Está en la página 1de 27

LO QUE FUE CATIRA!

Y ES SANTA JUANA DE GUADALCAZAR

Elsa Montero de Tortora

Diciembre de 1967
LO QUE FUE CATIRAI
Y ES SANTA JUANA DE GU AD ALCAZAR

Elsa Montero de Tórtora

Diciembre de 1967
TRABAJOS DE DESPEJE DEL FUERTE DE SANTA JUANA

Desde agosto de 1967 Ingeniería Tagle, Tocornal y Cía. S. A. ha estado


realizando algunos trabajos en el fuerte con la debida autorización de
la Municipalidad de Santa Juana.
Las características que dan especial interés a este fuerte son su ubica-
ción en una pequeña meseta en la orilla Sur del Bío-Bio, la existencia
de una laguna que lo aisla por el Poniente y muy especialmente el he-
cho de que sus muros fueron construidos de piedras.
La belleza del sitio puede apreciarse en la fotografía N? 1.
Se adjunta una copia de un plano de la época colonial, los contornos
de los muros y terrenos se reconocen claramente hoy en día.
El objetivo perseguido por nosotros ha sido el de despejar los muros
y algunos cimientos de construcciones coloniales, para lo cual hemos
rozado las zarzas, arbustos y tierras sueltas que cubrían parcialmente el
paramento exterior de los muros. Ver fotografías.
Se ha excavado además exterior e interiormente los cimientos de dos
construcciones. Ver fotografías.
Por otra parte, la Sra. Elsa Montero de Tórtora ha reunido en una
amena y bien escrita relación, una historia del fuerte y del pueblo de
Santa Juana de Guadalcdzar, desde el descubrimiento por don Pedro de
Valdivia hasta nuestros días. Nos es muy grato acompañar una copia
de este interesante trabajo que pensamos hacer imprimir en forma de
folleto.
Creemos que nuestra intervención de aficionados a la historia patria
ya ha dado los resultados que perseguíamos, que como lo expresamos
anteriormente, era el de realizar una faena preliminar para poner en
evidencia el fuerte.
Como ingenieros constructores nos ha tocado en suerte trabajar en
diversas regiones del país, pero a ninguna le habíamos tomado el cariño
que a Santa Juana. Creemos que esto se debe al carácter apacible y tra-
bajador de sus habitantes y a unos paisajes que se destacan por su be-
lleza, aun en un país tan pintoresco y variado como es nuestra patria.
Pero sólo somos aves de paso, luego nos iremos con nuestras mdqui-

3
ñas a abrir otros caminos, es nuestro oficio y queremos entregar el fuerte
a las autoridades, rogándoles que tomen las medidas que estimen del
caso para conservar lo que son a nuestro juicio las ruinas históricas más
importantes que tienen relación con los 300 años que duraron las
guerras de Arauco.
Santa Juana, 8 de enero de 1968.

JUAN TOCORNAL ROSS


Ingeniero Civil

Al Sr. Intendente de Concepción


don Alfonso Urrejola.
Al Sr. Alcalde de Santa Juana
don Cirilo Neira.

4
INTRODUCCION PERSONAL

Es difícil nombrar a todos los que me ayudaron en esta historia. Ten-


dría que nombrar a todo el pueblo de Santa Juana, que con su cariño
y sencillez, hacen olvidar al forastero, que no nació aquí.
Pero hay unas personas a las cuales quiero referirme en especial, per-
sonas que sin ser hijos de Santa Juana, han actuado como las mejores
de ellas. Que sin esperar nada lo han dado todo, me refiero a Ingenie-
ría Tagle, Tocornal y Cía. S. A. Ellos fueron quienes tomaron la ini-
ciativa y dieron la idea de escribir esta "historia" de Santa Juana. Quie-
nes también, financiaron totalmente los gastos de remozamiento del
Fuerte.
Aquí tomo la palabra del pueblo de Santa Juana para agradecer a
Ingeniería Tagle, Tocornal y Cía. S. A. el haber hecho posible esta
empresa.
Gracias también a don Héctor Tortora Massa, quien supervisó los
trabajos del Fuerte, y en quien siempre tuve el estímulo de un com-
pañero.
Al padre Sinecio Vergara, cura párroco de Santa Juana, que me acom-
pañó en mis "Viajes y Proezas Investigadoras", como él los llamaba, y
aportó datos muy interesantes de esta historia.
Al Sr. alcalde de Santa Juana, don Cirilo Neira Arratia y Sres. regi-
dores, en quienes tuvimos el apoyo y estímulo para los arreglos del
Fuerte.
Es mi deber, además, decir que los hechos históricos que relato, los
tomé en gran parte de la Historia General de Chile de don Diego Ba-
rros Arana; del Resumen de la Historia de Chile de don Leopoldo Cas-
tedo; de la Historia de la Compañía de Jesús en Chile del P. Francisco
Enrich y de un artículo publicado en 1942 por el padre Honorio Agui-
lera Chávez. Además está el grano de arena que aportó cualquiera que
escribió o habló sobre Santa Juana.
También agradezco a los directores de las escuelas y liceo, profesores
y alumnos y a tantas personas que el espacio no me permite nombrar,
pero que saben que tienen en mí a una hija más de este gran pueblo
que es Santa Juana de Guadalcázar.

5
LO QUE FUE CATIRAI Y ES SANTA JUANA DE GUADALCAZAR

Daremos una imagen de lo que es Santa Juana en la actualidad; se halla


a cuarenta y nueve kilómetros de Concepción, siguiendo a la orilla sur
del Bío-Bío y a cincuenta kilómetros de ferrocarril, por el lado Norte
del río.
Su carretera tiene, actualmente, diez kilómetros pavimentados, pero
no está lejano el día en que esté completa.
Durante todo el camino, se viene orillando el Bío-Bío, que frente a
Santa Juana, tiene unos islotes, que a distancia semejan barcos. Llegan-
do a Santa Juana, la primera impresión que se recibe, es que es un
pueblo "verde"; verde, por su exuberante naturaleza. Se ve verdor
donde se mire.
Es un pueblo de un largo y glorioso pasado; y prueba de esto, es ese
gran monumento histórico que tiene en el Fuerte de Santa Juana de
Guadalcázar. En este Fuerte, todavía se puede apreciar, entre su cons-
trucción de piedras y cimientos de lo que fueron las casas, restos de una
pasada epopeya. En los hechos históricos que se conocen, podemos dar-
nos cuenta que la historia del Fuerte caminó al unísono con la de sus
habitantes.
A los pies de este Fuerte hay una honda y preciosa laguna, hermana
gemela de otra que hay al frente, a través del río, en Talcamávida.
Existe una leyenda de estas lagunas, que se ha transmitido de genera-
ción en generación y es ésta: "Primitivamente Santa Juana se llamaba
"Valle de Catirai", y sus habitantes eran los indios Catirayen. Bravos y
feroces no se doblegaron nunca ante el invasor. Frente a ellos, a través
del Bío-Bío, vivían los Tralcamahuidas (Tralca, trueno; mahuida, mon-
taña) . Ambas tribus dominantes eran rivales irreductibles entre sí. So-
lían defenderse en mancomún contra enemigos foráneos, pero seguían
conservando enemistad a muerte entre ellos. Luchas constantes avivaban
el odio de las tribus, el que ardía como fuego sacro en cada individuo
de ellos, de cualquier edad y condición que fuera. Pero el amor, que
no sabe de barreras ni odios vino aun a complicar más la existencia de
estas tribus, enredando entre sus sutiles lazos a dos flores de ambas.
Uno era el hijo preferido y seguro heredero del Cacique de los Tralca-
mahuidas, que se enamoró perdidamente de la bella y joven hija del ca-
cique de Catirai. Era tal la belleza de esta joven india, que la llamaban,
justicieramente "Rayenantu" (Rayen, flor; antu, sol), es decir "Flor
Dorada". A su vez el apuesto y robusto mocetón de Tralcamahuida era

