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NOCIONES PREVIAS.

Derecho Penal y Derecho Procesal Penal.

El orden jurídico penal comprende tres zonas claramente


diferenciadas: la sustantiva, que se ocupa de los delitos, las penas y la
reprochabilidad; la procesal, que se encarga de las formas del proceso; y la
orgánica que se refiere a los tribunales encargados de ejercer la función
jurisdiccional, sin perjuicio de que ello constituye también una cuestión
procesal en la medida que es uno de los presupuestos de la justicia penal.
El Derecho Penal tipifica ciertas conductas humanas como
delito, señala los presupuestos de la responsabilidad penal y determina las
sanciones o penas que corresponden.
Una vez que una de estas conductas ocurren, o se cree que
han ocurrido, las mismas deben ser investigadas en el proceso penal para
comprobar su existencia, como asimismo, la identidad de quienes
intervinieron en el mismo. A este actuar provee sus normas el Derecho
Procesal Penal.
De esta manera podemos decir que el derecho penal y el
derecho procesal penal son estructuras jurídicas que el Estado construye
mediante ley para realizar la función de impartir justicia penal o para
reestablecer el orden jurídico alterado.
Así, cada vez que se presenta un litigio de naturaleza penal,
debe ser resuelto por la jurisdicción mediante el proceso, que viene a ser
pues el medio idóneo para dirimir, imparcialmente, por acto de autoridad, un
conflicto de intereses de relevancia jurídica.
Ahora bien, no está de más recordar que la Jurisdicción, a su
vez, es la función pública realizada por los órganos competentes del Estado,
con la cual, por acto de juicio, se determina el derecho de las partes, con el
objeto de dirimir sus conflictos y controversias de relevancia jurídica,
mediante decisiones con autoridad de cosa juzgada, eventualmente factibles
de ejecución.
Por esto podemos definir el Derecho Procesal Penal como el
conjunto de normas jurídicas que regulan la actividad jurisdiccional del
Estado en asuntos penales, mientras que, siguiendo al jurista Eugenio
Florían decir que el proceso penal es: “el conjunto de actividades y formas
mediante las cuales los órganos competentes, preestablecidos en la ley
penal, observando ciertos requisitos, proveen, juzgando, la aplicación de la
ley penal en el caso concreto”.
En otros términos, el proceso penal es el medio de concreción
de las normas penales sustantivas en un caso específico, es decir, es un
instrumento esencial de la actuación del derecho sustantivo. Tal proceso se
ventila conforme a un procedimiento y que no es, sino, la forma como la
sociedad desea juzgador a quienes – se supone- han cometido algún hecho
punible. Se trata pues, de la única vía que la sociedad organizada tiene para
determinar si efectivamente se ha atentado en contra de las normas que la
propia colectividad se ha dado pues, de no existir, la resolución de los
conflictos quedaría en manos de cada uno de sus miembros.
Así, el proceso penal, debe responder a una finalidad, cual es la
realización del derecho penal material y adaptarse de manera oportuna y
adecuada a los requerimientos sociales.
Desde luego debe tenerse presente que el procedimiento penal,
en general, debe regirse por una serie de principios que permitan la
concreción de la pretensión punitiva del estatal, considerando el respeto de
la dignidad de las personas y de sus libertades. Por lo mismo, un aspecto
central del derecho procesal penal lo constituye la regulación de los derechos
y garantías básicas que los individuos pueden demandar frente al poder
estatal representado por los órganos de persecución penal, de modo tal de
constituir una regulación frente a este poder constituida por las normas
fundamentales de un país, es decir, por la Constitución. De allí que se hable
que el derecho procesal penal es derecho constitucional aplicado, derecho
constitucional reformulado o reglamentado, es decir, una regulación
específica de principios constitucionales básicos acerca de las facultades de
los órganos estatales y de los derechos ciudadanos en materia de
persecución penal.
Un tercer aspecto del cuerpo normativo del sistema de justicia
criminal lo constituyen las reglas que regulan la ejecución de las sanciones
impuestas por el poder jurisdiccional, que incluye, entre otras cuestiones, el
denominado derecho penitenciario.
PROCESO PENAL EN CHILE.
Antecedentes históricos.

Desde el período de la Conquista y durante toda la colonia se


aplicó en nuestro país el sistema inquisitivo español correspondiente a una
etapa histórica anterior al reconocimiento de los derechos individuales y a la
expansión del pensamiento jurídico liberal, desarrollado fundamentalmente a
partir del siglo XIX.
En esta etapa cabe señalar a las Siete Partidas y a la Novísima
Recopilación como leyes principales.
Las formas de inicio del proceso eran la denuncia o de oficio y
los medios de prueba estaban minuciosamente reglamentados, teniendo
especial importancia la confesión que podía obtenerse por tormento.
En cuanto a la organización del sistema judicial, en primera
instancia conocía de los procesos un oidor de la Real Audiencia y este
tribunal era el de alzada.
A partir de la Independencia y hasta la dictación del Código de
Procedimiento Penal en el año 1.906, siguió rigiendo en Chile la legislación
española, pero sucesivos textos constitucionales y legales fueron
modificando en parte dicha legislación influidos por principios liberales.
Así, ya el Reglamento del año 1.812 señalaba diversas
garantías como, por ejemplo, la limitación de la incomunicación hasta por
diez días y consagraba el principio de legalidad del proceso y la sentencia.
La Constitución del año 1.818 introdujo la prohibición de
juramentar al procesado y la penalización de la tortura.
A su vez la Constitución del año 1.822 prohibió el juzgamiento
por comisiones especiales y le pena de confiscación de bienes. Por su parte
la Carta del año 1.833 insistió en la legalidad del proceso y contuvo un
catálogo de garantías de relevancia, agregando una suerte de recurso de
amparo ante la Corte Suprema.
Sin perjuicio de lo anterior, en cuanto los textos constitucionales
establecieron un grupo de garantías las verdaderamente operativas
resultaron puntuales y las demás eminentemente declarativas, de manera
que no constituyeron un cambio del sistema colonial y no dieron lugar a
mayores modificaciones del sistema legislativo.
En este período cabe destacar un verdadero programa de
reforma que se expuso en la Constitución Liberal del año 1.828 que contenía
una declaración programática en cuanto a la necesidad del juicio por jurados.
En el plano legislativo importancia tuvieron los cambios
orgánicos en materia de administración de justicia; diversas leyes en materia
de procedimientos, destacándose, entre otras, la del año 1.837, que obligó a
fundar las sentencias (sin perjuicio de la precariedad de la obligación) y dos
importantes leyes en materia de garantías individuales dictadas en los años
1.884 y 1891. La primera consagró la libertad individual regulándose de un
modo preciso la privación de libertad y la segunda reglamentó el recurso de
amparo
Por ley del año 1.906 se aprobó el Código de Procedimiento
Penal que comenzó a regir el 1° de marzo del año 1.907. Para estos efectos
el Gobierno llamó a un concurso siendo preferido el proyecto presentado por
don Manuel Ballestero que fue aprobado por el Congreso Nacional.
Desde luego debe señalarse que este Código en su concepción
está basado en el sistema existente, de manera que, sin temor, puede
señalarse que corresponde a la lógica de un estado premoderno y por su
estructura e instituciones evidentemente resulta incompatible con las
exigencias del Estado de Derecho, la democracia y la normativa internacional
de derechos humanos.
Por lo demás, ello lo tenía claro el legislador de la época. La
mera lectura del Mensaje del Código así lo demuestra pues se dejó expresa
constancia que el sistema ideal era “un juicio por jurados” o el “juicio oral”,
pero que no podía introducirse en Chile pues: “se comprende fácilmente que
el sistema puede ser establecido en países ricos y poblados. En Chile parece
que no ha llegado aún la ocasión de dar este paso tan avanzado...”
Luego de su dictación se le han introducido diversas
modificaciones, teniendo particular importancia el D.F.L. 426 del año 1.927
que suprimió los promotores fiscales estableciendo que la acusación debía
ser realizada también por el juez de la causa, lo que importó llegar a una
máxima concentración de funciones y afectó, aún más, la imparcialidad del
tribunal.
A partir de fines de la década de los ochenta y principios de la
siguiente, se dictaron diversas leyes modificatorias que trataron de
racionalizar los actos de procedimiento y reducir la duración de los procesos,
representando, además, algún mejoramiento en materia de los derechos de
los justiciados, por ejemplo, al establecer como trámite esencial la
contestación de la acusación, favorecer la libertad provisional, el deber de
información a los detenidos los cargos en su contra, establecimiento de un
catálogo de derechos de los inculpados, entre otros. Sin perjuicio de ello
también han existido posiciones, incluso materializadas legislativamente, que
buscaron restringir los derechos de los imputados, particularmente en lo que
dice relación con la excarcelación.
No está de más señalar en la evolución del proceso penal
chileno iniciativas de reformar el sistema y, a este respecto, destacar un
proyecto elaborado por el profesor Rubén Galecio, aprobado por la Cámara
de Diputados en el año 1.969, que distinguía entre jueces de instrucción y
jueces sentenciadores y establecía el Ministerio Público en primera instancia.

Reseña del Proceso Penal bajo la vigencia del Código de


Procedimiento Penal del año 1.906.

El Código de Procedimiento Penal reglamentó tres tipos de


procedimientos de aplicación general y algunos especiales.
Dentro de los procedimientos de aplicación general,
encontramos el Juicio ordinario sobre Crimen o Simple Delito de acción
Público, el Juicio Ordinario sobre Crímenes o Simples Delitos de Acción
Penal Privada y el procedimiento sobre Faltas.
Reseñaremos exclusivamente al primero, esto es, el juicio
ordinario sobre crimen o simple delito de acción penal pública, que es el de
mayor aplicación práctica e importancia sobre la base de la materia sobre el
cual se aplica.
El juicio ordinario sobre crimen o simple delito de acción penal
pública se aplica siempre que se trate de delitos que deban perseguirse de
oficio.
Consta de dos etapas claramente diferenciadas: sumario y
plenario.
La primera, de un indisimulado rasgo inquisitivo, tiene por
objeto la averiguación de la existencia del delito y del delincuente y el
aseguramiento de la persona y responsabilidades de este último. Se trata de
la etapa de investigación que es dirigida, en el diseño legislativo, por un juez
del crimen, el mismo quien, posteriormente, debe acusar y dictar sentencia.
De las diversas actuaciones de investigación se deja constancia en actas
que se agregan materialmente a un expediente. En esta etapa, si bien
teóricamente preparatoria del juicio penal que debiera tener lugar en
plenario, las pruebas que se recopilan tienen pleno mérito probatorio en este
último y, antes bien, la práctica de tribunales hizo preferirlas a las que
aportaran las partes en el plenario en la medida que se las estimó más
confiables.
La segunda parte o plenario, debiera constituir, como se dijo, el
juicio criminal propiamente tal, siendo un proceso contradictorio seguido
entre la sociedad y el acusado, estando la primera representada por el juez
quien, como se dijo, tuvo a su cargo la investigación y deberá dictar la
sentencia.
El proceso penal puede iniciarse por denuncia, querella, de
oficio por el propio tribunal y por requisición del Ministerio Público Judicial.
Para ello el juez debe ordenar que se instruya sumario y
decretar las diligencias que estime necesarias para el cumplimiento de los
objetivos del sumario.
A fin de asegurar la persona del imputado el juez puede
disponer su citación, detención, someterlo a prisión preventiva o disponer su
arraigo, para todo lo cual deben reunirse ciertas exigencias legales.
Dentro del sumario, capital importancia tiene la resolución que
somete a proceso a un imputado, por cuya virtud este se transforma en parte
del proceso y sin la cual no se puede pasar la causa a plenario.
Una vez agotada la investigación el juez debe declarar cerrado
el sumario.
Ejecutoriada dicha resolución el juez puede adoptar dos
actitudes: sobreseer la causa, ya sea temporal o definitivamente, o bien
acusar al procesado con lo que se abre la etapa de plenario.
Si hay querellante o actor civil el juez les confiere traslado para
que ejerzan sus derechos, pudiendo el primero adherirse a la acusación
oficial o deducir una particular y, el segundo, presentar una demanda civil.
Realizado la anterior, se da traslado al encausado de la
acusación oficial, la de la particular y de la demanda civil si las hubiera.
Su abogado debe contestar la acusación lo que constituye un
trámite esencial que no puede ser evacuado en su rebeldía.
Una vez realizado tal trámite, si las partes las ofrecieron, se
recibe la causa a prueba y una vez rendida, o de inmediato si es que no se
recibió la causa a prueba, el juez ordena traer los autos para estudiar la
posibilidad de decretar medidas para mejor resolver.
Vencido dicho término o cumplidas las medidas que se
decretaron debe dictar sentencia definitiva.
En materia de recursos debe señalarse que se contemplan, con
reglas particulares, los mismos del procedimiento civil pero debe tenerse
presente que el recurso de apelación procede en contra de toda resolución
que causa “gravamen irreparable”, lo que origina una amplia posibilidad de
revisión de las resoluciones por los tribunales de justicia.
Además, aún cuando no se interpongan recursos, la ley obliga
que deben consultarse los sobreseimientos, las libertades provisionales y las
sentencias definitivas cuando se trate de delitos sancionados con pena
aflictiva y, estas últimas, además, en caso de imponer al acusado una pena
privativa o restrictiva de libertad superior a un año.
Por último, es importante señalar que las facultades del tribunal
de alzada en materia de recurso de apelación permite modificar resoluciones
en contra del apelante, aún cuando este sea el imputado, lo que se
denomina la posibilidad de reformatio in peius.
FUENTES DEL DERECHO PROCESAL PENAL

Sin perjuicio de lo estudiado en otros cursos y ramos, puede


señalarse que la fuente formal directa del Derecho Procesal Penal en nuestro
país es la ley en su sentido más amplio.
Así normas de contenido procesal encontramos en el Código
Procesal Penal, pero también en otros textos legales, como el Código de
Justicia Militar, el Código Tributario, el Código Orgánico de Tribunales y el
Código de Procedimiento Civil, este último como complementario del
primero.
También deben tenerse presente diversos textos legales con
normas de contenido procesal penal, como la ley de Seguridad Interior del
Estado, la Ley sobre Conductas Terroristas, la Ley sobre Control de Tráfico
de Estupefacientes.
A su vez, la Constitución Política de la República contiene
diversas normas de contenido procesal.
Desde luego debe recordarse que el Capítulo Sexto contiene
normas generales sobre el Poder Judicial, especialmente sobre sus
facultades generales y sistemas de nombramientos de magistrados.
Además, el Capítulo VII establece el Ministerio Público
otorgándosele el carácter de organismo constitucional.
Desde otro punto de vista, la Carta Fundamental establece
diversos derechos relacionados con el proceso, particularmente el artículo 19
N° 3, que consagra la igualdad ante la justicia, el principio de legalidad del
tribunal, el derecho a la defensa jurídica y a la asistencia jurídica y a un
procedimiento e investigación racional y justos.
Particularmente desde el punto de vista del Derecho Procesal
Penal la Constitución consagra en el artículo 19 N° 3 inciso séptimo la
prohibición de presunciones de derecho en materia de responsabilidad penal;
en el siguiente el principio de legalidad e irretroactividad de la ley penal en
materia penal y, en el inciso final, el principio de tipicidad.
Especialísima importancia tiene la consagración en el N° 7 del
artículo 19 de la Carta, el derecho a la libertad personal y la seguridad
individual y todas sus consecuencias desarrolladas en la norma.
Una cuestión interesante presenta, a partir de la reforma
constitucional del año 1.989, el artículo 5 de la Carta en cuanto en el inciso
segundo que señalaba que: “El ejercicio de la soberanía reconoce como
limitación el respeto de los derechos esenciales que emanan de la naturaleza
humana. Es deber del Estado respetar y promover tales derechos
garantizados por esta Constitución.”, se agregó la frase: “así como en los
tratados internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes”.
La nueva redacción plantea diversos problemas. Entre otros,
determinar que debe entenderse por tratados internacionales vigentes y cual
es la posición jerárquica que de acuerdo al precepto cabría asignar a los
principios declarados en esos acuerdos internacionales.
Respecto a lo primero, una opción sostiene que por tratado
internacional vigente debe entenderse aquel que, habiendo sido suscrito por
Chile, ha sido aprobado por el Congreso Nacional sometiéndose a los
trámites de una ley, ratificado, promulgado y publicado en el Diario Oficial.
(artículo 50 N° 1 de la Constitución)
Sin embargo, para otros, esta interpretación conlleva el defecto
que la aplicación del tratado quedaría en manos de la autoridad de turno, por
lo que estiman que no se requeriría ni la promulgación ni la publicación del
tratado cuando es su obligatoriedad frente al Estado la que está concernida
y tales fases sólo pueden tener un sentido obligatorio cuando se intenta
aplicar las normas de un tratado a los particulares.
Para ello tienen presente que la normativa Constitucional no
regula el problema de la incorporación del tratado al ordenamiento jurídico
interno sino que, exclusivamente, a establecer las condiciones para que
Chile pueda obligarse internacionalmente cuando el tratado requiere
ratificación. En esta función, por lo demás, el Congreso actúa en ejercicio de
atribuciones exclusivas y no como órgano legislativo. Tan es así que el
Congreso no puede modificar los términos del tratado internacional que el
Presidente de la República presenta, pudiendo sólo aprobarlo o desecharlo y,
en derecho, la resolución del Congreso respecto del tratado es un acuerdo y
no un proyecto de ley.
En cuanto al segundo problema hay quienes sostienen que la
referencia a los tratados internacionales les otorga a los derechos
consagrados en ellos el carácter de norma constitucional. El artículo 5
diferenciaría entre tratados sobre derechos humanos y tratados de carácter
general. Para ello se basan en que antes de la modificación aludida el
derecho internacional era válido para Chile por lo que no se puede pretender
que la reforma tenga por único alcance formular una declaración de vigencia
y aplicabilidad de los tratados sobre derechos humanos y al efecto
consideran la situación histórica chilena a la época de la reforma, su
motivación y la valorización internacional de la temática sobre derechos
humanos.
En otros términos, los tratados sobre derechos humanos se
incorporarían al derecho interno como adición al catálogo de derechos
establecidos en la Constitución.
Así, si se entiende que los derechos consagrados en los
tratados en comento tienen un nivel constitucional, la contradicción existente
entre los tratados y las normas internas podrían ser objeto de un
pronunciamiento por medio del mecanismo de control de la
constitucionalidad admitido en nuestro ordenamiento, especialmente el
recurso de inaplicabilidad o, incluso, por la vía de la aplicación directa.
Pero aún no aceptando la tesis en orden a asimilar las normas
internacionales de derechos humanos a nivel constitucional, no podría
desconocer su carácter obligatorio a nivel legal y también así jugar un rol
normativo.
Otros, en tanto, indican que tal posición significa alterar el
sistema de reforma de la Constitución Política, pues al dar a los tratados
internacionales el carácter constitucional se estaría incorporando en el
ámbito de los derechos humanos un procedimiento de reforma distinto al
contenido en la Carta.
Para estos autores la reforma es una disposición programática,
un principio, una mera intención que debe inspirar las actuaciones de los
órganos del Estado.
Una tercera posición señala que del propio texto de la reforma
fluye la naturaleza de la modificación, esto es, la obligación precisa, de los
órganos del Estado, de respetar y promover los derechos de las personas
en la forma allí preceptuada, es decir, de respeto de los derechos
consagrados en la Constitución, pero también en los tratados internacionales
suscritos por nuestro país.
Así, respetar significaría acatar, lo que importa el deber de no-
trasgresión, pero algunos van más allá y sostienen que ello significaría
reconocer esos derechos, de tal manera que el goce y el ejercicio se hagan
posibles, por lo que puede ser necesario dictar normas jurídicas que los
salvaguarden, como también que los legisladores los consideren en las
iniciativas legales.
Por su parte la promoción implicaría la realización de
actividades concretas tendientes a perfeccionar el sistema de protección de
tales derechos.
Esta discusión, en lo que se refiere a la aplicación directa de los
derechos contenidos en los tratados internacionales sobre derechos
humanos, debe entenderse superada desde que el nuevo Código Procesal
Penal así lo establece, sin perjuicio del rango normativo que los mismos
pueden tener. El artículo 10 del Código, dispone que el juez de garantía, en
cualquier etapa del procedimiento, si estima que el imputado no está en
condiciones de ejercer los derechos que le otorgan garantías judiciales
consagradas en la Constitución Política, en las leyes o en los tratados
internacionales ratificados por Chile y que se encuentren vigentes, puede
adoptar las medidas que estime necesarias para tal ejercicio. A su vez la ley,
en la letra a) del artículo 373 del Código consagra como causal del recurso
de nulidad la infracción sustancial de los derechos y garantías asegurados
por la Constitución o por tratados internacionales ratificados por Chile que se
encuentren vigentes.
Por último, también debe tenerse presente en esta materia lo
dispuesto en los artículos 250 inciso final y 300 letra c) del Código Procesal
Penal.

