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“En el comienzo del crear de Dios de los cielos y la tierra” (Génesis 1:1).
Todas las formas conscientes de vida son sensibles tanto al dolor como al
placer, tanto al sufrimiento como a la alegría. Como sabemos por experiencia
propia, el universo que habitamos tiene cantidades iguales de ambos. ¿Por qué
un creador omnisciente y omnipotente, que creó el universo para el receptor
consciente, crearía un mundo que contiene tanto dolor y sufrimiento? ¡De
seguro que podría haber hecho un trabajo mucho mejor!
Esto significa que los delfines, las ballenas y las moscas de la fruta no son a
quienes Dios designó como receptores. Dichas criaturas son incapaces de
distinguir abstracciones como bien o mal y, por lo tanto, no tienen libre albedrío.
Si Dios hubiera querido que ellos fueran los receptores, los hubiera creado en
un mundo perfecto y no en uno que necesita ser perfeccionado. Dios declaró
que el mundo sólo puede ser perfeccionado mediante el uso del libre albedrío y
sólo el ser humano tiene el poder para mejorar el mundo (5).
Entonces, ¿por qué Dios nos puso en un mundo con la ardua tarea de
perfeccionarlo?
Pero tenemos que tener cuidado en este punto. Es posible que en una escala
global, la mayoría de las elecciones de libre albedrío en la historia hayan sido
consistentemente malas, pero hubo muchos seres humanos en la historia que
siguieron el consejo de Dios y eligieron continuamente el bien y evitaron el mal.
Con seguridad, ellos deberían tener derecho al mundo perfecto que Dios les
ofreció a quienes eligieran el bien. Sin embargo, esos individuos rectos sufren
el dolor de este mundo imperfecto junto al resto de nosotros. ¿Cómo puede un
Dios perfecto tratar tan cruelmente a las personas que siguen Su consejo?
Hay un dicho muy conocido que dice: “No hay tal cosa como un almuerzo
gratis”. Sin embargo, hay una excepción: los bebés y los niños obtienen
absolutamente todo gratis. Las cosas comienzan a costar a medida que
maduramos. Cuando desarrollamos nuestra capacidad para usar nuestra razón
y aprendemos a disciplinarnos, se espera que vayamos desarrollando
gradualmente la capacidad para pararnos sobre nuestros propios pies. No
respetamos a los adultos que necesitan el mismo tipo de apoyo constante que
necesitan los niños. Un adulto exitoso es un adulto independiente. Es a los
adultos a quienes les exigimos que “paguen por su propio almuerzo”.
Irónicamente, incluso cuando estamos en modalidad de ser generosos y
sentimos deseos de regalar cosas, preferimos canalizar nuestra generosidad
regalándoles cosas a quienes de todas formas tendrían la capacidad de pagar
lo que estamos dando.
Y la verdad es que ni siquiera las cosas que les damos a nuestros hijos son
completamente gratuitas: consideramos nuestros aportes como inversiones a
futuro. Les proveemos alegremente de manera gratuita siempre y cuando
consideremos que en largo plazo esos aportes les permitirán valerse por sí
mismos, construir sus vidas independientemente y hacernos sentir orgullosos.
Eso es lo que llamamos nájat.
Puede que sea triste, pero parece ser cierto: los humanos raramente damos
incondicionalmente.
La Torá tiene una explicación muy sencilla de este fenómeno: fuimos creados a
imagen de Dios.
El mundo perfectible
Cuando Dios creó nuestro mundo perfectible, fue benevolente con nosotros de
la misma manera en que nosotros somos benevolentes con nuestros hijos. Nos
dio este mundo para que aprendamos la sabiduría necesaria para vivir
felizmente como adultos independientes que sean capaces de valerse por sí
mismos en el mundo perfecto que tenía en mente para nosotros.
Las directivas de la Torá, que son la definición de bien para Dios, abarcan las
mismas áreas de la vida en que nos enfocamos al criar a nuestros niños.
Cashrut: Dado que nuestros hijos son muy jóvenes e inexpertos como para
reconocer los alimentos que pueden ser peligrosos para su salud, nosotros
debemos enseñarles a evitarlos; asimismo, Dios nos advierte sobre las
sustancias que nosotros no reconocemos como venenos espirituales.
Días sagrados: Intentamos educar a nuestros hijos para que dediquen tiempo
a estimular sus mentes por medio de meditación y contemplación; Dios designó
días sagrados para entrenarnos a sumergirnos en la vida espiritual y
dedicarnos a recordar el objetivo de la vida.
En otras palabras, la Torá nos fue dada para otorgarnos la capacidad que
necesitamos para poder superar nuestras limitaciones humanas y aprender a
valernos por nosotros mismos como adultos maduros e independientes en el
mundo perfecto que nos espera (8).
Amor y respeto
A medida que nuestros bebés crecen, el amor incondicional e ilimitado que les
brindamos se vincula con un sentimiento de respeto. Un bebé es una alegría;
un adolescente que continúa actuando como bebé es un dolor enorme; un
adulto que aún actúa como bebé es una tragedia y una fuente de inmensa
angustia. Si Dios hubiera querido amarnos como amamos a nuestros bebés,
nos hubiera puesto directamente en el mundo perfecto con el que soñamos.
La visión personal
Esta conclusión es tanto asombrosa como vigorizante. Por un lado nos vemos
a nosotros mismos y decimos: "¿Puedo realmente convertirme en algo de lo
que Dios mismo se enorgullezca? ¿Yo?". Pero por otro lado, no hay otra
explicación para el mundo en que vivimos; Dios realmente cree que podemos
lograrlo. Realmente puedo ganarme Su respeto, realmente quiere disfrutar de
mi compañía por toda la eternidad. ¡Huau!
Notas: