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Lope de Vega
[Rozas, Juan Manuel, Significado y doctrina del arte nuevo de Lope de Vega, Alicante,
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002.]
Guion pedagógico
[A] Composición
[a)] Acción.
[b)] Tiempo.
[B] Elocución
[b)] El cultismo.
[C] Invención
[D] Peroración
[a)] Decorados.
[b)] Trajes.
[I]
[1]
Mándanme, ingenios nobles, flor de España,
(que en esta junta y academia insigne
en breve tiempo excederéis no sólo
a las de Italia, que, envidiando a Grecia,
ilustró Cicerón del mismo nombre,2 5
junto al Averno lago, si no a Atenas,
adonde en su platónico Liceo
se vio tan alta junta de filósofos)
que un arte de comedias os escriba,
que al estilo del vulgo se reciba. 10
Fácil parece este sujeto, y fácil
fuera para cualquiera de vosotros,
que ha escrito menos de ellas, y más sabe
del arte de escribirlas, y de todo;
que lo que a mí me daña en esta parte 15
es haberlas escrito sin el arte.
No porque yo ignorase los preceptos,
gracias a Dios, que ya, tirón gramático,3
pasé los libros que trataban de esto
antes que hubiese visto al sol diez veces 20
discurrir desde el Aries a los Peces.
Mas porque, en fin, hallé que las comedias
estaban en España, en aquel tiempo,
no como sus primeros inventores
pensaron que en el mundo se escribieran, 25
mas como las trataron muchos bárbaros
que enseñaron el vulgo a sus rudezas;
y así, se introdujeron de tal modo
que, quien con arte agora las escribe,
muere sin fama y galardón, que puede, 30
entre los que carecen de su lumbre,
más que razón y fuerza, la costumbre.
Verdad es que yo he escrito algunas veces
siguiendo el arte que conocen pocos,
mas luego que salir por otra parte 35
veo los monstruos, de apariencia llenos,
adonde acude el vulgo y las mujeres
que este triste ejercicio canonizan,
a aquel hábito bárbaro me vuelvo;
y, cuando he de escribir una comedia, 40
encierro los preceptos con seis llaves;
saco a Terencio y Plauto de mi estudio,
para que no me den voces (que suele
dar gritos la verdad en libros mudos),
y escribo por el arte que inventaron 45
los que el vulgar aplauso pretendieron,
porque, como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.
[2]
[3]
[II]
[0]
Si pedís parecer de las que agora
están en posesión, y que es forzoso16
que el vulgo con sus leyes establezca
la vil quimera de este monstruo cómico, 150
diré el que tengo, y perdonad, pues debo
obedecer a quien mandarme puede,
que, dorando el error del vulgo, quiero
deciros de qué modo las querría,
ya que seguir el arte no hay remedio, 155
en estos dos extremos dando un medio.
[A]
[1]
[a)]
[b)]
[2]
[a)]
[b)]
[3]
[a)]
[b)]
[( )]
[c)]
[B]
[4]
[a)]
[b)]
[( )]
[sigue c)]
[d)]
[al 7]
[5]
[6]
[C]
[7]
[a)]
El engañar con la verdad es cosa
que ha parecido bien, como lo usaba 320
en todas sus comedias Miguel Sánchez,
digno por la invención de esta memoria;
[b)]
[c)]
[d)]
[8]
[9]
[a)]
[b)]
[( )]
[D]
[10]
[a)]
[b)]
[III]
[1]
[2]
[3]
Prólogo
Hay que repetirlo todavía: el Arte muevo es obra capital, no sólo en la literatura, sino
también en la cultura española. Aunque la crítica le dedica hace años considerable atención,
hemos de remachar, una vez más, el clavo de su importancia histórica y doctrinal -incluso a
nivel europeo- porque se la juzga aún, con frecuencia, con reparos, con reservas, como con
desconfianza. Hace sólo una decena de años un gran lopista no lo encontraba «a la altura de
Lope». A mí me parece una obra que está «a la altura de las circunstancias», como se titula
un libro de Guillén, que lleva -muy intencionadamente-, como lema general, esta frase de
Antonio Machado, que a su vez responde a un título de Romain Rolland: «Es más difícil
estar a la altura de las circunstancias que au-dessus de la mêlée». En realidad -saliendo del
tono político de la frase- Lope quiso colocarse, al escribir el Arte nuevo, «au-dessus de la
mêlée», y así lo fue haciendo a trancas y barrancas en sus primeros ciento cuarenta y seis
versos, pero luego -viendo que no podía quedarse fuera del problema- se colocó en el resto
del poema «a la altura de las circunstancias». Circunstancias personales, al ser hombre de
humilde origen que se eleva en la sociedad barroca, entre nobles y aristotélicos, por medio
de la poesía; circunstancias nacionales, al ser cabeza visible de un género literario
fundamental a la cultura española, y circunstancias internacionales, al ser uno de los
primeros europeos que se planteó, en la boca de la modernidad, la querella -traduzcamos el
término en su honor- de los antiguos y modernos. Querelle: elegante voz académica
traducible por el familiar mêlée. Lope estuvo «a la altura de las circunstancias» barrocas, y
entró, a su modo, pero de lleno, en la querelle, cuando comprendió que no podía quedarse
«au-dessus de la mêlée». Todo este juego de palabras nos permite centrarnos en cuestiones
muy conocidas de nuestro barroco literario, cuya repetición creo pertinente no obstante, al
frente de un libro que ha salido, en parte, del aula, a donde espero que vuelva alguna vez.
Entre las dos partes del Quijote, de 1605 a 1615, culmina la gran madurez de nuestras
letras. En esas fechas la novela llega, con el Quijote y las ejemplares, a la cumbre; en la
lírica una serie de hechos interesantísimos, como la publicación de las Flores, de Espinosa,
o las obras de Carrillo, preparan el camino que se hace avenida con el boom gongorino;
Lope, mientras tanto, tienta la epopeya nacional con la Jerusalén; la crítica se desarrolla
extraordinariamente, al compás de comentaristas y polemistas múltiples. El número de
escritores -muchos de ellos diestros en varios géneros a la vez- se multiplica por tres con
respecto al siglo anterior. Entonces, al compás que se consolida el teatro nacional en los
corrales y plazas de todo el país, aparece el texto fundamental de la doctrina dramática en
forma de forzado manifiesto: el Arte nuevo. Lo escribe la cabeza visible del género, Lope
de Vega, quien fija por escrito, y la defiende ante las minorías, una poética aplaudida en la
práctica por las mayorías, desde hacía algunos años.
Mateo Alemán, Espinel, y más aún Cervantes, publican sus grandes obras al compás de la
generación siguiente a la suya. Esto se efectúa tras la muerte de Felipe II, cuando Madrid se
hace irremediablemente la Babilonia cortesana de pretendientes y burócratas, llenándose de
hombres y mujeres ociosos, o a la espera, que necesitan literatura y teatro para su tiempo
libre. Madrid se hace antesala de un Imperio en decadencia. Y en la antesala de ese gran
privado que es el Imperio se lee, se escribe y se representa, para matar la impaciencia, para
tratar de entender la decadencia de ese Imperio, y para apuntalarlo, en sus justicias y en sus
injusticias.
En esos años -de acuerdo con las necesidades de una literatura en manuscritos, para
pocos, en impresos, para bastantes, y en escena, para muchos- Góngora, Cervantes y Lope,
a los que se suman una multitud de escritores que casi todos acaban en Madrid, consolidan
los tres grandes géneros literarios, y los nacionalizan desde presupuestos italianos, y los
hacen barrocos desde presupuestos renacentistas. Lope de Vega es el único de los grandes
que tocó todos los géneros con suficiente calidad -con lo que evidentemente perdió en
intensidad lo que ganó en extensión-: fue novelista largo y corto; poeta lírico, épico y
didáctico; ensayista y crítico; fecundo epistógrafo en prosa familiar y verso elevado, y, por
supuesto, dramaturgo. Por eso, y por su fama inusitada, puede ser el centro de la teoría toda
de la literatura barroca. (No pienso ahora en valoraciones ni categorías.) Desde él, en
efecto, se llega a todos los capítulos de la literatura barroca: por un lado, a la compleja
cuestión gongorina y al problema de lo castizo y lo culto, de lo popular y lo tradicional; por
otro, a la cuestión neoaristotélica, ya sea en torno a la epopeya, ya al teatro; por otro flanco
se llega a lo nacional y a la cuestión de los antiguos y modernos. Y personalmente está
estrechamente ligado, apoyado o no, a todos los hombres de la literatura del momento.
Empezando por Cervantes y terminando por Calderón, casi no hay escritor del siglo XVII
que no esté directamente a favor o en contra de Lope y su obra.
Un capítulo importante de ese sistema literario -en cuyo centro está casi siempre Lope
como un imán- es el del Arte nuevo. Igual que las Novelas ejemplares y las Soledades
llenan, en novela y poesía, todo el siglo y aún pasan al siguiente, la doctrina del Arte nuevo
llena la teoría y la práctica de los teatros de cien años. Sus ideas -a veces casi con sus
mismas palabras se repiten y se refrendan por toda una serie de textos teóricos posteriores,
que son, ni más ni menos, la historia que la querella de los antiguos y de los modernos en
nuestro país. Boyl, Guillén de Castro, Tirso, Rejaule (o sea, Ricardo de Turia), Barreda,
etc., son jalones fundamentales en la historia de esa modernidad teatral. Todos se declaran
discípulos de Lope. Todos los nombrados tienen el Arte nuevo como bandera. E incluso
para hombres alejados del grupo de Lope, desde Pellicer (1635) al P. Alcázar (ca. 1590), el
Arte nuevo es fuente declaradamente directa. Y esta situación dura a través de la crisis que
sufre el lopismo en manos de los calderonistas de la segunda mitad de siglo, que se hace ya
histórica en Bances Candamo en el límite con el siglo XVIII.
Todas estas cuestiones -tan sabidas por los colegas como importantes para los
alumnos- me hicieron elegir como tema, del primer curso monográfico que debía dar en la
Universidad Autónoma de Madrid, el teatro de Lope, dándole al tema teórico del Arte
nuevo, y en general a la doctrina teatral barroca, la parte del león. Pues la lírica barroca, en
gran parte por influjo de la crítica que parte del 27, está excelentemente estudiada y en vías
de buena divulgación entre nuestros estudiantes. La novela del Siglo de Oro -léase, sobre
todo, la picaresca- ha sufrido recientemente, en manos de tres o cuatro investigadores
nacionales, un gran avance y un definitivo enfoque. Sin embargo, el teatro barroco sigue sin
tener muchos estudiosos dentro de España, a nivel de investigación y aula, y por razones
históricas que a veces arrancan del 98, ha sido dejado en muchos aspectos a la piedad de
manos extranjeras, bien habilidosas por cierto, especialmente anglosajonas.
Este libro, pues, es fruto de una parte de esas clases, repetidas y ampliadas, durante
tres cursos consecutivos. Cuando un libro procede -más o menos directamente- de un curso,
tiene un carácter especial, para mí generalmente grato. Hay partes que son aportaciones
nuevas, dirigidas especialmente a críticos y profesores, que podríamos llamar, con una
terminología periclitada, el libro del profesor. Pero el armazón intencional de la obra va
forzosamente encauzado hacia el alumno, en ese nivel tan interesante de los últimos años
universitarios en que es ya «un tirón investigador», en la parte que podríamos llamar libro
del alumno. Esta obra tiene esa ambivalencia. No dudo que haya en la Parte general, El
significado del poema, e incluso, esparcidas por la Parte especial, El contenido doctrinal -
más pedagógica-, algunas aportaciones al Arte nuevo. Pero el conjunto del libro está
pensado con mente de profesor que quiere explicar lo que la máquina del Arte nuevo
significa en el momento crítico del Barroco español, a unos alumnos que estaban muy
necesitados de presupuestos y puntos de apoyo previos, a los que había que puntualizar,
antes de hablar de tragicomedia, lo que era teatro, lo que era tragedia, lo que era poética y
lo que era la Poética de Aristóteles. De todo esto el libro se resiente, tal vez, en varias
partes, por lo que pido perdón a los lectores avezados.
Se divide mi trabajo en dos partes muy distintas, como acabo de mencionar. Es la
primera una interpretación global del significado de la obra, y la segunda una explicación
detallada y sencilla de la doctrina de la obra. En esta segunda, junto al comentario literal del
texto del Arte nuevo, he trazado siempre -en razón del origen de mi trabajo- tres líneas
maestras hacia tres problemas que complementan la lectura del poema. Una, hacia atrás,
buscando la posición -Aristóteles, Horacio, teóricos del Renacimiento- de la tradición
clásica. Otra, hacia adelante, buscando la confirmación de las palabras de Lope en sus
seguidores, y dando, a veces, como contrapunto, la voz de sus contradictores. De esta
manera el libro es, en bastantes de sus páginas, un acercamiento a la teoría dramática
barroca, partiendo del Arte nuevo. La tercera línea es centrípeta, y mira hacia la propia obra
dramática de Lope, para comprobar, a trechos, sus teorías con su práctica.
Por último, quiero explicar la gran deuda que este librito tiene con varios
investigadores. Creo que lo he redactado en un momento oportuno, en el que contaba -
además de la lejana y fundamental base erudita que va de Morel-Fatio a Menéndez Pidal-
con aportaciones recientes, en varios sentidos, que me facilitaban el terreno. Así, las
aportaciones de Froldi y Montesinos; así, el primer libro que intenta ser exhaustivo sobre el
tema, realizado por mi amiga Juana de José. En muchos aspectos sólo he tenido que
colocarme detrás de ellos. También en este tiempo aparecieron dos obras que, sin tratar
primariamente del Arte nuevo, han sido muy útiles para mi propósito. La Preceptiva
dramática española del Renacimiento y el Barroco, de Sánchez Escribano y Porqueras -
muy mejorada y ampliada en la segunda edición (1972)-, es ya un corpus suficientemente
completo para seguir con toda comodidad en la enseñanza y en la investigación la teoría
dramática de la época, pues permite llevar en la mano -hecho mundo breve, como dirían los
barrocos- lo que ni en una buena biblioteca se podría encontrar reunido. Por otro lado,
García Yebra nos daba, en 1974, una edición trilingüe de la Poética, de Aristóteles, con
extensas notas, que resolvía excelentemente múltiples problemas a los no especialistas del
mundo clásico. En el texto y a pie de página va el mejor agradecimiento para todos estos
maestros y colegas que puedo ofrecerles: el haberlos citado continuamente. Quiero dar las
gracias también a José Manuel Blecua Perdices y a Charles Amiel, que comprobaron para
mí datos en bibliotecas de Barcelona y París. Y gracias, por fin, a los alumnos de esos tres
cursos que, con sus preguntas y respuestas -en clases todavía reducidas-, me han planteado,
y aun resuelto, numerosos problemas.
Parte general
El significado del poema
1. El texto
A pesar de los años y leguas recorridos por el lopismo todavía nos quedan algunos
problemas textuales y bibliográficos por resolver en torno al Arte nuevo. Como es sabido, el
poema se publicó por primera vez en las Rimas de 1609, texto que reeditó, en facsímil, A.
M. Huntington, y que ha reproducido en nuestros días, en edición anotada, José Manuel
Blecua1. Desde 1609 a 1623 se reeditan las Rimas, y con ellas el Arte, varias veces. Pueden
verse en la bibliografía de Juana de José las correspondientes papeletas2. Registra cinco
ediciones auténticas de las Rimas en ese período más una -al parecer- suelta del Arte nuevo.