CUESTIONES GENERALES DEL NUEVO PROCESO PENAL

Objetivos de la reforma.

De acuerdo al mensaje del ejecutivo, de fecha 13 de junio del


año 1.995, con el cual se inició la tramitación del proyecto del Código
Procesal Penal, la modernización del sistema de administración de justicia
constituye un esfuerzo de crecimiento institucional ineludible para el
desarrollo y consolidación del sistema constitucional y democrático.
Se agregó que tal modernización fue definida como una política
que tiende a adecuar el conjunto de las instituciones que participan en la
administración de justicia a los procesos de desarrollo económico y político
del país en las dos últimas décadas.
Desde el punto de vista económico se señaló la pretensión de
hacer más redistributivo el gasto de justicia, evitando que el sistema penal
produzca marginalidad, lograr mayor rapidez en la resolución de litigios y
maximizar la imparcialidad y eficiencia del sistema legal en su conjunto.
En cuanto al punto de vista político se expresó el requerimiento
de una justicia accesible, imparcial, igualitaria y que maximice las garantías
de los derechos de las personas.
En síntesis se expresó la necesidad de modernizar la justicia
para garantizar la gobernabilidad de parte del sistema político, la integración
social y la viabilidad del modelo de desarrollo económico.
Ahora bien, se reconoció la necesidad de reformar en su
conjunto el sistema penal lo que constituye una labor que va más allá de la
reforma al proceso penal y que supone:
a) Modificar los criterios de criminalización primaria,
introduciendo criterios como los de lesividad y ultima ratio.
b) Supervigilar la ejecución de las penas, para evitar así
castigos excesivos y favorecer la reinserción social.
c) Modificar la relación entre el Estado y la policía, para
favorecer la oportunidad y selectividad en el uso de la fuerza.
d) Reemplazar el proceso penal para transformarlo en un juicio
genuino, público y contradictorio, con igualdad de armas entre el estado y el
inculpado y con plena vigencia de la oralidad, la oportunidad y la
inmediación.
e) Satisfacer las exigencias del debido proceso.
f) Respetar los derechos y garantías de las personas.
g) Mejorar la gestión jurisdiccional del Estado sobre la base de
criterios de eficiencia.
h) Racionalizar el gasto público en justicia.
Se indicó también que la proyección de la reforma hacia el
conjunto del sistema penal debe producirse a través de dos mecanismos
principales.
El primero de ellos es la creación de un ministerio público que,
además de cumplir su papel específico como órgano investigador y acusador
en el procedimiento penal, asuma su función de ordenar la utilización de los
recursos represivos del sistema conforme a criterios generales, conocidos y
legitimados en medio de la discusión pública y frente a órganos
representativos de la comunidad.
El segundo consiste en devolver a las decisiones judiciales y, en
especial, a la sentencia judicial, su plena centralidad como forma de control y
legitimación de la utilización de dichos métodos.
En síntesis, se expresó que el proyecto establecía las bases
procedimentales de un nuevo sistema procesal penal que pretende
abandonar el modelo inquisitivo y avanzar hacia otro con una orientación de
carácter acusatorio.

Estructura general nuevo Código.

El nuevo Código Procesal Penal tiene cuatro libros. El primero


se refiere a disposiciones generales, contemplándose aquí principios
generales, regulaciones de actividades procesales, a saber: plazos,
comunicaciones, citaciones, notificaciones, resoluciones, registro de las
actuaciones judiciales, costas y normas supletorias, regulación de la acción
penal y civil, determinación y reglamentación de los sujetos procesales.
También se contempla la reglamentación de las medidas cautelares, tanto
reales como personales y por último, el sistema de nulidades procesales.
A su turno el Libro Segundo reglamenta el procedimiento
ordinario, comprendiendo la etapa de investigación, preparación del juicio
oral y juicio oral.
| El Libro Tercero comprende los recursos, comenzando por
disposiciones generales para luego reglamentar los recursos de reposición,
apelación y nulidad.
Por último el Libro Cuarto se reglamentan diversos
procedimientos especiales: el simplificado, el relativo a los delitos de acción
penal privada, el abreviado, el procedimiento relativo a las personas que
gozan de fuero constitucional, la querella de capítulos, la extradición y el
procedimiento destinado a la aplicación exclusiva de medidas de seguridad y,
además, la ejecución de las sentencias condenatorias y las medidas de
seguridad. En esta parte se reglamenta, también, el procedimiento de
revisión de las sentencias firmes, dejando de lado así considerarlo como un
recurso procesal.

Cuadro sinóptico del procedimiento ordinario.

Este consta de tres etapas: a) investigación, b) etapa


intermedia o de preparación del juicio oral y c) de juicio oral.
La primera, de investigación, comienza, por regla general, por
denuncia, que puede presentar cualquier persona ante el Ministerio Público,
la policía o un tribunal con competencia criminal. En estos dos últimos casos
quienes reciben la denuncia deben ponerla de inmediato en conocimiento del
Ministerio Público.
Además, la etapa de investigación puede iniciarse por
querella o de oficio por el Ministerio Público.
Una vez en conocimiento de un hecho que reviste
características de delito el Ministerio Público debe iniciar la investigación,
practicando todas las diligencias que estime necesarias para su cabal
esclarecimiento. Se trata de una actividad desformalizada, de carácter
administrativo. Sin embargo, si pretende realizar una actuación que prive al
imputado o a un tercero del ejercicio de derechos asegurados por la
Constitución o los restringiere o perturbare, requiere de autorización del juez
de garantía.
Ahora, si bien, en principio, el Ministerio Público debe proceder
a investigar todos los hechos aparentemente delictivos que le sean
informados, la ley le entrega la posibilidad de utilizar ciertos mecanismos
para no hacerlo o bien para terminar prontamente una investigación iniciada,
denominados formas de terminación anticipada, cuya fundamento pasa, en
términos generales, por cuestiones de política criminal, de administración del
sistema o de racionalización de recursos.
Así, el Ministerio Público, puede ejercer la facultad de no iniciar
la investigación (art. 168), disponer el archivo provisional de los
antecedentes (art. 167) y ejercer el principio de oportunidad. (170) En todos
estos casos la ley da, especialmente a la víctima por el delito, posibilidad de
controlar judicialmente la actuación del Ministerio Público, o bien, hacerlo por
vía administrativa, sin perjuicio de imponer un control de oficio por el tribunal
de garantía en el caso de la facultad de no iniciar la investigación y la
aplicación del principio de oportunidad.
Dentro de la etapa de investigación resulta de especial
importancia la denominada formalización de la investigación, acto por el cual
ministerio público comunica al imputado, en presencia del juez de garantía,
que desarrolla actualmente una investigación en su contra por hechos
determinados. Esta actuación del fiscal produce diversos efectos, entre
otros, comienza a correr el término para el cierre de la investigación y
determina la futura acusación pues debe existir congruencia entre esta y los
hechos imputados en la acusación.
El nuevo Código reguló de manera distinta las denominadas
medidas cautelares personales, cambiando el enfoque que tradicionalmente
habían tenido. Expresamente se dejó constancia que sólo podían decretarse
cuando fueran indispensables para la realización de los fines del
procedimiento y se pretende introducir en su regulación el respeto a la
presunción de inocencia, el principio de la proporcionalidad y el carácter de
excepcional que deben tener, especialmente las más gravosas, como la
prisión preventiva.
Al igual que en el Código anterior se regulan, claro que de
diversas forma, la citación, la detención y la prisión preventiva y, en el artículo
155 se introducen una serie de medidas cautelares que no contemplaba el
antiguo sistema, buscando así ampliar al abanico con medidas que no sean
tan gravosas como la privación absoluta de libertad del imputado pero que, al
mismo tiempo, garantice el cumplimiento de los fines del procedimiento.
Desde otro punto de vista debe indicarse que, sin perjuicio de la
utilización de las denominadas forma de terminación anticipada, ello no
significa que cada vez que exista un imputado necesariamente la causa debe
concluir en un juicio oral, pues el Código regula también, como manera de
ampliar la capacidad de respuesta del sistema frente a delitos de menor
gravedad, las denominadas salidas alternativas cuales son la suspensión
condicional del procedimiento y los acuerdos reparatorios. (237 y siguientes)
Una vez que la investigación es cerrada, el Ministerio Público
puede pedir el sobreseimiento de la causa, definitivo o temporal. En el primer
caso la resolución que acepte tal solicitud tiene fuerza de cosa juzgada. El
segundo produce la suspensión del procedimiento.
El Ministerio Público puede, además, si no ha reunido
antecedentes que permitan fundar una acusación, comunicar su decisión de
no perseverar en el procedimiento y, en el evento que haya formalizado la
investigación, la misma queda sin efecto y deben revocarse las medias
cautelares que se hubiesen concedido.
El querellante puede oponerse a estas solicitudes e, incluso,
obtener del juez de garantía autorización para acusar por sí mismo llevando
al imputado a juicio oral.
Por último, el Ministerio Público puede acusar al imputado. En
este caso se abre la etapa de preparación del juicio oral, cuya centralidad
está en la audiencia denominada, precisamente, de preparación del juicio
oral.
Previa oportunidad de que el querellante se adhiera o acuse por
su parte y que el perjudicado directo deduzca demanda civil en contra del
imputado, como asimismo, que este conteste dichas acusaciones,
demandas y señale argumentos de defensa, en la audiencia de preparación
del juicio oral se deben corregir los vicios formales que presenten las
acusaciones y demandas civiles; pueden oponerse algunas excepciones
denominadas de previo y especial pronunciamiento y, principalmente debatir
acerca de la prueba que hayan ofrecido las partes pudiendo, en algunos
casos, excluir prueba para el juicio oral, teniendo especial importancia
cuando ello se hace por provenir tales pruebas de actuaciones o diligencias
que hubieren sido declaradas nulas y las que se hubieren sido obtenidas con
inobservancia de garantías fundamentales.
Esta audiencia debiera terminar con la dictación del auto de
apertura del juicio oral que, indicando las cuestiones principales a debatir en
el juicio, las personas que deben ser citadas y la prueba que se rinde, debe
ser remitido al tribunal del juicio oral para iniciar así la tercera etapa.
El juicio oral tiene como características centrales su publicidad y
oralidad, encontrándose regido, también, entre otros, por los principios de
inmediación y continuidad de la audiencia, desarrollándose ante un tribunal
colegiado de tres miembros.
El tribunal debe fundar su convencimiento exclusivamente
sobre la base de la prueba rendida en el juicio y las alegaciones formuladas
por las partes en este, dando a conocer, por regla general, de manera
continuada e inmediata, previa deliberación, su decisión de absolución o
condena del imputado, pudiendo diferir, hasta por cinco días, la dictación de
la sentencia.
La sentencia del tribunal de juicio oral se dicta en única
instancia, sin perjuicio de consagrarse un recurso de nulidad para impugnar
determinados vicios en el procedimiento o del juicio.

Denominación del Código.

El Código del año 1.906 y el que propuso el Gobierno se


denominaban “Código de Procedimiento Penal”.
Sin embargo, ya la Comisión de Legislación y Justicia de la
Cámara de Diputados, teniendo presente que estos códigos no regulan ni
establecen sólo normas de procedimiento, sino que, además, contienen
normas de jurisdicción, competencia, garantías y relaciones entre sujetos e
instituciones intervinientes y considerando la tendencia moderna de llamarlos
no códigos de procedimiento, sino códigos procesales (por ejemplo
Argentina, Perú y Costa Rica) optó por denominarlo “Código Procesal Penal”,
como en definitiva fue aprobado.

Aposición de epígrafes previos al texto de los artículos.

Todos los artículos del Código Procesal Penal llevan un título,


rúbrica o epígrafe, previo al texto del mismo. Se trata de una práctica de
reciente data, efectuada sistemáticamente en los códigos vigentes y en
algunas leyes importantes.
Si bien no había sido utilizada antes en Chile, se optó por
emplearla en el Código procesal penal, tal como se hizo en los códigos
argentino e italiano, que le sirven de fuentes.
En la Comisión de Constitución, Legislación y Justicia de la
Cámara de Diputados, se dejó constancia que el epígrafe sirve para indicar
el contenido del artículo mediante palabras que, en síntesis, lo reflejen,
tornando fácil e inmediata su identificación y por lo mismo, debe ser único,
preciso, exacto y completo, pero también breve, conciso y concreto.
Al igual como sucede con el título general de la ley, también
para los títulos de los artículos se plantea la cuestión de determinar su valor
jurídico, es decir, si son o no ley en sentido formal y de la relación entre
rúbrica y texto. Si bien el título procede del legislador, se han planteado
posiciones diversas, ya desde negar que sea parte integrante de la ley a
admitirlo plenamente, pasando por una posición intermedia, esto es,
otorgarle valor de ley en la medida que el título haya sido también votado.
En el Segundo Informe de la Comisión de Legislación y Justicia
del Senado se dejó expresa constancia que los epígrafes, si bien forman
parte del Código, al igual que la denominación de los Libros, Títulos y
Párrafos en que se divide, lo hacen a título indicativo, pero no propiamente
normativo, por cuanto no contienen reglas de conducta las que estarán
establecidas en las disposiciones sustantivas del artículo, a las que el
interprete debería atenerse.
PRINCIPIOS DE PERSECUCIÓN PENAL EN EL SISTEMA
PROCESAL PENAL CHILENO.
(Resumen de un trabajo del profesor Julián López Masle)

Uno de los objetivos centrales de la reforma procesal es la


adecuación del sistema procesal a las exigencias de un Estado Democrático
de Derecho. Preocupación fundamental que se expresa en el origen del
proceso de reforma es la inconsistencia existente entre el sistema procesal
penal chileno y las garantías individuales reconocidas en tratados ratificados
por Chile.
Por ello resulta indispensable estudiar los principios y garantías
que el sistema reconoce y consagra.
La tarea no resulta fácil pues, por una parte, el análisis de las
garantías que informan el proceso penal ha estado lejos de formar parte
regular de los cursos de derecho procesal penal en nuestro país. Lo poco
que se ha realizado dice más bien con los denominados principios formativos
del procedimiento, presentándolos en pares como criterios orientadores de
las formas que adquiere el procedimiento en su nivel de concreción. Se habla
así del principio de publicidad - secreto, oralidad – escrituración, mediación-
inmediación. En este nivel de análisis, la discusión en torno a estos
principios no involucra juicios valorativos de preferencia, lo que permite que
éstos sean presentados de manera más bien neutra, sin referencia a las
limitaciones que impone su reconocimiento las garantías individuales
reconocidas por el ordenamiento jurídico.
En ese entendido podemos distinguir entre principios y
garantías. Sin perjuicio de ello, debe indicarse que la distinción en algunos
puntos puede parecer forzada porque, en el fondo, el reconocimiento de
garantías procesales obedece, en buena medida, a lo que se ha llamado
constitucionalización de los principios procesales, Así, por ejemplo, al
considerar como garantía: “el derecho al juicio oral y público” no estamos
haciendo más que elevar a rango constitucional los principios de oralidad y
publicidad, excluyendo su antítesis teóricas (escrituración y secreto) como
alternativas válidas para la consolidación de este derecho.
Sin embargo no todos los principios que determinan un sistema
procesal pueden ser elevados al rango de garantías, pues buena parte de
ellos obedece a las necesidades de la organización del poder de persecución
penal de un Estado y son, por tanto, opciones políticas que no tienen
necesariamente una dimensión garantista. Así sucede con principios como el
de oficialidad, verdad material y legalidad y no tan indiscutiblemente con el
principio acusatorio, que sin embargo para efectos metodológicos será
incluido en esta categoría.

1.- PRINCIPIO DE OFICIALIDAD:

Este principio expresa la idea de persecución penal pública de


los delitos, esto es, la noción de que éstos pueden y deben ser perseguidos
por el Estado de oficio, sin considerar la voluntad del ofendido ni de ninguna
otra persona. La antítesis teórica del mismo es el principio dispositivo en
sentido estricto, esto es, la disponibilidad que las partes tienen sobre el
interés privado y la conveniencia o no de acudir al órgano jurisdiccional
pretendiendo su satisfacción.
La idea de oficialidad, en nuestro país al menos, no excluye la
posibilidad que el ofendido pueda promover la persecución penal o incluso
intervenir como parte, pero declara que esa intervención no es necesaria ni
determinante.
El principio de oficialidad está asociado a la idea de monopolio
estatal en el ejercicio de la acción penal. Para Maier constituye (junto con la
averiguación histórica de la verdad como meta directa del procedimiento)
una de las dos máximas fundamentales de la Inquisición que perdura hasta
nuestros días. Lo anterior se explica porque, como sabemos, los sistemas
acusatorios históricos no contemplaban la existencia de este principio sino
que, por el contrario, desarrollaron la acción popular y la acción privada como
únicas formas de inicio del procedimiento.

a) Implicancias del principio de oficialidad respecto del inicio del


procedimiento.