6
conocido por "Rayencura" (Rayen, flor; cura, piedra), esto es "Flor
Poderosa". Ambos se amaban, a pesar de la inquina ancestral y san-
grienta que separaba, más que el Bío-Bío, a ambas tribus araucanas. Se
veían escondidos en las riberas, entre los árboles frondosos, siempre ocul-
tándose, teniendo cada uno presente el temor de ser sorprendido.
En una tempestuosa noche de invierno la joven "Rayenantu" des-
apareció. La buscaron afanosamente. Luego se les ocurrió que, deján-
dose raptar por "Rayencura" se iba escapando a través del río. Corrie-
ron hacia la ribera y lograron distinguir, no obstante la oscuridad, dos
cuerpos que nadaban afanosos, poco más allá de la mitad del Bío-Bío.
Veloces se lanzaron al agua varios mocetones y nadando vertiginosa-
mente, empezaron a disparar sus flechas contra los fugitivos, que se es-
forzaban por alcanzar la opuesta orilla. Al vocerío que daban los de
Catirai, bajaron los de Tralcamahuida. Se trabó en seguida un feroz
combate, en medio de las aguas y la oscuridad de la noche. Las flechas
que llovían sobre el río, sobre los dos jóvenes encontraron un blanco
fatal. Ambos fueron muertos y su roja sangre se mezcló con las turbias
aguas del Bío-Bío.
Al darse cuenta ambas tribus de esta tragedia, cesaron la lucha y
sólo atinaron a recuperar los cuerpos sin vida de estos jóvenes tan pre-
ciosos para ellos. Llegaron a ambas riberas, llorando su dolor y se ins-
talaron frente a frente a lamentarse y gemir sus cantos funerarios. V
así frente a frente, también, enterraron a los infortunados enamorados.
Al clarear el día, el dolido cacique se acercó a mirar la tumba de su
hija y vio con enorme asombro que una honda laguna ocupaba el lugar
que había servido de sepultura a la joven "Rayenantu". A su vez los
Tralcamahuidas gritaban a través del río el mismo asombro. También
el lugar donde reposaba "Rayencura", estaba convertido en una inmen-
sa laguna.
Los aborígenes estimaron que eran los desgraciados amantes que llo-
raban su infausta suerte y que seguían comunicándose a través de la
inmensidad del río.
Ambas lagunas gemelas todavía existen. Hasta el nombre de "Valle
de Catirai" (Valle de Flores Cortadas) que llevó hasta que se llamó
Santa Juana de Guadalcázar, parece que tuviera relación con esta
leyenda.
La historia de Catirai empieza mucho antes que llegaran los conquis-
tadores españoles a Chile. Sabemos nada más que los araucanos que po-
blaban el Valle de Catirai eran guerreros, indómitos, altivos y que vi-

7
vían de la caza y agricultura. Fueron los que más trabajo dieron al es-
pañol en su conquista. Los catirayes mantuvieron la guerra de Arauco
hasta el final.
El primer hecho histórico escrito es el arribo del conquistador don
Pedro de Valdivia, a sus riberas. El 24 de enero de 1550, llegó don Pe-
dro de Valdivia a Catirai. Hacía ocho días que recorría, acompañado
de Gerónimo de Alderete, la orilla norte del Bío-Bío, en busca de un
vado para poder atravesar hacia Cañete (Tucapel de la Costa). Frente
a Talcamávida, Valdivia comprobó que se podía atravesar con mayor
facilidad. Pasó a Catirai con cincuenta jinetes. Recorrió la ribera, repa-
rando en la calidad estratégica del lugar, para hacer construir más ade-
lante un Fuerte. De ahí en adelante, los viajes que hizo al Sur, a fundar
la Imperial Antigua y la ciudad de Valdivia, en los años 1551 y 1552,
respectivamente, los hizo cruzando el Bío-Bío por Catirai. También sus
viajes al Fuerte de Arauco Antiguo y de Tucapel de la Costa (Cañete)
los realizaba, el intrépido capitán, atravesando el Bío-Bío, ora en el
vado de San Pedro, ora en el vado de Catirai.
Por la ruta Concepción, Talcamávida, Catirai, Arauco, hizo Valdivia,
en diciembre de 1553, el viaje al Fuerte de Tucapel de la Costa en don-
de como es sabido fue derrotado y muerto el 1*? de enero de 1554, por
los araucanos comandados por el célebre toqui Lautaro.
Desde la insurrección que costó la vida del conquistador, la guerra
con los araucanos había estado circunscrita a una pequeña porción del
territorio comprendido entre los ríos Bío-Bío y Tirúa. Esto se llamó
"La Guerra Vieja".
Varios otros gobernadores y capitanes transitaron por Catirai, en di-
ferentes circunstancias y distintas épocas.
Así a fines de 1558, el capitán don Gerónimo de Villegas, fue en-
viado desde la región de Cañete, por el gobernador don García Hur-
tado de Mendoza a repoblar la plaza de Concepción. Sabedor el capitán
Villegas que un ejército de araucanos lo esperaba en San Pedro, hizo
el viaje a Catirai, en donde pasó el río en balsas, y salió a Talcamá-
vida. Desde ahí tranquilamente se fue a Concepción, donde arribó a
principios del año siguiente.
En diciembre de 1562, don Pedro de Villagrán, teniente, gobernador
de Santiago, marchó al Bío-Bío a destruir un campo fortificado, en que
se atrincheraban los araucanos. La columna expedicionaria subió la
Cordillera de la Costa, para bajar a la región oriental o territorio ca-
tirai. Al segundo día de marcha, tenían a la vista el Fuerte en que los

