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La sexualidad y la reproducción humana ha sido sin duda alguna, el tema más controversial a
lo largo y ancho de toda nuestra historia. Científicamente, somos conocidos como la única
especie con la capacidad de razonar, pero somos también conocidos por ser una de las dos
especies que poseen la capacidad de mantener relaciones sexuales por placer y no sólo como
un fin reproductivo. Esta especial característica sumada a la facultad especial de poder pensar,
nos hace en seres bastante complejos, conllevando a la constante lucha filosófica, religiosa y
científica de qué es lo correcto y qué no lo es dentro de nuestra sexualidad.
En los últimos 50 años, todos aquellos aspectos sexuales que antes eran prohibidos e incluso
castigados con muerte han ido siendo poco a poco aceptados en la sociedad, y esto ha traído
consigo incontables posturas, discusiones e incluso movimientos políticos, sociales y científicos
que han querido consolidar un terreno neutral con este tema y es así como llegamos a la tan
famosa “inclusión”. Este último término ha sido el puente para numerosos debates a nivel
mundial, lo cual hizo necesario que internacionalmente se llegara al punto de reunir a
representantes de cada país para realizar políticas y estrategias entorno a la sexualidad y a la
reproducción humana. Llegado a este punto, se crearon los derechos sexuales y reproductivos
como una manera de establecer aspectos en los que cada individuo tenga el control de su
sexualidad, para que puedan decidir libre y responsablemente sin verse sujetos a la coerción,
la discriminación y la violencia; junto con la autoridad y autonomía de todas las parejas e
individuos para decidir de manera libre y responsable el número y espaciamiento de sus hijos,
y a disponer de la información, la educación y los medios para ello.
Dentro del ámbito de la salud se hace aún más importante conocer, entender y ayudar a que
se respeten estos derechos dentro de la sociedad. El profesional de la salud debe ser sin duda
alguna el primer garante y protector de estos derechos en la vida de sus pacientes. No es lugar
de un médico anteponer sus creencias y opiniones personales sobre el bienestar íntegro de los
individuos a los que atiende, el deber de un médico siempre estará en abordar de manera
oportuna las necesidades de aquel que sufre una enfermedad y aún más el de prevenirla, y esto
implica conocer y respetar los estilos de vida de cada paciente, incluyendo las prácticas
sexuales. El médico debe proveer a sus pacientes de información suficiente para ayudarles a
preservar su salud sexual y reproductiva, sea cual sea el género o inclinación sexual de los
mismos. De esta forma, es seguro que los individuos de una sociedad podrán comenzar a
conocer sobre sus derechos, para así tomar decisiones por ellos mismos que les permitan
hacerlos valer y respetar.