El principio de oficialidad expresa la idea de que la investigación


de los delitos puede ser iniciada de oficio por el Estado. Su antítesis teórica,
el principio dispositivo, predica a este respecto que la persecución sólo
puede iniciarse a petición de parte, pues el particular debe ser libre para
medir el interés que le mueve a luchar por un derecho o dejarlo ignorado o
insatisfecho.
La razón para la aplicación del principio de oficialidad en
materia penal es la idea de que los delitos constituyen las formas de
comportamiento desviado más intolerables socialmente y, por lo tanto, existe
en su persecución un interés público que se superpone y excluye al eventual
interés privado existente en la misma. Lo anterior implica para el Estado que
no sólo tiene el derecho a la persecución penal de oficio sino que el deber de
hacerlo.
Este principio constituye la regla general en el nuevo sistema
penal chileno. Así viene declarado en el artículo 83 de la Constitución Política
de la República que dispone que el Ministerio Publico dirigirá en forma
exclusiva la investigación de los hechos constitutivos de delito y en su caso,
ejercerá la acción penal pública en la forma prevista por la ley.
Lo anterior está reafirmado en el artículo 1° de la Ley Orgánica
del Ministerio Público, mientras que el Código Procesal Penal, en su artículo
172, dispone que la investigación de un hecho que reviste los caracteres de
delito podrá iniciarse de oficio por el ministerio público.
La consagración de este principio no resulta novedad en
nuestro ordenamiento más sí lo es en la exclusividad que la ley otorga al
Ministerio Público en el ejercicio de la acción penal pública, lo que implica
privar a los tribunales de la facultad para iniciar la persecución penal pero,
en todo caso, es un órgano del Estado quien se reserva el monopolio de la
misma.
Este principio está fuertemente vinculado al concepto procesal
de acción y, en particular, de la tradicional clasificación que distingue entre
acción penal pública, acción penal privada y acción penal mixta o, en la
nomenclatura del actual Código Procesal Penal, acción penal pública previa
instancia de particular. Así, mientras el principio se expresa con toda su
fuerza en la idea de la acción pública, la existencia de delitos de acción
privada o mixta da cuenta de una declaración del Estado acerca de delitos en
que el compromiso del interés público es menor y en que la persecución
penal pasa por actos voluntarios del ofendido.
Ahora, si se considera que la generalidad de los delitos son
considerados de acción penal pública por el nuevo legislador, sin que
hubiesen existido cambios sustanciales respecto del sistema anterior
podemos concluir que, con respecto del inicio del procedimiento rige, como
regla general, el principio de oficialidad y, como excepción, el principio
dispositivo.
b) Respecto de la disponibilidad de la pretensión penal.

Con respecto a la disponibilidad de la pretensión penal el


principio de oficialidad expresa que ésta no es disponible por las partes, ya
que existe un interés público comprometido en la persecución penal. Su
antítesis teórica, el principio dispositivo permite la libre disponibilidad de la
pretensión, porque este involucra un derecho de interés privado.
La posibilidad de disposición de la acción penal no fue extraña
en el sistema antiguo si se considera que se reconocía eficacia a la renuncia,
desistimiento y abandono de la acción penal privada, lo que el nuevo Código
mantiene.
No obstante, la aplicación del principio dispositivo a la
disponibilidad de la pretensión penal se ha ampliado enormemente con el
reconocimiento de eficacia de ciertos acuerdos de carácter procesal.
Entre estos acuerdos especial mención merece el acuerdo
reparatorio (241 y siguientes del Código), mientras que, con menor
intensidad, pero teniendo en cuenta que nos encontramos ante un sistema
acusatorio formal en que el rol de la parte acusadora es ejercido por un
organismo autónomo del Estado, podría considerarse como aplicación de la
máxima de disposición la posibilidad del Ministerio Público de acordar con el
imputado la suspensión condicional del procedimiento. (237 y siguientes del
Código)

2.- PRINCIPIO DE LA VERDAD REAL O MATERIAL.

Este principio, también llamado principio de investigación


oficial, supone que el tribunal investiga por sí mismo los hechos de la causa
(instruye por sí mismo) y, en ello, no está vinculado a los requerimientos y
declaraciones de las partes en el proceso.
Ello conlleva dos consecuencias:
a) El tribunal no queda vinculado por las posiciones de las
partes acerca de la verdad de un hecho (por ejemplo, la confesión no obliga
a condenar)
b) El tribunal puede y debe producir prueba de oficio.
La antítesis teórica del principio de verdad material es el
principio de verdad formal, a veces llamado principio de la aportación de
parte. Conforme a este principio la carga de la prueba y la iniciativa de los
actos de producción de la prueba recaen en las partes, sin que se
reconozcan al tribunal facultades para intervenir en ella. El principio de la
verdad formal descansa, fundamentalmente, en la autonomía de la voluntad
particular, y por ello determina que el tribunal no se interese por la
averiguación autónoma de la verdad.
Tradicionalmente se ha entendido que el principio de la verdad
formal es propio del proceso civil, en el que sólo están involucrados intereses
privados, en tanto, el principio de la verdad material sería propio del
procedimiento penal.
Esta afirmación resulta aplicable al nuevo sistema procesal
penal sólo si entendemos que el principio de la verdad material como un
principio que impone derechos y cargas al Estado. En efecto, en cuanto el
Ministerio Público dispone de amplias facultades en la iniciativa de los actos
de investigación y tiene la carga de producir, durante el juicio oral, la prueba
que ha de servir de base para la condena, es correcto afirmar que el sistema
procesal penal de la reforma se rige por el principio de la verdad material.
Por el contrario, si entendemos el principio de la verdad material como un
principio dirigido a la actividad del Tribunal, habrá que concluir que nuestro
sistema se rige por el principio de verdad formal. En efecto, uno de los
rasgos característicos del proceso penal chileno es la absoluta pasividad del
juzgador, tanto en la etapa de investigación como durante el juicio oral, lo
que implica que este tiene generalmente vedada la realización de actos de
investigación e, incluso, la intervención en la producción de la prueba.
Excepción a lo anterior es la posibilidad contemplada en el artículo 329,
inciso cuarto, del Código Procesal Penal, que permite a los miembros del
tribunal, en el juicio oral, formular preguntas a los testigos o peritos con el fin
de aclarar sus dichos, como asimismo, la facultad prevista en el artículo 337
del mismo, en orden a constituirse en un lugar distinto de la sala del juicio en
la medida que se considere necesario para la adecuada apreciación de
determinadas circunstancias relevantes del caso. A su turno, durante la etapa
de la investigación, cabe considerar la posibilidad prevista en el artículo 257
en cuanto permite que el Juez de Garantía reabra la investigación y ordene
la práctica de determinadas diligencias de investigación mas, eso sí, siempre
a petición de los intervinientes y en la medida que estos hubieron formulado
al Ministerio Público, durante el curso de la misma, oportunamente,
solicitudes para que las mismas se practicaren y hubiesen sido rechazadas.
Por último es conveniente señalar que la contraposición verdad
real y verdad formal no corresponde a una discrepancia conceptual en torno
a dos distintos conceptos de verdad, sino más bien en torno a distintas
formas de procedimiento en materia probatoria. En otras palabras, la verdad
que ambos principios persiguen es la misma, sólo cambia la forma que se
considera más adecuada para llegar a la verdad.

3.- PRINCIPIO ACUSATORIO.

Este principio impone la distribución de los poderes de


persecución penal y, por ello, de las funciones asociadas a su ejercicio,
implicando una triple separación entre las funciones de investigación,
acusación y enjuiciamiento.
El principio puede entonces descomponerse en dos aspectos:
a) Distribución de las funciones de acusación y decisión.
En su núcleo básico el principio acusatorio impone una
distribución de los poderes que se despliegan en la etapa del juicio,
impidiendo que quien acusa y juzga sean una misma persona, como resulta
característico del principio inquisitivo. Para estos efectos el principio
acusatorio exige la presencia de un acusador que sostiene la acusación y de
un juez que decide sobre ella.
En los sistemas acusatorios históricos, el principio acusatorio se
aplicaba naturalmente toda vez que no existía el concepto de persecución
penal pública y, por lo tanto, no regía el principio de oficialidad. El proceso
penal era siempre un proceso entre partes. Los sistemas acusatorios
modernos, en cambio, han debido lidiar con la necesidad de compatibilizar el
principio de oficialidad con el principio acusatorio, por lo cual el Estado ha
asumido tanto la tarea del acusador como la de juzgar, pero separando estas
funciones en dos autoridades estatales distintas, esto es, una autoridad de
acusación y un tribunal. Esto es lo que se conoce como principio acusatorio
formal.

b) Distribución de la función de investigación y decisión.

El principio acusatorio impone también una distribución de los


poderes procesales de investigación y decisión. Como sabemos, en los
sistemas inquisitivos reformados o mixtos, el procedimiento penal se divide
en dos fases bien diferenciadas: la de instrucción, regida por el principio
inquisitivo y la fase de juicio oral regida por el acusatorio.
La distribución de las funciones de investigación y decisión,
impuesta por la aplicación del principio acusatorio, es considerada
actualmente una garantía individual implícita en el derecho a ser juzgado por
un tribunal independiente e imparcial.
La incorporación del principio acusatorio al sistema procesal
penal chileno es, sin dudas, la nota más distintiva de la reciente reforma
procesal penal chilena. El sistema procesal penal anterior, en particular a
partir de la supresión de los promotores fiscales del año 1.927, podía ser
caracterizado probablemente como uno de los sistemas inquisitivos más
puros del mundo contemporáneo, ya que no sólo en el hecho, sino también
en el derecho, estaban entregadas a una misma persona -el juez- las
funciones de investigar, acusar y decidir sobre acusación.
En el nuevo sistema procesal las funciones de investigar y
acusar están entregadas a un organismo autónomo, denominado Ministerio
Público, mientras la función de decidir es entregada a un órgano
jurisdiccional colegiado, integrado por tres jueces, denominado tribunal oral
en lo penal. Por su parte, la función de controlar el respeto a las garantías
individuales durante la etapa de investigación, ha sido encomendada por la
ley al juez de garantía, tribunal unipersonal distinto del llamado a decidir la
controversia, a quien se priva de facultades de persecución penal y se le
encomienda la etapa de preparación del juicio oral.
La fuerza con que rige el principio acusatorio en el nuevo
sistema procesal penal chileno es evidente, particularmente si se compara su
estructura con la de otros sistemas de derecho comparado. Así entre las
particularidades de este sistema merece ser destacado el carácter autónomo
que se reconoce constitucionalmente al Ministerio Público. Opción que
implicó dejar de lado alternativas menos radicales en la distribución de los
poderes procesales, como era la de entregar tales funciones un juez de
instrucción o a un ministerio público dependiente del Poder Judicial. En el
mismo sentido, la preocupación por crear un sistema auténticamente
acusatorio queda de manifiesto en la creación de la figura del defensor
público encargado de la defensa de los imputados.
La aplicación del principio acusatorio en el ámbito orgánico se
ve, finalmente, reforzada por numerosas normas procesales funcionales que
buscan garantizar la separación de roles. Así, por ejemplo, la preparación
del juicio oral y las facultades asociadas a ellas, tales como la exclusión de
prueba, quedan entregadas al juez de garantía; al tribunal oral en lo penal le
queda vedado el acceso a los registros de la investigación, durante el juicio
oral; se prohíbe invocar, dar lectura ni incorporar como medio de prueba
ningún antecedente que dijere relación con la proposición, discusión,
aceptación, procedencia, rechazo o revocación de una suspensión
condicional del procedimiento, de un acuerdo reparatorio o de la tramitación
de un procedimiento abreviado; al tiempo que también se prohíbe invocar e
incorporar, en general, los registros y documentos que dieren cuanta de las
diligencias o actuaciones realizadas por la policía o el Ministerio Público,
salvo las situaciones excepciones previstas en los artículo 331 y 332 del
Código. (artículo 334 y 335).
El principio acusatorio está en íntima relación con numerosos
otros principios (contradicción, congruencia entre imputación y fallo) y con
numerosas garantías procesales (imparcialidad, defensa, prohibición de
reformatio in peius), que a menudos son consideradas como derivaciones o
partes integrantes del mismo principio.

4.- PRINCIPIO DE LEGALIDAD

El principio de legalidad enuncia que el Ministerio Público está


obligado a iniciar y sostener la persecución penal de todo delito que llegue a
su conocimiento sin que pueda suspenderla o hacerla cesar a su arbitrio.
El principio de legalidad resulta entonces de la suma de dos
principios menores, como son el principio de promoción necesaria (deber de
promover la persecución penal ante la noticia de un hecho punible) y el
principio de irretractabilidad (prohibición de suspender, interrumpir o hacer
cesar la persecución ya iniciada)
Este principio respondió originalmente a las teorías retributivas
de la pena, según las cuales el Estado tiene que castigar sin excepción todas
las infracciones a la ley penal con el objeto de realizar la justicia absoluta.
Consecuentemente ha perdido parte importante de su base teórica con la
aceptación de justificaciones preventivos-generales y especiales de la pena.
No ha sido - sin embargo - abandonado del todo porque la idea de
democracia y Estado de Derecho le han proporcionado una nueva base
teórica, en la que aparece sirviendo al principio de certeza y también al
principio de igualdad.
El fundamento más importante para la aplicación del principio
de legalidad se encuentra en el principio de igualdad ante la ley. A través de
él se pretende que la persecución penal no quede sujeta al arbitrio de un
órgano estatal cuya decisión de perseguir o no un delito podría ser
discriminatoria. El principio de legalidad impone así, al Estado, la obligación
de perseguir por igual todos los delitos que se cometen en una sociedad
determinada, sin permitirle seleccionar entre ellos de manera alguna.
No obstante lo anterior, el principio de legalidad se encuentra,
en la actualidad, desacreditado. Su desprestigio no se encuentra en su
planteamiento teórico sino en sus implicancias prácticas. La hipertrofia del
derecho penal sustantivo, unida a la incapacidad inherente de todo sistema
procesal penal para perseguir la totalidad de los delitos que se cometen en
una sociedad determinada han provocado que la aplicación estricta del
principio de legalidad impida la existencia de un adecuado sistema de
selección formal de casos que son procesados por el sistema, generándose
formas de selección natural o informal que redundan, generalmente, en un
direccionamiento de la persecución penal hacia sectores socialmente más
desprotegidos. La paradoja es que un principio que encuentra su
fundamentación teórica en el principio de igualdad resulta, en definitiva,
creador de profundas desigualdades en su aplicación práctica.
La crítica al principio de legalidad ha dado origen, como
antítesis teórica, al principio de oportunidad.
El principio de oportunidad enuncia que el ministerio público,
ante la noticia de un hecho punible e inclusive, ante la existencia de prueba
completa de la perpetración de un delito, está autorizado para no iniciar,
suspender, interrumpir o hacer cesar el curso de la persecución penal
cuando así lo aconsejan motivos de utilidad social o razones político-
criminales. Cuando la ley deja a la absoluta discreción del ministerio público
esta facultad, se habla de principio de oportunidad libre o simplemente de
discrecionalidad; cuando, por el contrario, la ley establece los casos y
condiciones bajo las cuales el ministerio público está autorizado para ejercer
la facultad, sometiéndola adicionalmente a un sistema de controles, se habla
de principio de oportunidad reglada o normada.
Maier asigna dos objetivos principales a la aplicación de
criterios de oportunidad: el primero es la “descriminalización de hechos
punibles, evitando la aplicación del poder estatal allí donde otras formas de
reacción frente al comportamiento desviado pueden alcanzar mejores
resultados o donde resulte innecesaria su aplicación”; el segundo es “la
eficiencia del sistema penal en aquellas áreas o para aquellos hechos en los
que resulta indispensable su actuación como método de control social,
procurando descongestionamiento de una justicia penal sobresaturada de
casos, que no permite, precisamente, el tratamiento preferente de aquellos
que deben ser solucionados indiscutiblemente por el sistema y como intento
válido de revertir la desigualdad que, por selección natural, provoca la
aplicación rígida del principio de legalidad”.
En un sentido amplio las aplicaciones del principio de
oportunidad son de la más variada especie. Siguiendo a Maier, podríamos
reconocer como paradigmáticos los siguientes criterios de oportunidad:
a) criterios que tienden primordialmente a la descriminalización:
I. El concepto de adecuación social del hecho. Si bien el hecho
cabe en la descripción abstracta de la ley, se trata de un comportamiento que
el legislador no tuvo en cuenta o, incluso, quiso dejar fuera del ámbito del
comportamiento punible ya que se adecua al sentimiento generalizado del
buen proceder o del obrar fuera de la zona de comportamiento socialmente
desviado.
II) La importancia ínfima del hecho: se trata de lo que se conoce
en doctrina como delitos de bagatela.
III) La culpabilidad mínima del autor: se trata de formas de
realización insignificante de tipos penales que merecen ser desviados a otras
formas de control social.
IV) La retribución natural: se trata de casos en que el propio
autor sufre un daño como resultado de su propio comportamiento desviado
que supera con creces a la pena que puede esperarse de su persecución
penal.
b) Criterios que tienden primordialmente a la eficiencia del
sistema
I) La posibilidad de prescindir de la persecución penal de un
hecho punible o de un partícipe en él para procurar éxito en la persecución
de otro hecho o de otro partícipe: se trata de casos en que el último hecho es
valorado como considerablemente más grave que aquél del cual se
prescinde o casos en que interesa arribar a la condena de uno de los
partícipes para lo cual resulta imprescindible que el otro auxilie la
investigación (por ejemplo inmunidades o hipótesis de arrepentimiento
eficaz).
II) La suspensión de la persecución penal para el sometimiento
a prueba del imputado.
III) Criterios de privatización del derecho penal: se trata de
autorizar el fin de la persecución penal pública mediante mecanismos auto
-compositivos con participación de la víctima, en casos en que el interés
público supuestamente existente en la sanción penal no es real.
IV) Formas de solución del conflicto social que no significan,
culturalmente, aplicación del derecho penal.
Como se puede observar todos los criterios de oportunidad
enunciados obedecen a casos en que, sencillamente, los criterios de
prevención no exigen imposición de una pena.
El grado de extensión con que se admiten aplicaciones del
principio de oportunidad en el derecho comparado es sumamente diverso.
Así, por ejemplo, en los Estados Unidos el principio de oportunidad
constituye la regla general y no se encuentra reglado, de tal manera que la
decisión de perseguir o no determinados delitos es siempre una decisión del
fiscal que se ejerce generalmente sin sujeción a un mecanismo formal de
control. En Alemania, por el contrario, la Ordenanza Procesal Penal Alemana
regula los casos en que la fiscalía puede prescindir de la persecución de los
delitos formando cuatro grupos vinculados a situaciones en que: a) el
reproche por el hecho es insignificante y no existe ningún interés en la
persecución penal; b) el interés en la persecución penal puede ser
satisfecho de otro modo; c) el interés en la persecución penal le son
opuestos intereses estatales prioritarios y d) el ofendido puede llevar
adelante por sí mismo la persecución penal.
El nuevo Código Procesal Penal se refiere al principio de
oportunidad en el artículo 170, permitiendo a los fiscales del Ministerio
Público no iniciar la persecución penal o abandonar la ya iniciada cuando se
tratare de un hecho que no comprometiere gravemente el interés público y el
delito tuviere asignada una pena mínima que no excediere de presidio o
reclusión menores en su grado mínimo y siempre que no se tratare de un
delito cometido por un funcionario público en el ejercicio de sus funciones.
No obstante lo anterior, es evidente que, en un sentido amplio, y
aunque no se utilice la denominación principio de oportunidad para referirse
a ellos, son también aplicacionesdel mismo la suspensión condicional del
procedimiento y los acuerdos reparatorios.
Estas dos instituciones han sido agrupadas en la doctrina
nacional siguiendo la denominación del mensaje del ejecutivo que
acompañó el proyecto de ley sobre nuevo código bajo la denominación de
salidas alternativas porque aluden a formas de solución del conflicto penal
que son distintas de la imposición de una pena.

Garantías en el proceso penal.

Estudiar parte capítulo denominado “Principios y Garantías del


Sistema Procesal Penal Chileno”, contenido en el libro “Derecho Procesal
Penal Chileno”, Tomo I, pag. 52 a 103, de María Inés Horvitz Lennon y Julián
López Masle, Editorial Jurídica de Chile.