8
indios estaban atrincherados. Se hallaban parapetados detrás de sólidas
palizadas y en alturas de difícil acceso. Habían cavado hoyos profundos,
cubriéndolos para que cayeran los caballos de los españoles. Cuando
divisaron a los invasores se mantuvieron quietos. Al lanzarse al ataque
los españoles, empezaron a caer los caballos. Entonces llovieron sobre
los jinetes caídos las flechas y los golpes. El impetuoso Villagrán fue
ultimado, sin que pudieran socorrerlo sus compañeros, que corrían
igual suerte.
Los fugitivos de esta derrota fueron a buscar su salvación en Angol,
o en las orillas del Bío-Bío, para llegar a Concepción porque el camino
a Arauco, a través de la Cordillera, estaba cerrado por los vencedores.
En 1565, el gobernador general, don Rodrigo de Quiroga, creía que
en pocos meses iba a terminar la pacificación definitiva del Reino de
Chile. Formó un ejército con el cual llegó a las riberas del Bío-Bío.
Para llegar a Arauco, Quiroga tenía que atravesar la región de Catirai,
el mismo sitio en que en 1563 había sido derrotado y muerto el hijo del
gobernador Francisco de Villagrán. Los indios mantenían un fuerte de
palizadas y habían allegado mucha gente a él. Algunos de los capitanes
españoles querían atacarlos de inmediato, pero Bernal del Mercado, que
venía con ellos, aconsejó primero hacerles ver el fuego de sus cañones
y arcabuces, para amedrentarlos. Pero los indios abandonaron cautelo-
samente en la noche las empalizadas. Al día siguiente, cuando los espa-
ñoles se acercaron, las encontraron desiertas. Los araucanos, en efecto,
habían evitado un combate que habría debido serles funesto.
En los últimos días de 1568, el gobernador Bravo de Saravia y Soto-
mayor estaba acampado con su ejército en las riberas de Catirai. Los
indios entretanto, convocados por un cacique joven llamado Longona-
val, se reunían en las serranías situadas a espaldas del campamento.
Allí en una altura de difícil acceso, hoy cerro Pichio, los araucanos es-
taban construyendo un fuerte de sólidas palizadas y tenían un ejército
considerable de guerreros valientes y acostumbrados a emboscadas y
asaltos.
Impuesto Bravo de Saravia de esta disposición del enemigo, decidió
atacarlos. Pidió refuerzos a Concepción, y cuando hubo reunido 140
soldados, los lanzó al combate. Trataron de disuadir al gobernador de
esta empresa. Tenía más ventaja permanecer a la defensiva, resguarda-
dos en su campamento, donde los indios vendrían en breve a presen-
tarle batalla. Pero no quiso oír ninguna razón. Así fue como en la
mañana del 7 de enero de 1569, las fuerzas expedicionarias, al mando

9
del general Miguel de Velasco y como jefe de la columna de retaguar-
dia el general Ruiz de Gamboa, se ponían en marcha hacia las posi-
ciones de los araucanos.
Los catirayes, por su parte, esa misma noche habían recibido al
caudillo Millalelmu, que venía con su gente de guerra a reforzarlos.
Terminados estos aprestos se mantuvieron tranquilos en sus puestos, es-
perando el ataque que no podía demorar.
Principió el combate cuando el sol comenzaba a producir un calor in-
soportable. Los españoles divididos, en cuadrillas, treparon el cerro y
dirigieron sobre el enemigo los fuegos de arcabuz. Cuando los más osa-
dos pretendieron asaltar las trincheras enemigas, cayó sobre ellos una
lluvia de piedras que los desconcertó. Aprovechándose de esto, los in-
dios, en número de diez o más veces superior al de los españoles, aban-
donaron sus trincheras y manejando con singular maestría sus lanzas
largas, acometieron a los asaltantes con fuerza irresistible. Los indios,
en la impetuosidad de su carrera y ayudados por el declive del terreno
cayeron sobre los españoles y llegaron hasta donde permanecían los
jinetes, que todavía no habían alcanzado a entrar en combate. El des-
calabro fue total, Velasco hizo tocar sus trompetas para emprender la
retirada.
Muy pocos españoles se salvaron. Casi todos hallaron su tumba en el
valle de Catirai.
Esta funesta jornada de Catirai es uno de los mayores desastres que
hasta entonces hubieren de experimentar los invasores en aquella pro-
longada guerra.
El 8 de febrero de 1570 un violento terremoto asoló la región y des-
truyó lo poco que se había avanzado en este valle.
En 1577 el general en jefe don Rodrigo de Quiroga, informado que
se estaba armando una sublevación de los indios del Bío-Bío, acampó
en Catirai, territorio que por tantos años había sido teatro de la gue-
rra sin encontrar ninguna resistencia. En ese entonces, Quiroga conta-
ba con un ejército de casi 500 españoles y dos mil quinientos indios
auxiliares. Los indios de Catirai, en vista de este numeroso ejército,
recurrieron al usado expediente de fingir que daban la paz, esperando
una oportunidad favorable para sublevarse.
Pero aquella situación no podía durar largo tiempo. Quiroga hizo
volver al Norte una parte de su tropa, e inmediatamente comenzaron
los indios sus habituales correrías. Robaban los caballos y asaltaban a
los que viajaban desprevenidos. En aquella época un mestizo llamado

10
Alonso Díaz, que hacía poco se había pasado a los indios, y que estaba
destinado a adquirir una gran celebridad, como general del ejército
araucano, era el principal instigador de estas hostilidades. Quiroga
también les presentó batalla e hizo muchos prisioneros, entre ellos ha-
bía caciques o jefes de tribus de Catirai.
La crueldad de los españoles se deja ver en esta carta que manda al
rey: "Pronuncié un auto en que mandé que se ejecutasen a estos in-
dios presos, pena que mandé suspender i en el entretanto, mandé que
estos indios fuesen llevados a la ciudad de la Serena, i que allí se les
cortase un pié a cada uno, i trabajasen en las labores de las minas de
oro, para ayudar al gasto de la guerra, i que los caciques fueran lleva-
dos al virrey del Perú".
Por su parte los araucanos respondían a estos actos de crueldades
con otros. En Catirai una de las fortalezas de palizadas tenía clavadas
en sus estacas 90 calaveras de españoles muertos en combates, como
señal de desafío.
Siguieron años de relativa calma, en que en 1590 don Alonso de
Sotomayor, gobernador de Chile, recorrió los campos de Talcamávida
y Catirai sin encontrar resistencia. Estableció negociaciones de paz con
el toqui Paillamacu. Éste las aceptó con el objeto de descuidar a los
españoles y ganar tiempo para preparar la guerra.
El 23 de diciembre de 1598 fue el principio de uno de los alzamien-
tos más terribles que ejecutaron los araucanos. Sin que quedara al sur
del Bío-Bío ninguna ciudad en pie, ni fuerte alguno en poder de los
españoles.
Por su parte, don Alonso de Rivera, buen gobernador y buen capi-
tán, se empeñó por establecer una línea de fuertes en el Bío-Bío, espe-
cialmente en el verano de 1602. Aunque nada alcanzó a hacer en Ca-
tirai, bien comprendió la importancia estratégica de este punto.
En los primeros días de diciembre de 1611 hubo un conato de levan-
tamiento en Catirai. El gobernador logró reprimir esta insurrección y
mandó ahorcar a algunos indios, que creía eran los promotores. En
esta misma fecha el virrey del Perú decreta la guerra "Defensiva" con-
tra los araucanos, y manda a Chile al padre jesuita Luis de Valdivia
para que ayude a ponerla en práctica.
Ateniéndose a esta nueva táctica de guerra que consistía en defen-
derse de los araucanos, evitando lo posible en atacarlos. Además ten-
drían la ayuda de los religiosos que pretendían instruirlos y enseñarles
la religión cristiana.

