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Con estos requisitos, se considera necesario para ingresar a la Iglesia (como paso de
obediencia y no como requisito para obtener la salvación) el bautismo del creyente, por
inmersión completa en agua. El bautismo es precedido por una profesión pública de fe en
Jesucristo como Señor y Salvador.
El señorío de Jesucristo: Este principio se considera vital y del cual depende todos los demás.
Como declaró John Smyth en 1610 “Solo Jesucristo es Rey y Juez de la Iglesia y la conciencia”.
Muchos bautistas a través de la historia ofrendaron sus vidas por este principio. Además, es
rechazada toda jerarquía en la Iglesia fuera de Jesucristo. La asamblea es gobernada por
líderes y siervos al servicio de Jesucristo, guiados por la Palabra y en la orientación del Espíritu
Santo. (Mateo 28:16-20; I Corintios 11:3; Filipenses 2:9-11; Efesios 1:17-23; Colosenses 2:8-
15).
La Biblia es la única regla de fe y práctica: La Biblia es el libro de Dios. Los bautistas defienden
que toda la Biblia es palabra de Dios, en ella Dios revela su voluntad para los seres humanos
y que es superior a las tradiciones, las experiencias y el intelecto. Además, es la única fuente
de autoridad y con ella debería terminar toda discusión teológica. (Hechos 17:10-12; II
Timoteo 3:16-17; II Pedro 1:19-21).
El bautismo del creyente: La práctica del bautismo no comenzó con Juan el Bautista en el río
Jordán, sino que era una práctica del pueblo judío para con los prosélitos, y simbolizaba el
compromiso de ser fieles a la doctrina y a la Ley del pueblo de Dios. Sostienen que el
bautismo es una ordenanza de Dios, que todo discípulo debe obedecer, siempre que sea
posible; debe ejecutarse por inmersión, lo cual simboliza muerte con Cristo a la vida vieja y
resurrección a la vida nueva. El bautismo, por tanto, debe de ser para personas convertidas.
Debe ministrar el bautismo un ministro de la iglesia local. (Mateo 3:13-17; Romanos 6:4-5;
Hechos 8:36,38-39; Efesios 2:8-9; Lucas 23:42-43; I Corintios 1:17; Colosenses 2:12).
Libertad de conciencia (libre albedrío): Es el principio bautista que defiende el derecho que
tiene cada ser humano de elegir por sí mismo. Parte de la idea de que este derecho le ha
sido concedido por Dios, y, por lo tanto, cualquiera que lo viole se estará oponiendo al mismo
Dios (Génesis 1:27, 3:22; Juan 1:12-13, 3:16, 10:27; Marcos 8:34, Romanos 14:3-12).
No creen en:
o La Transubstanciación
o La Consubstanciación
o La Presencia Mística
El sacerdocio de los creyentes: Martín Lutero retomó este principio en el siglo XV. Afirma que
todo creyente tiene el derecho y privilegio inalienable de comunicarse directamente con
Dios, por medio de Jesucristo, quien perdona los pecados. Es el Espíritu Santo quien ayuda a
tener comunión con Dios por medio de su palabra. En el Primer Congreso de la Alianza
Mundial Bautista en 1905, el Rev. Edgar Youg Mullins expresó en su mensaje: “Todos los
hombres tienen iguales derechos de acceso a Dios”. (I Pedro 2:4-5, 9-10; Juan 14:13-14; I
Corintios 12:7,12; Hebreos 4:14-16).