El problema está en esta última. Juana de José ficha una portada del Arte nuevo con un
pie de imprenta bien posible: Madrid. Viuda de Alonso Martín, 1621. Y este comentario:
La cuestión, que parece mínima, no lo es tanto para mí. Tengo la convicción, e importa
mantenerla dentro de mi enfoque del Arte nuevo, de que fue obra que circuló por las mesas
de escritores y eruditos, en el contexto de la polémica con los aristotélicos, y que no hubo
necesidad de divulgarla, en una suelta, entre cómicos y espectadores de pocas letras, porque
estos vivían alejados de tamañas teorizaciones y polémicas. Creo que el Arte no salió de su
lugar: un poemario culto, dentro de un libro de poemas cultos, y que no funcionó
expresamente como un manifiesto popular para uso de todos, o poco menos, tal como
convendría a una interpretación romántica de la obrita.
Por ello he tratado de averiguar la existencia o la fantasmagoría de esa suelta. Había en
pro de ella tres datos:
Empecemos por los dos últimos puntos. En la Colección Sedó había una papeleta de
esa edición en los ficheros, pero la obra no aparecía. La habían trasladado a la Biblioteca de
Cataluña. Allí volvía a aparecer, pero al encontrar el libro resultaba la edición citada de La
Dorotea de 1736. Lo mismo ocurría en el Arsenal. Simón Díaz debió de ver, en los
ficheros, la papeleta del Arte nuevo, según testimonio de Juana de José. Pero, visto el libro,
se comprueba que es también el Arte con que
Portada de la edición de Rimas de 1609, en la que aparece por primera vez el Arte nuevo.
finaliza La Dorotea de 1736. En esta biblioteca tienen -o tuvieron- ambos textos una
variante en la signatura. La Dorotea es Re 6631 y el Arte Re 66312. Por eso figuraba como
obra aparte.
En ninguna de las dos bibliotecas existe, pues, tal suelta. Yo empecé a sospechar esto
cuando un librero, y creo que con buena intención, me mostró una suelta del Arte nuevo, de
Madrid, Viuda de Alonso Martín, 1621. Me abalancé sobre el ejemplar, pero nada más
pasar la hoja de la portada vi, abajo, una signatura de un pliego: -S4-. No había paginación,
pero los pliegos lo aclaraban todo. Era un trozo de un libro que luego descubrí que era La
Dorotea, de 1736. Tan claro estaba que el librero me regaló, amablemente, el interesante
trozo de libro.
Queda en pie la primera prueba que, aunque indirecta, no es despreciable. ¿Por qué
Alonso Padilla, en 1736, puso esa portada de 1621? La contestación la fui hallando poco a
poco. Primero vi que Pérez Pastor (núm. 1.804) hablaba de unas Rimas de 16214. No las
había visto, pero constaba que la Hermandad de Impresores de Madrid recibió el 2 de enero
de 1622 los dos ejemplares que le correspondían. Con esta pista se trataba de mirar en los
catálogos de bibliotecas con fondos españoles importantes, y en el de Clara Penney, de la
Hispanic Society, aparecía con la deseable seguridad. Al catalogar las Rimas entre las
ediciones de 1602, 1605 (auténtica y apócrifa), 1609, 1611, 1613 y 1623 venía la de
«Madrid, Viuda de Alonso Martín [for], Alonso Pérez, 1621. Pérez Pastor (1804). Cosens
4671 (HSA cop.)»5. Y después venía otro ejemplar de las Rimas de 1621 en el Catálogo de
algunas obras no dramáticas de Lope de Vega, formado -en la ya rara revista Papyrus-6 por
Joaquín Montaner, con ejemplares de su propia biblioteca. Montaner, con razón, marca la
rareza de esta edición, señalando que no figuró en la exposición de Lope de la Biblioteca
Nacional de 19357. Ahora todo aparecía más claro. El librero Alonso Padilla poseyó unas
Rimas de 1621. Al añadir el Arte nuevo al fin de La Dorotea para cubrir la parte de pliego
que le sobraba, acudió a ellas. Y, o bien por exceso de detalle, o bien por despiste del
impresor, al confeccionar una portada para la obrita añadida, se dieron las señas del pie de
imprenta de donde se sacaba. La suposición de mala fe por parte del librero, tratando de
hacer creer en una suelta, no es probable. Hubiese elegido otro año y otro impresor, y no
esos en los que ya había una edición con las Rimas.
Portada de las Rimas de 1621 (por cortesía de la Hispanic Society) y pseudoportada del Arte nuevo en la
edición de Alonso Padilla, al final de La Dorotea (Madrid, 1736). Nótese el calco del pie de imprenta, incluso
en la absurda mención con privilegio.
En efecto, es el primero en abandonar la absurda idea de que el Arte nuevo tenía que
tener tono de tratado -y de tratado positivista- y pasa a considerarlo como «un poema
esencialmente personal, y contiene enseñanza objetiva sólo en apariencia, es decir,
festivamente»24. Este último adverbio es sólo la verdad a medias, pero podemos
perfectamente perdonárselo, pues Vossler quiere decir que no es un poema erudito y
didáctico, sino vivido irónicamente, y la ironía roza siempre el humor. Sin embargo, debo
ya de atajarle, diciendo que el Arte nuevo tiene mucha doctrina objetiva, y hasta sirve para
enseñar comedia barroca, de una forma pedagógica en el aula incluso, pero una vez que nos
hemos desligado, en abstracción, del yo lopista circunstancial y comprometido. Otro paso
dio el hispanista alemán, y este de manera irreprochable. Por primera vez, y de un modo
que hoy llamaríamos formalista, explica: «Dada la índole del designio se le ofrecía como
forma natural y tradicional la epístola poética de estilo horaciano. Lope la italianiza al
servirse del endecasílabo sin rima, y la ironiza además al concluir con rimas [se refiere a los
pareados] las distintas cesuras de sentido»25.
Este me parece que debe ser el arranque para todo comentario del Arte nuevo, y de él
partiré. Es el primer comentario que ve la obra, primero, como una realidad literaria, como
una estructura vital artística, y luego como una fuente de conocimientos dramáticos.
En 1935 Menéndez Pidal intentaba dar por primera vez una explicación coherente del
contenido del Arte nuevo -y al mismo tiempo coherente con sus propias ideas sobre la
literatura y el tradicionalismo del Romancero, lo que no resulta siempre viable-. Es también
equívoca la idea del maestro de la filología española de seguir acercándolo a los románticos
en frases como: «Este vituperio de sí mismo, común a los espíritus románticos, que vemos
también en Zorrilla, otro favorito de la popularidad»26. Creo que Lope, cuando se pone
estratégicamente pudoroso y modesto, lo hace en nombre del Renacimiento como autor de
su Arcadia, o de su Jerusalén, obras con poco espíritu romántico. Tal vez también se
exceda el maestro en el concepto de lo natural frente al de arte. Froldi se lo ha criticado, y
Montesinos, sin explicitarlo, también, al reexplicar una idea de Lessing27. Pero sí puso una
piedra esencial, sobre la ya colocada por Vossler, cuando ve el Arte nuevo consecuente con
todo Lope, con su vida y con su obra, empezando ya por los preceptos que le enseñaron a
Lope en las escuelas: «Yo creo que dudó siempre [de los preceptos clásicos] desde cuando
niño de diez años»28. Esta idea se complementa con la defensa total de Lope, dentro de su
sistema, frente a Corneille: «Lope fundaba un estado libre, y es bien de estimar que nos
ahorre una tristeza semejante a la de ver al gran poeta francés obligado a escarbar en
Aristóteles la aprobación de lo que su propia conciencia artística aprobaba»29.
Hasta nuestros tiempos, pues, hasta Froldi y Montesinos, hallamos dos ideas
fundamentales: la de Vossler, el Arte nuevo ha de ser tratado como una personal epístola
horaciana, no como un tratado erudito, y la de Menéndez Pidal, el Arte nuevo es
consecuente y coherente con las dudas que a Lope, ya desde niño -vital y
generacionalmente- le surgieron sobre la tradición dramática aplicada al siglo XVII.
Quiere decir Froldi, como también ha demostrado Sánchez Escribano32, que Lope
aprovecha en lo posible la doctrina aristotélica, sin creer en preceptos absolutos, e
introduciendo el concepto de relatividad e historicidad, fundamental para la comprensión de
la vida de los géneros literarios. Por otro lado Froldi enlaza con Vossler al considerar que el
Arte presenta la horaciana forma epistolar («un garboso sermo horaciano»), con la que hace
una airosa autodefensa y «una elegante y socarrona sátira de los pedantes»33. (Esta última
expresión, contaminada de la Ilustración, resulta excesiva en su formulación, pero real en
su contenido.)
3. Estructura y composición
Causa sorpresa ver que ninguno de los críticos mencionados en el capítulo anterior
haya hecho un análisis detenido de la estructura del texto. Y mucho menos un estudio de
funciones y relaciones de, y entre, sus partes. Juana de José hace un resumen del contenido
de la obra, pero no una estructura. A ella le interesa ordenar el contenido a posteriori -y por
eso lo hace en las conclusiones-, no para clarificar sus propias ideas, sino para aclarárselas
al lector. Mi punto exacto de partida es, por el contrario, la composición, ordenación y
estructura del texto. Lo estructuro con métodos parecidos a los que sigo al comentar un
texto de pura creación. Juana de José -como por otros motivos había hecho Sinicropi-38
hace una ordenación temática, yo deseo hacer una ordenación funcional. A ella le interesa
resumir y a mí volver a reescribir, es decir, repensar, el Arte nuevo, en un tipo de crítica que
se parecería a lo que llama Barthes metacrítica, dicho esto sin propósito más firme que el de
hacerme entender con rapidez. Juana de José, en fin, y sobre todo, hace una ordenación
externa solamente, sin tener en cuenta la dinámica, la función de las partes y el significado
de esa ordenación, que sólo puede ser vista juzgando esas partes y su interacción como un
sistema. Pondré un ejemplo, más por aclarar mi punto de vista que por contradecir a mi
inteligente amiga. Cuando ella lee en el Arte:
(vs. 157-58)
(vs. 174-75)
dirá que aquí está el concepto de tragicomedia. Basta una mirada de conjunto a los dos
pasajes para ver que son las dos caras de un mismo concepto, la tragicomedia: a) la mezcla
de reyes con los personajes comunes de la comedia; b) la mezcla de lo trágico y lo
cómico39.
Por el contrario, cuando ella llama, al resumen que hace Lope de Robortello sobre el
teatro clásico, El arte antiguo, y lo opone al Arte nuevo, está viendo también el texto desde
el tema. Para mí esa parte rebortelliana del Arte antiguo funciona como prólogo, y nada
más, de la parte central y en realidad única, del Arte nuevo, que es en la que Lope habla de
su teatro. Funciona como demostración por parte de Lope -en una evidente captatio
benevolentiae - de que se conoce y respeta las reglas y la teoría de la tragedia y la comedia
clásicas. Empezar directamente con su arte novedoso, sin una máxima concesión de tipo
prologal al arte antiguo, era improcedente e imprudente.
Se demuestra esto examinando el pasaje en que se unen las dos secuencias de versos,
las que tratan del Arte antiguo -para mí, una parte del prólogo, aunque extensa, y no una
parte per se- y la del Arte nuevo. Lope, en el verso 128, tras larga erudición, que es un
paréntesis, por más extensa que sea, vuelve a sus argumentos del principio, con una
adversativa:
En las líneas siguientes voy a intentar reducir el Arte nuevo a una estructura que tenga
en cuenta, a la vez, todas las partes de la obra, formando un sistema y teniendo unas
funciones que nos expliquen después qué significa esa estructura.
Elíjase el sujeto...
Ahí empieza a dar directamente materia sobre la forma de la comedia nueva. Sin
embargo, debemos examinar más despacio la cuestión. Existe, un poco más arriba, una
anáfora que declara tajantemente dónde se ha de dividir con precisión el texto. En el verso
141 leemos: Si pedís Arte, y en el 147: Si pedís parecer. Entre estas dos frases anafóricas,
por cierto vitales para el Arte nuevo, a causa de plantear la ecuación arte-experiencia, está
la división. En efecto, hasta el verso 146, como luego detallaremos, el texto tiene un sentido
prologal, preliminar al propio Arte nuevo, del que el último período:
Tenemos ya aislada una zona, la II, Central o Doctrinal, entre los versos 147 y 361. En
ella está el verdadero Arte nuevo, fuera de ella, a un lado y a otro, está esa confusa -por
hábil-, captatio benevolentiae, simpática, humilde e irónica a la vez, que por ser una
verdadera representación de un soliloquio teatral no podremos nunca desentrañar
totalmente, pues el gesto, la entonación, la sonrisa son vitales -como ocurre en muchos
pasajes de comedias antiguas- para entender el verdadero sentido del texto. Los críticos,
con mucha frecuencia, se han engolfado, una y otra vez, en esa máquina confusa, como
dice Lope, importándoles más la intención y la autobiografía de Lope que la doctrina que
sobre su Arte nos da. No caigamos en esa trampa y empecemos por analizar la doctrina,
parte fundamental; después, tal vez lo que hayamos visto en esta parte, nos sirva para
comprender lo accidental, que son las otras dos, a pesar de la intención y las mañas de
Lope.
En la Parte doctrinal, o II, se advierten diez apartados de muy diversa longitud y muy
claramente separables, aunque Lope, llevado por la prisa y por la asociación de ideas, falle
en su composición en dos o tres ocasiones, lo que es poco para un poema relativamente
largo.
Desde el verso 246 hasta el 297 -apartado 4- nos habla del Lenguaje. Destacan dos
aspectos principales: el lenguaje en relación con la situación dramática, y en relación con
los personajes. Que del 3 al 4 hay un paso grande, que luego explicaré, se nota en que los
tres primeros venían siempre unidos con la voz sujeto, como hablando de un tema no
empezado a componer, con sentido de materia previa o de invención que se va a
estructurar; y ahora, en el 4, empieza: Comience, pues..., es decir, redacte, entre en la
elocución, lo que nos muestra, una vez más, que el -texto se va partiendo él solo, por una
serie de palabras clave40.
Hasta aquí la extensión de estos apartados es considerable. Mas, desde ahora, por la
menor importancia de los problemas, desde el punto de vista de Lope, y seguramente por la
prisa, veremos cómo los siguientes puntos se van acortando. Así ocurre ya con el 5, que
trata de la Métrica, y que va (Acomode los versos...) desde el verso 305 al 312. Y con el 6,
que trata de Las figuras retóricas, que se extiende sólo del 313 al 318.
Tras un pareado, empieza el 7, de una forma más abrupta, y sin que haya una
indicación clara de parte nueva, si no es, naturalmente, el contexto. Nos habla ahora de la
Temática, desde el verso 319 hasta el 337. El apartado 8 es el más breve (vs. 338-340) y sin
embargo, tiene independencia y sentido unitario, pues trata de la Duración de la comedia,
en lo temporal y en la extensión de la escritura. Algo parecido pasa con el 9, sobre el Uso
de la sátira, que va desde el verso 341 al 346.
Para un dramaturgo que nunca montó sus propias obras, aquí terminaba en realidad su
preceptiva. Y así parece que va a ser, cuando escribe:
pero se acuerda de los decorados y del vestuario, y añade unos pocos versos más (hasta el
361) sobre esta cuestión. Llamemos a este apartado el 10.