11
El padre Valdivia, llegando a Chile, mandó a Catirai cuatro caciques
de ellos que había traído de vuelta del Perú, para que se persuadiesen
de su buena fe y firmaran la paz, sabiendo por ellos cómo se habían
puesto en libertad a los araucanos que estaban esclavos en Perú.
Llancamilla, cacique principal de Catirai, le avisó que lo aguarda-
ba para pactar con las Diez Requas, que se componía de quinientos
indios de lanza, cada una, separadas dos cuadras la una de la otra.
Dábale las gracias, par haberse hecho su "Anelmapuboe" (Pacificador).
Llegó el padre Valdivia escoltado a Catirai. Se sentaron en el suelo
formando círculo; el padre Valdivia al medio en un asiento alto, ro-
deándolo los caciques, más atrás los ulmenes, después los españoles y
a sus espaldas los conas e indios de menor cuenta.
Tomó la palabra Llancamilla quien puso tres condiciones antes de
firmar la paz:
19 Devolver doce caciques que habían tomado prisioneros en la úl-
tima "Maloca" (Levantamiento).
29 Que se les devolviesen todos los niños e indios que estuviesen
cautivos de los españoles.
39 Que despoblasen totalmente el Fuerte de San Gerónimo del valle
de Catirai.
Esto era traducido al padre Valdivia por el capitán Juan Bautista
Pinto, chileno de nacimiento que hablaba la lengua araucana. Pero de-
bido al antagonismo que existía entre el padre Valdivia y el goberna-
dor (este último no creía en la paz que ofrecían los indios, además que
el sistema de guerra "Defensiva" lo consideraba inoficioso), llevó su pro-
pio traductor que fue el padre Vecchi, quien, como veremos más ade-
lante, tuvo un desgraciado fin.
El padre Valdivia aceptó las condiciones y firmó el pacto de paz.
Cumplió las dos primeras llegando a Concepción. La tercera tuvo que
consultarla al virrey del Perú, porque el gobernador se negaba a po-
nerla en práctica.
El virrey envió con fecha 20 de febrero de 1613, carta a Alonso de
Rivera, en que le dice: "Cuidado me ha de tratar de desamparar el
Fuerte de San Gerónimo en Catirai, supuesto que el padre Valdivia
lo ofreció a los indios".
Una vez cumplidas todas las condiciones los catirayes volvieron
a sus correrías de costumbre. Por eso el gobernador que conocía mucho
mejor a los indios que el Virrey del Perú y los jesuítas, no tenía fe en
esas paces. "Aunque yo veía que todo era engaño, dice el mismo Rivera,

12
no pude dejar de hacerlo, porque si no despoblaba el Fuerte, habrían
de decir que aquello había sido la causa para que los catirayes no die-
ran la paz".
El padre Valdivia creía, a pesar de todo, en los buenos resultados
de la guerra "Defensiva" e imprudentemente, envió sólo a tres misio-
neros a Catirai, entre los cuales iba el padre Vecchi, los cuales fueron
asesinados a mansalva.
El 19 de marzo de 1617, muere el gobernador Rivera. El nuevo gober-
nador, Talaverano Gallegos, en acuerdo con el rey, mandó cumplir
todo lo que el padre Valdivia dispusiese.
En cada Fuerte que visitaba, ponía en libertad a los indios que estu-
viesen prisioneros.
Esto lo aprovecharon los catirayes para reforzar sus filas y continuar
esta guerra, que llevaba cerca de setenta años.
El 20 de abril de 1626, poco antes de fundar el Fuerte de Santa Juana
de Guadalcázar, el gobernador don Luis Fernández de Córdova y Arce,
dejando el sistema de guerra "Defensiva" de sus antecesores, dio comien-
zo a la guerra "Ofensiva" y aterrorizadora para los araucanos. Los in-
timó con el lema "Paz o Esclavitud", a lo cual ellos contestaron ¡Guerra!
También recibió el respaldo del rey Felipe iv, en que restablecía la
esclavitud de los indios "tomados con las armas en la mano". Además,
los indios apresados en la guerra, pasaban a ser de propiedad de los
soldados que los tomaban, y por lo tanto, tenían éstos derecho para ven-
derlos como esclavos. Esto era para darles un aliciente a los soldados
que ya no querían pelear, debido al abandono en que los tenía el rey.
Por pobreza de las arcas reales, no se les pagaba sueldos, no tenían ar-
mas, víveres ni ropas. Con este ánimo, las tropas demostraron su bar-
barie, marcaban a los cautivos a hierro, en cualquier parte del cuerpo.
Hasta que el temor a las represalias terribles, que los indios comenzaron
a tomar con sus cautivos, dio principio a corregir esta costumbre.
Las consecuencias de todo esto se vio hasta treinta años más tarde
y se concretó en una de las más tremendas sublevaciones generales de
los indios.
Aquí haremos un alto, para contar la vida del fundador del Fuerte
de Santa Juana de Guadalcázar, nombre que heredó el pueblo:
"El joven y apuesto don Luis Fernández de Córdova y Arce era
miembro de una de las familias más aristocráticas de Andalucía. Poseía
en España por herencia de su padre, el título de Regidor Perpetuo de
Córdova, su ciudad natal.

