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Lucro y educación

La reforma educacional impulsada por el gobierno contempla eliminar el lucro de todos


aquellos colegios que reciben subvención estatal. En esta columna, Nicolás Grau analiza por
qué el lucro puede tener impacto negativo en los resultados educativos y cómo operan las
fuerzas del mercado cuando se trata de educación. Presenta además datos de un nuevo
estudio que da cuenta de que alumnos de escuelas públicas que se cambian a colegios sin
fines de lucro tienen mejor desempeño en el SIMCE que aquellos que lo hacen a colegios
con fines de lucro.

El debate respecto a si permitir o no el lucro en educación tiene distintos planos. En un


plano más general, esta discusión se refiere al rol del mercado y la democracia en una
sociedad, y a los límites que se ponen el uno al otro. En un plano estrictamente educacional,
este debate dice relación con la capacidad efectiva de los mecanismos de mercado para
asegurar ciertos estándares de calidad educativa y, aunque en esto se ponga menos énfasis,
respecto al potencial impacto de las dinámicas de mercado en la formación integral de los
estudiantes. El mercado no es sólo una forma de distribuir recursos; al igual que otras
instituciones económicas, su carácter también afecta los valores, las preferencias y
personalidades de los individuos.

En esta columna, el análisis se centra en la capacidad efectiva de las dinámicas de mercado


para promover una educación de calidad para todos. El punto de partida es que existen
buenas razones para desconfiar de un diseño institucional con el afán de lucro como motor.

Partamos por lo esencial: el fin de lucro y la calidad educativa sólo pueden ser objetivos
complementarios en un contexto en el que los dueños de los colegios con fines de lucro
se vean forzados a mejorar la calidad educativa como la única forma de aumentar sus
utilidades. Esto, aunque a veces se olvida, no debiese sorprender a nadie, ya que ésta es
justamente la ventaja potencial (y también pobreza moral) del mercado: la competencia nos
fuerza a trabajar por la calidad de vida de los otros, aun cuando nuestro único fin sea el
beneficio individual. Esta fue precisamente la buena nueva de Adam Smith.

Así las cosas, cabe discutir la efectividad de los mecanismos que obligarían a los dueños de
colegios con fin de lucro a hacer sus mejores esfuerzos para mejorar sus prácticas
educativas. Por un lado, la elección de colegios por parte de las familias en un contexto en
que el financiamiento va atado a la demanda –y por lo tanto tiene consecuencias en el
presupuesto del establecimiento– teóricamente podría tener este rol. Sin embargo, hay una
larga lista de elementos que dificultan este mecanismo, por nombrar algunos: (a) los padres
no sólo seleccionan por el potencial aprendizaje de sus hijos, también consideran la
distancia, el credo religioso, la composición socioeconómica del colegio, etc.; (b) los padres
pueden tener dificultad para evaluar la calidad de un colegio, sobre todo cuando los colegios
–como pasa en Chile– tienen estudiantes tan distintos entre sí. De esta manera, tanto las
Francisca Astudillo S.
consideraciones de las familias quePROFESORA
van más HISTORIA,
allá de la calidad Yeducativa
GEOGRAFÍA como, a su vez, las
CIENCIAS SOCIALES
dificultades que éstas tienen para entender y procesar la información relativa a la calidad
del establecimiento dan cierto poder de mercado al dueño del establecimiento, lo que se
traduce en su capacidad de aumentar sus utilidades sin necesidad de mejoras educativas.

Por otro lado, un mecanismo alternativo o complementario al rol disciplinador de la demanda,


es la fiscalización de los colegios por parte de alguna autoridad. La limitante en este caso
dice relación con la multidimensionalidad y complejidad del proceso educativo, lo que queda
ilustrado con la experiencia del SIMCE, prueba que ha sido uno de los ejes centrales de la
fiscalización del Estado: Si lo que necesitas para poder tener utilidades es lograr que los
estudiantes de tu colegio tengan un buen desempeño en una prueba de alternativas, ¿por
qué gastar dinero en recursos pedagógicos que desarrollen su creatividad u otros aspectos
de su desarrollo integral? De este modo, parece haber buenas razones para pensar que no
existen mecanismos suficientemente efectivos para forzar la complementariedad entre el
afán de lucro y la calidad educativa.

¿Qué dice la evidencia empírica al respecto, incluso restringiendo la definición de calidad


al valor agregado por el colegio en el SIMCE? Un trabajo de José Zubizarreta, Ricardo
Paredes y Paul Rosenbaum, que está por aparecer en la prestigiosa revista Annals of Applied
Statistics, compara el rendimiento académico de estudiantes que se cambian de un colegio
público a un colegio privado con fines de lucro con aquellos que lo hacen a un colegio privado
sin fines lucro. El trabajo utiliza datos del SIMCE en el Gran Santiago para los alumnos que
cursaron octavo básico en su antiguo colegio en 2004 y con el resultado que obtuvieron en
segundo medio en 2006 en sus nuevos colegios. Se encuentra que los alumnos que se cambian
a un colegio sin fines de lucro aumentan sus puntajes en matemáticas en aproximadamente
12 puntos por sobre los que se cambian a un colegio con fines de lucro, y, en el caso de
lenguaje, el aumento es de aproximadamente 6 puntos.

En total, son cerca de 18 puntos que los alumnos de colegios sin fines de lucro obtienen por
sobre los con fines de lucro, lo que es una diferencia considerable (a modo de comparación,
esta diferencia es entre dos y tres veces más grande que el efecto que se estima por la
implementación de la jornada escolar completa en Chile a fines de la década de los 90,
según un estudio de Cristián Bellei publicado en la revista Economic Educational Review).
Un análisis de sensibilidad sugiere que los resultados son relativamente robustos a sesgos
de variables no observadas.

Incluso en el caso hipotético, contrario a la evidencia presentada, de que en promedio las


dinámicas de mercado promovieran una mayor calidad educativa, no se debe soslayar el
elemento diferenciador del mercado. En una industria cualquiera, la muerte y nacimiento
de empresas puede ser un signo de vitalidad de la industria, un reflejo de las consecuencias
de la innovación. En otras palabras, cuando un mercado funciona bien hay ganadores y
perdedores, tensión que empuja hacia la creación de nuevas ideas y el desarrollo del
mercado. ¿Tiene sentido algo así en educación? ¿Estamos dispuesto a aceptar que
algunos estudiantes reciban educación de menor calidad como forma de asegurar el buen
funcionamiento del mercado? Dado que los estudiantes tienen una sola vida y una sola
oportunidad de tener una buena educación, este no parece ser el mejor camino.

Fuente: https://ciperchile.cl/2014/05/15/lucro-y-educacion/

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