Ordenando todo lo dicho, resulta que en la parte II existen diez apartados fácilmente
separables:
1. Concepto de tragicomedia.
2. Las unidades.
3. División del drama.
4. Lenguaje.
5. Métrica.
6. Las figuras retóricas.
7. Temática.
8. Duración de la comedia.
9. Uso de la sátira: intencionalidad.
10. Sobre la representación.
Varias consecuencias se pueden extraer de este esquema. Pero hay una que es
inmediata, por lo fundamental, y que no ha sido aprovechada por la crítica. Estos diez
núcleos doctrinales se agrupan entre sí en cuatro mayores, y de esta manera encajan sin
violencia en los límites de un tratado completo de Retórica clásica. Veámoslo con detalle.
Y, por último, la parte 10, final y aislada, será la D. Simboliza -cuidado, sólo
«simboliza»- la peroratio de las retóricas de los oradores: aquí, montaje escénico.
Esta ordenación nos permite sacar cinco conclusiones, partiendo de la forma, para
llegar al contenido, qué son las siguientes:
1. El Arte nuevo se articula en dos líneas: la principal, es decir, la doctrinal (II) nos da,
en diez apartados, cómo es la comedia de 1609, y esto lo cumple Lope, más o menos
brevemente, pero con precisión, siguiendo los puntos de la Retórica tradicional. La otra
línea es complementaria, y radica en la captatio benevolentiae de la parte prologal (I) y de
la parte epilogal (III). Este segundo camino está dentro de un género específicamente
académico, en el peor sentido del término. Mientras que el primero es académico en el
sentido más positivo, de doctrinal. Sobre la división de las partes prologal y epilogal -que
tanto monta- volveré más adelante.
2. A un nivel más profundo, el Arte nuevo muestra una dinámica de tres fuerzas o
elementos que se entrecruzan: la ironía, la erudición y la experiencia de drama Al no aislar
de salida esta última fuerza, que es la realmente valiosa, la crítica, en general, se ha dejado
coger en la triple red del poema sin saber a cuál acudir en cada momento. Son, sin embargo,
fácilmente aislables. Desde luego, haciendo una abstracción, e incluso de un modo físico,
pues cada una de las tres fuerzas tiene una parte donde específicamente tiende a centrarse.
La experiencia recorre victoriosa la parte II; la erudición se asienta sobre todo en la I; y la
ironía está concertada de un modo especial en los pareados de todo el poema. (La III es una
abreviatura, con sus latines, de la I.)
3. Estructurar así el texto y ver los resultados es acabar -creo- para siempre, con la
nostalgia de un Arte nuevo grande y contundente. Es breve sólo relativamente: si lo
comparamos con un tratado de estética del siglo XIX. Como poema escrito en unas
circunstancias concretas es del tamaño que es, y guarda un orden tan convencional y
escolástico como es el de la vieja retórica. Y dice con la suficiente claridad en la parte II, de
acuerdo con su género y «existencia», todo lo necesario.
4. Ahora bien, hay evidente desproporción entre los diferentes apartados. Esta
desproporción no se debe sólo a la distinta importancia que esos diferentes problemas
tenían para Lope. Desde luego, para él, lo nuevo, lo renovador, era lo referente a la
composición (A, 1, 2, 3,) y por eso empieza por ahí, y no por la temática; y por eso dedica
muchos más versos a los conceptos de tragicomedia o de unidades -que eran los
conflictivos- que a los temas o a las figuras retóricas. Pero hay también, sin duda, un
cansancio que desproporciona esa parte doctrinal. Porque, si bien los apartados importantes
tienen un número de versos aceptablemente comparables (24, 30, 35, 52, 19), otras tienen
un número excesivamente corto, aun contando con su menor interés (8, 6, 3, 6, 12). La prisa
o el cansancio -y el menor interés, pues en el apartado 7, Temática, vuelve con 19 a una
cifra semejante a las primeras- parecen llegar con el punto 5, la Métrica. Lope opta por
concentrar su estilo y logra así uno de los pasajes justamente famosos, por su concreción y
precisión, en frases como:
El punto 7 era muy importante, los temas, y le da, claro, como he señalado, bastante
más espacio, y opta en él por seleccionar problemas. El 8 y el 9 son los que más sufren. Ya
aquí se muestra decidido a acabar rápidamente. Por eso, al terminar este punto es cuando,
pidiendo excusas por lo abreviados que van estos puntos, dice:
Sin duda, no mentía. Era la prisa su mayor enemigo. Pero se acuerda del montaje, y
vuelve a él, despachándolo en doce versos.
5. Había gastado demasiado tiempo y espacio en el prólogo. Nada menos que, 146
versos. De ahí su prisa ahora. ¿Pero era esto un fallo? Desde un punto de vista positivista,
desde la perspectiva de un tratado científico, sí. Desde el punto de vista de Lope, no tanto.
Por dos razones. Primera, porque la gradación de extensión de los diez apartados -a pesar
de la prisa- está en función de la novedad e importancia de la doctrina. ¿Cómo dar igual
longitud al concepto de Tragicomedia que a la duración de la comedia; cómo dar iguales
versos a las unidades que a los decorados, sin relevancia en la época; cómo equiparar
lenguaje dramático en general a las figuras retóricas, tema más propio de la retórica de los
dómines? Segunda, porque esa pérdida de tiempo, en la parte prologal (I), que en realidad
tiñe todo el Arte nuevo, era para la estrategia de Lope, como iremos viendo, fundamental.
La falta de economía en esa parte era obligada, si quería hacerse perdonar la II.
Desde Vossler a Froldi, se ha mencionado con claridad, aun que de pasada, que el Arte
nuevo es una epístola al modo horaciano. Lope, desde luego, escribió varias epístolas en
verso sobre temas literarios. Con ello seguía a Horacio y a Petrarca, lo mismo que a Boscán
y a Herrera. Estas epístolas, en castellano, llevaban a veces el endecasílabo suelto, pues
eran un intento, como ha estudiado Navarro Tomás, de asemejar la versificación romance a
la latina, ya que el verso sin rima imprimía a la poesía cierto aspecto clásico 44. De hecho,
los italianos introdujeron el endecasílabo suelto en traducciones de poesías latinas y
griegas, y en España lo hace Boscán, en busca de una adaptación del mundo grecorromano,
en su Leandro y Hero. Garcilaso le sigue en una epístola dirigida a Boscán. Luego,
bastantes, entre ellos Fray Luis y Francisco de la Torre.
En el caso del Arte nuevo, además de esa seriación literaria, debemos tener muy en
cuenta su concreta sociología: se escribe para una Academia. Y, por tanto, sujeto a una
lectura en voz alta, con sus condicionamientos tanto de extensión, como de gesto y tono. Es
algo dramático- y en este caso en el doble sentido del término, como lo es toda peroración
académica. Concretamente, el matiz que podemos observar en el dramatismo del Arte
nuevo es el de un soliloquio, con mucho de confesión, ya irónica, ya con mucho de
autodefensa. Así, tenemos que pensar en la adaptación de la epístola tradicional horaciana a
la lección académica, con un público no lector e individualizado, sino oyente que participa,
con su presencia viva, en ese soliloquio confesional y autodefensivo.
Horacio se dirige en sus epístolas, en algunas ocasiones, a literatos, como en dos casos
a Lollius, joven muy amante de Homero45; otras veces habla de filosofía y moral,
aconsejando sobre el comportamiento de los grandes y para con los grandes; y, en una
ocasión culminante, traza, en su Epistola ad Pisones, una auténtica Arte poética. Todos
estos temas son muy de Lope, que, si no resulta a través de su lírica excesivamente
horaciano, sí muestra conocer bien al gran lírico latino.
El verso que más se podía ajustar en castellano al de la epístola de Horacio era el
endecasílabo blanco. Y, con él, reúne Lope, para su lección académica, tres cualidades:
facilidad, precisión y, sobre todo, género literario establecido, adecuado y grave.
Entre la Epístola de Horacio a los Pisones y el Arte nuevo hay, además, otras
interesantes coincidencias. Tradicionalmente el Arte poética de Horacio se divide en tres
partes: dos de ellas coinciden con la estructura del Arte nuevo de Lope. En una primera se
habla de problemas generales y algo vagos. Es corta y tiene un cierto sentido prologal (vss.
1-92 en Horacio; en Lope, 1-146). En la segunda, central, Horacio se enfrenta, casi
monográficamente, al teatro (vss. 93-294; Lope, 147-361). Y en la tercera, el protegido de
Mecenas trata de la conducta del poeta, tema que a Lope ya no le interesaba abordar en
absoluto.
Hay, por último, dos consejos literarios que en ambos poetas están tratados de modo
semejante: la adecuación entre personaje y lenguaje y el temor a la sátira demasiado
declarada y baja47. Así como la coincidencia de que el tópico de las edades y el lenguaje,
tan bien desarrollado por Horacio, sea el tema de los versos latinos que van al final del Arte
nuevo.
Dentro, pues, de la tradición de los antiguos, Lope se planteaba sus contenidos desde la
Poética y desde la Retórica de Aristóteles, para tomar o dejar lo conveniente, y seguir, en
cuanto a estructura, tono y género, la base que le proporcionaba el Arte poética de Horacio.
De las dos poéticas, además de conocerlas, en latín ambas, directamente, Lope tenía un
buen conocimiento a través de los comentarios de Francisco Robortello, que las analizó
juntas en un volumen que apareció en Florencia, en 154848. Sin embargo, una lectura de las
versiones que a finales de siglo habían hecho del Arte poética de Horacio, Vicente Espinel
y Luis Zapata49, no arroja ninguna luz al texto lopiano, aunque sí es interesante ver dos
cosas: que ambos traducen en endecasílabos blancos, y que, al dividir Zapata el texto de
Horacio en cinco partes, titula la cuarta: De representaciones y autores de tragedias y
comedias. De la Poética de Aristóteles no hubo traducción castellana hasta 1626, en que se
imprimió en Madrid la de don Alonso Ordóñez de Seijas50.
1)
2)
(Lope dice que Virués los redujo a tres. Y que él, de joven, los hizo de cuatro, y luego los
pasó a tres.)
3)
(Y añade, como Lope, que hubo cómicos, en su caso, sevillanos, que guardaron las leyes,
pero que él no las sigue ya.)
Con todos estos antecedentes, con toda esta tradición de contenidos y formas, el poema
de Lope, en contra de lo que se dice siempre, me parece de una enorme originalidad
estilística. Ante la natural imposibilidad de analizar su estilo verso por verso, voy a
concentrarme en el estudio de sólo cinco puntos, que creo serán suficientes; 1) la función
múltiple del pareado; 2) la ecuación pareado=aforismo; 3) la presencia continua del yo; 4)
la flexibilidad de los cambios de tono; y 5) la asociación de ideas.
1) La función múltiple del pareado: La primera gran originalidad de Lope es cambiar
la seriedad de la epístola en tercetos, que, con su continua recurrencia, atadura y
encadenamiento de rimas y su determinada especificación genérica resultaba un poema
doblemente grave, por otro que, siendo igualmente culto, y de mayor tradición, pues
entronca con la epístola latina, le permite, por su mayor flexibilidad y ligereza, representar
mejor un soliloquio -leer con gracia representada- ante un público. A ello añade un truco
verdaderamente teatral, los pareados. Vossler vio en ellos una función exclusivamente
ironizante. Creo que la función es múltiple. Además de esa ironía, producen una
teatralizacion que consiste en ese golpe fonoestilístico y semántico (gusto-justo; debe-
aleve; agravios-labios; entiende-ofende; vicio-artificio, etc.) que se acompaña, al final de
cada período, del levantar los ojos del papel y mirar por encima de él a su público con el
gesto equívoco, entre el arrepentimiento y la burla, en soliloquio tragicómico. Ramón
Gómez de la Serna diría, en su lenguaje característico, que cada parada, cada llegada a los
pareados es el sombrero en alto de los circenses, a modo de elegante mueca, elegante
pirueta.
Tienen también los pareados, por contraste, una función, si teatral y dramatizadora,
desdramatizadora, consistente en indicar que aquí no pasa nada, que se habla de cosas de
poco momento, que se representa más que se vive.
Y tiene todavía una función más seria, si no más importante, que es la de unir fondo y
forma, en los momentos fundamentales, por medio de lo que llamaremos estilo de
aforismos.
(vs. 347-49.)
Tan bien le pareció a Lope esta mezcla de verso blanco y pareados, y tan
conscientemente artista fue al emplearla, que unos meses antes, o tal vez sólo unos meses
después del Arte nuevo (sería interesante concretar este punto), en Lo fingido verdadero,
fechada con interrogación en 1608, al hablar largamente de la comedia española, en un
diálogo entre el representante Ginés y Diocleciano, en una especie de pequeño Arte nuevo,
vuelve a emplear el verso suelto y los pareados en los finales de párrafo, con sentido de
aforismos. Alguna de las rimas son iguales a las del Arte nuevo (arte/parte). Y es de notar
que en Lo fingido verdadero, con estas dos palabras, cierra una defensa completamente
directa de la comedia nueva, mientras que con las mismas veces en rima, en la parte
prologal del Arte nuevo, cierra un «palinódico» párrafo. La diferencia radica en la
sociología de las dos obras: en el lugar y en el público54.
3) La presencia continua del yo: El insistente primer plano del yo ante, no un lector,
sino un público que le escucha leer -«representar»- es un rasgo formal muy importante para
la perspectiva del texto. El punto de vista es siempre ese, el de mediatizar entre la doctrina
y el oyente su propio yo, ya captador de benevolencia, ya irónico. Esto tiñe de un
subjetivismo vitalista el texto de Lope. Esto hace del poema un texto vivo y, por tanto, a
ratos escurridizo. Sólo estando allí, en su lectura, se podía intentar entender plenamente. Es
todo lo contrario del puro diálogo renacentista, donde las doctrinas caminan solas, entre
interlocutores reales o imaginarios. Aquí, como en la novela barroca, como en las Novelas
a Marcia Leonarda, el yo del expositor está siempre presente55. Desde la primera palabra,
Mándanme, el Arte es un continuo dirigirse del yo al vos. Sólo un análisis de los dieciséis
primeros versos nos da: mándanme; excederéis; os escriba; fácil para vosotros; cualquiera
de vosotros que más sabe de todo; lo que a mí me daña; no porque yo.