13
Al quedar huérfano se fue a vivir con su joven tía, hermana menor
de su madre, doña Juana de Arce y Tordoya, casada con el anciano
marqués, don Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar,
tío de él a su vez por el lado paterno.
En 1611, su tío llegaba a Perú, con el cargo de virrey de Nueva Es-
paña de Lima. Fernández de Córdova partió en su compañía y vivió
once años con ellos, tomando parte en diversas campañas. En 1622 re-
cibió el título de teniente capitán general del Callao.
En estos años, el gran cariño que el virrey profesaba a su sobrino, fue
cambiando poco a poco, hasta convertirse al final en odio. ¿Motivo de
esto? La juventud y belleza de su esposa, la apostura y arrogancia de su
joven sobrino y el gran amor que había prendido en ellos, a pesar de
su parentesco. Amor, que a fuer de ocultarlo y disimularlo fue convir-
tiéndose en pasión. Ellos creyeron poder engañar al virrey, para evitarle
una pena, pero no se daban cuenta que hasta sus ojos los delataban.
El virrey, que veía crecer esta pasión día a día, también se hacía
cargo de que los dos eran jóvenes y que trataban en lo posible de evi-
tarse, para no causarle un desengaño. Además, no se resignaba a perder
a su esposa.
Discurrió la mejor manera de deshacerse de él y fue enviarlo, como
gobernador general de Chile. Este nombramiento tenía una dificultad,
el rey tenía mandado y acababa de confirmarlo por cédula del 2 de
diciembre de 1619, que: "Los virreyes y gobernadores, no pudieran dar
cargos a sus familiares y parientes, dentro del cuarto grado, a menos
que los servicios propios de éstos, fueran probados y notorios". Para
salvar este inconveniente, fue necesario levantar una información, ante
la Real Audiencia.
El plan del marqués dio resultado, y así vemos cómo estos jóvenes
e imposibles amantes, se separan para siempre.
En 1625, llega a Chile Luis Fernández de Córdova y Arce, con el
alma atormentada por un amor sin esperanzas, y el cargo de gobernador
general del Reino de Chile.
Su actuación, hasta la mañana que llegó a Catirai a fundar su Fuer-
te, ya la sabemos.
Siguiendo con su sistema de guerra "Ofensiva", decidió ir personal-
mente a dirigirlos y terminar con uno de los focos de sublevación.
La mañana del 8 de mayo de 1626, atravesó por Talcamávida al
Valle de Catirai. Nunca imaginó, al arribar a la orilla, que iba a encon-
trarse con un paisaje tan maravilloso. Flores y verdor por doquier. En

14
medio de esta foresta salvaje, una meseta; y a los pies de ésta, una pre-
ciosa y honda laguna. Ante esta belleza, la dureza y ensañamiento que
ya había hecho presa de él, se ablandó. Rodaron sus lágrimas al evocar
su pasado, al sentirse tan solo, en una tierra también tan extraña. Re-
cordó al amor de toda su vida, a su dulce y enamorada tía. Fue en ese
momento que decidió bautizar ese paraje con el nombre de ella. Ordenó
construir un inexpugnable Fuerte, al cual le puso "Fuerte de Santa
Juana de Guadalcázar".
Cosa curiosa fue, que durante el tiempo que demoró la construcción
del Fuerte, hasta que él abandonó Catirai para regresar a Concepción,
los catirayes nunca lo molestaron. Seguramente fue el gran despliegue
de tropas y armamentos que llevaba o quizás, ¿quién podría decirlo?, pre-
sintieron que este aguerrido gobernador había bautizado a su pueblo
con un nombre que nunca moriría.
Más tarde, como prueba de cariño, envió a doña Juana, una joven
india, para que la sirviera como esclava. Esto en vez de halagarla cau-
só indignación en ella. Al ver cómo sufría la pobre india, lejos de los
suyos, se la devolvió a Fernández de Córdova, con una carta, en que
le reprochaba el haberse contaminado con la crueldad y el odio de la
soldadesca española, en Chile.
Entretanto, los catirayes, al ver que no sólo no les devolvían a sus in-
dios tomados prisioneros, y que según lo pactado con el padre Valdivia
se haría, sino que veían cada día caer más hermanos prisioneros y al-
gunos llevados como esclavos al Perú, se unieron a Lientur, en la fa-
mosa batalla de Las Cangrejeras, en Yumbel. Esta batalla se libró el
15 de mayo de 1629 y aquí Fernández de Córdova y Arce tuvo su úl-
tima y gran derrota.
Y así fue. El joven noble, apuesto y buen corazón, murió viejo, am-
bicioso y odiado por todos. Pero no fue esta tierra lo que lo cambió,
fueron los desengaños, el olvido y la falta de cariño.
Desde 1629 hasta 1632 fue gobernador de Chile, don Francisco Lazo
de la Vega. Días y años que fueron de batallas y campañas infructuosas,
en que los araucanos siguieron reinando. Especialmente los del lado
sur del Bío-Bío, entre los que se encontraban los catirayes.
El 20 de abril de 1643 el padre Diego de Rosales, insigne historiador
colonial, hace presente en una interesante carta, la honda desazón que
reinaba entre los araucanos, en esa época, por los duros procedimientos
que con ellos se estaban usando. Gracias a la paz firmada, a raíz del
"Parlamento de Quillín" el 6 de enero de 1641, entre los principales

15
caciques y el gobernador don Francisco de Zúñiga, marqués de Baydes,
hubo una era de tranquilidad, con algunas intermitencias bélicas aisladas.
Aprovechando esa era de paz, los jesuítas establecieron una casa mi-
sional y correspondiente Iglesia, en el Fuerte de Santa Juana, el año 1643.
En 1648, gobernando don Martín de Mujica, los catirayes atacaron
la plaza fuerte de Santa Juana, causando muchos daños; pero fue res-
tablecido de inmediato.
La epidemia de peste en el año 1654, también hizo estragos en Santa
Juana.
Corría el año 1655, cuando los desaciertos del gobernador general,
don Antonio de Acuña y Cabrera, y los abusos de sus cuñados, los her-
manos Juan y José Salazar, ocasionaron una sublevación general de los
araucanos. Fue famosa y desastrosa, a la vez. Según la costumbre abo-
rigen, la flecha había corrido todos los "Butalmapu" y todas las reduc-
ciones. Los araucanos se hallaban ansiosos de vengar las tropelías que
se estaban cometiendo contra ellos y luchar por su libertad.
Más de treinta mil indios se alzaron en armas, arrollaron las tropas
hispanas y asolaron la región comprendida entre el río Ñuble y Toltén.
Las plazas fuertes de San Pedro, Colcura, Santa Juana, Talcamávida,
Buena Esperanza de Rere, San Cristóbal, San Rosendo, Nacimiento y
otras fueron abandonadas. La ciudad de Concepción se repletó de refu-
giados, así militares como civiles.
Los desastres de los españoles fueron trágicos y dolorosos. La im-
portante plaza de Nacimiento, colocada en una situación favorable pa-
ra su defensa, en la confluencia de los ríos Vergara y Bío-Bío, estaba
bajo el mando del sargento mayor don José de Salazar, cuñado del go-
bernador, como se sabe. Su guarnición compuesta de más de doscientos
hombres, rechazó los primeros ataques de los indios. Pero creyó que
prolongándose el sitio, podrían faltarles los víveres y las municiones;
y para sustraerse a este peligro, determinó evacuar la plaza, esperando
llegar con sus tropas y sus armas, a reunirse con el destacamento estable-
cido en el Fuerte de Buena Esperanza de Rere. La retirada debía efec-
tuarse por el Bío-Bío en una balsa grande y dos lanchones que servían
para el paso de una ribera a otra. Como sucede siempre en la segunda
mitad del verano, cuando escasean las lluvias, el río arrastraba muy
poca agua y las embarcaciones corrían riesgo inminente de encallarse
en los bancos de arenas. El sargento mayor Salazar, sin oír razones, man-
dó embarcar toda la gente de la plaza, hombres, mujeres y niños, así

