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LA DIMENSION DE LA FE

Todo conocimiento verdaderamente humano tiene siempre una dimensión que se


nos escapa, que no podemos abarcar del todo. Es aquí donde aparece la fe.
La fe, en sentido amplio, no es algo puramente religioso, sino que es una
parte esencial de cualquier conocimiento humano. Es, en cierto modo, un tipo
de conocimiento, pero que hace salir al sujeto más allá de sí mismo, al ámbito de
lo que no puede controlar. En una relación personal, el otro no es objetivable, no
puedo reducirlo a una cosa que yo controlo para conocerla mejor. Para conocer de
verdad a otra persona, tengo que salir de mi mismo y arriesgarme, ponerme a su
merced.
En el conocimiento personal no cabe, además, la neutralidad. Al contrario de lo
que sucede con el conocimiento científico, su ideal no es la pura objetividad,
sino, al contrario, la implicación personal. Qué duda cabe de que quien mejor
conoce a una persona son sus amigos o sus seres queridos. Precisamente,
porque quieren esa persona, confían en ella y han tenido y tienen fe en ella, han
llegado a conocerla a un nivel más profundo que su médico, su sastre o su
contable. La conocen como persona, saben quién es y no sólo qué es.
Los intentos de llegar a la fe, humana o religiosa, a través de la desconfianza
están abocados al fracaso. Cuando se dice de forma altanera y jactanciosa
“Dios, si existes, demuéstralo: haz un milagro, aparécete aquí mismo, fulmíname
con un rayo, etc.”, se dirige uno a Dios con una actitud que hace imposible esa
salida de sí que es condición indispensable de la fe. Se intenta convertir a Dios en
un objeto que haga lo que yo quiero y del que puedo disponer a mi antojo. Se
quiere lo imposible: una fe inhumana, científica, sin confianza y sin amor. Para la
Iglesia, la fe ha estado siempre unida a la esperanza y al amor. Son tres aspectos
de una misma realidad y ninguna puede subsistir largo tiempo sin las otras dos.
Es equivalente a lo que sucede cuando alguien quiere asegurarse de la fidelidad
de su esposa poniéndole trampas, para ver “si cae en la tentación”. Al margen del
comportamiento de la mujer ante las trampas, el hecho mismo de realizar este
experimento ha roto la relación de fe humana, amor y confianza que debe existir
entre los esposos. Es decir, ha destruido lo que intentaba comprobar.
La fe, ya sea la humana o la divina, sólo se puede obtener desde la humildad
y desde una entrega de sí que supone necesariamente un riesgo. Basta ver
los nervios de los novios antes de la boda. Por eso, la fe es, en cierto modo, lo
contrario de “tenerlo todo atado y bien atado". Como decía San Juan de la
Cruz, para ir a donde no se sabe, hay que ir por donde no se sabe.

Por otra parte, sí que hay algo de común entre la fe y el


conocimiento científico: ambos están basados en la
experiencia. La fe no es ciega ni irracional, en el sentido
de creer “porque sí”. De otro modo tendríamos la misma amistad con
todo el mundo o creeríamos en todas las religiones. La fe implica una historia o
experiencia personal de relación con una persona, que permite y fundamenta esa
fe.
Sin embargo, la fe cristiana presenta una particularidad, porque no corresponde a
la relación con una persona cualquiera. Se refiere a la relación con la Persona
originaria, que desborda nuestro concepto mismo de persona (siendo, de hecho,
tres personas en una sola naturaleza). En este caso, el aspecto de ir más allá de
uno mismo que tiene siempre la fe se vuelve infinito y supera totalmente
nuestras capacidades humanas. El hombre, por sí sólo, puede llegar a conocer
la existencia de Dios mediante la razón, pero no es capaz de conseguir la fe en él.

Por eso, la fe cristiana es sobrenatural, un don divino, y


no podemos conseguirla con nuestro propio esfuerzo.
Como uno de los dos extremos de la relación es
totalmente incapaz de llegar al otro, tiene que ser Dios el
que tome la iniciativa y nos regale lo que no podemos
alcanzar. En Jesucristo, Dios mismo se ha puesto a
nuestro alcance, ha salido de sí mismo, para que
nosotros, saliendo también de nosotros mismos,
podamos creer en él y entregarle nuestras vidas.
Todo esto, por supuesto, no demuestra en absoluto la verdad de lo que creemos
los cristianos. De eso ya iremos hablando. Lo que sí he intentado es desmontar el
absurdo prejuicio de que el conocimiento ideal es el científico y, por lo tanto, la fe
no puede ser más que subjetivismo o superstición. En realidad y como hemos
visto, cuanto más propiamente humano sea un conocimiento, menos tendrá
de números y más tendrá de fe.
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