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1Ш ТКОЖ) ЕЖ MÉJICO,

D. FRANCISCO M, TUBINO.

Fiat justi ci a e t runt eœlui n.

LA ANDALUCÍA.

IMPRENTA, PERIÓDICO Y LIBRERÍA.


SEVILLA.—1862.
У

EST, TIP. DE L A A N D A L U C Í A , TETUAN Y CATALANES, KÙM. 4.


I N TRONO EN MÉJICO.

Fiat justicia e t ruat cccluin.

I.

AMOS á prescindir de todos los antecedentes de la


* cuestión europeo-mejicana. Tengan ó no motivos su-
ficientes las potencias aliadas para haber suscrito el tra-
tado de Londres de 31 de Octubre último, existan
por parte de Méjico razones que hasta cierto punto ate-
núen la gravedad de las faltas cometidas, ó sean estas
hijas de una malevolencia inesplicable, es lo cierto que
Francia, Inglaterra y España se han creído en la nece-
sidad de enviar sus escuadras y sus soldados á los puer-
tos y ciudades de la república con el fin de sostener las
reclamaciones de sus plenipotenciarios y obtener por el
ministerio de las armas lo que la diplomacia no habia
hasta ahora conseguido. Este hecho solo, la posibili-
dad inminente de un casus belli con las consecuencias que
se le asignan, basta para el fin que nos proponemos.

La cuestión á que aludimos tiene dos fases: mas cla-


ro, se plantea y se desenvuelve en dos puntos distintos:
en América y en Europa. Lo que allende los mares
acontezca ha de influir en gran manera en la marcha
europea del asunto, y viceversa. En Veracruz y en Tam-
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pico el problema cuya resolución se apetece se coloca


en el terreno de la fuerza: en París, Londres y Madrid
en el de la inteligencia. Los ejércitos aliados todo lo mas
que han podido hacer, en obsequio d é l o s fueros de esta
última, y efectivamente lo han hecho, ha sido condu-
cirse con una moderación propia de soldados civilizados,
mientras susgefes dirigían á los mejicanos el ultimátum
que el público ya conoce. Después, si Juárez ó los que
allí aparezcan como gobierno, no acceden á las exigen-
cias formuladas, vendrán las hostilidades con su séquito
de horrores y calamidades; y es lo mas probable que
esto suceda porque los ánimos están en Méjico muy cie-
gos y las pasiones muy escitadas, no obstante que nun-
ca debe desconfiarse de que al fin la razón y la sensatez,
que no queremos decir la necesidad, concluyan por so-
breponerse á todo otro género de sugestiones.

Por lo que respecta á la manera de ser de este sensi-


ble y grave conflicto ante los gabinetes de las potencias
mencionadas, la opinión pública y la prensa por un lado,
y los gobiernos por otro, son los que discuten lodos y
cada uno de sus aspectos diferentes, intentando cada cu a'
dar á los sucesos el giro que mas cuadra á sus particu-
lares conveniencias. Las ambiciones de todo género se
han desatado, los malos instintos y las cabalas maquia-
vélicas han aparecido en la superficie, ocultándose bajo
hipócritas velos. De aquí el que nosotros, hombres de
convicción, independientes y amigos de la justicia y de
la verdad reclamemos nuestro puesto en el debate para
emitir el juicio que consideramos mas acertado sobre un
punto que tanto puede afectar á intereses que nos son
muy caros. Como escritores y ciudadanos españoles no
podemos permanecer impasibles ante las complicaciones
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de esta cuestión: como hijos del liberalismo y miembros


de la raza latina tampoco debemos declinar el deber en
que estamos de sostener la causa de la una y los prin-
cipios del otro. Estos móviles ponen la pluma en nuestras
manos. Aspiramos al acierto, si dejamos de alcanzarlo
no habrá sido seguramente por falta de diligencia y de
deseos. Ya se dijo que las empresas grandes bastaba con
intentarlas; y que esta lo és no hay que demostrarlo.

II.

Ya lo hemos dicho: Si sucesos inesperados no modifi-


can la perspectiva que las cosas ofrecen, Méjico se ne-
gará á entrar por el estrecho sendero que le han traza-
do los plenipotenciarios europeos. Conociendo el carác-
ter de aquellas masas, la índole del gobierno que se en-
cuentra colocado al frente de ellas, y que moralmente
reasume y sintetiza sus ideas y sentimientos, no olvidán-
dose de lo mal dirigida que se halla la opinión, gracias á
las miras estrechas que predominan en los partidos, es
aquello lo que debe aguardarse con mayor confianza,
por mas que lo deploren todos los amantes del orden y
de la paz. Partiendo de esta afirmación, Francia, Ingla-
terra y España pueden estimar procedente el organizar
sobre bases sólidas el gobierno de aquella gran fracción
de la Humanidad, y al efecto se proponen intervenir,
siquiera indirectamente al principio y de una manera es-
plícita mas tarde, en la constitución de un poder esta-
ble, duradero, que por los principios en él encarnados
sea una garantía de seguridad y concordia para lo fu-
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turo. Mucho se está escribiendo sobre este propósito,


que, desmentido y todo por ciertos órganos de la prensa,
parece sin embargo no ser un mero rumor como algu-
nos suponen.

Ante el derecho de gentes no sabemos cómo sancio-


nar esta resolución. Las teorías fundamentales de la
ciencia, los preceptos mas admitidos y respetados en la
práctica, por lo que á este estremo se refieren, no a u -
torizan á ningún Estado para inmiscuirse en los asuntos
interiores de un tercero, por mas que en él no sean las
relaciones del gobierno con los subditos las mas norma-
les y halagüeñas. Toda nacionalidad, sea grande ó pe-
queña, llámese imperio ruso ó república de Andorra, tie-
ne su autonomía, su libertad de acción interior, la posi-
bilidad de estenderse dentro de un círculo determinado
por los tratados internacionales y el derecho consuetu-
dinario, no pudiendo atentarse contra la una ni las otras
sin cometer un acto de tiranía y de fuerza contrario á
la moral política. La independencia de cada pais está
hoy garantida por el asentimiento del mundo civilizado
y por las nociones de justicia que se encuentran en el
fondo de las instituciones legales. Aunque la historia
nos ofrece violaciones vergonzosas de estos derechos,
a u n q u e tenemos en lo antiguo que los romanos habían
introducido en el suyo como cosa corriente la facultad
de intervenir en las contiendas interiores de los Estados,
siendo así como pudieron disolver la liga aqueana, y
aunque en los tiempos modernos haya presenciado la
Europa la repartición de la Polonia, la invasión de Ho-
landa en 1787, y de la Francia en 179:2 por la Prusia,
la de Ñapóles y otros estados italianos por el Austria, la
de España por los franceses en 4 8 2 3 , esto no quiere
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decir que los derechos en cuestión hayan prescrito, ni


que históricamente se consideren justificados tan censu-
rables actos.

Todos los publicistas modernos desde Puffendorff y


Wattel hasta Martens, Kliiber, Pinheiro Ferreira y
Wheatson, convienen sin vacilar en que cada nación tie-
ne también un derecho incontrovertible é inalienable á
preserva!' su seguridad y á evitar los riesgos que la
amenacen; de donde se deducen como consecuencia ló-
gica dos axiomas distintos.
Primero.- Todo Estado tiene derecho á que se respete
su autonomía.
Segundo: Toda potencia tiene derecho á declarar la
guerra á otra cuando es causa de que la amenace un
inminente peligro.
Rutherforth y otros escritores se fijan muy atentamen-
te en esta última facultad que envuelve la intervención,
la que estiman justificada solamente, cuando el peligro
que amenaza es tan grande y positivo que no deja lugar
al menor asomo de duda. Y no puede ser de otra ma-
n e r a . S i s e procediese en tan delicada materia solo por
meras sospechas, graves ó inescusables errores se in-
troducirían en el derecho internacional de los pueblos
civilizados.

Examinando con el criterio que establecen las ante-


riores premisas, la intervención europea en Méjico, en
la escala que se designa, es incomprensible. Conce-
demos que Francia é Inglaterra han sido agraviadas por
Méjico, con motivo de una cuestión puramente finan-
ciera. Que España ha recibido mayores insultos puesto
que no tan solo se le negó el cumplimiento de una con-
B
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vención llevada á término con las formalidades cancille-


rescas mas regulares, sino que también se cometieron
actos de inaudita crueldad contra sus naturales, lle-
gándose basta el estremó violentísimo de espulsar á
su representante. Todo esto nos conducirá á pensar
que Inglaterra, Francia y España tienen fundamentos
sobrados para pedir satisfacción de tantos desmanes,
para tomarse la justicia por su mano, eomo suele de-
cirse, pero nunca para entrometerse en los negocios
domésticos de la República, toda vez que no puede ni
remotamente asaltarles el temor de que la inconsisten-
cia de sus instituciones sea, pensando racionalmente,
motivo bastante poderoso para alarmarlas. La distan-
cia geográfica que separa á los dos mundos es el ar-
gumento mas concluyenle que pudiera aducirse si hu-
biera quien discutiese este punto. Ni Francia, ni Ingla-
terra deben temer nada de la anarquía de que es teatro
la antigua patria de los Incas. Solamente España pudie-
ra alegar como escusa á su proceder la posesión de las
colonias que disfruta en el canal de Bahama y el conato
de precaverlas de cualquiera agresión que en lo futuro
se intentara contra ellas por parte de los filibusteros;
pero aun así no estaría justificada la intervención mien-
tras otras razones no vinieran á robustecer la consig-
nada.
Empero los diplomáticos pueden alegar otro dere-
cho de que no han dejado de ocuparse los escritores
que hemos citado; el derecho de ayudar á los subditos
de una nación escraña que se sublevan contra el poder
é imploran socorro. Analicemos.
En primer lugar, los mejicanos, si hemos de dar c r é -
dito á lo que se nos dice, están resueltos á arreglar por sí
solos sus diferencias sin necesidad de amigables ni olí-
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ciosos componedores, y por consiguiente á nadie han


pedido apoyo. En segundo término ¿puede afirmarse
seriamente que el gobierno que impera en Méjico, ha
violado los principios del pacto social y dado justas
causas a sus administrados para considerarse absuollos
de toda obligación hacia quien los oprime, caso único
en que se podría considerar por los menos e x i g e n -
tes, que había motivo para la intervención e x t r a n -
ge.ra? ¿Pues qué, lo que en Méjico pasa, no ha aconte-
cido en mayor ó menor escala en Inglaterra durante el
período que precedió á la consolidación del régimen par-
lamentario, y en España desde en 1 8 l 2 h a s t a 18oG?jY por
otra parte, ¿no hemos condenado todos la conducta de la
Santa Alianza? ¿Los poetas no han calificado con los epí-
tetos mas terribles la intervención del Duque de A n g u -
lema que Mr. de Chateaubriand ha procurado justificar
inútilmente en su Congreso de Vcrona? ¿Hoy mismo no
se ha levantado un grito de indignación contra el proce-
der de la Cerdcña en Sicilia y Ñapóles? No es un odioso
despotismo lo que en Méjico trae á la sociedad en con-
moción, ni tampoco una demagogia sanguinaria como la
que dejó ver su luctuosa figura durante los tiias del Ter-
ror: es la lucha titánica de las encontradas opiniones; es
la carencia absoluta de costumbres políticas; es por últi-
mo el desconcierto natural y necesario que se opera en
todos los pueblos que repentinamente rompen con sus
tradiciones históricas y sociales y entran de un gran
salto en un medio esencialmente perturbador y revolu-
cionario. Méjico no podia sustraerse á estas leyes del
desenvolvimiento político; Méjico está realizando la
primera evolución en su desarrollo gubernamental, y
no es posible que allí donde no hay prácticas y respetos
consagrados por el tiempo, donde el sentimiento lo e
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todo, la razón casi nada, se ofrezca otro espectáculo


que el que tanto asombra á los que no están familiari-
zados con el estudio de las grandes crisis por que ha pa-
sado la familia humana.

Los que habitamos la vieja Europa incidimos volun-


tariamente en un error que presupone una grande
intolerancia, cuando censuramos con tanta acritud co-
mo virulencia á las repúblicas americanas por la falta
de solidez de sus instituciones, creyendo que están
destituidas de las cualidades necesarias para que la
administración pública prospere en ellas, mientras nos
asombran las guerras que allí estallan y que parecen
constituir un estado normal y definitivo. Por cierto que
para pensar asi es menester olvidarse de lo que ha
pasado en Europa antes y después de la paz de
W e s p h a l i a ; no tener presente las guerras intestinas
que en ella se han sostenido durante varios siglos,
guerras que no tenían por objeto espulsar á un tenaz
invasor como sucediera en España cuando la recon-
quista, sino que reconocían por causa determinante la
controversia política , social ó religiosa. Lo que está
aconteciendo en Méjico, y sea permitido el insistir, no
es mas qui' la reproducción de lo que pasó en Ale-
mania, en Francia y en España desde el advenimiento
de Carlos V hasta la terminación de las guerras del
primer imperio napoleónico, pero con mas especialidad
en la Italia republicana de la edad media. La sociedad
buscando su mas cómodo asiento , los individuos la
forma de gobierno que satisfaga mayor número de as-
piraciones.
Kent, escritor de derecho público., en sus Commcnla-
rics 071 american laui, trata de una manera muy satis-
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factoría este punto. «El derecho de intervención, dice,


depende de las circunstancias especiales del caso; no es
susceptible de limitaciones exactas, y es sumamente
delicado en su aplicación. Escitar á los subditos para
que se rebelen contra la autoridad lejítima, seria una
violación del derecho de gentes , por muy fundadas
que fuesen las causas de su descontento.»
Si tratándose de los pueblos europeos estos principios
se tienen muy en cuenta, parece como que se menospre-
cian cuando se habla de los que no están incluidos den-
tro de su comunión. La Europa se ha alarmado un dia
poique se susurró que la policía francesa había come-
tido ciertos actos de jurisdicción en territorio helvético;
y no há tanto que el haber los austríacos cruzado un
rio de la Italia, célebre desde entonces, fué una de las
concausas de una de las guerras mas sangrientas de
nuestra época. Hoy nadie discute la cuestión legal, nadie
se ocupa de si existe derecho en las potencias signatarias
del tratado de Londres para dar á los mejicanos esta ó
aquella forma de gobierno. H a b l a s e mucho de la espe-
dicion, de sus peripecias, de las distintas candidaturas
que se presentan para el nuevo trono, todos son cálcu-
los, censuras, sugestiones, alharacas, mientras la cues-
tión capital controvertida fria é imparcialmente eslá casi
intacta.

III.

Después de esta protesta que nuestras opiniones r e -


clamaban, podemos ceñirnos mas al objeto de nuestro
trabajo.
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Los periódicos que pasan por ministeriales lo mismo


en España que en Francia, nos están repitiendo cuoti-
dianamente que la misión de los ejércitos aliados al des-
embarcar en las playas mejicanas uo es otra sino esta-
blecer la calma necesaria para que los hombres juicio-
sos de aquel pais puedan constituir un gobierno regular
que satisfaga las pretensiones deducidas por Francia,
Inglaterra y España. Por su parte los diarios de oposi-
ción, sacando partido de ciertos hechos consumados,
dudan de la exactitud de estas aseveraciones, asegu-
rando que las potencias citadas si no colectiva por lo
menos individualmente llevan miras de otro género,
cuales son las de crear una situación cuya iniciativa sea
esclusivamenle europea. En este estado las cofias, han
surgido multiplicados proyectos á cual mas peregrinos
y originales. Cada cual se forja allá en sus mientes un
sistema, y con él pretende esplicar las intenciones ocultas
de los coaligados, y las consecuencias de sus esfuerzos.
Pero es el caso, que, en medio de tantas especies infun-
dadas y absurdas, se abre paso la convicción de que en
las 'fullerías se trabaja ardientemente por el triunfo d j
la candidatura del príncipe Maximiliano para el trono
de Méjico, triunfo en que vá envuelta la solución de
varias cuestiones europeas de grande trascendencia.
¿Cuál es nuestra opinión sobre esta candidatura? ¿Como
españoles y liberales tenemos algo que esponer contra
semejante proyecto? ¿Debe nuestro gobierno contribuir
á que se vean realizadas las esperanzas de Luis Bona-
parte, ó por el contrario contrariarlas de la manera
mas discreta y prudente, pero siempre con resolución
y energía? En el curso de esto estudio quedarán con-
testadas estas p r e g u n t a s .
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IV.

