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PADRE, PERDÓNALOS PORQUE NO SABEN LO

QUE HACEN

“Cuando llegaron al sitio llamado la calavera, crucificaron a Jesús y a los dos


criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. Jesús dijo: Padre perdónalos,
porque no saben lo que hacen. Y los soldados echaron suertes para repartirse entre
si la ropa de Jesús.” (Lc 23:33-34)
Jesús dijo estas palabras desde la cruz, mostrando con ellas bondad, amor, gracia,
perdón y misericordia infinitos. A pesar de estar sufriendo un gran dolor debido a la
cruel humillación, flagelación y crucifixión a la que fue sometido. Con estas palabras
¡Jesús ora por los que le crucifican! ¿Quiénes son? ¿Los soldados? ¿Sus
superiores a los que deben obedecer? ¿La jerarquía religiosa, que resolvió que
Jesús debería morir? Sí, todos ellos, pero además todos los que pecan. Entonces
también mi pecado clavó a Jesús en la cruz.
«Padre, perdónalos». Esta palabra es aplicada a todos por cuyo perdón Cristo oró.
En primer lugar, es aplicada a aquellos que realmente clavaron a Cristo en la Cruz,
y jugaron a la suerte sus vestiduras. Puede ser también extendida a todos los que
fueron causa de la Pasión de Nuestro Señor: a Pilato que pronunció la sentencia; a
las personas que gritaron «crucifícalo»; a los sumos sacerdotes y escribas que
falsamente lo acusaron. Y así, desde su Cruz, Nuestro Señor oró por el perdón de
todos sus enemigos.
“Porque no saben lo que hacen”. Para que su oración sea razonable, Cristo se
disminuye, o más aún da la excusa que pueda por los pecados de sus enemigos.
Él ciertamente no podía excusar la injusticia de Pilato, o la crueldad de los soldados,
o la ingratitud de la gente, o el falso testimonio de aquellos que perjuraron. Entonces
no quedó para Él más que excusar su falta alegando ignorancia. Pues con verdad
el Apóstol observa: «pues de haberla conocido, no hubieran crucificado al Señor de
la Gloria». Ni Pilato, ni los sumos sacerdotes, ni el pueblo sabían que Cristo era el
Señor de la Gloria. Aun así, Pilato sabía que él era un hombre justo y santo, que
había sido entregado por la envidia de los sumos sacerdotes, y los sumos
sacerdotes sabían que Él era el Cristo prometido, como enseña Santo Tomás,
porque no podían --ni lo hicieron-- negar que había obrado muchos de los milagros
que los profetas habían predicho que el Mesías obraría. En fin, la gente sabía que
Cristo había sido condenado injustamente, pues Pilato públicamente les había
dicho: «No encuentro en este hombre culpa alguna», e «Inocente soy de la sangre
de este hombre justo».
Por tanto, un pecador es similar a un hombre que desea lanzarse a un río desde un
lugar elevado. Primero cierra sus ojos y luego se lanza de cabeza, así aquel que
hace un acto de maldad odia la luz, y obra bajo una voluntaria ignorancia que no lo
exculpa, porque es voluntaria. Pero si una voluntaria ignorancia no exculpa al
pecador, ¿por qué entonces Nuestro Señor oró: «Perdónalos porque no saben lo
que hacen»? A esto respondo que la interpretación más directa a ser hecha de las
palabras de Nuestro Señor es que fueron dichas para sus verdugos, que
probablemente ignoraban completamente no sólo la Divinidad del Señor, sino
incluso su inocencia, y simplemente realizaron la labor del verdugo. Para aquellos,
por tanto, dijo en verdad el Señor: «Padre, perdónalos porque no saben lo que
hacen».
Si los hombres aprendiesen a perdonar las injurias que reciben sin murmurar, y así
forzar a sus enemigos a convertirse en sus amigos, aprenderíamos una segunda y
muy saludable lección al meditar la primera palabra. El ejemplo de Cristo y la
Santísima Trinidad han de ser un poderoso argumento para persuadirnos en esto.
Pues si Cristo perdonó y oró por sus verdugos, ¿qué razón puede ser alegada para
que un cristiano no actúe de igual modo con sus enemigos? Si Dios, nuestro
Creador, el Señor y Juez de todos los hombres, quien tiene en su poder el tomar
venganza inmediata sobre el pecador, espera su regreso al arrepentimiento, y lo
invita a la paz y la reconciliación con la promesa de perdonar sus traiciones a la
Divina Majestad, ¿por qué una creatura no podría imitar esta conducta,