Este hecho da al poema esa vitalidad y galanura especial que tiene todo lo de Lope,
donde no se sabe, si no se analiza, dónde está el natural y dónde el arte, dónde lo consciente
y dónde lo adquirido en miles y miles de versos leídos y escritos cotidianamente. Muestra
también ese desenfado con que Lope -sígase la secuencia de sus cartas y aun de sus retratos
con galanos bigotes, de joven a viejo, que ha estudiado Lafuente Ferrari- nos sorprende en
vida y obra es.56
En el otro ejemplo (vss. 205-208) va a decir algo muy transcendente para su teatro, y
aún apara la cultura española, como lo entendió Bergamín, que quedó subyugado para
siempre con estos versos:
5) La asociación de ideas. El último rasgo estilístico que voy a considerar está muy en
relación con la censura en torno al desorden del Arte nuevo. Lope trabaja, seguro de sí
mismo, dejándose llevar por asociaciones de ideas, que hacen su poema más natural e
interesante, y a veces provocan ciertos desajustes de orden. Desajustes relativos, que serán
graves si se les compara con los parágrafos de un trabajo de un lingüista o de un
matemático; pero normales si se les compara con los de un poeta. Esto causa una grata
fluidez y también la pérdida del hilo en algunas ocasiones. Pondré un ejemplo un poco
largo, que me parece característico. El verso 211 empieza, muy objetivamente, hablando de
hacer un pequeño guion de la comedia, antes de escribirla, en el que se reparta y se ordene
el material en tres actos. De este doctrinal punto pasa a un plano histórico, por evidente
asociación, recordando el número de actos (y tal vez porque quiera ir a la contra de Juan de
la Cueva, que se le ha cruzado en su mente en ese momento), y habla del capitán Virués
que puso en tres jornadas la comedia. La idea de pasar de cuatro a tres se asocia en su
mente al cambio de los niños de cuatro a dos pies, cuando, dejando de andar a gatas,
empiezan a caminar erguidos. Esto le hace exclamar que entonces «eran niñas las
comedias». Y la voz niñas le recuerda su infancia, y no puede evitar contarnos que él hacía
las comedias, siendo casi un niño, de a cuatro actos. Aquí podría cerrar el vuelo asociativo,
pero sigue, llevado por la evocación autobiográfica, tan propia de él, al añadir: «Cada acto
un pliego contenía». Y de ahí pasa a recordar que entre pliego y pliego iba un entremés, y
de ahí a hablar, con lo que regresa al plano erudito, de la opinión de Aristóteles, Platón,
etcétera, sobre el baile.
Opinar que el Arte es palinódico, poco sistemático, o que es diminuto, o que es pedante
y erudito, etc., es pecar contra la teoría literaria y el sentido común. Es no tener en cuenta el
género literario a que pertenece, el momento en que ese género vive, y las circunstancias
concretas de Lope en ese día en que lo leyó en una academia. No se podrá negar que tiene
defectos. Pero, salvo que hagamos una crítica normativa, lo que importa, no son ciertos
defectos parciales, sino el resultado final. Por eso el que Lope, por prisa o por
improvisación, muestre algunos pasajes algo difíciles y ambiguos, o estilísticamente
blandos es un problema muy secundario. El grado de perfección de Lope, en términos
relativos, en comparación, por ejemplo, con un Herrera o un Góngora, es siempre limitado,
ya sea en Fuenteovejuna, en las Rimas sacras, la Jerusalén o el Arte nuevo.
El Arte nuevo es como es por una serie de razones históricas, y no hay más razones
esenciales que dar; tiene la poética que tiene y no hay que buscarle una ajena para
racionalizarla. Es una criatura viva y completa -incluso en sus defectos- y es soñar querer
pensarla y desearla de otra manera. El racionalismo primero, y después el historicismo,
hubiesen deseado un tratado orgánico y extenso en prosa, tal vez latina, con divisiones y
subdivisiones, con largas y profundas y germánicas apreciaciones sobre el género comedia
nueva. Sería lo mismo que si nos quejáramos porque Rinconete y Cortadillo no sigan sus
apenas iniciadas aventuras, o porque Cervantes, en el capítulo 48 del Quijote de 1605 no dé
ciertos nombres de autores y obras al hablar de la comedia de su tiempo.
El Arte nuevo está circunscrito a tres hechos de los que no pudo salir, que lo explican y
lo completan históricamente: el ser un trabajo para una Academia del siglo XVII; el ser
Lope discutido y admirado, hasta el colmo, como hombre y literato, y el pertenecer a la
clase baja y haber sabido vivir a su aire y prosperar mediante una personalísima moral.
¿Qué se podía esperar de un trabajo para leer en una Academia barroca? La Academia
se reúne..., por ejemplo, los miércoles a las seis de la tarde; a veces el patrón -léase la
correspondencia de Lope- llega a las diez57. Hay que cotillear las nuevas literarias, y
también las políticas, del día, de la semana. Hay que leer versos de circunstancias, hay que
planificar un poco la sesión siguiente. La Academia se abre, tal vez, con una peroración que
se fijó la semana pasada. Tal vez se le haya marcado al disertante un límite de tiempo. Si
no, la costumbre lo marca. El Arte nuevo leído -«representado»- despacio dura -como ya
dije-, entre veinte minutos y media hora. Y esa es su medida. Y ya está. (Se acabó su
brevedad.)
Por si acaso comprobemos, comparémosle. Soto de Rojas, por los mismos años,
inauguró -lo que hace la ocasión más solemne- la Academia salvaje. Lo hizo con un
Discurso sobre la poética58. Soto es hombre, sin duda, concienzudo en todo lo que hizo. Es
un meditador en su Paraíso cerrado desde antes de tenerlo. Es un poeta especialmente
culto y abierto a lo antiguo y a lo reciente59. ¿Y qué Poética nos da? Lo natural en tal
situación: unos breves apuntes, casi telegráficos, sin originalidad, sobre imitación, figuras y
metros. Más de la mitad lo gasta en versificación. Y, con razón, tiene que decir: «Prolixa
cosa fuera dar medida a la multitud de diferencias que usan en verso los castellanos». Y
acaba, ante esa natural brevedad: «Mi voluntad es muy mayor que el discurso, y aunque mi
ingenio y estudios más cortos, ellos crecerán, y él se alentará en la doctrina y calor de tan
sabios maestros, a quien respete el tiempo, &c.»60.
El texto de Soto de Rojas no es equívoco, porque lo que dice no le atañe como creador
de un género. Es la doctrina culta corriente en su época; es breve, naturalmente, como leído
en una Academia; es superficial, pues nadie podía pedirle allí un nuevo planteamiento de la
doctrina; naturalmente, cita a Aristóteles y a Herrera, y a Jenofonte y a Mancinelo, y a
Cicerón y a Horacio, y a San Agustín y hasta a San Pablo. En última instancia, la gran
diferencia entre el texto de Soto y el de Lope es que el primero estaba ya muerto cuando se
leyó, y el segundo empezaba a vivir al leerse. Y los seres vivos presentan ciertos problemas
de comprensión.
Lope fue un hombre discutido que tuvo problemas literarios con media docena de
frentes literarios. Pues bien, casi siempre ganó, y lo hizo empleando una estrategia nada
improvisada. Estuvo enfrente del Quijote y de Cervantes; enfrente del gongorismo y de
Góngora; tuvo como enemigos a una caterva de neoaristotélicos, al mando visible de Torres
Rámila y Mártir Rizo que le afeaban, tanta su Jerusalén como su teatro; le plagió Marino
cuanto quiso, etc. ¿Y cómo se comportó? ¿Levantó la voz exageradamente? ¿Se acaloró
más de lo debido el impetuoso Lope, el que había nacido para amar o para odiar? Empleó
una estrategia, con frecuencia meditada e indirecta. Se sitúa, y esto es vital para entender el
Arte nuevo, por encima de las minorías, porque se siente apoyado por la masa de mayorías,
intentando -claro que sin conseguirlo- estar «au dessus de la mêlée». Su fama no era tan
menguada -ostentaba- como para defenderla a capa y espada.
No era, además, por naturaleza, un satírico, y sí un hombre con una inmensa simpatía.
Prefería aislar al enemigo por medio de esa simpatía, rodeándose de defensores
incondicionales. Y en caso de peligro lanzar a estos en vanguardia. El montaje de la
Expostulatio Spongiae no es otra cosa61. Los ataques en carta privada al Quijote62 y la
aparición del de Avellaneda muestran lo mismo. Contra el gongorismo las más veces
muéstrase circunspecto, con cartas y elogios, mientras que utiliza baluartes, directos o
indirectos, como el Príncipe de Esquilache63. A Marino, ¿por qué atacarle, por qué
reprocharle sus robos literarios?64. ¿No era mejor hacer correr la voz de que el gran Marino
se nutría de sus obras?
Siendo así, ¿por qué en el caso del Arte nuevo iba a usar estrategia distinta? Iría y
vencería a su aire. Le habían pedido que resolviese la cuadratura del círculo en siete días,
como dice Montesinos65. Objetivamente no era posible, pero, sí dando por un lado el
círculo y por otro el cuadrado. Escribió una parte doctrinal, donde estaba el círculo de su
teatro, y la rodeó de un epílogo y un prólogo que, entre ironías y reverencias, cuadriculaban
el círculo.
El segundo núcleo (vs. 48-127) es la parte erudita por excelencia: «No vayáis a creer -
dice- que yo no sé las reglas, las sé desde niño». Y da primero la teoría y después la historia
erudita del teatro antiguo. Este núcleo, específicamente erudito, sigue teniendo
genéricamente, función-prologal. Por dos razones. Sigue jugando la palinodia teórica
mientras que se afirma en el hecho consumado de su teatro. (¡Mirad si hay en las nuestras
pocas faltas!) Y demuestra respeto teórico a los clásicos y, por tanto al auditorio. Con su
robortellesca erudición no sólo paga tributo a su vanidad y a su época, sino que se capta la
benevolencia del auditorio. En un país tan teórico como Francia, donde la creación -a
menudo perfecta y pobre- se redondea con la teoría, con la racionalidad de la creación,
armaron una querella terrible, pocos años después, sobre los antiguos y modernos. En un
país como España, casi ayuna de teorías, plena de creación vitalista, el discutir teorías era
baladí, si se dejaba hacer la santa voluntad de los creadores. Y más si se buscaba lo que
llamó Bergamín la santísima voluntad del pueblo66. Esto ya lo vio don Marcelino en sus
Ideas estéticas: menos teorías y más hacer lo que se quiera... ¡en arte!
Vivir mal, escribir mal, es decir, fuera de la norma, no era tan grave como teorizar
fuera de la norma. ¡Que lo diga la Inquisición! Y el propio Lope, que tuvo que hacer
malabarismos para vivir mal y teorizar bien. Sobre todo en amor.
El epílogo (o parte III), aunque mínimo, vuelve a tener tres apartados. La típicamente
prologal (vs. 362-76):
La erudita, que es sacarse de la manga unos versos latinos que refuercen su posición
culta y de respeto a los mayores, que empiezan con el topicazo moralista:
Humanae cur sit speculum comoedia vitae.
Para finalizar todo el poema en un tercer apartado, de sólo tres versos, paralelo al de Si
pedís arte / parecer. El primer verso hace un pareado con el último latino, lo que parece
broma, y los otros dos son naturalmente el pareado final. En ellos se resume la justificación
de la justificación:
(vs. 387-89)
Lo había dicho una vez más un poco antes, en lo que llamó Montesinos la palinodia de
la palinodia: Sustento en fin lo que escribí67. Eso sí, con todo respeto a los clásicos, al
principio de autoridad. Con palabras de los humoristas de hoy: dentro de un orden.
¿Es que Lope -y es la última pregunta- era así como hombre? ¿Era un estratega del
vivir? No, dicho así; pero sí de una manera cercana, grata a un gran lopista, José Bergamín:
tenía un gran manejo de la aguja de navegar hombres68. Y, claro está, mujeres. Fue un
improvisador de su vida, pero desde unos presupuestos de clarividencia innatos, como es un
improvisador de comedias desde unos principios que la experiencia y su talento le han
proporcionado, y que rigen con maestría incluso en obras mediocres. Es un improvisador
por exceso de simpatía y de facilidad, respectivamente, en su vida y obra. No es un
racionalizador. Va a las cosas y los seres dispuesto a darse, porque sabe que así se le
entregarán. Nunca responde con otra pregunta, a lo gallego: responde con su presencia. Lo
que no deja de ser una buena táctica. Dar y recibir. Como en el amor. Así obró en sus
amores: para lograr mucho, dio antes mucho. No es tanto un edonista, como un apasionado
imaginativo. Acusado de carnal, dijo esta frase genial: Soy como el ruiseñor, que tengo más
voz que carne. Bergamín, con su estilo inimitable, ha dicho que pecaba mucho amando y
amaba mucho pecando69.
Era el hijo de un bordador que había llegado a la fama literaria, y tuvo que ir a decirles
a los seudocultos y cultos cómo era su arte. Allí había poderosos de las letras y de la
nobleza. ¿Daría un escándalo romántico, como le pediría Morel-Fatio? En absoluto. Obraría
barrocamente. Escribió un prólogo de va y ven, voluntariamente (y forzadamente)
conflictivo y equívoco, escurridizo, y luego soltó, en la parte central del texto, su doctrina.
Y lo hizo todo divirtiendo, teatralmente y con ironía. Luego lo cerró todo con un epílogo-
prólogo. El hijo del bordador, que llegó a Frey Lope Félix de Vega Carpio, que fue
consentido en su amancebamiento y su sacrilegio, que fue llorado por toda España al morir,
sabía de navegaciones barrocas de vida y letras. Sabía de un orden desordenado.
Sus cartas son el mejor argumento. Sin salir de las cuarenta primeras, por ser de fechas
idénticas, o próximas, al Arte nuevo, hallamos en ellas, entre otras estrategias, un ataque en
carta particular al Quijote, indicando que es Cervantes el que no puede ver sus comedias;
gestión secreta con un amigo para que levanten la censura de una comedia suya; defensa
ante un noble de su discípulo Vélez de Guevara; pone por las nubes al maestro Bartolomé
Jiménez Patón, al que tendrá siempre por impetuoso defensor; previene al de Sessa de
peligros y le hace patente lo peligrosas que pueden ser las cartas durante su destierro. Le
aconseja estrategia de humildad.
Hay una carta que muestra a modo de empresa de Saavedra Fajardo, pero casera, una
intención equivalente o aplicable a la del Arte nuevo. Es la carta 18. En ella aconseja al
duque humildad para con un noble que no le ha tratado bien, y le dice por qué:
¿No es esta la estructura del Arte nuevo? ¿Bajar, bajar, revolver aguas, para quedarse
fuera con su arte, tras lograr haberlo expuesto al auditorio?
Autor/a:
Rozas, Juan Manuel
Título:
Significado y doctrina del arte nuevo de Lope de Vega
Edición digital:
Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2002
Portal:
Figuras del Hispanismo
Materias:
CDU
o 821.134.2 . Literatura española.
Encabezamiento de materia
o Vega, Lope de (1562-1635) - Crítica e interpretación
CDU:
821.134.2Vega, Lope de.07
Idioma :
castellano
El Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo es un texto ensayístico en verso de Lope
de Vega que leyó como discurso ante la Academia de Madrid en 1609. Se trata de una obra
de encargo en la que, a lo largo de sus 389 versos, el autor realiza una confesión de sus
logros y fracasos con el objeto de realizar una defensa de su teatro ante los académicos.
El mismo título planteaba la antinomia que pretendía salvar Lope, pues el término Arte
estaba reservado en su tiempo para las obras que se encargaban de regular las creaciones
ajustadas a las normas clásicas. Al utilizar el adjetivo nuevo, el autor sugería la posibilidad
de superar esas normas (defendidas, entre otros, por Cervantes, Cascales, Argensola y
Pinciano) estableciendo unas adecuadas al teatro del momento, del que él era, además, uno
de sus mejores representantes: Lope había creado una fórmula escénica dirigida
específicamente al gran público que asistía a los corrales de comedias madrileños.1
Contenido
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1 Contenido
o 1.1 Estructura
2 Estilo
3 Notas
4 Fuentes bibliográficas
5 Enlaces externos
Contenido [editar]
En el Arte nuevo Lope intenta defender un teatro basado en el gusto de la época, pero sin
enfrentarse para ello con la tradición académica, que era la principal fuente de oposición a
su dramaturgia. Básicamente, Lope intenta interpretar los gustos, sentimientos y valores del
público y, así, compone su teatro de acuerdo con ellos. En este sentido, el gusto de ese
público se convierte en la vara de medir el valor de las obras, lo que se contrapone a la
anterior medida, que era la razón.