Vamos ánles de todo á examinar la actitud de las po-


tencias interventoras, y para conseguirlo reproducire-
mos un párrafo del artículo que en la Revue de deux
Mondes ha insertado Mr. de Mazade. Así no podrá d e -
cirse que hacemos una pintura adecuada á nuestros in-
tentos.
«No deja de ser curioso observar la diferencia do dis-
posiciones que manifiestan las tres potencias empeñadas
en la espedicion de Méjico. Inglaterra ve esta empresa
con tranquilidad, y aunque la Francia envia nuevos re-
fuerzos á Veracruz, no por eso se conmueven los ingle-
ses. Francia entra en esta cuestión con una indiferencia
muy marcada. Solo la España parece animarse de algún
tiempo á esla parle y traía de ganar el tiempo perdido. Qui-
zá se podrá creer que el gabinete español busca en las
cuestiones esteriores la seguridad que en Madrid le fal-
ta. La verdad es que después de haber estendido su lon-
ganimidad respecto á Méjico hasta un punto que algunas
veces dio ocasión á una justa censura, el gobierno es-
pañol se encuentra dominado de repente de una belico-
sa fiebre, en la cual es fácil adivinar mucha exagera-
ción, y que para asegurar por el momento al ministerio
el apoyo del sentimiento patriótico, se espone á infligir
á este sentimiento decepciones de distintas índoles.
«En efecto, no datan de ayer las quejas que España
tiene contra Méjico. Hace tres años veia asesinar allí á
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sus subditos: hace un año veia espulsar á su embajador,


y el gabinete de Madrid permanecía indiferente. Verdad
es, que durante este tiempo trataba de sondear la opi-
nión de Francia é Inglaterra, esforzándose á atraerlas á
una acción común, y no encontrándolas dispuestas, no
hacia nada por sí misma.
«Sin duda que el gobierno español tenia muy buenas
razones para obrar de este medo. No quería esponerse
á una guerra marítima con los Estados-Unidos, para la
cual según se ve en los documentos publicados en Ma-
drid no tenia los suficientes medios de acción, y quería
prudentemente esperar una oportunidad.
»Lo que sí se puede consignar, es que esta no ha lle-
gado hasta que España pudo contar con Francia é Ingla-
terra, y esto no nos parece bastante razón para que
M. Calderón Collantes pueda decir con v e r d a d , como lo
dijo no hace mucho, tiempo que Francia ó Inglaterra solo
se decidieron á intervenir cuando vieron que España se
había decidido á obrar enérgicamente por sí sola. M. Cal-
derón Collantes se exagera ciertamente á sí propio el
papel de su diplomacia que á la verdad no tiene tan gran
poder de atracción.
»En el fondo nada iguala á la longanimidad, muy sa-
bia, sin duda, que el ministro español ha mostrado du-
rante muchos años, á no ser la precipitación que parece
dominarle desde hace algún tiempo. Efectivamente, des-
pués que la alianza se lia celebrado, no ha querido esperar
absolutamente á nada, apresurándose á llegar á Veracruz
antes que nadie, hasta antes que los jefes de nuestras
estaciones navales hubiesen podido recibir instrucio-
nes, y á plantar la primera bandera de Castilla sobre
las torres de San Juan de Ulúa.
»¿A. qué se ha espuesto con esta conducta? A la deccp-
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cion que no han podido dejar de traslucir los diarios


ministeriales, cuaudo supieron que Francia enviaba n u e -
vas fuerzas para restablecer el equilibrio. Esoaña fué,
si no nos engañamos, la que por medio deM. Calderón Co~
liantes ha hablado la primera en las recientes negociaciones
de una monarquía para Méjico. ¿Qué sucede hoy? Que el
nombre del archiduque Maximiliano ha sido acogido en Ma-
drid con mal disfrazada amargura, la cual permitiría creer
en esperanzas frustradas.
La desgracia del general O'Donnell, es de hacer apa-
recer como cuestión española, mas aún como ministe-
rial, una cuestión que no es ni española, ni francesa, ni
inglesa, que debe seguir siendo, ante todo, esencialmen-
te europea, y que debe ser conducida con una pruden-
cia, tanto mas severa, cuanto que la gloria y el pro-
vecho no están evidentemente en proporción con lo que
hay de ingrato y de oneroso en este papel de correcto-
res de la anarquía mejicana.»

Si prescindimos de los párrafos que no tienen relación


con el tema que discutimos y nos fijamos solo en las fra-
ses sub rayadas, observaremos que el periódico pari-
siense afirma que el gabinete español es el que ha ini-
ciado no tan solo la espedicion contra Méjico, sino tam-
bién la idea de crear allí una monarquía, habiendo con-
cebido esperanzas que empiezan á verse defraudadas:
Que Inglaterra y Francia aparecen indiferentes, aserto
que si hace algunos dias pudo considerarse exacto espe-
cialmente respecto de la primera, no sucede hoy lo mis-
mo mediante el conocimiento de hechos que arguyen lo
contrario. De cualquier modo la creencia mas gene-
ral, es la de que España es la mas interesada en la cues-
tión, la que mas ha influido para traer las cosas á una
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terminación definitiva y por consiguiente la que mas de-


beres tiene que cumplir ante sus hijos y la posteridad.
O mucho nos equivocamos ó esto es lo positivo

El gabinete O'Donnell-Posada es el q u e m a s se ha
ocupado de los asuntos de Méjico por razones que se
alcanzarán á lósamenos avisados, y por lo mismo es tam-
bién el que no puede permitir que influencias de mala
índole vengan á desnaturalizar la misión que ha acep-
tado y de que el pais habrá de pedirle oportunamente
estrecha cuenta.

VI.

No ha dejado de existir, quien con el deseo de resol-


ver la cuestión de Méjico, ha indicado como el medio mas
obvio el establecimiento de un régimen dictatorial cuyo
primer puesto se confiara á Miramon, Almonte ó al mis-
mo Prim. No nos creemos obligados á refutar á los que
así discurren. Sería perder un tiempo precioso. E n t r o n i -
zar la dictadura en Méjico equivaldría á curar una enfer-
medad produciendo otra mas grave, ademas de que se
cometería el mas inaudito de los abusos sacrificando vi-
das y millones en favorecer á una entidad política sin
títulos bastantes para tamaños sacrificios. Las poten-
cias europeas no pueden ó mejor dicho, no deben coad-
yuvar á que este ó el otro partido sea el que triunfe en
Méjico, puesto que una política de tal índole es contra-
ria á todo derecho. Ni Miramon, que se apoderó del po-
der por medios violentos, ni Almonte que tanto figura
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en las actuales revueltas, ni Prim que no obstante su


fortuna, nunca podría a s p i r a r á tan alto puesto, pues sus
antecedentes políticos así lo enseñan, deben figurar para
nada en estos debates. Perderían mucho de su impor-
tancia reduciéndolos á tan exiguas proporciones.
Tampoco debemos insistir mucho en la candidatura
del infante D. Juan y en l;i del e x - r e y de Ñapóles. Sería
una burla sangrienta el aconsejar ó imponer á los me-
jicanos unos príncipes que en Europa han sido desecha-
dos. Ni el Infante, ni Francisco II pueden tener simpa-
tías de ninguna clase para aquellos habitantes, esto
aparte de que no creemos que Francisco II se encontrase
dispuesto á surcar las aguas del Océano en busca de
un trono trasatlántico, cuando con tanto tesón insiste en
recuperar el que ha perdido en el continente. — Si hoy
la historia al juzgarle, quizás le haria justicia atribuyen-
do su desgracia mas que á sus propias faltas á las com-
binaciones de fatales acontecimientos, entonces, de se-
guro, no tendría una sola frase de benevolencia para el
que tan deslealmente fué abandonado por aquellos que
debieron morir cobijados á su b a n d e r a .
El infante D. Juan está desconceptuado. No creemos
que nadie se ocupe formalmente de su candidatura.
Desconocemos las razones en que se apoyan los
que sostienen la de ü . Sebastian. Lo mismo nos pasa
con la del conde de Flandes. No basta que un prín-
cipe sea ilustrado, digno de las mayores consideracio-
nes, amante de la justicia y la razón, para que se le
coloque al frente de toda una nacionalidad. Que exista
quien desee ser rey, no es nuevo ni significa nada: las
naciones son las que han de desear el ser regidas de esta
ó aquella manera; á ellas toca la elección, el tiempo
y la oportunidad. También por idénticas razones en e
20

caso presente, los pueblos ó la opinión que los repre-


senta es la que lia de influir en pro del candidato que
se crea mas idóneo no por él mismo, sino por lo que su
elección pueda interesar á la paz del mundo, y á los
intereses humanitarios. Nadie tiene ni el mas remoto
derecho á una cosa que hasta ahora no existe y que
solo se piensa crear. Respetamos como debemos las
opiniones de los que abogan por el conde de Flandes
ó por L\ Sebastian; pero no podemos admitirlas porque
no abarcan la cuestión en toda su magnitud,
Dos candidatos son los que esclusivamente pueden
promover una discusión seria. La infanta doña María
Luisa Fernanda y el príncipe Fernando Maximiliano.
Este porque tiene el apoyo de la Francia, aquella porque
España, si no quiere merecer la censura del mundo en-
tero y de la historia, tiene que sostenerla; porque la
causa del liberalismo y del sistema constitucional están
interesados en ello, porque también la raza latina con
sus justas exigencias así lo reclama. Es esto tan acomo-
dada á la verdad cuanto que las opiniones no fluctúan
entre 1). Sebastian y el duque de Flandes, el infante
D. Juan y Francisco II, sino entre doña María Luisa
Fernanda y Fernando Maximiliano.

VIL

Lo mas natural sería por supuesto, y admitiendo na-


da mas que como un hecho la intervención europea en
los asuntos de la República, que esta eligiese por sí la
persona que creyera mas á propósito para gobernarla.
No es este pensamiento ni nuevo ni estraño á los deba-
21

tes periodísticos. Los diarios imperialistas nos lian ha-


blado de la libérrima voluntad del pueblo mejicano, de
la necesidad de un plebiscito, de que nadie puede impo-
nerse ni ser impuesto para el nuevo trono; pero es m e -
nester que aceptemos estas protestas con mucha cautela,
pues ya sabemos lo que significan semejantes palabras
en el diccionario del imperio y en las columnas de sus
monitores. La elección de Luis Bonaparte se hizo con
todas las formalidades del sufragio electoral; la anexión
de Saboya también fué ocasión de que por segunda vez
se representase la comedia, y sin embargo ya conoce-
mos lo que Víctor Hugo piensa del encumbramiento del
cx-presidente de la república de 1 8 í 8 , pues que hemos
leido su Napoleón el pequeño, y se sabe lo que Francia y
la Europa piensan de los millones de votos que tanto
en una como en otra ocasión han venido á sancionar lo
que era hijo de la marcha de los sucesos, de combina-
ciones políticas ó de los errores de los partidos. Si el
plebiscito es un tributo de respeto pagado á la soberanía
nacional, si significa que á la altura á que han llegado
las cosas, la autoridad tiene por lo menos que revestir-
se de las formas que la razón y la ciencia exigen, acep-
tado.

Pero volviendo de esta digresión al tema principal,


diremos, que mientras se habla de dejar á los mejicanos
en libertad de resolverse por este ó aquel candidato,
practicándose así en parte la doctrina del celebérrimo
Monroe, (1) se prepara el terreno de una manera a d e -
cuada para que eche raices la planta que se le ha
confiado. De este modo no solo se gana tiempo sino

(1) La América para los americanos.


22

es que tambieu se cubren las apariencias y se estu-


dia el modo de obtener la victoria á menos costo y con
mas seguridad. Esta y no otra parece ser la táctica que
por algunos se e nplea en la cuestión que nos ocupa, y
de aquí el que recomendemos las mayores precauciones,
que son necesarias, si no hemos de caer en las redes
del artificio y la suspicacia. Si de buena fé pudiera
creerse que se dejaba en libertad al pueblo mejicano
para elegir su rey, que esta libertad era positiva, nunca
estaría de más el aconsejar lo mas conveniente tra-
tándose de un paso de tanta trascendencia. Pero bien
puede decirse que todas esas manifestaciones son men-
tidas, y que si llega el caso de sustituir el régimen
republicano con el representativo, el agraciado con
la magistratura suprema no deberá por cierto su for-
tuna de una manera completa al voto nacional. ¿Y
cómo por otra parte sería posible conocerlo hoy en
su verdadera espontaneidad cuando todo es allí, según
se dice, desorden y anarquía? Para que se pudiera ob-
tener el conocimiento de un dato tan difícil, sería pre-
ciso que el pais entrase á respirar una atmósfera mas
pura, menos alterada que aquella en que actualmente
vive: sería indispensable que á la alarma constante que
tiene á los espíritus en sobresalto, sucediese un inter-
regno de paz, que permitiera la manifestación since-
ra de todas y cada una de las opiniones predominan-
tes; que hubiera tolerancia para todos y respeto mutuo
entre los partidos que legítimamente aspiran al poder,
lo mismo que para los ciudadanos, fuera cualesquiera su
filiación política. Después de conseguido esto, sería
cuando se podría llevar á los electores á los comicios,
con el propósito de conocer sus aspiraciones y deseos.
Pero como no sucederá así, fuerza es convenir en que
23

si algo se hace ha de ser por los caminos tan corrientes


en los tiempos que alcanzamos, para las eminencias di-
plomáticas. Si la guerra en Méjico se encarniza, si tene-
mos combates y victorias, y Europa continúa creyendo
que ejerce una nobilísima misión con imponer un go-
bierno á sus antagonistas, entonces no se aguardará á
restablecer la calma moral, verdadero medio en que
puede manifestarse el acierto, sino que al contrario se
procederá, muchos así lo creen, á llenar los requisitos
ostensibles del espediente electoral, resultando elegido
bajo la amplia libertad de las bayonetas el príncipe que
el pueblo mejicano se dá por rey y señor.

VIII.