especialmente si recordamos que el perdón de una ofensa obtiene una gran
recompensa?
De la misma manera, cuando un hombre ha sido insultado, él ha de amar a la
persona de su enemigo y odiar el insulto, y debe más aún compadecerse de él que
molestarse con él, así como un doctor ama a sus pacientes y prescribe para ellos
con el necesario cuidado, pero odia la enfermedad y lucha con todos los recursos a
su disposición para alejarla, destruirla y hacerla inofensiva. Y esto es lo que el
Maestro y Doctor de nuestras almas, Cristo nuestro Señor, enseña cuando dice:
«Amad a vuestros enemigos, haced bien a aquellos que os odian, y rogad por los
que os persiguen y calumnian». Cristo nuestro Maestro no es como los Escribas y
Fariseos que se sentaban en la silla de Moisés y enseñaban, pero no llevaban su
enseñanza a la práctica. Cuando ascendió al púlpito de la Cruz, Él practicó lo que
enseñó, al orar por los enemigos que amaba: «Padre, perdónalos, porque no saben
lo que hacen». Esta fue la primera expresión de Jesucristo desde la cruz, la que
reveló la grandeza de su corazón y resuena a través de los siglos el gran amor del
único Salvador de mundo.
Dios quiere que seamos conscientes de lo que su sacrificio significa, creo que cada
uno de nosotros debería valorar ese sacrificio a diario y no solo en una semana en
especial, creo que nuestro modelo de vida debería girar alrededor de tener en
cuenta que lo que Jesús hizo por nosotros vale tanto la pena que necesitamos
demostrarle nuestro agradecimiento a través de una vida apartada del pecado.
La escena que observaba Jesús en aquel instante, era bastante dolorosa, los
soldados romanos estaban repartiéndose sus túnicas echándolas a su suerte; uno
de los criminales junto a él, los líderes religiosos y todas las personas presentes lo
blasfemaban y se burlaban de él; sin embargo, Jesús ora por ellos, pide por el
perdón de todos, no solo de los que se encontraban en aquel sitio, sino de toda la
humanidad.
Él hasta en sus últimos momentos pide por nosotros, no se centra en su dolor, ni se
preocupa en odiar a los que lo injurian y lastiman, en su corazón solo hay amor y
misericordia por todos los pecadores; nunca se fijó ni recriminó las faltas que tenían
los que se acercaban a él, siempre tuvo sus brazos abiertos para aquel que deseara
el perdón.
Ahora bien, ¿realmente esas personas que estaban presentes en La Calavera no
sabían lo que hacían? O ¿simplemente se dejaron llevar por su necedad? Estas son
preguntas claves, pues los pecados los cometemos con algo de conciencia, no
podemos justificarnos en que estábamos cegados por nuestra terquedad o por
nuestras emociones, siempre hay algo de conciencia en lo que hacemos y
pensamos. Somos necios, pero no ignorantes.
Estamos acostumbrados a fijarnos en el que está a nuestro lado, señalamos al que
se equivoca y va a en contra de nuestros ideales y costumbres, hablamos mal del
que nos ofende y lastima, solo nos quejamos de todo el daño que otros nos hacen,
pero, ¿solamente somos víctimas? ¿otras personas son las que nos ofenden y
lastiman? ¿está bien decidir por nosotros mismos quién se equivoca, quién comete
alguna falta? ¿acaso uno no ofende a otros?
¿Hoy en día podemos decir que no sabemos lo que hacemos? ¿Qué no somos
conscientes de nuestros pensamientos, palabras y acciones? ¿acaso estamos
ciegos espiritualmente? ¿de verdad no vemos con claridad la realidad? emitimos
criterios y juzgamos al otro con frialdad e injusticia, pero somos totalmente
incapaces de juzgarnos a nosotros mismos; primero hay que sacar la basura que
tenemos en nuestro ojo, antes de fijarnos en el que está a nuestro lado.
No reflexionemos por nuestros actos solo en esta semana, en esta noche. Debemos
ser conscientes de nuestras acciones, reflexionemos sobre nuestros pensamientos,
palabras y acciones todos los días, que no se quede aquí, ni en este momento, sino
que haga parte de nuestra cotidianidad, primero debemos ver nuestros errores, no
somos superiores para juzgar o criticar a otros, que no nos pase como les pasó a
las personas que injuriaron y lastimaron a Jesús, porque nadie sabe con certeza lo
que le está sucediendo al otro.

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