La ruptura de la tradición clásica se establece con la apuesta por tres elementos esenciales:
el concepto de tragicomedia (con su mezcla social, morfológica y de género); las unidades
de acción y tiempo (matizadas, pero conservando el principio, por ejemplo, de un acto, un
día); y la polimetría (las exigencias de la trama imponen el tipo de versificación).
Estructura [editar]
El Arte nuevo se puede estructurar en tres partes:
la primera parte (vv. 1-146) constituye una especie de prólogo, donde Lope, además de
justificar su texto, realiza procesos retóricos clásicos como la captatio benevolentiae y la
demostración de erudición (obligada por la audiencia culta a la que dirige su discurso);
la segunda parte (vv. 147-361) constituye la parte doctrinal y, siguiendo conceptos
retóricos clave, aborda, sucesivamente, la composición, la elocución, la invención y la
peroración en el teatro.
Respecto de la unidad de tiempo, Lope propone que la acción ocurra en el menor tiempo
posible y, en los casos en que eso no sea posible, por ejemplo en obras históricas, el uso
de los entremeses puede provocar en el espectador un efecto psicológico que le haga
asumir con naturalidad que, entre un acto y otro, haya podido pasar una gran cantidad de
tiempo.
Estilo [editar]
El Arte nuevo no es un tratado científico, sino un texto subjetivo que se acomoda al modelo
de la epístola poética de estilo horaciano, italianizada con el uso del endecasílabo sin rima y
personalizada con el recurso a la ironía. Además, su condición de discurso sujeto a una
lectura en voz alta condiciona su extensión y el tono, que va de lo engolado a la familiar,
pasando por lo humorístico.
Notas [editar]
1. ↑ En la ciudad de Valencia, algunos autores como Lope de Rueda y Juan de Timoneda
habían iniciado también una adaptación del teatro a los gustos del público; cf. Erwin
Haverbeck, pág. 9.
Lope de Vega
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Lope de Vega.
Contenido
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1 Biografía
o 1.1 Juventud
o 1.2 Destierro
o 1.3 Vuelta a Castilla
o 1.4 Sacerdocio
o 1.5 Últimos años
2 Obra narrativa
o 2.1 La Arcadia
o 2.2 El peregrino en su patria
o 2.3 Pastores de Belén
o 2.4 La Dorotea
3 Obra lírica
o 3.1 Los romances
o 3.2 Rimas
o 3.3 Rimas sacras
o 3.4 La Filomena
o 3.5 La Circe
o 3.6 Triunfos divinos
o 3.7 Laurel de Apolo
o 3.8 La vega del Parnaso
o 3.9 Rimas humanas y divinas del licenciado Burguillos
o 3.10 La lírica en el teatro
4 Obra épica
o 4.1 La dragontea
o 4.2 Isidro
o 4.3 La hermosura de Angélica
o 4.4 Jerusalén conquistada
5 Obra dramática
o 5.1 La creación de la Comedia Nueva
o 5.2 Clasificación y principales obras dramáticas
o 5.3 La escuela dramática de Lope de Vega
6 Biógrafos
7 Lista de obras
8 Bibliografías
o 8.1 Sobre Lope de Vega
o 8.2 Ediciones de obras de Lope de Vega
9 Véase también
10 Enlaces externos
[editar] Biografía
[editar] Juventud
Félix Lope de Vega y Carpio, procedente de una familia humilde natural del Valle de
Carriedo, en la montaña cántabra, fue hijo de Félix de Vega, bordador de profesión, y de
Francisca Fernández Flórez. No hay datos precisos sobre su madre. Se sabe, en cambio, que
tras una breve estancia en Valladolid, su padre se mudó a Madrid en 1561, atraído quizá por
las posibilidades de la recién estrenada capitalidad de la Villa y Corte. Sin embargo, Lope
de Vega afirmaría más tarde que su padre llegó a Madrid por una aventura amorosa de la
que le rescataría su futura madre. Así, el escritor sería fruto de la reconciliación, y debería
su existencia a los mismos celos que tanto analizaría en su obra dramática.
Niño muy precoz, leía latín y castellano ya a los cinco años. A la misma edad compone
versos . Siempre de acuerdo con su testimonio, a los doce escribe comedias (Yo las
componía de once y doce años / de a cuatro actos y de a cuatro pliegos / porque cada acto
un pliego contenía). Es posible que su primera comedia, hoy perdida, se intitulase El
verdadero amante. Su gran talento le lleva a la escuela del poeta y músico Vicente Espinel,
en Madrid, a quien siempre citó con veneración. Así el soneto: Aquesta pluma, célebre
maestro / que me pusisteis en las manos, cuando / los primeros caracteres firmando /
estaba, temeroso y poco diestro... Continúa su formación en el Estudio de la Compañía de
Jesús, que más tarde se convierte en Colegio Imperial (1574):
Los cartapacios de las liciones me servían de borradores para mis pensamientos, y muchas
veces las escribía en versos latinos o castellanos. Comencé a juntar libros de todas letras y
lenguas, que después de los principios de la griega y ejercicio grande de la latina, supe bien
la toscana, y de la francesa tuve noticia... (La Dorotea, IV)
[editar] Destierro
Estudió por entonces gramática con los teatinos y matemáticas en la Academia Real y
sirvió de secretario al Marqués de las Navas; pero de todas estas ocupaciones le distraían
las continuas relaciones amorosas. Elena Osorio fue su primer gran amor, la "Filis" de sus
versos, separada entonces de su marido, el actor Cristóbal Calderón; Lope pagaba sus
favores con comedias para la compañía del padre de su amada, el empresario teatral o autor
Jerónimo Velázquez. En 1587 Elena aceptó casarse por conveniencia con el noble
Francisco Perrenot Granvela, sobrino del poderoso cardenal Granvela. Un despechado Lope
de Vega hizo entonces circular contra ella y su familia unos libelos:
El 29 de mayo del mismo año intentó reanudar su carrera militar alistándose en la Gran
Armada, en el galeón San Juan. Por entonces escribió un poema épico en octavas reales al
modo de Ludovico Ariosto: La hermosura de Angélica, que pasó desapercibido.
Tras cumplir los dos años de destierro del reino, Lope de Vega se trasladó a Toledo en 1590
y allí sirvió a don Francisco de Ribera Barroso, más tarde segundo marqués de Malpica y,
algún tiempo después, al quinto duque de Alba, don Antonio de Toledo y Beamonte. Para
esto se incorporó como gentilhombre de cámara a la corte ducal de Alba de Tormes, donde
vivió entre 1592 y 1595. En este lugar leyó el teatro de Juan del Encina, del que tomó el
personaje del gracioso o figura del donaire, perfeccionando aún más su fórmula dramática.
En el otoño de 1594, murió Isabel de Urbina de sobreparto o puerperio. Escribió por
entonces su novela pastoril La Arcadia, donde introdujo numerosos poemas.
Durante bastantes años Lope se dividió entre los dos hogares y un número indeterminado
de amantes, muchas de ellas actrices, entre otras Jerónima de Burgos, como da fe el proceso
legal que se le abrió por andar amancebado en 1596 con Antonia Trillo; también se conoce
el nombre de otra amante, Marina de Aragón. Para sostener este tren de vida y sustentar
tantas relaciones e hijos legítimos e ilegítimos, Lope de Vega hizo gala de una firmeza de
voluntad poco común y tuvo que trabajar muchísimo, prodigando una obra torrencial
consistente, sobre todo, en poesía lírica y comedias, impresas éstas muchas veces sin su
venia, deturpadas y sin corregir.
A los treinta y ocho años pudo al fin corregir y editar parte de su obra sin los errores de
otros. Como primer escritor profesional de la literatura española, pleiteó para conseguir
derechos de autor sobre quienes imprimían sus comedias sin su permiso. Consiguió, al
menos, el derecho a la corrección de su propia obra.
En 1605 entró al servicio de Luis Fernández de Córdoba y de Aragón, duque de Sessa. Esta
relación le atormentaría años más tarde, cuando tomó las órdenes sagradas y el noble
continuaba utilizándole como secretario y alcahuete, de forma que incluso su confesor
llegaría a negarle la absolución.
En 1609 leyó y publicó su Arte nuevo de hacer comedias, obra teórica de carácter capital,
contraria a los preceptos neoaristotélicos, e ingresó en la "Cofradía de Esclavos del
Santísimo Sacramento" en el oratorio de Caballero de Gracia, a la que pertenecían casi
todos los escritores relevantes de Madrid. Entre ellos estaban Francisco de Quevedo, que
era amigo personal de Lope, y Miguel de Cervantes. Con éste último, tuvo unas relaciones
tirantes a causa de las alusiones antilopescas de la primera parte del Don Quijote (1605). Al
año siguiente, se adscribió al oratorio de la calle del Olivar.
[editar] Sacerdocio
Monumento a Lope, tocado con sotana, en Madrid (J. López Salaberry y M. Inurria, 1902).
Son fechas de una profunda crisis existencial, impulsada quizá por la muerte de parientes
próximos y que le inclinaba cada vez más hacia el sacerdocio. A esta inspiración responden
sus Rimas sacras y las numerosas obras devotas que empieza a componer, así como la
inspiración filosófica que asoma en sus últimos versos. Doña Juana de Guardo sufría
frecuentes enfermedades y en 1612 Carlos Félix murió de fiebres. El 13 de agosto del año
siguiente, falleció Juana de Guardo, al dar a luz a Feliciana. Tantas desgracias afectaron
emocionalmente a Lope, y el 24 de mayo de 1614 decidió al fin ordenarse de sacerdote.
Lope medita profundamente sobre su vida y llega a algunas conclusiones inquietantes: "Yo
he nacido en dos extremos, que son amar y aborrecer; no he tenido medio jamás... Yo estoy
perdido, si en mi vida lo estuve, por alma y cuerpo de mujer, y Dios sabe con qué
sentimiento mío, porque no sé cómo ha de ser ni durar esto, ni vivir sin gozarlo... (1616)
Se trata de la confesión de un Don Juan menos diabólico que el ser mítico pero más
humano y atormentado. La expresión literaria de esta crisis y sus arrepentimientos son las
Rimas sacras, publicadas en 1614; allí dice: "Si el cuerpo quiere ser tierra en la tierra / el
alma quiere ser cielo en el cielo", dualismo irredento que constituye toda su esencia. Las
Rimas sacras constituyen un libro a la vez introspectivo en los sonetos (utiliza la técnica de
los ejercicios espirituales que aprendió en sus estudios con los jesuitas) como devoto por
los poemas dedicados a diversos santos o inspirados en la iconografía sacra, entonces en
pleno despliegue gracias a las recomendaciones emanadas del Concilio de Trento. Le
sorprendió entonces la revolución estética provocada por las Soledades de Luis de Góngora
y, si bien incrementó la tensión estética de su verso y empezaron a aparecer
bimembraciones al final de sus estrofas, tomó distancia del culteranismo extremo y siguió
cultivando su característica mezcla de conceptismo, culto casticismo castellano y elegancia
italiana. Además, zahirió la nueva estética y se burló de ella cuando tuvo ocasión. Góngora
reaccionó con sátiras a esta hostilidad, que el Fénix planteaba siempre de forma indirecta,
aprovechando cualquier rincón de sus comedias para atacar, más que a Góngora mismo, a
sus discípulos, modo inteligente de enfrentarse a la nueva estética y que tiene que ver con
su famosa concepción de la sátira: "Pique sin odio, que si acaso infama / ni espere gloria ni
pretenda fama". Por otra parte tuvo que luchar con los desprecios de los preceptistas
aristotélicos que vituperaban su fórmula dramática como contraria a las tres unidades de
acción, lugar y tiempo: los poetas Cristóbal de Mesa y Cristóbal Suárez de Figueroa y,
sobre todo, Pedro Torres Rámila autor de una Spongia (1617), libelo destinado a denigrar
no sólo el teatro de Lope, sino también toda su obra narrativa, épica y lírica. Contra este
folleto respondieron furiosamente los amigos humanistas de Lope, encabezados por
Francisco López de Aguilar, que redactó por junio de 1618 una Expostulatio Spongiae a
Petro Hurriano Ramila nuper evulgatae. Pro Lupo a Vega Carpio, Poetarum Hispaniae
Principe. La obra contenía elogios a Lope de nada menos que Tomás Tamayo de Vargas,
Vicente Mariner, Luis Tribaldos de Toledo, Pedro de Padilla, Juan Luis de la Cerda,
Hortensio Félix Paravicino, Bartolomé Jiménez Patón, Francisco de Quevedo, el Conde de
Salinas, y Vicente Espinel, entre otros menos conocidos. Animado por estos apoyos, Lope,
aunque asediado por las críticas de culteranos y aristotélicos, prosigue con sus intentos
épicos. Tras el Polifemo de Góngora, ensaya la fábula mitológica extensa con cuatro
poemas: La Filomena (1621; donde ataca a Torres Rámila), La Andrómeda (1621), La
Circe (1624) y La rosa blanca (1624; blasón de la hija del conde-duque, cuyo complicado
origen mítico expone). Vuelve a la épica histórica con La corona trágica (1627, en 600
octavas sobre la vida y muerte de María Estuardo).
Casa madrileña en la que vivió Lope desde 1610 hasta su muerte (1635). En la actualidad es la
Casa-Museo de Lope de Vega.
En sus últimos años de vida Lope de Vega se enamoró de Marta de Nevares, en lo que
puede considerarse "sacrilegio" dada su condición de sacerdote; era una mujer muy bella y
de ojos verdes, como declara Lope en los poemas que le compuso llamándola "Amarilis" o
"Marcia Leonarda", como en las Novelas que le destinó. En esta época de su vida cultivó
especialmente la poesía cómica y filosófica, desdoblándose en el poeta heterónimo burlesco
Tomé de Burguillos y meditando serenamente sobre la vejez y su alocada juventud en
romances como las famosas "barquillas".
Los últimos años de Lope fueron infelices a pesar de los honores que recibió del rey y del
papa. Sufrió que Marta se volviera ciega en 1626, y muriera loca, en 1628. Lope Félix, hijo
suyo con Micaela de Luján y que también tenía vocación poética, se ahogó pescando perlas
en 1634 en la isla Margarita. Su amada hija Antonia Clara, fue secuestrada por un hidalgo,
novio suyo, para colmo apellidado Tenorio. Feliciana, su única hija legítima para ese
entonces, había tenido dos hijos: una se hizo monja y el otro, el capitán Luis Antonio de
Usategui y Vega, murió en Milán al servicio del rey. Sólo una hija natural suya, la monja
Marcela, le sobrevivió.
Lope de Vega murió el 27 de agosto de 1635. Su muerte fue sentida por la mayoría de los
españoles. Doscientos autores le escribieron elogios que fueron publicados en Madrid y
Venecia. Durante su vida, sus obras obtuvieron una mítica reputación. "Es de Lope" fue
una frase utilizada frecuentemente para indicar que algo era excelente, lo que no siempre
ayudó a atribuir sus comedias correctamente. Al respecto cuenta su discípulo Juan Pérez de
Montalbán en su Fama póstuma a la vida y muerte del doctor frey Lope de Vega Carpio
(Madrid, 1636), impreso compuesto para enaltecer la memoria del Fénix, que un hombre
vio pasar un entierro magnífico diciendo que "era de Lope", a lo cual apostilló Montalbán
que "acertó dos veces". Cervantes, a pesar de su antipatía por Lope, lo llamó "el monstruo
de la naturaleza" por su fecundidad literaria.