Hablemos ya de los candidatos. El Archiduque F e r n a n -


do Maximiliano, nació el 6 de Julio de 1832, es vice-almi-
rante y comandante de la marina imperial, propietario del
regimiento de ulanos austriacos número 8 y jefe del regi-
miento prusiano de dragones de Neumark número 3 . El
27 de Julio de 1857 contrajo matrimonio con la archi-
duquesa María Carlota, nacida el 7 de Junio de 1840,
hija del rey de los Belgas y hermana del Conde de
Flandcs.
Todos convienen en que donde por primera vez se ha
pronunciado el nombre de este príncipe como el mas
apropósito para el trono de Méjico ha sido en las Tulle-
rías, ü e allí parece haber salido le mol d'ordre para
que el cuarto poder del Estado de cien maneras distin-
tas, lanze al mundo político esta candidatura como la
24

que mas aceptación tiene en las altas regiones del cielo


bonapartista. Hay periódicos traspirenaicos que con
una candidez digna de los tiempos primitivos afirman
muy seriamente que S. M. I. no tiene formada opinión
en el asunto, y que nada hay mas distante de su regio é
imperial ánimo que el anticipar cualquiera sujestion so-
b r e un problema que ha de ir intacto á los mejicanos
para que ellos lo resuelvan. Contra estas esplicaciones,
que no consiguen tranquilizarnos á pesar de nuestra pre-
disposición á creer sinceramente cuanto por tan autori-
zados conductos se nos anuncia, están la creencia ge-
neral por un lado, los hechos por el otro. ¿Puede n e g a r -
se que se está trabajando en favor de Fernando Maxi-
miliano? ¿Puede desconocerse que la fuente de donde
parten estos esfuerzos, si hemos de dar crédito á lo que en
todos los círculos se afirma, es la política imperial? ¿Pe-
ro en ese caso cómo se esplica la protección que Luis
Bonaparte concede á este candidato? ¿Qué razones le
aconsejan el apoyarlo?

Volvamos la vista y apartándola del nuevo continente


lijémosla en. un punto del nuevo, en la península italia-
na. Hemos indicado en otro lugar que en el triunfo de
la candidatura austríaca iba envuelta la solución de mas
de un conflicto de vital importancia. Tiempo es ya de
que nos espliquemos.

Asientan muchos que desde el atentado de Orsini en


I S a S , desde que las palabras de este desgraciado re-
sonaron como una profecía fatídica en los oidos del hé-
roe del 2 de Diciembre, Italia es la pesadilla de Napo-
león III. Su nombre, grato para todos los amantes de
las artes y de la poesía, le persigue á él como un eco
25

importuno, su recuerdo es un fantasma que se le


aparece en todas partes, como un torcedor que turba
la serie de sus elucubraciones. Por eso Italia está
sintiendo pesar sobre ella hace algunos años la mano del
Emperador, por eso la sangre francesa mezclada con
la de los piamonteses corrió en Magenta y Solferino,
y por eso Garibaldi ha ahuyentado de las orillas de P a r -
tenope y del foro palermitano las águilas borbónicas,
y en estos mismos instantes arroja el mal contenido v e -
neno de su rencor contra las cúpulas del Vaticano. Italia
es la preocupación del último de los Bonapartes. Italia
podrá ser la tumba de su dinastía como fué en 1848,
cuando la espedicion á Roma uno de sus primeros pre-
cedentes. Napoleón quiere que Italia sea una, que sea
libre, independiente, que viva satisfecha y contenta,
que le esté agradecida. El puñal de los bravi y el ve-
neno de los Borgias, son enemigos muy terribles. Na-
poleón que sabia perfectamente cuanto le odiaban los
patriotas italianos desde que envió á Oudinot á disol-
ver la Asamblea constituyente á cañonazos, quiere hoy
concluir la obra empezada en las orillas del Pó y del
Tessino. La Italia se encuentra mutilada puesto que el
Austria se enseñorea todavía sobre una ostensión de
territorio que le pertenece. Restituyamos á Italia esta
parte que se le ha cercenado y entonces será una des-
de los Alpes hasta el Adriático, desde el golfo de Geno-
va hasta el de Tarento. El lector empieza de seguro á
ver claro en este asunto.
El emperador de Austria, hombre de carácter enér-
gico, de resoluciones concluyentes, que se ha propuesto
plantear el sistema absorbente de la centralización en
sus vastos dominios con el objeto de poder con mas
facilidad cohibir las espansiones de las ideas emancipa-
D
26

doras, viene resistiendo hace tiempo las indicaciones


que sobre la cesión del Véneto se le han hecho en mas
de un caso. Francisco José I no quiere abdicar el
derecho que cree tener á la posesión indefinida de
aquellos estados, y fiel á la política tradicional de los
Hapsbourgs, persiste en que los tudescos tengan asenta-
da su ominosa planta sobre la hermosa frente de la in-
fortunada Italia.

¿Cómo resolver el problema? ¿Cómo satisfacer á los


italianos recompensando su sacrificio al emperador de
Austria? ¿Cómo hacerle sobrellevar un golpe tan terri-
ble asestado contra el orgullo característico de su raza?
Creando un nuevo trono, colocando en él al príncipe
Fernando Maximiliano, hermano del emperador. Hé
aquí el solo medio aceptable, la única salida en tan g r a -
ve aprieto. Italia verá realizados sus mas ardientes vo-
tos, sus mas halagadores ensueños; Austria, como se
acrecienta su preponderancia allende los mares, lo
mismo que en Europa, y Luis Bonaparte habrá rescata-
do la palabra que comprometiera.

Dudamos mucho que semejante solución entre en las


miras del Austria. El archiduque tiene derechos even-
tuales al trono, Francisco José puede desaparecer de la
escena el dia menos pensado, que nadie tiene hecha hi-
poteca de la existencia, y mucho mas cuando son tan-
tos los riesgos y los envidiosos que nos rodean. La Em-
peratriz no goza de la mejor salud, puesto que el ger-
men mortífero que mina su ser la obliga á cam-
biar los egregios salones de su palacio de Viena pol-
las puras brisas de Madera ó del Archipiélago. Este ma-
trimonio tiene dos hijos, la archiduquesa Gisella Luisa
27

María que nació el 12 de Julio de 1856 y el archi-


duque Rodolfo, que vino al mundo el 21 de Agosto
de 1858. El Emperador nació en 1830, l a e m p e r a .
triz en 1837, habiendo contraído matrimonio el 24
de Abril de 1854. Se nos antoja que tanto la aristocra-
cia austríaca que rodea mas íntimamente al trono, c u a n -
to los emperadores, no estarán muy dispuestos á per-
mitir que se aleje el archiduque, que seguramente es
uno de los sostenedores de tan pesado cetro. Un imperio
compuesto de tantos elementos refractarios, que mas
que Estado es un conjunto de reinos amalgamados por
la conquista ó la diplomacia, donde la levadura revolu-
cionaria está continuamente fermentando, puede de un
instante á otro necesitar los auxilios de Fernando Ma-
ximiliano. Ante la constante amenaza de la Hungría y de
la Polonia no sería cuerdo fraccionar el poder que rea-
sume en sí la familia imperial.

Además la cesión del Véneto es un aclo de incalcula-


ble trascendencia política, para un gobierno que como
hemos dicho tiene tantos añadidos en su carta geo-
gráfica, mucho mas cuando tanto se habla de la r e c o n s "
titucion de nacionalidades. Esa misma Polonia que he-
mos citado, esos mismos magyares alentados por el
ejemplo redoblarían sus conatos de emancipación. ¿Y
cuál sería la perspectiva del imperio tan agoviado por
la cuestión rentística y por el desbarahuste adminis-
trativo, el dia en que estallara un movimieuto general
y simultáneo en aquellas provincias? Habiendo perdido
gran parte de la fuerza moral en la lucha con el Pia-
monte y la Francia y todo su prestigio en la cesión del
Véneto, ¿cuál sería el resultado de las medidas adopta-
das para reprimir la nsur/eccion?
28

Poco nos importa en nuestro particular el que la d e -


cadencia del Austria se aumente y que llegue hasta el
último estremo, pues ni hemos olvidado que de allí
vino á España el funesto sistema que dio al traste con
las libertades patrias, encadenándolas en Villalar al car-
ro del despotismo, ni hoy tienen que esperar nada la
libertad y el progreso verdadero de su iniciativa. Pero
no es este el caso. Los intereses del Austria son los
que ahora tienen la palabra, y por cierto que sus de-
fensores no son tan torpes y tan débiles y tan poco avi-
sados sus diplomáticos que dejen de defenderlos resuel-
ta y juiciosamente. De todo deducimos que bajo el
punto de vista austríaco, la candidatura enunciada no
puede halagar ni ser conveniente. Aceptarla equivaldría
á pasar por las horcas caudinas que levantara Víctor
Manuel con la ayuda de Napoleón.

Examinada la cuestión á través de otro prisma, ofre-


ce aun mayores dificultades. Concedamos que el archi-
duque sea un hombre digno y sinceramente aprecia-
ble, animado de los mejores deseos, y con el adorno de
las cualidades mas honrosas. ¿Podrá nunca estimarse
idóneo para regir un pais hasta ahora republicano, el
q u e como político es uno de los mas genuinos represen-
tantes de la autocracia moderna? ¿El hermano de Francis-
co José romperá con las tradiciones de su familia, ol-
vidará las ideas de predominio y privilegio incrustadas
en su alma desde que despertó á la luz de la inteligen-
cia? Un periódico ha dicho, hablando de cual es el can-
didato mas á propósito:
«En nuestra opinión no es el archiduque Maximilia-
no de Austria, individuo de una familia opuesta siem-
pre á los principios liberales; que cree todavia en el
29

derecho divino de los reyes; que no vé en sus g o b e r -


nados otra cosa que vasallos; que ha vivido constante-
mente rodeado de una aristocracia casi feudal, clase
que en Méjico es desconocida por completo; que ha na-
cido bajo un clima completamente opuesto á aquel don-
de se le quiere enviar; y que, por lo tanto, sus costum-
bres, sus inclinaciones, su mismo idioma no se pare-
cen en nada á las del pueblo que habia de regir.»
Pues si ni al Austria ni á Méjico cuadra el que un
príncipe alemán sea el elegido, puede interesar, sin em-
bargo, á la europa liberal, á la España como represen-
tante de la raza latina. De ningún modo. Los Haps-
bourgs han sido siempre enemigos acérrimos del libera-
lismo, y en la cuestión de razas son nuestros antípodas.
El encumbramiento de-uno d e s ú s miembros, seria un fla-
co servicio hecho á causas tan dignas de apoyo por
todos los que aman el perfeccionamiento progresivo de
las sociedades.

Comprendemos que Luis Bonaparte insista en impo-


ner su voluntad á las demás potencias. No queremos
herir susceptibilidades de ningún género, porque n u e s -
tro criterio no es el de las pasiones sino el de la razón,
siendo así como se esplica que no incidamos en las
reticencias de c o s t u m b r e , siempre que se trata de
este h o m b r e . Apreciadores de lo que vale el que
desde los calabozos del castillo de Ham ha sabido en-
cumbrarse al solio imperial pasando antes por la revuel-
ta liza del republicanismo, no podemos dejar de conocer
que es político de grandes recursos y no pocos alcances.
El ha sido quien ha empezado á minar la preponderan-
cia inglesa, quien ha irritado mas de una vez el orgullo
de los potentados del Norte, y quien se ha vengado ya
30

en parte de los insultos inferidos á su familia en París,


Waterloo y Santa Elena. Son sus miras profundas y to-
das sus resoluciones entrañan problemas difíciles, que
arroja a! palenque de la discusión como otros tantos in-
centivos para entretener á los filósofos prácticos, á los
utopistas, á los ilusos, á todos los que se agitan en el
mar de la política. Por eso debernos seguir muy atenta-
mente las distintas fases de esta cuestión, que puede
muy bien traer complicaciones graves para España.

Luis Bonaparte lia de empeñarse en salir airoso en


su propósito, y por consiguiente es meuesler presentarse
ante él con una gran copia de razones y lógica á fui de
inclinarle á desistir de su empresa.
Y no hay que negar la parte que está tomando en
estas negociaciones. En una correspondencia de París
publicada por La Época, diario madrileño de la situa-
ción, se lee lo siguiente: «Napoleón llf está colmando
de atenciones al emperador de Austria, pues conoce la
íntima conexión que existe entre la cuestión de Roma y
la del Véneto, y que de una y de otra dependen los des-
tinos de la paz europea. Su gran deseo sería conseguir
de un golpe la completa independencia de Italia y la
confederación A esto tienden los ofrecimientos de un tro-
no en Méjico para el archiduque Maximiliano, y todo lo que
se trabaje con Inglaterra para un arreglo de los asuntos de
Oriente es favorable al Austria. Hasta ahora las gestiones
diplomáticas han dado escasos resultados; pero como
se desea la paz, al menos para este año, se insistió en
buscar una solución conciliadora y se envian á Turin
consejos de prudencia.» Un periódico español que ya
hemos citado, El Reino, añade: «La Francia trabaja sin
descanso para conseguir la realización de su pensamien-
31

to, y no so limitan sus gestiones á influir en su dia de


una manera indirecta, como únicamente le debería ser
dado hacerlo, sino que pregunta y negocia cerca de los
gabinetes de las primeras potencias de Europa, para
facilitar la marcha de su pensamiento, fatal en su últi-
ma parte, ó sea en la designación del nuevo monarca,
á los intereses de España y a la tranquilidad de los pue-
blos que componen el territorio de Méjico. »
La prensa imperialista intenta defender la espedicion
á Méjico contra los que la consideran como un atentado
á la soberanía nacional de aquel pais. Observen n u e s -
tros lectores con qué maña procura preparar el terreno
uno de sus órganos, La Patrie, para que no sorprenda
lo que pueda acontecer mas tarde.
«Si la espedicion europea, dice, cuyo objeto está
claramente indicado en las instrucciones enviadas por
Mr. Thouvcncl al almirante J u n e n de la Graviere, con-
curre á restablecer en Méjico el orden social profunda-
mente perturbado: si los elementos de arden se agrupan
detrás de esas banderas que son en definitiva la garantía del
derecho internacional: si hombres adictos, libres de te-
mores legítimos, tratan de restaurar la fortuna de su
pais, y la voluntad del pueblo, puesta en posesión de sí
misma por nuestras armas, confía como quería hacerlo
cuarenta años há, los destinos nacionales á un príncipe
europeo, ¿podrá Méjico echárnoslo en cara? ¿Habrá en ello
algún principio desconocido, algún derecho violado por nues-
tra intervención?
»No es nuestra triple espedicion lo que infiere aten-
tado á la soberanía nacional, sino ese gobierno tan d é -
bil como osado, cuyos crímenes la deshorarian si sus
violencias no la destruyesen.
«Esta es la verdad en cuanto á la cuestión mejicana,
32

e x e n t a de todas las malas interpretaciones de que so


la quiere rodear, y es servir mal los principios políti-
cos, invocarlos con motivo de un asunto en que no se
trata ni de opresión ni de conquista, sino de una obra
verdadera de emancipación y de civilización.»
¡Magnífico! Este es el lenguaje en boga. Dése á Méji-
co un príncipe alemán, y Méjico se habrá salvado y con
él la causa de la Humanidad. Mucho nos interesa el
que Italia sea u n a , que es á lo que en último término
tiende la combinación que discutimos, pero no tanto q u e
sacrifiquemos en aras de nuestro hidalgo sentimiento
derechos y atenciones mucho mas sagrados.

VIL

Resulta, pues, que el gabinete de las Tullerías es el


que parece haber tomado la iniciativa en este a s u n t o .
Inglaterra sigue sus huellas mientras España contempla
las evoluciones de la política traspirenaica sin lomar
una resolución que ponga á salvo sus derechos. Y lo
mas triste es que mientras Lord John Russell en una
nota diplomática de grave contenido nos amenaza por
si traíamos de imponer en Méjico una forma de gobier-
no contraria á la voluntad de aquel pueblo, e n c u e n t r a
muy conforme que el archiduque F e r n a n d o Maximilia-
no sea el elegido, gracias á la política napoleónica.
iCuidado con que España dé un solo paso en este s e n -
tido, cuidado con que intente la mas leve cosa en una
materia que tanto le atañe! La convención de Londres
lo prohibe, pero tratándose de la Francia y del prínci-
/
A

33

pe tudesco y de su candidatura, ya es otra cosa; enton-


ces nada hay en aquella que lo impida. «There is nothing
in the convenlion lo prevenl it.»

Necesitamos antes de entrar de lleno en la cuestión


el dejar sentados algunos preliminares.
El Reino, periódico que ya hemos citado y en torno
del cual están agrupados, según se dice, varias eminen-
cias políticas, como son, entre otros, los señores Pache-
co, RÍOS Rosas y Pastor Liaz, embajadores respectiva-
mente en Méjico, Roma y Lisboa durante el actual mi-
nisterio, y que por circunstancias especiales se han se-
parado de él, ha sido el primero que ha levantado la
voz anunciando que se trabajaba para crear en Méjico
una situación que no fuera ciertamente producto de
la cooperación española. En un reciente artículo, el
mencionado periódico, cuya significación en los asun-
tos de Méjico es grandísima por las relaciones que man-
tiene con personas influyentes de la República, ha con-
signado las palabras que en seguida trascribimos:
a El Reino fué el primer diario español que á la ve-
nida á Madrid del general mejicano Almorí te dio la sig-
nificación que realmente tenia, el primero que reveló
la misión que le traia á España y cerca de los hombres
encargados de dirigir la gestión de los negocios públi-
cos do nuestro pais.
»El Reino descubrió el pensamiento que presidia al
tratado de Londres; El Reino dio la voz de alerta en
tiempo oportuno, al saber el proyecto abrigado por Luis
Napoleón de colocar en el trono de Méjico al archidu-
que Maximiliano, hermano del actual emperador de Aus-
tria y miembro de la casa de Hapsburgo. Negóse r o -
tundamente el hecho, y aunque al poco tiempo ya era
E
84

patrimonio de todos, se negaron igualmente las conse-


cuencias que de él se desprendían.
»Hoy no es un misterio que Francia, en sus ambicio-
sas cúbalas políticas, y para resolver la cuestión italia-
na de manera que su influencia siga siendo prepotente
en los asuntos de Europa, se ha valido con hábil saga-
cidad de la candida credulidad del gobierno español y
de su falta de sistema respecto á su política esterior,
para sacar de la cuestión de Méjico todo el partido
posible, á costa de nuestros intereses y de los de nues-
tra raza en el Nuevo-Muodo.
»Todo el secreto del tratado de Londres, su espíritu y
objeto final, es crear en Méjico un trono, para que lo ocu-
pe un individuo de la casa reinante en Austria.
La alianza de las tres potencias para exigir de la re-
pública mejicana reparación de los agravios é insultos
á las tres naciones inferidos, ha sido un pretesto que
el gabinete español ha aceptado de buena le, quedando
presa nuestra inhábil cancillería en las redes que Na-
poleón le ha tendido.
»Segun los diarios de la situación nos han repetido,
con inaudita torpeza, en el tratado de Londres se ha
estipulado que ninguna de las naciones signatarias po-
drá reportar ventajas de la intervención, y fundándose
en esta cláusula, pretenden disculpar al gobierno, por-
q u e , al tratarse de la posibilidad, mas que probable r e -
suelta ,de la fundación de una monarquía constitucional
en Méjico, no tomó la iniciativa, presentando como can-
didato á un príncipe español. No puede darse ceguedad
mayor, mas inconveniencia que la que se encierra en
semejantes manifestaciones.»
Hé aquí confirmadas nuestras sospechas, y justifica-
do el intento que puso la pluma en nuestras manos.
35

Cierto es que el tratado de 31 de Octubre de 1861


dice así:
Art. 2.° «Las altas partes contratantes se obligan á
no buscar para si mismas en el empleo de las medidas
coercitivas, prescristas en el presente convenio, ningu-
na adquisición de territorio, ni ninguna ventaja parti-
cular, y á no ejercer en ¡os negocios interiores de Méjico
influencia alguna capaz de menoscabar el derecho que
tiene la nación mejicana para escoger y constituir libre-
mente la forma de su gobierno.»
Pero fíjese la atención en la manera como está re-
dactado y en las frases s u b r a y a d a s , y se deducirán va-
rias consecuencias. Primera, que las potencias aliadas
individual ó colectivamente no están obligadas á no
buscar para terceras personas cualquiera ventaja ma-
terial ó moral que puedan obtener de sus esfuerzos
aislados ó solidarios. Segunda, que desde luego se ha
prejuzgado la cuestión de intervención, puesto que se
emplea el verbo escoger (elegir) tratándose del gobier-
no que deba darse la república, cuando existe actual-
mente uno á quien se dirigen los plenipotenciarios, y
cuando la misión de las potencias, según el preámbu-
lo del tratado no es otra que exijir de las autoridades
de la república una protección mas eficaz para las personas
y propiedades de sus subditos, asi como el cumplimiento de
las obligaciones que con ellas ha contraído la dicha repúbli-
ca. ¿Si las potencias no deben salirse de este círculo,
á qué hablar de influencia, á qué estampar la frase
escoger gobierno"! ¿Se proponían aquellas destruir el exis-
tente? Debemos pensar que no, y entonces resulta que
los términos del artículo son capciosos y dan lugar á
dudas y distintas interpretaciones.
Dentro de los buenos principios de moralidad política
36

el artículo reproducido debería obligar solidariamente á


todas las parles signatarias; pero según la opinión de
El Reino y de otros muchos periódicos, solo está es-
crito para contener toda pretensión por parte de Es-
paña, puesto que como mas arriba hemos consignado
deja en libertad á la Francia para obrar como mejor le
acomode. Grave es esta aseveración cuya responsabilidad
declinamos sobre los que la sustentan en el estadio del
periodismo. Sin embargo bien pudiera aceptarse leyen-
do con detención las notas cambiadas últimamente entre
el ministro de Estado de la Gran Bretaña y sus embaja-
dores en Madrid y en París. Dicen así:

«EL C O X D E R U S S E L L A SIR J. C R A M P T O N . (1)

«Ministerio de negocios estranjeros. —Enero 19.—Muy


Sr. mío: Aunque el gobierno de S. M. está satisfecho pol-
las esplicaciones dadas por el Sr. Isturiz de que el de
S. M. C. ha dado instrucciones á sus autoridades de la
Habana en conformidad con las estipulaciones ajusta-
das con S. M. y con el emperador de los franceses, t o -
davía la conducta del general Serrano tiende á producir
alguna inquietud.
»La salida de la Habana de la espedicion y la ocupa-
ción militar de Veracruz, aun prescindiendo del tono de
la proclama espedida por la autoridad española, de-
muestran que una espedicion combinada á gran distan-
cia de Europa, está sujeta siempre al albedrío, y algunas
veces á la ligereza [rashness) de los distintos jefes y agentes
diplomáticos.
«Deseo que lea Vd. al general O'Donnell y al Sr. Cal-
derón Collantes el preámbulo de nuestro convenio, y el
(1) L a traducción de estas notas sa ha h e c h o con toda fidelidad. A d -
v e r t i m o s esto, porque en el periódico La Época h a n aparecido modifica-
das en varios estremos i m p o r t a n t e s .
37

artículo que define cuál es el objeto que lleva nuestra inter-


vención, y cuál es el que no lleva.
»Beberá Vd. indicarles que las fuerzas aliadas no deben
emplearse para privar á los mejicanos de su indudable
derecho de elegir la forma de su gobierno.
»Si los mejicanos optasen por constituir un nuevo go-
bierno que pudiera restablecer el orden y conservar r e -
laciones amistosas con las naciones estranjeras, el go-
bierno de S. M. saludaría con placer la formación, y apo-
yaría la consolidación de tal gobierno.
»Si por el contrariólas tropas de las naciones estran-
jeras han de emplearse en establecer un gobierno que
repugne á los sentimientos de Méjico, y en sostenerle
par medio de la fuerza militar, el gobierno de S. M. no
podrá esperar de semejante tentativa mas resultado que
desacuerdo y decepción. En tal caso, los gobiernos aliados
se verían en la alternativa, ó de retirarse de semejante
empresa con cierto desdoro, ó de estender su interven-
ción mas allá de los límites objeto é intenciones del tra-
tado firmado por las tres potencias.
Esplicará Vd. al general O'üonnell que este temor de
nuestra parte no nace de ninguna sospecha que tengamos
respecto de la buena te del gobierno de S. M. Católica;
•pero que, jejes que obran á distancia del gobierno deben ser
lyigilados muy estrechamente para que no comprometan á sus
gobiernos en una línea de conducta insostenible. ( but com-
manders acting at a dislance requiare to be very closely
ivalched, lest they should commit thews principáis lo umear-
ranlable proceedings.) Leerá Vd. este despacho al Sr. Cal-
derón Collantes.—RusscU »

«EL CONDE DE COWLEY AL CONDE RUSSELL.

«París 24 enero.—He oído en tantas partes que el lengua-


38

je de los franceses que van con las fuerzas enviadas dn r e -


Méjico da á entender su propósito de alcanzar para el
archiduque Maximiliano el trono de aquel pais, que he
creido necesario interpelar á M. Thouvenel respecto de
este asunto. Habiendo preguntado al ministro de N e -
gocios de Francia q u é negociaciones existian entre su
gobierno y el Austria respecto del archiduque Maximi-
liano, S. E. me contestó que no existía negociación a l -
guna, y que las q u e pudiera haber habido partían tan
solo de varios mejicanos q u e con este intento habían
marchado á Vicna. »

«EL CONDE DE RUSSELL A SIR C. WILKE,

REPRESENTANTE DE INGLATERRA. EN M É J I C O .

«Ministerio de negocios cstranjeros.—Enero 1 7 . —


Muy señor mi o: He recibido y puesto á la vista de
Su Magestad vuestros despachos desde el 18 al 2 8
de noviembre. Desde q u e escribí á V. E . , el emperador
de los franceses ha debido enviar tres mil hombres de
tropas mas á Veracruz. Es de suponer q u e estas tropas
marcharán en unión con las demás francesas y españo-
las á la ciudad de Méjico. Dícese también que el archi-
duque Fernando Maximiliano ha sido invitado por gran
número de mejicanos á colocarse en el trono de Méjico,
y que el pueblo mejicano verá con gusto semejante su-
ceso. Tengo muy poco que añadir respecto de este pun-
to á mis anteriores instrucciones.
»Si el pueblo mejicano, por un movimiento espontá-
neo, coloca al archiduque Maximiliano en el trono de
Méjico, nada hay en el convenio de las tres potencias que
pueda impedírselo. Pero por otro lado, no podemos tomar
parte alguna en una intervención forzosa que tenga este oh-
39

jeto. Los mejicanos deberán consultar libremente sus propios


intereses
»Tengo que añadir á mis anteriores instrucciones res-
pecto á los almirantes de las escuadras del Adriático y
del Pacífico que no deben poner obstáculos á la retira-
da de las flotas combinadas en Yeracruz, cuando llegue
la estación poco saludable. Tampoco deberéis oponer-
los á las medidas que puedan concertarse entre los j e -
fes de las fuerzas navales inglesas en Veracruz y el al-
mirante Mayland, para la ocupación ó bloqueo de los
puertos de Méjico en el Pacífico que puedan ser consi-
derados necesarios para los propósitos del convenio.
Acapuleo, San Blas y Muzagan son los puertos á que
aludo en esta instrucción.—Russell. »

Ante las intenciones que revelan estas notas, la pren-


sa nacional independiente ha comenzado á examinar la
conducta de Inglaterra y Francia, así corno la posición
en qucEspaña aparece colocada. «Nuestra intervención
en Méjico en compañía de Inglaterra y Francia, dice El
Contemporáneo, órgano de la fracción moderada pura,
no puede traernos sino humillaciones y disgustos. Va-
mos á ser instrumentos ciegos de Napoleón, á cooperar
al entronizamiento de un príncipe austríaco, á consen-
tir que implícitamente queden declarados inhábiles los
príncipes españoles, y á sancionar y á auxiliar la políti-
ca mas anti-española que puede hacerse en aquellas r e -
giones, sujetas un dia al dominio de España.
»Las notas y despachos relativos á este negocio, pu-
blicados recientemente por el gobierno inglés, manifies-
tan la situación lastimosa en que nos hemos puesto.»
En el mismo sentido se espresan La Crónica y otros
periódicos conservadores y progresistas. El citado Con-
40

temporáneo en otro artículo consigna estas frases:


«Nosotros, que ciertamente no pecamos nunca de pa-
laciegos, estamos sorprendidos al observar la impávida
conducta del gabinete ante las intenciones que llevan
á Méjico los ejércitos de Francia y de Inglaterra, y ante
los grandes y adelantados trabajos que en favor de la
candidatura de un príncipe austríaco se están haciendo,
sin contar para nada con el gobierno español y sin que
este cuide en lo mas mínimo de lomar la parte q u e
nos corresponde en tales negociaciones. La única razón
que en su defensa alegan los amigos del gabinete, es, que
los ejércitos aliados van á Méjico para que aquel pais
se dé la forma de gobierno que le acomode, recurrien-
do, con el objeto de conseguirlo, al sufragio univer-
sal. Cuando todo el mundo sabe lo que son y lo que
significan esas cosas, cuando nadie ignora cómo se
dirigen y cómo se realizan esos asuntos, es ridícu-
lo, altamente ridículo, que tal argumento salga de hom-
bres medianamente versados en la política. Si eso es,
si á los mejicanos se les ha de dejar en completa li-
bertad, respetando sus deseos, ¿por qué se trabaja en
otras potencias por la candidatura del archiduque Ma-
ximiliano? ¿Somos acaso nosotros de peor condición,
que no podamos trabajar por la candidatura mas justa
y mas lógica de un príncipe español?»
El Reino ha dicho también:
«A pesar de la proclamada neutralidad que se
quiere afectar para el arreglo definitivo del sistema
de gobierno que los mejicauos deseen ciarse, es lo cier-
to que se les trata de imponer la monarquía y un prin-
cipe de la casa de Hapsburgo.
»La Francia trabaja sin descanso para conseguir la
realización de su pensamiento, y no se limitan sus ges-
41

tiones á influir en su dia de una manera indirecta, co-


mo únicamente le debería ser dado hacerlo, sino que
pregunta y negocia cerca de los gabinetes de las pri-
meras potencias de Europa, para facilüar la marcha á
su pensamiento, fatal en su última parte, ó sea en la
de designación del nuevo monarca, á los intereses de
España y á la tranquilidad de los pueblos que compo-
nen el territorio de Méjico.»
Los periódicos ministeriales por toda respuesta se han
contentado con decir que si llegase el caso que se te-
me, si se viese que habia segunda intención en el tra-
tado de Londres, entonces « l o q u e el gobierno haría se-
ría oponerse resueltamente á la infracción de ese tra-
tado y á que ninguno de los países signatarios impu-
siese la ley á los demás para servir intereses que no
sean los mas puros y legítimos.» Estas frases q u e , bien
analizadas nada dican, están tomadas del Diario Espa-
ñol en su número 2984.
La Época por su parte cree que el asunto no es de
importancia. Oigásmola:
«Por lo demás la cuestión no tiene importancia nin-
guna desde el instante en que todas las traducciones
están conformes en hacer decir al conde Russell que el
gobierno de Inglaterra estaba satisfecho de la conducta
del de España, y que sus observaciones respecto a lo
inconveniente que sería imponer á Méjico por la fuer-
za gobierno alguno, no nacían de ninguna sospecha que
la Inglaterra no tenia de la buena fé del gobierno de
S. M. Católica. Y es'.a declaración era tanto mas justa
cuanto el ministro de Estado ha declarado hace mas de
un mes ante el Parlamento que la España está resuelta
á respetar altamente la voluntad del pueblo mejicano.
No dudamos nosotros de que tales sean las inteucio-
42

nes del gabinete, ¿pero debe permanecer impasible


cuando hay quien sigue distinto rumbo? ¿dejará que otros
hagan lo que solo á él corresponde?

X.

Desde el instante mismo en que la opinión pública


se ha apercibido de que se trataba de crear un reino
en Méjico, ha dejado entrever sus aspiraciones, formu-
lándolas de una manera terminante y decisiva. Si se
esceptúan á los hombres que tienen la desgracia de
soñar todavía con el advenimiento del antiguo régi-
men y que quisieran ver sentado en un trono á cua-
lesquiera de los príncipes que lo representan, la ma-
yoría del pais se ha pronunciado en favor de la candi-
datura de la infanta doña María Luisa F e r n a n d a . Obran-
do así dá un público testimonio de su elevación de mi-
r a s , de su sensatez, de sus no comunes disposiciones
para gozar de aquella libertad racional que siempre
camina de acuerdo con el derecho y la justicia. También
indica que el espíritu nacional, en épocas de triste r e -
cuerdo tan amortiguado, existe siempre vivo en el
fondo de todos los corazones.
La infanta doña María Luisa Fernanda nació el 30
de Enero de 1832, contrayendo matrimonio el 10 de
Octubre de 1846 con Antonio Felipe Luis, príncipe de
Orleans, duque de Montpensier, infante de España, ca-
pitán general de los ejércitos nacionales, que nació el
31 de Julio de 1824.
De este matrimonio procede la siguiente descen-
dencia:
43

La infanta doña María Isabel, nacida el 21 de Se-


tiembre de 1848.
La infanta doña María Amalia, nacida el 28 de Agos-
to de 1 8 5 1 .
La infanta doña María Cristina, nacida el 29 de Oc-
tubre de 1 8 5 2 .
La infanta doña María de las Mercedes, nacida el 25
de Junio de 1858.
El infante D. Fernando María, nacido el 30 de Mayo
de 1 8 5 9 .
Bajo tres puntos de vista distintos puede considerar-
se aceptable la candidatura de la hermana de doña Isa-
bel 11. Desde el punto de vista de los intereses mejica-
nos y de los trasatlánticos de España: de lo que con su
triunfo gana la causa del liberalismo: de cuan conve-
niente es á la preponderancia que la raza latina debe
adquirir allí donde la anglo-sajona intenta dominarla.
Hé aquí la gradación en que espondremos las razones
que nuestro patriotismo y el amor que profesamos á los
principios liberales nos inspiran en la ocasión p r e -
sente.

Mientras sea una verdad que las potencias coaligadas


dejan á los mejicanos en libertad de elegir el soberano
que mas les convenga, ninguna deellas puede alegar de-
recho á influir en este ó aquel sentido, pero desde el
momento que esto no sea completamente exacto, Espa-
ña está en el caso de presentar argumentos que esta-
blezcan una prioridad y prelacion incontestables por lo to-
cante á hacer recomendaciones en favor de esta ó aque-
lla persona.
Por la comunidad de origen, lenguage, ideas y hasta
costumbres, la población mejicana está identificada
44

con la española. Esto mismo hace que nuestros natura-


les, en considerable número, se hallen domiciliados en
toda laestension de aquel vasto territorio, en el que po-
seen graneles propiedades y donde tienen intereses ín-
timamente ligados con los de aquella sociedad, lo que
exije una eficacísima protección sobre ellos con el fin de-
que se respeten sus vidas y haciendas, sean cualesquie-
ra las peripecias que puedan ocurrir. Dedúdese de
aquí que España debe procurar que la persona que ocu-
pe el nuevo solio tenga verdaderas simpatías hacia los
españoles, que conozca á fondo sus cualidades y haga
justicia a la dignidad de su carácter, independencia de al-
ma y rectitud de intenciones. Es menester que el nue-
vo rey ofrezca por sus antecedentes las garantías de se-
guridad que una nación grande y magnánima está en el
caso de exigir en beneficio de sus subditos. V vista la
cuestión á través de este prisma, ¿quién mejor que la in-
fanta doria María Luisa Fernanda que tantas pruebas de
amor ha recibido de nuestro pueblo, podrá satisfacer
estos requisitos? ¿Podrá nunca disputarle la primacía en
este terreno alguno de los candidatos cuyos nombres
hemos estampado? ¿Podrá también negarse que esta
protección que reclamamos es impertinente, que los es-
pañoles que habitan el territorio de la república no la
necesitan ó que es un motivo muy secundario para
hacerlo valer en los momentos presentes? Tan es lo
contrario cuanto que la conciencia universal se ha
sublevado contra el tratamiento usado para con los
hijos de España en Cuernavaca , y otros puntos .
No queremos entrar en detalles ni examinar este
estremo en todas sus incidencias; bastará el que se nos
conceda que actualmente existe una animadversión
marcadísima en Méjico contra los llamados denigrativa-
45

mente gachupines, para que resulten justificadas las pre-


cauciones que aconsejamos, y que son justamente las
que aparecen consignadas esplícitamente en la conven-
ción de Londres. Es este un motivo de índole preferen-
te, es una consideración que no debe posponerse á ningu-
na otra cuando se trate de influir en los destinos futuros
de Méjico. Ni Francia ni Inglaterra se hallan en las con-
diciones y en la posición que España, quien se haria
acreedora á las mas graves censuras, mereciendo el es-
carnio de propios y estraños si por cualquier concepto
dejase de amparar á los que llevando en sus frentes ins-
crito su nombre, son perseguidos, saqueados y asesi-
nados.

De nuestro imperio allende los mares, de las estensas


comarcas que poseíamos en la tierra que conquistaran
Colon, Hernán Cortés y Francisco Pizarro, no nos que-
dan mas que las Antillas, ricas joyas que el espíritu
filibustero pretende sustraernos desde hace mucho tiem-
po. No deploramos la pérdida de la América española.
Cuando una colonia ha llegado al grado de preponde-
rancia y desarrollo convenientes, es lógico que se (.'man-
cipe. Así lo enseña la historia. Solo es de sentir que
los neo-españoles lanzaran el grito de insurrección a n -
tes de tiempo, cuando todavía no contaban en sí mis-
mos con los elementos necesarios para la vida indepen-
diente á que aspiraban y que habia de recompensarles
d é l a s ventajas que desde luego perdían. Su impaciencia
ha dado amargos frutos, pues las repúblicas americanas
están devoradas por la hidra de la guerra civil, produc-
to de la inesperiencia de sus h o m b r e s , d é l a s ambicio-
nes que naturalmente han surgido, y de la muchedum-
bre de medianías que ocupan los puestos públicos.
40

La benevolencia con que juzgamos á nuestros an-


tiguos hermanos no arguye el que hoy por hoy nos
sea indiferente la posesión ó la pérdida de la Habana y
demás islas que forman su capitanía general. Nuestra
dignidad nacional, y preciso es hablar de ella, está muy
interesada en su conservación, sobre todo, después que
se ha querido arrebatárnosla en distintas ocasiones. Es-
paña tiene precisión de influir directamente en los asun-
tos de Méjico, porque en la entrada de su golfo tiene
sus colonias, porque estas son el blanco de las ase-
chanzas de los yankees, porque no podria mañana afron-
tar con el apetecido éxito las agresiones que contra
ellas se dirigieran, si el poder que en Méjico estuvieso
al frente de los negocios no secundaba sus miras con
verdadero y sincero empeño. Que estas son legítimas,
honestas, acomodadas á la razón y al derecho, por sa-
bido se calla. Todas las naciones, hemos dicho, tienen
la necesaria capacidad legal para defender la integri-
dad de su territorio, y para adoptar todas las precau-
ciones que crean convenientes á este fin. Nuestro go-
bierno, pues, tiene que sostener la candidatura citada.
Sentándose en el trono doñaMaria Luisa se dá un gran
paso en favor de la tranquilidad de las Antillas y de
nuestros intereses generales en aquellas regiones.
Hay mas: en Méjico y e n casi todos los demás esta-
dos que en lo antiguo pertenecieron á España, se tiene
concebido un concepto equivocado y gratuito de nos-
otros. Créese allí que vemos con ojeriza á los america-
nos, que todo lo que en ellos presuponga prosperidad
nos incomoda, que quisiéramos verlos aniquilarse m u -
tuamente, ya que en nuestra impotencia no podemos
volver á dominarlos. También conceptúan que acaricia-
mos todavía las ideas de intolerancia y predominio que
sustentaban nuestros abuelos, que queremos reconquis-
tar, por lómenos moralmente, la influencia que en el
nuevo mundo hemos perdido, y q u e , para decirlo de
una vez, somos un pueblo atrasado, ignorante, preocu-
pado y casi abyecto, que no desdice mucho del que
alumbrara las hogueras del tétrico Felipe II. Sería un
vano empeño el decir á los americanos que están
equivocados. Y cuenta que hablamos por esperiencia.
Habladlcs bien de España, de nuestros adelantamientos
morales y políticos, de las vías férreas que cruzan nues-
tros campos, de la prosperidad de nuestra agricultura, de
la rapidez con que la industria se desarrolla y las artes y
las ciencias se elevan á un esplendor desconocido; de-
cidles que el telégrafo eléctrico lleva nuestro pensa-
miento con la velocidad del rayo a los mas remotos
puntos del territorio; que las instituciones representa-
tivas se purifican de los vicios que las emponzoñaban;
que nos son familiares, por último, todos los progresos
de la civilización, y os contestarán con el indiferentis-
mo de la duda, y os responderán que exageráis, que
no es creíble que España se haya levantado en tan po-
cos años de la abyección en que la postró la monar-
quía absoluta. Conviene que un príncipe español v a j a
allí con sus ideas, con su ilustración, con su conducta,
con sus nobles prendas á destruir tan funestos e r r o r e s .
Conviene que se estrechen los lazos morales y comer-
ciales que deben unir á españoles y americanos, á la
madre y á los retoños que de ella salieron, como en
lo antiguo acontecía con Roma y con aquellas ciuda-
des que llevaban por las costas del Mediterráneo su
gloria y sus penates. Doña María Luisa Fernanda será
la prenda de paz y concordia que los españoles ofrecen
á sus hermanos de la virgen América. Una muger, se-
48

ñora por su cuna, por su posición y por sus sentimien-


tos, que á las relevantes prendas que como cariñosa
madre le adornan, reúne las de discreta y virtuosa es-
posa, un corazón sencillo y caritativo, que no puede
presenciar una desgracia sin socorrerla con solícita ma-
no, un alma bondadosa y una predisposición innata al
bien, será la encargada de modificar una situación tan
violenta como injustificada. Solo doña María Luisa Fer-
nanda es digna de esta elevada misión y capaz de ella;
solo sus dotes pueden anticipadamente augurar el mejor
resultado en esta nobilísima empresa. Unir á dos pue-
blos hermanos, sustituir la animadversión por una par-
te y la frialdad por la otra con la simpatía mas acen-
drada: hé aquí la misión á que aludimos; he aquí el em-
peño que reclama los encomios y el asentimiento de to-
dos los buenos españoles.
Méjico no puede vacilar entre el principe Maximi-
liano y la Infanta de España. El primero tendría que
ser consecuente con su origen, serviría, es lo p r o b a b l e ,
la política de su país, en cuanto lo permitieran lascircuns-
tancias, y no podría inclinarse en la escala apetecida
del lado del sistema descentralizador y del self gover-
ment á que están habituadas las nacionalidades ameri-
canas. No se concibe que para realizar la transición del
régimen republicano al representativo se piense en un
príncipe austríaco. Esto es a b s u r d o . La Infanta que ha
aprendido en su patria á conocer lo que valen los p u e -
blos cuando se hallan bien dirigidos y tienen nobles
aspiraciones, que ha visto deslizarse su juventud bajo
la sombra hermosa del árbol de la libertad, mientras
se rompian los lazos que unieran al presente con lo
pasado, se identificará desde luego con los sentimien-
tos de aquel pais que tanto se asemeja al nuestro. En
lx

49

esto no habrá violencia de ninguna clase; nada mas


obvio, nada mas en armonía con los antecedentes y
cualidades que lijeramente hemos reseñado.
La prensa española en general piensa como nosotros,
porque ante todo es patriota y ama el liberalismo. La
Crónica, encomiando la candidatura de la Infanta, es-
cribe:
«Hija de antiguos monarcas, de lo que es hoy r e p ú -
blica de Méjico, tiene en su favor la tradición y los
derechos, que no porque no lo sean en absoluto dejan
de ser muy atendibles cuando se trata de fundar una
m o n a r q u í a ; representante con su augusta h e r m a n a
de la rama liberal de los Borbones, no podría inspi-
rar temores de que tendiera al despotismo: nacida en
un pais muy semejante á aquel, teniendo sus mismos
usos, su misma lengua, su misma religión: casada con
un individuo de la casa de Orleans, es decir, de la
única que gobernó constitucionalmente á Francia; que
ha sido educado como sabia educar á sus hijos Luis
Felipe, y que ya es español, porque además de haber-
se naturalizado aquí, lleva de permanencia mas de diez
y seis años, cabalmente en el punto de España que
mas se asemeja al Nuevo Mundo: habiendo dado, en
fin, tantas pruebas de las bellísimas dotes de corazón
é inteligencia que á entrambos les distinguen, esta-
mos firmemente persuadidos de que sabrían labrar la
felicidad de Méjico, restituyéndole la calma y tranquili-
dad de que tanto necesita.
»E1 interés que España tiene en que llegado el caso
triunfe esta candidatura, apenas necesita demostrarse,
porque está en el ánimo de todos, menos de los periódi-
cos ministeriales, que no sabemos por qué causa se
han acordado de cuántos príncipes existen en Europa
G
50

menos de los que mas cerca tenian, y á los que era mas
natural y mas justo que apoyasen. Si los infantes es-
pañoles, duques de Montpensier, ciñesen la corona de
Méjico, la influencia conveniente y legítima de nuestra
patria en la América del Sur estaría asegurada: n u e s -
tras Antillas no tendrían que temer las asechanzas de
los filibusteros; podríamos contar en aquellas regiones
con un apoyo poderoso que neutralizaría los proyectos
invasores de los Estados-Unidos: por último, el derecho
de la línea femenina que hoy ocupa el trono de España
reconocido por la voluntad de la nación y consagrado
en los campos de batalla, recibiría una nueva sanción,
que aunque no la necesita, contribuiría á darle mayor
fuerza y prestigio.»
Si después de estas consideraciones nos fijamos en el
esposo de la Infanta doña María Luisa F e r n a n d a , ten-
dremos que su nombre, sus antecedentes y sus cuali-
dades, son otra garantía mas de acierto en la elección
propuesta. Hijo de un rey verdaderamente liberal, que
todo lo hubiera sacrificado al respeto de las prácticas
parlamentarias y al bienestar del pueblo francés, prín-
cipe ilustrado, y conocedor profundo de las institucio-
nes políticas, usos y costumbres de todos los pueblos
europeos, que ha visitado; ^escclentc esposo y cariño-
so padre, el duque de Montpensier contribuirá con sus
consejos y sus esfuerzos á secundar las miras nobilísi-
mas de mejicanos y españoles. Hablando de él un pe-
riódico de Madrid, ha dicho lo siguiente:
«Si se desciende á la cuestión de conveniencia para
los mejicanos, encontraremos que el esposo de la in-
fanta española pertenece á una de las reales familias
que mas desarrollaron y mejor practicaron el sistema
constitucional en Francia, y que la s a n g r e de Borbon y
/•••

