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Estábamos todos de pie en aquella pequeña iglesia escuchando al sacerdote predicar

dándonos la espalda, de frente al altar cuando la malcriada se me acercó.

- Tú no tienes padres. - me dijo, en cuando los adultos la ignoraban y continuaban


fingiendo que escuchaban el monólogo.
- Yo sí tengo un padre, que es Dios. - respondí en un susurro.
- Shhhh - hizo una señora de pie un poco más adelante.

Ella pareció exasperarse.

- Tú no tienes padres! Eres huérfana! - habló más alto.


- Yo tengo a Dios, soy hija suya.
- Que no lo eres! No tienes padres que te cuiden y por eso nunca vas a ser nada en la
vida, ni te casarás, no tendrás una familia o serás feliz! - insistió aún más alto.

Varios adultos se voltearon a mirar de donde provenía la conversación. Algunos molestos,


otros francamente preocupados, pero ninguno intervino.

- Para qué quieres que lo entienda? - insistí a punto de ponerme a llorar.

Ella finalmente adoptó una actitud triunfal.

- Para que nunca intentes ser feliz. -sentenció - Ya que es algo que está fuera de tus
posibilidades si nunca lo intentas entonces nunca sufrirás por no conseguirlo.

Y sonrío.

- Las dos. Al patio. - nos ordenó el sacerdote volteandose. - no están listas para
acompañar la santa misa, aún son demasiado jóvenes.

Diez años de vida iban a penas en lo que ya parecía ser una vida que había comenzado
con el pie equivocado, pensaba yo en cuanto me sentaba en las gradas. Especialmente
cuando en medio de todos aquellos periodos depresivos surgen estas almas bien
intencionadas, determinadas a hacerme entender cuán jodida estoy.

Concluía en cuanto las lágrimas corrían por mis mejillas.

Era tan joven que aun cuando podía sentir desagrado o incluso antipática por quienes me
lastimaban, no conseguía aún sentir un profundo rencor o de entender la satisfacción que
da el ver cómo aquella bofetada que tan gratuitamente se te ha dado vuela para volver a
posarse sobre la mejilla de quien antes te hiriera.

Tal vez fuera por eso que cuando seis meses después nos avisaron que aquella
desagradable niña con trenzas nunca volvería a estudiar con nosotros porque la
tuberculosis se la había llevado al lado del señor, no acabé de entender. Ni de sentir todo
aquello que podría haber sentido. Todo lo que sentí fue paz.
Mi seguridad había regresado a mí y ahora durante los recreos nadie me molestaría ni
derramaría bebidas sobre mis cuadernos diciendo que “no era necesario que estudiara”, ya
que sin importar cuánto me esforzara de cualquier modo jamás conseguiría llegar a ningún
lugar sin una familia que me apoyara y abriera las puertas de la sociedad para mí.

Sus padres, de todos modos, al sentarse apesadumbrados sobre los bancos de la iglesia
parecían haber perdido algo de vida. Tal vez fuera por eso que al final de una misa me
acerqué a ellos y les entregué una flor.

No sé porqué fue, pero luego de verme, quien fuera su padre comenzó a llorar y me abrazo
pidiéndome perdón.

Si yo hubiese sido más inteligente en aquel tiempo de lo que era tal vez ese evento me
hubiera llamado la atención, pero yo nunca fui lo bastante aguda como para ver las
sutilezas en un cuadro ni las manchas que muchos años después, Charlotte se entretenía
señalándome en el papel mural. Parecía hacerle una inmensa gracia conseguir ver toda la
suciedad de la casa que, como los patrones de la casa para la que ella trabajaba no veían,
no le ordenaban que limpiase.

Para aquel entonces ya habían pasado casi quince años desde aquel abrazo que todavía
no conseguía entender.

Yo era sirvienta también.

Efectivamente las puertas de la sociedad nunca se abrieron para mí y luego de que un


estudiante de medicina del pueblo me prometiera matrimonio solo para embarazarme y
luego escapar a casarse con otra chica bien fea, pero de mejor clase social que yo, tuve
que arreglármelas por mi cuenta. Conseguir el dinero para hacerme el aborto, porque ni eso
me dejó. Y luego encontrar por mi cuenta alguna ventana abierta, en algún lugar de aquella
estricta sociedad francesa del mil setecientos y algo, por la cual pudiera colarme a algún
lugar.

Luego de varias tentativas infructuosas acabé cayendo en casa del señor M y no, Charlotte
no era su sirvienta también. Ella era la sirvienta de la señora Constance, la hija de mi patrón
y desde que la salud del padre marchitara y las finanzas de la hija también, ella era por
aquel tiempo cada día más asidua a esa vieja mansión que parecía solo querer caerse a
pedazos de una buena vez.