Principios básicos del proceso penal establecidos en el


Código Procesal Penal.

El Código Procesal Penal, en el Título Primero del Libro


Primero, establece lo que denomina “principios básicos”.
En su mayoría ya han sido analizados a propósito del estudio
de las garantías en la medida que algunas de estas el legislador entendió
necesario establecerlas expresamente en el Código como principios
básicos.
Corresponde pues, referirse a aquellos principios que no se
han estudiado a propósito de las Garantías.

a) Protección de la víctima:

El primero de ellos es considerar como principio básico del


nuevo ordenamiento la protección a la víctima.
Debe tenerse presente que el artículo 108 del Código contiene
el concepto de víctima, equiparándolo al de ofendido por el delito, mas no
tiene tal carácter el mero perjudicado por el delito desde el punto de vista
patrimonial, como por ejemplo, las entidades aseguradoras.
La protección de la víctima y la satisfacción de sus intereses se
estima uno de los objetivos relevantes del procedimiento penal para lo cual,
además de establecer el deber de protección de los operadores del sistema,
se le da a la víctima el carácter de sujeto procesal, titular de derechos, sin
necesidad de que realice actos procesales formales como la interposición de
una querella, sin perjuicio de que pueda hacerlo.
El artículo 6, como principio general, establece la obligación del
Ministerio Público de velar por la protección de la víctima del delito en todas
sus etapas del procedimiento, mientras que dispone que los tribunales deben
garantizar en este la vigencia de sus derechos. De la misma manera la
norma dispone que la policía y los demás organismos auxiliares deben
otorgarle un trato acorde con su condición procurando facilitar al máximo su
participación en los trámites que deben intervenir.
La ley 19.789, publicada en el diario oficial el 30 de enero del
año 2.002, con la finalidad de robustecer la protección de la víctima,
estableció, también en el artículo 6°, el deber de los fiscales de promover
durante el curso del procedimiento los acuerdos patrimoniales, medidas
cautelares u otros mecanismos que faciliten la reparación del daño causado
a la víctima, mas agregó que este deber no importara el ejercicio de acciones
civiles que pudieran corresponderle a las víctimas.

b) Intervinientes:

El artículo 12 del Código señala que para los efectos regulados


en este cuerpo legal, se entiende por intervinientes en el procedimiento: al
fiscal, al imputado, al defensor, a la víctima y al querellante, desde que
realizaren cualquier actuación procesal o desde el momento en que la ley les
permitiere ejercer facultades determinadas.
Debe señalarse que el concepto de interviniente no
corresponde al concepto tradicional de parte en el proceso, pues los
intervinientes son aquellas personas con facultades de actuación en el
procedimiento, aún cuando no tengan la calidad de parte, como ocurre con la
víctima que no ha deducido querella.
Esta norma fue agregada con la finalidad de facilitar la
redacción de las diferentes normas, pues se incluyó a todas las personas
que pueden actuar en el procedimiento o respecto de las cuales la ley obliga
a realizar ciertas actuaciones.
Así diversas normas del Código se refieren de manera genérica
a los intervinientes y en tales casos debe entenderse que se hace referencia
a todos los nombrados en la norma en comento. Ejemplos: artículos 14 inciso
segundo, 18, 26, 44, 159, 260, 352.

c) Efectos en Chile de las sentencias penales de tribunales


extranjeros.

El artículo 13 el Código otorga valor en Chile a las sentencias


penales extranjeras y, consecuente con ello, dispone que nadie puede ser
juzgado ni sancionado por delito por un delito por el cual hubiere sido
condenado o absuelto por una sentencia firme de acuerdo a la ley y al
procedimiento de un país extranjero. A este propósito la norma, en su inciso
final, establece que la ejecución de las sentencias penales extranjeras se
sujetará a lo que dispongan los tratados internacionales ratificados por Chile
y que se encontraren vigentes.
Sin embargo la misma norma establece dos excepciones a la
cosa juzgada de tales sentencias.
En primer término cuando el juzgamiento en país extranjero
hubiere obedecido al propósito de sustraer al individuo por su
responsabilidad penal por delitos de competencia de los tribunales
nacionales o bien, cuando al imputado lo solicitare expresamente si el
proceso respectivo no hubiere sido instruido de conformidad con las
garantías de un debido proceso o lo hubiere sido en términos que revelaren
falta de intención de juzgarle seriamente.
Establece el inciso segundo de la norma que en tales casos la
pena que el sujeto hubiere cumplido en país extranjero se la imputará a la
que debiere cumplir en Chile si también resultare condenado.
Debe indicarse que en el Código de Procedimiento Penal y en
el proyecto, se distinguía entre sentencia absolutorias y condenatorias,
dando valor, en principio, exclusivamente a las primeras, sin perjuicio de
considerar excepciones en ambos casos.
La Comisión de Legislación y Justicia del Senado entendió que
ello obedecía a una visión de las soberanías nacionales que está siendo
superada en el plano internacional, por lo que se estimó que, en principio,
debía reconocerse valor en Chile a todo tipo de sentencias penales
extranjeras, criterio recogido en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos y en la Convención Americana de Derechos Humanos, en términos
que se contemplan excepciones y rige en forma absoluta el principio del non
bis in idem.
Sin embargo, para evitar que algunos sujetos acepten ser
juzgados en otro país por delitos graves, como por ejemplo narcotráfico o
terrorismo, que les ofrezca condiciones más benignas y luego pretendan
hacer valer en nuestro país sentencias absolutorias o penas exiguas, se
contempla, como norma de resguardo, la posibilidad de un nuevo
juzgamiento en la medida que el primitivo, en otro país, haya tenido el
propósito de sustraer al individuo de su responsabilidad penal o bien, en una
hipótesis diversa, eso sí a petición del imputado, cuando en el proceso no
hubiese sido instruido de conformidad a las garantías del debido proceso o lo
hubiere sido en términos que revelen falta de intención de juzgarlo
seriamente.
En estos casos, si bien, en principio, se vulneraría el non bis in
idem, se tomó como modelo el tratado que crea la Corte Penal Internacional
suscrito en Roma en junio del año 1.998, que contempla excepciones
similares a la cosa juzgada.

ACTIVIDAD PROCESAL:

Bajo esta denominación el Código Procesal Penal, en el Título


I del Libro II contiene diversas normas sobre plazos, comunicaciones,
citaciones, notificaciones, resoluciones, actuaciones judiciales y su registro,
costas y normas supletorias.
Veremos las más relevantes.

a) Normas supletorias:

De conformidad a lo dispuesto en el artículo 52 del Código son


aplicables al procedimiento penal, en cuanto no se opusieren a lo estatuido
en dicho cuerpo legal o en leyes especiales, las normas comunes a todo
procedimiento contempladas en el Libro I del Código de Procedimiento Civil.
Lo anterior debe ser complementado con lo dispuesto en el
artículo 3 del Código de Procedimiento Civil, que hace aplicable las normas
sobre procedimiento ordinario a todas las gestiones, trámites y actuaciones
que no estén sometidos a una regla especial diversa.

Plazos:

La primera norma, el artículo 14, dispone que en el


procedimiento penal todos los días y horas son hábiles y no se suspenden
los plazos por la interposición de días feriados.
Se trata de una regla distinta a la del procedimiento civil que
se explica lógicamente por la naturaleza de las materias involucradas.
A su turno, el inciso segundo del artículo 14 dispone que si un
plazo de días concedido a los intervinientes venciere en día feriado, se
considerará ampliado hasta las veinticuatro horas del día siguiente que no
fuere feriado. El profesor Cristian Maturana, concluye que esta ampliación
sólo está referido a actuaciones individuales por los intervinientes, pero no
respecto de actuaciones que deban celebrarse en con asistencia conjunta de
los intervinientes, como ocurre con el control de detención.
Con esta norma se evita que los intervinientes deban efectuar
presentaciones en días inhábiles, interposición de recursos por ejemplo, sin
que se cumpla algún objetivo práctico concreto.
Debe tenerse presente que la norma plantea el problema de
que sucede con los plazos del tribunal para dictar resoluciones cuando ellos
vencen en días feriados, pues la ampliación se contempla para los
intervinientes y, dentro del concepto de tales en el artículo 12, no se
contempla a los tribunales.
Dentro de las características de los plazos establecidos en el
Código Procesal Penal debe consignarse su carácter de fatales,
improrrogables y renunciables.
En lo que se refiere a las dos primeras características el artículo
16 deja abierta la posibilidad que la ley establezca lo contrario, mientras que,
en lo que se refiere a la renunciabilidad, el artículo 18 posibilita que los
intervinientes puedan renunciar, total o parcialmente, a los plazos
establecidos en su favor, siempre, eso sí, que ello se manifieste
expresamente. Si el plazo es común, la abreviación o renuncia requiere el
asentimiento de todos los intervinientes y, además, la aprobación del tribunal.
En cuanto a los plazos de horas contenidos en el Código, de
conformidad a lo establecido en el artículo 15, su cómputo empieza
inmediatamente después de ocurrido el hecho que se fijare para su
iniciación, sin interrupción.
Por último cabe consignar que la ley, en el artículo 17, posibilita
que los intervinientes puedan solicitar un nuevo plazo cuando, por un hecho
no imputable, por defecto en la notificación, por fuerza mayor o caso fortuito,
se han visto impedidos de ejercer un derecho o desarrollar una actividad
dentro del plazo establecido en la ley, caso en los cuales el tribunal está
autorizado para otorgar una por el mismo período. Establece la ley sí que la
solicitud debe formularse dentro de los cinco días desde que cesó el
impedimento.

Notificaciones y citaciones judiciales:

Cuestión previa:
Lo primero es que debe tenerse presente es que, como lo
anuncia el título, pasaremos al análisis de las notificaciones y citaciones
judiciales. Las comunicaciones y citaciones que practica el Ministerio Público
en sus actuaciones, particularmente de investigación, están reguladas,
separadamente, en los artículos 22 y 23 del Código.

1.- Notificaciones:

En materia de notificaciones a los intervinientes se aplican,


salvo en lo previsto en el Código Procesal Penal, las reglas sobre
notificaciones contenidas en los artículos 38 y siguientes del Código de
Procedimiento Civil, pues así lo dispone expresamente el artículo 32 del
Código sin perjuicio de que a igual conclusión se debe llegar por la aplicación
de lo establecido en el artículo 52 del Código.
En cuanto a las reglas especiales contenidas en el Código
Procesal Penal, la primera dice relación con el funcionario habilitado para
practicar notificaciones pues, de conformidad al artículo 24, los funcionarios
del tribunal que hubieren sido designados por el Juez Presidente del Comité
de Jueces se consideran habilitados para ello.
Además, la norma permite que notificaciones determinadas se
practicaren por otro ministro de fe, suprimiéndose, por la ley N° 20.227 de 15
de noviembre del año 2.007, la posibilidad que, en casos calificados y por
resolución fundada, se practicara notificaciones por un agente de la policía,
pues se trataba de una carga que era ajena a las funciones propias del
personal policial, que distraía recursos humanos y financieros.
En lo que se refiere al contenido de la notificación, de acuerdo
al artículo 25, siempre debe incluir la identificación del proceso en que se
dicta y una copia íntegra de la resolución de que se tratare a menos que la
ley ordene agregar otros antecedentes o que el juez los estimare necesario
para la debida información del notificado o para el adecuado ejercicio de sus
derechos.
Aplicándose las reglas generales las notificaciones podrían ser
personal, especial del artículo 44, por cédula, por el estado diario y tácita.
Problema puede presentar lo dispuesto en el artículo 25, como
norma general, en materia de notificaciones pues el que todas ellas deban
incluir, al menos, copia íntegra de la resolución de que se trata, se opone a la
posibilidad de aplicar la notificación por el estado diario en el proceso penal,
como quiera que las mismas sólo refieren haberse dictado una resolución
pero sin considerar su contenido ni menos contener copia de la misma. Sin
embargo, las referencias a notificaciones por el estado diario (artículos 26 y
30) dan cuenta que el artículo 25 dice relación con el contenido de las formas
de notificación que son practicadas por un funcionario habilitado conforme a
lo dispuesto en el artículo 24.
En otro orden de ideas el Código dispone que el Ministerio
Publico será notificado en sus oficinas, para lo cual debe indicar su domicilio
dentro de los límites urbanos de la ciudad en que funcionare el tribunal e
informar cualquier cambio.
La obligación de designar domicilio dentro de los límites
urbanos del tribunal y comunicar el cambio del mismo para efecto de
practicar notificaciones, rige para todos los demás intervinientes de
conformidad a lo dispuesto en el artículo 26 mas, tratándose los otros
intervinientes, la ley dispone que la omisión de señalamiento del domicilio o
de la comunicación de su cambio, cualquier inexactitud en el mismo o la
inexistencia del domicilio, produce como sanción el que las resoluciones
serán notificadas por el estado diario, siempre que se les haya apercibido en
tal sentido lo que debe constar en el acta respectiva.
Tratándose del imputado que es puesto libertad debe
efectuársele el mismo apercibimiento, salvo que fuere consecuencia de un
sobreseimiento definitivo o de una sentencia absolutoria ejecutoriada.
Por otra parte, expresamente dispuso el Código en su artículo
28 que cuando un interviniente hubiese designado defensor o mandatario
constituido en el procedimiento, las notificaciones deben efectuarse
exclusivamente al mandatario, salvo que la ley o el tribunal dispusiesen la
notificación directa a él.

Otras formas de notificación contempladas en el Código


procesal penal.

a) De conformidad a lo dispuesto en el artículo 29, las


notificaciones al imputado privado de libertad se le harán “en persona” en el
establecimiento o recinto en que permaneciere, aunque este se hallare fuera
del territorio jurisdiccional del tribunal, mediante entrega, por un funcionario
del establecimiento y bajo la responsabilidad del jefe del mismo, del texto de
la resolución respectiva. Al efecto el tribunal debe remitir la resolución y
cualquier otro antecedente relevante por cualquier medio de comunicación
idóneo.
Sin perjuicio de ello el tribunal puede disponer, por excepción,
mediante resolución fundada, que la notificación sea practicada en el recinto
en que funcione.
b) El artículo 30 dispone que las resoluciones dictadas en
audiencias judiciales se tendrán por notificadas a los intervinientes en el
procedimiento que hubieren asistido o debido asistir a la misma. De las
notificaciones se debe dejar constancia en el estado diario pero su omisión
no invalidará la notificación.
c) El Código permite, en su artículo 31, que los intervinientes
pueden proponer, para sí, otras formas de notificación, lo que el tribunal
puede aceptar si, en su opinión, resultaren suficientemente eficaces y no
causaren indefensión.

2.- Citaciones

La citación, esto es, el llamamiento que el tribunal hace a


cualquier persona disponiendo su comparecencia a una determinada
actuación, se encuentra regulada en el artículo 33.
Dispone la norma que la citación se practicará a la persona
citada notificándole la resolución que ordena su comparecencia, mientras
que las exigencias formales aparecen descritas en el inciso segundo.
En caso de incomparecencia se debe distinguir:
Si la persona citada es un testigo, perito u cualquier otra
persona cuya comparecencia se requiriere, el tribunal puede disponer su
arresto hasta la realización de la audiencia por un período máximo de
veinticuatro horas e imponerles, además, una multa de hasta quince
unidades tributarias mensuales.
Si se trata del imputado, el tribunal puede ordenar la detención
o su sometimiento a prisión preventiva hasta la realización de la audiencia
respectiva.
En caso que quien no asistiere a la audiencia fuere el defensor
o el fiscal, se aplican las sanciones del artículo 287 del Código, es decir, con
suspensión de hasta dos meses del ejercicio de la profesión.

Resoluciones judiciales:

En esta materia rigen las reglas generales contenidas en los


artículos 158 y siguientes del Código de Procedimiento Civil.
El Código Procesal Penal, además de reiterar las normas
constitucionales sobre el poder coercitivo de los tribunales contenidas en el
artículo 76 de la Constitución, establece tres reglas especiales en la materia.
La primera, contenida en el artículo 35, es la que declara la
nulidad de las actuaciones que requieran intervención del juez y que fueren
delegadas en funcionarios subalternos. Se garantiza así la plena vigencia del
principio de la inmediación eliminado la práctica común en el antiguo sistema
de delegar en empleados administrativos la realización de actuaciones que la
ley encomendaba directamente al juez, como la recepción de declaraciones
de testigos y, derechamente, la tramitación de las causas.
Otra regla es la obligación de fundamentar las resoluciones que
se dictaren, salvo las de mero trámite. Exige el Código, en su artículo 36, que
ello se haga sucintamente, pero con precisión, indicando los motivos de
hecho y de derecho en que se basaren las decisiones tomadas y, para evitar
una práctica judicial habitual, el inciso segundo indica que la simple relación
de los documentos del procedimiento, la mención de los medios de prueba o
las solicitudes de los intervinientes, no substituye en caso alguno la
fundamentación.
De esta manera se aumenta la exigencia que contiene el
Código de Procedimiento Civil pues su artículo 171 dispone que los autos y
las sentencias interlocutorias deben indicar las consideraciones de hecho y
de derecho y la enunciación de las leyes y de los principios de equidad
conforme a los cuales se dictan, sólo cuando la naturaleza del negocio lo
permita.
Por último, en materia de firma de las resoluciones judiciales, el
artículo 37 establece que deberán ser suscritas por el juez o por todos los
miembros del tribunal que la dictaren y si alguno de los jueces no puede
hacerlo se debe dejar constancia del impedimento.
Tratándose de la firma de resoluciones del tribunal de juicio oral
se plantea la duda si los decretos o providencias pueden llevar la firma de
uno sólo de los integrantes del tribunal (como lo permite el artículo 168 del
Código de Procedimiento Civil y reitera el inciso segundo el artículo 70 del
Código Orgánico de Tribunales) o debe aplicarse la norma del Código que no
hace ninguna distinción y pareciera obligar la firma de todos los miembros
del tribunal incluso para este tipo de resoluciones de mera tramitación.
Teniendo presente que el artículo 281 del Código, a propósito
de la resolución que, entre otras materias, fija la fecha para la celebración de
la audiencia de juicio oral, dispone que ello lo hace exclusivamente el juez
presidente de la sala, pareciera que para la tramitación posterior de la
misma, en la medida que se trate de providencias de mera sustanciación,
puede quedar entregada a la firma de uno solo de los jueces, hasta que la
sala haya entrado en conocimiento del asunto, pues allí se aplicaría el inciso
cuarto del artículo 70 del Código Orgánico, que obliga a que el tribunal
completo dicte este tipo de resoluciones.
Debe tenerse presente que tratándose de resoluciones dictadas
en una audiencia el Código, en el inciso final del artículo 37, establece que
basta el registro de la audiencia, no requiriéndose por tanto firma de dichas
resoluciones.
Por último, en materia de plazo para dictar las resoluciones, el
artículo 38 dispone que las cuestiones debatidas en una audiencia deberán
ser resueltas en ella, mientras que las presentaciones escritas deben ser
resueltas antes de las veinticuatro horas siguientes a su recepción.

Registro de las actuaciones judiciales.