51

de Orleans, y las nobles prendas que a d o r n a n á los dos


príncipes, cuyo carácter liberal y generoso conoce to
do el m u n d o , serian la mejor garantía de buen gobier-
no que pudiera ofrecerse á aquel pais.»
Otros muchos diarios se espresan en idéntico sentido.
La Andalucía de Sevilla, El Porvenir de Granada, La
Opinión de Valencia, han publicado artículos en que se
hace justicia á las honrosas cualidades que distinguen
álos duques. La última los conceptúa muy idóneos para
el caso, considerando, sin e m b a r g o , que la candidatura
no prosperará por la oposición de Luis Bonaparte. Des-
pués de afirmar que la frente del duque de Montpensier
es digna de una corona y que pudiera ayudar á soste-
ner con firmeza el peso del trono mejicano, escribe:
«No negaremos las ventajas que para nuestra patria
ofrecería la elevación del príncipe de Orleans á un t r o -
no en América; no negaremos que pocos n o m b r e s p u -
dieran figurar con mas honor y mas probabilidades de
acierto que el suyo, al frente de la regeneración de la
raza latino-americana; mas es preciso desconocer la
imposibilidad de separar el interés español del i n -
terés napoleónico en esta cuestión, para admitir como
realizable el pensamiento de recomendar al esposo
de la infanta al pueblo de Méjico. Los Orleans son
la sombra amenazadora que turba los ambiciosos pro-
yectos de Napoleón III: nunca consentiría este en dar
á los franceses el ejemplo de su aptitud para regir una
monarquía liberal.»
Y en otro sitio apreciando la cuestión en su totalidad
deja consignado lo siguiente:
«Solo una cosa pudiera ser mas estraordinaria que la
candidatura del archiduque Maximiliano para el trono
de Méjico: el que la España le prestase, siquiera fuese
52

indirecto, su apoyo; que nuestro heroico ejército e n a r -


bolase en Veracruz y en la ciudad de Motezuma su glo-
riosa b a n d e r a , para que su prestigio sancionase la muer-
te de la influencia española entre los españoles del con-
tinente americano, que no otra cosa seria la monarquía
del archiduque alemán.
"Nuestra voz ha sido una de las primeras que en la
prensa han dado el grito de alarma sobre este gran pe-
ligro, que por desgracia se presenta cada dia mas in-
m i n e n t e . ¿Qué piensa la prensa española sobre esta gra-
vísima cuestión? ¿Qué siente sobre esto el pais? ¿Qué
hace el gobierno?
«Las tres potencias intervinientcs hanse comprome-
tido á respetar en Méjico el voto nacional: en sus d o -
documentos oficiales no pueden expresar otro deseo ni
diferente propósito los tres gobiernos. Mas ¿es acaso
un secreto que la ambición napoleónica quiere i m p o -
ner su ley en el nuevo continente? ¿Cabe duda en que
la candidatura de Maximiliano es una de esas combina-
ciones de que tanto gusta la aventurera política del e m -
perador francés? ¿Qué valor pueden tener, pues, esas
protestas ilusorias de las proclamas de los g e n e r a l e s , de
las notas de los diplomáticos, de los artículos de la
prensa oficial, en las cuales motivan su omnímoda con-
fianza nuestros periódicos ministeriales?»

El liberalismo está interesado en que la infanta doña


María Luisa Fernanda sea la elegida para el trono de
Méjico. ¿Cómo pueden disputarle la supremacía el r e p r e -
sentante de un imperio que siempre se ha mostrado acér-
rimo enemigo de la escuela liberal? ¿Hemos olvidado á
184 5? ¿No nos acordamos de la Santa Alianza, de la míse-
ra Hungria en 1 8 4 8 , de lo que ha pasado en Venecia y
53

Milán en distintas épocas? ¿No es la autocracia austría-


ca lo que sostiene los plomos en la primera de estas ca-
pitales para atormentar á los que á ella no se someten
y la misma que consumió en los hielos de Spiltberg la
juventud del simpático cantor de Francesca de Rimini?
Todos los que amen la causa de los pueblos sobre la de
los déspotas, el derecho nuevo, hijo de la convicción
humana sobre el derecho antiguo emanado de la fuerza,
todos los que al torrente reaccionario quieran oponer
el saludable correctivo de la transacción constitucional
deben decidirse por nuestra candidatura. Cuando la idea
liberal es enérgicamente combatida, cuandotodo lo que
con ella está relacionado se estigmatiza con el rayo del
anatema, cuando las creencias Maquean en los pechos
y el espíritu se llena de dudas, no debemos conceder
un nuevo triunfo sus adversarios, Quemaremos antes las
naves qae consentir en una debilidad tan vergonzosa.
¡Elegir para una monarquía salida de la república un
príncipe alemán!... Podrá llegar un dia en que veamos
realizado este intento, porque asi está el mundo; empe-
ro esto uo evitará que la justicia y el buen sentido se
subleven contra tan gran anomalía. Debemos todos au-
nar nuestros esfuerzos para que esto no suceda. Y cuen-
ta que al defender el liberalismo no alegamos en causa
esclusivamente nuestra; es la causa común á todos los
pueblos civilizados; es la causa de la abatida Irlanda;
de la Francia alada al carro de un cesar desde 1850;
es la de los estados alemanes que no acaban de fundir-
se en una sola nacionalidad porque sus dueños lo vie-
nen estorbando; es, en fin, la causa del imperio aus-
tríaco que gime opreso bajo el yugo de Francisco José.
Todos los que tienen sus ojos tornados hacia lo futuro,
todos los desheredados del derecho, todos los q u e ene-
54

migos de las revoluciones sangrientas aceptan el libe-


ralismo como la fórmula política que mas se adapta á
las ideas de progreso y á las características condicio-
nes de esta sociedad, todos, decimos, están estrecha-
mente obligados á sostener una candidatura monár-
quico-constitucional para Méjico. ¿Queréis dar armas á
los retrógrados? ¿Queréis que en el nuevo mundo, en la
virgen América donde Penn y Franklin levantaran sus
tiendas, se empiece álevantar también el alcázar del des-
potismo á la moderna? Pues permaneced indiferentes en
esta cuestión y lo conseguiréis. Entonces se verán tradu-
cidos en hechos los que hoy no pasan de meros pro-
yectos; entonces tendremos que el águila austríaca ha-
brá conseguido posar sus garras sobre un nuevo punto
del globo que hasta ahora le estaba interdicho.
Liberales de allende y aquende los mares que vivís
unidos por los lazos misteriosos de las ideas, q u e c r e e i s e n
un destino de la humanidad elevado y consolador, agru-
paos en torno de nuestra bandera, y si efectivamente en
Méjico se va á levantar un solio, colocad en él á la
persona que os designamos, no porque tengamos auto-
ridad ni competencia para ello, sino porque el cúmulo
de razones que en pro de nuestro pensamiento os ofre-
cemos asi lo quiere.

Ya no son los intereses combinados de Méjico y Es-


paña; ni aun siquiera los del sistema liberal: son res-
petos mas altos, son motivos mas elevados los que pro-
claman resueltamente la candidatura española. Siglos
hace que las razas anglo-sajona y germánica, vienen
luchando con la latina. Desde los primeros albores de
la era cristiana se las vé en perenne combate, que en
los tiempos modernos, ó mejor dicho, desde la r e -
55

forma religiosa en Alemania y desde el Protectorado


en Inglaterra ha tomado un carácter de gravedad, que
con justicia alarma á los hombres pensadores. No es
que se tema la preponderancia omnímoda de las prime-
ras en los destinos del mundo; no es que se mire con
ojeriza la fusión de aquellas y esta en una sola
síntesis, nada de eso, el temor por parte de los que
sostienen los fueros de los pueblos latinos es muy
fundado, pues procede de la intolerante severidad
que afectan sus enemigos. Entre el Occidente y el Nor-
te por una parte, y el Mediodía y el Oriente europeos
por la otra, existe una diferencia esencial y tangible.
Entre los ingleses, alemanes, rusos, suecos, y dina-
m a r q u e s e s , y los italianos, españoles, portugueses y
franceses, verdaderos representantes de la raza latina,
se advierten diferencias esenciales, tendencias encon-
tradas, fines de actividad opuestos, siquiera sea transi-
toriamente, puesto que los unos aborrecen lo que los
otros aman con delirio.
No vamos á emitir nuestras i d e a s e n esta cuestión, ni
á fallar en la contienda. Nos reservamos nuestras opi-
niones y deseos. Trazamos únicamente el cuadro que
la controversia ofrece lomando las tintas de la paleta
de la realidad.
Esta disparidad profunda hace que las razas en cues-
tión sean enemigas. La latina dominó esclusivamente
en Europa desde la decadencia griega hasta la invasión
escandinava, teutónica y ostrogoda, las otras empeza-
ron á compartir con ella el imperio moral de la tierra
desde que Odoacro se cubria su traje de groseras pie-
les con la púrpura de los Césares. Desde entonces el
Norte representado por los emperadores de Ale-
mania , el Mediodía por el P a p a , vienen discu-
56

tiendo y peleando, ya en el terreno de las investí -


duras, ya en el de la teología, ora en el de la re-
forma, ora en el de la política. Para el Norte no
hay mas derecho que el de la ciencia, sea ó no infa-
lible; para el Mediodía el derecho digno de verdadero
respeto es el que se funda en la historia y en la tradi-
ción. Autoridad y libre examen, esplritualismo é indi-
vidualismo, centralización y descentralización radical, hé
aquí los términos opuestos d é l a serie, hé aquí los polos
distintos en que ruedan ambas comuniones. El dia en
que los anglo-sajones y germanos absorbieran á los
latinos, habría desaparecido casi todo lo que hoy existe
con la marca del pasado, porque en la filosofía práctica
de aquellos no entra otra consideración que la del bien
presente, real y efectivo, mientras estos se preocupan
demasiado de lo que dejó de existir en el tiempo y en
el espacio, viviendo solo en la memoria de las genera-
ciones.
Si en el antiguo mundo la lucha de tan opuestos prin-
cipios está contenida dentro de ciertos límites; si la vic-
toria está muy lejana y es dudosa; si hay motivos para
esperar que no se llegue nunca á un estremo violento
no acontece lo propio en el que Colon descubriera.
Allí hemos visto á los anglo-sajones, en sus conatos
anexionistas y absorbentes, estender su predominio en
considerable escala en muy pocos años; y si en estos
momentos están en inacción, débese á la lucha fra-
tricida que hace dos años vienensosteuiendo. Ellos cons-
tituyen una amenaza constante para las repúblicas sali-
das del tronco español, asi como para nuestras colonias.
Es un odio mortal el que p-ofesan á todo lo que procede
de nuestra civilización, y sus deseos se verían colmados
el dia en que desapareciera de aquellos climas hasta el
'k >-:

57

último descendiente de los que antes que nadie los sa-


caron de las tinieblas de la barbarie. El filibusterismo,
forma militante de la idea invasora, lo mismo se ensa-
ña contra Cuba, que contra Costa Rica: para él no hay
mas que latinos y norte-americanos.
Cuando esta cuestión se halla pendiente, todas las de-
más son secundarias. Es, como hemos dicho, una lucha
de razas, de civilizaciones, de creencias y sentimientos.
Los hijos de la verde Erin y del fiero Odin, frente a fren-
te con los que llevan todavia en su frente el sello romano.
Es un duelo á muerte en el cual hasta ahora la peor parte
está del lado de los últimos. Sin un discreto equilibrio,
sin un acomodamiento sensato entre ambas parcialida-
des, la causa del orden y de la libertad sufrirá en Amé-
rica profundas perturbaciones El dia en que desaparez-
ca el estado anormal en que hoy están colocados los
Estados-Unidos, el filibusterismo volverá con nuevo ar-
dor á sus aventuras piráticas; entonces tendrán los go-
biernos que lomar nuevamente las armas para rechazar
á sus secuaces que en nombre de la libertad irán á im-
poner su yugo por todas partes. Entra, pues, en los
intereses de todos los estados americanos de origen
latino, el robustecer su preponderancia para cuando
llegue ese inevitable término, levantando de este mo-
do un sólido valladar que contenga las pretensiones de
los yankces. Los estados latinos de Europa por su parte
deben coadyuvar á la realización de esta obra, inclinan-
do h a c i a ella toda la influencia moral de que pueden
disponer.
Partiendo de estos principios ¿quién duda que el dia
que el gobierno mejicano pierda el carácter que le iden-
tifica con los de las repúblicas hispano-americanas, ese
dia la cuestión estará prejuzgada, si no resuelta? ese dia
H
58

la raza latina será la esclava de la anglo-sajona en los


mismos confines donde la primera debió siempre ser la
soberana. ¿Y no es esto lo mas problable empuñando el
cetro de Méjico un príncipe alemán, un retoño del ár-
bol austríaco que un tiempo pretendió cubrir con sus
ramas la redondez de la tierra? Fernando Maximiliano,
séanos permitido el repetirlo, llevará á Méjico las ideas
germánicas y anglo-sajonas mas ó menos modificadas,
sus influencias y sus inspiraciones, sus simpatías par-
ticulares y sus rencores, siendo el instrumento de la
funesta política de los emperadores de Alemania.
Colocad en Méjico un príncipe español y acontecerá
todo lo contrario. La infanta doña María Luisa Fernan-
da representará en América las tradiciones de la raza
latina en su última y liberal evolución. Ella llevará
allí las ideas de progreso, orden y libertad que impe-
ran en su patria, haciendo que se robustezca el princi-
pio que representan y que bajo su benéfica tutela se
desenvuelvan las relaciones de ambos mundos y los in-
tereses morales y materiales de aquellos pueblos.
¿Cómo puede desconocer Méjico estas verdades? ¿Có-
mo puede suscribir á su humillación futura ante los
eternos enemigos de su origen, de sus costumbres y
de sus creencias? ¿Trocarán á un descendiente de los
Hapsbourgs por la hermana de doña Isabel II, de la
que se sienta en un trono levantado por los liberales
en siete años de encarnizada y sangrienta lucha? No es
posible echar un velo sobre la historia en cuestiones
tan arduas, es preciso recordar lo que en ella está
escrito y tener en cuenta antecedentes que ilustran
la conciencia cuando á resolverse vá entre opuestos
pareceres.
1..

59

XI.

Pero examinando el asunto á través de otro prisma,


¿qué argumentos se han aducido ó pueden aducirse en
contra de la candidatura de doña María Luisa F e r n a n -
da? Si es incontestable que los intereses de Méjico, Es-
paña, la Europa liberal y latina están íntimamente li-
gados con su triunfo, qué razones se aducen para com-
batirla? Ninguna?, absolutamente ningunas. Solo uno ó
dos periódicos ministeriales, hostigados muy de cerca pol-
las oposiciones han adelantado, han dicho, que el gobier-
no quizás no habría pensado en la infanta doña María
Luisa Fernanda por comprender que el estado de su
salud no le permitiría aceptar las penalidades de su
traslación y permanencia en Méjico. Tan fútil pretes-
to sostenido por la Época y el Diario de Barcelona
fué destruido por La Andalucía de Sevilla tan pronto
como llegó á su conocimiento. La salud de la Infanta
es buena, sus dolencias son de esas que la misma na-
turaleza se encarga de curar, no pueden nunca inspirar
temores, ni suministrar argumentos negativos en la
discusión presente. La Infanta está haciendo continuos
y dilatados viajes: desde que contrajo matrimonio ha
dado á luz con toda felicidad varios hijos, y no se r e -
siente de ningún mal grave que sea bastante por su
índole trascendental para alarmar á los que mas de cer-
ca se interesan por su existencia. No sabemos da dón-
de habrá salido argumento tan original; seguramente
en el compromiso de decir algo que atenuase la negli-
gencia con que se ha procedido en el asunto se echó
60

mano de una razón tan fútil y peregrina. Tan exacto es


esto, cuanto que los mismos propagadores de la espe-
cie hanla desmentido mas tarde, indicando así la ligere-
za con que procedieron en un particular que exigía mas
calma y discreción. En prueba de ello véase lo que
escribe el corresponsal que parece hizo estampar al
Diario de Barcelona un argumento tan inconveniente:
«MADRID 1 7 DE FEBRERO.
»E1 asunto importantísimo para España de la can-
didatura al trono de Méjico, sigue llamando la aten-
ción de la opinión pública y de la prensa. El pensa-
miento de una candidatura española vá naturalmente
ganando terreno, y de esta disposición de los ánimos
sacan partido algunas oposiciones para censurar la con-
ducta que suponen imposible del gabinete ante las in-
tenciones que dicen llevan á Méjico los ejércitos de
Francia é Inglaterra y ante los adelantados trabajos que
en favor de la candidatura del príncipe austríaco se están
haciendo sin contar para nada con el gobierno español.
»En tanto la prensa se ocupa en discutir cuáles son
en España los candidatos mas aceptables, y algún pe-
riódico, como El Contemporáneo, después de descartar
la candidatura del infante clon Sebastian, y la absurda
del ex-infante don Juan, que de ocupar aquel trono, y
esto lo digo yo, no El Contemporáneo, elevaría á la pre-
sidencia del gobierno al célebre Lazeu, se pronuncia
abiertamente por la candidatura de la duquesa de Mont-
pensier, hermana de nuestra augusta Reina. I n d u d a b l e -
mente que esta señora, modelo de princesas, alma v e r -
daderamente española, ligada á las instituciones libera-
les, es digna en todos conceptos por las circunstancias
que la a d o r n a n , para un trono á que tiene muy p r e -
ferentes títulos.
61

Y aquí debo rectificar a 'mi vez la rectificación que


una persona autorizada ha hecho en ese Diario, supo-
niendo que en una de mis correspondencias, la del 3 del
actual, habia yo dado á entender que era malo el esta-
do de salud de S. A. Lo que yo dije, ó al menos quise
decir, fué que no me parecía á propósito para el duro
clima de Méjico la complexión delicada de la augusta
infanta que embellece con su presencia y su caridad las
floridas márgenes del Guadalquivir. Pero si esta razón
no lo es y la infanta puede resistir sin peligro para su
existencia la dureza de aquel clima, yo acepto, como
aceptará el pais y no desdeñará seguramente el gobier-
no, esta candidatura española. Nuestra infanta sería una
gran reina de Méjico, no solo por sus dotes tan reco-
mendables de virtud y de talento, sino por las muy bri-
llantes que adornan al príncipe su esposo. Yo no sé si
su elevación cerca de un trono seria bien recibida pol-
los aliados; pero mucho me tranquiliza sobre este par-
ticular la seguridad que dá El Contemporáneo, de que
no hallaría oposición por parte de la Francia, que ya
ha hecho indicaciones sobre lo mismo al príncipe de
Joinville, ni meóos de la Inglaterra, donde tantas sim-
patías se han manifestado recientemente por los hijos
de Luis Felipe, y muy en particular por los mismos d u -
ques de Montpensier.»
También ha habido quien encomiando la candidatura
española, dudaba de que la Francia la aceptase. No van
descarriados los que así piensan; pero no es este a r g u -
mento bastante para desistir. Si Luis Bonaparte recha-
za la candidatura porque en ella figura un hijo de Luis
Felipe, España debe revestirse de dignidad y de carác-
ter, y después de esponerle las razones que le asisten
para defenderla, influir de la manera que es corriente
62

en su buen éxito. No es Luis Bonaparte el arbitro de


los destinos del mundo, ni su voz constituye un orácu-
lo al que sea preciso someterse fatalmente.

Resulta de todo que la candidatura de Doña Maria


Luisa Fernanda, es la mas aceptable bajo todos aspectos,
y la misma que la prensa y el gobierno español están
en el caso de sostener á todo trance, siempre que no
sea una verdad inconlestada lo de que los mejicanos por
sí mismos son los que elijeu soberano.

XII.

Nos acercamos al término de nuestro trabajo. Pu-


diéramos habernos estendido mucho mas, pero la pre-
cipitación con que marchan los sucesos, nos obliga á ser
concisos. Vamos á concluir dirigiéndonos á los mejica-
nos con la espresion mas verdadera de nuestros senti-
mientos. La cuestión pendiente, los insultos recibidos
no pueden modificarlos en su bondad innata.
Al abogr.r por una candidatura española, al defender
los intereses trasatlánticos de nuestra patria, confiamos
en que Méjico nos hará justicia. No son ideas de con-
quista, ni de supremacía censurable las que nos impelen
á procurar la conservación allende los mares de algún
resto de nuestra antigua influencia; son motivos mas al-
tos, motivos nobilísimos que se despreuden de las consi-
deraciones que dejamos consignadas. No comprendemos
como existe quien atribuye á Esparía miras egoístas é
intenciones de predominio respecto de la América e s p a -
63

ñola. Para pensar así, es preciso desconocer la índole


de las opiniones mas dominantes entre nosotros, los
juicios que se han hecho respecto de nuestra política en
el Nuevo Mundo, y la tendencia actual que la misma
afecta. La política de España ha de ser peninsular in-
terna, no americana y externa. Le basta á España para
adquirir entre los pueblos coaligados la posición que le
corresponde el disfrute tranquilo de lo que hoy posee.
Si algún dia entrara en sus cálculos el engrandecimien-
to territorial, si asi lo quisieran los sucesos, no se en-
caminaría hacia América. Junto á sus costas tiene el
África, el Imperio d d Magreb-el-Acsa, de donde tantos
ataques han salido para su honor y sus subditos, si bien
hoy un tratado de paz parece haberles puesto término.
Está en la conciencia de los hombres pensadores, el que
mas tarde ó mas temprano tendremos que volver á pa-
sar el Estrecho. Las posesiones que tenemos en el lito-
ral berberisco, el creciente desarrollo de la coloniza-
ción francesa en Argelia, la índole de las poblaciones
indígenas, la causa de la civilización del mundo, quizás
combinándose con otros elementos, obliguen á los espa-
ñoles á llevar la antorcha del progreso moderno á los
arenales y selvas de la Mauritania. La paz de Guad-el-
Rass, no ha sido mas que un aplazamiento; la cuestión
verdadera está en pié, la misma que un dia ú otro vol-
verá á exijir toda nuestra atención
Esta convicción por una parte y por otra la idea de
la unión Ibérica, constituyen el verdadero norte de la
política internacional de nuestro pais. España y Portu-
gal no son dos pueblos hermanos sino un mismo pue-
blo, una misma raza. Desde el Tajo hasta el E b r o , des-
de Cintra hasta Alicante, los intereses, los destinos, la
literatura, la historia, son casi los mismos, deben ser
64

en lo futuro idénticos. Lusitanos y Españoles proceden


de una misma estirpe, unos y otros han derramado su
s a n g r e en las g u e r r a s con el islamismo, unos y otros
caminarían unidos por el sendero de lo porvenir, si los
e r r o r e s de una política funesta no los hubieran sepa-
rado transitoriamente. La geografía y la etnografía, la
climatología y la producción, los instintos populares, las
afecciones, las tendencias, los mil rasgos que caracteri-
zan u n pueblo, y un pais, están gritando que España
y Portugal son una misma cosa, que es un absurdo que
entre una y otra exista una b a r r e r a levantada por la
diplomacia.
Asi es que si en África cumple la España un destino
providencial, llevando la luz de la verdad a d o n d e todo
es hoy ceguedad y desafuero, en Portugal, cumple u n a
misión social, cual es la de unirse á la mitad que de
ella vivía separada. Es una vocación irresistible, un
impulso espontáneo é innato, una necesidad orgánica,
p e r d ó n e s e n o s la frase, lo que hace que todos los h o m -
bres v e r d a d e r a m e n t e patriotas y liberales, lo mismo
allende que aquende el Duero, reclamen la unión de a m -
bas nacionalidades, hija de la voluntad y del consenti-
miento m u t u o .
Créanlo los mejicanos, España no se propone conquis-
tarlos: aunque lo intentase, si á tal punto llegaba su ce-
guedad, la Europa no lo consentiría. Su empeño es lo-
do de paz y benevolencia. ¿No lo están viendo en estos
mismos instantes en que la hidra de la discordia se ha
interpuesto entre ambos pueblos? ¿No están notan-
do la manera de proceder de la prensa española y de
el ejército español? Tan cierto es que ningún rencor ni
ninguna ambición nos ha llevado á Méjico, cuanto que
en todos los círculos se deplora la triste necesidad de
65

tener que apelar á las armas para obtener las repara-


ciones que se nos niegan. ¡Qué diferencia cuando la
guerra con Marruecos! Mas que satisfacción, mas que
entusiasmo, dolor y sentimiento es lo que produce en
todos los pechos generosos la persuasión de que haya
que venir á las manos con los mejicanos. España es una
nación grande y nada tiene que envidiarles; los espa-
ñoles tenemos abiertos nuestros brazos para los que
nunca pueden dejar de ser nuestros hermanos. El dia
en que reconozcan la equivocación en que han vivido
y respetando á nuestros naturales se respetau á sí mis-
mos, ese dia Méjico comprenderá cuanto le importa
el mantener la mejor armonía con la madre común.
¿Podrán nunca los que un tiempo fueron españoles
olvidar que la sangre castellana corre por sus venas?
¿Podrán prohibir á sus hijos que canten los himnos de
nuestros poetas, al pueblo que se entusiasme con las
producciones de nuestros dramáticos, y á sus mujeres
que oigan las primeras frases de amor en la hermosa
habla de Cervantes y de Larra?
¿Con qué cantigas arrullará la madre á sus tiernos
hijuelos, con qué elocuencia el hombre de Estado d e -
fenderá los derechos y los intereses de sus conciuda-
danos, coii qué frases se dirigirán grandes y pequeños
al supremo Hacedor? ¿Hablase por ventura allí algún
otro idioma que no sea el español, que es la lengua na-
cional? Donde quiera que resuene el eco de una voz
humana, donde quiera que haya un hogar, que exista
la familia, allí estará el recuerdo perenne de España,
allí estarán, siquiera medio borradas, sus gloriosas tra-
diciones y su influencia inofensiva.
66

XIII.

No sabemos lo que podrá acontecer. Puede que no


sean la razón y la verdadera conveniencia las que triun-
fen en esta contienda. Puede que halagados los mejica-
nos por aparentes beneficios y dejándose dominar por
odios mezquinos é inmotivados, secunden las miras de
Napoleón y acepten la candidatura de Fernando Maxi-
miliano. Estamos en el caso de no negar rotundamente
la posibilidad de este desenlace; pero nunca de asen-
tir á que es el mas adecuado á los grandes inte-
reses que se atraviesan en el debate. Mucho p e r d e -
rá España con tal solución, mucho perderá la cau-
sa del liberalismo y la de los pueblos latinos; pe-
ro no será también poco lo que pierda Méjico. El
buen sentido de sus hombres públicos, si es que la pa-
sión no les ha perturbado la inteligencia, dará á esta
afirmación el valor que merece. Por nuestra parte he-
mos cumplido con un deber de conciencia escribiendo
estas páginas sin inspiración de nadie, con entera li-
bertad, sin atenernos á ninguna clase de consideracio-
nes ni respetos.

Bajo otra faz la cuestión es muy grave para nuestro


gobierno; por eso no hemos querido descender á consi-
deraciones que por su índole constituían un arma terrible
de que pudieran apoderarse lasoposiciones. Nosotros que
vivimos muy alejados de la situación, que no le pedimos
nile debemos nada, estamos en el caso de encerrar nuestro
67

trabajo dentro del círculo que nos trazan la cordura y


la discreción. ¿Cuál era nuestro intento? Llamar la aten-
ción de una manera seria sobre lo que está pasando en
este delicadísimo negocio. Demostrar que se trabaja en
favor de un candidato estraño para el trono de Méjico,
dejar plenamente probado que el natural es una infanta
de España, justificando el aserto con argumentos de va-
ria índole, pero de constante eficacia. Aconsejar implí-
citamente al gobierno, cuando vé á la opinión' del
pais compacta, cuando cuenta con las simpatías gene-
rales, y cuando cumple con altos deberes, la convenien-
cia de hacer valer los derechos de España ante el ga-
binete de las Tuberías.
Si se piensa efectivamente en crear en Méjico una
monarquía constitucional, estos derechos son incon-
testables , estos derechos no se pueden desconocer
sin marcadísima injusticia. Si por el contrario, el
pueblo mejicano por sí, sin intervención ni presión
de ningún género elige un soberano; si este no es
el que procede de la iniciativa española, nosotros no
tendremos nada que objetar, porque Méjico es un pue-
blo libre y puede hacer, por lo que á este punto se re-
fiere, lo que mas le acomode. Pero si se continúa tra-
bajando en pro de un austríaco, entonces el gabinete
O'Donnell-Posada debe con resuelta y digna actitud
influir hasta donde sea cuerdo por el triunfo de la can-
didatura española; porque imitando á Tayllerand en
su opinión cuando se pensaba en elegir un soberano
que reemplazase á Napoleón I, diremos que «todo lo que
no sea la infanta doña Maria Luisa Fernanda será el efecto
de una intriga.»
1

APÉNDICE.