Por lo que cada tarde, en cuanto padre e hija representaban torpemente una patética
actuación de relacionamiento familiar, Charlotte y yo nos quedábamos en la cocina,
tomándonos a escondidas el café que su patrona le llevaba al mío, con toda la leche y el
azúcar que encontrábamos, o mermelada si no había más de la última y jugábamos un
extraño juego que a ella le fascinaba y que traía en una pequeña cajita cada vez que venía,
al que llamaba “tarot”.
- Quieres casarte conmigo? - me propuso un día mi patrón.
- No creo que eso fuera correcto, no somos de la misma clase social. - respondí, aún
recuperándome de la impresión.
- Seamos sinceros - él continuó - yo soy un anciano y antes de seis meses estaré
enterrado bajo tierra y con flores creciendo sobre mi cadáver. Tú has sido la única
persona que ha traído una chispa de alegría a mi apolillada vida, que me ha cuidado,
que me ha leído y que me ha hecho sentir que todavía soy una persona y no solo
una cuenta bancaria. Quiero retribuirte por eso. Yo soy muy rico, desde que perdí a
mi esposa y mi salud dinero es lo único que tengo y si nos casamos al llegar mi
muerte tú lo heredarás y estarás protegida por el resto de tu vida. No te parece,
Audry?
- Ese dinero le pertenece a su hija, no a mí y si me lo hereda ella se enojara.
- Pero lo tendrá que aceptar. Ella podrá sobornar a mis abogados y hacer todo cuanto
quiera tras mi muerte, pero no tiene el poder para hacer cuanto quiera encuanto yo
siga aún con vida.

Hizo una pausa para evaluar mi reflexivo silencio.

- Mira, te seré honesto, ya que veo que eres una mujer más honesta de cuanto yo
pensaba y sé que solo si te explico la verdad lo entenderás. La verdad es que estoy
preocupado por Constance, ella es estupida. Lo sé, nunca fue muy brillante, pero
ahora que la he vuelto a encontrar tras todos estos años de separación he podido
constatarlo, ella tiene retraso mental. Esta casada con un soquete que además de
putero es apostador y está endeudado hasta el alma. He intentado de todos los
medios posibles convencerla de que anule ese matrimonio, pero la mujer continúa
tan obsesionada con el hombre como el día que lo conoció, argumentando que eso
es amor! Te imaginas, la descarada? Si yo el traspaso mi dinero a ese infeliz estaré
condenando a mi única hija a la ruina. Tú eres una chica inteligente, eres buena
administradora, eres justa y tienes buen corazón. Si te heredó a ti mi dinero sé qué
sabrás cuidar de él y que cuando ese matrimonio se arruine estarás en posición de
proteger a Constance. Ese es el real motivo, lo pensaras?

Asentí aún perpleja. Era cierto que llevaba cuatro años viviendo con él y que nos dábamos
bastante bien, pero jamás imaginé que el anciano patrón tuviera una opinión tan buena
sobre mí. Tampoco había escuchado nunca tantos cumplidos hacia mi persona es una sola
frase. Su idea era bastante arriesgada y contraria a los estándares sociales, sin mencionar
que seguro que a sus abogados no les agradaría si la escucharan.

Dos semanas después, dos días antes de llegar a fin de mes que era el plazo que el señor
M. Me había pedido para tomar una decisión, él murió. Suicidandose con tres tiros en la
cabeza, de todos modos ninguno de los abogados o de los pocos familiares que asistieron
al velorio pareció intrigado sobre el hecho de que alguien pudiera suicidarse de un tiro y
luego de muerto darse dos tiro más.

El testamento fue rápidamente leído. Todo fue heredado a la señora Constance y yo fui
acusada de ladrona y expulsada de la casa.
Cuando los interrogue, nunca supieron explicarme qué era exactamente lo que había
robado o como lo habían descubierto. Cada sirviente tenía una versión diferente sobre mi
fechoría, algunos declaraban que me había robado la platería, para otros había sido el
azucarero y según otros yo era una prostituta y mis malas artes sexuales habían llevado al
patrón a fallecer de un infarto, durante el acto.

A pesar de los três agujeros en su cabeza.

Por suerte aún tenía guardadas unas viejas referencias que le había pedido varios años
antes al señor M. Que me redactara, en un momento en el que aún mal adaptada al trabajo
estuve buscando a donde cambiarme y con ellas y otras pocas que había conservado de
mis antiguos empleadores me encaminé a volver a conseguir un empleo.