16
como las armas y municiones, y emprendió su retirada, siguiendo la
corriente del río.
No tardó en realizarse la catástrofe prevista. Las embarcaciones lle-
garon al Fuerte de San Rosendo, encontrándolo abandonado. Al saber
que la plaza de Buena Esperanza de Rere había sido también evacuada,
les fue forzoso resignarse y seguir viaje a Concepción. Para aligerar las
embarcaciones a fin de salvarlas de que encallasen, el sargento Salazar
mandó arrojar al agua una gran parte de los bagajes y armas. Además
cometió un acto de inaudita inhumanidad, al hacer que las mujeres y
los niños fueran dejados en tierra, donde debían ser presa de los indios
sublevados que seguían las embarcaciones.
Pero no alcanzaron a llegar a la mitad del camino. En frente del
Fuerte abandonado de Santa Juana, encallaron en un banco, de donde
fue imposible desprenderse. Viendo inmóviles a los españoles, se vinie-
ron los indios que los seguían desde Nacimiento al abordaje a caballo
por izquierda y derecha. Defendíanse aquéllos, y para recrecer su tur-
bación se pegó fuego a una botija de pólvora.
No hubo nadie que los pudiera socorrer, porque las guarniciones de
los fuertes de Santa Juana y Talcamávida habían huido antes, con to-
da la población a la muy fuerte plaza de Concepción.
Los indios catirayes fueron los más feroces. Destruyeron varias pla-
zas militares y tomaron gran número de prisioneros. Entre ésos, cayeron
varios misioneros jesuítas y franciscanos. El padre Francisco Suárez de
Toledo, capellán militar de Santa Juana, murió a manos de los indios
en medio de los más horribles sufrimientos. Suárez como víctima esco-
gida, le abrieron el pecho estando vivo y le sacaron el corazón, para
ofrecerlo en holocausto al dios de la guerra.
Tantos desaciertos y desastres trajeron a la postre la destitución de
Acuña, exigida y aplaudida por todos.
Su sucesor don Pedro Porter de Casanate, diligente y enérgico mi-
litar, se encontró un enemigo poderoso en ese año de 1656. Este fue el
legendario mestizo Alejo, que había sido soldado del ejército español,
distinguiéndose por su audacia y maestría en el manejo de las armas.
Había pedido poco antes a sus jefes que en premio a sus buenos servi-
cios a la causa del rey, se le diese el rango de oficial; pero como sus
exigencias fueron desatendidas, jurando tomar venganza, abandonó las
filas y fue a asilarse entre los indios.
Alejo se hallaba ahora a la cabeza de las huestes araucanas y comen-
zaba a alcanzar señaladas victorias. Conocía su lengua y sus costumbres,

17
sabía estimular sus pasiones e incitarlos a la guerra. Bajo su mando, la
inquietud de los indios llegó a ser más pronunciada y amenazadora.
Los catirayes también se plegaron bajo su mando. Además, Alejo
tuvo a su favor el terremoto del 15 de marzo de 1657, que desalentó aún
más a los españoles.
A pesar de esto, Porter Casanate logró reducir paulatinamente a los
araucanos, y restablecer poco a poco las ciudades y fuertes destruidos.
A fines de 1657, pasó él mismo el Bío-Bío llegando a Santa Juana con
un cuerpo de tropas. Batió a los indios que intentaron ponerle resisten-
cia, destruyó sus chozas y sembrados, rescató del cautiverio a unos vein-
te españoles; y a fines de enero de 1658, tenía sometidos a varios ca-
ciques y tribus catirayes.
En 1660 una epidemia de viruela diezmó su tropa. Pero en cambio
tuvo la satisfacción de saber la muerte de su gran enemigo, el mestizo
Alejo,
El ambicioso gobernador, don Francisco de Meneses, que ansiaba
coronarse de glorias, en 1665, recorrió la región sur del Bío-Bío y re-
pobló la plaza fuerte de Santa Juana, destruida diez años antes por los
indios, en el alzamiento general. Se le agregó un caserío estrecho y fue
restablecida la Casa Misional de los jesuitas. Esta misión y otras cons-
truidas en ambas bandas del Bío-Bío no tenían misionero estable, sino
que eran atendidas por los sacerdotes de la Casa Misional de Buena Es-
peranza de Rere.
En 1692 siendo gobernador Marín de Poveda, los catirayes estaban
en tranquila posesión de sus tierras, la paz se había establecido de hecho,
y sólo era interrumpida por campeadas de una y otra parte que solían
inquietar a los campos fronterizos. Pero para conservar este estado de
cosas era indispensable mantener en los fuertes españoles, guarniciones
relativamente numerosas, que, aunque pagadas con irregularidad, impo-
nían un gasto considerable a la Corona.
Marín de Poveda, como los otros gobernadores, alentaba la esperanza
de consolidar aquella paz y de ir más lejos todavía, asegurando la re-
ducción de los indios araucanos. Para este efecto, convocó a un parla-
mento en Yumbel a todos los caciques de las riberas del Bío-Bío. Pero
este parlamento no fue ninguna garantía de paz.

"La principal causa de todo esto, escribe Marín de Poveda, es que


" aunque ellos estén bien tratados de los españoles no hay cosa que
" les satisfaga, mientras no se libren de su gobierno, y sólo los contiene