La rapidez con que se suceden los acontecimientos


lia hecho que en el tiempo trascurrido entre la redac-
ción de este opúsculo y su impresión hayan surgido
nuevas complicaciones que no debemos dejar pasar
desapercibidas.
Dícese que el príncipe Maximiliano está tan resuelto
á aceptar el trono de Méjico cuanto que se halla apren-
diendo á toda priesa el español que ya habla perfeclisi-
mamcnie su esposa. Por otro lado llega á nuestras ma-
nos un telegrama fechado en Francfort anunciando que
el susodicho príncipe ha declarado á las potencias que
en ciertas eventualidades renunciará el honor de reinar
sobre los mejicanos. Hé aquí una manifestación delicio-
sa, el austríaco ha adelantado tanto en sus derechos
sobre el nuevo solio que habla de renunciar, lo cual
presupone la posesión. Con tan contradictorias noticias
llegan hasta nosotros otras sumamente curiosas. Ya se
sabe quienes inventaron la candidatura alemana, po-
niéndola al abrigo d e Luis Bonaparte. Un obispo, La-
bastida, muy conocido por sus ideas reaccionarias, el
general Sautana, y Almonte, han sido los que se acor-
daron del príncipe Maximiliano para elevarlo al trono
de Méjico. No es de eslrañar semejante proceder cono-
70

ciclos los antecedentes retrógrados y anti-liberales de


estos individuos, que según autorizados conductos de-
ben formar un triunvirato que sirva de transición entre
el gobierno republicano y la presunta monarquía aus-
tríaca. Un corresponsal de París dice respecto de ellos:
«Quien recibe no escoje, y así no estrañará usted q u e
esta trinidad transitoria esté compuesta de individuos
antipáticos á Méjico; espulsados unos, y destituidos de
sus empleos otros, vuelven á su pais con el rencor en el
pecho.
«Santana es uno de los personajes que ha sabido me-
ter mas ruido en Méjico, y á pesar de haber dejado
tristísimos recuerdos de su desmoralizada administra-
ción, despertaba su nombre tal entusiasmo, que en una.
de sus entradas triunfales en la capital, el pueblo sus-
tituyó á los caballos que tiraban del carruaje, lleván-
dole en triunfo al palacio de los antiguos vireyes de
España, hoy Palacio Nacional.
»La pierna que le amputaron á consecuencia de una
herida recibida en la guerra con los Estados-Unidos, fué
enterrada con gran pompa, desenterrada algún tiempo
después, y arrastrada la tibia por las calles de Méjico
en uno de esos cambios de fortuna, tan comunes en
aquel pais.
«Este presidente se daba en los últimos tiempos de
su mando aires de monarca. Se hacia dar el tratamien-
to de Alteza Serenísima, y resucitó la orden de Guada-
lupe, encargando á Paris un magnifico manto de gran
maestre, con el que dicen estaba muy elegante.
«Cada vez que salia de Méjico ó entraba de vuelta
de paseo ó de su casa de campo, retumbaba la ciudad
al ruido del cañón, rompiendo muchas veces los crista-
les de las casas, con lo que dejaba atónitos á los indios
71

admiradores de estos espectáculos. Su Alteza era enton-


ces muy aficionado á las peleas de gallos, y llegaba á
tal estremo su pasión por estos vichos irascibles, que
le hacia descuidar los negocios del Estado. Dejó en una
ocasiona un obispo con la palabra en la boca, cuando
le anunciaron la llegada de la hacienda del señor Cola-
de-plata, quedándose aquel obispo con la boca abierta,
cuando, cansado de esperar, supo que aquel señor im-
portuno era un gallo. Refiero á Vd. únicamente estas
puerilidades; no quiero penetrar en las interioridades
de su administración, porque vale más no meneallo.
Anécdotas chistosas se cuentan y muestran toda la as-
tucia con que aquel presidente sabía sacar partido de
sa posición. Esta desmoralización es muy común en
Méjico desde hace mucho tiempo, en la mayor parte de
los que se ocupan de política.
»El segundo de los triunviros, el señor Labastida, es
persona simpática y de alguna instrucción, según pare-
ce. Fué espulsado de su patria por haber protestado
enérgicamente contra el decreto para la venta de los
bienes del clero. Llegó á la Habana en un vapor de la
armada mejicana, que llevaba á remolque una lancha
con el carbón. De allí se trasladó á Europa y fijó su
residencia en Roma. Cuando Zuloaga subió al poder, le
nombró ministro plenipotenciario en la ciudad eterna,
de cuyo cargo fué destituido por Juárez.
»Del general Almonte, conocido y acogido en Euro-
pa bajo buenos auspicios, poco diré que no sepa todo
el mundo. Habiendo llegado s e r á general al uso de su
tierra, abrigó durante mucho tiempo la esperanza de
ocupar la presidencia; pero nunca tuvieron resultado
sus gestiones. »
A pesar de lo que dejamos dicho, noticias obtenidas
72

por otro conducto a n i m a n que la candidatura del p r í n -


cipe Maximiliano fué indicada por un jefe carlista que
ha residido mucho tiempo en Roma y que está casado
con una austríaca. Almonte tan luego como vio que
Miramon era bien recibido en Madrid, que tenia confe-
rencias secretas con los miembros del gobierno se alar-
mó profundamente creyendo se trataba de dar en Méji-
co algún golpe de Estado que por necesidad le habia de
dejar fuera del banquete de la situación que se c r e a r a .
Entonces acogió con ardor el pensamiento y lo es-
puso ante la alta consideración de Luis Bonaparte que
fué el primero que con su sanción imperial lo lanzó al
palenque de las discusiones. Con su reconocida pene-
tración comprendió que la candidatura del austríaco po-
día resolver la cuestión del Véneto. Sondeado el go-
bierno sobre este particular, dícese en una carres-
pondencia:
«Desde luego rechazó todo pensamiento de cambiar
el Véneto; pero no opuso obstáculos á que el príncipe
Maximiliano aceptase la candidatura de Méjico Para
obrar así el emperador de Austria se ha fundado en que
la pérdida del Véneto le deja sin fronteras y le despoja
de toda importancia marítima, y en que hace dias que
no está contento del príncipe Maximiliano, que supone
seducido por los halagos del emperador de los fran-
ceses.
»E1 emperador Napoleón, sin embargo, sigue apoyan-
do la candidatura del príncipe Maximiliano; pero no
queriendo que se le acuse de falsía se ha limitado á
decir á la Inglaterra y á la España, que, con arreglo al
tratado de Londres, la Francia dejará á los mejicanos
que se den el rey y el gobierno que quieran; pero que
no tiene inconveniente en revelar que si los mejicanos
73

se declarasen por la forma monárquica y eligiesen al


príncipe Maximiliano, no titubearía en reconocerle. La
Inglaterra, por su parte, no tiene entusiasmo ni mucho
menos por el candidato francés; pero no pudiendo lle-
var á Méjico, por consideración á su aliada, á un miem-
bro de la familia de Orleans, al duque de Moutpensier,
marido de la infanta doña Maria Luisa F e r n a n d a , se con-
forma con el pensamiento de Luis Napoleón, atendiendo
antes que todo á cortar los vuelos á España. Porque lia
de saber V. que mientras la prensa de la oposición de
Madrid se complace en presentar á la nación española
abatida delante del extranjero, en Londres siguen paso
á paso los adelantos marítimos de España y quieren evi-
tar á toda costa el engrandecimiento de esta nación,
que puede pensar un día en arrojar á los ingleses de
Gibraltar, y unida á la Francia, del Mediterráneo.
»Hé aquí explicado por qué la Inglaterra ha ido á
Méjico: ha ido á estorbar, á impedir que allí se h;.ga
nada; y si de esto quedara duda; no hay mas que tener
en cuenta lo exhorbitante d e s ú s pretensiones para con el
gobierno mejicano.»
Llamamos seriamente la atención del público y de la
prensa sobre las últimas indicaciones de la anterior car-
ta. No nos estraüa que sean estas las miras de Inglater-
ra, mucho mas desde que ha advertido ei desarrollo que
va tomando nuestra marina, y las obras militares en las
costas españolas del Estrecho. Mas dejando á un lado
esto estremo y prescindiendo de la exactitud que ha-
ya ó no en estos pormenores que contribuyen á des-
acreditar, tanto como las caricaturas del Charivari, la can-
didatura del príncipe Maximiliano, pues se vé ha sido
iniciada por miras egoístas y apoyada con el mismo fin,
lo cierto es que semejante combinación en vez de pros-
71

perar pierde mucho por instantes ante la opinión de la


Europa liberal. En la cartí» que publicamos en seguida
se consignan apreciaciones deducidas del espíritu de los
órganos mas acreditados de la prensa extranjera:
«PAKÍS M DE FEBUEUO.
»La reacción que se va manifestando en Inglaterra
contra el objeto mas ó menos aparente de la interven-
ción francesa en Méjico, podría cambiar completamente,
según indiqué, las miras de la Francia con respecto á es-
ta cuestión. Por lo demás, el proyecto de levantar en
Méjico un trono para el archiduque Maximiliano se fun-
da en bases tan problemáticas que indudablemente po-
drían variar de un momento á otro según las vicisitu-
des de la política europea.
»Si por ejemplo la agitación actual de Alemania, ori-
gioada por la competencia entre el Austria y la Prusia,
diese á conocer claramente que el Austria no aspira á
á otro objeto que el de hacer garantir por la Confede-
ración sus posesiones no alemanas, ¿cree Vd. que la
Francia seguiría mirando con igual beneficio al gabine-
te de Viena, sino que al contrario buscaría en la Prusia
un apoyo en la política que ha seguido en Italia? Y en
este supuesto ¿qué seria de la candidatura del archidu-
que Maximiliano? Y si la Prusia reconociese el nuevo
reino de Italia, ¿no habría de afectar esto á la política
de la corte de Viena con respecto á la Francia?
De todos.modos, los actuales acontecimientos de Ale-
mania son muy graves, y por el sesgo que tomen, se
podrán traslucir las consecuencias que solo se entreven
ahora tras densas nubes. Mas por lo que á Méjico con-
cierne, ya no es dudosa su influencia. Por mi parte no
participo de la opinión que parecen autorizar ciertos
rumores, de que la alianza entre Austria y Francia es
mas íntima que nunca, y que hasta la corte de Viena
va á anticiparse en reconocer el reino de Itaüa.
La Patrie por otro lado en uno de sus últimos artícu-
los, es ya mas esplícita respecto de los trabajos que se
hacen en favor del príncipe Fernando Maximiliano. Hé
aquí como se espresa:
«Después de hacer ver el estado de anarquía que en
los treinta y tres últimos años ha reinado en la repúbli-
ca mejicana, lo cual hacia imposible que se pudiera tra-
tar formalmente con ninguno de los gobiernos que allí
se han sucedido, añade:
»Que del examen de ese estado de cosas haya resul-
tado en la diplomacia europea el pensamiento de esta-
blecer una monarquía constitucional en lugar d e e s a de-
plorable y ruinosa Confederación; que se haya pensado
en constituir en vez de una república imposible, una
monarquía liberal, capaz de realzar la dignidad de los
mejicanos, independiente de toda influencia estcrior,
garantida por su Constitución misma contra las tristes
eventualidades que amenazan ahora el porvenir del
pais, y que ofrezca á las relaciones comerciales con el
eslranjero seguridades que tan por completo faltan hoy,
nada vemos en este hecho que no sea muy natural, muy
lógico y muy venturoso á la vez pora Méjico y para la
Europa.»
Añadiendo á estas reflexiones el nombre del príncipe
afortunado, y que tan diligentemente se prepara para el
importante cargo con (pie ha de verse en su caso favore-
cido por arte de birlibirloque, está concluida la pintura
y hecha la apología de la conducta de S. M. 1.

No han sido infructuosos los esfuerzos de la prensa


La candidatura española gana todo lo que pierde la aus-
76

triaca. En una correspondencia de Madrid que tenemos


á la vista, se dice que el nombre de la infanta es el que
en todos los círculos se pronuncia como el mas idóneo,
como el único aceptable en el caso presente. Añádese
que los hombres políticos de todas las opiniones, dentro
y fuera de las Cámaras opinan lo mismo, y que la pren-
sa liberal está compacta en cuanto á sostener tan fun-
dada opinión. Uno de esos órganos, La España, ha pu-
blicado últimamente un articulo que debemos reprodu-
cir en parte, pues secunda admirablemente nuestras
ideas. Empieza diciendo que todos debemos unirnos pa-
ra sostener esta cuestión que es de dignidad y honra
para España, y añade:
«No nos importa la consideración de partidos, ni la
teoría de los sistemas de gobierno, ni la candidatura:
nos importa que depongamos todos, absolutamente to-
dos, las preocupaciones y los intereses mezquinos de
parcialidad, y nos ofrezcamos á los ojos de Europa in-
fatigables defensores de nuestra dignidad, partidarios
de la justicia, españoles antes que todo.
»Y no se crea que cscluimos á nadie de esta e m p r e -
sa patriótica: los que creen que Méjico debe g o b e r n a r -
se con formas republicanas, los que entiendan que allí
es indispensable un t r o n o , los que amen la libertad li-
mitada, los que la quieren restringida, todos, todos de-
ben ver con igual pena (pie se pretenda imponer á nues-
tro antiguo vireinalo, por una nación determinada, la
manera de ser y de regirse; todos deben oponerse á
que se haga de la suerte de Méjico el deus ex machina
que resuelva gravísimas cuestiones empeñadas en el in-
terior de Europa: en todos debe despertarse el mismo
sentimiento de raza y de patriotismo. No se necesita sel'
liberales, ni progresistas, ni conservadores para asociar-
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se á esta idea, que es leal y verdadera: basta con ser es-


pañoles; y á lodos nuestros colegas hacemos la justicia de
creer que el afecto de españolismo está en ellos sobre
todos los afectos políticos y sobre todos los intereses de
parcialidad.
«Nuestros lectores saben que ni un solo dia dejan de
aparecer en los periódicos estranjeros y nacionales, ni
d e s o n a r e n todos los círculos políticos candidaturas y
proyectos para la futura monarquía mejicana: fuimos
los primeros en dar la voz de alerta en cuanto á los
planes de llevar al nuevo trono á un principe austríaco,
con mengua de lo que á España corresponde: hemos
probado que la misión de las potencias europeas, ora se
queden sus soldados en el litoral, ora penetren en el in-
terior, ya se arregle en paz la cuestión, ya se decida
por el doloroso medio de la guerra, es proteger á Mé-
jico en su reorganización social, garantizar la libertad y
el orden, á cuya sombra, aquel pueblo, hambriento de
justicia y de paz, se otorgue á si propio el gobierno q u e , á
sus ojos, fuere el mas á proposito para conducirle á la
felicidad de (pie ahora carece. Y si bajo estos auspicios
y con estas garantías el pueblo mejicano por espontánea
decisión adopta la forma monárquica, vaya á r e p r e s e n t a r
esa forma y á ceñir aquella corona el príncipe que eli-
gieren libremente los mejicanos, no el príncipe que les
nombre y les imponga esta ó aquella nación. Monarquía
que de otro modo se inaugurase, la monarquía, por
ejemplo, del archiduque austríaco, nacería muerta: seria
tal vez el principio de nuevas y tristísimas complicacio-
nes en aquel pais azotado por la anarquía y devorado
por la guerra.
»EI dia en que seriamente se trate de la cuestión de
persona para ceñir la corona de Méjico, (ese dia parece
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llegado) en nuestro concepto, España debe ejercer toda


influencia en que sea un príncipe español el elegido.
Acerca de este punto hemos escrito varios artículos: he-
mos indicado un nombre que no puede menos de ser
simpático para todos los españoles, que. es intachable
para las cancillerías de Europa: el nombre de la augusta
hermana de Doña Isabel II. Algunos periódicos de Ma-
drid se han asociado á nuestro pensamiento y secunda-
do nuestro deseo; otros de provincias imitan la misma
conducta. Nosotros nos congratulamos por este hecho,
y desearíamos que este fuera el principio de la unión
que anhelamos entre todos los colegas, y que diéramos
á los ojos de Europa el espectáculo de esa unidad de
sentimientos que constituye el fondo de la política es-
clusivamente española que todos debemos practicar.»
Nada tenemos que añadir después de lo que por
nuestra parte hemos consignado. Con el deseo de lle-
var nuestro grano de arena á esta obra de patriotismo,
hemos escrito estas desaliñadas páginas; con el de c o n -
tribuir á que americanos y españoles se estrechen en
fraternales brazos, dirigimos nuestra voz á aquellos y es-
tos. A otros toca el resolver; á la opinión pública, nuestro
juez inapelable, corresponde el decidir acerca de la mu-
cha ó ninguna bondad de nuestro trabajo.
De cualquier modo confiamos en que estos gene-
rosos propósitos no han de ser inútiles por completo,
porque son hijos de un sentimiento sincero de simpatía
y rectitud, y porque en el mundo pasa como un axio-
ma el dicho de que siempre la razón concluye por tener
razón.
Sevilla y Marzo de 18G2.

Est. tip. de lili ANDALUCÍA.

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