natural de inferioridad y, en consecuencia,
también sus rasgos fenotípicos, así como sus descubrimientos mentales y cul-
turales” (Quijano, 2003: 203).
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“El concepto «decolonialidad» que presentamos en este libro resulta útil para
trascender la suposición de ciertos discursos académicos y políticos, según la
cual, con el fin de las administraciones coloniales y la formación de los Esta-
dos-nación en la periferia, vivimos ahora en un mundo descolonizado y pos-
colonial. Nosotros partimos, en cambio, del supuesto de que la división inter-
nacional del trabajo entre centros y periferias, así como la jerarquización étni-
co-racial de las poblaciones, formada durante varios siglos de expansión colo-
nial europea, no se transformó significativamente con el fin del colonialismo y
la formación de los Estados-nación en la periferia. (…) Desde el enfoque que
aquí llamamos «decolonial», el capitalismo global contemporáneo resignifica,
en un formato posmoderno, las exclusiones provocadas por las jerarquías epis-
témicas, espirituales, raciales/étnicas y de género/sexualidad desplegadas por la
modernidad. De este modo, las estructuras de larga duración formadas duran-
te los siglos XVI y XVII continúan jugando un rol importante en el presente”.
“La decolonialidad es, entonces, la energía que no se deja manejar por la lógi-
ca de la colonialidad, ni se cree los cuentos de hadas de la retórica de la mo-
dernidad (…). Si la colonialidad es constitutiva de la modernidad, puesto que
la retórica salvacionista de la modernidad presupone ya la lógica opresiva y
condenatoria de la colonialidad (de ahí los damnés de Fanon), esa lógica opre-
siva produce una energía de descontento, de desconfianza, de desprendimien-
to entre quienes reaccionan ante la violencia imperial. Esa energía se traduce
en proyectos decoloniales que, en última instancia, también son constitutivos
de la modernidad”.
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“Es claro que hasta ahora el tratamiento del género por el grupo de MC ha si-
do inadecuado, en el mejor de los casos. Dussel estuvo entre los pocos pensa-
dores latinoamericanos masculinos que tempranamente discutió con deteni-
miento el asunto de la mujer como una de las categorías importantes de los
otros excluidos. Mignolo ha prestado atención a algunos de los trabajos de las
feministas chicanas, particularmente a la noción de frontera. Estos esfuerzos
difícilmente han retomado el potencial de las contribuciones de la teoría femi-
nista para el encuadre MC” (2003: 72).
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criminación genérica o de clase. Empero, creo que pasan por alto cuán impor-
tante es la metáfora-concepto mujer para el funcionamiento de su discurso.
Con esta consideración llevaré a término el conjunto de mi argumento. En
cierta lectura, la figura de la mujer es ampliamente instrumental al cambio de
función de los sistemas discursivos, como es el caso en la movilización insur-
gente. Nuestro grupo rara vez se plantea los problemas de la mecánica de es-
ta instrumentalidad. Para los insurgentes, en su mayoría masculinos, la «femi-
neidad» es un campo discursivo tan importante como la «religión»” (1997:
25).
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II PARTE