El tema del registro de las actuaciones de los tribunales, como


también las del Ministerio Público y de la Policía, motivó debate durante la
tramitación de la reforma.
Rigiendo los principios de oralidad e inmediación en el proceso
penal, el conocimiento de los asuntos se produce, por regla general, en
audiencias y no por la lectura de los registros que dan cuenta de las distintas
actuaciones de los tribunales, de intervinientes y terceros. Luego, el registro
pasa a tener una finalidad diferente a la que tenía en el antiguo sistema pues
ya no es el medio de interiorización del asunto por el tribunal, sino un mero
testimonio de la realización de las mismas y, eventualmente, para servir de
antecedente en la interposición de recursos. Así, por lo demás, se desprende
de lo dispuesto en el artículo 42 del Código que, en lo referente al valor del
registro del juicio oral, establece que este demuestra el modo que se
desarrollo la audiencia, la observancia de las formalidades previstas para
ella, las personas que han intervenido y los actos que se hubieren llevado a
cabo. Sin perjuicio de lo anterior, y en un claro intento de restar valor al
registro por sí mismo, el inciso segundo de la norma citada señala que la
omisión de formalidades del registro sólo lo privará de valor cuando ellas no
pudieren ser suplidas con certeza sobre la base de otros elementos
contendidos en el mismo o de otros antecedentes confiables que dieren
testimonio de lo ocurrido en la audiencia.
En ese entendido lo primero que debe señalarse es que la ley
estableció como primera regla en la materia, en el artículo 39 del Código, que
de las actuaciones realizadas por o ante un juez de garantía, el tribunal de
juicio oral en lo penal, Las Cortes de Apelaciones o la Corte Suprema,
judiciales debe levantarse un registro en la forma señalada en el párrafo.
La forma del registro quedó abierta por el legislador pues, el
artículo 41 señala que las audiencias ante los jueces con competencia pena
en materia penal será registrada en forma íntegra, por cualquier medio que
asegure su fidelidad, tal como el audio digital, video u otro soporte
tecnológico equivalente.
Se ha optado, en general, en registrar las actuaciones de los
mediante grabaciones por medios computacionales, existiendo instrucciones
en tal sentido.
En lo que se refiere al registro de las actuaciones del Ministerio
Público y de la Policía, ello aparece reglado en los artículos 227 y 228
respectivamente.
Tratándose de las actuaciones de investigación del Ministerio
Público la ley permite que se utilice cualquier medio que permitiere garantizar
fidelidad e integridad de la información, como el acceso de quienes tiene
derecho a exigirlo, debiendo consignar, a lo menos, las circunstancias
establecidas en el inciso segundo del artículo 227.
En lo que se refiere al registro de las actuaciones policiales, la
exigencia de firma del funcionario a cargo de la investigación da entender
que el mismo debe ser escrito. En este caso el registro debe expresar lo
señalado en el artículo 228.
Este último artículo dispuso, además, que los registros no
pueden reemplazarlas declaraciones de la policía en el juicio oral, lo que
debe complementarse con lo dispuesto en los artículos 332 y 334 del Código
que, por lo demás, como se verá, da lugar a dudas interpretativas.

LA ACCIÓN PENAL.

El Código Procesal Penal concede acción penal para impetrar


la averiguación de todo hecho punible.
De conformidad a lo dispuesto en el artículo 53 la acción penal
es pública o privada.

Acción penal pública:

La acción penal pública se concede para la persecución de


todo delito que no esté sometido a regla especial, debiendo ser ejercida, de
oficio, por el Ministerio Público. Sin perjuicio de ello, puede ser ejercida por
las personas que determina la ley.
El artículo 83 de la Constitución Política de la República indica
que pueden ejercer la acción penal pública el ofendido por el delito y las
demás personas que determinen la ley.
Ahora bien, en cuanto a quienes son estas demás personas
que determina la ley debe tenerse presente que, de conformidad a lo
dispuesto en el artículo 173 del Código, cualquier persona puede denunciar
la comisión de un hecho que revista los caracteres de delito. El nuevo Código
así elimina las incapacidades absolutas y relativas que contenía el Código de
Procedimiento Penal para el ejercicio la acción penal de manera que hoy día
la acción penal pública puede ejercerse, como se vio, por cualquier persona,
sin perjuicio de la obligación del Ministerio Público de ejercerla de oficio,
conforme a la norma constitucional citada y al artículo 172 del Código
Procesal Penal.
Sin perjuicio de lo anterior, no está demás señalar que
actualmente se ha discutido

Ejercicio de la acción penal pública:

De acuerdo a lo dispuesto en los artículos 166 y 172 del


Código Procesal Penal la acción penal puede ponerse en movimiento de tres
maneras:
a) De oficio por el Ministerio Público.
b) Por denuncia.
c) Por querella.

Renuncia de la acción penal pública:

Prescribe el artículo 56 del Código que la acción penal pública


no se extingue por la renuncia de la persona ofendida, lo que se explica
fácilmente por cuanto tratándose de delitos de acción penal pública cualquier
persona puede efectuar la denuncia para promover la persecución o el
Ministerio Público iniciarla de oficio, de modo que si el ofendido renuncia a
ejercerla ello no produce efectos desde que de todas formas puede
promoverse la persecución.

Transacción de la acción penal pública:

Si bien, en principio, la acción penal pública no resulta


disponible para el ofendido, lo que incluye la imposibilidad de llegar a una
transacción sobre la misma, debe tenerse presente que tratándose de los
delitos expresados en el artículo 241 tal posibilidad se admite bajo la
denominación de acuerdo reparatorio comprendiéndose algunos delitos de
acción penal pública, casos en que el acuerdo de voluntades del ofendido
con el imputado pueden producir la extinción de la responsabilidad penal en
la medida que se reúnan los demás supuestos de la institución.

Delitos de acción penal pública previa instancia particular:


La regla general en materia de acción penal pública, en orden
a que cualquier persona puede promover la persecución penal, sea o no
ofendido con el delito, o bien puede hacerlo el Ministerio Público de oficio,
contiene una excepción en los llamados delitos de acción penal pública
previa instancia particular en los cuales, conforme al inciso final del artículo
53, para que pueda procederse a su persecución, requieren denuncia previa
de la víctima mas, una vez iniciado el procedimiento, se tramitan, de
acuerdo a lo dispuesto en el inciso final del artículo 54 del Código Procesal
Penal, según las reglas generales relativas a los delitos de acción pública.
Si es que falta el ofendido por el delito, la denuncia la pueden
efectuar aquellos que, conforme lo dispone el artículo 108 del Código, son
considerados víctimas.
Por otro lado, de acuerdo a lo dispuesto en el inciso cuarto del
artículo 54, si el ofendido por el delito está imposibilitado de efectuar la
denuncia o cuando quienes pudieren formularla por él se encontraren
imposibilitados de hacerlo o aparecieren implicados en el hecho, el Ministerio
Público puede proceder de oficio.
Son delitos de acción penal pública previa instancia particular
los señalados en el artículo 54 del Código. Dentro de los indicados en la letra
g) de la norma, esto es, aquellos que otras leyes señalaren en forma
expresa, especial importancia tienen los delitos consistentes en atentados
sexuales previstos en los artículos 361 a 366 quater del Código Penal, pues
de conformidad a lo establecido en el artículo 369 de dicho cuerpo legal no
puede procederse en este tipo delitos sin que, al menos, haya habido
denuncia de la persona ofendida, sus padres, abuelos, guardadores o por
quien la tuviera bajo su cuidado.

Renuncia de la acción penal:

Tratándose de delitos de acción penal pública previa instancia


particular, la renuncia a ejercer la acción penal por el ofendido produce, de
conformidad al inciso tercero del artículo 56, la extinción de la misma, salvo
que se trate de un delito perpetrado contra menores de edad, lo que
concuerda con lo dispuesto en el inciso segundo, parte final, del artículo 53,
que concede siempre acción penal pública para la persecución de los delitos
cometidos contra los menores de edad.

Acción penal privada:


Es aquella que emana de ciertos delitos cuya persecución le ley
entrega exclusivamente al ofendido.
Son delitos de acción penal privada los señalados en el artículo
55 del Código Procesal Penal.
Tratándose de delitos de acción penal privada resulta aplicable
un procedimiento especial establecido en los artículos 400 y siguientes del
Código Procesal Penal, una de cuyas particularidades es que sólo puede
comenzar con la interposición de querella por la persona habilitada para
promover la acción penal.
La acción penal privada se extingue, de acuerdo a lo
dispuesto en el artículo 56 del Código, por la renuncia de la víctima; admite
desistimiento de la querella (artículo 401), abandono (art. 402) y transacción
(art. 404).
Con relación a la renuncia de la acción civil debe tenerse
presente la forma de renuncia tácita que contempla el artículo 66 del Código
en cuanto dispone que si sólo se ejerce la acción civil respecto de un hecho
punible de acción privada se considerará extinguida, por esa circunstancia,
la acción penal. Aclara la norma, eso sí, que no constituye ejercicio de la
acción civil la solicitud de diligencias destinadas a preparar la demanda civil o
asegurar su resultado que se formularen en el procedimiento penal.

Contra quien se dirige la acción penal:

La acción penal, sea pública o privada, de conformidad al


artículo 58 del Código, no puede entablarse sino contra las personas
responsables del delito.
La persona responsable del delito es el sujeto pasivo de la
acción debe reunir ciertos requisitos:
a) Debe tratarse de una persona natural. Así lo dice
expresamente el inciso segundo del artículo 58. Esta norma, además, se
encarga de precisar que por las personas jurídicas responden los que
hubieren intervenido en el acto punible, sin perjuicio de la responsabilidad
civil que las afectare. Sin embargo debe tenerse presente que la Ley 20.393
estableció, como una cuestión excepcional, la responsabilidad penal de las
personas jurídicas en los delitos de lavado de activos, financiamiento del
terrorismo y delitos de cohecho.
b) Ser vivo. Si la persona natural muere no hay proceso penal,
sin perjuicio que pueda hacerse efectiva la responsabilidad civil en los
herederos.
c) Estar presente en el juicio. El sujeto debe estar presente en
el juicio para que pueda defenderse. En el caso de que esté ausente se debe
suspender el procedimiento hasta que comparezca. Si el sujeto está ausente
por su propia voluntad debe decretarse su rebeldía, que no suspende la
investigación, debiendo adelantarse el procedimiento hasta la audiencia de
preparación del juicio oral en la cual se puede sobreseer definitiva o
temporalmente según el mérito de los antecedentes (101 inciso segundo). Si
la declaración de rebeldía se produce en el juicio oral, debe sobreseerse
temporalmente la causa hasta que el imputado compareciere o fuere habido.
d) Ser capaz de responsabilidad penal: Esta capacidad está
dada por la edad del sujeto pasivo que en nuestro ordenamiento está fijada
en los catorce años, sin perjuicio que hasta los dieciocho años la misma se
determina por la Ley de Responsabilidad Penal Juvenil N° 20.084 de 7 de
diciembre del año 2.005.
e) Permiso para proceder: Este es un requisito ocasional, que
debe ser cumplido cada vez que el imputado tenga fuero y que importa
obtener permiso legal para proceder en contra del inculpado, lo que se
materializa en los procedimientos de desafuero y querella de capítulos.

LA ACCIÓN CIVIL:

La acción civil es el medio concedido a la víctima del hecho


punible, con el propósito que por su intermedio haga valer sus pretensiones
civiles tendientes a obtener la reparación de los efectos civiles del mismo.
Del artículo 59 fluye que la acción civil puede tener por objeto:
a) Obtener la restitución de los objetos incautados o recogidos
en el curso de una investigación.
De conformidad al artículo 189 del Código los intervinientes o
terceros pueden intentar estas reclamaciones o tercerías con el fin de
obtener la restitución de los objetos recogidos o incautados durante el
procedimiento.
Esta acción debe intentarse siempre ante el juez de garantía y
la resolución que las acoge se limita simplemente a declarar el derecho del
reclamante sobre los objetos pero no se efectúa su devolución hasta que se
concluya el procedimiento, salvo que el tribunal considere innecesaria su
conservación.
Existe una regla de excepción respecto de las cosas hurtadas,
robadas o estafadas, las cuales deben ser entregadas a su dueño o legítimo
tenedor en cualquier etapa del procedimiento una vez comprobado su
dominio o tenencia por cualquier medio y establecido su valor.
b) Acciones indemnizatorias:
Estas acciones tienen por objeto obtener la reparación de los
perjuicios provenientes del delito.

¿Quién puede ejercerlas?

De conformidad al artículo 59, dentro del procedimiento penal


sólo la víctima puede ejercer la acción civil. Debe tenerse presente que el
término víctima está definido en el artículo 108 del Código Procesal Penal,
norma que, además, señala a ciertas personas que, a falta de la víctima,
deben considerarse como tales.
De esta manera, los terceros civilmente perjudicados que no
sean víctimas sólo pueden ejercer sus acciones civiles ante el tribunal civil
que fuere competente de acuerdo a las reglas generales. Así lo dice el inciso
final del artículo 59.

¿Contra quien puede ejercerse?

En el proceso penal la acción civil sólo puede ejercerse en


contra del imputado. Así, las acciones civiles en contra de otras personas
distintas del imputado –terceros civilmente responsables-, deben intentarse
ante un tribunal civil, aplicándose el citado artículo 59 inciso final del Código.

Oportunidad para interponer la demanda civil:

Esta materia está regulada en el artículo 60 del Código, en


cuanto dispone que en el procedimiento penal la demanda civil debe
interponerse en la oportunidad prevista en el artículo 261, esto es, el término
que comienza desde la notificación de la acusación del Ministerio Público a
todos los intervinientes hasta quince días antes de la realización de la
audiencia de preparación de juicio oral, dentro del cual el querellante puede
definir que actitud asumirá en el juicio oral.
La demanda civil debe ser presentada por escrito, cumplir los
requisitos exigidos en el artículo 254 del Código de Procedimiento Civil y,
además, contener la indicación de los medios de prueba en los términos
expresados en el artículo 259 del Código Procesal Penal.
Por último cabe consignar que la demanda civil debe deducirse
conjuntamente con el escrito de adhesión o acusación particular.

Desistimiento y abandono de la acción civil:

Esta materia está regulada en el artículo 64 del Código.


En primer término la norma permite que la víctima de desista de
la acción civil en cualquier estado del procedimiento.
Respecto del abandono de la acción civil la norma señalada, en
su inciso segundo, establece que la acción civil se considera abandona si la
víctima no compareciere, sin justificación, a la audiencia de preparación del
juicio oral o a la audiencia del juicio oral. Se asimila así la situación del actor
civil a la del querellante respecto del cual el artículo 120 establece causales
similares de abandono de la querella.

Preparación de la demanda civil:

El artículo 61 posibilita que la víctima pueda preparar la


demanda civil, eso sí, con posterioridad a la formalización de la investigación,
pudiendo al efecto solicitar la práctica de diligencias que considere
necesarias para esclarecer los hechos que serán objetos de su demanda,
aplicándose lo dispuesto en los artículos 183 y 184 del Código.
La víctima, además, puede solicitar una media cautelar real de
aquellas previstas en el artículo 157, esto es, las medidas precautorias
establecidas en los artículos 290 y siguientes del Código de Procedimiento
Civil. Debe tenerse presente que en este caso las solicitudes se
substanciarán y regirán de acuerdo a lo previsto en las normas
correspondientes a las medias prejudiciales, mas el plazo para interponer la
demanda establecido en el artículo 280, esto es, diez días ampliables a
treinta, se extiende hasta la oportunidad prevista en el artículo 60 del Código
Procesal Penal.
Además la víctima puede solicitar una de estas medias
cautelares reales al momento de deducir la demanda civil.
Cabe consignar que, de acuerdo a lo establecido en el artículo
158 del Código, son apelables las resoluciones que niegan o dan lugar a
medidas precautorias.
La preparación de la demanda civil interrumpe la prescripción,
mas si la demanda no se deduce en la oportunidad antes señalada, la
prescripción se considerará como no interrumpida.

Tramitación de la demanda civil:

Una vez presentada la demanda la misma debe ser notificada al


acusado, de conformidad al artículo 262, hasta diez días antes de la
realización de la audiencia de preparación de juicio oral.
De acuerdo al artículo 62 el imputado debe oponer las
excepciones que correspondan y contestar la demanda civil en la
oportunidad señalada en el artículo 263. Además, puede señalar vicios
formales que adoleciere la demanda requiriendo su corrección.
En la audiencia de preparación de juicio oral el juez puede
ordenar que los vicios formales que adoleciere la demanda sean
subsanados: “sin suspender la audiencia si ello fuere posible”. Si es
necesario suspenderla, el término de corrección del procedimiento no puede
exceder de cinco días y si no es rectificada dentro de dicho plazo se tendrá
por no presentada. ( artículo 270)
El artículo 63 señala que todos los incidentes y excepciones
deducidos con ocasión de la interposición de la demanda y su contestación
deberán resolverse en la audiencia de preparación del juicio oral, sin
perjuicio de lo señalado en el párrafo anterior.
En la misma audiencia de preparación del juicio oral el juez
debe llamar al demandante y al imputado a conciliación, conforme lo dispone
el artículo 273, proponiendo las bases de arreglo, rigiendo al efecto lo
dispuesto en los artículos 263 y 267 del Código de Procedimiento Civil.
Debe tenerse presente la posibilidad de que el juez de garantía,
en la audiencia de preparación del juicio oral, luego de examinar la prueba
ofrecida y de oír a los intervinientes puede disponer, de acuerdo a lo
dispuesto en el artículo 276 del Código, que se excluyan del juicio oral
prueba ofrecida por estos en los casos indicados en dicha norma, entre la
que también se cuenta la prueba ofertada con relación a la o las demandas
civiles que se hubieren interpuesto.
De acuerdo al artículo 277 al término de la audiencia de
preparación del juicio oral el juez de garantía debe dictar el auto de apertura
del juicio oral que, entre otras materias, debe contener la demanda civil que
fuere objeto del juicio y las pruebas que deben rendirse en el juicio oral.
En el curso del juicio oral, el actor civil puede efectuar sus
alegaciones y rendir su prueba de conformidad a las reglas del juicio oral que
serán estudiadas en su oportunidad.

Prueba de la acción civil:

En cuanto a la prueba de la acción civil el Código, en el


artículo 324, reitera una regla que ya contenía el Código de Procedimiento
Penal en orden a que la prueba de las acciones civiles en el procedimiento
criminal se sujetará a las normas civiles en cuanto a la determinación de la
parte que debiere probar y a las disposiciones del Código Procesal Penal en
cuanto a su procedencia, oportunidad, forma de rendirla y apreciación de su
fuerza probatoria.
Esta regla se aplica también en el caso previsto en el artículo
173 del Código Orgánico de Tribunales, es decir cuando en el juicio criminal
se suscita cuestión sobre un hecho de carácter civil que sea uno de los
elementos que la ley penal estima para definir el delito que se persigue, o
para agravar o disminuir la pena, o para no estimar culpable al autor, pues
estas materias deben ser resueltas por el tribunal con competencia criminal.
Cuestión distinta es lo que ocurre con las denominadas
cuestiones prejudiciales civiles cuyo conocimiento y resolución corresponde
a los juzgados civiles.