18
" el rigor de la guerra y el miedo de ella, cuando hay bastantes fuerzas.
" Nos hallamos quebrantados, como lo ha manifestado la experiencia,
"porque a una larga paz siempre se ha seguido el alzamiento de los
"indios, respecto de que ellos en la paz, se van previniendo para la
"guerra, adelantando sus fuerzas, cuando decaen las de los españoles
" en el ocio de las empresas militares, en el desprecio de la milicia, v
" descuido de las armas". En esto tenía razón, porque las primeras ave-
riguaciones le revelaron que se estaba preparando entre los indios un
nuevo levantamiento.
Conforme a un plan preparado, el 15 de diciembre de 1694, celebró
un aparatoso parlamento en Toque-Choque, lugar ubicado a algunas
leguas al oriente de la ribera norte del Bío-Bío. Citó a todos los caciques
de las comarcas, entre ellos a Millapán, cacique de Catirai. Este le dijo
que "era leal vasallo de Su Majestad y que estaba a su obediencia. Que
deseaba mantenerse en la paz. Pido que pongan en el Fuerte capitán
amigo para nosotros y misioneros para que nos enseñen la Doctrina
Cristiana". Los demás caciques que oyeron esto, convinieron en lo que
decía Millapán, y pidieron que admitieran la paz porque estaban segu-
ros de guardarla.
De este solemne parlamento de Toque-Choque, sacaron una nueva
experiencia los españoles: que las paces celebradas con los araucanos
no tenían ninguna solidez.
El 14 de diciembre de 1700, asumió el Gobierno de Chile, don Fran-
cisco Ibáñez y Peralta.
Este fue un período de calma en Santa Juana. Esto se debía también
a que las tropas estaban sin ánimo de guerrillas, hacía ocho años que
no les pagaban sueldo; no tenían ropas y estaban casi sin armas. Tam-
bién el aislamiento, a causa del río, hizo que al español lo abandonara
el espíritu de batalla.
El nuevo gobernador, don Gabriel Cano de Aponte, llegó a Chile el
16 de diciembre de 1717. Desde hacía 40 años, la guerra de Arauco
había entrado de hecho en una especie de tregua. Esta misma calma
existía en Santa Juana. Pero para desgracia de los pobladores, duró
poco. El 9 de marzo de 1723 los araucanos, guiados por el cacique Vi-
lumilla, se levantaron de nuevo. El Fuerte de Santa Juana fue avasa-
llado y sus caseríos incendiados, a pesar de haber sido defendido deno-
dadamente por la guarnición.
El gobernador Cano de Aponte decidió que la subsistencia de los
fuertes, situados al Sur del Bío-Bío, al paso que imponían al tesoro gas-

19
tos enormes que 110 estaban compensados con los beneficios que pro-
ducían, eran un motivo de inquietud de los indios y causa de conflic-
tos y dificultades. En vista de esto, propuso abandonar y destruir esos
fuertes; construir otros en la ribera norte de aquel río y cerrar con
ellos todos los pasos por donde los indios pudieran penetrar en el te-
rritorio ocupado por ellos.
Este dictamen fue vigorosamente impugnado por algunos militares,
que creían que, el abandono de los fuertes era vergonzoso y que ese
retroceso de la línea de frontera iba a envalentonar más a los indios.
Pero la opinión del gobernador se impuso, e hizo demoler los fuertes
y despoblarlos. Transportó a Concepción las armas, tropas y familias
que en ellos se hallaban. Estos fueron los fuertes de Colcura, Arauco,
Tucapel, Purén y Nacimiento. El Fuerte de Santa Juana fue conserva-
do, pero sus defensas se reforzaron.
Así, Cano de Aponte estableció una nueva línea de fronteras.
Los araucanos comenzaron a conocer las desventajas del aislamiento
en que estaban reducidos, no podían cambiar o vender sus ganados,
ponchos y útiles de artesanía que fabricaban. Empezaron a perderse en
ellos los primeros gérmenes de actividad industrial.
Los catirayes fueron los primeros decididos a parlamentar la paz.
El rey Felipe v decretó el perdón de los indios y Cano de Aponte
juntó a casi todo el ejército de la frontera en el espacioso llano de Ne-
grete, situado entre los ríos Bío-Bío y Duqueco. Allí llegaron casi todos
los caciques del Bío-Bío.
El 15 de febrero de 1726 se celebró el parlamento de Negrete, que
debía servir de pauta y modelo a los que en adelante se celebrasen, al
arribo de cada gobernador. Pero no hubo tratado ni parlamento que
los indios respetasen. Esto en gran parte se debía al mal trato que re-
cibían de los españoles.
Por motivos de seguridad y de defensa de la región, Santa Juana
fue convertida en sólida plaza fuerte en 1739. Esta reconstrucción fue
ordenada por el gobernador, don José Antonio Manso de Velasco.
Se le hicieron fosos, se le dotó de una buena guarnición y se trazó
la población alrededor del Fuerte.
Santa Juana logró así infundir respeto a los araucanos. Sirvió de base
para dominar tribus y comarcas, y para auxiliar a las demás plazas si-
tuadas allende el Bío-Bío de cualquier peligro. La población, por su
parte, comenzó a desarrollarse con seguridad y rapidez.
En atención a esto el gobernador don Antonio de Guill y Gonzaga,

20
pidió al rey, y obtuvo para Santa Juana, el título honorífico de Villa,
que le fue otorgado en 17'65. Equivocadamente algunos atribuyeron a
este célebre gobernador la fundación de Santa Juana, en razón de haber
obtenido el título que dejamos dicho.
El obispo de Concepción, Pedro Angel de Espiñeira, en un informe
fechado el 1"? de abril de 1766, decía: Santa Juana, que estaba anexa al
Curato-Capellanía de Talcamávida, tenía 399 personas de "sacramen-
tos" y 165 párvulos. Opinaba que debía constituirse, por lo mismo, en
parroquia independiente y que no debía depender de Talcamávida, a
causa del río que separaba ambas plazas.
En razón de lo anterior, el sobredicho obispo fundó la parroquia
de Santa Juana el año siguiente, o sea en 1767.
El presbítero don José de Quintana fue designado primer cura de
Santa Juana, por decreto de ese mismo año. El presbítero Quintana,
que servía la "plaza curada" de Talcamávida, se trasladó inmediatamen-
te llevando todos sus haberes, es decir veinticuatro ovejas y seis vacas.
Una vez trasladado, escribía al gobernador Guill y Gonzaga: "recibí
la orden de instalarme en el Fuente de Santa Juana de Guadalcázar, lo
que he executado prontamente y con ciega obediencia: hallóme aloxado
dentro de la plaza (Fuerte) en un cuartito de la cocina del comandante,
con bastante incomodidad y estrechez, y sin poder habitar en él por el
humo".
Nuevamente entró Santa Juana en un período de tranquilidad. Au-
mentaron los caseríos alrededor del Fuerte. Estas casas eran de adobe y
ladrillos. Los catirayes, que tenían disminuido su número a casi la mi-
tad con tantas guerrillas y malocas, vivían alejados hacia el valle.
Don Ambrosio O'Higgins, siendo maestre de campo, decidió fijarles
fronteras y para este efecto celebró el 3 de enero de 1784, el parlamento
de Lonquilmo.
Para llegar a ese lugar, don Ambrosio O'Higgins tuvo que atravesar
el río por Santa Juana. Aquí acampó y citó a todos los caciques del
lado sur del Bío-Bío, a que concurrieran al parlamento. Entre parénte-
sis fue uno de los pocos en que se respetaron las bases. También asistió
el capellán de Santa Juana, padre Tomás de Roa y Alarcón, quien más
tarde vino a ser el vigésimo obispo de Concepción.
Siguieron pasando los años para Santa Juana y sus habitantes, hasta
que llegamos a la época de la Independencia Nacional, al final de la
cual también desempeñó su papel esta Villa.
En esa época, uno de los más grandes enemigos que tuvieron los

