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AÑO 2037
-¡Déjalo en paz que sabes que a esta hora él se tiene que acostar!
José Gabriel desayunó apresurado, porque a los pocos momentos sonó el timbre,
programado por su padre con la música de Viaje a las Estrellas.
A lo largo de la carretera, el ómnibus se detuvo para recoger a otros niños de sus casas
y enrumbó hacia la escuela. Como había llegado temprano, tuvo tiempo para jugar
algo de básquetbol en el gimnasio y, lavarse la cara con agua tibia, antes de su primera
clase.
En su salón, colgó su casaca en el perchero ubicado a una altura conveniente para niños
de ocho años. En medio de todos los rostros andinos de sus compañeros, resaltaban los
dos niños blancos, que habían venido de Lima, en un programa de intercambio, para
mejorar su quechua y aprovechar para ver el sol por dos o tres meses.
La primera clase era sobre historia del Perú. Hablando en quechua, la maestra recordó a
los niños su tarea:
-Mi mamá dice que en esa época no había calefacción –señaló José Gabriel.
-No se conocía ni luz eléctrica ni energía solar –dijo Kusi, su compañera de carpeta.
-En realidad se habían descubierto hace mucho tiempo –aclaró la profesora –pero no
había en las casas de los campesinos.
-Es verdad, niños –explicó la profesora -. La vida era muy difícil para los campesinos
entonces, pero ¿todos los peruanos la pasaban tan mal?
-Claro que no -señaló Inti, el más estudioso de la clase -. En las ciudades de la costa la
gente vivía mucho mejor. Algunos tenían hasta empleadas serranas a las cuales
maltrataban.
-A ellas las trataban de tú, pero tenían que decirle a los dueños de casa señor o joven y
tratarlos de usted - añadió José Gabriel, usando esas palabras en castellano.
-Yo visité el Museo de la Segregación en Asia y era muy interesante –intervino Sinchi,
uno de los niños limeños, pronunciando con cuidado los sonidos más difíciles del
quechua– . Allí hacen que los visitantes se pongan unos mandiles para que sientan
cómo trabajaban las empleadas del hogar en esa época.
Todos los niños se pusieron a conversar sobre la última vez que habían ido a veranear a
Asia, Camaná o Paracas, hasta que la profesora les invocó a prestar atención:
-¿Y les contaron sus papás cómo eran las escuelas estatales?
-No había agua caliente ni papel higiénico en los baños -declaró Ollanta.
-Mis papás dicen que tenían que caminar varias horas para llegar al colegio, pero debe
ser mentira. ¡Se habrían muerto con tanto frío! -exclamó Huáscar.
-¡Mis papás también dicen eso! -agregó Kusi -¿Verdad que no había ómnibus escolar?
-¡Qué tontos! En lugar de caminar se hubieran quedado en casa a estudiar por internet
–indicó Ollanta.
-¡No había internet en las casas, pues! –exclamó con burla Inti y hubo otra risotada
general.
-Muchos niños no iban al colegio, porque tenían que trabajar ayudando a sus papás
–explicó la profesora.
-Una pregunta –dijo Micaela, la niña limeña-, en esa época había algo así como
“escuelas privadas”, ¿qué era eso?
-Allí las personas pagaban para que sus hijos tuvieran educación –explicó la profesora
–Bueno en esa época hasta se pagaba por las medicinas en los hospitales.
Siempre que llegaba a esa parte de la explicación, ella sabía que se produciría un
silencio y los niños se quedarían todos boquiabiertos. Ninguno quería decir lo que
todos estaban pensando. Poco a poco, fue Cahuide quien se atrevió:
-...Y si uno no tenía dinero, ¿entonces?
Nadie contestó, porque todos habían comprendido.
-Lo que yo no entiendo –señaló José Gabriel – es por qué en Lima derrochaban el
dinero y no les importaba que acá las personas se murieran de hambre o de frío.
-¿Por qué ahora a todos nos tratan como seres humanos? -quiso saber Huáscar.
-¿Por qué llora? –preguntó Chaska, viendo que una lágrima se deslizaba por la mejilla
de la profesora.
-Niños, lloro porque recuerdo todo lo que sufríamos sin que a nadie le importara.
O quizás la profesora lloraba porque ella y sus alumnos todavía son solamente parte de
un cuento, que ojalá en el 2037 pueda ser realidad.