[editar] La Dorotea
Como otros ciclos poéticos, este de vejez lo abrió Lope con un texto en prosa, en este caso
dialogada, en el que insertó una variada antología poética. La Dorotea apareció en 1632.
Probablemente no es casual que el primer poema que se oye en la acción en prosa sea «A
mis soledades voy» y que aparezca expresamente atribuido a Lope. La penúltima de sus
elegías, y la más celebrada, «Pobre barquilla mía», tiene como interlocutor al frágil
barquichuelo.
Lope denomina a esta obra "acción en prosa", y su modelo más evidente es el género
celestinesco. Evoca la historia de sus celosos amores por Elena Osorio desde la altura de su
edad adulta. El estilo es sencillo y natural, pero a veces se hace acopio, como en otras obras
de Lope, en particular los prólogos, de una pedregosa erudición de baratillo tomada
fundamentalmente de los repertorios enciclopédicos de la época, entre los cuales tenía
particular afición al Dictionarium historicum, geographicum, poeticum de Carolus
Stephanus (1596) y las inevitables Officina y Cornucopia de Jean Tixier, más conocido
como Ravisio Textor.
[editar] Rimas
En noviembre de 1602, emparedada entre La hermosura de Angélica y La Dragontea,
aparecía en la madrileña imprenta de Pedro Madrigal una colección de sonetos: el primer
poemario, sin argamasa narrativa, que Lope publicaba a su nombre. El público debió de
acoger favorablemente la colección de doscientos sonetos porque Lope se decidió a
publicarlos, sin los poemas épicos, y acompañados de una «Segunda parte», compuesta por
églogas, epístolas, epitafios. Esta nueva edición vio la luz en Sevilla en 1604. La edición de
1604 enmendaba en ciertos detalles los sonetos publicados en 1602 y reordenaba con buen
tino algunos de ellos. Todavía no había acabado el proceso de acrecentamiento. En 1609
Lope vuelve a editarlas en Madrid, con la adición del Arte nuevo de hacer comedias. El
impreso, aunque descuidado en grado sumo, tuvo buena acogida. El texto, que podemos
considerar definitivo, con los doscientos sonetos, la Segunda parte y el Arte nuevo, se
reimprimió en Milán, 1611; Barcelona, 1612; Madrid, 1613 y 1621; y Huesca, 1623. En el
caso de las «Rimas» encontramos poemas que cabe datar entre 1578 y 1604. Los doscientos
sonetos recorren, desordenadamente y con incrustaciones de otros asuntos, el itinerario
obligado de los canzonieri petrarquistas. Los conflictos amorosos con [Elena] Osorio
dieron origen a una celebrada serie sonetil de Lope: la de los mansos. El motivo pastoril se
recrea en una trilogía formada por el soneto «Vireno, aquel mi manso regalado»,
conservado en el «Cartapacio Penagos» pero no impreso hasta que lo editó Entrambasaguas
en 1934, y los sonetos 188 y 189 de las Rimas. El soneto 126, «Desmayarse, atreverse, estar
furioso», se limita a anotar contrarias reacciones, sicológicamente verosímiles, del amante.
Los trece primeros versos han acumulado el predicado de la definición, sin nombrar el
sujeto. El segundo hemistiquio nos quiere convencer, nos convence de que no hemos oído
una abstracta e impersonal definición escolástica, sino la expresión artística de una
experiencia viva: «quien lo probó lo sabe». De entre todos los poemas que glosan estos
asuntos, alcanzó pronta y perdurable fama el 61: «Ir y quedarse, y con quedar partirse». Los
poemas añadidos en 1604, a pesar de su notable interés, apenas han despertado la
curiosidad de críticos y lectores. Se inicia con tres églogas de distinta factura, interés y
calado. El Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, escrito a finales de 1608, es un
poema didáctico, una charla o conferencia y, como tal, se escapa de los estrictos límites de
la lírica o la épica.
[editar] La Filomena
En julio de 1621 apareció en Madrid La Filomena con otras diversas rimas, prosas y
versos. En ese mismo año conoció una nueva edición barcelonesa, obra del más apasionado
lopista entre los impresores catalanes: Sebastián de Cormellas. Volumen, pues, misceláneo,
en el que Lope ensaya, con esa permanente vocación experimental que venimos señalando,
dos géneros que han irrumpido con fuerza en el panorama literario de su época: la novela y
la fábula mitológica; y trata de dar la réplica a sus máximos creadores y perpetuos rivales:
Góngora y Cervantes. El poema que da título al volumen se presenta en dos partes distintas
en el metro (octavas frente a silvas), el género (narrativa frente a fábula simbólica de
polémica literaria) y la intención. La primera parte, en tres cantos, narra la trágica historia
de Filomena, violada y mutilada por su cuñado Tereo, según el conocido relato ovidiano del
libro VI de las Metamorfosis. «Las fortunas de Diana», novela corta, no se halla exenta
tampoco de afán polémico y espíritu de emulación. Estamos ante un coletazo, casi último,
de la agria disputa que surgió a raíz de la publicación del Quijote. Primera parte (1605) y la
respuesta del círculo de Lope en el apócrifo, firmado por Alonso Fernández de Avellaneda
(1614). Pero no es nuestro objeto comentar el arte narrativo de las «Novelas a Marcia
Leonarda», sino señalar su dimensión lírica. Su núcleo principal es una nueva entrega de
romances pastoriles. «La Andrómeda» es un poema emparentado con «La Filomena»
aunque algo más breve: 704 versos en un único canto. Narra con su habitual soltura, y con
menos digresiones de las habituales, la historia de Perseo, la muerte de la Medusa, el
nacimiento de Pegaso, el surgimiento de la fuente de Hipocrena. Mucho más interesantes
son las epístolas poéticas que vienen a continuación, entre las que se incluyen dos que no
son de Lope.
[editar] La Circe
La Circe con otros poemas y prosas aparece en Madrid en 1624. La Circe es un volumen
misceláneo, gemelo de La Filomena, aunque con matices y diferencias. El poema que da
título al volumen es una réplica y, en cierto modo, una superación del modelo de la fábula
mitológica fijado por Góngora. En dos sentidos: en su extensión y complejidad (tres cantos
con 1232, 848 y 1232 versos) y en su alcance moral. Un narrador omnisciente presenta al
lector la trágica caída de Troya. El mismo narrador nos cuenta cómo los soldados de Ulises
abren los odres de Eolo ha encerrado los vientos y, en medio de la tempestad llegan a la isla
de Circe. Asistimos a la transformación de los soldados en animales. Vencida Circe, los
amigos de Ulises recuperan su imagen originaria. Parte Ulises, pero aún ha de descender a
los infiernos para consultar su porvenir con el adivino Tiresias. «La rosa blanca» es el
segundo poema mitológico de este volumen, más breve y concentrado que La Circe, con
872 versos en octavas. Reúne en rápida sucesión una serie de episodios míticos vinculados
a la diosa Venus. Como en La Filomena, Lope reservó las tres novelas «A la señora Marcia
Leonarda» para insertar la aportación de versos castellanos que tenemos en todos sus
poemarios. No abusa de ellos: tres o cuatro poemas originales acoge cada una de las
narraciones. Las seis epístolas en verso de La Circe (hay tres más en prosa) son
prolongación y depuración del género y del talante poético que vimos en La Filomena.
[editar] Isidro
Lo más vivo del poema hagiográfico Isidro (Madrid, 1599), sobre la vida del patrono de
Madrid, San Isidro Labrador, escrito en quintillas a lo largo de diez cantos son, sin disputa,
los fragmentos abundantes en que el poeta se acerca al universo rural en que se mueve el
santo; en efecto, Lope amó de todo corazón la vida sencilla de los campesinos y ansió toda
su vida el contacto directo con la naturaleza. Pero este poema biográfico es algo más que
eso, ya que se halla sólidamente documentado: leyó todo lo escrito anteriormente sobre el
santo y tuvo acceso a los papeles de la causa de beatificación recogidos por el padre
Domingo de Mendoza, comisario pontificio para la beatificación de Isidro.
Es más, Lope de Vega no respeta una cuarta unidad, la unidad de estilo o decoro que se
encuentra también esbozada en Aristóteles, y mezcla en su obra lo trágico y lo cómico y se
vale de un teatro polimétrico que utiliza distintos tipos de verso y estrofa, según el fondo de
lo que se está representando. Utiliza el romance cuando un personaje hace relaciones, esto
es, cuenta hechos; la octava real cuando se trata de hacer relaciones lucidas o descripciones;
redondillas y quintillas cuando se trata de diálogos; sonetos cuando se trata de monólogos
introspectivos o esperas o cuando los personajes deben de cambiar de traje entre
bambalinas; décimas si se trata de quejas o lamentos. El verso predominante es el
octosílabo, algo menos el endecasílabo, seguidos de todos los demás. Se trata, pues, de un
teatro polimétrico y poco académico, a diferencia del teatro clásico francés, y en ese sentido
se parece más al teatro isabelino.
Por otra parte, domina el tema sobre la acción y la acción sobre la caracterización. Los tres
temas principales de su teatro son el amor, la fe y el honor, y se encuentra entreverado de
hermosos intermedios líricos, muchos de ellos de origen popular (Romancero, lírica
tradicional). Se escogen preferentemente los temas relacionados con la honra ("mueven con
fuerza a toda gente", escribe Lope) y se rehúye la sátira demasiado descubierta.
Lope se cuidaba especialmente del público femenino, que podía hacer fracasar una función,
y recomendaba "engañar con la verdad" y hacer creer al público en desenlaces que luego no
ocurrían al menos hasta mitad de la tercera jornada; recomendaba algunos trucos, como
travestir a las actrices con disfraz varonil, cosa que excitaba la imaginación libidinosa del
público masculino y que en el futuro se extendería en el teatro cómico universal como un
ardid de guión habitual en la comedia de todos los tiempos: la guerra de sexos, esto es,
trastocar los roles masculino y femenino. Mujeres impetuosas que se comportan como
hombres y hombres indecisos que se comportan como mujeres. Todos estos preceptos
recomienda Lope a quienes quieren seguir su fórmula dramática en su Arte nuevo de hacer
comedias en este tiempo (1609), escrito en verso blanco salteado de pareados para una
academia literaria.
Las obras dramáticas de Lope fueron compuestas sólo para la escena y el autor no se
reservaba ninguna copia. El ejemplar sufría los cortes, adecuaciones, ampliaciones y
retoques de los actores, alguno de ellos escritores de comedias también.
Entre 1604 y 1647 se publican veinticinco tomos de Partes que recopilan las comedias de
Lope, aunque los primeros salieron a la luz sin el consentimiento del dramaturgo. Éste sólo
tomó las riendas de la edición de su propia obra a partir de la Parte IX (1617) y hasta su
muerte, cuando tenía en imprenta las partes XXI y XXII. Juan Pérez de Montalbán, escritor
de comedias discípulo suyo, afirma en su Fama póstuma que escribió unas mil ochocientas
comedias y cuatrocientos autos sacramentales, de las que se ha perdido una gran parte. El
propio autor fue más modesto y en sus obras estimó que había escrito unas mil quinientas,
lo que puede entenderse incluyendo incluso los autos sacramentales y otras obras escénicas;
pero aun así resulta una cifra muy crecida. Para explicarlo Charles Vincent Aubrun ha
supuesto que el dramaturgo sólo trazaba el plan y componía algunas escenas sueltas,
mientras que otros poetas y actores de su taller completaban la obra; sin embargo los poetas
de la época no tenían empacho en declarar su autoría en obras en colaboración de hasta tres
ingenios, así que no puede sostenerse ese punto de vista, por más que la fama del autor
hiciese prudente ocultar sus ayudas para vender mejor la obra. Rennert y Castro hicieron un
serio estudio que concluye que la megalómana cifra anda exagerada y que se le pueden
atribuir con firmeza 723 títulos, de los cuales 78 son de atribución dudosa o errada y 219 se
han perdido, así que el repertorio dramático de Lope se reduciría a 426 piezas. No obstante
Morley y Bruerton, valiéndose, aunque no exclusivamente, de criterios métricos que
después se han comprobado muy seguros, estrecharon aún más los criterios y establecieron
indudablemente como suyas 316 comedias, 73 como dudosas y 87 que, comúnmente
atribuidas a Lope, no son suyas.
De todas éstas se reconocen como obras maestras, si bien en toda obra de Lope siempre hay
alguna escena que delata su genialidad, un par de docenas, entre las que se encuentran
Peribáñez y el comendador de Ocaña (1610), Fuenteovejuna (1612-1614), La dama boba
(1613), Amar sin saber a quién (1620-1622), El mejor alcalde, el rey (1620-1623), El
caballero de Olmedo (1620-1625), El castigo sin venganza (1631), El perro del hortelano,
El villano en su rincón, El duque de Viseo o Lo fingido verdadero.
El Caballero de Olmedo es una de sus obras más líricas, a la vez que trágica. Está dividida
en tres episodios, que se corresponden con el planteamiento el nudo y el desenlace. Don
Alonso (caballero de Olmedo) le pide ayuda a su criado Tello para conquistar a Inés, de ese
modo Tello entra en contacto con Fabia (dotada de rasgos celestinescos) que ayuda a estos
dos para que se "correspondan" y se lleguen a casar. Sin embargo Rodrigo y su hermano
Fernando tratarán de impedirlo. Por fatal desenlace, Alonso muere cerca de un arroyo
cuando se dirigía a Olmedo, aún siendo avisado por sueños, etc. en manos de Rodrigo, pero
Tello pide justicia al Rey, que los condena a muerte.
Marcelino Menéndez Pelayo, uno de los primeros editores de su teatro, usando por criterio
la temática de estas obras y sus fuentes, en once bloques, aunque su clasificación se
presenta algo confusa porque a veces se puede clasificar en dos o más categorías una
misma comedia:
Lope de Vega se documentaba para las comedias de historia nacional en diversas crónicas
históricas, en especial en frey Francisco de Rades de Andrada y su Crónica de las tres
órdenes y caballerías de Santiago, Calatrava y Alcántara, de la que salió, por ejemplo, el
argumento de Fuenteovejuna, o la Crónica de Enrique IV de Alfonso de Palencia.
Aubrun reduce la categoría temática de la comedia lopesca a tres temas: el amor, el honor y
la fe. Francisco Ruiz Ramón, sin embargo, prefiere hablar de dramas del poder injusto entre
un noble y un plebeyo o un plebeyo y el rey, o el rey y el noble; de dramas de honor y de
dramas de amor. Otra clasificación distingue entre obras cómicas y dramas, con distintos
subgrupos en cada uno:
Obras cómicas:
o Comedias de enredo que terminarán llamándose de capa y espada: La dama
boba, El rufián Castrucho, Los locos de Valencia, La viuda valenciana, La discreta
enamorada, El acero de Madrid, Las bizarrías de Belisa
o Comedias palatinas, en las que el enredo se traslada al ambiente cortesano y
aristocrático, precedentes de la alta comedia: Servir a señor discreto, El perro del
hortelano, El villano en su rincón, la más filosófica ce las tres
o Comedias pastoriles, en las que suele aparecer el autor bajo el nombre de
Belardo: El verdadero amante, La pastoral de Jacinto, Belardo furioso, La Arcadia.