21
patriotas en el sur, fue el montonero Vicente Benavides. Era Benavides
uno de esos seres anormales en que la traición y la deslealtad son su ley.
Sumadas estas condiciones a la de caudillo de montoneras, y su sadismo
sin freno, dejó huellas de una larga cadena de crímenes y crueldades.
En abril de 1820, llegó a Santa Juana con todas sus montoneras.
Cometió toda clase de crímenes y tropelías, con sus habitantes; tomó
prisioneros a catorce soldados patriotas y al parlamentario Torres. Reu-
nió a todas sus montoneras y guerrillas en Santa Juana, e instaló ahí su
cuartel general.
También se plegó al partido de Benavides el cura Juan de la Paz,
que tomó a su cargo la parroquia de Santa Juana.
Al saber el general Ramón Freire, que se encontraba en Concepción,
que Benavides tenía a estos prisioneros en Santa Juana, hizo apresar
a la esposa de éste, que vivía en Concepción, y que era el único afecto
humano que se le conocía al bandido.
Impuesto de esto, Benavides escribió a Freire que los indios cati-
rayes iban a celebrar una ceremonia ritual, con las cabezas de los prisio-
neros, si no se le devolvía en el acto a su mujer. Freire, conociendo la
crueldad de éste, aceptó el pacto y se trasladó a Talcamámida con la
mujer de Benavides. La hizo atravesar en un bote, acompañada de un
teniente, el cual llevaba la orden de traer de vuelta a los catorce prisio-
neros y el parlamentario.
Benavides envió de vuelta al teniente solo y con una nota, en que
agradecía a Freire la devolución de su mujer, y al mismo tiempo le
comunicaba la muerte de los quince prisioneros.
Freire decidió vengar esta villanía y partió en procura del criminal.
Logró destruir casi todas sus montoneras en Santa Juana. Nuevamen-
te la desguarnecida Villa y sus habitantes tuvieron que recibir el peso
de estos odios. Santa Juana fue abandonada por Freire, totalmente des-
truida y quemada.
Benavides logró huir y refugiarse entre los indios de Tubul.
Al quedar sola y destruida la plaza de Santa Juana se hizo cargo de
ella otro jefe de montoneras. Era éste Juan Antonio Ferrebú, español,
teniente cura de Rere. Fue un furibundo enemigo de los patriotas. To-
mó parte en las campañas de Benavides, como capellán al principio y
después como jefe de guerrillas.
Después de la fuga de Benavides, Ferrebú fue uno de los jefes que
mantuvieron el fuego de la guerra contra el gobierno patriota, en la
Araucanía, y por desgracia no de los menos sanguinarios.

22
El año 1822 fue llamado el "Año de las Necesidades" debido al ham-
bre y la miseria en que quedó Santa Juana.
En 1824 Ferrebú cayó en manos del comandante Ilarión Gaspar,
que lo fusiló el 2 de septiembre de ese mismo año.
Cuando se había apenas repuesto del anterior desastre, un nuevo
terremoto vino a echar abajo sus casas. Este fue el del 20 de febrero
de 1835.
En la nueva reconstrucción de la Villa, se le dio distinta ubicación
a la anterior, es la que actualmente tiene un poco al oriente del lugar
que ocupaba y frente al puerto o desembarcadero natural del río Bío-
Bío, cuyo enorme caudal de agua le presta majestad y belleza, y le fa-
cilita comunicación con la estación ferroviaria de Talcamávida. Ese
traslado se completó en seis años, o sea que quedó terminado en 1841.
El 13 de enero de 1891 fue creada la comuna de Santa Juana y la
Villa de ese nombre fue designada cabecera de ella.
Santa Juana fue capital del departamento de Lautaro (hoy Coro-
nel) desde 1841 hasta mayo de 1855. Posteriormente la ciudad de Co-
ronel fue declarada capital del departamento y Santa Juana retornó
a su tranquila calidad de cabecera de comuna y de puerto fluvial de
pequeñas embarcaciones, cual lo es todavía en la actualidad.
Su último gobernador fue don Serapio Aillón.
Santa Juana está también, íntimamente ligada, a la vida de nuestro
ex Presidente don Juan Antonio Ríos Morales. Así vemos que su tata-
rabuelo, don Pedro de los Ríos y Arenas, llegó alrededor de 1765, des-
tinado a la guarnición del Fuerte de Santa Juana, con el grado de capi-
tán. De sus hijos, don Juan de los Ríos González es el bisabuelo del
Presidente Ríos. Este contrajo matrimonio con doña Leonor Villagrán,
uno de cuyos hijos, don Lorenzo Ríos Villagrán, es el abuelo de don
Juan Antonio. A su vez, don Lorenzo casó con doña Micaela Gallegos,
naciendo tres hijos de esta unión. Uno de éstos; padre del Estadista,
es don Anselmo Ríos Gallegos. Este vivió en Santa Juana, al igual
que sus antecesores, hasta fines del siglo pasado.
El terremoto del 24 de enero de 1939 arruino casi toda BU edifica-
ción de adobes y ladrillos. Como en esa época no contaba con el cami-
no que la une a Concepción, hubo que pasar la mayoría de los mate-
riales para su reconstrucción, en botes a través del río.
Pero parece que el destino espera siempre que Santa Juana se le-
vante, para dejarle caer una nueva desgracia. Así fue cómo el terremo-
to del 21 de mayo de 1960 dejó apenas doce casas en pie en todo el

23
pueblo. Echó abajo el hospital "Clorinda Abello" que se había cons-
truido en 1920. Los dejó sin iglesia y sin tener dónde habitar. Pero
este pueblo con su gran abnegación y fe en el futuro ha vuelto a le-
vantarse de entre sus ruinas. Ya tienen construido un nuevo y comple-
tísimo hospital y están terminando la parroquia, que se llamará como
la otra, de la Inmaculada Concepción. Sus construcciones se levantan
día a día, así como el ánimo de sus habitantes.
Hoy es balneario y las riberas del río Lía reciben al visitante, con
sus tibias y cristalinas aguas y su lavadero de granates.
El que llega a Santa Juna, se encuentra con un pueblo típico chi-
leno. Queda comprometido para volver algún día, ¡y lo hacel
Mudo testigo de toda la vida de alegrías y vicisitudes de este pueblo,
es su Fuerte de Santa Juana de Guadalcázar.
Y como dijo el poeta Alonso de Ercilla, en La Araucana, canto pri-
mero:

Pues en este territorio demarcado,


por donde su grandeza manifiesta,
está a treinta y seis grados el Estado
que tanta sangre ajena y propia cuesta:
éste es el fiero pueblo no domado
que tuvo a Chile en tal estrecho puesta,
y aquel que por valor y pura guerra
hace en torno temblar toda la tierra.

ELSA M . DE T Ó R T O R A .

Santa Juana de Guadalcázar, noviembre de 1967.

24

También podría gustarte