Sentencia:

Una vez finalizado el juicio oral el tribunal debe dictar sentencia


definitiva en la causa en la cual, entre otras materias, debe contener, como lo
dispone el artículo 342 letra e): “La resolución que condenare o absolviere a
cada uno de los acusados por cada uno de los delitos que la acusación les
hubiere atribuido; la que se pronunciare sobre la responsabilidad civil de los
mismos y fijare el monto de las indemnizaciones a que hubiere lugar”.
Hay que tener presente que, como expresamente lo señala el
artículo 349 del Código, tanto en caso de absolución como de condena el
tribunal debe pronunciarse acerca de la demanda civil válidamente
interpuesta.
Sobre este punto debe tenerse presente que el Código, en su
artículo 67, expresamente consagra la independencia de la acción civil
respecto de la criminal, en términos que la circunstancia de dictarse
sentencia absolutoria en materia penal no impide que pueda darse lugar a la
acción civil, si ella es legalmente procedente. Esta norma viene en solucionar
así una cuestión que fue materia de algún debate en el procedimiento penal
antiguo pues, a falta de disposición que lo permitiera, se discutió si podía
condenarse civilmente a una persona absuelta penalmente.
Esta independencia se manifiesta también en la regla contenida
en el artículo 66, que establece que extinguida la acción civil no se entiende
extinguida la acción penal para la persecución del hecho punible. Así es
posible que las partes celebren una transacción sobre la acción civil en un
delito de acción penal pública que va a producir los efectos señalados en la
norma indicada. Igualmente, la existencia de plazos de prescripción de la
acción civil más cortos que la penal pueden provocar el mismo efecto.

Acción civil y formas distintas de terminación del


procedimiento penal:

De acuerdo a lo dispuesto en el artículo 68, si antes de


comenzar el juicio oral el procedimiento penal continuare conforme a las
reglas del procedimiento abreviado o bien termina o se suspende por
cualquier causa, sin decisión acerca de la acción civil oportunamente
deducida, la prescripción continuará interrumpida siempre que la víctima
presentare su demanda ante el tribunal civil competente en el término de
sesenta días siguientes a aquel en que, por resolución ejecutoriada, se
dispusiere la suspensión o terminación el procedimiento penal.
En este caso la demanda y la resolución que recayere en ella
se notificará por cédula y el juicio se sujetará a las reglas del procedimiento
sumario. Si la demanda no es deducida en dicho plazo la prescripción
continuará corriendo como si no se hubiese interrumpido.
Durante ese mismo plazo mantiene vigencias las medidas
cautelares que se hubiesen decretado.
Por último dispone este artículo que si durante el juicio oral se
dicta sobreseimiento definitivo de acuerdo a las prescripciones del Código, el
tribunal debe continuar con el juicio para el sólo conocimiento y fallo de la
cuestión civil.
LOS SUJETOS PROCESALES:

Siguiendo a Alberto Binder podemos señalar que en doctrina se


distingue entre lo que se denomina “Derecho Procesal Penal” en sentido
estricto, esto es, las normas que estructuran los distintos actos procesales y
lo que se llama “Derecho de la Organización Judicial”, compresivo del
estudio de las normas que tienen que ver con la organización, no sólo de los
jueces, sino de todos los sujetos que, de un modo u otro, intervienen en el
proceso penal.
Sin perjuicio de estimarse que la influencia de las normas sobre
organización judicial sobre el funcionamiento efectivo de las puramente
procesales es muy grande y por lo mismo no resulta aceptable la separación
absoluta de unas y otras, para efectos teóricos la misma resulta conveniente.
En ese entendido podemos señalar que los sujetos que
intervienen en el proceso penal se pueden agrupar en tres sectores: a) el
juez y sus auxiliares; b) quienes acusan y llevan adelante la pretensión penal
(a la que puede sumarse la acción civil) y c) quienes se defienden. (imputado
y defensor como asistente suyo)
El Código Procesal Penal, en el Título IV del Libro Primero,
contiene diversas normas sobre sujetos procesales, dando tal categoría a los
tribunales, el Ministerio Público, la policía, el imputado, la defensa, la víctima
y al querellante.
En otros términos podemos señalar que el proceso penal se
desenvuelve gracias a la participación del conjunto de sujetos procesales,
cada cual hace uso de poderes jurídicos propios. Como señala el profesor
Vásquez Rossi, los sujetos procesales: “son aquellas personas de existencia
física que intervienen dentro del proceso y de los cuales emanan actos de
relevancia para la investigación, discusión y decisión de la cuestión sometida
u objeto procesal” (Derecho Procesal Penal, Rubinzal – Culzon Editores.
Buenos Aires 1.997, Tomo II pag. 62)
De acuerdo a la doctrina procesal los sujetos procesales
pueden ser “intervinientes” o “no intervinientes”. Los primeros están
vinculados a la controversia y a su solución. Lo segundos sólo realizan actos
significativos para la investigación, discusión o decisión, sin involucrarse en
la contradicción a que ella da a lugar para llegar a la solución jurisdiccional
del objeto penal en definitiva, como el caso de la policía o los tribunales.
LOS TRIBUNALES:

El párrafo primero del Titulo IV (artículos 69 a 76) se refiere al


tribunal como sujeto procesal. En dicho párrafo se contienen normas
relativas a denominaciones utilizadas por el Código, a competencia y
conflictos de competencia y a inhabilidades de los jueces de garantía y del
tribunal del juicio oral en lo penal.
Más allá de las materias reguladas en ese párrafo resulta
conveniente en esta parte dar algunas referencias respecto de la nueva
forma y organización de los tribunales a partir de la reforma al proceso penal.
Se ha dicho por algunos (Juan Enrique Vargas V., Nuevo
Proceso Penal, varios autores, pag. 333) que los cambios operados en la
estructura y funcionamiento de los tribunales en el nuevo sistema procesal
penal constituyen en sí mismo una reforma distinta de aquella que se realiza
al proceso penal, en cuanto tiene un sentido refundacional por la profundidad
de los cambios que entrañan.
Así, al pasar a ser la investigación de los delitos y el ejercicio de
la acción penal una función del Ministerio Público el rol de los tribunales se
concentra en velar por el respeto a las garantías fundamentales y decidir
sobre la inocencia y culpabilidad de los imputados, además de controlar, en
algunos casos, la juridicidad de otras formas de terminación del
procedimiento distintas de la sentencia definitiva.
Para ello el legislador estimó del caso crear dos tipos de
tribunales: los juzgados de garantía y los tribunales de juicio oral en lo penal.
A los primeros le corresponde velar por el respeto de las
garantías de las personas, principalmente en la etapa de investigación,
debiendo autorizar toda actuación del procedimiento que prive, perturbe o
restrinja derechos asegurados en la Constitución (art. 9); conocer y aprobar
ciertas formas de terminación anticipada (facultad de no hincar la
investigación y principio de oportunidad), salidas alternativas (acuerdos
reparatorios y suspensión condicional del procedimiento) y pronunciarse
sobre la procedencia de sobreseimientos temporales y definitivos solicitados
por el Ministerio Público. Además de ello debe realizar el juicio y dictar
sentencias en el procedimiento simplificado, monitorio y abreviado. También
le cabe dirigir la etapa de preparación del juicio oral dictando el auto de
apertura del mismo. Por último le compete conocer la ejecución de las
sentencias dictadas en el proceso penal.
A su turno al tribunal de juicio oral en lo penal le cabe conocer y
fallar el juicio oral.
No está de más indicar que los artículos 14 y 18 del Código
Orgánico de Tribunales señalan las materias que les corresponde conocer a
los tribunales de garantía y de juicio oral en lo penal respectivamente.

Organización de los Tribunales Penales:

En atención de las materias que corresponde conocer a los


tribunales penales se estimó del casó organizarlos de manera diferente. Así,
la labor de control propia de los tribunales de garantía puede ser ejercida por
jueces unipersonales no siendo obstáculo para ello el que, además, estos
tribunales deban fallar ciertos juicios pues se trata, por regla general, de
faltas y delitos menores o bien juicios en los que no se rinde prueba como en
el caso del procedimiento abreviado.
Mas, tratándose del juzgamiento de crímenes y simples delitos
de mayor gravedad, al resultar imposible la existencia del recurso de
apelación, en la medida que la aplicación de los principios de oralidad e
inmediación en el juicio resultan incompatibles con un nuevo análisis de
aspectos de hecho y de derecho involucrados que supone el recurso de
apelación, resultaba necesario que el conocimiento y fallo de estos hechos
quedara entregado a un tribunal colegiado de tres jueces letrados para
disminuir, al máximo, los márgenes de error en la apreciación y ponderación
de la prueba y la aplicación del derecho.

Gestión de los nuevos tribunales:

En lo que se refiere al modelo de gestión de los nuevos


tribunales se establecieron lineamientos generales de organización. Así
debía aprovecharse los modelos vigentes en el poder judicial, siempre que
fueran funcionales a las necesidades del nuevo sistema. En segundo lugar
la estructura administrativa debía estar al servicio de los jueces, liberándolos
de dichas tareas y, por último, se propendería a la constitución de tribunales
grandes de todo que varios jueces o salas compartieran un mismo personal
administrativo.
En ese entendido, se busca introducir en la administración de
los tribunales criterios de eficiencia y profesionalización, creándose la figura
del administrador del tribunal, quien debe ser profesional con un título de al
menos ocho semestres en las áreas de administración y gestión. Sus
funciones aparecen indicadas en los artículos 389 letras a) y siguientes del
Código Orgánico de Tribunales.
Además, se trata de flexibilizar la estructura organizacional de los
tribunales constituyéndolos a partir de secretarias comunes, lo que ocurre
aún tratándose de tribunales unipersonales como en el caso de los juzgados
de garantía. De este modo se aumenta considerablemente de número de
jueces pero se reduce el número de tribunales. (aproximadamente de 245
jueces a 809, mientras que los tribunales bajan de 245 a 195)
Este sistema debería permitir una mejor distribución de la carga
de trabajo y conjuntamente adecuarse al crecimiento de la demanda.
Se prevé una coordinación entre la administración del tribunal y
los jueces que integran los tribunales. Para ello se crea el comité de jueces y
el juez presidente de dicho comité con funciones establecidas, para cada
uno, en los artículos 23 y 24 del Código Orgánico de Tribunales.
Con lo anterior se elimina el cargo de secretario de tribunal.
Los nuevos tribunales tienen un organigrama administrativo
definido en la ley, a cuya cabeza aparece el administrador del tribunal,
apoyado, en los tribunales más grandes, de un subadministrador y de las
unidades indicadas en el artículo 25 del Código Orgánico de Tribunales a
cargo de un jefe de unidad, requiriéndose para todas las jefaturas títulos
profesionales.
EL MINISTERIO PÚBLICO

La transformación del sistema inquisitivo a uno acusatorio


tiene uno de sus pilares más importantes en la creación del Ministerio
Público, en la medida que esta institución: “permite la encarnación de la
persecución estatal en un órgano diverso al judicial”. (Rodrigo de la Barra,
Gaceta Jurídica N° 235, año 2.000)
Así la reforma busca quitar al poder judicial la función de
investigación y acusación limitándolo exclusivamente al cumplimiento de su
verdadero rol jurisdiccional y aquellas son entregadas a este organismo que,
sin perjuicio de la existencia de diversos funcionarios que desde la época del
Imperio romano su rol puede asociarse al de los fiscales en el proceso penal
moderno, es conocido como un “hijo de la revolución”, en cuanto en el
sistema inquisitivo reformado ideado con posterioridad a la Revolución
Francesa pasó a tener la titularidad en el ejercicio de la acción penal, sin
perjuicio de otras funciones que en ese entonces se le adjudicaron como el
control institucional de legalidad y constitucionalidad.
El Ministerio Público fue creado por la reforma constitucional
introducida por la ley 19.519 de 16 de septiembre del año 1.997, que agregó
a la Constitución Política de la República el capítulo VI-A, compuesto por
nueve artículos, signados con los números 80 A al 80 I, actualmente Capítulo
VII, artículo 83 a 91.
El artículo 83, en su inciso primero, señala que: “Un organismo
autónomo, jerarquizado, con el nombre de Ministerio Público, dirigirá en
forma exclusiva la investigación de los hechos constitutivos de delitos, los
que determinen la participación punible y los que acrediten la inocencia el
imputado y, en su caso, ejercerá la acción penal pública en la forma prevista
por la ley. De igual manera le corresponderá la adopción de medidas de
seguridad para proteger a las víctimas y a los testigos. En caso alguno podrá
ejercer labores jurisdiccionales.”
Como se ve, esta norma contiene la definición de la institución,
fijando su ubicación institucional y sus roles más relevantes constituyendo,
pues, el eje sobre el cual se establece su reglamentación.
Esta reglamentación se encuentra en la ley 19.640, Orgánica
Constitucional del Ministerio Público, dictada el día 15 de octubre del año
1.999, sin perjuicio de que, además, el Código Procesal Penal se refiere a
sus actuaciones y facultades procesal en el curso del proceso penal.
Funciones del Ministerio Público:

Las funciones del Ministerio Público aparecen señaladas tanto


en el artículo 83 de la Constitución como en el artículo 1° de la Ley Orgánica
de esta institución.
Así le corresponde la dirección exclusiva de la investigación en
materia penal; el ejercicio de la acción penal pública, y la protección de
víctimas y testigos.
En lo que se refiere a la investigación, al entregársele al
Ministerio Público se desecha así la posibilidad que la misma esté en manos
del Poder Judicial, incluso sobre la fórmula propuesta por algunos de un juez
instructor o investigador a la usanza española.
Esta labor de dirección de la investigación el Ministerio Público
no supone que realice directamente labores de investigación sino que actúe
auxiliado por la policía u otros organismos especializados, concibiéndose
esta labor como una etapa de preparación para el juicio oral, debiendo los
fiscales investigar los hechos denunciados reuniendo los medios de prueba
que, en su momento, pueden servir para respaldar una acusación frente al
tribunal de juicio oral que debe dictar el fallo.
La actividad de investigación del fiscal resulta así de carácter
administrativa y debe ser eminentemente desformalizada, estando facultado
para desarrollar todas aquellas diligencias que resulten técnicamente
apropiadas para el esclarecimiento de los hechos y la determinación de
responsabilidades penales. De esta manera se abandona el modelo de
instrucción formal establecido en el Código del año 1.906 en que el juez
incorporaba a un expediente actuaciones de prueba que pueden servir de
base para la dictación de la sentencia definitiva.
Ahora bien, en su labor de investigación, el Ministerio Público
debe regirse por el principio de objetividad en virtud del cual, de conformidad
a lo dispuesto en el artículo 3 de la ley 19.640, deben investigar, con igual
celo, no sólo los hechos y circunstancias que funden o agraven la
responsabilidad del imputado, sino también los que la eximan de ellas, la
extingan o atenúen.
Para que el Ministerio Público realice esta labor de manera
eficaz la ley otorga al propio Ministerio Público las facultades para organizar
su trabajo de modo eficaz. Los criterios de asignación, agrupación, control y
evaluación de casos no son regulados por la ley procesal sino que se trata
de definiciones que deben adoptar las autoridades superiores del Ministerio
Público, con lo que se pretende una racionalización de la persecución penal
a partir de criterios generales, dictados con competencia técnica y con visión
de conjunto respecto de todo el sistema.
Como límite a la actividad del Ministerio Público se consideran
los derechos de las personas. Así el artículo 9 del Código Procesal Penal
establece que el Ministerio Público requiere de autorización judicial previa
para toda actuación del procedimiento que privare al imputado a un tercero
del ejercicio de los derechos que la Constitución asegura, o lo restringiere o
perturbare.
La segunda función entregada al Ministerio Público es el
ejercicio de la acción penal respecto de la cual, en principio, tiene el
monopolio absoluto, sin embargo ello no significa que no existan otras vías
para el ejercicio de la acción penal por la víctima u otras personas
establecidas por la ley, en la medida que la ley permite, en los delitos de
acción penal pública, la intervención del querellante adhesivo o particular e,
incluso, por la vía del denominado forzamiento de la acusación, la sustitución
del Ministerio Público por el querellante o bien de la prescindencia de su
voluntad en el caso de los acuerdos reparatorios.
En el ejercicio de la acción penal pública el legislador establece
criterios de discrecionalidad en favor del Ministerio Público por medio de
diversas formas de oportunidad. (art. 167 a 170)
La última función, protección a las víctimas y testigos, refleja la
intención del legislador, manifestada no sólo con relación al Ministerio
Público, sino que también con el establecimiento de obligaciones para los
tribunales, la policía y demás auxiliares de la administración de justicia, de
que a la víctima se le otorgue un trato adecuado a su condición de ofendida y
de garantizar sus derechos en el procedimiento.
Se trata de una tendencia mundial de poner a la víctima en un
lugar central dentro de a la justicia criminal, de manera de evitar al máximo
todo tipo de perjuicio para esta y, además, tiende a lograr una mayor
eficiencia en el sistema buscando que la víctima y también los testigos
comparezcan al juicio.
Debe tenerse presente que la Ley Orgánica del Ministerio
Público, luego de indicar cuales son sus funciones, en su artículo 1°
expresamente señala que este organismo no podrá ejercer funciones
jurisdiccionales, consagrando así como principio su interdicción para este
tipo de funciones.
Estructura del Ministerio Público:

De acuerdo a lo establecido en su Ley orgánica Constitucional,


el Ministerio Público tiene cuatro órganos principales: La Fiscalía Nacional,
El Consejo General, las Fiscalías Regionales y las Fiscalías Locales.

a) El Fiscal Nacional y la Fiscalía Nacional.

De conformidad a lo dispuesto en el artículo 13 de la Ley


orgánica del Ministerio Público el Fiscal Nacional es el jefe superior del
Ministerio Público y responsable de su funcionamiento.
Para ser Fiscal Nacional debe reunirse los requisitos del artículo
14 de la Ley, esto es, ser ciudadano con derecho a sufragio, tener a lo menos
diez años el título de abogado, cuarenta años de edad y no encontrarse
sujeto a alguna de las incapacidades e incompatibilidades previstas en la ley.
En su proceso de designación, regulado en el artículo 15 de la
Ley, intervienen la Corte Suprema, elaborando una quina; el Presidente de la
República, quien debe proponer uno de esos nombres al Senado, que, a su
turno, debe pronunciarse sobre la propuesta requiriéndose para su
aprobación los dos tercios de sus miembros en ejercicio.
El Fiscal Nacional dura diez años en su cargo y no puede ser
designado para un nuevo período. (art.16)

Funciones del Fiscal Nacional:

Estas están señaladas en el artículo 17, pero la que da sentido


al cargo es la de la letra a) esto es, fijar los criterios de actuación del
Ministerio Público para el cumplimiento de los objetivos de la institución,
como asimismo, permitiéndole que dicte instrucciones generales que estime
necesarias para el adecuado cumplimiento de las tareas de dirección de la
investigación de los hechos punibles, el ejercicio de la acción penal y
protección de las víctimas y testigos.
La ley, expresamente, veda al Fiscal Nacional la posibilidad de
dar instrucciones y ordenar u omitir la realización de actuaciones en casos
particulares, salvedad de los casos contemplados en el artículo 18, es decir,
en los hechos estimados como delitos cuando la investidura de las personas
involucradas como víctimas o imputados hiciere necesario que el Fiscal
Nacional asuma, de oficio y de manera excepcional, la dirección de la
investigación, el ejercicio de la acción pública y la protección de las víctimas
o testigos, con la finalidad de garantizar que dichas tareas se cumplirán con
absoluta independencia y autonomía.