Muchos años pasaron de ese día, mi vida mejoró a lo largo de varios empleos cuidando
casas y niños y luego volvió a ir todo mal. Quede desempleada siendo demasiado entrada
en años como para continuar consiguiendo empleos con facilidad. En medio de aquel
periodo de estreches económica en los que me encontraba sobreviviendo de mis ahorros en
un pequeño hostal me cruce con una mendiga que rápidamente al verme se cubrió el rostro.
Era la señora Constance!

La señora chismosa del pueblo me contó que en solo dos años su esposo había conseguido
destruir toda la herencia del señor M. Luego había anulado su matrimonio para escapar con
una señora casada y cuando el marido de esta los descubriera y congelará sus cuentas
bancarias la mujer regresó mansa con el marido en cuanto que el apostador se suicidó. La
señora Constance quedó sola y arruinada, su única hija escapó pronto del buque con un
buen matrimonio y jamás dio la menor ayuda a la madre, la cual tras no conseguir continuar
viviendo de la caridad de sus interesadas amigas que tras ver que su amistad no les
reportaría ningún beneficio y si maleficios acabaron abandonándola y fue así como ella
acabó convertida en mendigo, vagando por las calles de la ciudad.

Una noche, en la que recordaba esa historia y las maneras como el destino tenía su justicia,
en cuanto miraba una vitrina pude ver el reflejo de los vidrios a Charlotte bajando unas
escaleras.

Ella también había sido una traidora, quien inventara todas las calumnias de las que me
acusaran, no por un rencor personal si no por mera lealtad a su patrona. Según la chismosa
tras perder su empleo ella había tenido cada vez más suerte. Había conseguido empleo
como secretaria en el consultorio de un doctor donde había sido cálidamente acogida por la
familia del mismo. Tras la muerte del médico, Charlotte se encontró un buen marido y tuvo
tres hijos pequeños con él. En el momento en que yo le vi ella estaba subiendo a un
carruaje junto a su familia. Creo que me reconoció de lejos, pero yo no intente encontrar su
mirada y solo me aparté.

No todas las personas que me había perjudicado lo habían pagado, a algunas incluso les
había ido muy bien. Mucho mejor que a mí, pero yo no pensaba amargarme por eso. En
lugar de deprimirme y aferrarme a la envidia y al resentimiento opté por elegir ser feliz y
tener yo mi propio nuevo comienzo, por lo que decidí hacer algo que llevaba mucho tiempo
pensando y postergando, regresar a la iglesia que me acogió y me educó de niña.

El actual sacerdote era completamente diferente al narigón antipático que presidía ese lugar
cuando yo era niña. Él era unos pocos años mayor que yo y también era huérfano. Siempre
fue casi como un hermano mayor y se alegró genuinamente al verme llegar, aún cuando
fuera en medio de la noche. Él mismo seguía aún levantado, arrastrando su larga sotana
por el suelo.

- Necesito que me acojas - resumí parcamente.


- Quieres volver a vivir a esta iglesia? Que excelente noticia! Y dime, qué quieres
hacer aqui? Quieres ser mi secretaria? Ser cocinera? Trabajar en la limpieza? O
pretendes tomar los votos eclesiásticos? - me preguntó irónico, guiñando un ojo en
cuanto reía.
- No seas idiota. Sabes que yo no creo en ninguna de esas estupideces! La verdad es
que lo que yo quiero es… Bueno, tuve un buen patrón hace un tiempo, un tipo muy
culto. Me dio varios libros y en estos años he estado estudiando por mi cuenta algo
de alemán, inglés, historia, un poco de geografía y matemática… Quiero ser
profesora.
- Pero sabes que en ese rol es solo de miembros eclesiásticos?
- Entonces tomaré los votos, si. - respondí, no muy feliz.
- Estupendo! - respondió él en lo que me abrazaba con su gran brazo y caminábamos
juntos conmigo de regreso a su oficina. - sabes que la iglesia siempre será tu hogar.
- Aún cuando no crea en nada de lo que ella reza?
- Claro! Sabes que en las familias y entre los amigos no todos creen las mismas
cosas. No son nuestras creencias lo que nos une, si no nuestros afectos.

Por aquella hora, sin que yo lo supiera, a la afueras de la ciudad había ocurrido un terrible
accidente. Dos carrozas que iba a gran velocidad se estrellaron en medio del camino y
Charlotte yacía ahora sentada sobre el suelo, en medio de la oscuridad y como única
sobreviviente de aquella terrible colisión, bañada en la sangre de su familia.

Un nuevo comienzo se ceñía en las vidas de todas nosotras.

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