Dramas:
o Dramas histórico-legendarios:
De tema estrictamente histórico: El esclavo de Roma, El nuevo mundo
descubierto por Colón, Don Juan de Austria en Flandes
Inspiradas en el Romancero como Las mocedades de Bernardo, El bastardo
Mudarra y Siete infantes de Lara, Las paces de los reyes y judía de Toledo o
del ciclo carolingio como La mocedad de Roldán, El marqués de Mantua y
Ursón y Valentín
Inspiradas en las crónicas, como El rey don Pedro en Madrid o El infanzón
de Illescas
Inspiradas en fuentes literarias independientes, como la comedia morisca
El remedio en la desdicha, sobre la historia de Abindarráez y la hermosa
Jarifa
Tragedias, correspondientes la mayoría a lo que llamamos drama de
honor: Fuente Ovejuna, Peribáñez y el comendador de Ocaña, El mejor
alcalde el Rey, La estrella de Sevilla, de dudosa autoría, El castigo sin
venganza y El caballero de Olmedo
Comedias mitológicas, como Las mujeres sin hombres, El vellocino de oro,
El marido más firme, sobre los mitos respectivamente de las amazonas,
Jasón y Orfeo
Bíblicas: La creación del mundo y primera culpa del hombre, sobre Caín y
Abel, Los trabajos de Jacob, La historia de Tobías, La hermosa Ester
De santos: la trilogía dedicada al patrono de Madrid: San Isidro labrador
de Madrid, La niñez de San Isidro y La juventud de San Isidro, La buena
guarda
Autos, como La maya o La siega.
[editar] Biógrafos
Sobre Lope de Vega se han escrito muchos libros, de forma que ha llegado a desarrollarse
una rama entera de la Filología hispánica, el Lopismo. El primero en hacerlo fue su
discípulo, amigo íntimo y admirador Juan Pérez de Montalbán en su Fama póstuma (1636).
Otros escritores que lo han hecho son Cayetano Alberto de la Barrera y Leirado (Madrid,
1890), Hugo Rennert y Américo Castro (Madrid, 1919), Karl Vossler (Lope de Vega y su
tiempo, Madrid, 1940), Luis Astrana Marín (La vida azarosa de Lope de Vega, Barcelona,
1941), Joaquín de Entrambasaguas (Vivir y crear de Lope de Vega, Madrid, 1946),
Federico Carlos Sainz de Robles (El otro Lope de Vega), Ramón Gómez de la Serna (Lope
viviente) y Ángel Flores (Vida de Lope de Vega)
[editar] Bibliografías
[editar] Sobre Lope de Vega
HUERTA CALVO, Javier (2003). Historia del Teatro Español. Madrid: Editorial Gredos.
PEDRAZA JIMÉNEZ, Felipe B. (1990). Perfil biográfico. Barcelona: Editorial Teide. Pp. 3-23.
Castro, Américo, y Rennert, Hugo A. (1968). Vida de Lope de Vega: (1562-1635).
Salamanca: Fernando Lázaro Carreter ed.
Enciclopedia metódica Larousse. (1983). Tercer tomo. "Lengua y literatura, Historia de las
literaturas". Ciudad de México: Ediciones Larousse. ISBN 968-6042-14-8. Pp.99-100.
José Fernández MONTESINOS: Estudios sobre Lope de Vega. Salamanca: Anaya, 1967.
Felipe B. PEDRAZA JIMÉNEZ: El universo poético de Lope de Vega. Madrid: Laberinto,
2004.
Juan Manuel ROZAS: Estudios sobre Lope de Vega. Madrid: Cátedra, 1990.
Mimma DE SALVO: "Notas sobre Lope de Vega y Jerónima de Burgos: un estado de la
cuestión"
Fuenteovejuna es una obra teatral en tres actos escrita por Lope de Vega, una de las más
importantes de su prolífica carrera creativa. Representada en tres actos en donde, en el
primero se presentan los hechos y las circunstancias, en el segundo se van desarrollando los
hechos y en el tercero se resuelven.
Los hechos se desarrollan en el pueblo cordobés de Fuente Obejuna en época del reinado de
los Reyes Católicos, 1474 - 1516.
Contenido
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1 Tema
2 Personajes
3 Argumento
o 3.1 Primer acto
o 3.2 Segundo acto
o 3.3 Tercer acto
4 Enlaces externos
[editar] Tema
El tema principal es el levantamiento del pueblo contra el abuso de poder del Comendador.
Se plantea un conflicto social entre el señor feudal y sus vasallos. Ya en el primer acto
queda esbozado el tema al querer el Comendador abusar de Laurencia y quedar reflejado el
derecho de pernada.
El pueblo no se propone cambiar el sistema social, busca, simplemente, justicia y para ello
la toma de su mano y luego la pide a los reyes que avalen su acción.
La unidad de todo el pueblo es la base del triunfo. No hay ningún vecino que, aun bajo
tortura, señale al autor directo de las muertes, es el pueblo el que se rebela y ejerce la
justicia, como se puede ver a las preguntas del juez se responde...
El triunfo ante la injusticia y el respaldo del poder a la misma finalizan alabanzas a los
reyes y gritos contra la tiranía
Los temas que tejen el resto de obra son el amor y la ambición. Los amantes, Laurencia y
Frondoso luchan por su amor contra las interferencias del Comendador. El abuso de poder
mostrado por el Comendador tiene como contrapunto la actitud del pueblo, que no ansía
poder sino justicia.
[editar] Personajes
La Reina Doña Isabel de Castilla.
El Rey Don Fernando de Aragón.
Rodrigo Téllez Girón: Maestre de la Orden de Calatrava.
Fernán Gómez de Guzmán: Comendador mayor.
Ortuño y Flores: Criados del Comendador.
Don Manrique.
Un Juez.
Regidor 1.º y Regidor 2.º, Ambos de Ciudad Real.
Regidor de Fuenteovejuna.
Esteban y Alonso: Alcaldes de Fuenteovejuna.
Laurencia, Jacinta y Pascuala: Labradoras.
Juan Rojo, Frondoso, Mengo y Barrildo: Labradores.
Leonelo: Licenciado en Derecho.
Cimbranos: Soldado.
Un muchacho.
Un soldado.
Labradoras y Labradores.
Músicos.
Acompañamiento.
[editar] Argumento
[editar] Primer acto
En donde se contextualiza la obra, mostrando los sucesos que ocurren el pueblo y a sus
lados. Empieza con la llegada del Comendador a la casa del Maestre junto con dos de sus
hombres de confianza. El maestre lo recibe y empiezan a entablar una conversación en la
cual se trata el tema de la conquista de Ciudad Real por las tropas a las órdenes que éstos
ostentan con objeto de liberar dicha ciudad para el rey, siendo ésta un punto estratégico
muy preciado entre Castilla y Andalucía.
En este momento se ve el carácter de personaje del Comendador por ciertas frases ilícitas
que este sugiere al Maestre. En todo momento Fernán Gómez recuerda al joven Maestre la
forma que obtuvo su puesto por mediación de la abdicación de la muerte de su padre y que
después de la muerte de éste su gobierno quedó mediado por la supervisión de otra persona
que prontamente falleció, y ahora en su todavía juventud él tiene que gobernar sin ningún
consejo, ni supervisión. Esta juventud (cosa que recalca Lope a lo largo de la obra) hace al
Maestre confiar de pleno en todo lo que dice el Comendador y lo cual en cierto modo (cosa
que también Lope pone mucho énfasis en denotar) lo exime de toda responsabilidad en los
futuros acontecimientos.
Más tarde otra situación y de las más importantes del acto es la conversación de dos
mujeres de Fuente Ovejuna: Pascuala y Laurencia. La conversación trata de la posibilidad
que tiene Laurencia de “liarse” con Fernán Gómez ya que éste insistía antes de irse a la
guerra desde hacía mucho tiempo en estar con ella. Sin embargo ella decía, que no por su
categoría iba ella a rendirse ante él, siendo éste una persona que no la quería para casarse
con ella sino que, como ella afirma duramente él sólo la quiere para tenerla un tiempo y
dejarla como había hecho ya con muchas otras. En esta discusión la opinión que parece
inamovible de Laurencia se ve puesta en duda por Pascuala la cual dice que al igual que
muchas otras acabaría cediendo.
Aparecen en ese momento Frondoso, Barrildo y Mengo; otros tres convecinos que están
discutiendo un tema sobre el cual las dos mujeres se interesan escuchando las apuestas que
ellos hacían sobre quien sería el poseedor de la razón. El tema, bastante curioso, resultó ser
si existía o no el amor, afirmando Mengo que no existía nada más que el amor por uno
mismo y contradiciéndole los otros dos. Se establece un debate entre los cinco personajes,
no sacando nada en claro. En estos momentos aparece Flores uno de los “ayudantes” del
Comendador el cual empieza a relatar las maravillas de la guerra recién terminada y que
había sido vencida por el bando del jefe del que así hablaba y del Maestre.
Más tarde en otro lugar habla el Comendador con los dos alcaldes de Fuente Ovejuna,
dando este las gracias a los otros dos por tanto ellos como su pueblo haberlo recibido tan
cortés y alegremente después de su regreso de la victoriosa guerra.
Luego hay una parte donde los reyes Católicos son informados de la victoria en Ciudad
Real y donde éstos mandan un par de regidores en busca de Fernán Gómez a Fuente
Ovejuna.
Antes de marchar éste tiene un incidente con una mujer que quiere llevarse con él (para
variar) y que Mengo siendo el único hombre presente en el agravio impide a costa de un
montón de latigazos.
En otro lugar Frondoso vuelve a pedir el amor de Laurencia, que está ya más conmovida
por la actuación valerosa de éste frente al Comendador, medio accede. En esos momentos
llega el padre de Laurencia, el alcalde, y dándose cuenta de la situación da la mano de
Laurencia a Frondoso, el cual queda rebosante de felicidad.
En Fuente Ovejuna se celebra la boda entre Frondoso y Laurencia, con los consiguientes
cantos, bailes y alegría. En esos momentos aparece el Comendador y sus esbirros y pide a
sus ayudantes que los meta presos a Frondoso y a Laurencia frente a todo el pueblo que
observa admirado.
Las dudas en cierto momento surgen por la carencia de armas en comparación de los
guardianes de la casa antes nombrada y en nombre de quién realizarían la acción. Deciden
pues hacerlo en nombre de Fuente Ovejuna y de los Reyes Católicos pensando que si a los
reyes el poder les viene de Dios, qué mando debe poseer un Comendador para poder estar
contra el rey.
Pero en esto también toman parte las mujeres, provocadas por Laurencia, siendo éstas las
principales agraviadas.
Llegados pues al palacio del Comendador derrotan las puertas y a sus guardianes y matan a
su dirigente clavando posteriormente su cabeza en una pica. A sus sirvientes, Flores y
Ortuño, les dan buena cuenta las mujeres.
Flores, vivo aún, llega a contar la revolución de Fuente Ovejuna al rey, desconocedor éste
de la traición del personaje. Don Fernando manda a un juez y a un capitán a comprobar si
en realidad hubo delito.
En Fuente Ovejuna sus pobladores prometieron decir que el Comendador fue muerto por
Fuente Ovejuna. Entonces llegado el juez al pueblo por medio de tortura, engaños y demás
lo único que sacó del interrogatorio fue:
¿Quién mató al comendador?, Fuente Ovejuna, señor *¿quién es Fuente Ovejuna?
Todos a una, señor.
*(esta última parte no aparece en el libro).
El caballero de Olmedo
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El caballero de Olmedo es una obra de Lope de Vega, dramaturgo español del siglo XVII,
basada, como otras del mismo autor, en una canción popular:
al Caballero,
a la gala de Medina,
la flor de Olmedo.
La obra suele clasificarse como una tragedia (o tragicomedia), ya que introduce elementos
propios de este género en su tradición clásica, como la presencia de un coro, el desenlace
fatal de su protagonista o la temática del destino como fuerza inexorable que se impone a
los personajes. Pese a ello, los dos primeros actos de la obra contienen muchos elementos
en común con otras comedias lopescas de tema romántico.
Contenido
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1 Personajes principales
2 Argumento
3 El mito del caballero de Olmedo y sus plasmaciones literarias
4 Fuentes, creación y pervivencia de El caballero de Olmedo
5 Enlaces externos
[editar] Argumento
Llegado Don Alonso de Olmedo a Medina, conoce y se enamora de doña Inés, que ha sido
prometida por su padre a Don Rodrigo sin su consentimiento. Fabia hace de mediadora
entre don Alonso y doña Inés para favorecer sus deseos, pero los amantes son sorprendidos
durante su galanteo, lo que aumenta los celos y el odio de don Rodrigo hacia don Alonso.
Para evitar ser casada con don Rodrigo, doña Inés finge tener vocación religiosa, lo que
permite que Fabia y Tello se introduzcan en su casa como supuestos instructores de la
doncella. Durante el tercer acto, el de carácter más marcadamente trágico, un coro de
campesinos anuncia ya la muerte del Caballero, que se produce a manos de don Rodrigo,
pese a que don Alonso le acababa de salvar la vida durante las justas de Medina. Enterado
de este suceso y de sus circunstancias, el Rey don Juan II de Castilla ordena capturar y dar
muerte a don Rodrigo y su criado.
Don Alonso, un noble caballero de Olmedo, al ir a la feria de Medina junto con su sirviente,
llamado Tello; ve a una hermosa dama vestida de labradora, de la que se enamora.
Entonces contrata a una alcahueta, de nombre Fabia, a la que le da una carta amorosa que
ésta tendrá que dar a doña Inés, la dama vestida de labradora, a cambio de un collar. Fabia
va a casa de Inés con la excusa de que vende cosméticos y le incita a leer unos papeles
entre los cuales se encuentra la carta amorosa, entonces le entrega la carta y la convence
para que responda a la carta, pero en una de éstas, entra su prometido, don Rodrigo, junto
con su sirviente, don Fernando, por la puerta y al encontrarse con Fabia se disgustan pero
las mujeres les convencen de que es la honorable anciana que limpia la ropa. Más tarde,
Inés responde a la carta de Alonso y Fabia se la lleva a éste. Al llegar a donde él, Alonso no
quiere leerla por miedo a que tenga malas noticias y le dice a Tello que la lea y que si no
trae buenas noticias que no se la entregue. Después de leerla se la entrega, por lo que tiene
buenas noticias. En ésta se dice que Alonso debe de ir a casa de Inés a recoger un listón
verde de chinelas, que ésta dejara en la reja del jardín por la noche para el próximo día
Alonso se lo ponga en el sombrero y puedan reconocerse. Pero cuando llega la noche y
Alonso va junto con Tello a por el listón se encuentran con que Rodrigo y Fernando
pasaron a dar una vuelta por casa de Inés y que habían encontrado en listón, entonces
deciden irse. En un momento, Inés ve a Rodrigo con el listón y piensa que Fabia le ha
tendido una trampa para que se enamorara de su prometido, porque en el fondo no estaba
enamorado de él. Al de un rato aparece Fabia y le explica lo ocurrido, y también le dice
quien es en realidad su amante, el caballero de Olmedo: la gala de Medina, la flor de
Olmedo.