La Fiscalía Nacional.
La Fiscalía Nacional es la oficina de apoyo a la labor del Fiscal
Nacional y está constituida por las seis unidades administrativas que indica
el artículo 20, todas bajo la organización y supervisión de Director Ejecutivo
Nacional, funcionario de exclusiva confianza del Fiscal Nacional.

b) El Consejo General:

El Consejo General, de acuerdo a lo previsto en el artículo 24


de la Ley Orgánica, es un órgano integrado por el Fiscal Nacional, quien lo
preside, y por los Fiscales Regionales.
Sus funciones están señaladas en el artículo 25, siendo
básicamente consultivas. Debe sesionar, ordinariamente, al menos, cuatro
veces al año y extraordinariamente cuando el Fiscal Nacional lo convoque.

d) Los Fiscales Regionales.

De conformidad a lo dispuesto en el artículo 27 de la Ley


Orgánica del Ministerio Público a los Fiscales Regionales les corresponde el
ejercicio de las funciones y atribuciones del Ministerio Público en la región o
extensión geográfica de la región que corresponda a la Fiscalía Regional a
su cargo, por sí o por medio de los fiscales adjuntos que se encuentren bajo
su dependencia.
De conformidad al artículo 28 debe existir un fiscal regional en
cada una de las regiones del país, con excepción de la Región Metropolitana
que contará con cuatro.
Para ser Fiscal Nacional debe reunirse los requisitos del artículo
31 de la Ley, esto es, ser ciudadano con derecho a sufragio; tener, a lo
menos, cinco años el título de abogado, treinta años de edad y no
encontrarse sujeto a alguna de las incapacidades e incompatibilidades
previstas en la ley.
Los Fiscales Regionales, de acuerdo al artículo 29, son
nombrados por el Fiscal Nacional de una terna que debe elaborar la o las
Cortes de Apelaciones de la respectiva región.
Los fiscales regionales duran ocho años en su cargo y no
pueden ser designados para un nuevo período, sin perjuicio que puedan ser
nombrados en otro cargo del Ministerio Público. (artículos. 30 de la Ley
Orgánica y 86 de la Constitución)

Funciones de los Fiscales Regionales:

Son las indicadas en el artículo 32, pero lo más relevante es lo


ya señalado, dispuesto en el artículo 27, en orden a que a los Fiscales
Regionales les corresponde el ejercicio de las funciones y atribuciones del
Ministerio Público en la región o extensión geográfica de la región que
corresponda a la Fiscalía Regional a su cargo, por sí o por medio de los
fiscales adjuntos que se encuentren bajo su dependencia. En otros términos,
a ellos les corresponde realizar la investigación de los hechos constitutivos
de delito, el ejercicio de la acción penal y la adopción de medidas para
proteger víctimas y testigos.
Debe tenerse presente que el Fiscal Nacional, de acuerdo a lo
establecido en el artículo 19, puede disponer, de oficio y de manera
excepcional, que un fiscal regional asuma la dirección de la investigación, el
ejercicio de la acción penal pública y la protección de las víctimas o testigos
con relación a hechos delictivos que lo hicieren necesario por su gravedad o
por la complejidad de su investigación.
De la misma manera puede disponer que un fiscal regional
distinto de aquel en cuyo territorio se hubiese perpetrado los hechos tome a
su cargo las tareas antes señaladas cuando la necesidad de operar en varias
regiones así lo exigiese.
Estos dos casos constituyen, pues, excepciones a lo dispuesto
en el inciso segundo de la letra a) del artículo 17 en cuanto el Fiscal Nacional
no puede dar instrucciones y ordenar u omitir la realización de actuaciones
en casos particulares.

Las Fiscalías Regionales.


Las Fiscalías Regionales, en forma paralela a la Fiscalía
Nacional, constituyen las oficinas de apoyo administrativo a los Fiscales
Regionales y están constituidas por las cinco unidades administrativas que
indica el artículo 34, bajo la organización y supervisión de director ejecutivo
regional, funcionario de exclusiva confianza del fiscal regional respectivo.

e) Los Fiscales Adjuntos y las Fiscalías Locales

El artículo 38 de la ley expresamente dice que las fiscalías


locales son las unidades operativas de las Fiscalías Regionales para el
cumplimiento de las tareas de investigación, ejercicio de la acción penal y
protección de las víctimas y testigos.
Cada una contará con los fiscales adjuntos, profesionales y
personal de apoyo que determine el Fiscal Nacional a propuesta del fiscal
regional respectivo.
Si la fiscalía local tiene dos o más fiscales adjuntos a su cargo
de estará uno de ellos, denominado fiscal jefe, mientras cuente con la
confianza del fiscal regional.
Para ser nombrado fiscal adjunto se deben reunir los requisitos
establecidos en el artículo 42, siendo nombrados por el Fiscal Nacional de
una terna que debe elaborar el fiscal regional respectivo.

Funciones de los fiscales adjuntos:

De acuerdo al artículo 44 dentro de cada fiscalía local los


fiscales adjuntos deben ejercer las funciones del ministerio Público en los
casos que se le asignen, por lo que deben dirigir la investigación y, cuando
proceda, ejercer las demás atribuciones que la ley les otorgue de
conformidad, además, con las instrucciones generales que pueden impartir el
Fiscal Nacional y los fiscales regionales. Sin perjuicio de ello, la norma
indica, además, que los fiscales regionales pueden dar instrucciones a los
fiscales adjuntos en los casos particulares que se les asignen.
EL IMPUTADO:

Cuestiones generales.

Junto con el defensor, el imputado es uno de los sujetos


procesales denominados partes pasivas.
Según Vélez Mariconde, el imputado: “es aquella persona
contra quien se dirige la pretensión penal”. Debe hacerse notar que no se
habla de la acción penal, pues la misma se dirige en contra del juez, en la
medida que esta constituye el derecho a petición judicial, mientras que sí se
trata de la pretensión punitiva, esto es, el pedido de castigo contra una
persona.
Debe ponerse acento en el carácter de sujeto procesal que
tiene el imputado, idea que forma parte del derecho procesal moderno,
dejando así de lado la tradición inquisitiva para la cual el imputado no era,
sino, el objeto del proceso, en la medida que este no fue concebido como
una disputa entre partes iguales, en posiciones contrarias, sino como una
forma de averiguación de la verdad a cargo de una sola persona: el juez
inquisidor. Por el contrario, el proceso acusatorio, contradictorio, de partes,
una acusadora y otra acusada, este última no puede ser, sino, un sujeto
titular de derechos y garantías.
Sin perjuicio de que el imputado en ningún caso puede ser
considerado objeto del proceso penal, se discute si puede ser objeto de
prueba, en aquellos casos que actúa de esta última manera, como por
ejemplo, en el reconocimiento en rueda de presos, o bien, en el caso de
pruebas biológicas o psicológicas que pueden tomarse del acusado.
En lo que se refiere al reconocimiento en rueda de presos debe
considerarse que verdaderamente el medio de prueba es el testigo que lo
practica, que necesita la presencia del imputado para transmitir la
información que posee.
Más discutible es la situación de las pruebas biológicas y las
extracciones de sangre, en que se ha pretendido, por algunos, su
improcedencia sobre la base de que constituirían una forma de aportación de
prueba de cargo por parte del mismo imputado lo que sería contrario a sus
garantías básicas y a la obligación del agente de persecución penal de
demostrar la responsabilidad penal de este.
Sin embargo, otros estiman que en la medida que no se afecte
la integridad física y psíquica del imputado puede ser obligado a este tipo de
pruebas. Esta es la solución de nuestro Código Procesal Penal que en el
artículo 197 dispone que el Juez de garantía debe autorizar la realización de
exámenes corporales al imputado siempre que no fuere de temer un
menoscabo para su salud o dignidad. Por último cabe indicar que este tema
ha sido materia de encontradas discusiones ante tribunales internacionales
de Derechos Humanos.
De lo dispuesto en su artículo 7 podemos señalar que para el
Código Procesal Penal imputado es la persona a quien se le atribuye
participación en un hecho punible.
Dicha norma prescribe que las facultades, derechos y garantías
que la Constitución política, el Código y otras leyes reconocen al imputado
pueden hacerse valer desde la primera actuación del procedimiento,
entendiéndose por tal, cualquiera diligencia o gestión, sea de investigación,
de carácter cautelar o de otra especie, que se realizare por o ante un tribunal
con competencia en lo criminal, el ministerio público o la policía en la que se
le atribuye a una persona responsabilidad en un hecho punible y que la
misma se extiende hasta la completa ejecución de la sentencia.
No obstante la claridad de la norma el Fiscal Nacional, en su
instructivo N° 4, pretendió que no cabía considerar imputado a una persona
respecto de la cual no se hubiera formalizado la investigación ni formulado
cargos. Para ello entendió, sobre la base de lo dispuesto en los artículos 186
y 236, que antes de la formalización se está ante “afectados” por una
investigación pero no imputados, considerando así este último término
contenido en ambas disposiciones como una categoría procesal diversa.
Esta interpretación resulta inaceptable. El inciso segundo del
artículo 7 es de tal claridad que no admite, en caso alguno, diferir la
protección que el ordenamiento jurídico consagra para los imputados a un
momento que puede ser muy posterior en el desarrollo de la investigación o,
incluso, pudiendo mediar una privación de libertad por vía detención, lo que
además, constituye una vulneración flagrante a lo señalado en el artículo 94
del Código.
Claramente la utilización del término afectado en las dos
disposiciones citadas obedece a la posibilidad que terceros, no imputados,
puedan estar comprendidos en las situaciones que las mismas plantean.
Otro punto interesante es que la norma fija dentro del ámbito de
protección que el ordenamiento jurídico otorga a las personas que son
sujetos de la persecución penal, también la etapa de cumplimiento de las
penas impuestas, en la media que la norma expresamente que los
derechos reconocidos a los imputados podrán hacerse valer “hasta la
completa ejecución de la sentencia”.

Derechos y garantías del imputado.

El párrafo Cuarto del Título Iv del Libro Primero, artículos 93 a


98, regulan los derechos y garantías el imputado.
Lo primero que debe señalarse es que el imputado no sólo
tiene los derechos y garantías indicados en el párrafo, sino todos aquellos
que le confiera el ordenamiento jurídico, como ya se vio al analizar,
precisamente, el tema de las garantías. Ello, por lo demás, precisa
expresamente el artículo 93, sin perjuicio de agregar, además, que: “en
especial”, tiene los derechos contenidos en la norma, de lo que deviene
claramente que existen otros.
Los derechos consagrados en el artículo 93, como ya se
analizaron, dicen relación, fundamentalmente, con las diversas
manifestaciones que asume el derecho de defensa del imputado, a los que
se agrega el derecho a guardar silencio, como también el principio universal
de prohibición de tortura, o padecimiento de tratos crueles, inhumanos o
degradantes.
A su turno, el artículo 94 contiene una serie de derechos de los
imputados privados de libertad, también relacionados con el derecho de
defensa, de información y trato.
Cabe consignar, además, la obligación que impone el artículo
97 del Código al tribunal, ministerio público y policía de dejar constancia en
los respectivos registros de haber cumplido las normas legales que
establecen los derechos y garantías del imputado, de modo de poder
controlar efectivamente su cumplimento.

Declaraciones del imputado.

El artículo 98 del Código Procesal Penal contempla la declaración


del imputado como medio de defensa, erradicando así la tradicional
concepción, aceptada por el Código de Procedimiento Penal del año 1.906, de
considerar la declaración del imputado como un medio de prueba,
específicamente de confesión, que de conformidad a los principios recogidos
por diversas normas, entre otras el artículo 481 de este cuerpo legal, sólo
servía para demostrar la participación del acusado en el delito, mas se requería
que el hecho punible resultara acreditado por otros medios de prueba.
Siendo uno de los objetivos de la reforma al proceso penal su
adecuación a la normativa internacional sobre derecho humanos no podía,
sino, consagrase el derecho del imputado a guardar silencio, lo que hizo de
manera expresa el artículo 93 letra g) del Código a lo que se agrega el
derecho a ser informado del mismo, conforme aparece del artículo 135. De
esta forma, consagrándose el derecho señalado, un paso siguiente fue
erradicar el tratamiento de la declaración del imputado como medio de
prueba y consagrarla como una manifestación más del derecho de defensa.
Esa es la regulación que le otorga el artículo 98 del Código, que
dispone que durante todo el procedimiento y en cualquiera de sus etapas el
imputado tendrá siempre derecho a prestar declaración como un medio de
defensa de la imputación que se le dirigiere. En consonancia con lo anterior el
artículo 8, en su inciso segundo, dispone que el imputado tendrá derecho a
formular los planteamientos y alegaciones que considere oportunos, así como
intervenir en todas las actuaciones judiciales y en las demás actuaciones del
procedimiento, salva las excepciones expresamente previstas en el Código.
Ahora, cuando el imputado desee prestar declaración, la misma
no puede recibirse bajo juramento, debiendo limitarse el tribunal a exhortarlo a
que diga la verdad y a que responda con claridad y precisión las preguntas que
se le formularen, aplicándose la norma especial del juicio oral contenida en el
artículo 326.
Mención especial merece la regla del inciso cuarto el artículo 98
del Código, en cuanto permite al juez de garantía sugerir al Ministerio Público la
práctica de una determinada diligencia de investigación cuando lo soliciten el
imputado o su defensor y la misma aparezca necesaria para el ejercicio de la
defensa y el respeto del principio de objetividad. Debe recodarse que la
dirección de la investigación es una cuestión de competencia exclusiva del
Ministerio Público, de suerte que la posibilidad que el tribunal pueda sugerir la
realización de una determinada diligencia de investigación altera este principio
de la persecución penal, mas se justifica por las garantías de defensa y de
justo y racional procedimiento que se ven involucradas. A la anterior debe
agregarse la posibilidad del artículo 257 del Código que derechamente prevé la
posibilidad de que el tribunal disponga la práctica de diligencias de
investigación, pero sólo una vez que la misma se haya cerrado y siempre que
la misma hubiese sido pedida por alguno de los intervinientes durante su
desarrollo.
Una cuestión que se vincula con las declaraciones del imputado
es aquella que dice relación con la valoración de la misma como medio de
prueba cuando, en el desarrollo de un juicio, al prestar declaración, el
imputado reconoce, en todo o en parte, la existencia del delito o de su
participación en el mismo, resultando así que la misma, en la práctica no
opera como un medio de defensa.
La respuesta a esta interrogante debe ser necesariamente
positiva pues, sin perjuicio de que el Código Procesal Penal erradicó el
tratamiento de la declaración del imputado como el medio de prueba confesión,
nada impide que, en la medida que el acusado reconozca en el juicio parte o la
totalidad de los hechos que le son imputados, el tribunal valore sus dichos
como prueba.
En primer término, por cuanto el artículo 295 dispone que todos
los hechos y circunstancias pertinentes para la solución del caso pueden ser
probados por cualquier medio producido e incorporado en conformidad a la ley,
medios que, a su turno, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 297,
pueden ser valorados por el tribunal con entera libertad, siempre que no se
contradigan los principios de la lógica, las máximas de la experiencia y los
conocimientos científicamente afianzados.
En segundo lugar porque el artículo 323, que establece la
procedencia de incorporar al juicio oral otros medios de prueba no regulados
expresamente, permite la utilización de cualquier medio apto para producir fe,
como puede ser, precisamente, la deposición del imputado.
En tercer lugar, y de manera categórica, por que el artículo 340
inciso final del Código Procesal Penal establece que nadie puede ser
condenado con el solo mérito de su propia declaración, de lo que sigue,
necesariamente, que la ley prevé la posibilidad de otorgar valor a la declaración
del imputado, con la limitación que por sí misma, no puede sustentar una
sentencia condenatoria.
Por lo demás, el procedimiento simplificado contempla la
imposición de una sentencia condenatoria sobre la base de la admisión de
responsabilidad de los hechos por parte del imputado, como se ve en el artículo
395 del Código, mientras que conceptualmente lo mismo puede decirse del
procedimiento abreviado que, para su aplicación, requiere que el imputado
acepte los hechos contenidos en la acusación y los antecedentes de
investigación en que la misma se funda. (art. 406 inciso segundo)
AMPARO ANTE EL JUEZ DE GARANTÍA.

Cuestiones previas:

El artículo 95 del Código Procesal Penal regula lo que denomina


amparo ante el juez de garantía.
En uno de los informes de la Comisión de Legislación y Justicia
del Senado de señaló que se trata de una acción especial de amparo, cuyo
objetivo es velar por el respeto de la garantía constitucional de libertad
personal de un individuo afectado por una actuación del fiscal o de la policía,
con el objeto que sea conducido ante el juez de garantía para velar por la
legalidad de su detención.
Se trata, pues, de una acción distinta al recurso de amparo
previsto en el artículo 21 de la Constitución Política de la República como
que quedó claro en la tramitación legislativa y, finalmente, en el inciso final
del artículo 95 del Código.
En el nuevo Código Procesal Penal se suprimieron las normas
relativas a la regulación del recurso de amparo del artículo 21 de la
Constitución que sí contenía en Código de Procedimiento Penal del año
1.906 en sus artículos 306 y siguientes. Ello por cuanto se vio la necesidad
de legislar separadamente acerca de las acciones de amparo
constitucionales, teniendo presente que el recurso de amparo puede referirse
a amenazas o privaciones de libertad ajenas al ámbito del proceso penal
como, por ejemplo, por resoluciones de carácter administrativo. Sin embargo
no puede pensarse que el recurso de amparo constitucional quedó
circunscrito a las amenazas o privaciones de libertad de origen no judicial
como pretendieron verlo algunos legisladores, (por ejemplo el senador Sergio
Diez) pues expresamente la mayoría de los legisladores y el Ministro de
Justicia indicaron que también era una remedio procesal para reclamar sobre
privaciones de libertad dispuestas judicialmente. Por eso se agregó el inciso
tercero al artículo 95 que expresamente estableció la posibilidad de utilizar el
amparo constitucional para reclamar de privaciones de libertad ordenadas
por resolución judicial.
Por lo demás, si se analiza lo dispuesto en el artículo 21 de la
Constitución en cuanto establece que el recurso de amparo puede deducirse
por toda aquel que se encontrare arrestado, detenido o preso, o bien a favor
de toda persona que ilegalmente sufra cualquier privación, perturbación o
amenaza de su derecho a la libertad personal y seguridad individual,
debemos convenir que es de tal amplitud que no puede pretenderse su
improcedencia respecto de privaciones de libertad originadas en
resoluciones judiciales.

Características del amparo ante el juez de garantía.

a) Tribunal competente para conocerlo.


