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Las irresponsables voces que claman

«fraude electoral»
«Fraude electoral» en sentido amplio puede tener tiene varios significados. El fraude el día de la
elección se puede fraguar si el padrón electoral no es transparente, si los horarios de apertura de
los centros de votación no se respetan, si no se permite a los votantes emitir su voto con libertad o
si en el momento del conteo hacen amaños para alterar deliberadamente los resultados a favor de
un candidato.

En estos días ciertos grupos han denunciado un «fraude electoral» en las elecciones del pasado 16
de junio. No queda clara cuál es la hipótesis de estos, pero aparentemente denuncian un fraude en
el conteo de votos. Lo que motiva su molestia es la inconsistencia que mostraban los datos que
ofrecía el Tribunal Supremo Electoral (TSE) en su sitio web y los que reportan algunas actas.

Lo que se dio a conocer es que errores humanos en la digitación de datos y errores en la


programación del software que registra los votos son los responsables de tremenda confusión. En
algunos casos los digitadores cometieron errores en la tabulación de datos y en el caso de las
alcaldías y diputaciones, el error se debió a la programación debido a que había más de 20 partidos
y el diseño original no preveía esa situación.

No cabe duda que los errores son garrafales y el TSE tiene una cuota enorme de responsabilidad en
estos errores atribuibles a una mala planificación. Tampoco cabe duda que el TSE tuvo una
deficiente comunicación para informar a la población acerca de los errores cometidos. Felizmente,
eso sí, el TSE anunció que a partir del lunes, 24 de junio, empezará un proceso de revisión acta por
acta para asegurarse que los datos sean los correctos.

El hecho de que sea posible realizar un cotejo de las actas es muestra de que no podemos hablar de
un fraude electoral. De haber sido fraudulento no habría posibilidad de fiscalizar el proceso de
digitación. Ir más atrás no tiene sentido. Lo que figura en las actas es lo que consignaron los 9,850
guatemaltecos que integraron las juntas receptoras de votos en cada mesa de cada centro electoral,
para hacer fraude habría que contar con su complicidad, algo virtualmente imposible. Además, estas
juntas estuvieron vigiladas por los fiscales de los partidos y por observadores internacionales. De
hecho, la misión de la OEA para la observación de las elecciones se pronunció tajantemente al
afirmar que no hubo fraude.

Con esto no digo que las cosas sean color de rosa en nuestro país. Nadie duda que nuestro sistema
político adolece de múltiples fallos. De hecho, el índice de democracia de la revista The Economist
nos califica como un régimen híbrido entre una democracia y un régimen autoritario. De hecho,
Guatemala tiene la quinta peor calificación de la región y superamos únicamente a Haití, también
considerado régimen híbrido, y a Nicaragua, Venezuela y Cuba, los tres considerados regímenes
autoritarios.

Pero una de las pocas cosas de las que podemos estar orgullosos los guatemaltecos es precisamente
de la transparencia del evento electoral y su conteo. Es profundamente lamentable que el partido
de gobierno, con su rotundo fracaso al obtener el peor resultado de un partido oficial en la era
democrática, hable de fraude electoral. Tampoco que el MLP, que dio la sorpresa en las urnas gracias
al voto antisistema, pero que demostró no tener demasiada afinidad de sus bases al lograr apenas
un diputado y no ganar una sola alcaldía, se cuelgue del discurso del fraude para intentar revertir el
resultado.

No podemos tolerar que voces radicales griten fraude sin una sola evidencia sólida para
demostrarlo. Ojalá el TSE entienda la magnitud del problema, corrija la plana y aborde el tema con
tino y una buena comunicación para evitar que las dudas alimenten a estas irresponsables voces.

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