Dos días más tarde Tello y Alonso van hacia Medina hablando, cuando Tello le insinúa a
Alonso sobre la peligrosidad de este romance, puesto que está Fabia la alcahueta con su
magia por medio, pero Alonso le contesta que el amor tiene que soportar cualquier tipo de
peligro. Al de un rato llegan a casa de Inés y entonces Alonso e Inés empiezan a
condescenderse. Pronto llega don Pedro, padre de Inés, por lo que Alonso y Tello se ven en
la obligación de esconderse. Don Pedro sorprendido de ver a su hija despierta a altas horas
de la mañana le pregunta que qué hace despierta a esas horas, Inés le responde que estaba
rezando. Pero también le cuenta que quiere ser monja por lo que necesita que le haga cortar
un hábito cuanto antes y que le busque un profesor de canto que asimismo le enseñe latín.
Don Pedro no le niega la palabra de dios y promete esforzarse en encontrar una mujer que
le enseñe tanto latín como canto. Al irse don Pedro Alonso y Tello vuelven a aparecer,
como Inés ya no esta comprometida, Alonso lo tendría más fácil, pero ahora tiene que
contar con que Inés es monja. Entonces deciden que Tello sería su profesor de latín, que
sería el que llevaría las cartas de amor a Inés, y que Fabia seria su profesora de virtudes y
costumbres. Así lo planearon y así lo desempeñaron. Fabia y Tello consiguieron ser los
maestros de Inés. Todo les salió muy bien, lo que pasa es que al ser Inés una monja no pudo
acudir a la feria de Medina a la que el rey asistiría. Pero Alonso si que acudió a pesar de
tener una revelación de su alma en un sueño en el que éste moría.
Con la feria ya empezada Alonso empezó a tomar parte es ésta, en la cual destaca como
gran jinete picador de toros. Don Rodrigo incapaz de soportar todas las marrullerías que el
público estaba echando a don Alonso, se ve en la obligación de meterse en la feria. Don
Alonso antes de dejar de lucirse, le dice a Tello que vaya a donde Inés y le diga que se
prepare para hablar con él antes de que éste parta hacia Olmedo para que sus padres no
piensen que ha sido asesinado por uno de los toros. Pero mientras Tello va a donde Inés,
don Rodrigo entra en la faena, y necesita la ayuda de Alonso para salvarse la vida después
de haberse caído del caballo delante de un toro. Por lo tanto don Rodrigo se encuentra
furioso por deberle la vida al hombre del que tiene celoso. Antes de partir hacia Olmedo,
don Alonso pasa por casa de Inés a hablar con ella. Después de hablar, al partir, Alonso ve
una sombra de la cual se asusta, pero no le da más importancia y piensa que es su
imaginación, por lo tanto prosigue su camino. Pero cuando ya estaba cerca de su casa se
siente amenazado por un silbido de una de sus canciones, alertado por lo sucedido con la
sombra, se prepara para el combate y decide averiguar quien el que silba la canción. Pero
no es más que un campesino, por lo que se despreocupa. Al de pocos instantes ve acercarse
a unos caballeros, los cuales distingue casi al momento, son don Fernando y don Rodrigo.
Alonso al ver que es don Rodrigo se despreocupa sabiendo que le a salvado la vida y no
cree que le haga nada. Pero contra todos los pronósticos le mata y huye hacia Medina. Al
de un rato llega Tello que se encuentra a Alonso en el suelo y le ayuda a llegar ante sus
padres. Mientras todo esto sucede, Inés le cuenta la verdad sobre Alonso a su padre y
accede a que se casen. Tello después de dejar a Alonso en su casa, parte hacia Medina
dejando a los padres y a la casa de éste de luto. Cuando llega a Medina se encuentra con
don Fernando y don Rodrigo que tras la muerte de Alonso iban a pedir las manos de Leonor
y Inés respectivamente. Pero Tello le cuenta lo sucedido al rey que también se encontraba
en la casa y logra que el rey haga ahorcar a Fernando y Rodrigo dando fin a la obra del
caballero de Olmedo.
Caballeros de Medina
El propio Rico supone que en el siglo XVII, a raíz del traslado de la corte a Valladolid
(1601-1606), volvió a resurgir el mito. En ese contexto pudo escribirse un Baile del
caballero, cuyos descendientes manuscritos e impresos han llegado hasta nosotros. La
versión más difundida fue la que se publicó en un volumen titulado El Fénix de España
Lope de Vega Carpio. Séptima parte de sus comedias (1617). Nuestro poeta no intervino en
esa edición y es probable que el baile no sea suyo, sino un añadidoarbitrario del editor. Bien
es verdad que, aunque situado en tierras de Castilla la Vieja y en época moderna, tiene
claras semejanzas con algunos romances moriscos del propio Lope.
al Caballero,
a la gala de Medina,
la flor de Olmedo.
Además tenemos una comedia anónima, conservada en un manuscrito con fecha de 1606 e
impresa en 1626 con el título de El caballero de Olmedo o la viuda por casar, y una
parodia, probablemente tardía, debida a Francisco Antonio de Monteser, publicada en 1651
como Comedia burlesca de El caballero de Olmedo.
mi noble señor,
caro os ha costado
el tenerme amor!
Si Lope conocía la comedia anónima de 1606, poco o nada tomó de ella, a no ser el
ambiente bajomedieval. La acción de La viuda por casar se desarrolla en tiempos de
Enrique III de Castilla, y la de la tragicomedia de Lope en la época de su hijo, Juan II.
Con tan escasos elementos ajenos, el poeta construyó un drama que hoy es considerado una
de las muestras más perfectas de su genio. Y se dice hoy es considerado, porque El
caballero de Olmedo no ha tenido fortuna entre los lectores hasta fechas muy recientes.
La tragicomedia debió de escribirse en 1620, y Lope no llegó a verla impresa. Quizá perdió
el manuscrito que entregó a los cómicos para su representación, quizá no la consideró de
particular interés (también los autores se equivocan respecto al valor de sus obras), quizá no
pudo publicarla porque desde 1625 hasta 1635 las autoridades no concedieron permiso para
editar comedias ni novelas en el Reino de Castilla. Lo cierto es que el texto de la obra no se
publicó hasta después de la muerte del autor, en 1641, y lejos del control de sus herederos y
albaceas: en Zaragoza. Durante los siglos XVIII y XIX fue pieza escasamente apreciada.
Solo a fines del XIX se inició, con la edición y estudio de Menéndez Pelayo, una
revalorización que llega hasta nuestros días. María Grazia Profeti apunta como causa de ese
interés «la sugestión que ha ejercido en el período postromántico el binomio amor-muerte
que parece ser la base de esta comedia».
La dama boba
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La dama boba
Ficha técnica
Datos y cifras
País(es) España
Año 2006
Duración 92 minutos
Ficha en IMDb
La dama boba es una obra teatral del Siglo de Oro español, llevada al cine por Manuel
Iborra en 2006.
Lope de Vega escribió la dama boba en 1613, en plena madurez creadora. Esta obra fue
estrenada por la agrupación de Pedro de Valdés, marido de la conocida actriz Jerónima de
Burgos, a quien será destinado el papel de Nise, una de las protagonistas de la comedia, tal
como puede apreciarse en el reparto del manuscrito de la comedia que hoy en día se
conserva.
Se trata de una comedia que gira en torno al poder educativo del amor. Finea, la dama a la
que alude el título de la obra, es una joven cuya inteligencia despertará no a través de los
sistemas pedagógicos tradicionales, sino cuando conozca el amor. Es éste el tema central de
la obra: la idea neoplatónica sobre la capacidad del amor para abrir el entendimiento.
Está ambientada en la España del siglo XVI donde dos hermanas, Finea y Nise, son
víctimas del machismo imperante en el reino. Para ello una decide escribir para expresar su
odio y la otra se hace la tonta... Un amor en común les hará enfrentarse entre ellas...
Sin embargo, es uno de los temas secundarios de la obra el que despierta mayor interés
entre el público de hoy día: el lugar que ocupa la mujer en una sociedad que la sitúa a la
sombra del padre o del marido. Y es en relación a este tema donde comprobamos la
modernidad del autor, al presentar a los personajes femeninos como dos mujeres que
acabarán utilizando su intelecto para conseguir sus objetivos amorosos.
Pero no debemos quedarnos sólo con el proceso de madurez intelectual de Finea, la dama
boba, pues la otra hermana experimenta un proceso similar pero en otro sentido, en el
sentimental, representando ambas, en un principio, dos polos opuestos y que en el
transcurso de la obra se irán equilibrando, llegando al estado de gracia en que se compensan
sus perfiles intelectuales y sentimentales.
En cuanto a los personajes, éstos son supuestamente esquemáticos (la dama, el galán, el
criado, el padre...), pero realmente el autor les aleja del arquetipo teatral, dotándoles de su
propia individualidad. Dos son los personajes principales:
Finea, sobre cuyos hombros recae el peso de la obra y en torno a la cual gira toda la trama
y el futuro del resto de los personajes. La transformación de Finea es gradual a medida
que toma conciencia de su enamoramiento. Su inteligencia está latente al principio y es el
amor el que hace que surja en todo su esplendor, llegando a superar a su hermana Nise, la
intelectual.
Nise no cae en la pedantería intelectual como sería de esperar, sino que se muestra crítica
y llena de sentido común (como en la escena en que hace una crítica a la oscuridad de la
poesía culterana). Aunque su afición a las letras cede en cuanto empieza a experimentar el
mal de amores.
(Sube el telón. Escenario oscuro. Luz blanca al actor. Habla desde el centro de la escena, al público)
- Todos hemos ido alguna vez al teatro. Somos perfectamente conscientes de la enorme importancia
que tiene en los tiempos que corren, del papel primordial que juega tanto en la educación de las
personas como en su tiempo de ocio. Hoy día, tanto en el centro urbano como en la periferia de una
ciudad grande y cultural como puede ser Madrid, capital de España, podemos encontrar cada pocos
pasos carteles de salas profesionales, filas de gente copando las aceras para comprar entradas, centros
culturales con sus propios grupos, anuncios de certámenes de teatro... Pero no debemos caer en el
error de pensar que el teatro ha adquirido su mayor grado de valoración ahora: si ha habido una época
en la que ha destacado en España, ha sido el siglo XVII. Las precursoras en España de todo este
galimatías que llamamos teatro moderno fueron, cómo no, las gentes del Siglo de Oro: las modestas,
las nobles, los reyes, los autores de las comedias... Enterémonos de cómo vivían ellos el hecho teatral,
de cuáles eran las diferencias y semejanzas, que probablemente sean por ambas partes más de las que
imaginamos, entre aquellos tiempos dorados y nuestros días. Volvamos la vista atrás, viajemos en el
tiempo, entonces...
- No podemos empezar a hablar del siglo de Oro sin una pequeña referencia histórico-cultural: el siglo
XVII es el siglo del Barroco, de Francisco de Quevedo, de los duelos, de las capas con embozo (Se pone
el brazo por delante de nariz y boca), del Quijote, de los “¡Pardiez!” y los “¡Voto a bríos!” (Exaltado), de
la Guerra de Flandes... y por supuesto, de Lope de Vega, de Calderón de la Barca y del teatro. Muchas
personas formaban parte de la actividad teatral en España ya desde finales del siglo XV, y el número de
éstas se disparó en el Barroco debido al interés desmesurado que esta variedad literaria empezó a
despertar en las gentes. Autores de comedias, cobradores, tramoyistas, actores... solían agruparse en
compañías, conocidas como “compañías de la legua” por lo mucho que viajaban, pues en un principio,
ni ciudades ni pueblos gozaban de sitios fijos para este tipo de espectáculos, sino que se veían
obligados a improvisar tablados en las plazas principales de cada población. Como es de esperar, había
muchos tipos de compañías dependiendo del número de componentes y de las obras que
representaban. Pero dejemos que un actor de aquella época, Agustín de Rojas, nos lo cuente con sus
propias palabras.
- (Entra otro actor por la derecha. Habla desde la esquina derecha de la escena. Viste calzas blancas con
lazos, jubón marrón con desgarros en las mangas, florete enfundado, pañuelo en la cabeza y un
enorme mostacho. Luz amarilla al actor, se apaga la luz azul de escenario, permanece la luz blanca al
otro actor) Habéis de saber que hay bululú, ñaque, gangarilla, cambaleo, garnacha, bojiganga,
farándula y compañía. El bululú es un representante solo, que camina a pie, habla al cura y dícele que
sabe una comedia. Ñaque es dos hombres: éstos hacen un entremés. Gangarilla es compañía más
gruesa; ya van aquí tres o cuatro hombres; uno que sabe tocar una locura; llevan un muchacho que
hace la dama. Cambaleo es una mujer que canta y cinco hombres que lloran; éstos traen una comedia,
dos autos, tres o cuatro entremeses. Compañía de garnacha son cinco o seis hombres, una mujer que
hace la dama primera y un muchacho que hace la segunda; éstos llevan cuatro comedias, tres autos y
otros tantos entremeses; están ocho días en un pueblo. En la bojiganga van dos mujeres y un
muchacho, seis o siete compañeros, y aun suelen ganar buenos dineros. Farándula trae tres mujeres,
ocho o diez comedias y traen buenos vestidos. En las compañías traen cincuenta comedias, diez y seis
personas que representan, treinta que comen, uno que cobra y Dios sabe el que hurta... (Se apaga la
luz amarilla. Sale por donde ha entrado)
(Se levantan de varias butacas algunos grupos de alborotadores vestidos a la usanza del XVII, también
con sus espadas al punto, gritándose unos a otros. Gradualmente va pasando el griterío y se sientan)
Toda esta algarabía contrastaba con los refinadísimos modales de los nobles, que permanecían al
margen de las reyertas siempre que podían. Si había algo original en el teatro es que era el único
espectáculo que hermanaba sin mezclarlos a pobres y a ricos en un mismo lugar. Lo más curioso que
podemos encontrar probablemente, es la realización de los efectos especiales. A las gentes del XVII les
gustaban especialmente este tipo de trucos, algo que no nos sorprende demasiado porque no está en
absoluto alejado de las preferencias del público actual: descubrimientos inesperados gracias a alguna
parte encortinada del foro (Se abren las cortinas), batallas a caballo en pleno patio, apariciones y
desapariciones de los actores, nubes mecánicas que subían y bajaban para representar el Cielo,
escotillones en el tablado que vomitaban humo y llamas para el Infierno... (Las trampillas escupen
humo. Pausa)
En cuanto a los vestuarios que usaban, eran siempre muy ricos y vistosos, si bien es verdad que no eran
demasiado realistas, pues, sin importar la época histórica que se estuviera representando, los actores
siempre salían ataviados siguiendo la moda española del siglo XVII, con sus chapines, jubones, calzas,
guardainfantes, espadas y capas con embozo.
Las obras no solían durar en cartel más de dos o tres días en el mismo corral debido a lo exigente que
era el público de la época (Vuelve a inclinarse hacia el auditorio, con sorna) -y nos quejamos hoy-. Por
eso, muchos autores teatrales llegaron a escribir cantidades desmesuradas de comedias, como Lope de
Vega, que parece ser que compuso más de 300 obras teatrales, y es que tenían tanto éxito que incluso
antes de que las hubiera terminado, los corrales de comedias ya las anunciaban como próximos
estrenos.
(Se levanta)
Es posible que después de este breve recorrido por el teatro del Siglo de Oro, podamos plantearnos
que, al fin y al cabo, amigos, en realidad no hemos descubierto nada...
(Se encoge de hombros y sale por el fondo de la escena. Oscuro. Cae el telón)