La consagración de este mecanismo de amparo debe
necesariamente relacionarse con el sentido garantístico del nuevo sistema y
se relaciona con el rol cautelar de garantías que, en términos generales,
entrega el artículo 10 del Código al juez de garantías.
El artículo 95 regula este amparo como el derecho de toda
persona privada de libertad, para ser conducida, sin demora, ante el juez de
garantía, para que se examine la legalidad de su privación de libertad y, en
todo caso, para que se examine las condiciones en las que se encontrare.
Este acción puede ejercerla la persona privada de libertad, por
sí misma, o bien, por su abogado, sus parientes o cualquier persona a su
nombre, ante el juez que conozca del caso o bien el del lugar donde ella se
encuentra privada de libertad.
La referencia al “juez que conociere del caso” contenida en el
inciso segundo plantea el problema de si ese puede ser uno distinto del juez
de garantía. Por ejemplo, el tribunal del juicio oral, si la causa está en esa
instancia. Esa es la posición del señor Fiscal Nacional (Instructivo General
N° 51)
Sin embargo, el epígrafe de la norma, que sin ser ley sirve para
interpretar su sentido, la referencia exclusiva que el inciso primero hace al
juez de garantía y su rol cautelar general, parece limitar la competencia
exclusivamente a este tribunal y no a otro. Por lo demás, ello está en
concordancia con las normas de competencia contendidas en el Código
Orgánico de Tribunales, que, en lo que se refiere a los jueces de garantía,
expresamente señala, en el artículo 14 N° 1, que le corresponde: “Asegurar
los derechos del imputado y demás intervinientes en el proceso penal, de
acuerdo a la ley procesal penal”.

b) Ámbito de aplicación.

Otro problema se plantea con la amplitud de esta acción cautelar


el que puede analizarse desde dos puntos de vista.
El primero dice relación con la posibilidad de utilizar este
remedio respecto de personas que no están privadas de libertad, pero sí
amenazadas en esta o bien experimenten algún grado de perturbación o
restricción de la libertad personal. Por sus características y finalidad
pareciera que debe restringirse su utilización exclusivamente a los casos de
privación efectiva de libertad, sin perjuicio de que pareciere desprenderse del
tenor literal de la norma.
Desde otro punto de vista y acotada este amparo a las
privaciones efectivas de libertad, debe responderse ¿cuales son las
privaciones de libertad que autorizan esta acción?
El inciso tercero descarta de plano la impugnación de la
legalidad de una detención por esta vía si la misma a sido ordenada por
resolución judicial, pues en tal caso la misma sólo puede ser atacada por los
medios procesales que correspondan ante el tribunal que la hubiere dictado
o bien, por medio del recurso de amparo constitucional.
Si la libertad ha sido dispuesta por un tribunal no penal, por
ejemplo, apremios decretados por un tribunal de menores o civiles, se
presenta la duda si también es aplicable el señalado inciso tercero. La
respuesta parece ser afirmativa, tanto por que la ley no distingue, como por
que no parece que tribunales de una misma o inferior jerarquía puedan
revisar la legalidad de lo actuado por otro, aún con competencia diferente,
por aplicación del principio de inavocabilidad contenido en el artículo 8 del
Código Orgánico de Tribunales.
También se plantea el problema con privaciones de libertad que
sean ajenas al proceso penal dispuestas por autoridades administrativas.
Algunos, el Fiscal Nacional por ejemplo, han entendido que quedarían fuera
del ámbito de control del juez de garantías por esta vía. Sin embargo, en el
entendido que el artículo 95 no distingue, salvo en el caso del inciso tercero,
el origen de las privaciones de libertad y el rol general de la judicatura en la
protección de los derechos de las personas, especialísimamente el de
libertad personal, no parece un despropósito establecer que esta acción
pueda alcanzar el ámbito de control de la legalidad de detenciones
practicadas por orden de autoridades administrativas.
Lo que sí resulta claro es que la acción del artículo 95 puede ser
utilizada en todos los casos de detenciones practicadas en situaciones de
flagrancia por funcionarios policiales o por cualquier persona.
c) Objeto del amparo:

De conformidad a lo dispuesto en el artículo 95 del Código


Procesal Penal resulta indubitado que siempre este amparo tendrá por
finalidad que se determine judicialmente las condiciones en que se encuentra
la persona privada de libertad, lo que supone el resguardo a la integridad
física y psíquica de esta.
Un segundo objeto que señala la norma es el examen de la
legalidad de la privación de libertad. El punto puede plantear la controversia
de acerca de la profundidad de dicho examen. Así una posibilidad es que se
refiera a la legalidad formal de la privación de libertad, esto es, que el juez
se limite a constatar la existencia de una causa legal que lo amerite; por
ejemplo, tratándose de la detención en caso de flagrancia por un crimen,
bastaría que el juez recibiera la información policial sobre el hecho que la
motiva y que el mismo quede comprendido objetivamente en el ilícito que
justifica la detención. Sí, en el caso propuesto, el hecho no es constitutivo de
un delito que autorice la detención, por ejemplo, falta no prevista
expresamente por la ley, debería decretarse ilegal la detención.
La segunda posibilidad es entender que este amparo habilitaría
al juez para analizar el mérito de la detención, estudiando si efectivamente
se ha cometido el delito y la persona privada ha tenido participación en el
mismo.
Por sus características, debiera estarse por la primera
posibilidad, salvo para el caso que entendiésemos que este recurso también
es procedente respeto de privaciones de libertad dispuestas por autoridades
administrativas, pues, en tal caso, el rol de la judicatura debiera autorizar
para analizar el mérito sustantivo de la misma. En los demás casos,
practicándose la privación de libertad en el marco del proceso penal, que
contempla mecanismos temporales inmediatos de control de la legalidad de
la detención, tanto por el Ministerio Público como por el mismo juez de
garantía, pareciere que por vía del recurso de amparo el tribunal sólo podría
avocarse el control de la legalidad formal de la privación de libertad pues el
mismo proceso establece los mecanismos adecuados de protección de los
derechos de los imputados pero, además, los de garantía de los derechos de
la víctima y de la función de persecución del Ministerio Público, en la medida
que tales decisiones de adoptan en audiencias a las que pueden concurrir
todos los intervinientes en audiencia y en las que rige el principio de
contradicción.
LA DEFENSA:

Como ya se señaló el Código contempló la defensa del


imputado como un sujeto procesal independiente de este, en la medida que
al defensor, en cuanto tal, la ley le reconoce una serie de derechos y
facultades, sin perjuicio que, además, como lo dispone el artículo 104,
puede ejercer todos los que de acuerdo a la ley corresponden al imputado
salvo que la ley reserve su ejercicio a este último.
El Código Procesal Penal, al momento de regular la defensa
dentro del título de los sujetos procesales, reglamenta el derecho del
imputado a designar defensor de confianza o, en su defecto, a que se le
designe un defensor público, sin perjuicio de que aún en este último caso
tiene siempre la posibilidad de elegir, posteriormente, a otro de su confianza.
(102 y 107) Además, expresamente dispone la sanción de nulidad para las
actuaciones a las que debiendo, no comparezca el defensor, salvo lo
dispuesto en el artículo 286. ( 103)
El artículo 105 dispone la posibilidad de defensa común para
varios imputados salvo que las mismas fueren incompatibles.
Por último, el artículo 106 se refiere a la renuncia del abogado
defensor, indicando que la misma no lo libera de realizar los actos inmediatos
y urgentes que fueren necesarios para impedir la indefensión del imputado.
En caso de renuncia o de abandono de la defensa el tribunal debe designar
un defensor público, salvo que el imputado eligiere a uno de su confianza.

LA VÍCTIMA:

Concepto:

Haciendo eco a la tendencia legislativa comparada y a las


modernas orientaciones doctrinarias, el nuevo sistema de enjuiciamiento
criminal ha tratado de otorgarle un rol preponderante a la víctima,
reconociéndole derechos por el mero de hecho de serlo y sin necesidad del
ejercicio de actos procesales determinados y formales, como la interposición
de una querella.
Así hemos vistos que dentro de las obligaciones fundamentales
del Ministerio Público se contempla la protección de la víctima dándole a la
misma, incluso rango constitucional. Dicha obligación está también en el
Código Procesal Penal en cuyo artículo 6, además de reiterarla para el
Ministerio Público, la contempla, como principio básico del procedimiento,
también para los tribunales, en el sentido de que garantizar de conformidad
a la ley la vigencia de sus derechos durante el procedimiento y para la policía
y demás organismos auxiliares, en términos del deber de otorgarle un trato
acorde a su condición de víctima, procurando facilitar al máximo su
participación en los trámites que debiera intervenir.
De este modo, contemplando la ley respecto a la víctima, por su
mera calidad, una serie de derechos, se la contempló como sujeto procesal
en el título respectivo.
El artículo 108 da un concepto de víctima, entendiendo por tal al
ofendido por el delito, debiendo comprenderse dentro de este tanto a
personas naturales como jurídicas, como quedó registrado en el debate de la
Comisión de Legislación y Justicia del Senado.
Ofendido por el delito es el sujeto pasivo del mismo, es decir, el
titular de los bienes jurídicos afectados por el delito, como también el sujeto
pasivo de la acción, es decir, el que sufre la acción delictiva aun cuando no
sea titular del bien jurídico afectado (por ejemplo el cajero del banco en que
se comete un delito de robo con intimidación)
No puede considerarse víctima, eso sí, a los meros
perjudicados desde el punto de vista patrimonial por el delito, por ejemplo
las entidades aseguradoras o el propietario del vehículo que conducía un
tercero lesionado en un delito culposo.
Dicha norma establece, además, que en caso de muerte del
ofendido y en los casos que éste no pudiere ejercer los derechos que el
Código le otorga, se consideran víctimas:
a) al cónyuge y a los hijos;
b) a los ascendientes;
c) al conviviente;
d) a los hermanos, y
e) al adoptante y al adoptado.
Debe señalarse que objeto de discusión fue la inclusión de los
convivientes dentro de las personas que se consideran víctimas, sin embargo
se estimó el caso dejarla por tratarse la convivencia de una situación de
hecho extendida en la sociedad y que presenta características de estabilidad
que el legislador no puede negarse a admitir.
Por otra parte la referencia al adoptante y al adoptado fue
aprobada en el entendido que se refiere a aquellos casos de adopción no
constitutiva de estado civil, - contrato de adopción y adopción simple-
ocurridas bajo el marco de la legislación anterior a la ley vigente en la
materia.
Eso sí la ley se encarga de regular la intervención de estas
personas en el lugar de la víctima, estableciéndose en el inciso final que la
enumeración del artículo constituye un orden de prelación, de manera que la
intervención de una o más persona pertenecientes a una categoría superior
excluye a las comprendidas en las categorías siguientes.
En este caso, tratándose de un orden de prelación, debiera
entenderse que la intervención de una de las personas pertenecientes a las
categorías posteriores no excluye la posibilidad de que los hagan las
indicadas en las anteriores, sin perjuicio de que se produzca preclusión de
facultades procesales, mas luego de la intervención del de grado anterior
debe entenderse sí que queda excluido el de grado posterior que ya haya
intervenido, sin perjuicio de que lo obrado por éste último sea válido desde
que la exclusión no tiene efecto retroactivo.
Por último, debe señalarse que si ninguna de las personas que
pueden ejercer los derechos de víctima intervienen en el procedimiento, de
acuerdo a lo previsto en el artículo 110, el Ministerio Público está obligado a
informar sus resultados al cónyuge del ofendido por el delito o, en su defecto,
a alguno de los hijos u otra de estas personas.

Derechos de la víctima

Están establecidos en el artículo 109 del Código mas, desde


luego, debe señalarse que tal numeración no es taxativa, tanto por que la
norma expresamente lo señala como por cuanto el Código establece otros
derechos para la víctima, por ejemplo, en el artículo 78.
Debe indicarse que se precisó en el artículo 109 que quien
pudiere ser considerado víctima pero tiene la calidad de imputado no puede
ejercer los derechos de aquellas, sin perjuicio de los que le corresponden por
su segunda calidad.

EL QUERELLANTE:

Aún cuando resulte obvio querellante es quien deduce una


querella, la que, a su vez, puede ser definida, siguiendo al profesor Héctor
Oberg Yánez: “como el acto procesal consistente en una declaración de
voluntad dirigida al órgano jurisdiccional, por el cual el sujeto activo, además
de poner en su conocimiento la noticia de un hecho que reviste los
caracteres de delito, solicita la iniciación de un proceso frente a una o varias
personas determinadas o determinables y de constituirse en parte acusadora
el mismo, proponiendo que ser realicen los actos encaminados al
aseguramiento y comprobación de los elementos de la futura pretensión
punitiva y de resarcimiento de perjuicios en su caso.” (Derecho Procesal
Penal, ediciones Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad de
Concepción, pag. 62 y 63)
La querella es pues una forma de iniciar la investigación, por el
Ministerio Público, de los hechos que revisten los caracteres de delito (art.
172 del Código) pero, además, es el medio formal de constituirse en parte de
la investigación y, en el futuro, de todas las etapas que de ella se originen,
con la consecuente posibilidad de ejercer los derechos y facultades que
como pleno interviniente la legislación le otorga. Esto último tan es así que
aún cuando la investigación ya se haya iniciado por alguno otro de los
medios aptos para ello, -de oficio o por denuncia- de todas formas se puede
deducir una querella para los otros fines indicados.
Ahora, debe considerarse que tratándose de delitos de acción
penal privada la querella, de conformidad a lo establecido en el artículo 400
del Código, es el único medio para promover la acción penal y, en caso de
desistimiento de esta, el tribunal, de acuerdo al artículo 401, debe decretar el
sobreseimiento definitivo de la causa.
La intervención del querellante, en los delitos de acción penal
pública, no es necesaria ni irrevocable.
No es necesaria pues en este tipo de delitos la participación de
un querellante no es obligatoria. No es irrevocable por cuanto puede
desistirse de la querella y el proceso seguirá subsistiendo. Lo anterior pues
debe recordarse que por aplicación de los principios de oficialidad y legalidad
tratándose de delitos de acción penal pública deben ser perseguidos por el
Estado de oficio, sin considerar la voluntad del ofendido ni de ninguna otra
persona y el Ministerio Público está obligado a iniciar y sostener la
persecución penal sin que pueda suspenderla o hacerla cesar a su arbitrio.
¿Quién puede querellarse?

De conformidad a lo dispuesto en el artículo 111, como regla


general, la querella sólo puede ser interpuesta por la víctima, su
representante legal o su heredero testamentario.
Merece algún comentario la inclusión del heredero
testamentario pues este se encuentra vinculado por una relación meramente
patrimonial con el ofendido por el delito, de lo que sigue que el derecho a
interponer la querella que tiene el personalmente ofendido por el delito
tendría ese carácter patrimonial y sería transmisible.
Debe indicarse sí que la Comisión de Legislación y Justicia del
Senado excluyó al heredero testamentario del listado de las personas que,
de acuerdo a lo señalado en el artículo 108 del Código, se consideran
víctimas en caso de delitos cuya consecuencia fuere la muerte del ofendido o
de que no pudiere ejercer los derechos que el Código se le otorga,
precisamente, por el carácter meramente patrimonial de la relación entre
estos.
El artículo 111, además, plantea una situación especial en que
se permite a ejercer la querella a personas que no necesariamente podrían
considerarse víctimas del delito.
Así, autoriza que cualquier persona domiciliada en la provincia
deduzca querella tratándose de hechos punibles cometidos en la misma que
constituyeren delitos terroristas o delitos cometidos por un funcionario público
que afectaren derechos de las personas garantizados por la Constitución o
contra la probidad pública.
En otro orden de ideas esta norma, en su inciso tercero prevé
que los órganos y servicios públicos sólo podrán interponer una querella en
la medida que sus respectivas leyes orgánicas le otorguen expresamente las
potestades correspondientes.
Por último, cabe consignar que el artículo 116 prohíbe que se
querellen entre sí los cónyuges, a no ser por delito que uno hubiere cometido
en contra el otro o contra sus hijos o por el delito de bigamia, como
asimismo, los consanguíneos en toda la línea recta, los colaterales y afines
hasta el segundo grado, a no ser por delitos cometidos por unos contra los
otros o contra su cónyuge o hijos.
Requisitos de la querella

Son los señalados en el artículo 113 del Código.


La norma expresamente señala que se trata de un escrito y,
además, formal, en la medida que el incumplimiento de sus requisitos puede
traer, como sanción mediata, la declaración de inadmisibilidad como se
desprende de la letra b) del artículo 114.

Oportunidad para deducir la querella y admisibilidad de la


misma.

De conformidad al artículo 112 la querella pude presentarse en


cualquier momento, mientras el fiscal no declare cerrada la investigación.
La querella, como lo señala el artículo 113, debe ser presentada
ante el juez de garantía y, admitida a tramitación, este debe remitirla al
ministerio público.
A su turno, dispone el artículo 114, el juez no debe admitir a
tramitación la querella cuando: a) fuere presentada extemporáneamente, es
decir, de acuerdo a lo establecido en el artículo112; b) cuando, habiendo
otorgado al querellante un plazo de tres días para subsanar los defectos que
presente la querella por falta de alguno de los requisitos indicados en el
artículo 113, nos se realizaren las modificaciones pertinentes; c) cuando los
hechos expuestos no fueren constitutivos de delito; d) si de los antecedentes
apareciera de manifiesto que la responsabilidad penal del imputado se
encuentre extinguida, y e) cuando se deduzca por persona no autorizada por
la ley.
En los dos primeros casos de declaración de inadmisibilidad,
de acuerdo al artículo 117, tratándose de un delito de acción penal pública,
el juez de todas formas la debe poner en conocimiento del ministerio público
para ser tenida como denuncia, siempre que no le constare que la
investigación del hecho hubiere sido iniciada de otro modo.
Resulta contradictoria incluir la causal de inadmisbilidad de la
letra a) del artículo 114, es decir la extemporaneidad de su presentación, lo
que se traduce en hacerlo una vez que el fiscal ha cerrado la investigación,
con la norma que obliga a remitir los antecedentes de todas formas al fiscal
para ser tenida como denuncia a menos que conste que la investigación se
hubiere iniciado de otro modo pues, precisamente la causa de la misma
supone conocimiento de la existencia de la investigación del hecho y, más
aún, que la misma está terminada.
A su turno, si el tribunal declara inadmisible la querella por la
causal de la letra d) del artículo 114) esto es, por estar manifiestamente
extinguida la responsabilidad penal del imputado, tal declaración debe
hacerla con citación del Ministerio Público, como la misma norma lo dispone.
En caso que el tribunal declare inadmisible la querella la
resolución es apelable pues expresamente el artículo 115 concede el
recurso. Por el contrario, si la admite a tramitación dicha resolución es
inapelable.

Desistimiento y abandono de la querella.

De acuerdo al artículo 118 el querellante puede desistirse de su


querella en cualquier momento del procedimiento. Debe tenerse presente
que el desistimiento, respecto de delitos de acción penal pública no supone
ningún efecto respecto de la acción, en cambio, tratándose de delitos de
acción penal privada, la extinguen debiendo el tribunal de conformidad a lo
dispuesto en el artículo 401 decretar el sobreseimiento definitivo.
El mismo artículo 118 y el 119 regulan efecto del desistimiento
con relación a las costas y al querellado.
A su vez, el artículo 120 establece tres casos de abandono de
la querella, que supone una sanción procesal para el querellante que deja
realizar actuaciones procesales esenciales en el procedimiento y que se
traduce en la imposibilidad de ejercer los derechos que en esa calidad le
confiere el Código. (121)
Los casos que prevé el artículo 120 son los siguientes: a)
Cuando no adhiere a la acusación fiscal o no acusa particularmente e n la
oportunidad correspondiente; b) cuando no asiste a la audiencia de
preparación del juicio oral sin causa debidamente justificada, y c) cuando no
concurre a la audiencia del juicio oral o se ausenta de ella sin autorización
del tribunal.
El mismo artículo 120 hace apelable la resolución que declara
el abandono de la querella, sin suspender el curso del procedimiento; por el
contrario, la que lo rechaza es apelable.

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